El establo del señor Pankoro parecía el último lugar tranquilo en toda la ciudad. Eri amaba ese lugar desde siempre, a papá le gustaban los caballos, ahí estaban Saltarín, Pergamino y Luz de luna, era donde siempre podría encontrar a Koro para salir a jugar, o para tomar clases, aunque la señora Mera se había ido volando y no regresaba todavía... ya la estaba extrañando mucho. Aunque la regañara siempre.
Eri no quería volver al castillo todavía.
Koro estaba ocupado con su papá, a veces pasaba, Eri, estaba sola en el establo, en realidad nadie sabía que estaba ahí, sentada al lado de su potrillo. No le había puesto nombre, había muchos para escoger. Eri pensaba que los caballos tenían suerte, sus nombres eran sencillos, evocaban cosas lindas o deliciosas, como Canela y Nubecilla, los caballos que tiraban del carro de suministros. Podía ponerle a su amigo el nombre más bonito del mundo si quería, pero aún tenía que pensar, y días como ese, le costaba mucho trabajo.
Mamá y papá habían discutido la noche anterior, lo habían hecho casi cada noche desde ese horrible día que la señora Mera se fue, se llamaban por nombres groseros y terminaban llorando. Le rompía el corazón escucharlos. Sabía además que cuando volviera la iban a regañar muy feo, desaparecer sin avisar siempre terminaba así. Qué le iba a hacer, su potrillo blanco se acurrucó contra ella, frotándose cariñoso.
Eri podía ver el cuerno en la frente de su potrillo, le había dicho a mamá, a papá, al señor Pankoro, ni siquiera Koro le creía, bueno, él por lo menos había acariciado la frente del animalito, sus manos atravesaban sin tocar el cuerno. Pero estaba ahí, no lo imaginaba, ella incluso podía tocarlo pero sólo cuando estaban solos. Era como aquel día en el valle...
—Aquí estabas niña —de entre todas las personas, ¿porqué ese? —tus padres están como locos buscándote, deja de dar problemas y ven —ese... no, Bestenar se asomaba por la puerta del establo, era demasiado delicado para entrar si papá no lo obligaba, ya debería de acostumbrarse. Eri no se movió.
—No les digas que me encontraste —Eri de verdad no quería irse todavía — por favor...
—No puedo —dijo con sincera contrición —les dije que venía para acá, si alguien más te encuentra sabrán que mentí. Ven, casi es hora de cenar. Tu papá está muy preocupado.
¿Tanto tiempo llevaba ya? Koro y su padre no habían vuelto en todo el día, si era así quizá habían salido de la ciudad...
Al final, dejó a su pequeño amigo al lado de Luz de luna para que estuvieran juntos un rato y ella fue a hacer lo mismo, Bestenar la llevó de la mano, todavía no le gustaba ni un poquito, como si el agradarse fuera algo fuera del alcance de cualquiera de los dos, pero ya no se enojaba sólo por que estuviera cerca, y tenía que reconocer que había sido muy valiente y la había ayudado aunque fuera un debilucho quejoso; aunque la llamara enana, monstruo, o niña tonta... Eri decidió no pensar más en él o se iba a volver a enojar.
Habían caminado hacia el castillo un rato cuando Eri tuvo que preguntar.
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—¿Porqué me ayudaste? Yo no te agrado, eres malo conmigo siempre.
—¿Estoy siendo malo contigo ahora mismo?
—Si, me jalas a cada rato porque no puedo caminar tan rápido como tú.
—Ja!, pues perdón, pensaba que la niña dragón perfecta podía hacerlo todo mejor que yo.
—Tú eres grande, tus piernas flacuchas son muy largas, me dejas atrás a propósito.
—Agradece que tengo piernas flacuchas o no hubiera llegado a alejarte de los dragones.
Eri se quedó callada un momento, pero dejó de caminar, era mucho más fuerte que él. Pero su peso era el de una niña normal así que el jalón la arrastró, Él la soltó por fin.
Mira —dijo Bestenar girándose a mirarla por fin —te ayudé porque no quería que te pasara nada ¿Está bien? Hace seis años no estuve para mi hermana, y pues...
—¡Ya dilo niño tonto! ¡Todavía crees que me la comí! Por eso me tratas feo y me robas a mi papi —Eri pensó que la iba a abofetear, las palabras le habían salido como cuando respiraba fuego. En su lugar se agachó a su nivel.
—Escucha mocosa, no sé porqué pero el hecho es que eres exactamente igual a ella, en todos aspectos, carajo, ella también se burlaba de mí, me llamaba flacucho y hasta se enfadaba las pocas veces que nuestro padre me ponía atención. Era una consentida, y aún así le salía todo bien. Pero, nunca pude odiarla. No sé si te la comiste a trozos, la absorbiste como ese fuego que devoras, o si la Diosa decidió revivirla como un dragón. Pero eres lo más cercano que tengo a ella. Y aunque a tí sí que te odio, no voy a dejar que te pase nada. No me importa si me entiendes. Sé que no tiene sentido. Ahora camina, nos están esperando y nos meteremos en problemas si llegamos tarde.
Eri ya no pudo contestar, ese viejo sentimiento de aquel día cuando lo escuchó llamarla monstruo en la sala del trono de Meyrin regresó a apachurrar su corazón otra vez.
Caminó detrás de él tan rápido como podía, no se detuvo a esperarla, el muy grosero, cuando llegaron al castillo no se dirigió a las habitaciones o al comedor, sino... Eri corrió, abrió la puerta de la oficina que les servía de salón de clases.
—Buenas tardes señorita —la saludó la señora Mera con su cara seria de siempre, llevaba un vestido nuevo, azul como le gustaban con mangas más largas, pero Eri se daba cuenta, estaba cubierta de heridas y cicatrices —está usted justo a tiempo para sus lecciones, espero no haya descuidado sus tareas en mi ausencia.
Los ojitos se le llenaron de lágrimas —¡Señora Mera la extrañé mucho! —corrió a abrazarla ignorando a propósito lo mucho que insistía en que no le gustaban los abrazos. Frotó su carita contra el vestido hasta que estuvo satisfecha, esta vez, ella no la apartó.
Tuvieron una lección ese día como si nada hubiera pasado, Bestenar aprendió algunas cosas complicadas que Eri nunca entendía, y ella pudo por fin aprender a escribir todos los nombres de los miembros de su familia correctamente. Incluso había escrito el nombre de ese, pero con letra fea.
Cuando fue hora de terminar la lección, Bestenar se fue directo al comedor.
—Señorita —le dijo la maestra —¿Puede por favor concederme unos minutos?
—Sí señora, ¿Qué hice esta vez?
—Oh no, no se trata de sus lecciones, sólo...—se agachó para hablarle a los ojos, últimamente todos lo estaban haciendo —bueno, me alegra haber podido serle de utilidad y quiero pedirle perdón por escapar, no podía dejar que otros humanos me vieran... y bueno, cuando llegué a las montañas, mi juramento me obligó a volver a este cuerpo, estuve perdida por varios días, le aseguro que nunca quise que fuera así...
—Yo también la quiero mucho señora Mera, gracias por regresar. —La abrazó una vez más, mientras le daba una nueva chispa de su fuego en la forma de un beso en la mejilla, sintió como el calor de su poder volvía a encenderse mientras las heridas se cerraban.
—Señorita, no merezco su afecto, —le dijo acariciando su cabeza —tuvimos suerte, el príncipe blanco no sabía que usted tiene una piel invulnerable, en otro caso, mi terrible fallo le habría costado la vida. Le juro que nunca volverá a pasar. Pero hoy, vamos, sus padres nos esperan a la mesa.
Ahora sí la iban a regañar.