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SAGRADA VERDAD

Después de un largo viaje en micro hasta la ciudad de Resistencia, Candado suspiró al bajar del autobús, seguido de cerca por German, quien no tardó en protestar.

—Candado, ¿por qué tuvimos que venir de este modo?

—Para ahorrar gastos.

—No me gusta el transporte público —comentó German con una sonrisa, sacudiendo su traje.

Candado miró alrededor, como si buscara algo.

—¿Dónde está el…?

—Allí está Ernést —señaló German hacia un coche rojo que se acercaba.

Candado entrecerró los ojos al reconocer a la conductora.

—¿Alicia? ¿Qué hace ella aquí?

—Es nuestra chofer, Ernést —respondió German.

—Se suponía que tomaría un remis —refunfuñó Candado.

—Subamos, es gratis —dijo Hammya, corriendo hacia el auto con entusiasmo.

—Uno de estos días, German, recuerda mis palabras: la van a secuestrar por ser demasiado confiable. Vamos, andando.

Candado y German se apresuraron a subir al coche. German tomó el asiento delantero, ya que Alicia se lo había prohibido a Hammya.

—Hola, Candado, y gracias nuevamente por darme este empleo —dijo Alicia, sonriendo mientras él cerraba la puerta del coche.

—No hay de qué —respondió Candado, abrochándose el cinturón de seguridad. Miró de reojo a Hammya, que estaba enfurruñada.

—No es justo, yo quería ir adelante —se quejó ella.

Candado, con una sonrisa apenas disimulada, tomó el cinturón de Hammya y lo abrochó como si fuera una niña pequeña.

—Oh, gracias… ¡Espera! ¡Yo podía hacerlo sola! —exclamó, molesta.

—Cállate —respondió él, y luego miró a Alicia—. Arranca, por favor.

—Simón —dijo Alicia, poniendo el auto en marcha.

Unos minutos después, Alicia miró a Hammya por el espejo retrovisor.

—Por cierto, Candado, ¿quién es la niña?

—Ah, ella es Hammya Saillim. Hammya, ella es Alicia Sánchez.

—Un gusto, niña… de cabello verde —comentó Alicia, sin poder evitar mencionar el detalle.

German soltó una risa breve.

—Alicia tiene una habilidad especial: puede percibir los sentimientos de las personas.

—Genial, dime, ¿qué ves? —preguntó Hammya, intrigada.

Candado intervino, advirtiéndole en tono serio.

—Hammya, cometiste un error.

—¿Por qué?

—Ella contará todas tus intimidades.

—No te preocupes, Candado, me controlaré —prometió Alicia, aunque miraba a Hammya con una expresión de curiosidad en sus ojos.

Alicia volvió a mirarla por el espejo retrovisor.

—Mmm… tus latidos son suaves, eres una persona gentil. Tu primer espíritu es bondadoso, carismático y un poco… tambaleante.

—Genial —respondió Hammya, interesada.

—Aún no termino. Silencio, hija mía.

—Tienes veinte años; no hables como si tuvieras treinta —bromeó Candado.

—Shhh, silencio, Candado —dijo Hammya, haciéndole un gesto para que dejara de hablar.

Alicia continuó.

—Tu segundo espíritu es salvaje, terco y admirable. Parece un mar de fuego, arena y agua. Eres muy decidida cuando se trata de proteger a tus amigos y familiares, pero te cuesta enfrentarte a tus propios miedos. Además… oh, vaya.

—¿Qué pasa? ¡Dime, dime! —insistió Hammya.

Alicia dejó escapar una risilla.

—Eres audaz, pero muy dependiente de una figura importante para ti, alguien que tiene un lugar reservado en tu corazón.

German la miró por el espejo, curioso.

—Es alguien a quien admiras profundamente, alguien a quien deseas ver feliz. Hay tanto sentimiento en esa persona que podría pasar la vida entera describiendo cómo te sientes y no sería suficiente. ¿Quién es esa persona a quien le das un abanico de sentimientos?

Hammya, avergonzada, bajó la ventanilla y asomó la cabeza, buscando un poco de aire fresco.

—¡Oye! —gritó Candado, agarrándola de los hombros y tirando de ella hacia adentro—. ¿Estás loca? Es peligroso sacar la cabeza con el auto en movimiento.

Él la observó con atención, notando algo extraño.

—Tu temperatura no es normal… estás sudando mucho, y tu cuello y mejillas están rojos.

—Es solo que… fue un golpe duro, muy duro.

—Perdón, creo que me pasé otra vez. No debí decir tanto —se disculpó Alicia.

—No, es mi culpa.

—¿Por qué no hablamos del clima? —sugirió German, buscando desviar la conversación.

—Buena idea, entonces… el clima hoy es…

Una hora de conversaciones triviales después, el auto llegó a su destino: una gran mansión blanca, elegante pero no excesiva.

El coche se detuvo frente a la entrada.

—Llegamos —murmuró Candado, mirando por la ventana.

—Gran observación —replicó Hammya, vacilándolo.

Sin decir nada, Candado le apretó suavemente la mejilla con la mano izquierda, sin despegar la vista de la ventana.

—Veo que te has vuelto más impertinente —comentó, sonriendo mientras la mantenía atrapada con la mano.

Hammya chillaba y trataba de soltarse, mientras German y Alicia observaban la escena con diversión.

—Gracias por traernos —dijo German, agradecido.

—Es lo mínimo que puedo hacer —respondió Alicia, con una sonrisa cálida—. Todavía me queda mucho por agradecerles.

—Estás exagerando —replicó Candado, mientras aún apretaba las mejillas de Hammya.

—¡Suéltame, buh! —se quejó ella, frotándose las mejillas.

—Claro —Candado estiró sus mejillas una vez más y luego procedió a soltarla.

Candado bajó del coche y caminó hacia la entrada de la casa. Hammya lo siguió, aún tocándose la cara donde él había presionado con sus dedos.

—Perdón… —dijo Hammya, en voz baja.

Él la observó en silencio, y luego se quitó el guante de su mano derecha, mostrando su palma. Levantó su mano hacia su propio mentón y presionó los dedos sobre la piel con fuerza.

—Candado…

Levantó la mano izquierda, indicándole que no continuara. Luego retiró la mano de su mentón, dejando a la vista varias marcas. En ese momento, German bajó del auto y estaba a punto de unirse a ellos cuando Alicia lo detuvo.

—Oye, ¿la persona a la que ella guarda en su corazón... es él? —preguntó con una sonrisa.

—¿Quién sabe? —respondió German, también sonriendo.

—Bien, me la juego a que si es así entonces.

—Interesante apuesta, nos vemos luego.

—Voy a dar unas vueltas por la zona. Llámenme cuando terminen.

—Lo haré.

—Bye

Alicia subió la ventanilla y se alejó en el auto.

En ese instante, la puerta de la casa se abrió, y apareció un hombre calvo, de bigote y gafas. Al ver a Candado, esbozó una expresión sorprendida.

—Vaya, Candado, qué sorpresa —luego se fijó en los moretones de su rostro—. ¿Qué te pasó?

—Me lastimé.

—Dios mío, pasa —luego miró a Hammya y a German—. Ustedes también, adelante.

Una vez dentro, el hombre tomó a Candado de la mano y lo llevó a la cocina.

—Voy a darte algo para que no se inflame.

—¿Oh? Bueno.

Mientras tanto, German se acercó a Hammya y le puso una mano en el hombro.

—Acompáñame.

German la guió hasta el salón, un espacio amplio y decorado con gran lujo.

—¿Ya habías estado aquí? —preguntó Hammya.

—Sí, no me gusta, pero sí.

—Me sorprende que lo digas así.

—Tener una mala actitud complica mucho las cosas para todos, nos lleva a tomar decisiones equivocadas, por ende, decisiones molestas.

—Pero…

—¿Sí?

—Nunca dejas de sonreír. ¿Por qué?

—¿Quién sabe? Sonreír es lo que me ha dado fuerzas.

—¿Fuerzas?

—O quizá pereza, no sé. No tengo una historia trágica —dijo German, tomando un diario que estaba sobre la mesa.

Hammya observó una cicatriz en su rostro y estuvo a punto de preguntar, pero se contuvo, siempre tuvo la duda del porque tenía una cicatriz tan llamativa ¿Por qué parecía un cuatro?.

—Oye, lo siento, pero escuché que discutías con el papá de Candado.

—Oh, tienes buen oído, especialmente porque lo hice en un lugar donde nuestras voces no deberían escucharse desde la cocina.

—Bueno, mi mamá...la señora Barret, me dijo que me lavara las manos antes de comer, pero cuando volví del lavabo, oí su conversación. Creí que ibas a discutir con él por la forma en la que te dirigiste a él.

—Un equivocación llamativa, pero quería hacerlo, de verdad. Quería darle un sermón, pero no me atreví porque Candado estaba feliz, sería molesto e impráctico hacerlo.

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—¿Feliz? Tenía la misma expresión seria de siempre en la mesa.

—Su voz no era áspera ni dura como suele ser la mayor parte del tiempo. Era suave y tranquila, y hasta sonrió durante la conversación.

—¿Y?

—Si Candado está feliz, entonces no hay necesidad de armar un escándalo… por ahora.

—¿Qué?

—Todavía quiero darle un sermón a Europa. Esperaré el momento adecuado.

—¿Para hacer qué? —interrumpió Candado, entrando con unas pequeñas vendas.

—Nada, es algo personal.

—Bien, andando. Hammya, no te separes de mí.

—¿Dónde está la señora de la casa? —preguntó German.

—En el jardín, regando.

—¿Las plantas? —preguntó Hammya, inocente.

Candado cerró los ojos con fuerza.

— (Contrólate, haz de cuenta que no lo dijo.)

—En fin, es hora, quisiera terminar para regresar a casa lo antes posible —dijo Candado, mirando su reloj.

—Claro, lo que digas —respondió German.

Candado hizo una señal con su boina, y German, entendiendo de inmediato, asintió. Hammya, en cambio, no comprendió el gesto, pero se dejó guiar por el ambiente.

El trío subió al segundo piso hasta la habitación de Holy. La puerta era de madera fina, de un color salmón suave.

—Prepárate, Esmeralda —le susurró German a Hammya.

Candado tocó la puerta.

—Pasen.

La puerta se abrió sola, dándoles paso.

La habitación era grande, con el aspecto de una sala de estar más que de un dormitorio. Solo tenía una ventana, enorme, con una cortina blanca que cubría toda su extensión. También había una puerta de cristal que daba al balcón. La decoración era infantil, con peluches, juguetes y un tapizado rosa con un gran corazón rojo en el centro. En medio de todo, sentada en una silla de ruedas, estaba Sara de Holy Truth, una joven de cabello negro, ojos rojos y vestida con un camisón blanco.

—Buenos días, Candado, German y Hammya. Los estaba esperando.

Candado colocó una mano en el hombro de Hammya, deteniéndola un poco.

—Eres muy insistente, Sara. En un día como hoy…

—Lamento interrumpir tu descanso, pero no podía esperar.

—Eres muy caprichosa, señorita Sara —dijo German, adelantándose.

—German, tan arrogante como siempre.

—Basta de discusiones —dijo Candado—. Aquí estoy, Sara. ¿Qué es lo que quieres exactamente?

—Solo quería verla a ella.

—Tenía razón… —susurró German a Candado.

—¿Por qué?

—Solo quería saludar a alguien como ella.

Candado alzó una ceja.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó German, esbozando una sonrisa.

—Antes de nada, muestra tu verdadera forma —ordenó Candado.

La niña alzó una ceja y se recostó en su silla, esbozando una leve sonrisa.

—Si Candado lo dice, entonces lo haré.

Al instante, la piel de Sara comenzó a tornarse azul, y de su cabeza brotaron dos cuernos pequeños, similares a los de un alce. Sus dientes se transformaron en colmillos afilados como los de un tiburón, mientras que sus párpados y parte de sus sienes se tiñeron de blanco. En su frente apareció un sol eclipsado de color negro, y una cola puntiaguda, semejante a la de un lagarto, surgió en su espalda baja.

—Se siente bien mostrarme ante ustedes. Fingir tanto tiempo es agotador —dijo Sara, relajada.

Hammya, entre asombrada y horrorizada, la miró con los ojos bien abiertos.

—¿Qué eres?

—Soy como tú… un monstruo.

—Hammya no es así, Sara —intervino German.

—Claro que lo es, German. Ella es igual a mí.

—¡Sara! —exclamó Candado, furioso.

Hammya posó suavemente una mano en su hombro, logrando calmarlo. Candado respiró hondo, se serenó y aclaró su garganta antes de continuar.

—No la llames así.

—No soy yo quien la llama así —replicó Sara—. Ustedes, las personas, nos llaman de esa forma: a mí, a Krauser, a la innombrable, a Luis, a Grenia… y quién sabe a cuántos más.

—Yo no soy ellos, no te confundas. No soy la sociedad ni la humanidad; yo hablo solo por mí. Nunca he usado esa palabra contigo ni con nadie más.

Sara lo miró, impresionada.

—Siempre has sido alguien interesante, Candado, pero la conversación es con ella.

—No me provoque, señorita Truth —dijo German, avanzando un paso con una sonrisa irónica—. Solo alguien muy temerario se atrevería a hablarle a Candado así en mi presencia.

Sara sonrió con frialdad.

—Eso quedó claro la primera vez que nos vimos, séptimo monstruo.

La sonrisa de German desapareció, reemplazada por una expresión seria.

—No me provoques.

Hammya avanzó un paso.

—Por favor, no quiero que peleen.

Sara ladeó la cabeza y la observó detenidamente.

—¿De dónde la sacaste, Candado? —preguntó con curiosidad.

Hammya siguió caminando hacia ella.

—¿Sabes quién soy? —inquirió Hammya.

—Por supuesto, pero como dije, la conversación es contigo. Por eso les pediré a los caballeros que se retiren.

—Ni en broma —respondió Candado, cruzándose de brazos.

Hammya se giró y lo miró directamente a los ojos.

—Por favor, Candado… quiero saber. Vete —le pidió con una sonrisa tranquila—. Estaré bien.

Candado relajó su expresión y miró a Sara con advertencia.

—No te preocupes; estará bien —susurró la voz de Tínbari en su mente.

—Vamos, German. Vámonos —dijo Candado con resignación.

Ambos se dirigieron a la puerta. Candado la abrió, dejó pasar a German y echó una última mirada a Hammya, quien le devolvió una mirada llena de confianza.

—Tranquilo —le susurró—. Estaré bien.

—No te preocupes, ahora sal —susurró Tínbari nuevamente.

Candado cerró la puerta detrás de él.

—Entonces —preguntó Hammya, volviéndose hacia Sara con firmeza—, ¿Quién soy?

Sara sonrió.

Mientras tanta, afuera de la habitación.

Candado y German esperaban fuera de la habitación, observando la puerta en silencio.

—¿Y ahora qué hacemos, Ernest? —preguntó German.

—Salgamos un momento. Necesito aire.

Candado metió las manos en los bolsillos y comenzó a bajar las escaleras, seguido por German. Una vez fuera de la casa, se sentaron en el borde de la acera.

—¿De qué crees que están hablando? —preguntó German, cerrando los ojos y sonriendo.

—No lo sé. Quizá le esté hablando de su verdadera naturaleza, de por qué es diferente a los demás.

—¿En serio? Pensé que Hammya ya se valoraba a sí misma.

—Que se valore no significa que no sienta curiosidad por saber quién es y por qué.

—Tiene sentido. Quizá sea algo nuevo sobre ella.

Candado sonrió levemente.

—El otro día me contó que su cuerpo cambia con las estaciones. En verano, su cabello es de un verde brillante; en otoño e invierno, se vuelve rojizo, lo mismo que sus cejas y párpados. En primavera, su cabello regresa a su color natural.

German soltó una carcajada y miró al cielo.

—Curiosa chica, menuda novedad.

— Seguro.

—Vaya, pensar que su cabello sigue siendo del mismo color, a pesar de que cuando la conocimos era diferente.

—Según ella, depende del clima. Lucas le hizo un análisis de sangre, a pedido suyo, porque se preocupó como una mujer preocupada por su periodo.

—Diablos.

—Resulta que tiene anticuerpos similares a los de una hiedra, por lo que es un poco más resistente al otoño y al frío.

—Ya veo, ¿pero por qué ahora?

—Parece que el estrés reciente hizo que su cabello perdiera clorofila. A diferencia de nosotros, que por el estrés perdemos cabello o nos salen canas, a ella se le descolora más rápido, en cuestion de horas o días si el estrés es grave o persistente.

—Entiendo, pero no la veo diferente.

—Ahora se ha teñido, usa lentes de contacto y un resaltador para las cejas. Le da vergüenza que la vean así. La semana pasada, su cabello empezó a desteñirse y se volvió rojo, parecía un rubí, igual que sus ojos.

—Parece más un árbol que otra cosa.

—Eso he notado. Sus poderes se debilitan en invierno, toma mucha agua y se da duchas largas. Seguramente es muy vulnerable al frío.

—La tiene difícil.

—No, le encantan los baños calientes. La factura del agua se duplicó, pero no es nada que no se pueda pagar, tiene suerte de que podamos permitirnos gastos como esos.

—Menos mal que ustedes son asquerosamente ricos. Muchas veces me pregunto por qué siguen viviendo aquí.

—El dinero no importa, casi no lo usamos. La ropa que vestimos la hacen a mano mi madre, mi padre, Hipólito, mis abuelos y Clementina, con tela de nuestros propios campos. La comida viene de las estancias familiares. Solo usamos dinero para pagar a los empleados. Las ganancias se dividen a partes iguales entre la empresa y los trabajadores. El combustible no es problema, ya que solo lo usamos para el auto de mis padres. Nuestros trabajadores usan sus poderes para la cosecha, así que no necesitamos depender de eso.

—No era necesaria tanta explicación.

—Lo sé.

—Ah, querías presumir.

—Tal vez.

—¿Y entonces?

—Diversión.

German se rió.

—¿Sabes algo?

—¿Qué?

—Joaquín consiguió información sobre la niña. ¿Por qué no te reuniste con él?

—Pensé que sería mejor que ella me hablara de su pasado.

—¿Sabías también que está molesto?

—Le di una caja de bombones.

—A él no le gustan los bombones.

—Por eso se los di.

Candado y German soltaron una risa jovial.

—Espero que no le pase nada malo —dijo Candado, mirando su reloj.

Cuando German estaba por hacer otro comentario, una pelota voló en su dirección. Candado, sin apartar la vista de su reloj, la atrapó al vuelo.

—Apenas son las 10:00 a.m.

Bajó la pelota.

—Buenos reflejos, Ernést.

—Gracias.

Desde lejos, un muchacho de piel morena, con uniforme escolar y cabello negro, se acercó corriendo.

—¡Lo siento! Fue un accidente.

Candado y German se pusieron de pie.

—Hola, Candado.

—¿Nos conocemos?

—Oh, perdón. —El muchacho tomó el balón de las manos de Candado y le dio un apretón de manos—. Soy Erick Gómez. Pasé por aquí el otro día. Hace unas cuadras de aquí, usted defendió a un niño.

—La verdad, no me fijé en los que me rodeaban.

—No se preocupe.

Candado lo miró de arriba a abajo.

—Conque Gómez... es bueno saberlo.

Erick rió, algo nervioso.

—Ya veo.

—No hay necesidad de estar nervioso, chico. Candado no muerde. —German miró a Candado—. Todavía.

—Y me lo dice un perro.

—Lobizón.

—Lo que sea.

—Disculpe.

—Oh, ¿qué sucede, Erick?

—¿Es conocido de Sara?

Candado miró hacia atrás.

—Oh. —Volvió la vista al muchacho—. ¿Por qué preguntas?

—Es raro que Sara hable con personas. Solo tiene dos amigos: yo y Cantero.

—La bruja del alba.

—No es una bruja, German. Solo es un espíritu humanitario.

—Oh, grandioso, otro samaritano — dijo con una sonrisa sarcástica.

—En fin, ¿qué sucede si soy amigo de Sara?

—Sea amable con ella, por favor, Candado.

—Este muchacho tiene una idea equivocada de su personalidad.

—Está bien, no planeo ser mala persona con ella.

—Grande, señor, grande — alabó German con una evidente falsedad.

—Deja de hacer eso.

En ese momento, la puerta se abrió y Hammya salió con una sonrisa.

—¿Estaban aquí?

—(Ignora su idiotez, ignora su idiotez)—pensó Candado.

—Por supuesto. ¿No nos ves aquí, señorita? —preguntó Germán en tono de vacilo.

—Oh, cierto. Qué tonta.

Eres más que eso— luego continuó con—. ¿Todo bien allá?

—Claro.

—Me tengo que ir a casa, lo siento —interrumpió Erick.

—Oh, bueno. —Candado le dio un apretón de manos—. Nos vemos luego.

—Adiós, señor. Ha sido un placer.

Erick se despidió cortésmente de Hammya y German, y salió corriendo con su pelota.

—Qué chico amable —comentó Hammya.

—Sí, lo es, todo un iluso —dijo German, mirando la espalda del muchacho antes de volverse a Hammya—. ¿Y bien? ¿Qué te dijo?

—Es un secreto.

—Vaya, era obvio, ¿no?

Candado sonrió al comentario de Germán.

—Podría ser entretenido tu secreto. Apuesto a que sé la respuesta.

Hammya se mostró levemente sorprendida.

—Debí imaginarlo.

Candado bostezó.

—Debí imaginarlo —susurró Hammya.

Hace treinta minutos.

—¿Quién soy?

—La verdad es increíble; tu organismo, tus células, todo es muy distinto a mí y a los humanos.

—¿Cómo lo sabes?

—Es mi naturaleza. Pero dejando eso a un lado, digamos lo que quieres saber.

Hammya asintió.

—El olor que emanas no es muy común por aquí. Seguramente, antes olías más fuerte. Debe ser por estar rodeada de humanos.

—¿Qué?

—Hammya.

—¿Sí?

—¿De verdad quieres saberlo?

—Sí.

—No eres humana, tampoco eres de este planeta. Tú eres de Coleriam.

Hammya suspiró aliviada, aunque inconscientemente.

—No pareces muy impactada, ¿verdad?

—Ah, sobre eso, ya lo sabía.

Sara sonrió.

—Bueno, parece que no conseguí el efecto que quería.

Hammya rió levemente.

—Bueno, ya que no hay nada más, me retiro.

Hammya se volvió y se dispuso a salir de la habitación.

—¿Cuánto tiempo engañarás a Candado?

La mano de Hammya se detuvo antes de llegar al picaporte, y su frente se humedeció levemente.

—No sé de qué hablas.

—Sólo te advertiré de una cosa: esa mentira que llevas es muy buena, pero también muy frágil. Ten eso en mente, señorita Hammya.

De vuelta a la realidad.

—Esmeralda.

—¿Qué? —preguntó Hammya, exaltada.

—¿Otra vez en las nubes?

—Lo siento, Candado.

—Da igual. ¿Quieres o no?

—¿Qué cosa?

—Comer, ¿de qué otra cosa estaría hablando?

—Perdón, no presté atención.

Candado hizo una mueca; estaba molesto, pero luego tuvo que calmarse. Había notado algo en ella, algo que lo dejó preocupado y asombrado. Sacó las manos de su bolsillo y caminó hasta ella.

—¿Qué pasa? —luego dio un paso atrás—. ¿Qué ocurre?

Candado levantó la mano izquierda y se acercó a la cara de Hammya, provocando que ella cerrara los ojos.

—Perdón por no prestar atención —se disculpó, aterrada.

Pero, de manera insólita para ella, sintió la mano de Candado en su mejilla.

Hammya abrió los ojos y vio a Candado mirándola atentamente.

—No te muevas.

Luego, Candado cerró los ojos un momento y los abrió de nuevo, esta vez completamente envolventes de color violeta.

—¿Pasa algo? —preguntó Germán.

Los ojos de Candado volvieron a la normalidad.

—Vamos a casa.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Estás enferma, Hammya. Si no vamos a casa de inmediato, te pondrás peor.

—Los ojos del terror, ¿no?

—Claro que no, Germán. Es una de las pocas habilidades que obtuve.

—Bien, llamaré a Alicia —dijo Germán mientras sacaba su celular.

—Candado, estoy bien.

—No dirás eso cuando pasen quince segundos.

—Pero...

—No discutas conmigo. Tu sistema inmunológico es débil con el frío.

—No es cierto.

En ese preciso momento, el cabello de Hammya se volvió negro.

—[...] Oh, y que sea rápido.

—Te lo dije.

—No puede ser, mi cabello.

Germán guardó su celular y caminó hacia ellos.

—Vaya, vaya. Sí que actúas como un árbol, pero no dijiste que era de color rojo.

—Eso también me lo estoy preguntando.

—Le dijiste.

—Por supuesto.

Hammya se cubrió la cara de vergüenza.

—Mi cabello.

—Anteriormente dijiste que no importaba qué tinte usaras, siempre se volvía verde.

—Eso es cierto.

—Eso... no tendría que cambiar si es invierno, ¿verdad? Ya que es la misma situación.

—...

—Supongo que es la primera vez que pruebas este método, sin saber que el resultado es el mismo.

—... —Hammya desvió la mirada.

—Tonta.

—Me robaste las palabras de la boca, Germán.

—¡YA! No se burlen. Me olvidé de ese detalle. Pensé que sería distinto, pero duró mucho.

—Cinco horas.

—Es mucho.

—¿Cuánto duró la otra vez?

—Una hora.

—Supongo que al hacer frío, tu cambio de color es más lento que cuando es verano —argumentó Germán.

Hammya empezó a toser.

—Y ahora te vas a morir porque seguramente usaste toda tu energía para volver a tu color natural —dictaminó Candado.

Hammya inhaló y luego exhaló.

—Estoy bien.

—Tu cara está roja.

—No es nada serio.

—Oh, ahí viene Alicia —interrumpió Germán, y continuó—. ¡ALICIAAAA! —gritó mientras ladeaba su brazo derecho en el aire como un saludo.

El auto frenó delante de ellos, la puerta se abrió y Alicia presionó el claxon.

—Servicio de taxis, Alicia Corporation —continuó con una melodía—. Ra, ra, ra, ra, Germán, man, man, man, ra, ra, man, man, man, ra, man, man, ra, ra, ger, ger, ger, man, man...

Germán la siguió.

—[...] Ra, ra, ra, ger, ger, ger, man, ra, ra, ra, man, man, ger, ger, man, man...

—Sube al puto auto, Germán.

—Lo siento Ernést—se disculpó él mientras le hacía caso, pero manteniendo su sonrisa.

Hammya se rió de la escena, pero pronto volvió a toser.

—Oh, ¿qué le pasó a tu cabello?

—Se me destiñó.

Alicia dejó escapar un silbido.

—Adentro.

Candado tomó su mano y la ayudó a subir al coche.

—Llévanos a casa, por favor.

—Sus deseos son órdenes, ra, ra, ra, ger, ger, ger, [...].

Germán se unió.

—Ra, ra, ra, ger, ger, ger, man, man, ra, ger, man, ra, ra, ra, ger, ger, man, ger, ger, man, ger, ger, man, [...].

—Esto será un infierno —dijo Candado, apoyando la cabeza mientras miraba por la ventanilla.

Hammya comenzó a aplaudir, dando ritmo a la música que creaban, mientras sonreía. Candado la observó en el momento en que empezó a aplaudir; su atención se vio atraída por ella, y no pudo evitar sonreír.

Hammya, notando que él la estaba mirando, decidió preguntarle.

—¿Qué ocurre?

—Nada.

—¿Nada?

Hammya empezó a toser de nuevo.

—Así es, niña ónix.

Germán y Alicia dejaron escapar una carcajada.

—¿Qué? ¿Qué es un ónix?

—¿Por qué no una carbonada? —preguntó Germán, riéndose aún más—. Un diamante negro proveniente de Brasil.

—No sean malos.

—Perdón, señorita ónix —dijo Alicia.

Germán explotó en risas.

—¡Oigan! No sean así.

Candado empezó a reírse, su risa provocó que guardaran silencio y lo miraran asombrados, mientras él no paraba de reír. Alicia se sorprendió, Germán miró a su amigo un momento y luego se recostó en el sillón con su habitual sonrisa. En cuanto a Hammya, observar la alegría de Candado la hizo sentir feliz, tanto que se rió con él, compartiendo ambos esa alegría. Germán y Alicia se guiñaron un ojo.

—Victoria —susurraron ambos.