Él estaba en frente, caminando tan tranquilo como siempre. Candado era el único que podía identificarlo.
—¿Estás seguro? —preguntó Héctor.
—No hay duda.
—Espera, ¿qué está haciendo?
Candado y Joaquín vieron cómo Desza sacaba un machete y lo incrustaba en el cuerpo del policía anciano y gordo.
—¡MARIO! —gritó Joaquín.
Este grito alertó a todos los presentes.
—¿Qué sucede, jefe? —preguntó Krauser.
Joaquín volteó y dijo:
—¡TODOS, RÁPIDO! ¡HAY QUE...!
—¡CUIDADO! —gritó Candado.
En ese preciso momento, una piedra muy grande destruyó la ventana y cayó sobre Joaquín y Candado.
—¿¡QUÉ ES ESTO!? —gritó Hammya.
Krauser y Héctor corrieron hasta la destrozada ventana. Ambos pudieron visualizar al autor del ataque, un sujeto con una armadura medieval, levantando la mano hacia su posición.
—Azricam —dijo Héctor sorprendido.
La piedra barrió con todo el lugar, destruyendo no solo la ventana, sino la sala entera. Afortunadamente, gracias al escudo de Cantero, salieron ilesos. Sin embargo, Joaquín y Candado quedaron atrapados bajo la piedra.
—¡CANDADO! —gritó Clementina.
Héctor y Krauser se alertaron y volvieron su preocupación hacia ellos.
Johan corrió hacia la piedra y le metió una patada que la destruyó. Debajo de las cenizas, estaban Candado y su amigo, quien había usado su flama como escudo para protegerse a sí mismo y a Candado.
Hammya corrió hacia Candado y lo ayudó a ponerse de pie, mientras Moneda y Ruth ayudaban a Joaquín, quien tenía una herida en la frente que sangraba.
—Rápido, hay que detenerlos.
Después, Joaquín se desmayó.
Candado recuperó rápidamente su postura y corrió hacia el enorme hoyo que había provocado esa roca, con los demás siguiéndole. Ahí lo vieron: Desza, desquiciado, estaba encima del muro riéndose mientras levantaba su machete ensangrentado y gritaba.
—¡ES HORA DE QUE SEAN DESTRUIDOS! —luego fijó su vista en el enorme agujero que había hecho la piedra de uno de sus camaradas, miró a Candado, con su ropa sucia y una enorme felicidad—. ¡CANDADO, ES HORA DE QUE PAGUES POR LO QUE ME HAS HECHO! —luego bajó su machete como un general, y sus subordinados saltaron los muros, mientras otros derribaban la puerta grande.
—Desgraciados —Candado volteó y vio a sus camaradas—. Moneda, Ruth y Cantero, quédense y cuiden a Joaquín. El resto, venga conmigo. Clementina, llama a nuestros compatriotas.
—¿Qué vas a hacer, Candado?
—Cantero Agostina, confío en tus poderes de escudo. Quiero que nos bajes por ahí —dijo Candado mientras señalaba el agujero.
—Pero son como trece pisos, es una locura.
—Hazlo ahora, por favor.
—Bien, lo haré.
—Ya se ha hablado.
Cantero extendió sus manos hacia ellos y comenzó a crear una esfera amarilla a su alrededor, elevándolos por los aires.
—¿Estás seguro de que funcionará? —preguntó Rozkiewicz.
—No tengo idea, pero confío en que lo hará bien.
Las palabras de Cantero preocuparon a los demás, y sus rostros reflejaban arrepentimiento por haber escuchado a Candado. Sin embargo, Cantero seguía concentrándose, confiando en que podría lograrlo. Una vez que los elevó por los aires, comenzó a bajarlos rápidamente, como si estuvieran cayendo.
—¡VAMOS A MORIR! —gritaron Rozkiewicz y Héctor.
Pero para su sorpresa, no fue así. No murieron, y la operación fue un éxito; Candado y los demás llegaron al suelo.
—Bien, sepárense y neutralícenlos.
—No me separaré de usted —dijo Clementina.
—Ni yo —añadió Héctor.
—Bueno, bueno, vamos a por ellos.
Todos (excepto Johan) asintieron y gritaron:
—¡POR HARAMBEE!
Luego de ese grito, todos tomaron caminos opuestos y se dirigieron hacia el enemigo.
El lugar se convirtió en un campo de batalla, con niños peleando contra adultos armados y enmascarados. No podían creerlo; la agencia estaba siendo atacada, había fuego y disparos. Cada uno hacía lo que podía para retenerlos y proteger a sus camaradas.
Sofía corría hacia una multitud de sujetos armados con ametralladoras que disparaban indiscriminadamente. Lo curioso es que llevaban un águila en sus pechos. Ella, utilizando sus poderes de la naturaleza, usaba el terreno como arma. Con su báculo, golpeó el suelo con fuerza y de la tierra emergieron raíces que atraparon a los sujetos armados y los arrojaron al suelo. Luego, con gestos de sus dedos, manejaba a voluntad cada raíz de los árboles como si fuera una extensión de su cuerpo.
Sofía notó que recibía disparos por la espalda y, rápidamente, dio un fuerte pisotón en el suelo, provocando que árboles inmensos crecieran y la rodearan para protegerla de las balas. Una vez segura, enterró sus manos en la tierra, y su piel comenzó a convertirse lentamente en un mineral extraño que la cubría por completo.
—Sientan la ira de la naturaleza, perros sarnosos.
Los árboles bajaron y revelaron a una Sofía cubierta de un extraño mineral azul. Era más ágil, corría y daba puñetazos limpios. De vez en cuando, usaba su magia y su báculo para invocar las raíces y atacar a los enemigos. Finalmente, se encontró con una niña de piel roja y ojos totalmente blancos, con una capa negra y una corona.
—¿Quién diablos eres? —preguntó Sofía mientras señalaba a la niña con su báculo.
La niña mostró una sonrisa y levantó la mano, de la cual salió lava. Sofía logró esquivarla, pero también vio un charco de lava que consumía la tierra.
—Ya lo entiendo, tú eres Andrea Rŭsseŭs.
—Es hora de que te derritas, gremialista —dijo Andrea con una voz aparentemente suave y dulce.
Por otro lado, Walter Dussek corría por el lugar, ayudando a los heridos y deteniendo el ataque de los Testigos mientras todos entraban en los bunkers. Los estudiantes de rango rojo y blanco, que no todos tenían experiencia en combate, buscaban refugio. Walter recorría la zona en busca de personas que necesitaran ayuda hasta que se vio atrapado en un fuego cruzado, con los del rango verde luchando contra el enemigo. Walter se acuclilló y comenzó a recitar unas palabras en Greven, el lenguaje de los Zilido del pueblo de las montañas desiertas de Salta y Jujuy. Mientras hablaba en un dialecto extraño, una especie de armadura hecha de cactus brotó de su cuerpo, ocultando todo su cuerpo y cabeza, dejando solo su rostro a la vista.
—Es hora de jugar —dijo Walter mientras se levantaba y estiraba de forma inhumana, como si fuera de goma. Sus brazos se estiraban y golpeaban a todo aquel que estuviera armado. Sus pinchos lastimaban severamente a sus enemigos, y sus brazos continuaban estirándose, dando puñetazos a los que disparaban. Comenzó a usar su palma de la mano para lanzar pinchos como si fueran armas, aunque no eran lo suficientemente fuertes como para matar a alguien. Luego, notó a francotiradores parados en los muros. Walter se prendió en una de las columnas y se lanzó a toda velocidad hacia uno de los tiradores. Antes de que el francotirador pudiera reaccionar, Walter lo alcanzó y le asestó un golpe en el pecho que lo hizo caer al suelo, matándolo instantáneamente. Continuó corriendo por el muro, echando a todos los que portaban rifles, algunos morían por la caída y otros quedaban con vida, pero no representaban una amenaza. Llegó a un niño armado con agujas.
—No permitiré que te interpongas en nuestra misión —dijo el niño.
—¿Acaso su misión es liquidar a simples niños? —respondió Walter.
—No, pero...
—No hables, no quiero escuchar a escorias como ustedes. Mis hermanos escucharán la melodía de la victoria una vez que te haya liquidado, monstruo.
—Eso no va a pasar —dijo Walter mientras sacaba sus agujas.
Ambos se enzarzaron en la lucha, las agujas y la astucia de Joel contra los poderosos pinchos de Walter Dussek.
Por otro lado, Johan avanzaba implacablemente, liquidando a todos los que portaban armas con su espada. No mostraba piedad alguna; si habían intentado matarlo, no los perdonaba. Corría a una velocidad increíble, degollando a sus enemigos sin darles oportunidad de defenderse y sin que su ropa fina y blanca se manchara de sangre. De vez en cuando, Johan ayudaba a otros que lo necesitaban, utilizando su poder de duplicar objetos para clonar armas y entregárselas a sus camaradas para que pudieran defenderse.
Luego, en la distancia, Johan avistó a un joven vestido y con ojeras en el rostro, luchando contra una multitud de Semáforos de rango verde. La escena le sorprendió enormemente.
Claro, aquí tienes una versión revisada de tu texto:
Johan tomó impulso con su pierna derecha, preparándose para abalanzarse a toda velocidad sobre su adversario, como una bala lanzada de un revólver. Su objetivo: asestar un golpe fatal. Sin embargo, justo cuando su espada estaba a punto de alcanzar la nuca de su oponente, este giró rápidamente y detuvo el ataque con su mano izquierda, usando el pulgar y el dedo índice, manteniendo una expresión impasible en su rostro.
La habilidad de este joven desconocido para contrarrestar su velocidad y táctica sorprendió a Johan, pero el joven enigmático respondió con una sonrisa irónica.
—Je, parece que eres diferente a esos idiotas. Ahora que te observo más de cerca, ah, ya veo, eres Jørgen Czacki, ¿verdad?
Jørgen entrecerró los ojos, intrigado.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Te lo diré si logras vencerme, aunque es obvio que yo nunca pierdo.
Jørgen respondió con una patada en el pecho que envió a Johan a varios metros de distancia.
—Eres de los que hablan mucho, ¿verdad? Me aseguraré de silenciarte.
Johan se lanzó nuevamente contra Jørgen con su espada, mientras este último lo esperaba con imperturbable tranquilidad.
Mientras tanto, Krauser se esforzaba por proteger a su grupo en medio del caos. Usando sus tentáculos, golpeaba a todo enemigo que se acercara a su lado. Aunque había perdido su sombrero en la refriega, no era momento de preocuparse por la formalidad. Las balas que lo alcanzaban no le hacían daño; incluso los agujeros que perforaban sus ropas se cerraban rápidamente mientras expulsaba los proyectiles. Los cartuchos vacíos caían al suelo mientras continuaba su frenético avance, deshaciéndose de los asesinos que se le cruzaban.
Sin embargo, un escalofrío recorrió su espalda cuando presenció una escena que desgarró su alma: un hombre encapuchado acribillaba a un niño que se hallaba en el suelo, suplicando piedad. Krauser, impulsado por la ira y la impotencia ante tal crueldad, liberó su lado más oscuro. No había motivo alguno para perdonar a los culpables de semejante atrocidad. Abandonando a su compañero herido en los refugios, se dirigió directamente hacia el asesino.
Cuando el individuo se dio cuenta de la inminente amenaza, disparó frenéticamente su arma. Sin embargo, Krauser, con sus tentáculos, interceptó las balas antes de que lo alcanzaran. Esto desconcertó al atacante, quien redobló sus esfuerzos para defenderse, pero en vano. Krauser saltó hacia él, lo derribó y lo inmovilizó en el suelo.
—Asesinaste a un niño, eres un monstro que merece morir.
Dicho esto, utilizó la fuerza de su tentáculo para arrancarle una pierna al hombre, infligiéndole un dolor insoportable. El sujeto gritaba y suplicaba, pero Krauser, impulsado por su ira, no mostraba piedad. Con rapidez, hundió su mano izquierda en el pecho del asesino, extrayendo su corazón con una fuerza descomunal. La sangre salpicó sobre ellos, pero en ese momento, el destino del hombre ya estaba sellado. A pesar de sus gritos desgarradores, lágrimas y súplicas, no había salvación. Sus ojos estaban desorbitados, y su rostro mostraba el sufrimiento indescriptible que había experimentado. La víctima había soportado un tormento inimaginable. Con el corazón en la mano, Krauser no dudó y lo devoró de un solo bocado.
Dicho eso, procedió a arrancarle una pierna con la fuerza de su tentáculo, provocando un aumento en el dolor del hombre. Pero después, desesperado por verlo morir, Krauser hundió su mano izquierda en el pecho del asesino con una tremenda fuerza, extrayendo su corazón de su inmundo cuerpo. La sangre salpicó sobre él y sobre el sujeto, aunque este último ya no importaba. A pesar de los gritos desgarradores, el llanto y las súplicas, nada de eso sirvió. Las lágrimas recorrían el rostro del hombre, y sus ojos estaban desorbitados. La víctima había sufrido inmensamente. Krauser, sosteniendo el corazón en su mano, no dudó en devorarlo de un solo bocado.
Mientras Krauser continuaba con su macabra tarea, un niño se aproximaba a él con las manos a la espalda.
—Curioso ¿No? Dije que esto pasaría si mandábamos a estas personas a disparar a estos pobres niños, es una verdadera pena que hayas liquidado a Rock, era un loco sádico, pero me hubiese gustado haberlo eliminado yo.
Krauser volteó y vio al individuo que le estaba hablando, era un niño con túnica roja y con una máscara de madera con dos orificios para poder ver, pero que no se podía notar sus ojos, ya que tenía una tela negra que los cubría.
—Ustedes han cometido el gravísimo error de atacarnos, van hacer liquidados.
—Lo sé, fue estúpido, pero yo no hago las reglas, sino mi jefe.
Krauser se puso de pie, se limpió la sangre de su cara, ocultó nuevamente su boca y se preparó para atacarlo.
—Recibirán el castigo divino de Harambee y tu Guz, recibirás mi castigo.
—Eso espero, eso espero.
Mientras Krauser estaba a punto de empezar a pelear con Guz, Rozkiewicz tuvo la fortuna de no enfrentarse a un oponente formidable. Sus habilidades de lucha estaban destinadas a defender a sus amigos. Recorría el campo y lideraba a sus hermanos hacia la batalla, desempeñando el papel de un general que comandaba a sus soldados en la refriega. Gracias a su liderazgo, lograron organizarse y pelear con valentía, sin temor. La moral de su grupo había crecido de manera significativa.
En medio de la multitud, sin embargo, se encontraba una persona especial: Chesulloth, una niña con una máscara blanca que mostraba una sonrisa macabra. Vestía una capa que cubría parcialmente su cuerpo y, al notar que no podría vencer a un ejército tan motivado, decidió urdir un plan. Comenzó a correr entre la multitud y gritó con todas sus fuerzas:
—¡ROZKIEWICZ HA MUERTO! ¡EL PRESIDENTE ROZKIEWICZ HA MUERTO!
Estas palabras comenzaron a asustar a las tropas, sembrando la confusión y el temor en sus filas. Muchos soldados comenzaron a desmoralizarse y huir. Esto no era lo que Rozkiewicz había planeado, ya que la desorganización solo daría ventaja al enemigo y podría causar más bajas entre sus camaradas. La táctica de Chesulloth parecía estar funcionando a la perfección.
Sin embargo, en medio del caos y la confusión, Rozkiewicz ejecutó una transformación sorprendente. Convirtió su torso en una serpiente gigante de tres metros de altura y se elevó por los aires. Quitó su casco y lo alzó, gritando a sus camaradas con determinación:
—¡SIGO VIVO Y PELEANDO, CARAJO! ¡VUELVAN A SUS FILAS, CAMARADAS, Y ESTEMOS LISTOS PARA SACAR A ESTAS BASURAS DE NUESTRO JARDÍN! ¡VAMOS, VAMOS, QUE LA VICTORIA ESTÁ AL ALCANCE DE NUESTRAS MANOS!
Luego, Rozkiewicz fijó su mirada en Chesulloth y se lanzó hacia ella con furia en sus ojos.
—¡VEN, MALDITA, Y DÍMELO EN LA CARA! ¡DI QUE ESTOY MUERTO, ESTÚPIDA!
El campo se volvía cada vez más peligroso. Desza avanzaba con su machete, cortando y enfrentando todo lo que se interponía en su camino. Sus guardaespaldas disparaban sin cesar, eliminando a cualquier amenaza que se moviera. Para él, la satisfacción llegaba al escuchar los gritos de agonía de sus víctimas y al ver cómo su machete atravesaba la carne de aquellos desafortunados como si fuera mantequilla. Había pasado noches afilando su arma, y ahora, su destreza le permitía disfrutar al máximo de su letalidad. Sin embargo, lo que más lo complacía era la visión de Candado corriendo hacia él, acompañado de sus amigos, Héctor y Clementina. Saber que sus enemigos se acercaban para un enfrentamiento final era la razón de su felicidad, sobre todo si se trataba de Candado, a quien odiaba profundamente.
Candado avanzaba con determinación, abriéndose paso a través de los enemigos con golpes precisos y evitando ser alcanzado. Clementina lo respaldaba, disparando a cualquiera que apuntara a Candado, mientras Héctor utilizaba sus cartas como escudo para proteger la retaguardia del grupo.
—Malditos miserables —murmuró Desza, sonriendo con malicia.
Cuando Candado se aproximó lo suficiente, saltó hacia él, listo para asestarle un golpe mortal con su facón.
—¡AZRICAM, DOCKLY, NEUTRALICEN A SUS COMPAÑANTES! —ordenó Desza.
En respuesta, dos de los seguidores de Desza, Azricam y Dockly, se lanzaron hacia Héctor y Clementina y los sacaron de la zona protegida por los muros. Azricam golpeó a Clementina en la cara y la arrojó a un lado. Luego, disparó a una columna de la puerta, que colapsó.
—¡CANDADO! —gritó Héctor con angustia.
—No debemos permitir que interfieran con el señor Desza —advirtió Dockly.
—Serán nuestros oponentes —concluyó Azricam.
Clementina se puso de pie junto a Héctor.
—¿Crees que Candado esté bien, Clementina?
—Nunca dudes del joven patrón, Héctor. Jamás pongas eso en duda.
Mientras tanto, en el interior del muro, Candado y Desza se enfrentaban con sus respectivas armas. El rostro de ira del joven de la boina se contraponía a la expresión de felicidad del profanador.
—Dime, bastardo, ¿qué haces aquí? —exigió Candado.
—¿Yo? Digamos que vine solo para recuperar algo que me pertenece —respondió Desza con una sonrisa enigmática.
Desza y Candado se separaron, sus hojas chocando con chispas que iluminaban el tenso enfrentamiento. Luego, se abalanzaron el uno contra el otro con ferocidad. Candado se mantenía alerta, consciente de que el machete de Desza era más largo y peligroso. La lucha era rápida y precisa, sin apenas aberturas para atacar. Parecía que Desza había entrenado lo suficiente como para evitar cualquier intento de ataque.
—¿Por qué no atacas, Candado? —se burló Desza, mientras seguía evadiendo los golpes de su oponente.
Candado esquivaba los ataques de Desza y, en ocasiones, bloqueaba los feroces golpes del machete. Finalmente, Desza cometió un error en su movimiento al intentar un ataque al cuello de Candado, quien se inclinó hábilmente y le propinó una patada en el pecho, arrojándolo hacia atrás.
—¿Qué ha pasado con el Desza que solía creer en la justicia? —le interrogó Candado con voz tensa—. ¿Qué ha sucedido con tu fe?
Desza comenzó a reír, con una sonrisa siniestra en su rostro, mientras sostenía su machete ensangrentado.
—¿Crees que he perdido mi fe en la justicia? —replicó Desza, mirando fijamente a los ojos de Candado—. Sigo impartiendo justicia a todo el mundo.
—Matar sin juicio ¿Eso es justicia?
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—No, pero para lograr la justicia, a veces es necesario hacer sacrificios—respondió Desza con frialdad.
Candado lo miró con incredulidad y le preguntó:
—¿Por qué te comportas de manera tan psicótica?
Sin dar tiempo a una respuesta, Desza corrió hacia Candado y saltó con su machete en mano, chocando nuevamente con el facón de Candado. La colisión produjo chispas y Desza soltó una risa diabólica.
—Tú me hiciste esto, jamás sentí tanto terror como cuando me arrebataste mis poderes. Te desprecio, Candado, cada célula de mi cuerpo te odia— espetó Desza con odio en su voz.
Desza despegó rápidamente su machete y arremetió contra Candado. Sin embargo, Candado no estaba en posición de frenarlo nuevamente. En ese momento, Candado utilizó sus flamas violetas para impulsarse hacia atrás, creando una cortina de fuego que dejó temporalmente cegado a Desza. A pesar de la ceguera momentánea, Desza se recuperó rápidamente y se precipitó nuevamente hacia Candado.
Mientras tanto, Candado ideaba una estrategia para enfrentar a su enemigo y notó una grieta en la defensa de Desza. Sin embargo, para explotar esa debilidad, tendría que crear una abertura, y eso no le agradaba.
Candado corrió hacia Desza con determinación. Desza, al ver que se acercaba, levantó su machete y lo bajó con fuerza. Candado puso su brazo para proteger su cabeza, pero el machete se incrustó en su piel y hueso, salpicando sangre y provocando una expresión de satisfacción en el rostro de Desza. Finalmente, había logrado herir a Candado.
Sin embargo, la lucha no había terminado. El machete de Desza se quedó atascado en el hueso de Candado. Este último, consciente de la situación, movió su brazo hacia arriba con fuerza, creando una abertura en su propia carne para permitir que su facón atravesara la clavícula de Desza. Desza se horrorizó al ver que no tenía escapatoria de un golpe mortal como ese. Sin embargo, cuando Candado llegó, Desza se movió unos centímetros, haciendo que el facón acertara en la clavícula de Desza en lugar de en su pecho, mientras este último mostraba una sonrisa.
Candado frunció el ceño y se separó de Desza, liberándose del machete y alejándose antes de inclinarse. La herida en su clavícula sangraba profusamente, pero Candado mantenía una expresión fría, sin mostrar signos de dolor ni tristeza, mientras observaba su herida.
Desza, perplejo, contemplaba la herida que le habían infligido. Era la primera vez que uno de sus enemigos le hacía ese tipo de daño. Luego de unos segundos, comenzó a reírse, riendo a carcajadas.
—¿Esto es lo que sienten las demás personas cuando las mutilo? Dios, qué sensación tan espléndida. ¿Cómo pueden temerle a esto? —se preguntó en voz alta, regocijándose en su propia locura.
Candado se puso de pie y examinó su herida. Aunque era una herida profunda, la sangre había dejado de brotar, dejando solo manchas en el lugar de la herida. A pesar de su apariencia tranquila, Candado contemplaba la herida con una mirada fría.
Después de unos segundos, Candado volvió su atención hacia Desza y comentó con calma: "Hey, ya sabía yo que estabas trastornado, pero esto es ridículo".
Al escuchar esto, Desza despertó de su mundo de locura y arremetió nuevamente contra Candado. Este último, al ver el ataque, trató de defenderse para evitar el machetazo del enloquecido Desza. Sin embargo, notó que su brazo derecho no le respondía.
—Mierda, me ha afectado un nervio—pensó Candado.
Sin más opciones, Candado corrió hacia él con su único brazo funcional, preparado para atacarlo con su facón. Pero justo cuando Desza estaba a punto de alcanzarlo, sintió una presencia a su derecha. Esto lo llevó a colocar su machete a su costado, bloqueando una piedra que le habían lanzado. Candado volteó rápidamente y vio a Hammya con el brazo relajado, indicando que ella había sido la responsable de arrojar la roca.
Desza esbozó una sonrisa y se dispuso a seguir a Hammya, olvidándose por completo de Candado.
—Hola, pequeña. Parece que voy a disfrutar desollándote. Me gustaría saber si tus órganos son del mismo color que tu cabello —gruñó Desza con una voz lúgubre.
—¡DESZA! ¡ESTO ES ENTRE TÚ Y YO! ¡ELLA NO TIENE NADA QUE VER! —Candado gritó, intentando proteger a Hammya.
—Claro que tiene que ver. Tú me quitaste algo que me pertenecía, ahora es mi turno —respondió Desza, sin mostrar compasión alguna.
Candado corrió hacia Desza, con su brazo aún funcional, decidido a detenerlo. Sin embargo, Desza demostró ser más rápido y optó por seguir persiguiendo a Hammya, ignorando a Candado por el momento.
—¡CORRE, HAMMYA! ¡CORRE! —Candado instó a la niña a escapar.
Hammya reaccionó, pero en lugar de huir, corrió hacia Desza con determinación.
—¿QUÉ HACES, MOCOSA ESTÚPIDA!? ¡HUYE! —Desza le gritó con furia mientras levantaba su machete, preparado para atacar a la niña.
Sin embargo, Hammya no le hizo caso y siguió avanzando. En un movimiento sorprendente, su cabello y ojos comenzaron a brillar en un tono verde fluorescente, y sus dientes se mostraron en una expresión de disgusto. Mientras esto ocurría, el suelo tembló y dos enormes troncos emergieron de la tierra, golpeando a Desza en el pecho y enviándolo volando contra el muro.
Desza se levantó, escupiendo sangre y mostrando una siniestra sonrisa en su rostro, dejando a Candado atónito ante el poder que Hammya había desatado. Parecía que la niña había atacado a alguien mucho más fuerte que ella.
Justo cuando Desza se preparaba para contraatacar, detuvo su movimiento y miró a su alrededor con asombro. El muro estaba siendo asaltado por los gremialistas, y la ayuda había llegado. Pero no solo eran los gremialistas; también se unían a la lucha los Circuistas y los Borradores de Esteban, aunque las razones de su presencia eran un misterio. Caían del otro lado del muro, formando un ejército diverso y decidido.
Entre ellos se encontraban German, Frederick, Esteban, Freud, Mauricio, Diana, Logan, Anzor, Declan, las mellizas Erika y Lucia, Matlotsky, Addel, Esteeman, Kevin, Martina, Pio, Viki, Ana María, Carolina, Lucas, Glinka, Antonela, Xendí, Ester y otras personas desconocidas para Candado. Todos estaban bajo el liderazgo de una figura destacada, Rodrigo Almirón Gilemberg, quien sostenía en alto una bandera roja con un escudo dorado en su interior y dos cañones cruzados.
La situación se tornaba aún más intensa mientras la batalla se desataba en su máximo esplendor.
En medio del caos de la batalla, cada uno de los aliados de Candado desplegaba sus asombrosos poderes con destreza.
German, transformado en un lobizón, se abalanzaba sobre los asesinos, arrancándoles la vida con feroces mordiscos y brutales golpes.
Lucas, maestro del fuego, utilizaba su don para quemar a sus adversarios, infligiendo dolor pero evitando la muerte directa.
Kevin y Martina, dotados con los poderes del Bailak, desataban una variedad de elementos y energías, matando a algunos enemigos y dejando a otros heridos en su estela.
Las mellizas, con sus poderes del platino y el oro, petrificaban a sus oponentes, convirtiéndolos en estatuas antes de destrozarlos sin piedad.
Lucia, con valentía, recibía las balas destinadas a su hermana, usando sus habilidades para petrificar a los agresores y aniquilarlos al instante, mientras Erika la protegía con su escudo.
Anzor y Declan, con sus afiladas espadas, cortaban extremidades sin matar a sus enemigos, causando sufrimiento pero dejándolos con vida.
Mauricio, controlando las hojas de los árboles, perforaba los abdominales de los asesinos, infligiendo heridas letales.
Logan, un hábil espadachín, desempeñaba su papel con destreza, degollando a los enemigos y defendiendo a sus hermanos de las balas enemigas.
Diana, en cambio, se encargaba de los que estaban peleando sobre los muros, cortándoles por la mitad con su enorme guadaña y maldiciéndolos cada vez que veía a un niño de su edad muerto por estos asesinos.
Frederick, rodeado de sus animales, dirigía a sus leales compañeros para atacar a los enemigos, mientras Esteban los electrocutaba con su letal poder eléctrico.
Freud, con su espíritu bromista, hacía comentarios sarcásticos mientras ayudaba a Declan y Anzor con su fuerza letal.
Tarah, con sus habilidades de portales, llevaba a los heridos a refugios seguros, protegiendo a los caídos.
Xendí, con sus brazos convertidos en ametralladoras, protegía a su señorita, Tarah, con una ferocidad inquebrantable.
Antonela, con poderes psíquicos poderosos, destruía las armas de los enemigos y, en algunos casos, estallaba sus corazones, aniquilándolos.
Esteeman, enfurecido por el ataque a sus hermanos, usaba su cuerpo metálico para repeler las balas y embestía a los asesinos con golpes brutales y precisos.
Ester, con sus poderes del diamante, golpeaba a los enemigos y ocasionalmente lanzaba proyectiles de granizo puntiagudos hacia ellos.
Addel, con sus habilidades de carbón, poseía temporalmente los cuerpos de los asesinos y los usaba para atacar a otros, antes de liberarse y luchar con sus puños y patadas.
Pio y Viki formaban un dúo letal: Viki desgarraba a los enemigos con sus garras afiladas y absorbía su sangre para obtener fuerza, mientras Pio utilizaba sus poderes de hilo para congelar a los adversarios antes de que Viki los destruyera.
En medio del conflicto, cada uno de estos aliados contribuía con sus extraordinarios dones para enfrentar a los asesinos y cambiar el curso de la batalla.
Carolina desplegaba sus asombrosos ataques cuerpo a cuerpo, combinando sus habilidades con el veneno de sus serpientes. Estrangulaba a sus oponentes y los mordía, inyectándoles veneno y acabando con sus vidas al instante.
Ana María Pucheta, preocupada por su amiga en la agencia, se esforzaba al máximo en repeler a quienes intentaban acceder a los bunkers. Sus mortales puñetazos dejaban agujeros letales en los cuerpos de sus enemigos, causándoles la muerte de forma instantánea.
Glinka, vestido de blanco y ocultando su rostro detrás de una máscara de conejo, empleaba sus poderes sobre la materia, convirtiendo sus brazos en gigantescas cuchillas de metal. Atacaba con precisión mortal, usando el metal como arma para diezmar a los asesinos.
Matlotsky, un tirador excepcional, demostraba su genialidad en la precisión de sus disparos. Usando un arma de clavos, dirigía sus proyectiles con maestría, desarmando o hiriendo a sus enemigos en puntos críticos.
Y finalmente, Almirón lideraba su ejército con fervor hacia la victoria, utilizando su voz como arma. Sus apasionados discursos inspiraban a sus compañeros de gremio a seguir luchando, mientras ondeaba la bandera que simbolizaba la unión de cinco gremios bajo su mando. Pero Almirón no era un líder sin poderes; él tenía el control del agua y la capacidad de desmaterializarse para convertirse en líquido. Utilizando esta táctica, ahogaba a sus enemigos o los alejaba de él, frustrando los intentos de ataque desde su retaguardia.
En medio de la feroz batalla, estos valientes aliados exhibían sus extraordinarios poderes y habilidades para enfrentar a los asesinos y luchar por la victoria.
Luego, entre los combatientes en el fragor de la batalla se encontraban Johan, Walter, Krauser, Rozkiewicz, Sofía, Héctor y Clementina.
Walter había enfrentado desafíos con Joel, pero la situación cambió cuando ideó una astuta estrategia. Se arrojó desde el muro y, aprovechando sus brazos elásticos, se aferró a la estructura mientras avanzaba hacia la derecha. A medida que se movía, desprendía bloques uno tras otro, generando un temblor que forzó a Joel a bajar. Joel, viéndose obligado a descender, lanzó sus agujas hacia una de las columnas y se balanceó para alcanzar el suelo. Desde allí, planeaba utilizar sus agujas para enredar a Walter cuando este se aproximara al centro, donde había previsto su ataque. Sin embargo, Walter se despojó de su traje protector y se precipitó hacia Joel a una velocidad sobrenatural, asestándole un golpe en el codo y el pecho. El impacto lanzó a Joel a través del aire, haciéndolo estrellar contra uno de los vehículos de los asesinos. Cuando Walter se preparaba para rematarlo, dos mujeres, Jane y Rose, aparecieron y rescataron a su hermano inconsciente antes de retirarse rápidamente. Walter observó con suspicacia la determinación con la que habían intervenido para salvar a Joel de él.
En contraste, Johan y Jørgen mantenían una batalla igualada, sin bajas ni signos de fatiga, sus habilidades estaban perfectamente equilibradas. Johan lanzaba potentes espadazos hacia Jørgen, quien los paraba e incluso los devolvía con el doble de fuerza. Sin embargo, Jørgen se percató de que Joel estaba fuera de combate y entendió que debía socorrer a sus camaradas.
—Perdóname, pero aquí termina este combate —dijo Jørgen.
Entonces, Jørgen triplicó su velocidad y comenzó a asestar golpe tras golpe, hasta que logró destruir la espada de Johan. Johan quedó sorprendido, pero Jørgen no buscaba su muerte. En cuestión de segundos, le propinó treinta impactos en el pecho debido a su vertiginosa velocidad, impulsándolo por los aires pero dejándolo con vida, mientras utilizaba su velocidad para alejarse del combate.
Jørgen subió al techo de la agencia de los Semáforos y se encontró con Isabel, quien sostenía una pila de documentos en las manos.
—¿Son estos? —preguntó Isabel.
—Sí, ahora debemos irnos.
Jørgen se dirigió al borde del tejado y estableció una comunicación telepática con Desza.
—(Señor, los hemos recuperado, es hora de retirarnos) —transmitió Jørgen.
—(Excelente, buen trabajo, equipo) —respondió Desza.
Jørgen tomó a Isabel en sus brazos, lo que la hizo sentir un poco avergonzada, y saltó del techo, quedando suspendidos en el aire. Dirigiéndose a través de la comunicación telepática, dijo:
—(Equipo, es hora de retirarnos. Hemos obtenido lo que queríamos).
Rŭsseŭs sonrió y miró a Sofía, quien estaba exhausta tras la batalla.
—Es hora de que me vaya, cariño. Espero que no me aburras la próxima vez. Adiós.
Rŭsseŭs propinó una patada en el pecho a Sofía, haciéndola caer herida al suelo. Se maldecía a sí misma por no haberle causado siquiera un rasguño.
Chesulloth, por otro lado, no corrió con la misma suerte. Fue golpeada con fuerza por Rozkiewicz, quedando gravemente herida. Sin embargo, al escuchar la voz de su compañero, encontró la fuerza para escapar de él mientras se hundía en la tierra, como si se sumergiera en el agua, desconcertando así a Rozkiewicz.
Luego estaba Guz, quien se encontraba en un combate parejo con Krauser. Ninguno de los dos lograba infligirse daño alguno, a pesar del odio que Krauser sentía al presenciar la brutal muerte de uno de sus compañeros frente a sus ojos.
—Lo siento, pero debo irme. Lamento las vidas perdidas hoy. —dijo Guz.
—Espera, ¿Cuál era tu objetivo? ¿Por qué nos atacaron?
—Yo también quisiera saberlo.
Con estas palabras, Guz se retiró, utilizando sus tentáculos que surgían de su espalda y creando nuevos en el suelo para mantener alejados a los que se le acercaban. Dejó a Krauser solo, entre montones de escombros causados por la pelea. Lo curioso fue que Krauser logró encontrar su sombrero bajo las piedras, lo agarró, lo sacudió y se lo colocó en la cabeza. Mientras observaba cómo todos los enemigos abandonaban el lugar, su deseo de seguir a Guz se desvaneció por completo. Ahora lo único que le importaba era salvar a su gente.
Por otro lado, Desza, satisfecho con lo que Jørgen le había contado, observó a Candado por un momento y luego sacó un frasco con un líquido rosado de su bolsillo, bebiéndolo por completo.
—Creo que debemos posponer este encuentro, Candado. He perdido demasiados hombres hoy. Así que, adiós.
Desza se alejó a una velocidad increíble, imposibilitando cualquier intento de seguirlo. Una vez que se fue, todos sus compañeros lo siguieron, incluyendo a los asesinos, que abordaron sus autos y se marcharon. Almirón y sus camaradas se lanzaron tras la captura de los asesinos, dejando a la mitad de sus compañeros para ayudar a los necesitados.
El conflicto había llegado a su fin, pero había dejado un gran número de muertos y heridos en los jardines de los Semáforos. Era la primera vez que ocurría algo así. La victoria se había convertido en amargura, habían perdido a muchos compañeros, camaradas, amigos e incluso familiares en algunos casos. El césped se tiñó de rojo aquella tarde, con numerosas bajas del lado enemigo. Sin embargo, no había motivo para celebrar, ya que muchos de ellos nunca habían arrebatado una vida antes y estaban en estado de shock por lo que habían hecho.
Candado, que había comprendido todo esto, se sentó agotado en una roca que se encontraba en medio del campo de batalla. Hammya se acercó para ver cómo estaba.
—Candado, ¿estás bien?
Candado, con una mirada vacía, respondió:
—Yo, como siempre, salgo ileso de estas situaciones. Pero los que me rodean no.
Miró a un cadáver de un chico desconocido que formaba parte de los Semáforos.
—Bueno, yo...
Hammya notó el brazo magullado de Candado.
—¡CIELOS! ¿¡QUÉ TE PASÓ!?
Candado observó su brazo, como si no fuera algo importante, y dijo:
—Oh, eso. Solo es otra medalla de mis batallas, una que me recordará este fatídico día.
Hammya se arrodilló y rasgó la manga de su brazo, dejando al descubierto la herida.
—Este buzo lo usaba para ir a la escuela.
—¡DIOS MÍO! ¡ES TERRIBLE!
—¿Y qué esperabas de una herida? No creo que estas cosas sean atractivas —respondió Candado de la manera más insensible posible.
El brazo de Candado tenía un agujero por donde apenas perdía sangre. Hammya, desesperada, sacó una botella de agua que llevaba consigo y la roció en la herida para limpiarla. Luego tomó la manga rota de Candado y comenzó a pasarla por la herida. A pesar del proceso, Candado seguía sin mostrar un indicio de dolor, simplemente observaba a su alrededor, viendo cómo sus camaradas eran atendidos por los gremialistas de Almirón.
—¿Por qué Desza atacaría a los Semáforos?
Hammya no le prestó atención y continuó limpiando la herida. Cuando terminó, sacó un pañuelo del bolsillo que Candado le había dado para que se limpiara las lágrimas, y que había olvidado reclamar. Lo sacudió tres veces y lo utilizó para envolver la herida.
—Listo, ahora estarás bien.
—Siempre estoy bien. Esa es una eterna maldición que tengo.
Candado se levantó y comenzó a caminar por el lugar.
—Espero que Nelson esté bien.
En ese momento, Candado vio a lo lejos a un anciano polvoriento que arrastraba a un guardia de seguridad corpulento herido en el abdomen. Al verlo, Candado gritó:
—¡VIEJO LOCO!
El anciano se volvió, y resultó ser Nelson. Estaba polvoriento pero no tenía rasguños en su cuerpo. Candado corrió hacia él, acompañado de Hammya.
—Hola pequeños, me alegra que estén bien.
Candado miró al herido.
—¿Es este Mario?
—No sé su nombre, pero lo vi apuñalado por un chico con un machete. Si no fuera por mí, estaría muerto. Usé algunas vendas que tenía en mi auto junto con algunos sueros y pude detener el sangrado. Ahora solo está inconsciente, pero no te preocupes, su vida ya no corre peligro.
—¿Eres médico?
—Claro que lo soy, niña.
—Entonces, ¿puedes ayudarlo? —dijo Hammya mientras señalaba el brazo de Candado.
Nelson soltó las piernas del guardia herido como si fuera un simple costal y se acercó a Candado. Quitó la venda que Hammya le había colocado y examinó la herida cuidadosamente.
—Es un corte bastante feo.
—No me digas.
Nelson soltó una pequeña carcajada y luego miró a Hammya.
—Tráeme la maleta que está en la panza de ese gordo, por favor.
Hammya corrió hasta donde estaba el guardia y tomó la pequeña maleta. Luego regresó con Nelson y se la entregó. Nelson la abrió y sacó algodón, alcohol y vendas.
—Sabes, me sorprende que esta herida te la haya hecho un arma que se parece a una espada.
—Erraste, fue un machete.
—Peor todavía.
Nelson mojó el algodón con alcohol y lo pasó por la herida. A pesar del ardor, Candado no reaccionó ni mostró dolor, siguió hablando.
—¿Por qué los Testigos atacarían a los Semáforos? —preguntó nuevamente Candado.
—No tengo idea. Pensé que solo tratarían de incriminar a una de las dos potencias, pero parece que tanto tú como yo estábamos equivocados.
Después de que Nelson terminó de limpiar la herida, la envolvió cuidadosamente.
—Menos mal que traje una chomba —dijo Candado mientras se quitaba el buzo y se anudaba la corbata roja.
En ese momento, Héctor y Clementina se acercaban corriendo desde lejos.
—¡CANDADO! —gritaron ambos.
—Muchachos, me alegra que estén bien —dijo Candado, mostrando una leve sonrisa.
—Lo siento, señor, por no venir antes. Tuve que analizar las bajas.
—¿Cuántos son entonces, Clementina? —preguntó Candado.
—Son aproximadamente 2500 personas del personal de los Semáforos. Han muerto aproximadamente 127 personas, de las cuales 30 eran efectivos de seguridad, hay 543 heridos y 9 desaparecidos.
—¿Quiénes eran los que nos atacaron?
—Eso es lo interesante, señor. Los enemigos eran casi 500, pero 40 de ellos eran humanos con antecedentes criminales.
Las palabras de Clementina sorprendieron a todos.
—¿Y quiénes eran los otros?
—Muertos vivientes, señor.
—Cualquier locura —comentó Nelson.
—¿Me estás diciendo que la mayoría de ellos estaban muertos?
—Sí. Al analizarlos detenidamente, pude detectar que sus corazones no latían, sino que emitían pequeñas descargas.
—¿Pero quién podría tener un poder tan descomunal?
—Ese poder solo podría ser obra de un Bari corrupto.
Las miradas se volvieron hacia un preocupado Tínbari.
—Oh, ¿dónde estabas mientras estábamos peleando?
—Me disculpo por eso, Candado.
—Espera, ¿es una buena idea hablar aquí? —preguntó Hammya.
—No se preocupen, todo el mundo está ocupado ayudándose mutuamente.
—Bueno, ¿qué hay de eso de un Bari corrupto?
—Verás, Candado, creo que Pullbarey está detrás de esto.
—¿Por qué estaría de acuerdo en atacarnos a nosotros? ¿Qué ganaría atacando a los Semáforos?
—No lo sé.
—Es una pena. Sería bueno tener información de vez en cuando.
—Lamento no ser de ayuda, Candado. Por favor, perdóneme.
—Es raro que te disculpes conmigo.
Candado se puso de pie, agradeció a Nelson por la ayuda y le dio una palmadita en la cabeza a Hammya en agradecimiento por haberle salvado la vida. Luego se alejó de ellos para mirar alrededor y asegurarse de que todos estuvieran bien o, al menos, para ofrecer su ayuda. Sin embargo, no se dio cuenta de que sus amigos lo seguían de cerca y no tenían intención de dejarlo solo.
—No nos separaremos de ti hasta que llegues a casa sano y salvo —dijo Hammya.
—Siempre siendo un dolor de cabeza, ¿verdad?
—Estoy con la señorita Hammya, no te dejaremos solo todavía.
Héctor, Tínbari y Nelson asintieron con la cabeza y lo siguieron.
Candado vio a Rozkiewicz hablando con Walter y una persona que no conocía, así que se acercó para averiguar si necesitaban ayuda.
—Hola.
—Oh, hola, Candado —saludó Rozkiewicz con energía.
—Hola, señor.
—Disculpa, ¿quién eres?
—Soy Valeria Ayesha Escanciano.
—Estrella en latín, ¿verdad?
—Oh, veo que sabes mucho.
—Claro que sí.
—Walter estaba hablando de alguien interesante. ¿Quieres escuchar?
—¿Así?
—Estaba hablando de Soledad Ortiz Wanda Candrabetra.
—¿Quién es?
—Ella es una persona fuerte. Sus hazañas son las mejores que he visto en mi vida.
—Ella era una de las personas que invité a nuestra charla, pero lamentablemente no pudo asistir. Nuestra amiga Valeria estaba contando los motivos —explicó Rozkiewicz.
—Soledad estaba bastante ocupada. Su viaje hacia aquí fue cancelado. Vine a dar la cara por ella y disculparme. Cuando vi esta... masacre, ayudé con lo que tenía a mi alcance —añadió Valeria.
—Entiendo. —Candado notó en Valeria una tranquilidad particular. Sus ojos parecían apagados detrás de las gafas, lo que le hizo pensar que había visto escenarios similares antes—. Nos vemos —se despidió Valeria.
—Vaya, ella da miedo. No me gustaría estar en una habitación con ella, y mucho menos si tiene esa garrocha consigo —comentó Walter.
—Soledad, creo que la conozco. ¿La guerrera del mazo, verdad? Dicen que pudo frenar a Karinto Bárcena y a su compañero Alan. Pero... ¿por qué la llamaste? —preguntó Candado.
—Su nombre estaba en el escritorio. Pensé que Joaquín quería hablar con ella.
—Joaquín siempre pensaba de manera impredecible.
—Tal vez... le llamó la atención en medio del conflicto entre Bárcena y Sol.
—No lo sé. Bueno, los dejaré, tengo que seguir ayudando.
—Suerte, amigo.
—Ten cuidado, Candado. Este panorama no debe afectarte.
—No te preocupes, estas muertes no me afectan en nada.
—Suena triste.
—Walter Dussek, no me hagas reír.
Dicho esto, Candado se alejó de sus amigos y continuó por el camino. En su recorrido, se encontró con algunos de sus compañeros. El primero en encontrarse fue Johan, quien estaba sentado en una silla, con las piernas cruzadas, manipulando los fragmentos de su espada con levitación como si fuera un rompecabezas, mientras sostenía el mango de su espada con la mano izquierda.
—Hola, ¿cómo estás? —saludó Candado.
Johan levantó la vista, pero no dejó de concentrarse en lo que estaba haciendo.
—Hola, Candado. Por lo que veo, sigues vivo.
—Lo mismo digo de ti.
—Vamos, siempre sobrevivo. Espero que Lilith no se enoje conmigo por no presentarme a nuestra cita.
—¿Lilith?
—Es mi novia, pero como puedes ver, ella no está aquí —luego Johan miró la venda en el brazo de Candado—. Veo que alguien te ha hecho daño.
—Tú también tienes tus marcas.
Johan se miró el pecho, donde había una mancha de mugre y arrugas en forma de círculo perfecto.
—Tienes razón, parece que desafié a un dios y gané. Puedes reírte de esa victoria, pero ya arreglaré cuentas con él. Espero que no lo maten.
—¿Necesitas algo?
—No, estoy bien. Mira a tu alrededor, Candado. Hay muchas personas que se están ayudando entre sí. Yo puedo cuidarme solo.
Candado observó a su alrededor y vio que Johan tenía razón. Sofía estaba herida pero usaba sus poderes para sanar a los heridos, mostrando una sonrisa para no preocupar a los pacientes. Krauser ponía una manta sobre el cadáver de una niña de catorce años y luego abrazaba a otra niña para consolarla. Walter ayudaba a los heridos que no podían moverse, mientras Rozkiewicz hacía chistes para aliviar la tensión y sacar sonrisas a sus compañeros. Ana María abrazaba a una chica extraña, al parecer su amiga, mientras Viki le ponía una venda en la cabeza. Pio reparaba las puertas y partes de los muros con la ayuda de German y Addel, quienes sellaban las grietas. Anzor, Freud y Declan ayudaban a rescatar a las personas atrapadas bajo los escombros. El resto se dedicaba a sanar a los heridos.
—Ves, ellos son los que necesitan ayuda, no yo —dijo Johan.
—Entiendo. Me alegra que estés bien.
—Lo mismo digo.
Candado se despidió de Johan y continuó su camino hasta encontrarse con Esteban, quien estaba colocando el brazo dislocado de un niño en su lugar.
—Hola, Circuista. —saludó Candado.
Esteban, quien estaba de espaldas, hizo una mueca con los ojos y se volvió para mirar a Candado.
—Mira, solo vine porque tenía que disculparme por la forma en que te traté en el velorio de Guillermo, pero mañana seguiremos siendo enemigos.
—No lo olvidaré, pero procura no ser un imbécil —respondió Candado con una sonrisa fría.
—Ahora vete, estoy muy ocupado.
Candado notó que Esteban estaba herido, así que se apresuró a dirigirse al edificio, acompañado por sus amigos. Subieron por las escaleras hasta llegar al último piso, donde se encontraba la oficina principal. Candado irrumpió en la sala y vio a Joaquín, sentado en el escritorio de su secretario, inclinado hacia adelante, sosteniéndose las sienes con ambas manos y mostrando una expresión preocupada. Además de Joaquín, había cuatro personas en la sala: Ruth, Moneda, Cantero y un chico con el rostro cubierto por un pañuelo rojo, un sombrero de vaquero y una gabardina, conocido como el inspector integro Gabriel Joaquín.
—¿Estás seguro, Gabriel? —preguntó Joaquín.
—Temo que sí.
—¿Lo has revisado otra vez?
—Seis veces, señor.
—No —Joaquín se cubrió los ojos y continuó—. Estamos en serios problemas.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Hammya.
—Harambee es el dialecto que hablaba Harambee para la magia que encerró a Tánatos hace mucho tiempo. Si logran leerlo y descifrarlo, irán en busca de la lanza de Harambee, ya que para liberar a Tánatos, deben recitar las palabras mágicas mientras sostienen la lanza.
—Eso suena grave.
—Lo es. Si Tánatos es liberado, todos estaremos perdidos. Yo sabía que no deberíamos haberlo mantenido aquí. Dije que sería mejor esconderlo en Rusia, y ahora que lo han conseguido...
—Todavía necesitan la lanza de Harambee. No todo está perdido, Joaquín —intervino Cantero.
—Tienes razón, pero si nos atacaron aquí, harán lo mismo en la O.M.G.A.B., y todo estará perdido.
—Debe haber otra solución.
—La hay, Clementina, la hay —respondió Joaquín, luego miró a Ruth—. Dame una de esas hojas de los estantes, por favor.
Ruth corrió, tomó algunas hojas, una lapicera y se las entregó a Joaquín.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Moneda.
—En situaciones como esta, mando al diablo todas las leyes y procedimientos burocráticos que puedan aplicarse. Son tiempos difíciles y no hay tiempo para escuchar a burócratas —dijo Joaquín mientras escribía en la hoja de papel. Cuando terminó, le entregó el papel a Candado, quien todavía estaba confundido. Joaquín continuó—. ¿Querías un pase? Pues aquí lo tienes, firmado y sellado por mí, como presidente y como inspector.
—Pero al hacer esto, sin seguir el procedimiento de la cámara, estarías en riesgo de ser destituido y expulsado por mal desempeño gremial. Además, ganarías el odio de la presidenta Chandra.
—Yo voté por Arce, así que no me interesa lo que pienses. Esto es grave y no hay tiempo para seguir el protocolo. Ve a la O.M.G.A.B. e informa lo que acaba de suceder.
—Gracias, Joaquín. Partiré dentro de dos días.
—¿Por qué tanto tiempo?
—Necesito poner en orden algunas cosas.
—Lo que estás a punto de hacer es desacato a las órdenes —expresó Gabriel.
—Rozkiewicz tomará el mando y tú seguirás siendo el campeón de los Semáforos, Gabriel.