Al día siguiente, Candado se levantó a las 7:15 de la mañana. A esa hora, el sol ya brillaba en el cielo y se podía escuchar el ruido de las motos y los autos circulando por la calle. Candado se puso de pie, aún somnoliento y sin ganas, y se dirigió al baño que estaba al lado de su habitación. Su habitación parecía más bien la de un hotel. Se lavó la cara con agua bien fría con la intención de alejar su pereza, pero no tuvo ningún efecto. Agarró su cepillo rosado, le puso dentífrico y luego se lo llevó a la boca, comenzando a cepillarse los dientes durante unos cinco minutos. Sin embargo, en lugar de escupir la crema dental al terminar, se la tragó.
—Qué delicia —dijo Candado mirándose al espejo con una expresión fría.
Luego, volvió a la sala contigua y miró por la ventana. Desde allí, podía ver su árbol favorito en el jardín, donde siempre se sentaba a leer o a dormir.
—Buenos días, chico —dijo Candado mirando el árbol con una semi-sonrisa.
Después, Candado se colocó al lado de su cama, levantó su mano izquierda y chasqueó los dedos. De repente, comenzó a desvestirse sin moverse, quedando solo en calzoncillos. Luego, la ropa que estaba en el armario comenzó a volar hacia él y siguió el mismo proceso: primero los pantalones oscuros y las medias blancas, luego la camisa blanca, después la corbata roja y el chaleco marrón de gala, y por último, los zapatos y los guantes blancos. Pero aún faltaba algo. En su mano derecha, le faltaba el guante. Fue a su mueble verde que tenía nueve cajones y abrió uno de los de arriba. En ese cajón, había muchos guantes del mismo diseño, con el mismo símbolo y del mismo color. Candado sacó uno de los miles que tenía y se lo puso. Luego, lo cerró con delicadeza y se dirigió hacia donde estaba su apreciada boina. Se la colocó en la cabeza con finura, abrió la puerta y se dirigió al establo.
Cuando llegó allí, Candado vio a Uzoori durmiendo en el heno. Se acercó lentamente a él, pero cuando ya estaba lo suficientemente cerca, Uzoori se levantó y miró a Candado. Este se sacó la boina rápidamente y la escondió detrás de su espalda, para que no le hiciera lo mismo que le había hecho anoche.
—Olvídalo, Uzoori.
Le colocó su montura a su caballo y luego lo llevó a una especie de ascensor que había allí. En ese lugar, había una válvula y de ella misma, Candado se acercó y le dio vueltas a la derecha. El ascensor comenzó a bajar a una velocidad mediana. El elevador bajó en el garaje de la casa, pero como sus padres se habían ido a trabajar, el auto no estaba y era más fácil salir de ahí. Candado se acercó a la enorme puerta del garaje metálica y apretó un botón que estaba al costado de la puerta. Esta empezó a abrirse a una velocidad algo lenta. Cuando la puerta se abrió por completo, Candado se subió a su caballo y salió del garaje. Antes de partir, Candado usó sus poderes para cerrar la puerta, ya que no tenía ganas de bajarse del caballo para cerrarla. Cuando la puerta se cerró, Candado se fue a todo galope de la casa, cruzando las calles casi vacías del pueblo. Finalmente, se adentró en el bosque, a las afueras del poblado.
Cuando llegó allí, Candado comenzó a dar palmaditas en el cuello del caballo para que redujera la velocidad, y Uzoori empezó a caminar por el bosque. Llegaron a un hermoso prado, donde Candado miró su reloj y eran las 8:36 de la mañana. El sol ya se alzaba en el cielo. Candado dio una palmadita en la cabeza de Uzoori y este se detuvo cuando su dueño lo hizo. Candado se bajó del caballo y se recostó en el suave césped que había en el suelo.
—¿Ves, Uzoori? Te dije que te sacaría a pasear. Es un lugar hermoso.
Uzoori se recostó en el suelo para comer el pasto que había allí. Candado también estaba acostado en el suelo, disfrutando del hermoso césped y del aire fresco de la mañana. Sin embargo, desde una de las hierbas crecidas, una serpiente pequeña y negra con lunares rojos se acercaba lentamente a Candado. El reptil comenzó a subir por su pierna sin que Candado se diera cuenta, avanzando hasta llegar a su pecho. La serpiente alzó la cabeza y mostró sus dientes con la intención de morderlo, pero Candado aún no se había percatado de su presencia. Cuando la serpiente estaba cerca de su rostro, comenzó a lamerle la nariz. Esto hizo que Candado se echara a reír debido a las cosquillas que le producían las lamidas en la nariz, hasta que finalmente no pudo más y se puso de pie. Sin embargo, al hacerlo, la serpiente cayó al suelo lastimándose. Candado se inclinó a su altura y se disculpó diciendo:
—Disculpa por ponerme de pie apresuradamente.
La serpiente inclinó la cabeza y comenzó a desprender un humo blanco. Del interior de aquel reptil que empezaba a envolverla, y después de unos segundos, el humo se desvaneció, revelando en su lugar a una preciosa niña de cinco años que parecía molesta. Candado la conocía bien; su nombre era Yara, que proviene del diminutivo de Yarará.
Yara: Es una niña pequeña de cuatro años y medio con cabello largo y rojizo, y ojos de serpiente amarillos. Viste un camisón largo de color negro y zapatitos blancos. Fue criada por Candado y Mauricio cuando era un huevo, después de perder a su auténtica madre en un incendio en el bosque. A pesar de su timidez, es juguetona y solo se siente cómoda con Candado y Mauricio. Considera a Candado como su padre y a Mauricio como su tío.
Poder: A pesar de ser una serpiente, no es venenosa debido a que Candado compartió parte de su poder con ella para sobrevivir, lo que hizo que perdiera su veneno. Puede transformarse en humana, aunque como es joven, a menudo le sale mal. Además, puede cambiar de piel para camuflarse y usar la arena y la tierra como arma.
Habilidades: Es experta en asustar a sus enemigos debido a su color de serpiente.
Después de transformarse en humana, Yara miró a Candado con enojo y le dijo:
—Eres malo, papá, muy malo. Yo solo estaba jugando.
—Perdóname, Yara. No quise lastimarte —dijo Candado muy apenado.
—Lo haré si me haces upa.
Candado se acercó a la niña y la levantó en sus brazos, como hace con su hermanita Karen. Luego, la miró y dijo:
—¿Estás contenta ahora, Yara?
—Sí, lo estoy. Estás perdonado.
—Me alegra. No me gusta que los niños se enojen conmigo.
—Yo nunca podría estar enojada con papá —dijo Yara abrazándolo.
—Oye, ¿qué quieres para tu cumpleaños? Fíjate que faltan dos días.
—No lo sé. Me gustaría pasar más tiempo contigo, papá.
—Bien, ya está decidido. Pasaré más tiempo con la niña más simpática del universo.
—¿Quién es?
—¿Quién más podría ser?—continuó con—Pues tú, ¿con quién crees que voy a pasar tu cumpleaños?
—¡Ah, perdón entonces!
—No tienes que disculparte. La verdad, yo soy quien tiene que disculparse.
—¿Disculparte? ¿Por qué tendrías que disculparte?—preguntó Yara.
—Por hacer un chiste con alguien que es menor de edad.
Cuando Yara escuchó eso, ella lo miró y él la miró a ella. Después de unos segundos, ambos comenzaron a reírse a carcajadas. Pero mientras se reían, Candado comenzó a sentir cosquillas en las piernas. Esto hizo que su risa desapareciera instantáneamente, y en su lugar apareció su expresión fría, con la ceja izquierda levantada.
—Mija, ¿acaso aún no sabes controlar tu transformación?
—Sí, ¿qué fue lo que me delató?
—Creo… que tu cola me estaba haciendo cosquillas.
—Lo siento —dijo Yara, sonrojada.
Candado le dio un beso en la mejilla y luego la abrazó.
—Eres tan dulce. No puedo imaginar cómo serás cuando crezcas.
—¿Cómo era papá cuando tenías la edad que tengo yo ahora?
—Seguramente serás muy hermosa. Tus ojitos me encantan.
Candado se tumbó en el suave césped, sosteniendo a Yara en el aire, y todo rastro de seriedad o frialdad desapareció por completo.
—¡Vuela, Yara! —decía Candado mientras la balanceaba en el aire de un lado a otro. Yara extendía los brazos mientras se reía. Candado no dejaba de sonreír, como si toda su felicidad estuviera en la niña que lo llamaba papá.
—¡Estoy volando, papi! ¡Estoy volando!
Luego, Candado se sentó y colocó a Yara en su regazo para que juntos pudieran disfrutar del paisaje de la mañana.
—Sabes, me sorprende que estés despierta a esta hora.
—La verdad es que huí de las lecciones del tío Mauricio. Candado no pudo evitar reír.
—¿De verdad? ¿No te gustan sus clases?
—Son muy aburridas. Es mejor estar aquí afuera y jugar contigo.
—Mauricio quiere educarte para que puedas ser una gran señorita.
Yara se dio la vuelta y comenzó a extender sus pequeños brazos en busca de la boina de Candado. Él entendió lo que ella quería, se quitó la boina y se la colocó en la cabeza. Dado que la boina estaba diseñada para la cabeza de Candado, le quedaba muy grande. No pudo evitar soltar una risilla al verla de ese modo.
—No veo nada —decía Yara mientras extendía sus manos por todos lados para guiarse. Candado le ajustó la boina para que pudiera ver. Luego, la envolvió en sus brazos.
—Recuerdo la primera vez que te vi, eras muy pequeña y linda. Cuando te di un poco de mis poderes… Yara tocó su mentón con sus manos.
—Quisiera ver algún día dónde vives.
—¿De verdad?
—Sí, quiero hacerlo.
—Bueno.
Candado la levantó y la llevó hasta su caballo, que estaba tumbado comiendo pasto. Cuando se acercaron, la subió al lomo de Uzoori, quien se puso de pie rápidamente, asustando a Yara, quien agarró al caballo con fuerza mientras este se movía de un lado a otro rápidamente. Candado se acercó a él y puso su mano en su cuello para calmarlo. Cuando Uzoori sintió las manos de su dueño en su cuello, se tranquilizó y se quedó quieto, mientras que Yara seguía aferrada a él con los ojos cerrados y las mejillas infladas. Candado se subió a su caballo y puso su mano izquierda en la cabeza de Yara.
—Ya puedes soltarlo, no hay problema.
—No, si lo hago me va a lanzar, lejos muy lejos, hasta las estrellas —dijo Yara, asustada.
Candado mostró una sonrisa en su rostro serio y puso sus manos en las manitas suaves de Yara. Él se acercó a la cabeza de ella y le susurró.
—No te va a pasar nada, puedes soltarlo. Cuando Candado dijo eso, Yara se calmó y lentamente comenzó a soltar al caballo, también abrió sus ojos y exhaló todo el aire que tenía, haciendo que sus mejillas volvieran a su estado original.
—Me alegro, nada ha pasado. Pero cuando ella dijo eso, Uzoori estornudó e hizo que Yara se volviera a asustar y abrazara a Candado con fuerza.
—¡Cielos, quiere lanzarme! —dijo Yara asustada. Candado comenzó a reírse y respondió con un abrazo y besos en la cabeza.
—Yara, solo fue un estornudo, no hay nada de qué preocuparse —dijo Candado en un intento de no reírse.
Yara seguía abrazando a Candado, pero esta vez estaba calmada. Candado tomó las riendas del caballo y aceleró. Durante el recorrido, Yara comenzó a admirar el paisaje de los árboles que había en la zona y quedó maravillada. Sin embargo, cuando llegaron al pueblo, Yara escondió su cara en el chaleco de Candado porque tenía miedo de los demás humanos, lo cual le causaba ternura a él debido a la timidez de la niña y le hacía recordar su propio pasado. Mientras él estaba distraído viendo cómo Yara estaba abrazándolo con fuerza, su caballo se detuvo frente a su casa. Candado miró su reloj y marcaba las 9:50 de la mañana.
—Guau, faltan diez para las diez. Veo que te has divertido, Uzoori —dijo Candado mientras acariciaba el cuello del caballo.
—¿Dónde estamos, papá? —preguntó Yara con la cara enterrada en el pecho de Candado.
—Bueno, estamos en mi hogar, el lugar en donde vivo —dijo Candado. Yara lentamente movió su cara para ver la casa de su padre, pero le daba mucho miedo seguir moviendo su cuello, hasta que Candado la cargó antes de bajar de su caballo y cuando llegaron al suelo, él la bajó al frente de sus pies. Pero en cuanto Yara tocó el suelo, se escondió detrás de las piernas de Candado.
—Das ternura, nena. No pasa nada.
Yara dio un paso al frente con cuidado, pero Candado la alzó y caminó hacia la entrada de la casa. Cuando estaban ahí, golpeó la puerta con dificultad. Después de unos segundos de espera, la puerta se abrió y salió Clementina, que estaba somnolienta.
—¿Joven patrón? ¿Cuándo salió de la casa?
—¿Qué rayos te pasó? Se supone que tú no tienes la capacidad de tener sueño —dijo Candado.
—La verdad es que la casa no tiene luz debido al calor que hace hoy, por eso usé un poco de mi energía de reserva. Así que hoy no te seré útil en mi estado.
—Bueno, no te preocupes. Estaré bien por ahora. Descansa.
Clementina se hizo a un lado para que Candado pudiera pasar. Ella aún no se había dado cuenta de la presencia de Yara.
—Sí, me disculpas, estaré en reposo hasta que vuelva la luz —dijo Clementina mientras se iba del lugar.
Cuando se fue, Candado tomó la mano de Yara y la llevó rápidamente a su habitación. La sentó en su cama y le dijo que se quedara ahí hasta que él regresara porque tenía que llevar a Uzoori al establo.
Pero cuando Candado salió de su habitación a toda velocidad, Hammya, quien recién se levantaba, salió de su habitación con pijamas verdes y se dirigió al cuarto de Candado. Sin embargo, al abrir la puerta, se encontró con una niña sentada en la cama de Candado jugando con un peluche. Hammya se llenó de curiosidad al preguntarse por qué había una niña en la habitación del chico con el peor carácter del país. Se acercó lentamente a la niña que estaba jugando, pero en cuanto estuvo lo suficientemente cerca, la niña volteó y se sorprendió, quedándose quieta por el miedo que sentía. Hammya, aún con curiosidad, extendió su mano con la intención de acariciarle la cabeza, pero la niña comenzó a llorar y ella, al ver esto, comenzó a sentirse muy mal emocionalmente. El dolor que sintió fue tan intenso que se arrodilló en el suelo. La niña pasó de estar triste y muerta de miedo a estar preocupada y apenada por hacer sentir mal a Hammya. Cuando Hammya sintió las diminutas manos de la niña en su espalda, se calmó y sonrió al ver a la chiquilla que dejaba de llorar.
En ese preciso momento, Candado entró sacudiéndose las manos, y al ver a Hammya arrodillada en el suelo siendo consolada por una niña, le causó algo de gracia. —Vaya, creo que esto será algo para no olvidar.
La niña, al escuchar la voz de Candado, corrió hacia él y se escondió detrás de sus piernas, mientras que Hammya se puso de pie y dijo. —Bueno, me gustaría que me dijeras sobre la niña que está escondida detrás de tus piernas.
—Su nombre es Yara y es una serpiente, no te preocupes, no es venenosa, solo es tímida.
—¿Serpiente? ¿Acaso es una broma tuya? —preguntó Hammya.
—Niña, ¿Cuándo yo dije una broma?
—Eh, pensé que eras gracioso.
—Pues te has equivocado, niña.
—Bueno, supongamos que creo lo que dices. ¿Qué hace ella aquí?
—Ella es alguien… importante, sí, muy importante.
—Bien, pero ella da un poco de miedo. Mira sus ojos, no son normales.
—Tampoco los de Clementina, y no veo que te horrorices al verlos.
—Pero da miedo.
—Eso no lo vi hace unos minutos cuando estabas arrodillada en el suelo y siendo consolada por una niña.
—Bueno, no le di mucha importancia a eso, pero ahora que ella me está viendo, me asusta.
En ese momento, Yara tiró del pantalón de Candado con delicadeza. Él la miró y vio que ella le estaba haciendo señas para hablarle. Candado se inclinó, y cuando ya estaba muy cerca, Yara le susurró algo en el oído. Hammya, por otra parte, no entendía lo que estaba sucediendo. En un momento, Candado empezó a reírse, y Hammya se puso molesta.
—¿De qué se ríen? —preguntó Hammya molesta.
—Nada, solo dice que tu cabello es bonito y que se disculpa por haberte hecho sentir incómoda.
Hammya miró a la niña, y esta, al sentir su mirada, se escondió detrás de las piernas de Candado. Ella, al no entender por qué se escondió, dijo. —Si es verdad lo que me dijo, ¿por qué entonces no me lo dice directamente?
—Porque Yara no te conoce y piensa que le puedes hacer algo. Es muy sensible.
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—No soy sensible —dijo Yara molesta.
—¡HABLÓ! —gritó sorprendida Hammya.
—Bueno, eso es obvio, ya que me susurró en el oído.
Cuando él dijo eso, cargó a Yara y la puso en su cama, después se dirigió hasta la puerta.
—¿Qué vas a hacer?
—Voy a traer algo de comer para Yara, no tardaré. Mientras tanto, rompan el hielo que hay entre ustedes dos.
Cuando Candado se fue, la habitación quedó en silencio, pero con un silencio incómodo. Hasta que Hammya decidió preguntarle algo.
—¿Cómo conociste a Candado?
Yara no dijo nada, pero su rostro mostraba las ganas de contestar esa pregunta tan fácil.
—Bien, cambiaré de pregunta. ¿Qué es Candado para ti?
—Es mi padre —dijo Yara sin mirarla.
Hammya sonrió y acarició su cabeza, obviamente no se lo creía. Más bien la veía como una linda niña diciendo cosas lindas.
—¿Quién es tu madre entonces?
—No la conocí, murió cuando yo era un huevo.
Cuando Hammya escuchó esto último, se enterneció y se sentó al lado de la niña.
—Yo tampoco conocí a mi madre. De hecho, ni siquiera a mis verdaderos padres.
Yara, al escuchar eso, miró a Hammya a los ojos.
—¿En serio? ¿Entonces quién te crió? —preguntó Yara.
—Un señor muy amable, que ahora está en el cielo. Él es como un padre para mí, así que por eso estoy viviendo aquí —dijo Hammya.
—¿Viviendo con mi papá? —preguntó Yara.
—Sí, podría decirse.
En ese instante, Candado entró con un plato que tenía dos vasos de leche con bizcochos de dulce de leche en la mano.
—Oh, creo que ya se llevan bien. Es la primera vez que Yara habla con alguien que no sea Mauricio ni yo.
—¿Mauricio?
—Es un amigo mío —dijo Candado mientras entregaba los vasos a Hammya y Yara.
—¿Y tú qué? —preguntó Hammya.
Cuando ella dijo eso, Candado chasqueó los dedos, y en ese momento un mate y un termo vinieron volando desde la cocina hasta su mano.
—Yo soy más fino —dijo Candado de manera sarcástica mientras se sentaba en su silla. Hammya dio un sorbo al vaso y lo dejó a un lado.
Luego se levantó y se acercó a Candado.
—¿Puedo hablar contigo afuera?
—Claro, ¿por qué no? —dijo Candado mientras dejaba lo que tenía en la mano en su escritorio.
Yara seguía tomando su leche y comiendo los bizcochos, mientras que Candado y Hammya salían de la habitación. Cuando ya estaban afuera.
—Bien, ¿qué es tan importante como para que Yara no escuche? —preguntó Candado.
—Candado, ¿estás enfermo? En ese momento, él entrecerró los ojos y preguntó.
—¿Qué quieres saber exactamente? —preguntó Candado.
—Iré directamente al grano. Te vi anoche en la cocina tosiendo sangre —dijo Hammya.
En ese momento, Candado escondió sus ojos tras sus parpados. Por un breve instante, cuando los abrió, cerró bien la puerta de su habitación para asegurarse de que Yara no los escuchara.
—Bien, ya lo sabes. ¿Qué quieres entonces?
—Quiero saber por qué escupiste sangre.
—¿Y qué tal si no lo digo? —desafió Candado
—Si no lo haces, haré que tus compañeros se enteren. Sé muy bien que te molesta hablar de tus problemas personales con el gremio.
—¿Me estás chantajeando? —preguntó Candado con una expresión fría en el rostro.
—No es un chantaje, es la verdad —dijo Hammya temblando por la expresión de él.
—Puedes decir lo que quieras, nadie te va a creer. Ya sabes, eres nueva en el gremio y no confían plenamente en ti. Pueden pensar que eres del Circuito infiltrada en la hermandad para debilitarme y hacerme perder mi liderazgo.
—No creo que ellos piensen eso.
—Tal vez no, pero si les doy un empujoncito, sí, lo harán.
—¿Así? ¿Cómo lo harás entonces?
—Mintiendo —continuó—. Ellos confían ciegamente en mí. Si digo que salten a un pozo, ellos lo hacen. Si digo que la vaca es roja, es roja. Y si digo que tú eres una espía, ellos lo creerán. Así de desgraciado soy.
—No te atreverías.
—¿No? Pruébame. Si lo haces, les diré que eres una espía. Tal vez no signifique gran cosa para ti, pero para los gremios es un delito muy grave. Te lo diré en otras palabras: si el gremio sabe que eres una espía, te despacharan —dijo Candado con una sonrisa en el rostro.
—¿Me amenazas?
—No es una amenaza, es la verdad.
En ese momento, Hammya cambió, dejó de estar asustada de él y pasó a estar furiosa. Tanto que le plantó cara.
—Escúchame bien lo que te voy a decir, Candado. No te tengo miedo. Tal vez estés acostumbrado a que la gente haga todo lo que tú les dices por temor, pero yo no. Voy a insistir hasta que me digas lo que quiero saber. Puede ser que si les digo eso, no me crean, pero quedarán en sus mentes mis palabras, causando sospecha. Sé que tu amigo Héctor será el primero en sospechar. Y cuando esté muerta por ser una espía, como dices tú, te seguirán las veinticuatro horas del día y no podrás esconder el simple hecho de que escupiste sangre. Cuando descubran que mentiste para que me maten, tu nombre absurdo quedará ensuciado, al igual que el honor del gremio y de tu familia. Así de desgraciada soy.
Candado miró a Hammya fijamente y vio que sus palabras eran bonitas pero vacías, ya que en algunos puntos no era cierto que no le tuviera miedo. Aunque los demás no lo hubieran notado, Hammya estaba muerta de miedo, su sudor se acrecentó, sus manos temblaban tanto que las escondió detrás de su espalda. Pero sí era cierto que no le importaba la amenaza de Candado sobre que la iba a matar, ya que vio en sus ojos que Hammya estaba dispuesta a decir la verdad, cueste lo que cueste, para que Candado le contara sobre su problema.
Entonces, él le dio la espalda a Hammya y dijo.
—Has ganado, niña, te lo diré.
—Bueno, gracias a Dios —dijo Hammya relajada.
—Pero, te lo diré si me prometes dos cosas.
—Bien, ¿cuáles son?
—La primera es que no se lo digas a nadie. No quiero que lo sepa nadie más, así que esto quedará entre nosotros dos únicamente.
—Lo prometo. ¿Y la segunda?
—La segunda es que me respondas a esta pregunta: ¿Por qué quieres saber? Hammya se sonrojó al escuchar la segunda pregunta de Candado, pero se tranquilizó y dijo.
—Es porque eres mi amigo y estoy preocupada por ti —dijo Hammya sonrojada.
—Tienes valor para plantarme cara, pero te avergüenza decir eso. Eres muy extraña, niña. —¿Entonces me lo dirás?
—Sí, pero no aquí. En ese momento, Candado tocó el hombro de Hammya, miró su reloj, y marcaba las 10:20. Luego se agachó y tocó el suelo. Después de unos minutos, la casa se fue desmantelando hasta quedar vacía, dejando un lugar blanco, como si fuera la habitación de un manicomio, pero sin los colchones.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Hammya.
—No te preocupes, estás en mi mente. Es muy difícil y agotador traerte aquí. No pasa nada. El tiempo no importa cuando estás aquí. Nadie entra ni sale sin mi permiso.
—Pero, no hay nada.
—No hay nada porque tú no puedes ver mis recuerdos. Pero si esto —dijo Candado mientras chasqueaba los dedos.
En ese instante, la habitación blanca desapareció y se transformó en una pradera hermosa. También apareció un sillón rojo en el cual Candado estaba sentado.
—Siéntate, por favor.
Hammya se sentó al lado de él, esperando su respuesta. Candado inhaló y luego exhaló antes de empezar.
—Hace tiempo tuve una pelea con un chico, no sé cómo se llama, ni su identidad, ya que llevaba una máscara de metal en su rostro, pero sí sé una cosa: era muy fuerte. Fue la pelea más intensa que he tenido en mi vida. Cuando yo le estaba ganando, el cobarde lanzó un hechizo a un niño que pasaba por ahí, para que el chico no saliera lastimado. Me interpuse entre el niño y el hechizo, absorbiendo así el conjuro que iba hacia aquel chico. Cuando pasó eso, el desgraciado se reía y me dijo que aquel hechizo era un veneno que me mataría lentamente.
—¿Qué pasó con el sujeto?
—El desgraciado se escapó aquel día. Me dijo que me mataría cuando ya no pudiera defenderme —dijo Candado.
—¿No has intentado curarte de alguna forma?
—Lo intenté todo, pero no hubo resultado alguno.
—¿Y esto te matará?
—Efectivamente, a menos que encuentre al sujeto y le obligue a abolir el hechizo.
—¿Hay otra forma de curarte o no?
—Sí, la hay, pero para que eso ocurra tendría que encontrar una forma de poder curativa muy poderosa. Pero tal poder no existe. No hay manera de que un humano haya adquirido ese poder.
—Pero puede haber alguien, siempre hay alguien.
—Sí, puede ser, pero no lo hay. No existe. Es ficticio.
—Tal vez con el tiempo te cures. Si bien recuerdo, eres muy fuerte. Tú puedes.
—Niña, no estoy mejorando para nada. La sangre que tú viste en mi guante es solo el principio. No puedo destruirlo, solo... detenerlo lo más que puedo. Dentro de un determinado tiempo, no solo comenzaré a escupir sangre, sino que también habrá nuevos síntomas.
—¿Síntomas? ¿Qué tipo de síntomas?
—No podré articular mis manos, brazos y piernas. También tendré una ceguera parcial, sangrados de nariz y oído. Y, por último, entraré en coma. Para ese punto, ya no podré defenderme de la enfermedad ni de mis enemigos. Entonces, me pasarán dos posibles causas.
—¿Cuáles son?
—La primera es que me mate la enfermedad de mierda o que me mate alguien que me odie, una vez que esté en coma.
—Bien, te ayudaré a buscar al sujeto que te ha hecho eso.
—Me entusiasma tu solidaridad, pero para ti será imposible.
—Nada es imposible para mí.
—Deja de usar mis diálogos, niña —criticó Candado.
—Perdón. Ahora me gustaría saber, ¿cómo vas a hacer para que ese sujeto con cuernos no se entere?
—¿Tínbari? Él ya lo sabe. Es imposible esconder mi vida personal de alguien que siempre vive obsesivamente pegado a mí.
—Guau, ¿en serio? ¿Cómo sabes eso?
—Porque en este momento está escuchando nuestra conversación.
—¿Dónde está? —preguntó Hammya alterada.
En ese momento, Tínbari se manifestó con el mismo humo negro en el hermoso paisaje.
—Bueno, bueno, bueno, parece que es imposible esconderme de alguien que percibe muy bien a la gente. Aunque la verdad, no sabía que estabas enfermo e incluso no figuras en mi reloj de la vida.
—Se suponía que es tu mente, Candado, y nadie puede entrar —criticó Hammya.
—Sí, nadie puede entrar sin mi permiso, pero Tínbari es mi Bari, y desgraciadamente no necesita permiso para entrar a mi mente porque él es mi dueño y yo soy su dueño.
—Lo que dijo Candadito.
—Cállate, imbécil —ordenó Candado.
—Si es así, ¿por qué hablaste si sabías que él te escuchaba?
—Porque era necesario que Tínbari se enterase de lo que me pasa. Además, es muy gracioso humillar a la muerte. Él no sabía que yo tengo un hechizo que me estaba matando lentamente. Evadí su jodido reloj de la muerte. Como dice la canción en tributo a Maradona, "Si sabe gambetear para ahuyentar a la muerte". En tu cara, Demonto.
—Por esta vez, me inclino ante ti, por engañarme —dijo Tínbari, arrodillado.
—¿Por qué le dijiste eso? ¿Habías eludido a la muerte?
—¿De qué sirve ser eterno si vas a pasar el resto de tu eternidad como un vegetal? A nadie, absolutamente a nadie.
—Si lo pones así, entonces está bien.
—Pues claro. Recuerda que…
—Candado, no quisiera interrumpir, pero no puedes tener a otra persona aquí por más de veintiocho minutos.
—Por Isidro Velázquez, tienes razón. Lo siento, Hammya. Se acabó el tiempo.
Candado se levantó y aplaudió dos veces. Ni bien hizo eso, la hermosa pradera desapareció y volvieron a la habitación. Cuando ya estaban de vuelta, Candado se arrodilló en el suelo, agotado.
—Candado, ¿qué te pasa? ¿Es la enfermedad? —preguntó Hammya preocupada.
—No, no es eso. Esto es lo que pasa cuando tengo a una persona más de veintiocho minutos —dijo Candado, jadeando por el cansancio.
—Ja, niñato estúpido —dijo Tínbari burlándose.
En ese preciso momento, Yara abrió la puerta y vio a Candado tirado en el suelo. Corrió hacia él para ayudarlo e incluso intentaba levantarlo, pero como era pequeña, no logró nada. Solo pudo levantar el brazo derecho de Candado. Mientras Yara hacía eso, Hammya colaboró y puso el brazo izquierdo de Candado en su hombro, de esa forma pudieron levantarlo del suelo. Cuando por fin Candado pudo reincorporarse, dijo:
—Gracias por ayudarme, pero no hacía falta.
—No esperaba menos de ti, Candado —dijo Tínbari.
—¿No tienes trabajo, acaso? —preguntó Candado.
—Sí, tienes razón, tengo un trabajo. Nos vemos, Candado —dijo Tínbari mientras desaparecía.
Después de que el demonio molestoso desapareciera, Candado alzó a Yara y luego bajó al living con ella en sus brazos. Hammya seguía detrás de él. Cuando ya estaban ahí, Candado vio a Clementina recostada en el sillón con un aspecto terrible en su rostro. Esto lo sorprendió mucho, ella estaba muy devastada, y eso se debía a que había usado su energía de reserva para dar energía a la casa. Candado entregó a Yara en los brazos de Hammya. Como ellas habían tenido una conversación amigable por unos minutos, Yara no lloró ni se disgustó. Más bien le agradó estar con Hammya, tanto que incluso recostó su cabeza en su hombro con una sonrisa. Candado, por su parte, se dirigió hasta el cajón que estaba al lado del recinto donde dormía Clementina. De allí sacó una llave plateada. Con ella, abrió una puertita pequeña amarilla. Adentro había un frasco de silicio con fosforescencia celeste y al lado de mencionado frasco, había tres botones negros, que eran los fusibles que daban energía a la casa. Candado tomó el frasco fosforescente, pero la energía seguía aún en la casa, lo que significaba que la luz había vuelto a funcionar normalmente. Cuando vio que todo estaba en funcionamiento, cerró la puerta, le puso llave y la guardó en el mismo cajón. Después de eso, Candado fue hacia donde estaba Clementina, se sentó al lado de ella, levantó su cuerpo y desprendió su camisa hasta mostrar su panza por completo.
—¿Qué estás haciendo, Candado? —preguntó Hammya susurrando.
—Voy a darle energía, mi niña. No te ruborices, que no voy a hacerle nada.
Una vez dicho esto, Candado pasó su dedo índice en la pancita de Clementina en forma de X, y de la nada la panza de ella se abrió como una puerta. Cuando el vientre ya estaba abierto, Candado introdujo el frasco fosforescente en ese lugar y luego lo cerró con delicadeza. Después de unos minutos, Clementina abrió los ojos y comenzó a hacer ruidos extraños. Sus córneas se volvieron azules con letras blancas diminutas, casi inentendibles, y después de unos minutos, sus ojos volvieron a su color original.
—Bien, parece que ningún sistema operativo se ha dañado o perdido. Todo está en orden al parecer —dijo Clementina.
—¿Por qué te has sacado la batería de reserva, sabiendo muy bien que sin eso no podrías mantenerte en pie? —preguntó Candado.
—El señor Hipólito puso mercaderías en la heladera, mercaderías que no soportan el calor que hace hoy —contestó Clementina.
—No sabía que hacía calor —dijo Hammya.
—Exacto, señorita, no sintió calor porque la casa tiene doce aires acondicionados para refrescar la casa y evitar que los señores y el joven patrón tengan calor —dijo Clementina.
—¡A CALLAR! —gritó Candado.
Clementina dirigió la vista a la niña que Hammya estaba cargando.
—¿Quién es esa personita que está en los brazos de Hammya?
—Ella es Yara, es como una hermanita de Candado —dijo Hammya.
—No, no es cierto, es mi papá —dijo Yara mirando a Clementina.
—Joven patrón, creo que no es una humana.
—No me digas, ¿qué te hizo notarlo? —preguntó Candado sarcásticamente.
—Vaya, sus ojos son terroríficos, pero es hermosa —dijo Clementina.
—¿Por qué siempre me dicen eso? —preguntó Yara.
—Es extraño, ¿quién le puso ese nombre a la niña? —preguntó Clementina.
—Mauricio, ¿por?
—Vaya, quien hubiera dicho, es la primera vez que veo a una Yarará no venenosa —dijo Clementina.
—Cuando le di un poco de mi magia para sobrevivir, accidentalmente le arrebaté su veneno —dijo Candado.
—Guau, ya eres papá, es muy interesante —dijo Clementina.
—No te burles de mí, Clementina —dijo Candado.
Después de que ella dijera eso, Clementina se puso de pie y dijo:
—Bien, muchas gracias por darme energía, pero tengo que irme. Hay muchas cosas que hacer en la casa.
Cuando Clementina abandonó la habitación, se escucharon golpes en la puerta de la casa. Candado se dirigió a ver quién era el que golpeaba, miró por el orificio que había en la puerta y vio a Mauricio de brazos cruzados. Sin hacerle esperar más, Candado abrió la puerta y lo dejó entrar.
—Buenos días, Candado. Vine a ver si estaba aquí Yara.
—Sí, ella está acá, no hay problema —dijo Candado.
—Menos mal, necesito llevármela de regreso a mi pueblo. Voy a enseñarle a leer hoy —dijo Mauricio.
En ese momento irrumpió Hammya con Yara en sus brazos. A Mauricio le sorprendió ver a Yara en brazos de otra persona, ya que ella le temía a todo, exceptuando a Candado y a él.
—Bien, esto sí que es extraño, casualmente Yara estaría llorando si está en brazos de otro que no seamos nosotros —dijo Mauricio.
—Sí, al principio te sorprende, pero después te acostumbras —dijo Candado.
En ese momento, Hammya bajó a Yara, y cuando ya estaba en el suelo, ella fue corriendo de alegría hacia Mauricio, como hacen todos los niños cuando ven a su padre que viene del trabajo. Yara terminó abrazando la pierna de este. Mauricio tocó su sombrero y se despidió de Candado. Yara se dio vuelta y también se despidió de los dos. Justo en ese momento, Mauricio y Yara se desvanecieron, convirtiéndose en hojas secas.
—Guau, eso fue extraño —dijo Hammya.
—Te acostumbrarás con el tiempo —dijo Candado mientras cerraba la puerta.
Cuando Candado cerró la entrada, se volteó y quedó quieto por unos minutos viendo a Hammya de arriba abajo. Esto le incomodó mucho a ella, tanto que le preguntó:
—¿Qué tanto me miras?
—Ahora que te veo bien, parece que eres fan del color verde.
—Sí, ¿algún problema?
—No, para nada. Solo que me llama mucho la atención.
—Si ese es el caso, a mí me llama también la atención de que tú te vistas formal todo el tiempo.
—Lo que digas, esmeralda —dijo Candado mientras se sacaba la boina y la ponía en el perchero de la puerta.
Hammya subió las escaleras y se dirigió a su habitación, mientras que Candado se dirigía también a su habitación. Pero cuando iba a entrar en su cuarto, escuchó llorar a su hermana, lo que hizo que Candado se dirigiera a la habitación de Karen. Cuando entró, vio a su hermanita llorando. A pesar de que ella lloraba, no le llamó mucha la atención cuando vio el chupete de ella en el suelo. Candado lo agarró, chasqueó su dedo y de la nada apareció una botella de agua. Candado usó sus llamas y la destruyó, pero misteriosamente el agua no cayó, sino que estaba flotando. Él aprovechó esto, lavó el chupete de Karen con esa agua y, cuando terminó, abrió la ventana y sacó el agua con sus poderes fuera de la habitación. Luego, la cerró, se dirigió hasta su hermana, le puso su chupete, luego la cubrió con una frazadita y por último le besó en la frente.
Después, se retiró de la pieza de su hermana y esta vez se dirigió a su cuarto, entró y se recostó en su cama. En ese entonces, se había olvidado de lo que había escuchado ayer. Candado no había estado pensando en todo lo que le habían contado aquel Bari en esa casa. En un principio, pensó que todo era una broma, pero esa idea fue descalificada cuando se presentó Slonbari. Lo que le había contado era majestuoso. No podía creer que el lugar donde su abuelo ansiaba ir era un caos total, con guerras, destrucciones y muertes. Candado pensaba que ir allí no haría la diferencia. Fue ahí que se dio cuenta de que en todo el universo hay conflictos. Es increíble que la tierra, con todos los problemas que tiene, no haya entrado en una guerra catastrófica de súper humanos. Candado sabía muy bien que mientras exista un equilibrio entre los gremialistas y los circuistas, no pasaría nada, sobre todo si él estaba presente, ya que es temido por la gran mayoría de los circuitos. Pero, ¿sería una buena idea abandonar su planeta para combatir con otros sujetos? Ya que si abandonaba la tierra para pelear con otros estúpidos, los F.U.C.O.T. aprovecharían e invadirían a la O.M.G.A.B., a pesar de que él mismo había pensado que los circuitos y los gremios casi no se peleaban. Pero si no iba a ese planeta, la tierra se vería amenazada, y todos estarían en problemas. Todo ese pensamiento le estaba dando un estrés muy grande a Candado. Se imaginó a sus amigos y familia siendo asesinados y esclavizados por los dos bandos, tanto Cotorium como el circuito. Esto hizo que a Candado le agarrara un ataque de tos muy grave y que producto de ello escupiera sangre en el suelo. Mientras él estaba limpiándose sus labios con un pañuelo, una voz se escuchó.
—Si sigues así, pronto el reloj de tu vida llegará a cero.
Candado se dio vuelta y vio a Tínbari recostado en su librero.
—Eres muy odioso, ¿Acaso no tienes otra cosa en qué pensar que no sea la muerte? —preguntó Candado con furia.
—Tranquilo gauchito, no vine a molestar, solo vine a ver cómo estabas, también me preocupo por mis usuarios —dijo Tínbari en tono burlón.
—No me mientas, sé muy bien que tú no estás aquí para ver si estoy bien.
—Sí, es verdad, solo vine a molestar, pero al ver cómo estás, creo que mejor me voy.
—¡ALTO! Sé que también eso es mentira, ahora dime, ¿por qué estás aquí? —preguntó Candado.
—Estoy aquí porque ha pasado algo que podría ser interesante para ti.
—¿Qué podría ser interesante ahora?
—Ha llegado un colectivo al pueblo con pasajeros nuevos.
—Y eso me importa por...
—Espera que no he terminado, Candado. Lo que pasa es que en ese colectivo ha llegado un chico del circuito número 666.
—¿Circuito 666? Debe ser una broma, ¿verdad?
—Je, es una coincidencia, nada más, no es diabólico ni nada de eso —dijo Tínbari.
—Me importa tres carajos si es diabólico o no. Hoy hace calor y no quiero salir para pelear con un estúpido solo porque quiere saber un secreto que ni él sabe si le beneficiará.
—Ay, contigo Candado, siempre buscando pretextos para no pelear —dijo Tínbari.
—Es que no quiero ir a buscarlo, que él me venga a buscar y listo, así me hace la vida más fácil. —Candado, te sugiero que vayas a verlo.
—No, no iré ni mierda porque hace calor.
—Pero no te quejaste cuando saliste a ver a Yara.
—Porque eran las 8:00 de la mañana y para esa hora hace fresco, pero a las 10:00 ya se siente el sol en tu piel —dijo Candado.
—Entonces cámbiate esa ropa y ponte una de verano y ya está —sugirió Tínbari.
—No, no pienso cambiarme de ropa y ponerme esa porquería, no va conmigo. Me quedo con lo formal.
—Bueno, si es así, me imagino que te veré perdido en el desierto del Sahara o del Gobi, llevando una frazada y una estufa en los lugares más calurosos del mundo.
—Cállate, iré cuando caiga el sol.
—Pero falta mucho para eso, niñato, creo que tendrías que...
—Ni hablar, no pienso salir de mi habitación con el calor que hace hoy.
—¡SUFICIENTE!
En ese momento, el rostro de Tínbari cambió y se volvió más tenebroso de lo que era
— Vas a ir ahí afuera, pelearás con ese sujeto y ganarás.
Candado no dijo nada, pero su respuesta fue muy clara cuando sacó su facón y se lo tiró en la cara, quedando clavado en medio de su frente. Tínbari había pensado que mostrar una cara terrorífica haría que le hiciera caso, pero se equivocó. No sabía que Candado le arrojaría su cuchillo por la cara.
—Tú eres más que basura, ¿crees que voy a tener miedo solo porque desfiguras tu cara? Tínbari, tú más que nadie sabes que después de ese entrenamiento ya no siento nada.
—Me olvidé, pero no cambia el hecho. Vas a ir a pelear —dijo Tínbari con un tono desafiante mientras se sacaba el facón de la frente y lo dejaba en el escritorio.
Candado agarró un banquito que estaba debajo de su escritorio, lo colocó al frente de Tínbari, luego se subió y pegó su frente con la de él.
—No iré allá afuera hasta que baje el sol.
—Como quieras —respondió Tínbari mientras desaparecía con el humo negro.
Cuando Tínbari se fue, Candado se bajó de su banquito y lo puso de vuelta debajo de su escritorio. Luego, se recostó en su cama nuevamente para dormir. Pero cuando se estaba durmiendo, comenzó a tener calor de la nada. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que, de alguna forma, estaba afuera bajo un sol sofocante. En ese instante, apareció Tínbari con una sonrisa.
—Bien, ya estás afuera. Ahora solo falta esperar a ese contrincante.
—¿Qué crees que haces? Te dije que no quería salir.
—Pensé que si no podía traerte afuera voluntariamente, entonces te sacaría por la fuerza.
—Eres un…
—Oh, justo a tiempo, ahí viene.
En ese momento, venía un chico con una vestimenta de abrigo acercándose lentamente al lugar donde estaba Candado.
—No me jodas, ¿cómo puede llevar esas ropas con el calor que hace? —dijo Candado sorprendido.
Cuando el niño se detuvo frente a Candado, Tínbari desapareció con una risa que solo Candado podía oír. Mientras él se quedaba mirando al niño con enojo debido al calor, Faustino se presentó y dijo:
—Saludos, soy Hernán Faustino, del Circuito N°666 de Tierra del Fuego. Mucho gusto.
—Muy bien, Fausto, he notado que cada vez que hablas sueltas vapor de tu boca, sin mencionar que traes ropa de invierno.
—Sí, mi poder se basa en el hielo y el agua, pero lamentablemente, para poder pelear sin hacer daño a los inocentes, tengo que usar esto para que mis poderes no congelen a los demás—dijo Faustino.
—Ah, bien por ti —dijo Candado.
—Si le parece bien, entonces peleemos.
—Hoy no, hace calor. Otro día será.
Cuando Candado se retiraba, Faustino congeló los pies de Candado, incapacitándolo para escapar. Entonces él se volteó y le dijo:
—Odio la violencia, pero una vez que me hacen enojar, no hay nada que me detenga.
—Eso quisiera verlo —dijo Faustino sonriente.