Esa misma tarde, Rucciménkagri salió de su casa y comenzó a pasear por la zona.
—No te vayas muy lejos —dijo Logan.
—No te preocupes —respondió ella con una sonrisa.
Rucciménkagri caminó hasta un campo, ya que una vez al mes se encarga de proveer nutrientes a la naturaleza. Se sentó en una piedra y comenzó a recitar palabras en el idioma de la naturaleza, o al menos eso dirían los humanos. Ella lo llamaba "Kray’norfía", que en español significaba “Claro y tranquilo”, una forma de proteger los nutrientes y favorecer el buen crecimiento de los árboles, plantas y flores.
Ese día, como todos los anteriores, hacía frío, y para protegerse llevaba puesto un poncho. Su cabello, hecho de hojas que ahora eran casi completamente rojas, sus pies, formados de raíces, y sus brazos, hechos de piedra, ayudaban a resguardarla del clima. Esa era su vestimenta para el frío.
Sentada ahí, finalizó su ritual tal como lo había comenzado.
—Kray’norfía.
En ese momento, escuchó las pisadas de una persona.
—Me alegra verla aquí.
Rucciménkagri abrió los ojos y giró la cabeza.
—Sofía Ibarra Zapirón.
—Una vez más, gracias por darme un lugar donde vivir.
—Sabía que Candado te ayudaría. Después de todo, ese chico será lo que digan, pero nunca dejaría de lado a alguien que necesita ayuda.
—Gracias.
—Además, es una muestra de gratitud. Gracias por enseñarme a usar mi magia. Este báculo es de gran ayuda, en verdad.
—No hay de qué. Pero... ¿pasa algo?
—No, en realidad no. Solo vine a visitarte, Gabriel Teacher.
—Sobre eso... tenía que tener un apellido y segundo nombre.
—Ya me di cuenta.
—No puedes engañarme con eso, Ibarra. Sé que ocultas algo más.
Sofía mostró una expresión seria.
—Los Testigos han incendiado la ciudad de Buenos Aires.
—Estoy informada.
—Y también han hecho desaparecer a muchos gremiales últimamente. Desaparecen un día y al otro encuentran sus cuerpos mutilados. Lo extraño es que parece obra de un individuo. Estoy bastante segura de que se trata de Desza.
—Ese muchacho. Siento lástima por lo que ocurrió...
—¿Sí? es a quien Candado le arrebató los poderes.
— Candado, Arce y César.
—¿Los conoces?.
—Sí, los conozco, ¿Terminaste?
—No, me gustaría hablar de algo.
—¿De qué?
—...
Rucciménkagri cerró los ojos por un momento.
—Bien —luego los abrió—. Hablemos.
Candado estaba sentado en su cama, con una estufa sobre su escritorio, jugando un videojuego que sus padres le habían regalado. Había llegado a casa sin problemas; Alicia se había despedido de él y de Hammya y se ofreció a llevar a Germán a casa.
—Vaya, qué aburrimiento.
Candado soltó el mando; había terminado el juego en dos horas. Luego se puso de pie y salió de su habitación, caminando hacia el dormitorio de Hammya, donde encontró a Clementina afuera de la puerta.
—Oh, joven...
—Patrón, sí, ya sé cómo va esto: tú me molestas, yo te grito; tú te burlas, yo vuelvo a gritar, y regresamos a lo de siempre.
—…
—En fin, ¿qué haces aquí?
—La señorita Hammya está siendo atendida por Europa; su resfriado no la deja moverse.
—¿Y por qué estás aquí? —preguntó Candado, fríamente.
—Para evitar que usted o cualquier persona del sexo opuesto cruce esta puerta.
Candado la miró fijamente, sin ninguna expresión en su rostro.
—Clementina.
—¿Sí?
—Sabes que todas las puertas de esta casa tienen seguro.
—Desde que Gabriela y Facundo se volvieron muy... íntimos, sí.
—No era necesario ese dato —suspiró—. Sé cuándo un humano miente, pero no cuando lo hace una máquina. Sin embargo, sabiendo que la puerta tiene seguro por dentro, no hay necesidad de un "guardaespaldas".
—¿Qué quiere decir con eso?
—Aquí veo dos posibilidades. Primera, Hammya es tan despistada que olvidó que la puerta tiene seguro y te pidió que la vigilaras, y tú, como encuentras la situación graciosa, aceptaste sin dudar.
—¿La segunda? —preguntó Clementina, conteniendo la risa.
—Que ustedes están planeando algo y no me gusta.
Candado puso la mano en la perilla, pero Clementina colocó su mano sobre la suya.
—Cosas de chicas.
—Cómo me gustaría que estuviera aquí.
—Retírese, señor, o me veré forzada a usar la fuerza.
—¿Quieres un alfajor?
—No me sobornará con eso.
—¿Una caja de alfajores?
—Trato hecho —luego miró la puerta y cerró los ojos—. Lo siento, señorita.
Candado metió la mano en su bolsillo y sacó una llave roja, luego se la entregó.
—¿Sabes dónde es?
—Claro que sí.
Clementina se fue brincando, llena de alegría.
Candado miró la puerta, posó su mano en la perilla nuevamente y la abrió con cautela.
—¿Qué demonios? —luego abrió la puerta con fuerza— ¡HAMMYA! —gritó Candado.
—¡Ahhhhhhhhhh!
Candado tenía razón para gritar: la niña estaba forzando su cuerpo a levitar, lo que aumentaba su fiebre considerablemente. Sus ropas estaban húmedas y llenas de sudor. Al notar la presencia de Candado, Hammya se asustó y cayó al suelo.
Candado se apresuró a ayudarla a ponerse de pie, apoyándola en su hombro.
—¿Así que esto era lo que querías ocultarme?
—Estaba probando algo...
—Cielos, estás ardiendo —dijo Candado, quitándose el guante y poniendo su mano en la frente de Hammya.
—Justamente por eso puse a Clementina en la puerta —replicó ella, empezando a toser.
—Debes tomar un baño, y pronto.
Candado la llevó hasta la tina.
—Puedo hacerlo sola.
—Oh, no, no, no, no. Este baño tiene una ventana lo suficientemente grande como para que escapes.
—Rayos —murmuró Hammya.
—¿Qué dijiste?
—Degenerado.
Candado la tomó por la mejilla y le dio un leve tirón.
—Duele, duele, estoy enferma.
—Me da igual.
Candado la acomodó en la tina. Luego, con el dedo índice de la mano sin guante, lo acercó a su boca y sopló ligeramente, formando una pequeña llama. Puso su dedo en la frente de Hammya, y la llama desapareció.
—¿Qué haces?
Candado respondió dando una palmada, haciendo que Hammya terminara solo en ropa interior.
—¿Qué haces? ¡De...! —[Golpeada por una esponja del tamaño de su cara]—.
—Ahora báñate —dijo Candado, abriendo la llave de agua tibia y cerrando la cortina antes de sentarse en un banco cercano.
Hammya se quitó la esponja de la cara y la lanzó lejos de ella.
—Yo podía hacerlo sola. Eres un degenerado.
Candado tiró de la cadena del inodoro.
—¡AHHHHHHHHHH! ¡ESTÁ CALIENTE!
—Deja de chillar. Volverá a entiviarse.
—No es bueno para mí.
—Báñate.
Hammya pegó su cuerpo contra la pared para evitar el agua fría.
—¿Cómo lograste convencer a Clem?
—La soborné con alfajores.
—Nuestra amistad no vale nada.
—Así es.
—¡ESO ES CRUEL!
—No grites, estás enferma.
Hammya se calmó y se sumergió en la tina mientras cerraba la llave.
—¿Aún sigues aquí?
—Claro.
—¿No tienes otras cosas que hacer?
—No.
—¿Puedo bañarme sola?
—Si el baño no tuviera ventana, me iría.
—No voy a escapar.
—Mientes.
—De verdad.
—Mientes.
A case of literary theft: this tale is not rightfully on Amazon; if you see it, report the violation.
—No estoy mintiendo.
—Lo haces.
Hammya burbujeó el agua.
—¿Cómo lo sabes?
—Práctica
—Oh...
—Además, alguien que dice la verdad no se rinde y pregunta cómo hago para saber si mienten.
Hammya golpeó el agua.
—No lo pensaste, ¿verdad?
—Te odio.
—Mientes.
—Ya, no hagas eso.
En ese momento, a Hammya se le ocurrió hacer lo mismo que antes, aprovechando la cortina como escondite, levantó la mano al aire.
—Más te vale no hacer lo mismo aquí, o quitaré la cortina y te vigilaré directamente.
Hammya bajó resignada el brazo.
—¿Por qué insistes? Desde que llegaste quieres hacer eso. Si no fuera porque mamá te encontró tirada en el suelo, estarías mucho peor.
—...
—¿Qué te dijo Sara?
Hammya suspiró.
—Nada.
—Eso es una verdad a medias.
—Analízalo, Sherlock.
—Te dio información, pero no es la que esperabas.
—Correcto.
Hace unas horas.
—La verdad, es que estoy algo sorprendida de que ya lo sepas, pero supongo que también sabías que eres similar a Candado en cuanto a los poderes.
—¿Qué? No, no, no. Debes estar equivocada.
—Tus poderes, los mismos que siento ahora, son casi idénticos a los de Candado; están en la misma frecuencia que el meteoro de hace cien años. Eres como una pionera, solo que mucho más fuerte que él.
—¿Qué? Imposible.
—Pero lo que percibo es cierto.
—Pero...
—Sin embargo, igual que Candado, guardas una segunda vida en tu interior, aunque la tuya parece más un guardián que otra cosa.
—¿Un guardián?
—Algo así, parece uno, es el mismo que usaste para defender a Candado una vez y también cuando lo atacaste. Tu procedencia es de otro lugar, fuera de este planeta; no eres humana ni un renacido como yo. Eres diferente. Tus poderes te revelarán más con el tiempo. Desde que nacemos, nuestra segunda alma ya guarda recuerdos.
—¿Podré saberlo?
—Así como estás ahora, no, pero con el tiempo aprenderás a controlarlo. Tus habilidades son exquisitas, Hammya. Puedes comprender cualquier idioma.
En ese momento recordó una conversación con Declan.
—No le hagas caso, es un durubu.
—Se dice dúr, Viki, y no es así.
—Lo que sea, eres un idiota que habla gracioso.
—Y vos sos un tá tú le muc an —horrendo.
Viki se puso nerviosa, mientras Declan le hablaba en irlandés. Entonces, los ojos de Hammya brillaron.
—Eres un cerdo muy horrendo.
—¿Qué? Encima que te estoy defendiendo.
—No, no es lo que tú crees. Eso es lo que significa lo que él dijo en inglés.
—¿Cómo pasó eso?
—La situación despertó lo más profundo de tu poder. Pensaste que eso te hacía única y te esforzaste en mantenerlo en secreto. Grave error, porque cuando no usas tu poder, este se queda dormido. Eso es lo que te pasa hoy.
—¿Significa que... necesito usar magia para saber mi pasado?
—Así es, puede que funcione o puede que no.
Presente
—Ya veo, eso fue lo que dijo.
—Sí, pensé que si forzaba mi cuerpo, obtendría todo lo que necesitaba... un recuerdo o algo.
—Hammya.
—¿Sí?
—¿De dónde viene ese nombre?
—Mi padre me lo puso. Dijo que lo vio en un collar.
—¿No tuviste problemas en la escuela?
—No, a nadie le importaba mi nombre. Sin embargo...
—¿Sin embargo?
—Nada, olvídalo.
Candado se puso de pie y caminó hasta la puerta.
—¿Candado?
—Estaré en la habitación.
—¿Pero qué pasa con la vigilancia?
—Confiaré en que no saldrás por la ventana.
Luego Candado cerró la puerta detrás de él y se recostó en ella.
—¿Qué fue esa sensación?
Miró al techo por un momento y luego se frotó la cara con su mano derecha, aún con el guante puesto. Pero cuando dio un paso hacia adelante, se arrodilló abruptamente y se tapó la boca. Entre las aberturas de sus dedos, un líquido rojo comenzó a escurrirse y a caer al suelo.
—No, no, no, no, no.
Hizo un esfuerzo por no soltar todo lo que tenía en la garganta, intentando tragar la sangre en su boca. Sin embargo, fue en vano; no podía hacerlo, y así que entró al baño nuevamente.
—Volviste.
Candado la ignoró y se arrodilló rápidamente frente al inodoro, soltando todo lo que tenía en la boca.
—¿Candado, estás bien? —preguntó Hammya mientras se cubría con una toalla y se ponía de pie.
—¡NO!... No muevas esa cortina. No quiero que me mires; dañarías tus ojos.
—Oh, vamos, no es...
—¡HAMMYA!
La mano de la niña se detuvo antes de tocar la cortina.
—¿Estás bien?
La canilla del lavamanos se abrió.
—Claro que estoy bien —dijo Candado con la respiración forzada.
A pesar de su respuesta, Hammya movió unos centímetros la cortina y lo espió. Lo que vio la dejó impactada: en solo cinco segundos grabó en su memoria la imagen de él reflejada en el espejo. Candado tenía sangre entre los labios y su ojo izquierdo estaba completamente amarillo. La imagen la asustó, y rápidamente se escondió de nuevo.
—Niña.
—¿Sí?
—Estaré en mi habitación. Si necesitas ayuda, pídesela a Clementina. Voy a estar ocupado —luego soltó un quejido acompañado de un susurro—. Arde.
—Candado.
—¿Hmm?
—No te sobre esfuerces.
Candado miró la cortina que los separaba y notó una pequeña abertura por donde intuyó que ella lo había espiado, hecho que le dio algo de gracia. Pero, sin poder confirmarlo, la respuesta permaneció ambigua. Entonces llevó su mano derecha al bolsillo mientras con la otra tomaba el picaporte.
—Cuando termines, vuelve a la cama.
—¿Qué...? —se preguntó ella, sorprendida por esa frase.
Dicho esto, Candado abandonó el baño y se dirigió a su habitación, abriendo la puerta con elegancia y cerrándola detrás de él.
—Por Isidro... —dijo, recostado contra la puerta.
Luego se dirigió hasta el espejo y se miró fijamente.
—Estás podrido, Candado —murmuró, esbozando una risilla—. ¿Dónde estás, Tínbari?
Candado posó su mano sobre su ojo izquierdo, ahora completamente negro.
—No me gusta nada de esto, Candado.
Al escuchar esa voz, volteó alarmado, solo para ver a Tínbari de pie, con las manos en la espalda y envuelto en humo negro.
—Pensé que harías un chiste.
—El conjuro avanza rápidamente; no hay momento para el buen humor.
Candado mostró una sonrisa sádica.
—No me interesa.
—Candado, esto es serio. No te hagas el tonto; tu vida está en juego.
—Tínbari, mi vida siempre ha estado en juego. Desde que entré en tu esfera fui consciente de que cada segundo podía morir, de hecho lo hice morí, pero aun así me arriesgué. Ser insensible a lo que me pase significa que ya he visto la cara de la muerte muchas veces, y no necesariamente la tuya, Tínbari. Solo vi dos Baris en mi vida, bueno y escuché de uno, pero es algo que te cura de espanto.
—Candado...
—Sin embargo, es necesario guardar el secreto ante los demás.
—¿Cómo planeas ocultar ese cambio?
Candado fue hasta su cajón y sacó un costurero de mimbre.
—Con arte se puede todo.
—¿Qué?
—Me haré un parche. Uno bastante chulo.
—No me gusta tu actitud, Candado.
—Ni a mí la tuya. Así que estamos a mano.
Candado se sentó en su escritorio y comenzó a seleccionar una tela para su parche.
—Día a día te debilitas y ni siquiera muestras un grado de preocupación.
—Fuiste vos quien me convirtió en esto.
—No, tú lo hiciste.
Con esas palabras, Tínbari se desvaneció con una expresión de decepción en su rostro.
—Demonto... —dijo Candado, mientras seguía cosiendo.
Mientras tanto, en la sala de estar, Clementina estaba sentada en el sillón con Karen en su regazo, mirando la tele y compartiendo una caja de alfajores con la bebé.
—¿Ves, pequeña señorita? Ese es idéntico a tu hermano.
Karen aplaudió, mostrando una actitud idéntica a la de su hermano.
—Parece que es hereditario.
Clementina abrazó a Karen como si fuera un peluche y comenzó a hacerle cosquillas, provocando una carcajada en la pequeña. En ese instante, irrumpió la señora Europa Barret desde la sala contigua, vestida con unos pantalones largos, pantuflas blancas, una polera negra y un chaleco bermellón.
—¿Qué hacen mis niñas? —preguntó, con una sonrisa.
—Jugando —respondió Clementina.
Europa se sentó a su lado, y Clementina le ofreció cargar a Karen, quien aceptó encantada, empezando a llenarla de besitos.
—Hola, mi muchachita linda de mamá —dijo Europa, hablando en un tono cariñoso que hizo reír a la niña.
—Pfff.
—¿Y los chicos? —preguntó Europa.
—Candado está en la habitación de Hammya, seguramente expresando su amor.
—Candado es incapaz de hacer eso… creo.
—Era broma —rió Clementina.
—¿Qué está haciendo el señor?
—Durmiendo. Ayer trabajó mucho, así que se lo merece.
—Eres muy amable, señora Barret.
—Es mi esposo, y aunque a veces se muestre duro, no quiero que se desmaye.
—Me alegra oírlo.
En ese instante, alguien llamó a la puerta.
—Voy a ver —dijo Clementina.
Se puso de pie y se dirigió hasta la puerta, que abrió para encontrar a Mauricio al otro lado.
—Hola.
—Hola, Mauricio. El joven Candado está arriba.
—Si te escuchara decir eso, te haría trizas.
—Candado es como un perro que ladra y no muerde.
—Luego te armaría y te haría trizas otra vez por compararlo con un perro.
Clementina soltó una risita y se hizo a un lado.
—Adelante.
Mauricio se quitó el sombrero.
—¿Quién era? —preguntó Europa.
—Oh, sigue siendo tan hermosa como siempre, señora Barret.
—Oh, bienvenido, Mauricio. ¿Cómo estás?
—Estoy mucho mejor, ahora que la veo.
—Halagador, Es un alivio escucharlo.
—Bueno, no quiero ser descortés, pero necesito hablar con Candado.
—No hay problema, pasa nomás.
—Gracias.
Mauricio palmeó la cabeza de Clementina, dejó su báculo recostado contra la pared y subió las escaleras. Caminó por el largo pasillo y se detuvo ante una puerta que tenía un letrero en latín: Cogito ergo sum. Sonrió y llamó a la puerta.
—¿Quién es?
—Che ha'e yke’y (Soy yo, hermano).
—Peho (Adelante).
Mauricio abrió la puerta y vio la espalda de su amigo.
—¿Cómo estás, Candado?
—Lo de siempre: golpes, tiros, peleas… —Candado giró para mirarlo, revelando un parche rojo sobre su ojo— y sangre.
—¿Qué le pasó a tu ojo?
—Me lastimé.
—Oh, vaya… ¿duele?
—No, no duele.
—Guau, guau, y triple guau.
—¿Qué quieres, perro?
—Ejem, necesito hablarte de un tema importante.
—¿Sobre qué?
—Sobre Yara.
Candado se inclinó hacia adelante.
—Te escucho.
—El otro día, mientras paseábamos por la ciudad de Barranqueras…
—¿Por qué la llevaste ahí?
—No cambies de tema.
—Luego te voy agarrar, continúa.
—Como decía, mientras paseábamos, Yara me dijo que quería ir al jardín.
—¿Qué?
—Como lo oíste, quiere ir al jardín.
—Es… cierto que cumplió cinco hace cuatro meses, pero es muy pronto.
—Sí, también me sorprendió; parecía muy decidida.
—Es una niña fuerte.
—Aunque algo dependiente de nosotros.
Candado se reclinó en su silla.
—La verdad, no quiero que vaya, pero es necesario para que pueda desenvolverse en la vida.
—Es raro escucharte decir eso.
—Estoy haciendo un esfuerzo para no armar una escena.
—Me lo imaginaba. ¿Qué harás al respecto?
—Es julio, así que no hay clases, pero el treinta vuelven.
—Eso significa que…
—Sí, Yara irá al jardín.
—Vaya.
Candado giró su silla y continuó escribiendo.
—Eso es todo, ¿verdad?
—Sí, claro.
—Candado, ¿hay algo que quieras decirme?
Candado levantó la vista, deteniendo su lápiz.
—No, no hay nada.
—Ya, creeré en ti.
Mauricio salió de la habitación, pero antes de cerrar la puerta, miró la espalda de su amigo con intriga.
—Nos vemos.
Minutos después, la puerta se cerró.
—Esto es agotador —dijo Candado, dejando el lápiz a un lado de la hoja, para después ponerse de pie.
En el pasillo, Candado se dirigió a la habitación de Hammya y llamó a la puerta.
—Hola, ¿puedo pasar?
—Claro.
Candado abrió la puerta y vio a Hammya acostada en la cama, mirando el techo.
—Qué aburrimiento…
Candado se acercó y le puso una mano en la frente.
—Te bajó un poco la fiebre. Pero vas a quedarte en cama hasta que te mejores.
—No quiero. Oye… ¿qué le pasó a tu ojo?
—¿Esto? —preguntó Candado, llevándose la mano al parche.
—Sí, eso.
—Nada grave, se solucionará.
—(Mientes). Seguramente fue... ¿Un mosquito? Son odiosos, sí.
—Claro que lo son.
Candado se sentó en la cama y mantuvo su mano sobre la frente de Hammya.
—(¿Por qué? ¿Por qué, Candado, me ocultas eso?) Oye, ¿por qué estás haciendo esto?
—Tu cabello es mágico. Al usar ese tinte, obligaste a tu cuerpo a deshacerse del "intruso" y a eliminar la poca magia de defensa que tenías, dejando pasar bacterias dañinas a tu cuerpo sin reservas de protección.
—¿Qué?
—En otras palabras, tú misma te enfermaste con tu poder.
—Ya veo. Y… ¿por cuánto tiempo estará tu mano en mi frente?
—Estoy compartiendo un poco de mi poder; la fiebre debería disminuir con esto.
Hammya se alarmó y apartó bruscamente la mano de Candado.
—¡No!
Candado no reaccionó.
—Vaya, eso es inesperado.
—Tú lo necesitas más que yo.
—¿Perdón?
—Nada.
Candado se acercó a Hammya.
—¿Qué sucede? Dímelo.
—No lo haré.
Candado suspiró y se alejó de ella.
—Bien, no lo digas entonces; no puedo obligarte. Solo quiero pedirte algo a cambio.
—¿Qué?
—No abandones tu cama por ningún motivo.
—¿Y si quiero ir al baño?
—Me refiero a que descanses aquí y no hagas ningún sobresfuerzo.
—Está bien.
—Después de todo, estás enferma.
—Los dos estamos enfermos.
—Tal vez sí, tal vez no —dijo Candado fríamente.
—(Evasivo) ¿Tienes que llevar ese parche?
—Sí, hasta que esté sano.
—Bueno.
Candado volvió a poner su mano en su frente.
—¿Sabes? Sé que hay algo que te preocupa. También sé que me hablas en silencio. Tal vez ya lo haya preguntado antes, pero lo haré de nuevo: ¿por qué te preocupas?
—Porque soy tu amiga. Y también porque conozco esa sensación. Mi padre hacía lo mismo que tú: ocultaba cosas, y por las noches se iba al baño a sufrir. Yo no hice nada por él, yo…
Candado volvió a poner su mano en su frente.
—Aunque hubieras hecho algo, no le habrías salvado de todas formas. El cáncer te quita la vida de cualquier manera. Así que deja de preocuparte. Tal vez es cierto que yo también muera por esta mierda, pero eso es algo que yo elegí.
En ese momento, Hammya vio a su padre en la figura de Candado.
—No…
—Hammya, deja de preocuparte por mí. Aparte de que es molesto, solo te harás daño; todas tus acciones son inútiles.
Hammya apartó lentamente la mano de Candado de su frente y se cubrió con la frazada, molesta por lo que él había dicho.
—Quiero estar sola.
—Claro.
Candado se puso de pie, guardó las manos en los bolsillos y salió de la habitación.
En cuanto Candado cerró la puerta, Hammya se quitó la frazada y miró al techo.
—Mis acciones no son inútiles. Voy a ayudarte, estés o no de acuerdo.
Hammya saltó de la cama, abrió un armario y comenzó a vestirse, abrigándose bien: botas de cuero negro, un saco de lana gris, bufanda naranja y un sombrero. Luego abrió la ventana y saltó hacia una de las ramas del árbol, agarrándose de la más fuerte. Con cuidado, comenzó a bajar hasta llegar al suelo.
—Esto es una locura.
Hammya se colocó unos guantes de cuero marrón, saltó el muro del jardín y se adentró en el bosque.
—Tengo que avisarles, tengo que avisarles —se repetía mientras corría con todas sus fuerzas; según ella, ya era hora de la verdad.
Al otro lado, en el gremio, Matlotsky planeaba otra broma para su jefe usando el equipo de Lucas.
—Te dije que no tocaras mis cosas.
—No pasa nada, soy un albañil.
—Y yo un científico e inventor genial. No toques nada; la última vez dejaste calvo a Candado.
—Y él me enterró vivo. Estuve todo el día bajo tierra, estamos a mano.
—Eres un maldito masoquista.
—Nada de eso, mi negro, nada de eso, a demás que puede ser peor que un peluche que muerde.
—No metas a Tadeo en esto, albañil.
En ese momento, German irrumpió con una taza de leche caliente.
—Oigan, ¿planean molestar a Candado?
—Sí.
—No.
—Vaya, déjenme unirme.
—¡German!
—Tranquilo, Lucas.
—Podemos usar el querosén para ponerlo en su botella de agua.
—Eso es muy extremo —dijo Anzor mientras pulía su espada.
—Sin mencionar que lo hiciste el año pasado —agregó Pucheta mientras jugaba con su celular.
—Es verdad; hasta me colgó del mástil y me llamó "la bandera de los tarados".
—Te saqué muchas fotos —agregó Pucheta.
—No me lo recuerdes, Anzor.
—Vaya estupidez. No hacen más que causar problemas a Candado —dijo Declan mientras leía un libro.
—Siempre llevas la contraria, irlandés; eres aburrido.
—No me explico cómo Candado no te echa.
—Calma, calma, Declan, bájale un cambio; no pasa nada. No hay por qué castigar a Matlotsky, ya que la vida lo hizo feo.
—Exac… ¡Oye!
—Nunca vi una verdad existencial jamás revelada en el universo cuántico, German.
Todos se rieron. Pero en medio de las risas, un estruendo en la puerta interrumpió.
—¿Qué ocurre? —preguntó Pio, quien estaba pintando un cuadro.
La puerta se abrió y, desde el pasillo de la esquina, apareció ella, conocida por todos como la nueva alumna.
—¿Hammya? —preguntó Lucía, ajustándose las gafas.
—Necesito… hablarles… sobre…
—Wo, wo, wo, primero, ¿qué le pasó a tu cabello? —Lucas se acercó a Hammya— y segundo, respira profundo y luego exhala, porque parece que corriste una maratón.
—Qué débil —dijo Declan con una sonrisa.
—No seas así. Algunas mujeres no podemos correr en el frío —criticó Viki.
—Qué ridiculez —dijo Declan.
Lucas, notando la irregularidad en su respiración, colocó su mano izquierda en su frente.
—Tienes fiebre. Madre mía, ¿has estado corriendo así? Mamita.
Declan, quien estaba por marcharse de la habitación, se detuvo y miró atrás, concentrando su mirada en el rostro pálido de Hammya.
—No debes forzar tu cuerpo —dijo Erika.
Hammya se recuperó, se puso firme y miró a todos, quienes la observaban con intriga. Con determinación y sin temor, dijo:
—Tengo algo que contar sobre… Candado.
Todos mostraron preocupación por sus palabras y la forma en que las dijo. Los ojos de Hammya eran inquietantes.