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HERIDA ABIERTA

Después de los acontecimientos recientes, Candado ya no tenía la intención de hablar con Chandra; en cambio, quería dirigirse a la sede de la O.M.G.A.B. y exponer lo sucedido para que tomaran medidas. Los efectos de lo ocurrido no se hicieron esperar y repercutieron en los Gremios y los Semáforos. Las familias de las víctimas exigían respuestas, incluyendo a los responsables. Sin embargo, lamentablemente, se tuvo que dar una versión parcial de la verdad, ocultando ciertos detalles a las familias afligidas.

Se difundió la historia de que se trataba de unos asaltantes que habían escapado de los Gremios y que buscaban provocar la ira de los Semáforos. Pero nadie creyó esta versión; las familias sabían o creían saber que los verdaderos culpables eran los Circuitos. A pesar de esto, Candado decidió contar toda la verdad y revelar la identidad de los Testigos, con la esperanza de que no se cargara toda la culpa sobre los Circuitos. Expuso todos los detalles relacionados con el incidente, pero los resultados no fueron alentadores. Solo un puñado de personas escucharon y creyeron su versión, mientras que la mayoría, incluidos los que lucharon ese día, culparon a los Circuitos, a pesar de la presencia de Esteban para ayudar.

Candado se encontró impotente para demostrar su inocencia en estos hechos, y el sentimiento generalizado apuntaba hacia los Circuitos. Los familiares de las víctimas avivaron las llamas de los malentendidos, exacerbando la hostilidad hacia los Circuitos. Lamentablemente, los indicios de una nueva guerra en Argentina comenzaron a surgir. Esteban se vio incapaz de limpiar el nombre de los Circuitos, y sus superiores comenzaron a desconfiar de su liderazgo en el F.U.C.O.T. Además, se consideraba seriamente destituirlo de su cargo, con la idea de convocar a elecciones para elegir a un nuevo Mariscal Íntegro.

Todos los candidatos a la posición mantenían firmemente las ideas de Tánatos, que consistían en destruir a los Gremios y evitar cualquier posible diálogo con sus enemigos. La facción ortodoxa del partido de los Circuitos tenía una alta probabilidad de ganar las elecciones. El favorito de Esteban, Morfeo Cristopher, conocido como Póker, era alguien a quien Esteban despreciaba profundamente, pues no soportaba la idea de que alguien con una mente tan cerrada asumiera el liderazgo del F.U.C.O.T.

Las cosas no mejoraron como se habría esperado. En los Semáforos, un clima de temor se apoderó de la población. El día de la tragedia, las víctimas eran personas que apenas comenzaban a descubrir sus poderes, lo que había debilitado significativamente la eficacia de la guardia local. Se reforzaron las filas de la guardia Roja, Amarilla y Verde, compuesta por individuos experimentados y altamente especializados, quienes permanecían alerta las veinticuatro horas del día.

Rozkiewicz se aseguró de que sus compañeros recibieran entrenamiento intensivo en combate, con la esperanza de estar preparados para un posible segundo ataque. Joaquín, por su parte, se vio obligado a viajar a Nepal para dar explicaciones sobre la exoneración de la investigación sin consultar a Julekha Chandra. Walter Dussek regresó a su pueblo natal y proporcionó todos los detalles de lo sucedido, repitiendo constantemente la palabra "Testigos".

Sofía hizo lo mismo y regresó a su ciudad natal, evitando hablar de los eventos en los Semáforos y centrándose en su enfrentamiento con la mujer que la había humillado, Rŭsseŭs. Johan se dedicó a viajar por el mundo en busca de información sobre los individuos que habían intentado asesinarlos. Por último, Cantero, un individuo que se negaba a causar daño a cualquier ser humano, permaneció en Resistencia, buscando soluciones para prevenir otro posible ataque.

Por otro lado, Candado también enfrentaba sus propios problemas. Un día después de los acontecimientos, las demandas de los Gremios de Argentina dirigidas a la O.M.G.A.B. comenzaron a multiplicarse de manera alarmante. En tan solo veintiocho horas después del incidente, la nación entera estaba clamando por una acción por parte de Candado. Sin embargo, él no tenía conocimiento de esta creciente presión, ya que vivía en un pequeño pueblo donde solo había dos gremios, uno de los cuales era liderado por él, y el otro por Tarah. Además, un Circuista, obviamente bajo el mando de Esteban, también estaba presente en el pueblo.

Mientras tanto, los presidentes de la O.M.G.A.B. estaban sumidos en la desesperación al tratar de encontrar una respuesta adecuada. Candado había sido sancionado previamente por su comportamiento violento hacia un representante gremial, y para evitar que Yuuta, quien había asumido temporalmente el cargo de presidente, se convirtiera en el blanco de las iras de la población, se mantuvo la apariencia de que Candado seguía en el poder, aunque en realidad había sido destituido temporalmente. A pesar de que llegaban cartas y solicitudes de reuniones con Candado a la sede de la O.M.G.A.B., no se podía hacer nada al respecto. Yuuta no ofrecía explicaciones coherentes y solo ensayaba respuestas poco convincentes.

La situación continuó sin cambios durante dos días, hasta que Candado recibió una llamada de Jacqueline Crusoe, quien le instó a acudir de inmediato para evitar una confrontación. Candado aceptó la invitación y, como había prometido, se dirigía a la Organización Mundial de los Gremios Adjuntos Bernstein ese mismo día. La llamada se produjo a las 17:42 de la tarde, y Candado se preparó apresuradamente, con la intención de identificar a los verdaderos responsables del atentado y encontrar una solución al problema. Ajustándose la corbata roja, salió de su casa en dirección al gremio, donde se reuniría con Héctor para cumplir con sus deberes como Candado o presidente del Gremio Roobóleo.

Cuando Candado llegó a la entrada de la casa, se ajustó su chaleco negro y abrió la puerta. En el interior, encontró a Anzor y Lucas jugando al truco, tan absortos en su juego que no notaron su llegada. Candado sacó una moneda de un peso de su bolsillo y la arrojó sobre una mesa cercana para llamar su atención. Fue entonces cuando ambos se pusieron de pie y lo saludaron, colocando sus brazos en forma de escuadra sobre sus pechos.

—"Descansen", les dijo Candado. "¿Saben si Héctor está aquí?"

—"Sí, está en la oficina", respondió Anzor.

—"Gracias, sigan en lo suyo", contestó Candado.

Dicho esto, dejó a los dos jugadores a su partida de truco y se encaminó hacia la oficina de Héctor. Llamó a la puerta y esperó.

—"Adelante", se escuchó la voz de Héctor desde dentro.

Candado abrió la puerta y entró en la habitación con las manos en los bolsillos. Para su sorpresa, encontró a Viki recostada en el techo, absorta en su teléfono celular, mientras que Héctor leía el periódico. A pesar de haber estado involucrado en la reciente pelea y haber presenciado la caída de muchos de sus compañeros, Héctor actuaba como si nada hubiera ocurrido. Esta actitud de olvido le molestaba profundamente a Candado, pero no estaba allí para discutir, sino para hablar de un asunto importante.

—"¿Qué tal?", saludó Candado.

Héctor bajó el periódico y miró a Candado. "Saludos, Ernést. ¿Lindo día, no?"

—"Sí, lindo día para los vivos", respondió Candado, mirando al techo con ironía.

Héctor pareció confundido por la respuesta de Candado y aclaró su garganta antes de preguntar: "¿Qué haces aquí tan tarde?"

—"Qué curioso, yo estaba por preguntar lo mismo", replicó Candado. "Yo estoy aquí porque quería hacerte una pregunta importante".

—"¿Importante?", cuestionó Héctor.

—"¿Vas a acompañarme a la Organización?", preguntó Candado directamente.

—"Ah, cierto. Hoy es el día en que te diriges a la O.M.G.A.B., ¿verdad?", recordó Héctor.

—"Sí, exacto. Entonces, ¿vienes o no?", insistió Candado.

—"Lo siento, pero estoy ocupado", respondió Héctor.

—"Vas a tener que asistir a la reunión sanguínea", interrumpió Viki.

—"No sabía que aún corría sangre por tus venas", comentó Candado sarcásticamente.

—"¿Qué?", preguntó Héctor confundido.

—"Digo que no sabía que todavía estabas en ese régimen", aclaró Candado.

—"Oh, no fue nada. Solo necesitaba una inscripción", explicó Viki.

—"Pero, Héctor, eres mi secretario y necesito llevar a alguien conmigo a la O.M.G.A.B. Sobre todo, teniendo en cuenta que has asistido allí en los últimos meses. ¿Por qué no vienes?", insistió Candado.

—"Lamentablemente, estoy ocupado", reiteró Héctor.

Candado inclinó la cabeza, se quitó la boina, se rascó la nuca y volvió a mirar a Héctor.

—Bien, me llevaré a Declan, anunció.

—Está ocupado con una misión que le encomendé en Villa Ángela, respondió Héctor.

—¿Las mellizas?, preguntó Candado.

—Están en Corrientes, haciendo algo que solo ellas pueden hacer, explicó Héctor.

—Matlotsky, continuó Candado.

—Está en los Semáforos, reparando los destrozos, informó Héctor.

—¿Ana María?, inquirió Candado.

—Se fue con Germán a Resistencia para ayudar a un amigo herido después del asalto, respondió Héctor.

—¿Y esos dos que están jugando al truco?, preguntó Candado.

—Los necesitaré más tarde, contestó Héctor.

Candado miró al techo, pensativo.

—Viki…, comenzó Candado.

—No, no voy a ir a Japón, respondió Viki de manera categórica.

—¿Por qué no llevas a Hammya?, sugirió Candado.

Candado miró al suelo, con cierta desilusión.

—¿En serio? ¿La mocosa?, expresó con incredulidad.

—Vamos, Candado, intervino Héctor. Según tengo entendido, te salvó la vida.

—Sí, pero… es demasiado... ingenua, argumentó Candado.

—Oh, vamos, Candado, insistió Héctor mientras cerraba el diario y lo colocaba sobre la mesa. Has estado dependiendo de un secretario desde que Ocho nos traicionó. ¿Cuándo va a ser el día en que elijas a un vice?

Candado no dijo nada, simplemente miró al suelo, parecía que aún estaba afectado por el hecho de que Hammya hubiera sido su amiga en el pasado.

—No cometeré el mismo error dos veces, afirmó Candado. No creo que tenga lo necesario para ser mi vice.

—Candado, ¿Crees que darle un cargo como ese la corromperá como sucedió con Ocho?, cuestionó Héctor.

—La verdad, pienso que es más probable que eso ocurra, admitió Candado.

—Vamos, Candado, instó Viki.

—Tú cállate y sigue con tus jueguitos, respondió Candado de manera sarcástica.

—Hagamos un trato, propuso Héctor. Llévala, no le digas por qué, y luego veremos si de verdad es la indicada para asumir el mando.

—¿En serio? Hace unos días desconfiabas de ella y ahora me propones esto, señaló Candado.

—Lo sé, y estaba equivocado, admitió Héctor. Creo que tú también piensas lo mismo, solo que estás un poco temeroso de estar equivocado.

—Guárdate esas deducciones tuyas. ¿Y qué obtengo yo de esto?, preguntó Candado.

—Si la llevas y te cae bien, tan bien que quieras nombrarla vice, entonces harás lo que yo diga, explicó Héctor. Pero si la llevas y no te cae bien, reconoceré mi error y haré lo que tú me pidas, cualquier cosa.

—Bien, acepto, aceptó Candado.

Candado se levantó, se colocó la boina y estrechó la mano de Héctor.

—Acepto. Ahora veremos quién de los dos tenía razón, concluyó Candado.

Luego, se dio la vuelta y abandonó la habitación, dejando a Héctor y Viki solos. Tan pronto como Candado salió de la sala, Héctor se recostó en la mesa, como si estuviera exhausto, mientras que Viki observaba cómo él yacía allí, sujetándose la cabeza.

—¿Qué he hecho?, se preguntó Héctor en voz alta.

—¿Estás bien, Héctor? —preguntó Viki.

—No, hice una apuesta con Candado y todos sabemos que él siempre gana. Dios mío, ¿qué voy a hacer ahora? —respondió Héctor, visiblemente preocupado.

Viki soltó una carcajada grande.

—No te rías, Viki, estoy acabado —dijo Héctor mientras se agarraba la cabeza.

Después de que Candado intentara convencer a Héctor de que lo acompañara a la organización y este le dijera que no, Candado no tuvo más opción que invitar a Hammya para que lo acompañara en su viaje a la O.M.G.A.B. Necesitaba a Héctor y a Clementina como acompañantes, pero Héctor estaba indispuesto y no podía ir solo, así que decidió jugársela por Hammya, sin mencionar que había hecho una apuesta con Héctor.

Candado entró a su casa y, como de costumbre, sus padres no estaban en casa. La abuela se fue de viaje a Buenos Aires para visitar a su hijo Clemente, y el único que estaba en casa era Hammya, junto con Clementina, Hipólito y la pequeña Karen, que por alguna razón estaba en brazos de Hammya. Por primera vez, Candado se guardó los comentarios y se acercó a Hammya para proponerle algo. Colgó su boina en el perchero cerca de la puerta y se dirigió hacia ella mientras jugaba y hacía muecas a la bebé, que parecía estar disfrutando de las payasadas de Hammya.

—Buenas tardes —saludó Candado.

Hammya miró a Candado y le sonrió.

—Buenas tardes. Parece que has empezado a mejorar tu actitud.

Candado apretó los puños con fuerza por el comentario, y se podía escuchar el crujir de sus guantes.

—Je, sí, parece que he mejorado.

Hammya bajó la cabeza y continuó jugando con la bebé, pero cuando lo hizo, Candado comenzó a hacer muecas y su ojo izquierdo empezó a tener un tic nervioso. Sin embargo, pronto se tranquilizó, se acomodó la corbata y aclaró la garganta.

—Me gustaría que vinieras conmigo a la organización de la O.M.G.A.B.

Hammya levantó la vista y lo miró nuevamente.

—¿Qué? ¿Dónde?

Candado hizo un esfuerzo para no pellizcarle los cachetes por no haber prestado atención la primera vez.

—Bueno, te lo repetiré. ¿Quisieras venir conmigo a la O.M.G.A.B.?

—¿Eh? No entiendo, respondió Hammya confundida.

Candado aflojó los hombros y miró al techo.

—¿Qué parte no entiendes? —dijo Candado, ya perdiendo la paciencia.

—¿Por qué me estás invitando?, preguntó Hammya.

Candado bajó la cabeza, cerró los ojos y se rascó la ceja izquierda con el dedo índice de la mano izquierda.

—Porque mi personal está ocupado. Así que, una vez más, ¿vas a venir conmigo a la O.M.G.A.B., sí o no?

Hammya pensó un momento en la propuesta de Candado y, después de un minuto, respondió.

—Claro, me gustaría conocer ese lugar.

Candado inhaló profundamente y luego exhaló, mostrando una sonrisa sarcástica.

—Perfecto, ahora vístete.

—Pues, vístete —ordenó Candado.

—¿Qué? ¿Ahora? —preguntó Hammya, sorprendida.

—Sí, ahora —respondió Candado con firmeza.

—Sí, pero…

En ese momento, Candado cambió su expresión y mostró su enojo. Sus ojos se encendieron con una flama violeta, y con su mano derecha cubrió los ojos de la bebé Karen.

—Ve y vístete ahora —dijo con una voz escalofriante.

Hammya se levantó de inmediato, colocó a la bebé en los brazos de Candado y salió corriendo hacia su habitación. En ese momento, Hipólito apareció, sin su galera, y estaba barriendo el suelo con una escoba.

—Vaya, ¿qué habrá hecho la señorita mamboretá para que tú la lleves contigo? —preguntó Hipólito con una sonrisa traviesa.

—Vaya, yo que me quejo de que Clementina sea chatarra.

—¿Qué quisiste decirme?

—Nada, lo dejo a tu imaginación robótica —respondió Candado mientras se sentaba en el sillón y dejaba a su hermana dormida en la cuna que estaba a su lado.

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Hipólito mostró una sonrisa traviesa y continuó limpiando el piso.

—Esto me trae recuerdos.

—¿Cuándo no tenías ese canoso mostacho? —bromeó Candado.

—Ja, no, me refiero a cuando yo servía a los padres de Alfred —explicó Hipólito.

—Me sorprende que hubiera autómatas como tú en su época.

—La verdad, fue él quien me fabricó y me dio el nombre de Hipólito, en honor a Hipólito Yrigoyen.

—Podría decirse que mi familia viene de descendientes radicales.

—Sí, en su época, el patrón Jack Barret era un militante yrigoyenista. Pero después de lo ocurrido en la Patagonia, se desilusionó, aunque lo siguió apoyando.

—Ahora, por lo visto, esa rama no siguió, ya que mi familia y yo somos peronistas, ¿no?

—Je, sí, cómo cambian las cosas.

En ese momento, sonó un reloj que provenía de la cocina.

—Oh, por mis terabytes, ya está listo el postre —anunció Hipólito mientras se dirigía hacia la cocina.

Candado movió sus ojos a ciento ochenta grados y tomó un libro rojo titulado "Leviatán" de Thomas Hobbes. Comenzó a leerlo para pasar el tiempo. Sin embargo, ni siquiera había terminado la primera página cuando regresó Hipólito, acompañado de Clementina, llevando pastelitos en una bandeja de metal.

—Contemplad, humanos, la exquisitez en persona —exclamó Hipólito con entusiasmo.

—¿Hipólito, tienes que hacer eso cada vez que cocinas postres? —preguntó Clementina.

—Claro, hombre, esto es una revolución para la madre patria —respondió Hipólito con humor.

—¿Ahora hablas gallego? —cuestionó Clementina.

—Ya, déjense de joder y prueben, carajo —dijo Hipólito mientras colocaba la bandeja en la mesa. Luego se puso de pie y continuó—Uf, qué calor. Voy a bañarme, niños, mientras tanto, disfrútenlo.

Cuando Hipólito se fue de la sala, Candado cerró su libro, tomó uno de los pastelitos con papel de cocina y le dio un mordisco.

—Oh, sí que son deliciosos, especialmente el dulce de batata en ellos —comentó Candado mientras saboreaba el pastelito.

—Te juro, el señor Hipólito sabe cómo cocinarlos.

—Recuerdo que mamá los hacía a mí y a Gabriela —dijo Candado con una sonrisa.

En ese momento llegó Hammya, luciendo el mismo vestido verde que llevaba la primera vez que se conocieron. Sin embargo, ahora estaba limpio y sin las manchas negras que tenía después de ser revolcada en el lodo tras ser golpeada por aquellos chicos. Además, llevaba un listón blanco alrededor de su cuello y una hebilla con forma de flor violeta.

—Se ve hermosa, señorita Hammya —comentó Clementina.

Candado se limitó a observar los zapatos que había reparado unos días atrás. Estuvo a punto de hacer un comentario, y no precisamente positivo, pero decidió callarse y le ofreció un pastelito a Hammya para que lo probara. Ella aceptó con gusto y le dio un mordisco, mostrando en su rostro el placer de saborear el pastelito.

—Es delicioso, Hipólito se esforzó mucho —elogió Hammya.

—¿Hipólito? ¿Esforzarse? No me hagas reír —respondió Candado con una sonrisa.

—No lo hice.

—Ups, perdón, creo que cometí un pequeño error.

—¡Qué tonto eres! —exclamó Hammya riendo.

Candado apretó su mejilla juguetonamente mientras sostenía su pastelito con la otra mano.

—Ay, eso duele.

—Pues no digas esas tonterías —dijo Candado mientras la soltaba.

—Eres agresivo, y encima, que voy a ir contigo, eres así conmigo.

Candado miró hacia arriba un momento, infló sus cachetes y luego expulsó todo el aire antes de mirarla de nuevo.

—Me disculpo por ser así.

Hammya quedó atónita ante las disculpas de Candado.

—¿Perdón?

—Sí, exactamente, una disculpa —afirmó Candado mientras disfrutaba de su pastelito con los ojos cerrados.

Después de ese momento, nadie más habló. Los tres se quedaron allí, comiendo los pastelitos que había hecho Hipólito, hasta que estuvieron satisfechos. Clementina se recostó en el sillón y se dio palmaditas en la panza.

—Estoy llena, ya no me entra nada más.

—No quisiera ser insensible, pero debemos tomar un avión —anunció Candado.

—¿Qué? —exclamó Hammya sorprendida.

—Lo que oíste, Hammya. Debemos tomar un avión.

—¿Pero no íbamos a la O.M.G.A.B.?

—¿Y dónde crees que está? —preguntó Candado con leve irritación.

—No lo sé, ¿está lejos?

—Hammya, te lo dije hace varios días, donde está la organización, ¿ya te olvidaste?

—Lamento decirte que sí, me olvidé —respondió ella con una sonrisa, tratando de aliviar la situación.

Sin embargo, Candado no parecía tomárselo a la ligera y le pellizcó las mejillas de nuevo.

—Odio tener que repetir temas extensos.

Después de decir eso, la soltó y comenzó a calmarse.

—Bueno, la organización está en una isla desierta cerca de Japón.

—Ah, ahora lo entiendo, entonces creo que está bien.

—Bien, ¿Nos vamos?

—Sí —respondieron ambas.

Candado se dirigió a la puerta, se puso su boina y salió de la casa, dejando una nota en la cuna de Karen para que Hipólito estuviera al tanto de su ausencia. Aunque Hipólito probablemente ya sabía a dónde iban, Candado lo consideraba demasiado senil para recordarlo, así que dejó la nota más como una broma que como una información útil.

Candado, acompañado de Clementina y Hammya, se dirigió nuevamente a la casa de Nelson para pedirle sus servicios de taxista gratuito. Esa tarde, el pueblo estaba más tranquilo de lo habitual, con la mayoría de la gente en sus casas. Cuando llegaron a la casa de Nelson, las luces estaban encendidas, pero no eran las luces habituales, sino de un color rojo brillante.

—Tengo una mala vibra —comentó Hammya.

Candado ignoró este comentario o advertencia y tocó la puerta. Antes de que pudiera llegar a la entrada, la puerta se abrió y salió un Nelson bien vestido, con traje y corbata morada, pero manteniendo su bata de laboratorio, que Candado no sabía si era una bata o un guardapolvo, lo cual realmente no importaba. Lo que llamaba la atención era la notable elegancia de Nelson, su cabello peinado hacia atrás y su fragancia a limón.

—Rayos, Nelson, después de los pocos días que te conozco, tu estilo sigue siendo un misterio —comentó Candado.

—Jo, Jo, Jo, ¿Qué los trae por aquí, vosotros tres, perdón?

—¿Por qué hablas así?

—Jo, veréis, mi joven Padlock, he recibido la visita de un importante ejecutivo que me ayudará a reconstruir los laboratorios del C.I.C.E.T.A. y me dijo que sí.

—¿Y por eso hablas de esa manera y vistes así?

—Claro, my señor, en el día he recibido la ayuda de un importante ejecutivo.

El trío quedó atónito ante las palabras de Nelson.

—Pero no hablemos de mí y de mi éxito. Hablemos de ti. ¿Qué quieres, Candado, tu novia y tu sirvienta?

—No soy su novia —aclaró Hammya, sonrojándose.

Clementina, al ver esto, rió en secreto. Sin embargo, Candado no se sintió afectado ni avergonzado por la broma de Nelson.

—Dime, anciano, ¿Estás libre hoy?

—¿Una cita? Soy demasiado mayor, sería un delito, me llevarían a prisión como al padre Grassi.

—Me estás sacando de las casillas, viejo. ¿Estás libre o no?

—¿Si estoy libre? Ja, Ja, Ja, Ja, claro que estoy libre —respondió de manera altanera.

—¿Cómo carajo te hiciste amigo de mi abuelo? En fin, quiero que me hagas otro favor.

—Bien, ¿Qué quieres que haga por vos?

—Quiero que nos ayudes a ir a Resistencia nuevamente.

—¿Resistencia? Eres un imán de problemas, chico, y a mí me encantan los problemas. Acepto.

—¿Qué diablos estás diciéndome?

En ese momento, Nelson cerró la puerta detrás de él, sin volverse, y sacó un aparato con un botón verde del bolsillo de su pantalón. Lo presionó y, de repente, el garaje se abrió y su auto salió al asfalto, dejando a todos sorprendidos, excepto a Candado.

—Se ve que estás al pedo —comentó Nelson—. Ja, soy un jubilado, de por sí ya no trabajo, así que no tengo nada que hacer.

Nelson se dirigió hacia su auto y se subió. Luego, abrió la puerta del acompañante.

—Súbanse, los voy a llevar.

—Ese anciano está un poco chiflado —susurró Clementina al oído de Candado.

—Sí, es un loco, pero es una persona confiable, al menos para mí.

Candado se dispuso a sentarse en el asiento delantero, pero Clementina le ganó el lugar y cerró la puerta, diciendo:

—Lo siento, pero no puedes sentarte adelante, es muy peligroso para ti, joven patrón.

Candado le dio un pellizco en la frente a Clementina y dijo:

—Está bien, me sentaré atrás, pero si vuelves a molestarme, te haré caminar, ¿entendido?

—Sí, claro.

Cuando Candado se dio la vuelta, Clementina dijo en voz alta:

—Solo por hoy.

Candado se detuvo y corrió hacia ella, pero Clementina cerró la ventanilla y aseguró la puerta mientras él golpeaba el vidrio y gritaba:

—¡Te voy a arrancar los ojos!

—¡Enano, vas a romper mi auto! ¡Detente, nazi!

Con esas palabras, Candado se detuvo y se subió al auto, sentándose en el asiento de atrás junto a Hammya.

—Nunca más, nunca vuelvas a llamarme así.

—Je, Alfred tenía razón, te indigna que te digan así, ¿verdad?

—Sí, lo mismo que a ti, ¿verdad? Militante de Rojas.

—¡Nunca más digas esa maldita palabra en este auto!

—Arranca, anciano loco, por favor —dijo Candado con una sonrisa tranquila.

—¡Jamás! —gritó Nelson mientras encendía el motor—. ¡Nunca más!

A medida que avanzaban por el camino, Candado observaba el paisaje del atardecer. El sol se estaba poniendo y las primeras estrellas comenzaban a aparecer. Cuando el auto llegó a la agencia de los Semáforos, ya era de noche y la media luna iluminaba el cielo nocturno.

Nelson detuvo el auto a unos metros de la puerta de la agencia. Debido al reciente asalto, los muros y los guardias estaban en alerta máxima. Cuando los efectivos notaron el auto, sacaron sus rifles y los apuntaron para evitar cualquier conflicto.

—¡Identifíquense!

—No puedo creer que esté haciendo esto —dijo Candado mientras bajaba la ventanilla y mostraba una insignia en forma de escudo con un león blanco, rodeado por las letras diminutas de la O.M.G.A.B. y laureles.

—¡DISCULPENOS SU EXCELENCIA! ¡PUEDE PASAR!

—Creo que debería cambiar de agente, ese tipo grita muy fuerte.

Las puertas se abrieron y Nelson ingresó con el auto, deteniéndose en el medio de la plaza. Candado fue el primero en bajar del auto, seguido por Nelson. Hammya y Clementina bajaron al mismo tiempo.

—Vaya, qué fortificaciones más grandes —comentó Nelson.

En ese momento, tres personas aparecieron en escena, cada una con una cinta de color diferente envuelta alrededor de su brazo. Uno de ellos era Rozkiewicz, con una banda verde en su brazo izquierdo. El segundo era Nicolás Cabaña Ragnarok, con la banda roja en su brazo derecho, y el tercero era Maidana Leandro Wolfgang, con la banda amarilla en su brazo derecho.

—¡CERROJO! ¿Cómo anda, che?

—Yo también me alegra verte, Ruso.

—Oh, gracias.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Nicolás.

—Vengo a tomar un avión. ¿Están disponibles?

—¿Disponibles? Joaquín tuvo que aumentarles la paga para que siguieran funcionando.

—Bien, quiero tomar uno con destino a la O.M.G.A.B.

—¿Boleto? —preguntó Maidana.

—Claro que sí, cuatro por favor.

Maidana sacó cuatro boletos de su bolsillo y se los entregó a cada uno.

—Bien, ya pueden abordar uno. Suban.

—¿Viajar otra vez a la O.M.G.A.B.? Ha pasado tanto tiempo desde que estuve allí. ¿Habrán quitado esas odiosas cortinas naranjas con lunares verdes?

—Mejor ve hasta allá para averiguarlo, anciano. ¡VAMOS!

Candado, Hammya, Clementina y Nelson se subieron a uno de los aviones. Estos aviones eran muy diferentes de los aviones comunes; tenían solo dos ruedas y eran propulsados como cohetes, más rápidos y menos peligrosos. En su interior, parecían más lujosos, como los de un empresario exitoso. Solo tenías que solicitar un boleto y mostrar tu identificación. Sin embargo, como Candado era el presidente de la organización, tenía ciertos derechos que le permitían protegerse.

Una vez que todos estuvieron a bordo, Nelson, quien detestaba que tocaran su coche, decidió bajarse del avión y estacionarlo él mismo. Candado lo observaba con impaciencia, aunque apenas se notaba en su rostro frío. Era evidente que Nelson tardaría una eternidad en mover su auto debido al pasto sin cortar y mojado. Hacía apenas unos días había ocurrido un asalto, por lo que los jardineros de la agencia no habían tenido tiempo de trabajar, y habían pedido licencia hasta que el lugar fuera seguro, por tres meses. El pasto y la humedad eran lo suficientemente altos como para atrapar las finas ruedas del Justicialista.

El auto no se movía, solo se oía el aullido de dolor del motor, y el tubo de escape comenzaba a expulsar humo en la cara de los presentes. Después de dos minutos de agonía, Nelson asomó la cabeza por la ventana y miró a Candado.

—¡ESPERA MI NIÑO! ¡SOLO ESTACIONO EL AUTO Y YA VOY!

—Bien, pero apresúrate —dijo Candado mientras miraba su reloj y susurraba—. Cuando estemos a nueve mil metros de altura, me aseguraré de que tu caída sea rápida y sin dolor.

Pasaron ocho minutos antes de que el auto finalmente pudiera moverse con la ayuda de algunos guardias. Nelson finalmente logró estacionarlo cerca de la puerta del avión y, después de dos minutos corriendo, subió al avión. Se sentó en uno de los asientos y comenzó a abanicarse con el protocolo de seguridad, mientras Candado levantaba una ceja y miraba su reloj con impaciencia.

Soy el hazme reír de los Record Ginés, qué irónico, ¡VAMOS!

Con esas palabras, las puertas del avión se cerraron y Candado tomó su asiento, eligiendo el asiento más alejado de los otros dos, cerca de la ventana y del baño, por si surgiera alguna emergencia. Hammya y Clementina, al notar que Candado se sentaba solo, decidieron hacerle compañía, excluyendo a Nelson, que estaba demasiado cansado después de levantarse de su cómoda silla.

Mientras se acercaban a Candado, lo vieron ocupado leyendo una revista del avión que promocionaba la O.M.G.A.B. Su rostro estaba oculto detrás de la revista, que era del tamaño de un periódico a color. En la contratapa de la revista, aparecía una foto de Candado llevándose el puño a la altura de su mejilla izquierda con la frase en letras blancas y grandes entre comillas: "Yo sirvo a Harambee ¿Y vos?"

—Es gracioso, esto tendría que estar afuera y no adentro de la agencia. ¿De qué sirve esta promoción dentro de los afiliados? Es... estúpido.

Luego, Candado cerró la revista y vio a Hammya y a Clementina sentadas frente a él.

—Hey, el avión es bastante grande, ¿no?

—Claro, es obvio, señor.

—¿Por qué rayos están aquí?

—Porque es divertido, está cerca del baño y es ideal para nosotras.

—¿Baño? Clementina, tú no tienes vejiga.

—Claro que tengo una, usted me la instaló.

—¿Cuándo?

—Hace mucho tiempo.

—Ja, muy chistosa.

Luego levantó la revista a la altura de su cara.

—Ignóralas, Candado. Mientras menos atención les des, más rápido se irán —susurró Candado.

Mientras leía la revista, Candado escuchaba a las dos charlar entre sí sobre cosas sin importancia. Sin embargo, misteriosamente dejó de oírlas. Candado bajó su revista y vio que los asientos estaban vacíos.

—Así está mejor —dijo Candado mientras continuaba su lectura. Siguió leyendo hasta que su reloj marcó las 20:00. Candado cerró la revista y la colocó junto al asiento del acompañante, después bostezó y se cubrió la boca con la mano derecha. Luego, se desabrochó el cinturón y se levantó de su asiento para caminar por el pasillo del avión. Pasó por el asiento de Nelson, quien estaba jugando con un crucigrama con Grivna.

—No recuerdo haberla incluido en el viaje —dijo Candado para sí mismo.

Por cortesía, Candado no dijo nada y salió del pasillo, encontrándose en otro más estrecho con algunas puertas. Candado abrió una de las puertas y vio a Hammya y Clementina jugando con almohadas, saltando en la cama, gritando y riéndose. Clementina parecía más humana que hace unos años atrás.

Candado cerró la puerta sin que Hammya y Clementina se percataran de su presencia. Luego, se dirigió a la siguiente habitación y le dio un empujón con la mano, ya que estaba abierta, probablemente por las dos niñas mientras exploraban el avión. Al encender las luces, la habitación se iluminó y parecía un hotel, con camas, baño, televisor y diez habitaciones en total. En la habitación en la que se encontraba, había dos camas. Candado se desprendió de su chaleco y lo colgó en un perchero, luego se quitó la boina y la corbata y las colocó en una mesa de noche. Apagó la luz y se dirigió hacia una de las camas.

Cuando estaba a punto de acostarse, vio a Tínbari sentado en el ala del avión comiendo una hamburguesa y saludándolo. Candado no se mostró sorprendido y cerró las cortinas. Luego se acostó en la cama boca arriba. Debido a la luz del pasillo, la habitación estaba ligeramente iluminada. Candado metió la mano en su cuello y sacó su collar. Acarició varias veces el sol de su cadena con el dedo pulgar, su rostro mostraba una leve tristeza pero sin lágrimas.

—Gabriela...

Candado cerró los puños y colocó el collar en su pecho. Cada vez que sostenía esa cadena, podía sentir el espíritu de su hermana a su lado, lo cual no lo hacía feliz, pero lo relajaba al saber que ella estaba a su lado, ayudándolo, alentándolo y, sobre todo, protegiéndolo. Ahora, su abuelo también estaba con ella, y ambos lo observaban. Lentamente, Candado comenzó a cerrar los ojos hasta quedarse profundamente dormido, mientras sostenía su collar. Sin embargo, estaba muy lejos de dormir bien, las pesadillas habían vuelto otra vez, especialmente la que involucraba el símbolo que Hammya había mostrado y la verdad sobre la muerte de su hermana. Esto le provocaba pesadillas recurrentes y un profundo odio hacia la persona que la había matado.

Sus pesadillas continuaron perturbando su sueño, y Candado no pudo descansar bien. Cuando se despertó, se dio cuenta de que las ojeras habían regresado, pero las ocultaba usando el maquillaje de su madre. Había transcurrido solo veinte minutos desde que se quedó dormido, y ya estaba sudando y jadeando. En más de una ocasión, encendió sus manos con la llama violeta, pero esta vez no afectaba a las sábanas. Su ceño se fruncía cada vez más y más a medida que la pesadilla se intensificaba.

En su pesadilla, Candado se encontraba en un páramo muerto y desolado, luchando contra sí mismo, pero esta versión de él vestía de negro y tenía los ojos rojos. A pesar de sus esfuerzos, Candado no podía dañar a su otro yo, que imitaba las voces de su hermana, su abuelo y sus amigos mientras se reía. Candado se enfurecía cada vez más y gastaba toda su energía en la pelea, pero su otro yo tenía las mismas habilidades defensivas que él, por lo que sus esfuerzos eran inútiles.

Al final de la lucha, el suelo desaparecía bajo sus pies y Candado caía en un lugar lleno de esqueletos con banderas de todos los países del mundo. Miraba a su alrededor y veía kilómetros y kilómetros de huesos humanos. Desesperadamente buscaba a su otro yo y dio un paso adelante, pero pisó algo orgánico. Bajó la mirada y vio a Yara muerta, con los ojos abiertos, el vestido sucio y sangre coagulada en su rostro. Candado la tomó en brazos, pero antes de que pudiera levantarla, su cuerpo se convirtió en polvo y se desvaneció con el viento.

Luego, vio a su enemigo, ahora irreconocible, completamente oscuro con ojos rojos, agitando la bandera de la O.M.G.A.B. de un lado a otro. Candado corrió hacia él con la intención de matarlo, pero los esqueletos se levantaron y lo atraparon. Los esqueletos comenzaron a recuperar su carne, y Candado se horrorizó al ver los rostros de sus familiares y amigos en ellos. Justo detrás de él, su enemigo apareció con una guadaña y la bajó con todas sus fuerzas hacia su cuello.

Antes de que el golpe lo alcanzara, Candado se despertó bruscamente y volvió a la realidad. Estaba empapado en sudor, pero recuperó su compostura y se levantó. Era evidente que sus pesadillas persistían. Sacó el reloj de su bolsillo y vio que eran la 01:00 a.m., hora argentina. Calculó que llegarían a su destino en unos treinta y cinco minutos debido a la velocidad del avión. Candado se vistió con su chaleco, anudó su corbata y se puso su boina. Luego, caminó hacia la puerta y la abrió. El pasillo estaba casi iluminado por la luz del sol de afuera, lo que indicaba que estaban cerca de su destino.

Candado se dirigió a la puerta vecina y la abrió, pero no encontró a nadie allí, solo un hermoso desorden. La cerró y se dirigió al pasillo, donde se encontró con Nelson, quien estaba solo mirando por la ventanilla. Candado se sentó a su lado y aclaró su garganta para iniciar una conversación.

—Hola, nene.

—Hola Nelson, ¿Dónde está tu mini compañera?

—Esta con las demás, ¿Por…?

—No, por nada —luego Candado inhaló y exhaló todo el aire—Nelson ¿Tengo una pregunta?

—¿Cuál es?

—¿Por qué mi abuelo no se quedó en el pueblo? ¿Por qué se fue a vivir lejos de nosotros?

Nelson se recostó en el asiento y miró a Candado.

—Muchacho, tu abuelo te quería mucho, lo hizo para protegerte.

—No lo entiendo.

Nelson puso su mano en la cabeza de Candado y siguió.

—Cuando pasó el incidente de los laboratorios C.I.C.E.T.A., tu abuelo se refugió en la isla del Cerrito con toda su familia. Pero él sabía que Greg iría, no solo por él, sino por toda su familia. Cuando murió su nieta, Gabriela, supo de inmediato que no fue por una enfermedad, sino que la mataron.

—¿Vos lo sabías?

—Sí, pero no quería que lo supieras —dijo Nelson muy apenado, luego continuó—. Supo que su familia no estaría segura si él seguía presente ahí. Fue entonces que decidió alejarse de su hija y de su nieto, con la intención de protegerlos. Sabía que irían por su vida, pero el cariño que sentía por su familia no le dejó alejarse. Fue entonces que me pidió que le consiguiera una casa en Villa Ángela. A partir de ahí, comenzó a hablar por teléfono con su familia, incluyéndote, así nunca sabrían dónde estaba su familia. Por eso te rechazaba todas las invitaciones, no porque te odiara, sino porque quería protegerte.

Luego, Nelson miró a Candado, pero este comenzó a soltar lágrimas, mientras mantenía su seriedad.

—Soy un estúpido, por dos años pensé que mi abuelo se distanció de mí porque ya no me quería —dijo Candado con una voz temblorosa.

A diferencia de las veces anteriores en las que solo limpiaba sus ojos y seguía adelante, esta vez, Candado no pudo detener las lágrimas. Las lágrimas fluían cada vez más intensamente y, a pesar de intentar usar un pañuelo o sus manos, no pudo contenerlas. Finalmente, en un momento de desesperación, cubrió sus ojos con ambas manos y comenzó a llorar. El dolor que no había experimentado cuando murió su abuelo en el entierro había aparecido, y ya no podía ocultarlo. Nelson abrazó al niño que estaba sufriendo tanto, y Candado aceptó su abrazo sin resistencia. Aunque seguía cubriendo sus ojos, su tristeza y su dolor eran palpables y habían salido a la superficie.

En ese preciso momento, Hammya y Clementina regresaban de una habitación que albergaba la sala de entretenimiento. Cuando vieron a Candado siendo abrazado por Nelson mientras lloraba, Clementina cubrió la boca de Hammya y se escondieron detrás de unas sillas que había por ahí. Luego, Clementina asomó la cabeza y vio a Candado, esta vez, abrazando a Nelson.

—Pobre mi señor.

Luego, Clementina sintió que Hammya estaba pataleando. Su mano estaba cubriendo su boca y, al mismo tiempo, su nariz, estaba asfixiándola. Clementina, al verla, la soltó, y Hammya comenzó a inhalar aire de manera salvaje.

—¿Qué rayos te pasa? Casi me matas —dijo Hammya mientras inhalaba y exhalaba salvajemente.

—Lo siento —luego, Clementina tomó el brazo de Hammya y la atrajo hacia ella—. Mira allí, es el señor Candado —susurró Clementina.

—¿Está llorando? Sí, está llorando, pero ¿por qué?

—No tengo idea, pero será mejor que Nelson se encargue de este asunto.

Luego de decir eso, Hammya y Clementina observaron la escena conmovedora. Hammya le daba palmaditas en la cabeza y en la espalda a Candado mientras este soltaba todas las lágrimas que había guardado durante dos meses. Pero después de unos largos minutos, Candado se separó de Nelson y se limpió las lágrimas restantes de sus ojos con las manos. La tela de su guante era una mejor opción, ya que se le habían acabado los pañuelos.

—¿Estás mejor ahora?

—Sí, lo siento por hacer una escena.

—No, no está mal. Llorar es algo común en la vida del hombre —dijo Hammya.

Candado volteó rápidamente, y Hammya estaba detrás de él, a solo unos centímetros. Candado la miró, pero su expresión no era hostil como solía ser. En cambio, su actitud se suavizó, y en lugar de responder de manera agresiva, dijo:

—Bueno, es obvio, pero casi olvido cómo era la sensación de sentirse triste.

La respuesta de Candado sorprendió a Hammya. Esperaba una reacción más negativa de su parte, pero en lugar de eso, parecía estar reflexionando sobre su estado emocional.

Candado se levantó de su silla y se acercó a Clementina.

—¿Sí? ¿Necesitas algo? —preguntó ella.

—¿Tienes a Grivna en tu poder? —preguntó Candado.

—Sí, por supuesto —Clementina metió la mano en el bolsillo de su chaleco y sacó a la diminuta Grivna, luego la colocó en las manos de Candado.

—Oh, es el Goliat. ¿Cómo está mi gran enemigo? —preguntó Candado, con un tono un tanto sarcástico.

—No soy tu enemigo. Solo quiero que me digas una cosa, solo eso —dijo Candado.

—Bien, creo que no hará daño. Después de todo, es solo una pregunta.

—Entonces, dime. ¿Cuánto falta para que este avión aterrice? —preguntó Hammya.

—Qué mala suerte —respondió Candado.

—¿Por qué? —preguntó Hammya.

—Planeaba tirarte del avión —dijo Candado con total tranquilidad.

La respuesta de Candado dejó a Hammya horrorizada.

—¿¡QUÉ!?

—Es tu día de suerte. Qué fastidio —dijo Candado mientras ponía a Grivna en la mano de Clementina.

—¿Fue una broma, verdad? —preguntó Hammya preocupada.

Candado ignoró por completo la pregunta y, en su lugar, se volvió y dijo mientras aplaudía:

—Muy bien, damas y caballeros, prepárense para aterrizar.