Jimmer tenía demasiado que hacer.
Ser el mejor amigo del príncipe consorte sin duda tenía muchas ventajas. Había escalado con él entre los rangos del ejército y la orden de matadragones en unos pocos años, todo a pesar de que su salud se deterioraba más y más con el tiempo. Ese día no estaba mareado ni agitado, esperaba poder con todo sin desfallecer. A veces pasaba…
El alto general del ejército era además de un príncipe, y por tanto un dignatario del reino, un padre de familia. La mayoría de las veces, delegaba las cosas propias del ejército a Jimmer, normalmente no le importaba, se estaba ganando su propio lugar como general, su autoridad empezaba a pesar incluso con Freydelhart presente. Lo que en verdad le dolía era que cada vez veía menos a su amigo. Ese día Frey estaría coordinando los reclutamientos mientras a él le tocaba proveer de guardias a los que reconstruían la ciudad. Se había presentado una avalancha de voluntarios después del ataque.
Jimmer y Frey se habían conocido más o menos a los ocho años, cuando Jim había escapado de su casa para hacerse soldado, Frey era entonces apenas un mozo que cuidaba el arsenal, mientras que él mismo cuidaba de los caballos. Irónico pues había escapado para eludir un futuro como mozo de establo como su propio padre. El entusiasmo que el amigo de la princesa, un tal Koro, le ponía a su trabajo le parecía incomprensible. El mismo Frey se entusiasmaba con los caballos desde aquel entonces, aunque ahora tenía un pegaso, ¡Un pegaso! Ese hombre no se conformaba con nada. Esposo de la princesa, padre de un dragón, jinete de pegaso, ojalá pudiera añadir “amigo constante” a la mezcla.
En fin, ¿Qué le iba a hacer? Estaba casi llegando al anillo interior, que se había llevado lo peor del ataque del dragón, ahí le esperaba la jefa del gremio de constructores. Una elfa alta para su especie con largo cabello negro rizado y gruesos anteojos cuyos marcos cambiaban de color a su capricho llevaba sus largas orejas élficas llenas de multitud de aretes con diferentes formas y tamaños además de varios brazaletes que tintineaban los unos contra los otros cuando movía las manos repartiendo órdenes ¿Cuál era su nombre?
La mujer lo vió venir y lo llamó con una seña, llevaba un tablón de escritura con muchísimas hojas, vestía como los demás obreros a pesar de las opulentas joyas en sus orejas y brazos.
— Ya era hora de que llegara —le dijo cuando la alcanzó —estamos trabajando desde el alba con un sólo guardia vigilando, ¡Oye! Esas vigas no soportarán, añade otras dos ¡No! Del otro lado —hablaba con varias personas a la vez, sin dar tiempo a réplica alguna —estos materiales son muy costosos, la última vez perdimos hasta un tercio en saqueos, no quiero que eso pase otra vez.
La “última vez” probablemente fue hace más de cien años. La ciudad no había recibido un daño semejante durante la vida de Jimmer, pero los elfos tenían una manera extraña de percibir el tiempo.
—No se preocupe, hay un perímetro en todo el sector, de todas maneras he asignado un escuadrón para patrullar las áreas en reconstrucción. Deberán estar aquí en cualquier momento.
—Oh, excelente, bien, siga con su trabajo, el rey quiere que reemplacemos el techo de la torre con una cúpula de cristal, y con tantos contratiempos podría no estar lista esta semana.
Lo que decía era una hazaña hasta para un constructor elfo. Pero decidió no cuestionar y seguir su camino. Debía informar al escuadrón que cuidaran el material, pues solo habían considerado proteger a los trabajadores. Detalles como esos no deberían ser su deber, pero no estaba conforme hasta tener todo en cuenta, Frey lo había vuelto así.
Recordó aquel día cuando a los diez años, le dieron a Frey su propia fragua, les había dicho que conocía el secreto de su padre para forjar el mejor acero, cuando Jimmer le preguntó cuál era, la respuesta fue…
“El secreto es siempre hacer las cosas bien, no importa qué tan poco importantes parezcan”
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Dos años más tarde, los dos eran soldados, cinco más, Frey era capitán y Jim Sargento. Más tarde, después de matar a ese dragón blanco, habían escalado a toda velocidad. Siempre habían trabajado juntos, pero desde ese día estaban cada vez más lejos, inmersos en sus obligaciones, haciéndose cada vez más diferentes.
Lo siguiente era asegurar que la casa que habían ofrecido a los dignatarios de Pellegrin fuera segura; algunos ciudadanos sospechaban de ellos, dado que el atentado contra Eri y todo lo que pasó después había sido perpetrado por dignatarios de Atyr que habían llegado el mismo día. Tenía confianza en eso, había puesto a guardias elfos en las entradas, no se molestó en dar la vuelta al distrito hasta la casa, en su lugar pidió el reporte a sus mensajeros cuando iba de regreso al castillo. Le costó encontrar a uno que no tuviera prisa, todo parecía urgente aquellos días.
El día pasó de una tarea a otra hasta que el sol se fue a descansar indicándole que hiciera lo mismo, decidió pasar a aquella taberna que solían frecuentar en su juventud, estaba en un distrito bajo, seguramente no habría sufrido daños. Necesitaba un poco de aquella cerveza de Druhunn, los enanos de otra cosa quizá no sabrían mucho, pero a la cerveza le ponían empeño.
Las luces de la ciudad lo guiaron hasta el distrito bajo sin demasiado problema, la taberna era apenas un pequeño local llamado “el basilisco tuerto” el dueño contaba una historia diferente cada vez que alguien le preguntaba el porqué del nombre. Varios de sus hombres ya estaban ahí, nada sorprendente salvo por la figura al final de la barra, no llevaba el uniforme y llevaba una capucha puesta, pero la postura lo delataba, sólo una persona bebía con la espalda completamente recta, en las pocas ocasiones que lo hacía.
Se sentó a su lado, mirando a la barra.
—Qué sorpresa Frey, tenías años sin venir aquí.
La figura no se giró a mirarle, pero le respondió —Tal vez vengo cuando tú no vienes amigo.
—Bueno, eso sí que sería un desafío, últimamente estoy aquí muy seguido.
—No lo dudo, contaba con eso, supongo —bajó la cabeza, ¿Qué le costaba relajar la espalda por una vez? —Hace ya un tiempo que no charlamos así.
—Dime por lo menos que hay cerveza en ese tarro —le quitó a su amigo la bebida que tenía frente a él apurando un largo trago —clara de Cormin, no has cambiado nada, esto no podría embriagar ni a tu hija, ahora que lo pienso, seguro que ella ya podría soportar el alcohol mejor que tú.
—No lo dudo —no pareció encajar la broma —esa niña tiene piel de acero y la fuerza de diez hombres, quizá más, y aún así no puedo evitar preocuparme de su seguridad.
—Es tu hija bobo —se terminó el trago de su amigo —seamos honestos, de toda tu familia, tú eres el más indefenso, la princesa Runaesthera tampoco sería fácil de lastimar.
Frey se llevó la mano a su costado, se había roto varias costillas en la batalla con el príncipe dragón, al parecer aún le dolía a pesar de la magia curativa de su esposa.
—Estoy consciente —suspiró —yo ni siquiera puedo imbuir mi propia espada con magia, vamos, tengo que pedirle a Runa que me ayude a invocar mi mandoble. Tampoco sirvo para esto de ser príncipe, me quedo callado en todas las reuniones, tú estabas hace días cuando casi cometo una indiscreción y sólo conseguí avergonzarnos a todos.
Jimmer escuchó a su amigo sin decir nada, pidió con una seña su trago de siempre.
—Ahora tal vez tampoco pueda luchar contra los dragones —prosiguió —ese príncipe era demasiado poderoso —volvió a tocarse el costado —si no fuera por —se quedó callado un rato.
—Frey —Jim se volvió a mirar a su amigo.
El sonido del golpe que Jimmer propinó a su amigo en toda la cara hizo que todos los presentes se pusieran de pie, nerviosos. Frey cayó al suelo, no reaccionó, Jimmer lo tomó por el cuello de su camisa.
—Escúchame bien, otro día no me importaría escuchar tus problemas de príncipe consorte, pero he tenido un día muy pesado por tu culpa, vas a decirme ya todo lo que me estás ocultando. Empezando con dos preguntas importantes. ¿Dónde está la condesa Mera? y ¿Porqué el dragón negro que capturamos en Unermia estaba aquí ayudándonos?
Ya conocía las respuestas, le había costado relacionar al dragón negro con el que había visto en Unermia, un explorador había rescatado a la condesa en un páramo alejado de la ciudad, Jimmer no había informado a nadie todavía y tenía a la mujer dragón a resguardo. Frey no se levantó ni contestó nada.
—Yo vi a ese dragón convertirse en mujer en Unermia, estaba junto a tí por amor a la diosa. ¿Tenías que mentirme a mí y a todos sobre quién era la mujer que trajimos de vuelta? Dijiste que habías ahogado al dragón en el lago, muchos te creyeron, confiaban en tí, ¿Cómo crees que se sienten ahora?
Jimmer pateó a Frey en el costado. Todavía no se levantó.
—Ven, siéntate —le dijo arrastrando una silla de una mesa cercana —tú y yo vamos a hablar.
Por esto eran amigos, ninguno dejaría al otro equivocarse tanto.