Alaric despertó en la celda, sobre la mohosa y maloliente cubierta de paja que apenas cubría el empedrado y frío suelo. Sus muñecas estaban aprisionadas por grilletes a la pared, con cadenas tan cortas que le forzaban a mantener los brazos elevados. Le dolía todo el cuerpo, y no podía abrir el ojo izquierdo. Le habían desvestido, salvo por las calzas y la camisa, y el gélido aire y la humedad se le clavaban hasta en los huesos. La penumbra dominaba la celda, rota solo por la débil luz de la luna que se filtraba por diminuta tronera y la tenue llama de una antorcha en el corredor, visible a través del ventanuco de la puerta.
Miró a los lados, y allí vio a sus dos compañeros, atados a la pared de la misma forma. Cangrejo parecía bastante entero. El estar inconsciente le había salvado de la paliza. Verruga no se encontraba tan bien. Tenía un pómulo hinchado, y un ojo algo amoratado. Quizás el labio partido. El que peor parte se llevó, era él mismo. Sobre todo, cuando insultó a los guardias para que dejaran de patear al muchacho. No se había visto la cara, pero por la expresión que puso el chico en cuanto le vio despertar, no debían haberle dejado nada guapo. Nariz partida, más que probable. Algún diente menos, seguro. Costillas rotas, no se quería mover mucho para comprobarlo.
—Estoy hecho mierda —alcanzo a gruñir —. ¿Cómo estáis, muchachos?
—Mejor que tú —resoplo Cangrejo —. Tienes peor cara que la mía, que ya es decir.
—¿Y tú, Verruga?
—Como dice Cangrejo, comparado contigo, estoy perfectamente.
—Bien. Gracias por los ánimos —dijo intentando sonreír, pero solo pudo soltar un leve quejido —. Tenemos que salir de aquí antes de que amanezca, o si no a media mañana estaremos bailando bajo la soga.
Se fijó en Cangrejo. Solo tenía engrilletada la mano derecha. La prótesis de hierro era demasiado ancha, y seguramente tampoco supieran cómo sacársela. Por suerte, no le habían cortado el brazo para arrancarla. Aun así, tenía los pies encadenados. Pensarían que era el más peligroso de los tres.
—¿Cuántos guardias? —preguntó Alaric. No era la primera vez que acababan en un calabozo, y ya tenían hasta una suerte de protocolo para actuar en estos casos.
—Dos —respondió Verruga —. Las mazmorras no son muy grandes. Me fijé mientras nos arrastraban aquí. Es un simple pasillo, con ocho celdas, cuatro a cada lado. Al final, hay una sala, con una mesa, un arcón y un par de sillas, que es donde se sientan los guardias, y desde ahí, se accede a la escalera que da al patio.
—¿Y qué sabemos de las chicas?
—Están aquí también, pero en celdas separadas, Zari al principio del pasillo, y Lysa al final, para que no se puedan ver ni hablar entre ellas.
—Muy bien observado, Verruga. Cangrejo, tu turno.
El hombretón levantó su pinza, para agarrarla con su mano engrilletada. La hizo girar, no sin esfuerzo, hasta que pudo desatornillarla y destapar la funda metálica que cubría el muñón. Allí guardaba algunas pequeñas herramientas, útiles en ocasiones de esta índole. Verruga se dobló, ágil como era, para poder agarrar la ganzúa con el pie. Después, se la llevo a la mano, y en un momento, había conseguido abrir la cerradura del candado. Ya liberado, no tardo en quitar los grilletes al resto.
Alaric se levantó como pudo, aguantándose el dolor, y se arrastró cojeando, en silencio, hasta el ventanuco de la puerta. No se alcanzaba a ver mucho, pero daba para atisbar la celda que quedaba justo al frente. Parecía abierta y vacía. Planeó algo rápidamente, y se lo susurro a sus compañeros, que asintieron en silencio.
—¡Guardia! ¡Eh, guardia! —grito Alaric, que se había sentado de nuevo en el suelo, con los grilletes puestos. Verruga también, a su lado.
Se escuchó una maldición, y el retumbar de pesados pasos que se acercaron a la puerta. Por el ventanuco, se asomaron unos ojos poco amistosos.
—¿Qué mierda quieres, rata? Ah, sigues vivo. Te habíamos dado ya por muerto. Mejor. Así podrás andar por tu cuenta hasta la horca.
—Escuchad, decidnos una cosa. Mi joven amigo cree haberos visto en alguna parte
—Lo dudo mucho, mierdecilla. No me junto con mierdas de vuestra calaña —respondió el soldado, con tono despectivo.
—Eso mismo le he dicho, que era imposible. Que lo más seguro es que conozca a algún familiar vuestro que se os parezca.
—¿Qué insinúas, escoria?
—Que el muchacho puede que conozca a vuestra madre, de haberle comido la polla en algún burdel barato, y por eso le suene vuestra cara —replico Alaric, entre risas.
—¡Será hijoputa! ¡Tú no llegas vivo a la horca mañana, puta mierda!
El guardia abrió la puerta, fuera de sí, y entro desenfundando la espada. Tardó un segundo en darse cuenta de que faltaba uno de los tres. Demasiado tarde. En cuanto giró la cabeza, se encontró con una pinza de metal que le reventó el cráneo como si fuera un melón podrido. No tuvo tiempo ni de gritar.
—¿Horacio, todo bien? —dijo otra voz, desde el fondo del pasillo —. ¿Qué ocurre?
El soldado se asomó, y vio a su compañero, de espaldas, apoyado en la puerta de la celda.
—Joder, Horacio. Deja a estos imbéciles, ya mañana nos ocuparemos de ellos. Además, el Conde quería presenciarlo personalmente, en el desayuno —comentó, mientras se acercaba.
Al llegar al lado de su compañero, se percató de que algo iba mal. Unas manos sujetaban el cuerpo, para mantenerlo de pie. Fue a agarrar su espada, pero de la celda del frente salió Cangrejo, que le asió por el cuello y le levanto en vilo, estampándolo contra la pared con tal fuerza, que acabo partiéndoselo.
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Salieron corriendo hacia la celda del final del pasillo. Verruga abrió el cerrojo sin mucha dificultad, y Alaric entró rápidamente. Se encontró a Lysandra, que se había sentado en el camastro, atenta a los ruidos del pasillo. Sus ojos, rojos e hinchados por el llanto, se iluminaron al verle, y se abalanzó sobre él en un abrazo sollozante. Alaric, sorprendido por su reacción, la consoló con una mano en la espalda.
—Caramba, a vos al menos os han puesto un camastro. Y un cubo vacío —dijo bromeando, para aliviar un poco la tensión.
—Dioses, pensé que estaba todo perdido —respondió ella, con la voz entrecortada —. No sabía qué hacer, me encontraba a punto de cometer alguna locura. Pero, ¿cómo habéis podido liberaros? Y… Oh, pero que os han hecho. Vuestra cara…
—Sí, creo que no me han dejado demasiado guapo. Os contaremos los detalles luego, ahora debemos liberar a vuestra hermana, y salir antes de que venga algún relevo de la guardia.
—Zari, la pobre. No debí permitirle que me ayudara con eso, era demasiado para ella. Podía haberla matado.
Salieron apresuradamente del cuartucho. Verruga ya había abierto la otra celda, y encontraron al joven intentando despertar a la chica inerte.
—Zari, vamos levántate —imploró el muchacho.
—Zari, por todos los Dioses —dijo Lysandra, desfallecida —. ¿Está…?
Los cuatro se quedaron un momento en silencio.
—Está roncando —suspiró Verruga, aliviado.
—¡Pero será…! Vamos, levántate, Zarinia, ¡vaya susto nos has dado! —exclamo Lysandra, enfadada y feliz al mismo tiempo.
Zari abrió los ojos, sobresaltada. Se había quedado dormida muy profundamente, y tardo unos segundos en volver en sí.
—¿Eh? ¿Pero qué? ¿Rendel? ¿Cómo has entrado?
El muchacho la interrumpió, con un beso en la boca. El resto sonrió, enternecidos, hasta que la pasión de los jóvenes empezó a crecer y la muestra de afecto comenzó a ser incómodamente larga.
—Ejem —carraspeo Cangrejo, intentando llamar su atención.
Estos se dieron cuenta de que se estaban dejando llevar, y se levantaron, ruborizados. Zari se fijó al fin en Alaric
—Palillo, vuestra cara. ¡Estáis horrible!
—Ya, bueno. No hace falta que todos me lo recordéis, soy consciente de ello.
—Dejadme que os arregle un poco.
—Ahora no hay tiempo. Vais a tener que acostumbraros a verme así de feo hasta que nos alejemos de este lugar. Después os dejaré que me sanéis la cara. Quizás me podáis arreglar la nariz, y quitarme las arrugas y alguna cana, ya de paso.
Marcharon en silencio hasta la sala de la entrada, donde accedieron al arcón en el que habían guardado sus posesiones. No perdieron el tiempo en comprobarlo todo, pero Alaric se sorprendió al recuperar la bolsita de cuero, con la copia del medallón en su interior. «Esto es porque el capitán se encontraba presente haciendo el inventario, si no, ya se lo habría quedado algún soldado», pensó.
Tras vestirse de nuevo, subieron con cuidado hasta el patio. Extrañamente, las puertas seguían abiertas, aunque había una pareja de guardias, a cada lado.
—No veo que hayan metido nuestro carro ni los caballos dentro, así que deben de estar donde los dejamos —susurro Alaric a Lysandra —. ¿Os encontráis con fuerzas para dormir a esos dos? Después saldremos rápidamente, pero en silencio.
—Dejadlo en mis manos. Aunque, ¿qué hacemos con los soldados de las murallas?
Alaric se dirigió al grupo
—Contra esos guardias no podemos hacer nada, solo intentar que nos vean lo más tarde posible. Preparaos todos para montar rápido en cuanto salgamos, y después seguidme a la carrera. Hasta que lleguemos al puente de la Quijada. Cangrejo, Verruga, ya sabéis lo que hay que hacer una vez crucemos.
Se giró para continuar la marcha, pero se lo pensó y se detuvo una última vez, dirigiéndose a las hermanas.
—Solo tenemos una oportunidad. No paréis por ninguna circunstancia. El que se quede atrás, es hombre muerto. Si caigo, seguid a Cangrejo o a Verruga, ellos saben lo que hay que hacer —dijo, con seriedad. Pero viendo sus caras de preocupación, intento animarlas un poco —. Y por todos los Dioses, no me miréis así, no estoy tan mal. Solo me duele cuando respiro…
— — — — — — — — —
El Conde observaba con severidad a los soldados, desde la altura de su balcón. Se apresuraban en montar sus caballos, para comenzar la persecución de los fugitivos. Su descontento era palpable. Le parecía que se estaban demorando demasiado. El vigía de la almena dio la voz de alarma hacía como diez minutos, y aún no habían salido del patio. Tendría que hablar de esto con Kracio, más tarde. Quizás algunos latigazos a los guardias que se quedaron dormidos, como ejemplo. Mientras pensaba en esas cosas, la mujer pelirroja se colocó a su lado, cubierta con su pesada capa de pieles oscuras.
—¿En qué pensáis, mi Señor? —le dijo, asomándose también para mirar.
—Lo preguntáis como si no lo superáis ya. Me sorprende lo hábiles que son esos ladrones —respondió él, con cierto desaire —. Esperaba, sinceramente, verlos colgados esta mañana. Una pena —soltó un suspiro—. Me apetecía una ejecución.
—Ellos no importan, mi querido Marcell. Ellas tampoco. Ya he comprobado su poder. No son nada. Es a su maestra a quien necesitamos en verdad —respondió la mujer, poniendo sus manos sobre los hombros del joven.
—Ya. Las iba a dejar escapar de todas formas, como me dijisteis. Después de divertirme un poco para que nos dijeran donde está el maldito templo de una vez…
La mujer empezó a reír, y Marcell se volvió hacia ella, temiendo lo que iba a decir.
—Pero cariño, yo ya sé dónde está la Puerta de la Serpiente. Siempre lo he sabido.
—Será una broma, ¿verdad? Nunca me han gustado estos juegos vuestros. ¿A qué esperamos, entonces?
—Mi querido niño, primero tenemos que encargarnos de la guardiana. Mientras ella viva, de nada nos sirve el sello. ¿Tenéis lo que os pedí?
Marcell saco del bolsillo de su jubón una pequeña cajita de madera tallada, y la abrió, estudiando su contenido.
—Sí, la tenía la hechicera más mayor, la tal Lysandra, entre sus cosas. Entonces, ¿decís que esto me servirá para saber dónde se encuentran, en todo momento?
—Exactamente. Una piedra guía. Un artefacto antiguo, de los que ya quedan muy pocos. Probablemente, tenga más valor incluso que este castillo.
El joven observó con interés la pequeña esfera de cristal, que contenía un líquido aceitoso, y en el que flotaba una diminuta piedrecita. No parecía tan valioso, la verdad.
—Os enseñaré a usarla, querido. Es muy sencillo. Funciona de forma similar a una brújula. La piedra apunta hacia su gemela, y la vibración marca la distancia.
—¿Entonces tienen esa piedra gemela que decís?
—Mientras no se den cuenta de que tenéis la caja. Por eso no debéis demoraros en ir tras ellos.
—¿Y estáis segura de que irán a ver a su maestra?
—Completamente. Sus hijas correrán a las faldas de su mamá a lloriquear y pedir ayuda y consejo. Y cuando encontremos a Edel, acabaremos con ella. La última guardiana. Y ya no quedarán más obstáculos para mi regreso.