“¿Puedes devolverla por mi?”
Habían sido las últimas palabras de la princesa Erina antes de desvanecerse, al parecer confesar que había robado la lanza de la reina heroína le había traído por fin la paz. Se había ido sonriendo, rodeada de su familia y amigos, que sucediera durante el cumpleaños de Eri había sido una bendición, Runaesthera deseó irse de la misma manera cuando le llegara la hora.
Al final, con todo, no estaban seguros de cómo Eri había llegado a ser. Por lo menos sabían porqué tenía la lanza y podían suponer que su extraño poder de consumir el fuego y curar heridas venía de la misma, ¿Por eso la había elegido el unicornio?
Habían decidido con Frey que devolverían la lanza, Eri había demostrado que no la necesitaba para usar sus poderes, pero debían hacerlo con discreción, ya habían intuido dónde estaba ese estanque, aún así, Eri no dejaba de preguntarle a Peonia. Aunque la pequeña unicornio ya no hablaba ni con ella ni con nadie. Eso sí, era claro que entendía y podía responder con gestos sencillos.
Pero antes de partir, debían hablar con el rey en privado, en la sala del trono.
—Majestad, —Frey ya se estaba acostumbrando a tomar la palabra en estas situaciones —necesitamos saber sobre el libro al que Erina hizo referencia en su relato. Lamento ser franco, pero sospechamos que se trata de un tesoro perdido de Artemia.
El rey Bestolf lucía contrito, o quizá simplemente afectado por los acontecimientos recientes. Inesperadamente, fue la reina Eyren quien respondió.
—No culpen a mi esposo, tampoco él sabía de su existencia, y Erina no tenía porqué encontrarlo —la reina los miraba con esos ojos maternales que usaba con Eri.
—Explíquese por favor majestad —Runa siempre trataba de ser cordial con la reina, pero empezaba a impacientarse.
—Ese libro —explicó —es una herencia de nuestra familia, quizá lo ignore princesa Runaesthera, pero nosotras dos descendemos de la reina heroína, su señor padre fue muy criticado por su causa, pues al tenerla a usted como única hija el linaje se detuvo por fuerza. Aunque no estábamos en la linea del trono desde hace más de setecientos años. La muerte de Erina deja a Bestenar como el único capaz de continuarlo.
Muchas cosas empezaron a tener sentido, su padre le hablaba de los días en que lo odiaron por ser un elfo, y cuánto había sufrido su madre hacía ya varias décadas.
—Se trata de la crónica de la reina —continuó —escrita por su esposo a su muerte y guardada por sus descendientes hasta hoy. Solía estar escondido en Artemia, hasta que me prometí con Bestolf, mi padre me lo dio para que lo mantuviera oculto. Tanto por el secreto de la lanza como por lo que representa, es una reliquia de nuestra familia. Admito que nunca me interesó leerlo. Tampoco dudé jamás de mi hija como para suponer que sus hazañas se debieran a nada que no fuera su propia fuerza.
—Yo sabía que éramos parientes, majestad, —Runa suavizó su tono nuevamente —recuerdo que se fue usted muy joven de Artemia, por la época que mi madre aún vivía.
—Sí, su señora madre era mi tía abuela. No nos conocimos mucho tiempo. Pero si me permite la brusquedad, ese libro es mío por derecho, y aquí se quedará. Apreciaría que no se hable de su paradero.
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Ni hablar, estaba zanjado.
—En ese caso majestad —Frey sonaba satisfecho —nos disculpamos, agradecemos su hospitalidad y su cariño, del libro solo queremos una cosa; que nos prometan que nadie más podrá leerlo.
Sin esperar la respuesta, se dio la vuelta y la llevó del brazo dando con ello su voto de confianza. Un poco pomposo, pero definitivamente apropiado. Ya no la miraba buscando ayuda o aprobación, o mejor dicho, la miraba seguro de conseguirla, esa encantadora sonrisa de seguridad se estaba volviendo su estado natural.
Ese mismo día debían partir de regreso a Artemia. Los preparativos estaban casi listos, lo interesante era quién los estaba supervisando.
—¡Este caballo necesita ser reemplazado en el carro! —Bestenar hablaba con Pankoro y los otros cocheros, el pequeño Koro lo miraba con admiración desde detrás, Eri lo consideraría una traición —intercámbialo con Nubecilla, ha descansado, su casco debe estar mejor, además, debemos reforzar las ruedas de los carros, ya casi no hay bandidos en el camino, pero nunca se sabe. Tú, el pequeñito, te llamas Koro ¿Verdad? Asegúrate que Peonia esté bien cepillada, seguro que Eri no la cuidó esta mañana, es un unicornio por la diosa, no un jamelgo que pueda ir por ahí con la crin desarrapada.
Los cocheros, incluso el pequeño Koro se cuadraron con un sonoro “Sí alteza” y se pusieron manos a la obra.
—Bestenar —Frey se le acercó al muchacho que se veía mucho más recio, pero aún vestía un exagerado traje de terciopelo con mangas rematadas en encajes, haciéndolo una visión pintoresca —Veo que has decidido quedarte, aún no has terminado tu pupilaje, y creo recordar que en Pellegrin me dijiste que no estabas listo.
—Así fue, príncipe Freydelhart —le respondió envarado, pero era obvio que estaba nervioso —pero, mis padres no están en condición de reinar apropiadamente, la visión de Erina los afectó profundamente. Debo hacerme cargo del reino por un tiempo y apoyarlos en un momento tan difícil. Espero pueda perdonarme, le prometo volver a Artemia en unos meses.
—No creo que haga falta príncipe Bestenar, como te dije entonces, estás listo, y acabas de demostrarlo. Estoy orgulloso de ti, pero no tanto como lo está tu padre, dale tiempo, y, cuando vengas a Artemia, pasa por la armería.
Contra todo lo que Runa esperaba, el muchacho abrazó a su maestro y se aferró a él con fuerza, antes de recomponerse y caminar como si nada en otra dirección.
—¿A dónde vas ahora muchacho?
—Tengo algo pendiente —dijo, y siguió su camino sin mirar atrás.
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Eri ya tenía un rato esperando, ese tonto le había pedido que lo esperara en el patio, donde a veces entrenaban con Papá. Se había sentado en una cornisa alta, con las piernas colgando, era lindo poder volar.
—Niña —ya venía, caminando como gallo y vestido acorde, a Eri le parecía gracioso — gracias por esperar.
—Tú me pediste que viniera, tonto.
—Es verdad, —pareció relajar un poco su pose, miraba hacia otro lado —mira, esto no es fácil, pero creo que es justo, te debo una disculpa, te he tratado mal sin motivo. Tú…
—Yo no me comí a tu hermana, te lo dije, aunque parece que sí se murió por mi culpa —Eri estaba triste por eso, no había hecho nada malo, lo sabía, pero recordaba las palabras de Erina y se preguntaba si, tal vez, estaría viva de no ser por su fuego.
—Eso no lo sé, pero ella dijo que te amó, que te cuidó esos cinco años a su modo, no me puedo permitir seguir odiándote si ese es el caso.
—Yo tampoco te odio, pero todavía no me gustas, me haces enojar.
El muchacho rió —bueno, creo que puedo vivir con eso. Pero necesito pedirte perdón.
—Yo te perdono Bestie.
—Oye, solo mi hermana me llama así.
Eri simplemente le dedicó su sonrisa traviesa, la que siempre la sacaba de problemas y saltó de la cornisa al suelo frente a él.
—Ugh, está bien, pero necesito otro favor —sacó un sobre sellado y lacrado de su chaqueta —dale esto a…
—La niña de las flores, yo le diré que la amas y que sueñas con ella cuando te quedas dormido en el carruaje.
—¿Qué? Espera, no vayas a…
Eri le arrebató la carta y salió corriendo entre risas de vuelta con sus padres. Ya casi era hora de irse.