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LUEGO DE LA TORMENTA

A la mañana siguiente, Candado se despertó con un dolor punzante en todo su cuerpo debido a la incómoda postura en la que había dormido. El sonido de sus huesos crujiendo al moverse resonaba en la habitación. El sol penetraba a través de las cortinas y bañaba su rostro con su radiante claridad. Al observar su palma, notó que el misterioso círculo que la había atormentado había desaparecido. Sin embargo, su mente seguía atormentada, lejos de encontrar la paz que anhelaba.

Apenas el día anterior, Candado había descubierto que Gabriela, su hermana, había sido asesinada. Un profundo sentimiento de culpa lo invadió. Sus ojos, que alguna vez irradiaron vida, ahora estaban opacos y contenían un odio inmenso, pero estaba impotente. Había desahogado su ira y frustración en Hammya, quien era completamente inocente. Candado se sintió culpable y deseaba disculparse adecuadamente con ella. Si no fuera por su sensibilidad para percibir ruidos mientras dormía, Hammya habría sido asesinada por Tínbari sin dudarlo, ya que este último no titubeaba en enfrentar a los enemigos de Candado.

Fue en ese momento que decidió controlar su ira y centrarse en encontrar a la persona responsable de la muerte de su hermana y su abuelo. Había quedado perplejo al descubrir que Gabriela no había fallecido por una enfermedad, sino a causa de un poderoso y mortal conjuro, un conjuro que también fluía por sus venas. Aunque la muerte no le causaba temor, no deseaba morir en ese momento. Necesitaba descubrir la verdad y atrapar a los responsables, incluso si eso implicaba matarlos. Su objetivo era doble, pero tenía la fuerte sospecha de que ambos estaban relacionados de alguna manera.

Cuando intentó moverse, se dio cuenta de que Yara, su hija, aún estaba dormida en su regazo con los ojos cerrados. Verla así le generó una sensación de ternura y nostalgia. Sabía que tenía tiempo para reflexionar sobre el asunto, pero hoy era un día especial, tanto para él como para Yara; era su cumpleaños.

Con delicadeza, Candado acarició la mejilla de Yara con su palma. Estaba tan tranquila durmiendo que le daba pena despertarla, pero no quería pasar su día durmiendo. Así que la levantó y la hizo reír con cosquillas en el abdomen. Yara se rio y saltó de la cama en un intento desesperado por escapar.

—¿Qué pasa? —preguntó Candado.

—Ya es hora de despertarse, bella durmiente.

—¿Dónde estoy? —preguntó Yara mientras agarraba el payasito que yacía en el suelo.

—Estás en mi casa.

Pero Yara no prestó atención a sus palabras. En cambio, se bajó de la cama y abrazó al peluche.

—Carita pintada, ¿Qué haces en el suelo?

—¿Carita pintada?

—Sí, le acabo de dar ese nombre a mi nuevo amiguito.

Candado hizo una mueca y alzó a Yara.

—Bueno, tú y Carita Pintada deben lavarse las manos —dijo con una sonrisa mientras la llevaba hacia el baño.

En el baño, la colocó en un pequeño taburete para que pudiera alcanzar el lavamanos. Candado abrió el grifo y mojó una pequeña toalla que colgaba cerca. Luego, limpió suavemente el rostro de Yara, eliminando los rastros de sueño de sus ojos y labio superior. Después, tomó un cepillo y comenzó a peinar su cabello mientras ella lo miraba a través del espejo. Yara notó una sonrisa en el rostro de Candado.

—Hoy te veo más feliz.

Candado miró a Yara a través del espejo mientras continuaba cepillando su cabello. La dulce voz de su hija llenó la habitación.

—Hoy cumples cinco años. Estoy muy orgulloso de verte crecer. Hace cinco años, en un día como hoy, llegaste a mi vida, y eso es algo por lo que estoy agradecido.

—Yo también estoy feliz de estar contigo, tío Mauricio, Logan, Diana, Clemi y Hammya.

Candado arqueó una ceja, intrigado.

—¿Quién es Hamaya?

—Hamaya, Hamaya, la chica del cabello verde.

—Ah, te refieres a Hammya.

—Sí, ella. Es una buena persona.

Candado sonrió, aunque sus palabras no coincidieran con su sonrisa.

—Sí, lo sé, aunque puede ser un poco tonta, débil e impertinente a veces. Pero, supongo que también tiene su lado bueno.

—Es muy hermosa, muy hermosa.

Candado asintió, pensando en las palabras de su hija.

—Sí, es bonita, de eso no puedo negarte eso.

Después de cepillarse los dientes juntos, Candado le recordó a Yara que no debía tragar la pasta dental. Mientras Candado tragaba el dentífrico, Yara intentaba escupirlo, pero el lavabo era demasiado alto para ella. Sin embargo, Candado la alzó y la ayudó a escupir correctamente. Luego, le dio un vaso de agua para que se enjuagara la boca.

—Escupe.

Yara tomó el agua y, sin inclinar la cabeza hacia atrás como debía, terminó empapándose a sí misma y a Candado. Sin embargo, en lugar de enfadarse, Candado rió al ver la expresión de Yara. Tomó una de las toallas del cajón cercano y la ayudó a limpiar su carita y el área de su cuello. Después, se secó a sí mismo.

Candado dejó su cepillo en su lugar y Yara hizo lo mismo, pero con ayuda de su padre, ya que no alcanzaba el mostrador por sí sola.

—Listo, es hora de vestirse —anunció Yara con una sonrisa.

—Sí, por supuesto.

Candado y Yara salieron del baño, pero antes de seguir adelante, Candado tomó una corbata del perchero y la usó para vendarle los ojos a Yara.

—¿Qué pasa? —preguntó Yara confundida.

—Es una sorpresa —respondió Candado con una sonrisa enigmática.

—¡Sorpresa! Me encantan las sorpresas.

Candado se dirigió a su ropero, abrió una caja verde y con cuidado sacó un vestido violeta entallado y escotado, con detalles en blanco en el cuello y las mangas.

Yara estaba llena de emoción, saltaba y aplaudía en anticipación.

Candado se acercó a su hija, se inclinó a su altura y dijo:

—Ahora voy a quitarte la venda, y tú, señorita, mantendrás los ojos cerrados. No los abras hasta que yo lo diga.

—¡Bien, lo haré!

Con cuidado, Candado retiró la corbata que cubría los ojos de Yara. La niña tenía los ojos bien cerrados y fruncía la frente con fuerza.

—Ahora puedes abrirlos.

Yara abrió sus ojos y, al ver el vestido que Candado sostenía, dio un salto de alegría. Agarró el vestido y lo abrazó con fuerza, con una sonrisa radiante en su rostro de muñeca.

—¡Feliz cumpleaños, princesa!

—Me encanta, es muy bonito. Gracias, papá, muchas gracias —dijo Yara emocionada mientras se acercaba a Candado y le daba un fuerte abrazo.

Luego, Yara se separó de él y corrió al baño con el vestido en sus manos para probárselo. Candado, aprovechando que ella estaba ocupada, chasqueó los dedos y su ropa formal apareció en el ropero, pero esta vez con algunas variaciones: una camisa blanca de puño doble y un pañuelo naranja en lugar de corbata, un chaleco rojo claro, pantalones de vestir y zapatos oscuros.

Cuando terminó de vestirse, chasqueó los dedos nuevamente y un peine voló hacia sus manos. Se miró en el espejo y peinó su cabello hacia atrás, similar al estilo de Gardel. Luego, sacó dos guantes blancos de su cajón y se los puso. Tomó su boina y la colocó con elegancia, después sonrió ante su reflejo en el espejo.

Yara salió del baño luciendo el vestido que Candado le había regalado y una sonrisa juguetona en el rostro.

—¿Cómo me queda? —preguntó, girando para mostrar el vestido.

—Te queda muy bien, estás muy preciosa —respondió Candado con una sonrisa.

—Guau, a ti también te queda muy bien.

—Gracias.

Candado tomó un espejo y lo colocó frente a Yara para que pudiera verse mejor.

—Es muy lindo.

Candado, con las manos detrás de la espalda, cerró los ojos y le colocó un sombrero blanco con un listón violeta sobre su cabeza.

—Con esto puesto te ves aún más bonita.

Yara quedó asombrada por el nuevo regalo, pero luego le regaló una sonrisa aún más amplia.

—Qué bonito, ¡hace juego con mi vestido!

—Se dice "hace juego", y sí, te queda bien con ese vestido.

Yara sonrió, corrió hacia la cama y sacó sus zapatitos de charol oscuro para ponérselos.

—Ahora sí estoy más bonita que antes.

—Sí, pero tú siempre serás bonita —Candado se inclinó y le dio un beso en la frente—. Ahora vamos.

Candado se puso de pie y se dirigió hacia la puerta, pero justo cuando estaba a punto de alcanzarla, se abrió de golpe, golpeando su nariz y haciéndolo caer al suelo, sujetándose la nariz con ambas manos.

—¡LA PUTA MADRE! —gritó en el suelo con los ojos cerrados.

Sintió dedos delicados en su hombro y pecho que lo ayudaron a ponerse de pie. Cuando finalmente abrió los ojos, vio a Hammya mirándolo con preocupación.

—Pensé que sería Clementina quien me rompería la nariz esta mañana —bromeó Candado mientras ponía una mano en el hombro de Hammya—. No te preocupes, ¿está bien?

—Qué extraño, pensé que estarías de muy mal humor.

—Hoy no, es un día muy especial.

—Bien, pequeña, vámonos…

Candado se detuvo cuando sintió un tirón en las mangas de su camisa. Se inclinó para escuchar lo que Yara tenía que decirle y luego miró a Hammya con una sonrisa de sorpresa.

—¿En serio? ¿Estás segura?

Yara asintió con la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Hammya, confundida por la repentina invitación.

—Yara quiere saber si quieres ir con nosotros.

La pregunta tomó por sorpresa a Hammya, y su respuesta fue titubeante y rebuscada.

—Yo… este… no… sé… qué… yo…

—¿Vas a venir sí o no? —preguntó Candado, mostrando signos de irritación.

—Claro —dijo Hammya, vacilante.

—Bien, iré a buscar a Clementina y enseguida nos vemos —continuó Candado—. Eso sí, con esa pinta no vas a ir, ve y cámbiate esos harapos.

—Bien, nos vemos.

Hammya corrió hacia su cuarto mientras Candado y Yara salían de la habitación.

—Es… muy extraña —comentó Candado, sonriendo.

Luego, Candado tomó la mano de Yara y juntos se dirigieron al living. Encontraron a Clementina sentada, cosiendo una muñeca, con una sonrisa en el rostro.

—Clementina, vengo a invitarte a…

—A ir con ustedes a la pradera —interrumpió Clementina mientras cortaba el hilo con su mano convertida en tijera.

—Ah… sí, ¿Puedes?

—Por supuesto, no tengo nada que hacer. Don Hipólito hizo el desayuno mientras yo terminaba de coser.

—¿Coser? ¿Qué estás cosiendo?

Clementina se puso de pie y caminó hacia ellos. Luego, miró a Yara y se inclinó hasta su altura, lo que provocó que la niña diera un paso atrás. Clementina tomó su delicada mano derecha y le entregó la muñeca que estaba cosiendo hace unos segundos.

—Feliz cumpleaños, mini señorita.

Yara miró la muñeca y le dio un abrazo a Clementina.

—Gracias, Clemi, muchas gracias.

—Ha sido un placer —respondió Clementina mientras correspondía al abrazo.

Candado quedó conmovido al ver la escena entre Clementina y su niña, aunque no lo mostró en su rostro.

—Bien, vamos a esperar —dijo Candado mientras se sentaba en el sillón.

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—¿Esperar qué? —preguntó Clementina.

—Esperar a que Hammya termine de vestirse.

—¿Ella vendrá con nosotros?

—Sí, no fue idea mía, pero Yara quería que ella estuviera presente.

—Ah, ¿por qué no me sorprende?

—¿Qué insinúas, niña?

—Nada.

Yara se acercó a Candado y se sentó en su regazo.

—Va a ser muy divertido si ella viene también.

Clementina se acercó a ellos.

—A propósito, ¿de dónde le compraste ese vestido?

—No creerás que eres la única que sabe coser, ¿verdad?

—¿Me estás diciendo que lo hiciste con tus propias manos?

—Mi mamá me enseñó a ser sastre cuando tenía tiempo para mí.

—¿Sastre? No tengo esa información en mis datos, ¿te importaría explicarme?

—Un sastre es una persona que se dedica profesionalmente a cortar y coser trajes, especialmente de caballero, aunque tuve que investigar cómo se hace un vestido.

Los ojos de Clementina brillaron de color naranja por un momento antes de volver a la normalidad.

—Conocimiento nuevo adquirido.

—Ja, ¿Dónde había escuchado eso antes?

—Hey, juguemos un rato —dijo Yara mientras tironeaba de su pañuelo.

Candado sonrió y chasqueó los dedos, y al hacerlo, los objetos de la casa, como libros, adornos, lápices y otras cosas que había en la sala, comenzaron a flotar y a tomar una variedad de formas: un auto, un oso, una estrella, una nube, una media luna, un sol, un bigote con monóculo y galera. Todo esto lo hacía su dedo índice, que giraba sobre su eje, cambiando las diversas formas una y otra vez. Esto sacó más de una sonrisa a la pequeña Yara, y no solo a ella, también a él. A Candado le encantaba ver a Yara sonreír y asombrarse, ya que era una de esas personas que se sienten felices cuando ven a otros felices. Clementina, quien los observaba, notó lo inusual de ver a Candado contento en lugar de su expresión habitual de enojo o seriedad.

Cuando Candado terminó de hacer su pequeña demostración, guardó todos los objetos en su lugar. Hammya bajó las escaleras con una blusa verde que le llegaba hasta las rodillas.

—Veo que te gusta hacer juego al vestirte —dijo Candado, manteniendo su expresión inmutable.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Hammya.

—Por nada.

—Bien, ¿nos vamos ya? —preguntó Yara mientras tironeaba de su pañuelo.

—Sí, sí, nos vamos ya.

Candado bajó a Yara de su regazo y se puso de pie, tomó la mano de la niña y salieron de la casa.

En el camino, Yara se mantenía escondida detrás de Candado, nunca daba un paso más allá de sus piernas. Esto le dio cierta ternura a Hammya, mientras que Candado se aseguraba de proteger a Yara de cualquier peligro, ya que lo único que la delataba como no humana eran sus ojos de serpiente y su cola.

Finalmente, llegaron al prado del que hablaban. Para sorpresa de todos, encontraron a Mauricio recostado sobre un árbol, jugando con su báculo. Yara soltó la mano de Candado y corrió hacia donde estaba Mauricio. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Yara dio un salto y lo abrazó. Esto sorprendió a Mauricio, quien se cayó al suelo. Cuando Yara levantó la vista, vio a dos figuras encapuchadas, lo que la llevó a dar un grito de auxilio.

Candado, al escuchar el grito, corrió junto con Clementina y Hammya para averiguar lo que estaba sucediendo. Cuando llegaron, los tres se prepararon para luchar, hasta que una de las figuras habló.

—Vaya, no sabía que estarías aquí, Candado.

—¿Quién eres y cómo sabes mi nombre? —preguntó Candado, apuntando con su facón.

Las dos figuras oscuras se quitaron las capuchas y resultaron ser Kevin y Martina.

—Somos nosotros, Candado.

—Pensé que se habían marchado.

—Yo también, pero decidimos quedarnos unos días más aquí, después de todo, no hay circuistas por esta zona.

—¿Zona? ¿Esta zona?

Mauricio, que estaba en el suelo, se levantó y miró a Candado.

—Estoy mostrándoles el lugar, ya que ellos dijeron que querían vivir por aquí.

—Pero... esta zona —Candado miró a su alrededor y continuó—. Esta zona es de Logan.

—¿Y qué?

—¿Consultaste con él antes de dejar que ellos se queden?

—¿Me crees estúpido, Candado?

—No, pero no sería la primera vez que hiciste esta broma.

Mauricio soltó una carcajada y dijo.

—Pero ese día era porque estaba aburrido y quería hacer algo divertido, pero como pasaste tú, quise joderte un rato.

—Eres un...

—Descuida, Logan aprueba esto, no pasa nada.

Kevin y Martina interrumpieron.

—Disculpen, pero ¿de qué rayos hablan?

—De nada, Kevin, de nada.

—Vaya, no sabía que ustedes dos ya se conocen.

—Tuvimos el placer de conocernos, sí.

—Aja, entonces seguro que fue en una pelea.

—¿Cómo supiste eso? —preguntó Kevin.

—Ja, porque todos los amigos de Candado pelearon con él la primera vez que se conocieron.

—¿Tenías que decirlo? —dijo Candado con las manos en los ojos.

Mauricio sonrió, levantó a Yara sobre sus hombros y dijo.

—No te pongas así, después de todo, es el cumpleaños de nuestra princesita.

—Sí, vamos a divertirnos —dijo Yara.

—Qué hermosa que es tu hermanita, Candado —dijo Martina.

—Ah, no, no, no, él es mi papá.

—Yo sabía que esa cara era de un adulto que experimentó "ciertas cosas" fisiológicas.

—No sé lo que estás diciendo, Kevin, pero yo la adopté.

—Ahrre, era una broma.

Mauricio aplaudió y dijo.

—Bueno, ya, divirtámonos.

Así fue, Candado y los demás jugaron a diversos juegos, no solo con Yara y las otras dos, sino que también invitó a Mauricio y a los dos Bailak. Era entretenido, Candado se mostró feliz y contento ese día, hecho que le llamó la atención a Hammya y a Clementina.

Yara era como una tormenta en movimiento, nada la paraba, estaba muy contenta de estar pasando el día con su padre y con los demás, a pesar de que se encontró con dos personas imprevistas, se llevó bien con ellas. No le molestaron ni la incomodaron en ningún momento, todo lo contrario, se llevó mejor con ellos. Pero la persona que más le cayó bien fue Martina, Dios sabe por qué. Pasaba más tiempo jugando con Martina, Candado, Hammya, Clementina, Mauricio y Kevin. Participaron en diversos juegos, como las escondidas, el fútbol (con la pelota de Mauricio) y a la tocadita.

En muchos casos, Candado tomaba a Yara de la cintura y la elevaba en el aire con una sonrisa en sus rostros. Yara movía sus diminutos brazos de arriba y abajo, como si estuviera aleteando para volar por los aires, como un ave. Ella sonreía mientras estaba en el cielo, más de una vez extendía sus manos para poder tocar las nubes. Obviamente, eso era imposible, pero ella seguía intentando tocar las esponjosas nubes. Candado corría por el lugar con su pequeña en los aires, pero en un momento, Candado se tropezó y cayó al suelo. Sin embargo, para evitar que ella se lastimara, levantó bien alto sus brazos y terminó dando su pecho contra el suelo, lastimándose él, pero no a Yara.

Cuando Candado terminó en el suelo, Yara se bajó y fue a verle a la cara para saber si él estaba lastimado. Cuando estuvo frente a él, Candado levantó su cara y se rió a carcajadas, abrazando a Yara.

—No te preocupes, princesa, estoy bien.

—Pensé que te habías lastimado por mi culpa.

—Oh no, claro que no.

Candado se puso de pie, se arregló un poco y se sentó bajo un árbol que había allí. Desde ese lugar, miraba a su pequeña divirtiéndose con los demás. Luego de unos minutos, Kevin vino caminando con las manos en los bolsillos de su pantalón y se sentó al lado de Candado.

—Sabes, creo que te debo una disculpa.

—¿Por qué? —preguntó Candado, aún mirando a Yara.

—Por el "saludo" que te di ayer.

—Descuida, es mi culpa. Debió haber golpeado o avisar de mi presencia antes de entrar.

Kevin se recostó contra el tronco y dijo.

—Es la primera vez que estoy interactuando con otras personas. Parece que fue hace siglos.

—Dime, ¿Qué es Martina para ti?

Kevin lo miró de forma curiosa y respondió.

—Es mi hermana, la cuido de los grandes peligros que nos asechan todos los días.

Candado inclinó la cabeza.

—¿Sabes? Yo también necesito disculparme, en nombre de la O.M.G.A.B. y de todos los gremios del mundo seguidores de Harambee —miró a Kevin y se sacó la boina e inclinó nuevamente la cabeza—pido perdón en nombre de la institución internacional por la vergüenza de haber callado durante años sobre la masacre de los Bailak.

—Levanta esos ojos de perro asesino que tienes —dijo Kevin sin mirarlo y continuó—Los Bailak manejan todo tipo de poderes, naturales y artificiales, pero no podemos cambiar la historia. Mi padre siempre decía que está mal generalizar las cosas. Mi error fue echarle la culpa a toda la organización. Quiero creer que alguien en esa institución intentó ayudarnos, que no todos son malos, pero cada vez que me esfuerzo en pensar en el asunto, más me da bronca. Bronca de que si por lo menos hubiesen hecho algo, mi madre, mi padre y quien sabe cuántas vidas más se hubiesen salvado. Martina es todo lo que me queda, no puedo dejarla sola —miró el suelo y luego dirigió su vista hacia Martina—Es curioso, es la primera vez que la veo divertirse con otras personas.

—Sé cómo se siente —dijo Candado con una voz nostálgica—Yo también perdí familiares.

Kevin miró de nuevo a Candado con la misma forma curiosa.

—¿Qué te sucedió?

—Bueno, perdí a mi hermana por un conjuro que le hicieron. Por años pensé que había muerto de una enfermedad, pero fue hasta el día de ayer... que supe la verdad de mi hermana. Estoy seguro de que si ella siguiera viva, se haría amiga de Martina y estaría orgullosa de ver a Yara volviéndose mayor día a día.

—Lo siento...

—Todos somos iguales, Kevin. Encontramos el sufrimiento, no importa qué clase de vida tengas, si eres rico, pobre, mortal, inmortal, siempre encontrarás la tristeza. Es algo inescapable, como la muerte.

—Eres muy extraño al hablar, así como tu forma de ver el mundo.

—Eso me lo dicen a menudo y yo siempre digo lo mismo: "Te vas a acostumbrar". Espero que alguien en este basto mundo me diga algo que no sea siempre lo mismo.

—Bueno, no es normal ver a un niño de tu edad que piense tan profundamente.

—Me pregunto, ¿cuándo fue que el mundo se volvió insensible?

—¿A qué te refieres?

—Bueno, es más extraño que un niño como yo piense tan profundamente, pero no es extraño que un niño tenga magia. La sociedad es tan contradictoria.

—Ahrre.

—Creo que estoy empezando a irritarme con esa muletilla.

—¿Ahrre?

Candado hizo como si no escuchara, se recostó en el césped y miró con relajación las hermosas hojas del árbol. Se podía escuchar el viento fino de la mañana deleitándose con los árboles que había alrededor de ellos.

—Me gustaría que esto nunca se acabara.

—Lamentablemente, todas las cosas lindas tienen un final.

—Sí, lo sé, es una pena que la vida sea así. Ustedes los Bailak tienen suerte, son inmortales.

—No, no lo es.

—¿Por qué?

—Tal vez yo y Martina seamos eternos, pero será doloroso ver a nuestros amigos morir por la edad, sin siquiera poder retenerlos.

Candado tapó sus ojos con su boina y dijo.

—El ayer es el pasado, el futuro es un misterio, pero el hoy es un obsequio, por eso hay que aprovecharlo al máximo.

Kevin no dijo nada más, solo guardó silencio y pensó en lo que había dicho Candado. Tenía razón, aunque no se conocían mucho, Kevin vio en el joven una bondad muy grande a pesar de que su exterior decía otra cosa. Lo notó cuando él, personalmente, fue a verlos para salvar a Addel, quien estaba terriblemente enfermo, a pesar de que estos dos no se conocían, y también cuando había espiado a él junto a Yara; esa paz y amabilidad no se pueden fingir, al menos no para él.

Mientras Candado tenía su boina en su cara, Kevin observó atentamente a las personas que rodeaban a Candado. Podía notar que ellos, pase lo que pase, estarían al lado de él en los peores momentos, cosa que él no entendía. Candado era un enigma para todos los que lo rodeaban; es difícil descifrarlo.

Mientras Kevin intentaba descifrar la naturaleza indescifrable de Candado, Mauricio llegó y se sentó al lado de Candado.

—Cielos, cómo corre Yara —luego miró a Kevin—¿Cómo estás, amigo?

—Bien, gracias.

Mauricio miró a Candado y dijo.

—Mejor a vos no te preguntó.

—Pues no lo hagas y punto —dijo Candado con la boina en sus ojos.

—Ja, pensé que estabas dormido.

—No, nunca lo estuve, solo me encanta sentirme en armonía.

En ese instante, los demás se acercaron a donde estaban Candado, Kevin y Mauricio. Yara corrió hacia él y saltó sobre su pecho, haciendo que se levantara rápidamente.

—No hagas más eso, por favor.

—Está bien, no lo haré más —dijo Yara con una sonrisa.

—Vaya, estoy agotada —dijo Hammya mientras se limpiaba el sudor de su frente y se sentaba al frente de Candado.

—Y que lo digas —dijo Martina mientras se acostaba en el suelo al lado de Kevin.

—A propósito, señor, ¿por qué no fuiste al bosque de Mauricio para celebrar el cumpleaños de la señorita Yara? —preguntó Clementina mientras se sentaba al lado de Candado.

—Porque este hijo de puta no quiso arrancar las yerbas venenosas —dijo Candado mientras le tapaba los oídos a Yara.

—Te dije que no voy a arrancar nada en mi bosque.

—Y yo te dije que Yara no va a ir ahí hasta que saques esas malditas yerbas, le hacen mucho daño a la niña, no sabes cómo estuve la última vez que se enfermó.

—¿Qué hiciste? —preguntó Hammya.

—Nada, no hice nada.

—Se quedó al lado de ella día y noche, bajándole la fiebre, actuando como un padre y una madre al mismo tiempo.

—Qué…. qué boca floja que sos —dijo Candado con indignación mientras mostraba sus dientes cerrados.

—Pero no está mal, se enfermó tu hija y vos te quedaste todo el día a su lado, ¿no es así? —Hammya miró a Mauricio y continuó—¿Cuándo pasó eso?

—Hace un año, debiste ver esa cara de desesperación cuando no le bajaba la fiebre.

—No es para hacer chistes, nene. Fue uno de los momentos más desesperados de mi vida, me preocupé mucho al ver a mi pequeña en esa situación —dijo mientras apoyaba su mejilla en la cabeza de Yara.

—Bueno, sería hipócrita decir que no estuve preocupado, me asusté mucho también. Yo era quien se encargaba de hacer las medicinas con hierbas medicinales de los Tobas.

—¿Y sabes por qué pasó eso? Porque el señorito no quitó las yerbas venenosas.

—Debo admitir que eso fue mi culpa —dijo Mauricio mientras se rascaba la nuca.

—Oigan, todos me regalaron algo, pero ustedes no me dieron nada.

—Se dice "ustedes", Yara —dijo Candado aún con su mejilla en la cabeza de la niña.

En ese momento, Mauricio sacó de su poncho una cajita muy pequeña y de ahí sacó una cadena de oro con una serpiente en forma de "S" y se la colocó en el cuello a Yara. Mientras que los hermanos le regalaron peluches en forma de osos.

—¿Cómo obtuviste algo tan costoso? —preguntó Candado señalando el collar.

—Tuve ayuda de tus otras hijas.

—¿Otras hijas? —preguntó sorprendida Hammya.

—Hablo de Erika y Lucy, las mellizas con las que te encontraste hace unos días.

—Sí, pero ¿hijas?, ¿hijas?

Candado suspiró y dijo:

—Ellas no conocieron a su padre debido a que este era un verdadero hijo de puta. Embarazó a una mujer de veintitrés años y huyó para no hacerse cargo de sus hijas. Antes de que me conocieran, odiaban tremendamente a los hombres debido a lo que les había hecho este error de la naturaleza, sin mencionar que la madre inculcó demasiado su odio por los hombres en sus hijas. Cuando se mudaron acá y empezaron a ir a la escuela, se encontraron conmigo y con Héctor desayunando en el aula.

—¿Qué pasó? —preguntó Yara.

—Héctor quiso ser su amigo.

—Oh, que tierno

—Lo sería, pero le pegaron una cachetada bien fuerte a Héctor, que lo tumbaron de la silla, y cuando se dirigieron hacia a mí para hacerme lo mismo, puse mi libro de texto en mi mejilla y se lastimó la mano.

—¿Quién te hizo eso, exactamente? —preguntó Hammya.

—Fue Lucy. Si bien Erika también sufría de misandria, nunca se atrevería a levantar la mano a alguien.

—¿Cómo se llevaron bien ustedes?

—Bueno, gracias a Isidro, que no tuve que pelear con ellas, primero comenzamos a hablar de manera civilizada y lentamente comenzamos a llevarnos bien.

—¿Hace cuánto pasó eso? —preguntó nuevamente Hammya.

—Hace más de tres años.

—Cambiando de tema, ¿por qué el término de "hijas"?

—Porque las hermanas ven a Candado como una figura paterna. No es necesario ser un experto en la observación para ver la formalidad y la naturalidad en cómo los tres se hablan. La única diferencia entre Yara y las hermanas es que ninguna de ellas lo llama papá, al menos yo nunca las oí.

—La hermana Lucy me da miedo —dijo Yara mientras jugueteaba con su muñeco.

—Creo que eres más diferente de lo que pensaba —dijo Kevin.

—Es verdad, es extraño ver que tú experimentes la paternidad a temprana edad —dijo Martina.

Mauricio cruzó sus brazos, se recostó en el árbol y dijo:

—Es lo que lo convierte en un ser maravilloso.

Candado cerró sus ojos y dijo:

—Nunca me vuelvas a llamar así, Mauricio. Me da un mal sabor de boca que me llamen de esa forma.

—Je, su actitud es muy graciosa, joven patrón —dijo Clementina en un tono de burla.

Candado, con la órbita de sus ojos mirando hacia arriba y mostrando sus dientes, dijo:

—Agradece que es el cumpleaños de Yara y que, encima de todo, es una menor, porque te aseguro que te hubiese arrancado los parlantes.

Todos se rieron por lo que dijo Candado, incluyendo a Hammya. Todos se reían de lo que había dicho él, a pesar de que lo dijo en serio, pero Candado había notado en ese momento que era muy hermoso y no quería estropearlo. En lo más profundo de su corazón, le encantaba ver a sus amigos felices y sin preocupación alguna. Pero en su mente había una pequeña voz que le decía que todas las cosas lindas tienen un final, algunas veces un abrupto final. Si quería que este momento fuera lo más duradero posible, tenía que protegerlo. Eso no quiere decir que sea totalmente pesimista, lamentablemente su naturaleza lógica siempre busca una explicación hasta en los lugares que no se necesita ninguna información relevante, a pesar de que intenta todo el tiempo separar ese pensamiento de su vida cotidiana, nunca tiene éxito. Todos los días se pregunta cuándo, cómo y por qué empezó a pensar de esa forma.

Pero hoy era el cumpleaños de su hija y no le gustaba la idea de tener que pensar en sus problemas. Solo por hoy, por primera vez, quería olvidarse de los temas importantes que golpean a su puerta todos los días de la semana. Solo quería verla reír, quería verla jugar y, lo más importante, quería estar con ella. Había estado tan ocupado en los últimos días que no tenía tiempo de estar a su lado y hoy quería recompensar el tiempo perdido. Candado sonrió, dio vuelta a Yara y la miró a los ojos.

—¿Qué más quieres hacer hoy, mi serpientita?

Yara se recostó sobre su pecho y dijo.

—Quiero quedarme un poco más aquí, es muy bonito pasar un día con mi papá.

—Oh, siento celos —dijo Mauricio sarcásticamente.

—Cállate…

—Qué sueñito tengo —dijo Yara repentinamente mientras se frotaba su ojo izquierdo.

Candado se quedó inmóvil al escuchar eso.

—Clementina, ¿qué hora es? —preguntó Mauricio de brazos cruzados.

—Son las 11:06 de la mañana.

—Es temprano, ¿a qué hora se levantaron? —preguntó Mauricio.

—Bueno, nos despertamos a las 9:23 de la mañana.

—No me extraña, conmigo ellas se despiertan a las 11:00 de la mañana o a las 13:00 de la tarde. No soy de esas personas que se levantan tan temprano como tú, salvo en aquellas ocasiones cuando estudiamos.

Candado vio cómo su pequeña Yara dormía tan plácidamente en su pecho. En su rostro se podía ver una cierta ternura y relajación. Candado acarició la cabeza de Yara y posó su mano en su frente con una expresión bastante fría, pero después de unos segundos apareció una sonrisa tenue y tranquila. Cuando Mauricio iba a poner su mano en el hombro de Candado, Hammya lo detuvo instintivamente. Era como si ella quisiera mantener esa sonrisa que muy pocas ocasiones mostraba. Parecía como que su verdadero "yo" estaba bien enterrado en ese cascarón duro y frío. Era sorprendente que una niña de cinco años despertara ese lado de Candado. Pero estaría mintiendo si dijera que ella es la única que podía hacerlo, ya que su hermana Karen podía hacer lo mismo con él. Era como si lo único en el mundo que le sacaba más de una sonrisa eran ellas dos.

Hammya hizo una seña a Clementina para que sacara una foto para recordar ese momento, y ella, con mucho gusto, sacó de nuevo una cámara. Pero se encargó de quitarle el flash para que él no lo notara. Ni bien terminó de hacer eso, sacó una foto de un Candado feliz.

—Será un recuerdo para este día —susurró Hammya.