Era maravilloso volverla a ver.
El gran patio del castillo de Meyrin estaba lleno de personas felices, compartiendo el pan, la carne y el vino como en los mejores días de una vida vivida años atrás.
Al centro de todo estaba esa pequeña niña que de tan tierna era difícil no amarla, en especial para ella, que no podía ver claramente los rostros de nadie más, aunque a esa niña la distinguía tan claramente como cuando estaba viva.
Se quedó cerca de ella, siempre lo hacía cuando le era posible, cuando visitaba el castillo, no podían escucharse, pero a veces, bastaba con estar cerca para sentir aunque fuera un fugaz consuelo.
Las personas alrededor, apenas sombras para ella, empezaron a moverse, estaban aplaudiendo, le traían a la pequeña un pastel, podía imaginar su sabor, seguro sería parecido a los que había probado en vida de las mismas cocinas del castillo. Ahora que estaba de nuevo en manos de su familia. Tenía un centenar de velas, todas apagadas, claro, la pequeña respiraba fuego, esto tenía más sentido.
De los labios pequeños y rosados de la princesita salió un fuego de bello color lila en todas direcciones, nadie parecía temer las llamas e incluso algunas personas fueron alcanzadas por ellas sin que nadie pareciera siquiera notarlas. Ella misma, parada justo frente al pastel, se vio bañada en fuego, claro que no importaba, siendo como era, insustancial.
De repente los sonidos del mundo se aclararon, las sombras se convirtieron en personas, los murmullos en voces, el color volvió al mundo como si una espesa neblina se retirara. La gente empezó a agitarse, a levantarse de sus asientos y a gritar. Señalando en su dirección.
—¡Mami! —Gritó la pequeña con una sonrisa de oreja a oreja —¡Se los dije! ¡¡La encontré!!
Nada en el mundo hubiera preparado a Freydelhart para lo que pasó ese día, Eri estaba festejando su cumpleaños, el séptimo año de su vida y su segunda vez con ellos, cuando su llama púrpura había revelado nada menos que al espíritu de Erina. No había duda, se trataba de ella, nadie que hubiera estado más de un día en el castillo de Meyrin podría olvidar su rostro, y menos si conocía a Eri.
Llevaba puesta una armadura completa, usaba su cabello en una larga trenza rosada y miraba a todos a su alrededor como si no pudiera creer lo que veía.
La reina Eyren fue la primera en reaccionar, se levantó corriendo hacia hacia la aparición, que le abrió los brazos, pero fueron incapaces de tocarse, la atravesó como una columna de humo, el Rey Bestolf se aproximó despacio con los ojos llenos de lágrimas que ni toda su fuerza ni su actitud pudieron reprimir. La aparición los miró con ternura y dijo algo, pero el sonido era apenas un murmullo imposible de comprender.
—Dice que los ama, que siempre los está cuidando —Eri tenía ese brillo violáceo en los ojos, estaba usando el poder de los príncipes —creo, que puedo hacer que todos la escuchen.
Eri exhaló como en un grito y su fuego violeta se extendió una vez más. Cuando se desvaneció, Freydelhart pudo ver el mismo brillo púrpura en los ojos de todos los presentes. Él mismo ahora veía la aparición más clara, y en todo alrededor se percibía una luz azul muy tenue.
Una figura se abrió paso entre todos los presentes, su rostro era casi una máscara mortuoria, al parecer trataba de salir de un estado de shock. Bestenar mascullaba el nombre de su hermana como quien suplica por agua en medio del desierto, y de la misma forma caminaba como si su fuerza hubiera sido consumida por la sed.
—¿Erina? ¿Eres tú en verdad?
—Pequeño Bestie, —le replicó, su voz era como un eco en la profundidad —sí, soy yo, mírate, cómo has cambiado, eres todo un hombre ya, ¿Dónde te habías metido?
—Perdóname —le dijo cayendo de rodillas ante ella, la frente contra el suelo —te dejé morir, no debí irme, hubiera podido...
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—Vaya, parece que no has cambiado tanto hermanito —le respondió cruzándose de brazos y mirando hacia otro lado —todo se tiene que tratar de tí, levántate idiota, tenías once años y ni un poco de carne en los huesos, le doy gracias a la diosa que no estuvieras aquí ese día.
—Arrogante como siempre Erina, vamos, ¿Hubiera sido tan malo? ¿Cuánto tiempo has estado sola?
La fantasmal mujer se acercó al aún arrodillado muchacho e hizo ademán de tocar su mejilla con sus dedos inmateriales.
—Aquí nunca estoy sola hermano.
Eri quería hablar con la hija de la hija de la reina Eyren, se sentía apenada por apenas saber bien su nombre, apenas en Pellegrin le habían explicado que podían haber muchas reinas, tenía sentido, si había muchos reyes también podía haber muchas reinas. Lo malo era que Mamá no la dejaba acercarse. Decía que era un momento familiar.
Pero Eri tenía una pregunta muy importante que hacerle, una que no podía esperar. Se escapó de la mano de Mamá y corrió donde el tonto acababa de levantarse del suelo.
—¡Señorita! Por favor, tiene que decirme si es verdad que yo me la comí —miró a Bestenar con los ojos enrojecidos y húmedos —dígame la verdad, necesito saber.
—Eres la pequeña que salió del huevo, ¿Sabes que eres la única a la que podía ver claramente? Te estuve cuidando cinco años en la sala del trono, creo que tú no podías verme ni oírme. Es una pena. Perdóname, tú no me devoraste pequeña, yo intenté matarte y fracasé.
Freydelhart lo recordó enseguida "mi mami estaba en este cuarto" le había dicho Eri que le decía el dragón que la cuidaba.
—Creo que la diosa me ha castigado —la mujer continuó hablando—dándote mi rostro y obligándome a verte crecer, a amarte como lo hubiera hecho con una hija. No pude abandonar la sala hasta que un hombre te llevó con él.
Eri todavía lloraba, pero su sonrisa, llena de nostalgia se asomó en su rostro. Frey se acercó, también necesitaba respuestas, Runaesthera estaba a su lado, muda de angustia y anticipación.
—Yo soy quien se llevó a Eri de la sala del trono, no, yo soy ahora el padre de Eri. Le suplico que nos diga exactamente qué fue lo que pasó.
—Usted es... —la muchacha hizo una pausa llevándose las manos al rostro —Freydelhart, el héroe matadragones. ¿No es verdad? Qué honor conocerlo por fin, yo, no sé qué decirle, es usted una leyenda, siempre quise ser como usted. No lo reconocí ese día, en el éter todo se ve borroso, y las voces son como murmullos. Si usted es quien se ha encargado de la pequeña, sé que estará bien. Hasta la envidio un poco —la figura fantasmal de Erina cambió su lenguaje corporal, Frey, no supo distinguir lo que expresaba, pero Runa parecía molesta. Frey carraspeó para indicarle que continuara.
—Oh sí, lo siento —dijo visiblemente avergonzada, tenía la apariencia de una guerrera veterana y el ser un espíritu la hacía ominosa, pero en ese momento, se comportó como una muchachita ante una figura de autoridad —el día del ataque vi al mayordomo del castillo correr con el huevo del rey en la mano, no es posible romper uno fácilmente, pero quizá él no lo sabía. Lo llevó a la sala del trono donde me imagino que intentó destruirlo de mil modos. Mientras tanto el rey dragón combatió a otros tres o cuatro dragones, eran especialmente grandes como para poder distraerlo, pensé que tendría la oportunidad y ataqué su cabeza con mi lanza plateada. Solamente pude dañar su ojo derecho, y eso fue mi perdición, me aplastó con su garra como si fuera una mosca contra el muro de la torre. Sin el cuerno de unicornio que tenía mi lanza hubiera muerto de inmediato. Los decepcioné a todos. Lo lamento Padre, Madre, nunca pude ser la persona que me prepararon para ser.
El rostro del rey Bestolf se colapsó, trató de mantenerse firme mientras su esposa lo aferraba para no caer al suelo en un mar de llanto.
—Quedé tirada en el patio hasta que el rey dragón finalmente devoró a los demás, lanzó un rugido lastimero tras buscar su huevo por todo el patio sin ningún éxito, y simplemente se fue. Me tomó horas, pero pude ponerme en pie y caminar a la sala del trono, ahí estaba Maese Frigg con el huevo. Parecía que iba a abrirse, así que lo apuñale con mi lanza antes de que ocurriera, lo siguiente que supe fue que el mundo se hizo oscuro, pude ver mis propios huesos caer al suelo y mi lanza fundirse hasta la nada. Se suponía que eso no debía pasar. Un poco después la vi, la pequeña bebé con alas y cuernos que ahora eres tú —miró a Eri con ojos entornados y los labios en una media sonrisa —Sé que maese Frigg cuidó de ti en la sala del trono por cinco años, pero nunca supe por qué. Podría haberte llevado a otra parte, además siempre temí que siendo tú un dragón te hiciera daño.
—El señor de la puerta —respondió Eri —siempre decía que tenía que esperar ahí a mi papá dragón, y que si venía el héroe me haría daño. Me ponía ropa y me peinaba para que si venía, creyera que era humana. Me dijo que nunca lo olvidara. Cuando Papi —dijo señalando a Frey —vino por fin, siempre supo que era un dragón y de todos modos me cuidó y me amó mucho.
La escena era conmovedora, pero frustrante, Erina parecía saber incluso menos que ellos ¿Qué habían aprendido que no supieran ya? Excepto...
—Oh Diosa de la paz —exclamó Erina —entonces ese nunca fue Frigg, un dragón vestido con su piel. He sido una tonta, siempre pensé que el viejo había enloquecido de dolor, le susurraba palabras de consuelo aunque no pudiera oírme.
—Tal vez no estás equivocada —le dijo Frey —ese dragón desvariaba cuando lo encontré, pero dinos. ¿De dónde sacaste un cuerno de unicornio?