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31 - El laberinto inferior.

A veces, recorrían un tramo en llano. Otras, les tocaba subir un pequeño repecho. Pero, en general, el camino descendía cada vez más. No era una ruta cómoda; el suelo estaba cubierto de arenilla, polvo y piedrecillas, que les hacía resbalar de vez en cuando. Las paredes tomaban desvíos imprevistos, y el techo sobre sus cabezas cambiaba sin avisar; tan pronto les obligaba a andar agachados, como se elevaba por encima de ellos, hasta el punto de que la luz de las antorchas no llegaban a iluminarlo. De la misma forma, las paredes se estrechaban y ensanchaban constantemente. Y todo eran giros y recovecos, no había ningún tramo que permaneciera recto más de diez varas. Pero al menos no tenían que andar entre estalactitas y estalagmitas. En este tipo de cuevas de granito, era muy extraño que se llegaran a formar.

Lysandra pisaba con cuidado, apoyándose sobre las paredes de roca. No le apetecía nada torcerse un tobillo, o peor aún, romperse una pierna. Sí, es cierto que su hermana y su madre estaban allí para sanar cualquier herida que pudieran hacerse, pero no quería tener que pasar por eso. Calculaba que habrían transcurrido ya como tres horas desde que comenzaron la travesía, e intentaba guardar en su memoria la ruta que estaban siguiendo, por si ocurriera algo inesperado y tuvieran que regresar. Repasaba una y otra vez el orden de los desvíos. Primero, a la izquierda, después a la derecha, luego izquierda de nuevo, y por último, el camino del centro, en una parte donde la ruta se dividía en tres. Pero siempre hacia abajo, hacia las profundidades.

Se estaba acostumbrando, o más bien, resignando, a este ambiente denso y claustrofóbico. El calor y la humedad hacía que sudara sin parar, y ya se había bebido un cuarto del odre de agua que portaba. Agradecía que hubieran traído suficiente. Aunque de sed no morirían, pues pasaron ya sobre un par de arroyos naturales que surgían de entre las rocas, y sin duda, se cruzarían con más durante el camino.

De vez en cuando, volvía la vista atrás, para comprobar si su hermana se encontraba bien, y aunque la oscuridad le ocultaba los detalles, adivinaba que Zari aún estaría peor que ella; el calor solía sentarle muy mal. Detrás de su hermana andaba Verruga, iluminado bajo la antorcha que portaba. No se le veía especialmente cansado ni molesto. De hecho, parecía que hasta sonreía. Que envidia, andar siempre tan alegre y despreocupado.

Aunque ella tampoco es que estuviera triste. Preocupada, por supuesto. Incluso asustada. No solo por lo que estaban pasando en ese momento, sino por el inevitable enfrentamiento que les aguardaba cuando llegaran al templo. Pero triste, no. Ya no. En verdad, hasta sentía cierta vergüenza por la reacción que había tenido el día anterior hacia su madre. En el fondo, sabía de sobra que Edel no la habría puesto en peligro ni a ella, ni a su prometido. Conscientemente, al menos.

Y aunque no fuera en realidad su progenitora, no podría haber tenido mejor madre. Guardaba cierto rencor, eso sí, por no confesar todo esto antes. Y lo compensaría, manteniéndose fría y orgullosa un poco más. Pero tarde o temprano tendría que hacer las paces con ella. Y deseaba de corazón que fuera pronto.

Según avanzaban, le pareció escuchar un ruido grave, profundo y continuo, que aumentaba a cada tramo de la senda. Tras doblar otro recodo estrecho, el camino se abrió repentinamente a una enorme gruta. Era imposible calcular las dimensiones en la oscuridad, pero el eco de sus pisadas sugería que esa oquedad subterránea debía de ser inmensa. Se escuchaba el rugir de una corriente embravecida frente a ellos. Y olía con fuerza a agua de mar. Un ambiente salobre y húmedo.

—Creo que podremos descansar aquí —dijo Edel, casi gritando. Lysa se sobresaltó, pues hacía un buen rato que ninguno de ellos abría la boca —. Encendamos una hoguera.

—No recuerdo haber escuchado nada sobre traer leña —se quejó Alaric.

—Porque no era necesario. Hay madera por doquier en la playa.

Sorprendidos, se acercaron a la corriente de agua. La orilla estaba formada por pequeños cantos rodados, y no tardaron en recoger varios trozos de madera de deriva. No era lo mejor para alimentar el fuego, pero su madre no tuvo problema en hacerla arder con fuerza. La potente luz de la hoguera les abrazó cálidamente y les permitió, al fin, atisbar los brillos en las paredes y la bóveda de piedra que se alzaba sobre ellos. Tal como había imaginado, la caverna era gigantesca. Y casi toda se encontraba inundada, formando un vasto lago subterráneo.

—Esa corriente que veis allí delante no es realmente un río. Es agua de mar que entra a la caverna al subir la marea, y que rellena el lago, arrastrando madera, peces y otras cosas consigo. Cuando la marea baja, toda esa agua vuelve de regreso al mar.

—Entonces, ¿nos encontramos solamente a nivel del mar? Pensaba que estaríamos mucho más abajo —replicó Alaric.

—Y en verdad que hemos descendido bastante —asintió Edel —, pero es que la entrada desde donde venimos se encuentra a gran altura. Ya no podremos seguir bajando más, porque las cavernas más profundas están inundadas. A partir de aquí, todo es bastante llano, hasta que nos acerquemos a la salida. Como os dije, la subida será dura, pues el valle desnudo está aún más elevado que nuestra casa.

Comieron un poco y descansaron. Alaric comentó que le hubiera gustado pescar algo, pero por desgracia para él, no disponían de tanto tiempo. Era agradable poder estar un rato en una zona más abierta. Incluso el aire, aunque salobre, no era tan pesado como en los estrechos túneles que acababan de dejar atrás.

Lysa se levantó, y merodeó un poco por la orilla. Se acercó hasta un pequeño puente de piedra en arco que cruzaba al lado opuesto de la corriente, donde parecía que se abrían otro par de túneles. Después, caminó observando cómo el agua oscura abandonaba la caverna en un remolino espumoso, hacia el exterior. Se preguntó si podría salir hasta el mar, arrastrada por la corriente. Incluso le pareció ver unos destellos en el fondo del cauce, como si se colara por allí la luz del día. Quizás el exterior no estaba tan lejos.

—Si crees que saltando podrías llegar buceando hasta el mar, será mejor que lo olvides —dijo Edel a su espalda, que se había acercado hasta ella en silencio —La luz que ves es la del día, pero en verdad que hace cosas raras ahí abajo. La salida está muy lejos.

Lysa apretó los puños, y estuvo a punto de darse la vuelta y alejarse sin responder, aunque se contuvo. Era una estupidez seguir con esa actitud.

—No estaba pensando en saltar, madre —dijo, relajándose con un suspiro —. Lo cierto es que no me importaría darme un baño, con el calor que hace.

La anciana sonrió al recibir al fin una respuesta. Se acercó un poco más.

—No te lo aconsejo. No cubre demasiado, pero el suelo es traicionero. Yo lo intenté una vez, y la corriente casi me lleva.

—¿Tu sola, aquí abajo? Suena arriesgado.

—No, estaba acompañada —respondió su madre con un deje de nostalgia en su voz—. Ya os comenté que estuve saliendo con un chico, hace mucho tiempo. Yo era joven y tonta. Él me salvó la vida aquí.

—Vaya, vaya, madre. Tu sola en esta caverna, con ese muchacho. Me pregunto que más cosas haríais, aparte de daros un baño —señaló Lysa, con cierta sorna.

—No responderé a eso —contestó su madre, con dignidad. Pero le puso una mano sobre el hombro y, acercándose y guiñando un ojo, susurró con una risita —Aunque te lo puedes imaginar.

Volvieron hasta el grupo. Lysa se dio cuenta entonces de que los demás las observaban de reojo, haciéndose los despistados. Así que agarró a su madre por el brazo. Todos parecieron relajarse. Zari sonrió. Un simple cambio de actitud parecía que había mejorado las cosas, en un momento.

Tras el breve descanso, se dispusieron a continuar. Cruzaron el puente y llegaron hasta la orilla contraria, junto a la pared de roca, que se abría en dos caminos.

—Por la derecha —señaló su madre —. Tened cuidado ahora de no separaros, la zona está llena de túneles horadados por las aguas durante milenios, es un auténtico laberinto. No os separéis de mí, y vigilad que quien venga detrás no se aleje.

Dejaron atrás la amplitud de la caverna del lago y volvieron a los angostos pasillos. Marchaban más rápido, ya que tal y como había comentado Edel, la ruta era bastante llana. La mujer caminaba con seguridad, conduciéndoles entre la maraña de túneles y aberturas que se abrían a ambos lados. Y por arriba, e incluso bajo sus pies. En un par de ocasiones, tuvieron que saltar por encima de agujeros oscuros, auténticas trampas si no se andaba con cuidado. Lysa ya se había dado por vencida. Llevaban ya un par de horas en ese laberinto de piedra, y hacía ya un buen rato que perdió la cuenta de los giros que tomaba su madre. Si la dejaban allí sola, sería incapaz de encontrar el camino de vuelta. Y con ese pensamiento intranquilo, se apresuró para acercarse más a Alaric, y no perderle.

Hasta que de repente, Edel se detuvo en seco. Tan repentinamente, que Alaric no pudo evitar golpearse contra ella. Y Lysa tras él. Y después, Zari, que a su vez fue arrollada por Verruga. El silencio que les rodeaba se rompió en una cadena de empujones, de “Dioses”, “¡Ay!”, “Perdonadme” y quejidos y exclamaciones varias.

—¿Qué ocurre, Edel? Casi os paso por encima —se quejó Alaric, mientras intentaba recular para dejar espacio a la anciana.

—El camino… no está.

—¿Qué quieres decir con que “no está”, madre? —preguntó Lysa, alarmada.

—Lo que he dicho. Mirad.

Edel señaló al frente, y Alaric acerco la antorcha para iluminar mejor. Delante de ellos se encontraba una pared de rocas y piedras, que bloqueaban el túnel. Un gran desprendimiento. Incluso con las herramientas adecuadas, les llevaría días, si no semanas, retirar todos esos escombros.

—La última vez que estuve aquí, el camino estaba despejado… En fin, el tiempo no perdona a nadie, ni siquiera a la piedra —se resignó Edel, con tono cansado.

—¿Podríamos intentar abrir nosotras el camino, madre? —preguntó Lysa. Aunque adivinaba la respuesta. La cantidad de material era enorme.

—Quebrar parte de esa roca usando el Poder… Mejor no—contestó sla anciana, negando con la cabeza —. Es demasiada, y podríamos provocar más desprendimientos.

—¡Dioses! Exclamó Alaric—. Decidme que hay otro camino.

—Sí, creo que lo hay… —respondió Edel, aunque su tono era menos seguro esta vez.

—¿Creéis?

—Conozco su existencia. Pero nunca lo he tomado. Una vía secundaria que existía precisamente por si alguna vez llegaba a pasar esto. Una ruta por la que seguramente no ha transitado nadie desde hace cientos de años. Más larga. Más profunda. No puedo confirmaros siquiera que permanezca abierta.

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—¿Tenemos alguna otra opción? —Lysa no pudo ocultar la preocupación en su voz.

—No, si queremos llegar en menos de tres días. Debemos regresar al lago. Y tomar la ruta alternativa, antes de que la marea comience a subir, o si no nos quedaremos encerrados en estas cuevas hasta que el nivel del agua vuelva a bajar. Eso nos haría perder toda la noche.

—Adelante, pues. No nos sobra el tiempo, así que volvamos lo antes posible —dijo Alaric, dejando espacio para que Edel volviera a ponerse en cabeza.

Era increíble la forma en que su madre, a su edad, era capaz de moverse tan rápido y tan ágil entre esos estrechos pasillos de roca. Incluso a Alaric, con sus largas piernas, le estaba costando mantener el ritmo. Lysa medio corría como podía tras él, pero notaba que le faltaba el aliento, y empezó a jadear. La herida de su pecho volvía a pasar factura. Poco a poco, se fue quedando atrás hasta que la silueta de Alaric desapareció tras una curva. Aunque continuó persiguiendo el reflejo de la antorcha, el pánico empezó a crecer en su interior.

—¡No tan rápido, por favor!

Los ecos de su voz resonaron en la caverna, pero parecía que la distancia con Alaric cada vez era mayor. Se giró, nerviosa, para comprobar si su hermana permanecía detrás. Vio el resplandor de la antorcha de Verruga, que se perdía tras otro recodo.

—¡No, por ahí no!

Corrió de vuelta para avisar a Zarinia y al joven, pero al girar la curva, lo único que encontró fue la luz desvaneciéndose tras otro giro del camino.

—¡Zarinia! ¡Verruga! ¡Regresad, es por aquí!

Siguió el rastro de luz, que se disipaba rápidamente entre las curvas del túnel. Otro recodo más, y el resplandor terminó de desaparecer. Y de repente, Lysa se encontró sola y entre tinieblas.

—¡Madre! ¡Alaric!

La única respuesta que recibía era su propia voz, repetida cientos de veces a su alrededor. Empezó a temblar. Su hermana y Verruga se habían perdido. Ella se había perdido. Y todo lo que la rodeaba eran ecos y una oscuridad tal que se tuvo que palpar los párpados para asegurarse de que tenía los ojos abiertos.

«No te asustes. No te pongas nerviosa», pensó para sí. Le pareció escuchar voces lejanas, gritando su nombre.

—¡Aquí, estoy aquí!

Avanzó a tientas, hasta que le dio la impresión de girar hacia otra dirección ¿Qué estaba haciendo? No podía proseguir así, se podría caer a cualquier abertura del suelo y quebrarse una pierna, o el cuello.

«Lo primero es conseguir un poco de luz. Después, volveré por el mismo camino hasta encontrar a madre y a Alaric, y cuando estemos juntos, iremos a buscar a Zari y a Verruga».

Luz. Cualquiera pensaría que, para una hechicera tan capaz, crearla sería como coser y cantar. Pero lo cierto es que no se podía generar de la nada. ¿Qué opciones tenía? Calentar una piedra al rojo le hubiera proporcionado algo de luz, aunque no la suficiente. Además, ¿cómo la iba a llevar encima, sin quemarse? «Luz. Necesito luz». Tanteó su morral, y suspiró, aliviada. No recordaba haber metido ninguna antorcha, pero seguro que su madre se había tomado la molestia por ella. O Alaric, que siempre procuraba tenerlo todo planeado y preparado. La sacó con cuidado y tuvo que palpar ambos extremos para comprobar cuál era el lado inflamable. Después, se concentró, y la tela embreada se calentó hasta el punto de ignición, encendiendo la llama con un breve fogonazo. Suspiró con alegría, esa pequeña fuente de luz acababa de devolverle la esperanza.

—¡Madre! ¡Alaric! ¡Zarinia! ¡Verruga! —gritó.

—¡Madre! ¡Alaric! ¡Zarinia! ¡Verruga! —respondieron las profundidades, casi como una burla de mal gusto.

Se encontraba totalmente desorientada. ¿Por dónde había venido? Estaba segura de que en la oscuridad estuvo girando sobre sí misma, pero ignoraba cuánto. La pequeña alegría que le proporcionó la antorcha fue arrastrada repentinamente por un torbellino de ansiedad que hizo que su respiración se hiciera cada vez más fuerte. Notaba el corazón martilleando en su pecho, y el aire pesado y caliente parecía no querer entrar a sus pulmones. Empezó a marearse. Las paredes de roca daban vueltas a su alrededor. Se ahogaba.

«Basta. Tranquilízate, Lysandra, por todos los Dioses. Así no saldrás de aquí, jamás».

Se sentó en el suelo rocoso, cerró los ojos e intentó controlar su respiración. Poco a poco, volvió a recuperarse.

«Está bien. No resolveré nada parada aquí. Y como realmente no sé dónde estoy, me da igual ir en una dirección o en otra».

Recogió, un guijarro del suelo humedeció un lado con el sudor de su frente, y lo lanzó al aire.

«Piedra seca, diestra. Piedra mojada, siniestra». El azar decidió por ella, así que se encaminó hacia su derecha, con la antorcha en alto. Estuvo avanzando durante un rato. Bastante, en realidad, aunque no sabría determinarlo. Había perdido completamente la noción del tiempo, pero se podía hacer una idea, ya que observaba con nerviosismo cómo la antorcha se iba consumiendo poco a poco. Daba igual, de nada valía preocuparse por eso.

De vez en cuando llamaba a gritos, pero la única respuesta eran los ecos de su propia voz. Continuó hasta que el camino se bifurcó hacia ambos lados.

«Y ahora, ¿qué? ¿Vuelvo a hacer lo de la piedra?»

Se encogió de hombros, en un gesto de indiferencia, y se agachó para recoger otro guijarro. Pero se detuvo en seco al oír un gorgojeo. Quizás era fruto de su imaginación. Asomó la luz hacia ambos lados del camino. Si había algo ahí, estaba fuera del limitado alcance de su vista. Esperó un poco. No se oía nada. Se levantó con cuidado, y de repente, volvió a escuchar el mismo gorgojeo, grave y gutural. Parecía que procedía del pasillo a la derecha. Sonaba más cerca.

—¿Hola? —susurró, con la voz temblorosa e insegura.

La respuesta fue un rugido quebrado, que la dejó petrificada, seguido del estruendo de una infinidad de crujidos dirigiéndose hacia ella a gran velocidad.

Lysa no se lo pensó dos veces, y no permitió que el miedo la bloqueara. No podía crear una llama de la nada, pero sí que podía sobrealimentar un fuego que ya existiera. Apuntó con la antorcha hacia el pasillo, se concentró, y pronunció las palabras adecuadas. La llama creció, y se expandió con fuerza, hasta convertirse en un chorro de fuego que iluminó aquellas profundidades como nunca antes había sucedido. Aunque quizás hubiera preferido no tener tanta luz disponible, porque lo que vio hizo que su aliento abandonara su cuerpo y que sus piernas temblaran hasta casi hacerla caer. No pudo evitar soltar un grito de terror.

La criatura que aullaba frente a ella, envuelta en llamas, se retorcía reptando sobre toda la pared de la gruta. Era negra, grande, y muy larga, y no quedaba muy claro si lo que cubría su cuerpo era pelo o espinas. Se asemejaba a un milpiés, pero de casi de la altura de un poni, y en el lugar donde debía de haber una cabeza de insecto, surgía una abominación: un cráneo grotescamente humano, plagada de ojos blanquecinos y brillantes distribuidos por toda su superficie con un par de mandíbulas como las de una hormiga, pero enormes y perversas, que surgían a ambos lados, y que chasqueaban al aire, preparadas para devorar.

Cuando la llama perdió fuerza, Lysa giró sobre sus talones y comenzó a correr, con la antorcha por delante, iluminando el camino. Las chispas y el calor le azotaban la cara, pero no le importaba. No podía detenerse. Sentía que la criatura estaba tras ella, con el sonido de sus múltiples patas de insecto resonando como un río de grava despeñándose por una ladera.

El miedo le otorgó alas. Los pasillos y las aberturas pasaban volando junto a ella. Y entonces, comenzó a chapotear.

La fosa a la que había entrado sin pensarlo demasiado, tenía agua que la cubría casi hasta los tobillos. No recordaba haber pasado antes por ninguna cueva inundada, salvo la caverna del lago. Por un momento, pensó en darse la vuelta y regresar, pero varios rugidos lejanos hicieron que se olvidara de eso. Continuó corriendo. El nivel del agua cada vez se elevaba más, haciendo que se encontrara cubierta hasta la cintura. Agua helada. Era la marea, que estaba subiendo. Se detuvo al fin. ¿Qué hacer? ¿Seguir adelante y posiblemente morir ahogada? ¿Regresar, y enfrentarse a esa cosa? ¿O eran varias? Cada vez le parecía oír más ruidos acercándose a gran velocidad.

Tomó la decisión de continuar. Si el agua procedía de la caverna del lago, quizás tendría la oportunidad de llegar hasta allí. Y al menos, no estaría tan perdida. Avanzó contra la corriente, que cubrió sus hombros. El frío era doloroso, los músculos se le entumecían, y la ropa empapada cada vez pesaba más. De repente, le pareció oír una voz. No, ¡eran varias voces! Sonaban lejanas y amortiguadas, pero sin duda, procedían de algún lugar frente a ella.

—¡Aquí! ¡Estoy aquí! —gritó con todas sus fuerzas.

Las voces se detuvieron, y al momento volvieron, con más ahínco.

—¡Lysa! ¡Lysa, ¿dónde estás?!

Era la voz de su madre, sin duda. Se escuchaba apagada y lejana, como por encima de ella.

—Estoy en una cueva debajo de vosotros. El agua la está inundando.

De hecho, le llegaba ya hasta el cuello. Tiritaba por el frío, y luchaba por mantener la antorcha por encima de su cabeza. Se dio cuenta de que empezaba a perder pie.

—Además, hay cosas aquí abajo. Bichos. O algo así. Muy grandes.

—Aguanta, te sacaremos de ahí.

—¡Daos prisa, no aguantaré mucho más!

Las voces se convirtieron en un murmullo. Parecían hablar entre ellos. Y de repente, Lysa notó que algo se le enroscaba en la pierna. Algo frío y viscoso que se clavó en su carne e hizo que gritara de dolor. Un grito leve y ahogado, ya que lo que fuera que la había atrapado, la arrastró hacia el fondo, obligándola a tragar agua salada, y haciendo que soltara la antorcha. Esta se quedó flotando, encendida durante unos instantes, pero enseguida se apagó. Todo lo que rodeaba a Lysa se convirtió en oscuridad, frío gélido y dolor.

El aire escapa de sus pulmones, y sentía que su cuerpo dejaba de responder. Intentó luchar contra aquello que desgarraba su pierna, pero lo que fuera, era demasiado fuerte y rápida. Y cuando estaba a punto de rendirse y desfallecer, vio un resplandor sobre ella. Y una mano que se hundió en las aguas para aferrar la suya, tirando de ella hacia fuera. Aquella cosa que la agarraba, aflojó su presa, sorprendida por la repentina luminosidad.

La tumbaron en el suelo. Empapada, tosiendo y escupiendo agua, miró a su alrededor. Se encontraba en otra caverna, aunque no reconocía dónde. Le parecían todas iguales. Había bastante luz, pues tenían encendidas varias antorchas, apoyadas contra las paredes. Allí estaba Verruga y Alaric, que acababan de sacarla a rastras de un gran agujero en la roca. La observaban con preocupación. Y apoyada contra la pared, su madre, que parecía exhausta. A su lado, Zari, animándola y sonriendo a Lysa, con lágrimas en los ojos.

—¿Os encontráis bien? —pregunto Alaric, tomando su mano y ayudándola a incorporarse.

—Sí, creo —dijo ella, tosiendo aún, aunque no pudo evitar gruñir de dolor al apoyar la pierna. Se dio cuenta de que sangraba, la tela de la falda estaba totalmente desgarrada y tenía un trozo de piel colgando.

—Zari, ocúpate de tu hermana, yo estoy bien —dijo Edel, que cerró los ojos y se recostó contra la pared para descansar.

—¿Qué ha pasado? Pensé que os habías perdido vosotros también —preguntó Lysa, aguantándose el dolor.

—Pues creemos que sin darte cuenta te despistaste y tomaste un giro que no era —respondió Zari, que intentaba sonar calmada mientras comenzaba a aplicar un hechizo de curación en su pierna. Sus manos brillaban con una luz suave y cálida, y Lysa sintió un alivio inmediato al contacto —. Nosotros llegamos hasta Alaric, que se había detenido al ver que no estabais detrás de él.

—Lo siento. Os pido disculpas de corazón —replico él, tomando su mano —. Ha sido culpa mía, debí asegurarme de que me seguíais en todo momento.

—No os preocupéis, la culpa es mía. Fui demasiado torpe y despistada. Pero, ¿cómo me habéis sacado de ahí?

—Dale las gracias a madre… —respondió Zari, concentrada en su hechizo.

—¡Sí, ha sido espectacular! —exclamó Verruga, excitado y con los ojos muy abiertos — ¡Magia como de las leyendas, con muchas chispas y luces! ¡Ha hecho saltar la roca por los aires!

—No es para tanto, joven —respondió su madre, aun con los ojos cerrados —Pero quebrar la piedra no es fácil, requiere canalizar bastante Poder.

—Gracias… —alcanzó a decir Lysa, con la voz rota. Se acercó cojeando hasta su madre, para abrazarla.

—Mi niña querida. No sé qué hubiera hecho si te hubiese perdido.

—Siento ser un aguafiestas, pero no podemos detenernos mucho más —dijo Alaric, señalando al agujero que había abierto Edel en el suelo. El agua espumosa empezaba a brotar por allí.

—¿Puedes andar, Lysa?

—Sí. Gracias, Zari, ya ni me duele. Y tú, madre, ¡estás bien?

—Lo estaré. Continuemos, antes de que se termine de inundar todo.

Lysa asintió, y tomó una antorcha de la pared. Su ropa aún chorreaba, y se encontraba helada, pero no quiso mostrar ningún signo de debilidad. Con un último vistazo al agujero en la pared, por si surgía alguna otra cosa, el grupo se puso en marcha de nuevo, adentrándose en el oscuro pasadizo que los llevaría de vuelta a la caverna de lago.