Las hermanas cabalgaban a paso lento, en silencio, a través del bosque de encinas, pinos y enebros. Las acompañaba el suave murmullo de la brisa pasando entre los árboles, que arrastraba consigo un agradable aroma de resina, y algún que otro piar de gorriones. Habían partido al amanecer, pero tras varias horas de camino, Sunno ya brillaba bien alto y fuerte sobre el despejado cielo, y hacía bastante calor. Las ropas que llevaban no eran las más apropiadas para estas temperaturas, pues estaban pensadas más bien para protegerse del frío y de la lluvia. Lysandra se volvió con la intención de comprobar cómo se encontraba su hermana. La pobre tenía la tez totalmente sonrosada, la frente perlada de sudor, y una expresión agonizante.
—¿Quieres que paremos un rato a la sombra, Zari?
—Sí, por favor— respondió la joven, en un hilillo de voz desesperado —. Me estoy cociendo viva. Necesito aflojarme el jubón. Y quitarme las botas. Me arrancaría hasta las enaguas, si pudiera.
Salieron del camino, en dirección a un claro cercano. Allí dejaron a los caballos pastar a sus anchas, aunque no había demasiada hierba. Casi todo el suelo estaba alfombrado por las agujas secas de los pinos, piñas caídas, y algún que otro pedrusco que asomaba aquí y allá, cubierto de un liquen blanquecino. Sacaron un odre con agua y algunas pastas duras de las alforjas, extendieron las mantas en el suelo, y se quedaron apoyadas contra un grueso tronco, una a cada lado.
—¿Cómo puede hacer tanto calor? Esta mañana me congelaba y ahora me siento como una patata en el horno —se lamentó Zari, mientras se llevaba distraída un pedazo de galleta seca a la boca.
—Acabamos de pasar el primer equinoccio. Para esta época es lo normal, ya sabes. Noches frías y días cálidos Y tendremos suerte si no se nos cruza una tormenta repentina que nos deje empapadas —respondió Lysandra, que en ese momento pasaba su mano sobre el odre. Susurró unas palabras extrañas, y rápidamente la escarcha cubrió el cuero del pellejo, dejando el agua de su interior fresca, casi recién salida de manantial. Recordó por un momento lo agotada que se quedaba al realizar una magia tan simple como esta, cuando tenía la edad de su hermana. Sin duda, la experiencia le hacía ser mucho más hábil. Casi ni había notado el Poder canalizado por su cuerpo.
—Pues ahora no me importaría que lloviera, la verdad —señaló Zari, con desgana.
Se quitaron las botas de montar, para que se le refrescaran un poco los pies, y se aflojaron el vestido, intentando estar más cómodas. Zarinia se tumbó, con los brazos cruzados por detrás de la cabeza. Mantuvieron el silencio unos minutos, escuchando solo los sonidos del bosque. Una ardilla que pasaba por allí se quedó observándolas con curiosidad un rato, desde la altura de su rama, hasta que decidió continuar con sus asuntos.
—¿Crees de verdad que intentaron engañarnos? A mí me parecían bastante sinceros. Es decir, que no nos querían dar el cambiazo por un amuleto falso, o algo así— dijo al rato Zarinia, pensativa.
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—No lo sé. No me fio de ellos, pero no creo que nos intentaran engañar tan tontamente. Además, esa copia era demasiado buena. Imposible de encargar sin haber visto el original anteriormente.
—¿Por qué les seguimos, entonces? No lo entiendo muy bien.
Lysandra, exhaló un suspiro y caviló durante unos momentos antes de hablar. Todo esto resultaba de la improvisación, y no tenía en absoluto la certeza de que ni siquiera fuese a funcionar. En su interior, no solo se encontraba molesta por el falso medallón, sino por no haber tenido preparado un plan alternativo. Ella, que siempre tenía todo meticulosamente estudiado…
—Porque no me quedan más opciones, Zari —respondió cansada, aprovechando para tumbarse al igual que su hermana —. La última información que tenía sobre el amuleto moría en el castillo de Brademond, y si ellos solo encontraron una copia allí, entonces ya no sé por dónde continuar. Me queda la esperanza de que intenten venderla, y alguien se interese en comprarla. Al menos así tendríamos alguna pista para perseguir.
Cerró los ojos y dejó escapar otro suspiro, antes de continuar.
—Ahora estamos en un callejón sin salida. De todas formas, esta senda nos lleva a Rocavelada, así que tampoco perdemos mucho por seguirles, casi nos pilla de camino.
—¿Y qué hacemos si no lo venden? —preguntó su inquisitiva hermana pequeña.
Lysandra no respondió. Se quedó pensativa, mirando al cielo que se colaba entre las ramas, de un intenso color azul.
—Creo que deberíamos continuar, no vaya a ser que se alejen demasiado y los perdamos —dijo Zarinia al rato, mientras bostezaba sonoramente y se desperezaba sin disimulo, al contrario de cómo debían hacer las damas refinadas.
—Espera un momento, déjame mirar —respondió Lysandra, incorporándose de nuevo para apoyarse en el tronco.
Sacó una cajita de madera labrada de su faltriquera, y la abrió. Estudió brevemente la pequeña esfera de vidrio de su interior. Dentro, flotaba inmóvil una diminuta piedrecita en un líquido amarillento, viscoso como aceite.
—Tenemos tiempo, la piedra guía no se mueve. Creo que han parado a descansar, al igual que nosotras. En cuanto vuelva a vibrar, continuaremos.
—No te pregunté, ¿dónde pusiste su piedra gemela? —dijo Zarinia, volviéndose a tumbar, cerrando los ojos y soltando otro bostezo.
—Va cosida en el doble fondo de la bolsita de cuero fino que les di. No creo que se deshagan de ella, ni aunque se gasten todas las monedas. La elegí con cuidado para que tuviera valor, incluso vacía.
—Esa es mi hermana mayor. Siempre previsora. Despiértame cuando sea el momento.
Lysandra se quedó observando a su Zari, que a los dos minutos de haber cerrado los ojos, ya estaba roncando. Le fascinaba la facilidad que tenía para dormirse en cualquier posición y en tan poco tiempo. Ella, en cambio, le resultaba mucho más difícil conciliar el sueño. Sobre todo, cuando las imágenes de lo que tuvo que hacer volvían a su mente. Intentó borrar esos pensamientos de su cabeza, y descansar como su hermana. De nada servía el remordimiento, ni echar la vista atrás.