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20 - Malas nuevas.

Terminó de encerar las botas y de limpiar el chaleco, con un cepillo de cerdas duras que le proporcionó Edel. El calzado relucía con un brillo que apenas recordaba, y el cuero casi había recuperado su lustre original. Alaric acabó de vestirse, ajustándose el cinturón y alisando las arrugas de su ropa. Se detuvo para observar su reflejo en el espejo. La anciana estuvo sanando las heridas de su cara nada más terminar el desayuno, con una destreza sorprendente, de forma similar a cómo Zarinia curó a Verruga, aquella noche en el molino. En verdad que no hacía tanto tiempo, pero le parecía que esa velada pertenecía a un pasado remoto.

El desayuno en sí fue bastante ligero, acorde a la cena del día anterior, aunque al menos pudo descansar en una cama mullida, y se sentía casi como nuevo. Además, dejaban la mayor parte del equipaje en la casa, y viajarían con lo justo. Edel había insistido mucho en ello. Tras recoger los caballos en los establos de la entrada a la ciudad, tomarían rumbo al suroeste, hacia Vallefrío.

Mientras terminaba de prepararse, la pequeña mujer no dejaba de correr por la casa, de un lado a otro, como un diminuto vendaval. «Demasiado lío si quiere viajar solo con lo justo», pensó Alaric, observándola entre la diversión y la exasperación. Al momento, la anciana se plantó ante él, como si le hubiera leído la mente, cargando un morral bastante lleno y vestida con una túnica gruesa verde de lana, una capa de viaje, botas altas de piel bajo la falda carmesí, y un cayado como ayuda al andar. Aunque viéndola corretear por los pasillos, quedaba claro que no lo necesitaba. En la cabeza, un curioso gorro de paja, adornado con plumas y flores secas de colores. «Lo ideal para pasar desapercibidos». Alaric no pudo evitar soltar un suspiro de resignación.

—Bien, ¿estáis ya preparada? Podemos cargar más provisiones o mantas, si lo deseáis. Los caballos podrán con el peso sin problema.

—No os preocupéis por eso, ya conseguiremos lo que necesitemos por el camino. Lo importante es salir rápido de la ciudad. Ya nos hemos demorado demasiado.

Alaric se quedó pensativo unos instantes. Él ya llevaba preparado para partir al menos hacía una hora.

—Vamos, no os quedéis ahí pasmado. Marchemos ya.

—¿Dejasteis un aviso a vuestras hijas?

—Por supuesto, ¿por quién me tomáis? Estoy mayor, pero aún no chocheo. Venga, arreando, que se hace tarde.

En el momento en que se disponía a abrir la puerta, tres fuertes golpes de aldaba retumbaron por la casa. Edel corrió a asomarse por la ventana lateral, y volvió apresuradamente junto a Alaric, para decirle en voz baja:

—Parecen ladrones, mala gente. Un tipo enorme y calvo con una pinta horrible, y le acompaña un rufián…

—Joven, rubio y delgado —concluyó Alaric, riendo. Estos son los compañeros de los que os hablé. ¡Alabados sean los Dioses! —dijo sonriendo, mientras abría la puerta. Y cuando alzaba los brazos para abrazar a sus amigos, estos entraron en tromba, casi llevándoselo por delante.

—Rápido, ¡debemos ir tras ellos! —gritó Verruga, mientras pasaba junto a Alaric como un vendaval.

—¿Qué queréis decir con "tras ellos"? ¿Y mis niñas? —replicó Edel, sorprendida por la efusividad del muchacho.

—Ah, vos debéis ser Edel. Las tienen “ellos”.

—¿PERO QUÉ “ELLOS”? —respondió Edel, desquiciada.

—Unos hijoputas de cuidado —gruñó Cangrejo, poniéndose al lado de la anciana y mirándola desde arriba. Ella no pareció intimidarse lo más mínimo.

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—A ver, tranquilicémonos. Cerrad la puerta y contadnos lo que ocurre con más calma —dijo Alaric, intentando poner algo de sensatez a la situación y bajando los brazos al ver que nadie le iba a corresponder.

—¡Ni se os ocurra! Traéis las botas llenas de barro, ni un pie en la sala de estar. Aquí en el recibidor estamos bien —dijo la anciana, muy enfadada.

—Se las han llevado, se han llevado a Zari… —gimió Verruga, con una expresión de derrota en su cara, que daba auténtica lástima.

—Mirad, así no llegaremos a ninguna parte. Calmémonos todos, y contadnos qué sucede.

—Es el Cuervo. Sigue vivo, y quiere cobrar la recompensa por Lysa y Zari. Nos siguieron nada más entrar a la ciudad, y no pudimos hacer gran cosa, nos superaban en número —explicó Cangrejo con su voz cavernosa, dejando entrever la rabia que le carcomía por dentro.

—¿El Cuervo? ¿Aquí, en Verdemar? —replicó Alaric, sorprendido.

—Sí, dijo que estaba expandiendo el negocio. Si acabó con la competencia en Terranevada, querrá ampliar su influencia.

—¿Quién es el Cuervo ese, y dónde se ha llevado a mis niñas? —preguntó impaciente Edel, mirando hacia arriba, a la montaña de hombre que tenía al lado.

—Es un ladrón, un desgraciado sin escrúpulos. Un cerdo. El jefe de una banda de bandidos. Y las habrán llevado a su nido. Los cabrones deben tener algún escondite en la ciudad. Debemos darnos prisa, no creo que tarden mucho en llevarlas a otra parte para entregarlas.

Alaric se quedó pensativo y serio, con la mirada perdida, como siempre que su mente empezaba a trabajar. Algo no le cuadraba.

—¿Cómo pudisteis huir vosotros? —continuó al fin.

—Nos dijo que podíamos marcharnos, por los viejos tiempos. Pero nos dejó con dos esbirros suyos, para que nos acuchillaran por la espalda. Dos papanatas, no tardamos nada en deshacernos de ellos —respondió Cangrejo, con una orgullosa sonrisa, ligeramente inquietante.

—Ya veo —dijo Alaric, cerrando los ojos y frotándose las sienes con las manos —. El Cuervo puede ser muchas cosas, excepto imbécil. Si os hubiera querido muertos, se habría asegurado de ello —continuó, dejándose caer contra la pared, para sentarse en el suelo —. Por todos los Dioses, ¿cómo he podido ser tan tonto? Nos han engañado, y hemos caído hasta el fondo. Nos dejaron escapar del castillo para seguirnos a la ciudad, de la misma forma que os han dejado huir para averiguar el paradero de Edel —prosiguió, mientras se giraba hacia la anciana, apesadumbrado —. Todo esto con el fin de encontraros, el verdadero objetivo. Ya saben quiénes sois y dónde vivís. Pero no intentarán nada, al menos de día. Y ahora, esperarán a que vayamos a rescatar a vuestras hijas, para llevaros con nosotros a su guarida, o para dejaros aquí sola. Será como entregarles vuestra cabeza en bandeja de plata.

Los tres hombres se quedaron callados y apesadumbrados, intentando pensar en cómo salir de esta. Edel se giró, encaminándose a la cocina, apretando los puños y andando con grandes zancadas. Al menos, grandes para ella. Sus pequeñas piernas no daban para más. Regreso poco después, con una bandeja con té caliente y unas pastas. Por un momento, Alaric pensó que la mujer debía tener sacos y sacos guardados en la cocina, pues parecía que era lo único que salía de ahí.

—Está bien. Pasad dentro y sentaos —dijo seria y enojada. La situación era lo suficientemente grave como para dejar que le embarraran el suelo de la sala de estar —. Acaso ese tal Cuervo se cree que soy una anciana indefensa y asustadiza. Pero soy Edel, la Guardiana, heredera directa del linaje de los hechiceros de Hulfgar. Han conseguido enfadarme. Y si les ocurre algo a mis niñas, lo lamentarán. Se van a enterar. Aunque tenga que hacer volar la ciudad por los aires, si es necesario.

—Esperemos no tener que llegar a eso —respondió Alaric, intentando tomarlo a broma. Aunque por la forma en que la mujer lo había dicho, parecía que hablaba totalmente en serio —. Tenemos que averiguar donde se encuentra el nido, y después vigilaremos…

—Buscad a esos desgraciados. Yo me encargaré del resto. Voy a desplumar a ese Cuervo con mis propias manos —interrumpió Edel, bruscamente. Era el tono de alguien al que no se debía contrariar.

—Preferiría que no os quedarais a solas en la casa. Esos hombres son peligrosos —prosiguió Alaric, dubitativo.

—Yo lo soy más, creedme. Pero si os tranquiliza, creo que estos dos se pueden quedar aquí. Al fin y al cabo, parece que ya los tienen calados. Quizás vos podáis pasar desapercibido si vais por vuestra cuenta. ¿Conocéis la ciudad? ¿Sabéis dónde buscar?

—Bien pensado. Y no, no conozco esta ciudad. Pero me muevo bien por las calles y sé cómo actúan y piensan los de mi gremio. No tardaré mucho en encontrar donde retienen a vuestras hijas, podéis confiar en mí.

—Lo sé. Si Lysandra ha confiado en vos, es que sois de fiar. Y respecto a estos dos… —dijo, entrecerrando los ojos y mirando a Cangrejo y a Verruga, con cierto desagrado, mientras ellos se miraban entre sí, nerviosos —. Creo que necesitan urgentemente un baño, y una muda limpia.