—¿Entonces hay una guerra entre los dragones? —Frey apenas podía creerlo, nunca le había parecido ver a un dragón atacar a otro. Mucho menos matarse entre ellos. —¿Cómo es siquiera posible que digas que no los molestamos? He matado hasta veinte dragones en mi vida.
—Ustedes los humanos son criaturas muy extrañas —Le respondió la mujer en ese tono serio que había adoptado, al parecer así se comportaba cuando no estaba furiosa —nosotros no formamos familias ni naciones, los nuestros nos dan igual, cada dragón ve por sí mismo.
—No tiene sentido, para una guerra se necesitan grupos, facciones, si cada dragón viera por sí mismo ¿A quienes llamaste “traidores” siquiera?
—Es por los cuatro príncipes dragón. El rey ha puesto en su vida diez huevos, seis, es decir, cinco se malograron, pero cada uno de los que eclosionaron dio vida a un príncipe, un dragón cuyo poder podría compararse al del rey con el tiempo, pero cada uno desea ser el más fuerte, el único que quede de la estirpe del rey.
Todos guardaron silencio por un momento, viendo que no la interrumpirían, la mujer prosiguió.
—Mientras exista un dragón más fuerte, estamos obligados a someternos, o nos arriesgamos a ser destruidos, cada príncipe ha sometido a un número de dragones más o menos igual, pelean entre sí por el derecho de asesinar al rey.
—Si lo que dices es cierto, —Frey se rascaba la cabeza, confundido —el dominio del rey debería ser indiscutible.
—El problema es que el rey es un tirano, no queda ni un leal, pues ha terminado devorando a todos los que ha sometido. En grupo, con el apoyo de un príncipe, los dragones podemos intentar oponernos, si no, no nos queda sino someternos, como hice yo mismo.
Eri interrumpió.
—Perdone, ¿Es usted un señor o una señora? No entiendo. Cuando me equivoco la gente me corrige, pero usted no. Yo creía que era un señor hace ratito, pero ahora no sé.
El dragón en el cuerpo de la mujer miró a Eri con ojos severos.
—Supongo, —su suspiro pareció resignado con ínfulas de irritación —que pueden dirigirse a mí como se dirigirían al humano que devoré. Los dragones no tenemos esas distinciones, todos ponemos huevos y no requerimos una pareja. Reconozco que estoy cómoda con el trato femenino, estuve viviendo entre ustedes algunos años, hace dos o tres siglos. No puedo decir mi propio nombre en este cuerpo. Los humanos de hace milenios me llamaban Meraxes. Furia de la noche.
—¿Señora Mera entonces? —dijo Eri con su mejor sonrisa.
Un rictus muy sutil, efímero se reflejó en la cara de Meraxes, si Frey hubiera parpadeado no lo habría visto pero lo vió… ¿Acababa de enternecerse?.
—Creo que funcionará. Pero tengo muchas preguntas, algo que tengo que saber.
—Pregunta humano, no tengo motivos para mentirte ni secretos que guardar, no soy uno de ustedes.
—Hace dieciocho años, Cormin, mi ciudad fue reducida a cenizas por el rey dragón, ¿Por qué?
—Es como si me preguntaras hacia dónde iba el viento una noche sin luna en medio del mar humano, sé que no estaba anidando, pero a veces le gusta fumigar para sus leales, o quizá buscaba eliminar algún traidor, o quizá estaba aburrido.
La voz seria, salpicada de desinterés alimentó la furia de Frey, la que tenía encerrada en su corazón hacía tanto tiempo, la que nunca había conseguido apagar ni siquiera con lágrimas. Pero permaneció estoico, como siempre que tocaba el tema.
Runa le tocó el hombro.
—Amor, por favor lleva a Eri a dormir, la despertamos muy temprano. Yo seguiré el interrogatorio.
Frey comprendió que era el momento de las preguntas difíciles.
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Con su esposo e hija fuera de la celda, Runa encaró a la mujer dragón, hasta ese momento, habían intercambiado bravatas y descortesías, ella quiso ser más sincera.
—Meraxes, ¿Sabes qué es Eri? ¿Porqué no es completamente humana ni dragón?
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El semblante estricto en el rostro envejecido se suavizó en una mueca de confusión.
—Siendo totalmente sincera, esperaba que ustedes me lo dijeran. Puedo sentir el fuego inagotable de una princesa dragón, pero ése es su cuerpo, su propia apariencia. No tiene sentido. Puede rugir como un dragón y la he visto respirar fuego. Aun así parece uno de sus infantes. Pero lo que me asusta es otra cosa.
—¿Asustada? ¿Qué podría asustar a un dragón tan grande como tú además del rey?
—Cuando se fue sentí un gran alivio en mi alma, creía que me sentía mal por haber adoptado esta forma, pero es ella. Su presencia me debilita en más de una forma.
Runa sospechó, recordaba los informes de los magos de Meyrin.
—¿Cuánto tiempo pasaste como humana la primera vez?
—Viví entre ustedes veinte años.
—Sabemos que pasar tiempo en forma humana agota su fuego, ¿Cómo lo mantuviste vivo tanto tiempo?
—Agotamos nuestro fuego sanando el cuerpo o tras muchas décadas evitando que envejezca, cuando volví a mi forma, apenas había consumido un poco.
—Creo que sé lo que te pasa.
—Esa niña está consumiendo mi fuego, qué lista, ¿Lo descubriste tú sola?
—Voy a tolerarte un poco más en retribución al daño que te hice —le dijo sin mostrar que la había molestado —Estoy dispuesta incluso a más, por el bien de mi hija. Tú eres un dragón y lo has sido por milenios, yo estoy criando a mi niña a ciegas mientras trato de salvar a los míos de los tuyos. No voy a ocultar que te necesito.
—¿Qué puedes ofrecerme para que me una a tu bando? Ahora mismo soy leal al príncipe rojo, pero ya sabes cómo funciona, me uniré a quien pueda ayudarme a prevalecer. Pero nunca un humano.
—¿Y qué tal Eri? ¿Te unirías a su bando?
—Aprendes rápido, si no me someto a ella, me devorará. Quizá lo haga de todos modos. No parece saber que lo hace. Es aterrador, ni siquiera el rey puede consumir el fuego de otro dragón. No quiero ni pensar en qué pasaría si se agotara —la fachada de estricta seriedad se resquebrajaba con cada palabra, la dulce Eri, parecía ser la peor pesadilla para los dragones.
—Mi esposo luchó con un dragón cuyo fuego se había consumido, dice que no parecía diferente, salvo que no podía lanzar llamas y su cuerpo no estalló al morir.
—¿Entonces esa niña ya ha devorado otro dragón? Imagino que se habrá tornado totalmente leal a ella, ¿Porqué matarlo?
Eso explicaba por qué había pasado cinco años protegiéndola, en la lógica de los dragones, Eri era su ama y señora.
—Lo que dices —Dijo Runa, adoptando poco a poco su pose de princesa —es que no necesitamos acabar con todos los dragones para terminar la guerra.
—Nuestra guerra acabará cuando haya un rey indiscutible, pero eso no tiene que ver con ustedes. El mundo es demasiado grande para ustedes, ni siquiera pueden llegar a los demás continentes e islas del mundo. Respóndeme ahora, ¿Por qué mataron al dragón sin fuego?
Runa tuvo apenas un momento, pero al final admitió avergonzada. —Creo, que simplemente estaba en el camino.
—No somos tan diferentes entonces, puedo respetar eso. Ustedes parecen creer que pueden triunfar sobre nuestra raza. Parece una idiotez, pero tienen a esa princesa de su lado, y pudieron engañarme. No estoy en posición de hacer demandas, no soy tonta, me matarán cuando ya no me necesiten como hicieron con otros como yo. Pero, ya que admites que me necesitas, elfa, podemos hacer un trato.
—¿Puedes darte cuenta? muchos no distinguen a los medios elfos de los humanos corrientes.
—¿Vamos a hacer un trato o no?
—¿Qué es lo que pides?
—Mi vida para empezar, debes garantizar que además de no matarme, me protegerán contra el príncipe rojo o cualquier otro dragón más poderoso que yo.
—Si te necesito, da por sentado que te mantendremos viva, yo necesito que enseñes a Eri a ser un dragón, que conozca sus poderes, y aprenda cómo controlarlos.
—Es demasiado joven para aprenderlo todo… y yo necesitaré estar escondida.
—No voy a liberarte, eres demasiado peligrosa.
—Un dragón sin libertad es como aire en una botella, no es nada en absoluto. Pero entiendo que le temas a mi poder.
—El grillete que pusimos en tu tobillo evita que recuperes tu cuerpo de dragón, pero no durará por siempre. Reconozco que ni siquiera sé si puedes romperlo a fuerza de voluntad.
—Te juraré, o mejor dicho, le juraré a mi nueva ama, en nombre de quien has estado hablando, no volver a mi cuerpo de dragón sin su consentimiento, si añades esa línea al encantamiento, no se romperá, el juramento de un dragón tiene ataduras que vienen de magia primigenia.
—Estás cooperando mucho. Entenderás que sospeche.
—Digamos —dijo con una arrogancia que se acentuaba con su actitud seria —que tengo cierta fé en su cometido. Los dragones no nos ayudamos entre nosotros, a lo mucho nos obligamos o nos sometemos, esta niña tiene algo que me hace pensar que algún día será ella quien termine la guerra, y quiero estar a su lado cuando eso pase. Tal vez sea sólo que ya ha devorado parte de mi fuego.
—Suponiendo que confío en tu palabra, ¿Cuál es tu propuesta? —La miró amenazante, o tanto como le era posible, pero no vió ni un cambio en su rostro.
—Me quedaré a su servicio en esta forma por veinte años, para ese entonces habré enseñado a la niña todo lo que un dragón debe saber, y ella tendrá edad para luchar por sí misma. Añadirás esa línea al encantamiento del grillete, pase lo que pase, en veinte años quedo libre, y yo decidiré si me someto a ella o no. Les daré toda la información que tenga, y los ayudaré si esto complace a mi nueva ama. Pero quiero vivir como viví la primera vez, no seré una campesina.
—Lo consultaré con mi esposo y con Eri, ella debe decidir si te quiere cerca. En caso de que aceptemos tu propuesta, quiero añadir una cláusula al contrato. Si algo le pasa a Eri, tú te quedas en ese cuerpo hasta tu muerte.
—Astuta elfa. Yo acepto. Avísenme su decisión, y por favor, regresenme mi vestido seco y en buen estado, le tengo cierto afecto a esa vieja reliquia.
La mujer dragón inhaló profundo, al exhalar, un fuego traslúcido cubrió todo su cuerpo, que rejuveneció hasta pasar de parecer una mujer de unos cincuenta, a meros treinta en apenas unos segundos.