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AMABARAY

El grupo caminaba incansablemente, alejándose cada vez más del portal. A pesar de su aspecto pintoresco y majestuoso, aquel lugar tenía una atmósfera inquietante que los mantenía en alerta. Era grande, imponente y completamente desconocido para ellos. Las reacciones del grupo eran comprensibles, pero, incluso en medio de su incertidumbre, intercambiaban sonrisas y conversaciones para aligerar el ambiente.

Candado lideraba la marcha con paso firme, ya que conocía el camino. Héctor, sin embargo, no podía ocultar su inquietud. Desde que habían salido, su rostro había perdido toda alegría.

—Héctor.

—¿Sí? ¿Pasa algo?

—Hammya no ha dejado de mirarme, ¿verdad? —preguntó Candado con un leve gesto de irritación.

Héctor giró la cabeza disimuladamente hacia la niña.

—Lo está haciendo.

—Ya veo… Desde que tomé su mano, ha estado actuando extraño. Incluso intentó molestarme con chistes sin gracia.

—¿Y a dónde quieres llegar? —respondió Héctor, arqueando una ceja.

—Sinceramente… me mira con dolor y lástima.

—¿Crees que debimos dejarla atrás?

—No lo sé, Héctor. Ni siquiera entiendo por qué la traje conmigo.

Héctor desvió la conversación, buscando aligerar el ambiente.

—Hemos caminado mucho y aún no llegamos.

—Siento que está cerca —replicó Candado, firme.

—No me gusta este lugar.

—¿Los Baris? —preguntó Candado, sabiendo a qué se refería.

—Exacto. Veo que tú también lo percibiste.

—No soy el único.

Héctor echó un vistazo rápido a los demás. Clementina, Declan y Andersson estaban en alerta máxima, atentos a cualquier movimiento.

—Es probable que nos estén observando —afirmó Héctor.

—No lo creo. No siento nada inusual en el ambiente.

—Entonces, ¿por qué estás tan preocupado?

—Casi me mata uno.

—Lo sé. Estuve ahí.

Candado se detuvo de repente, levantando una mano para indicar silencio.

—¿Qué sucede? —preguntó Héctor, inquieto.

Candado cerró los ojos, llevando la mano derecha a su oreja como si estuviera concentrándose.

—¿No lo escuchan? —dijo, en un susurro.

Clementina activó sus sensores y escaneó a su alrededor.

—¿Un arroyo? —preguntó ella.

Candado abrió los ojos rápidamente, con una chispa de determinación.

—Ahí está. Estamos cerca.

Sin esperar más, comenzó a correr, seguido por el resto del grupo. El sonido del agua les guió hasta un arroyo cristalino. Al llegar, se encontraron con un escenario impresionante.

Del otro lado del arroyo, un majestuoso ceibo extendía sus ramas, ofreciendo sombra a una cama de cristal. Sobre ella descansaba un cuerpo femenino cubierto por raíces, hojas y cristales. A su alrededor, un camino de flores culminaba en un círculo de rosas rojas. A pesar del tiempo que parecía haber transcurrido, las prendas blancas de la mujer lucían impecables.

—Así que aquí es donde se ocultó todo este tiempo… —murmuró Candado, acercándose con cautela.

Colocó su mano sobre la de la mujer y sintió un débil pulso.

—Todavía está viva —dijo, con un destello de esperanza en su voz. Luego, miró a los demás—. Ha estado dormida todo este tiempo.

—Despertémosla —sugirió Clementina, ansiosa.

—No puedo esperar a ver el rostro de mi madre cuando la vea otra vez —añadió Candado.

Sacó un pequeño facón de su funda y, con cuidado, se pinchó un dedo. Dejó caer una gota de sangre en los labios de la mujer. Apenas la primera gota tocó su boca, el suelo comenzó a temblar y la cama de cristal se agrietó ligeramente.

De repente, Erika reaccionó alarmada, con los ojos brillando intensamente.

—¡CANDADO, APUNTA A TU ABDOMEN!

Una lanza emergió de la cama, dirigiéndose justo a donde Erika había advertido. Candado la detuvo con calma, sujetándola entre el pulgar y el índice.

—Esto no es gracioso —dijo con frialdad, arrancando la lanza y lanzándola lejos.

El ambiente se tornó caótico. Desde diferentes puntos, armas emergieron del suelo y atacaron al grupo.

—¡DECLAN, ATRÁS DE TI! —gritó Erika, sus ojos brillando nuevamente.

Declan reaccionó al instante, esquivando una espada que surgió de una roca. Inclinándose, cortó la piedra con precisión.

—Gracias, coneja —bromeó, aunque sin bajar la guardia.

La tensión aumentó con cada advertencia de Erika. German, Lucas y los demás se defendían como podían, cada uno demostrando habilidades únicas para protegerse y proteger a los demás.

Finalmente, Candado logró sacar a una figura oculta bajo la cama, ordenando a su grupo:

—¡Júntense ahora!

El grupo formó un círculo apretado, obligándose a retroceder mientras se alejaban de Amabaray. Delante de ellos, figuras inquietantes comenzaron a manifestarse.

—Ningún humano podría detener ataques simultáneos como estos —dijo una voz grave.

Candado apretó los dientes, su mirada se endureció al reconocer a quien hablaba.

—Bórrbari… —pronunció con furia contenida.

El aludido esbozó una sonrisa burlona.

—Es triste que sólo recuerdes mi nombre —respondió con aparente desdén.

Candado lo observó, lleno de ira y cautela.

—Venimos por Amabaray y por ti, Candado. Los demás pueden irse —declaró Bórrbari con frialdad.

Declan dio un paso al frente, alzando la voz con indignación:

—¿¡Irnos!? ¡Nunca! Ustedes, criaturas usurpadoras de la humanidad, no pondrán un pie cerca de Candado.

Las palabras de Declan resonaron en el grupo, llenando el ambiente de una tensión casi palpable. Todos quedaron sorprendidos por su valentía.

Héctor, sin embargo, analizó con detenimiento la situación. Sus ojos se movieron de un lado a otro antes de fijarse en Bórrbari.

—Eres astuto… Lo mismo sentí aquel día, Bari. Muéstrales a tus malditos súbditos —dijo con un tono lleno de desprecio.

Bórrbari golpeó el suelo tres veces con su mazo. Al instante, cinco figuras surgieron entre sombras: cuatro niños y un adulto.

—Sorprendente —comentó Walsh, cruzándose de brazos con recato—. Sabía que no podían lograr tanto sin supervisión.

Candado sintió un escalofrío. Sus ojos se dilataron al reconocerlos, y una gota de sudor rodó por su frente.

—Esto… no puede ser… —murmuró.

Anzor, alarmado, susurró:

—¿Qué sucede?

Candado apenas pudo responder, con la voz tensa:

—Son Baris. Terribles criaturas capaces de multiplicar su fuerza mil veces. Ustedes son demasiado débiles para enfrentarlos. No podré protegerlos a todos…

De pronto, sus ojos se encontraron con los de Erika. Había lágrimas rojas acumulándose en ellos.

—Lucía, véndale los ojos a tu hermana —ordenó, su voz firme.

—¡No, Candado! ¡Aún puedo ayudar! —protestó Erika.

—No estás acostumbrada a ese poder, y mucho menos de manera simultánea. Podrías perder la vista… o algo peor.

—Pero…

—No. Haz lo que te digo. Viki, Lucas, Anzor, y tú, Lucía: protéjanla a toda costa.

Lucía asintió con reluctancia y se encargó de vendar los ojos de Erika, cumpliendo su deber de protegerla.

Walsh avanzó un paso, con aire caballeroso.

—¿Dónde están sus modales? —preguntó, irónicamente educado—. Por favor, preséntense.

Las figuras dieron un paso al frente, de izquierda a derecha.

—Soy Marcelo Soto, y él es Volbari, el Bari de los Volcanes —anunció el primero.

Marcelo vestía unos jeans azul marino, zapatillas deportivas, y una camisa blanca de manga corta. Su cabello oscuro y ojos castaños no ocultaban su determinación. A su lado, Volbari, una criatura deformada hecha de roca volcánica, lucía dos cuernos en su cabeza de piedra, con cuencas oculares que chorreaban lava. Su cuerpo, formado por ceniza y piedra, revelaba grietas por donde corría magma incandescente.

—Soy Daniela del Valle, y él es Dessbari, el Bari de los Desalmados —dijo una joven de cabello rojo intenso, vestida con un uniforme de colegio privado: camisa blanca, corbata negra y pantalón oscuro. Un parche negro con la figura de un corazón rojo cubría su ojo derecho.

—Emilia Lambda, y él es Bórrbari, el Bari del Tiempo —dijo una mujer de cabello negro corto, con pantalones de vestir, botas de cuero marrón oscuro y una camisa celeste.

—Domingo Rojantréll, y él es Geobari, el Bari de la Tierra —anunció un hombre de cabello blanco y ojos verdes. Vestía un chaqué rojo con una corbata violeta. Geobari, su Bari, parecía hecho de roca y arena, perdiendo pequeñas partes de su “piel” al moverse.

—Soy Katya Céspedes, y él es Tiebari, el Bari del Terror —dijo finalmente una joven ciega, con cabello rubio y un vestido blanco. Su Bari, una figura abstracta sin rostro, reflejaba una oscuridad iluminada por pequeñas luces, como un firmamento estrellado.

Matlotsky tragó saliva, nervioso.

—Esto no es nada bueno… —murmuró.

Candado cerró los ojos, respiró profundo y se dirigió a Declan.

—Declan, quiero que me hagas un favor.

—Diga, señor.

—Quiero que retrocedan.

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—¿Planea entregarse?

—No. Pero no quiero que intervengan. Sólo quiero que sean testigos de lo que suceda.

Candado se quitó el saco y lo entregó a Clementina junto con su facón.

—¿No lo necesitará? —preguntó ella, preocupada.

—Aunque Tínbari los odia, no quiero matar a sus hermanos —respondió, antes de caminar hasta quedar a un metro de distancia de Bórrbari.

—¿Te entregas? —preguntó el Bari.

—No soy un paquete —replicó Candado, ajustándose la corbata—. Amabaray está esperando por mi madre. Terminemos con esto.

Bórrbari sonrió con burla.

—Eres tan insolente como Tínbari. Es una lástima que no pueda estar aquí.

—¿Por qué?

—Porque en este lugar, aunque lo intentes, no morirás. Como ustedes dicen: la ley de este mundo.

Candado sonrió, frío y desafiante.

—¿Así? Qué curioso… No lo sabía.

Se quitó la boina y la lanzó hacia Clementina.

—Entonces, eso lo cambia todo.

El aire se volvió pesado.

—Oye… —murmuró Héctor, con la voz temblorosa.

—No me digas que esto es en serio… —añadió Lucas, sudando frío.

Por alguna razón, el grupo de Candado se alarmó al ver que él se quitaba la boina, incluso Clementina.

—¿Pasa algo? —preguntó confundida Hammya.

—Corran —dijo súbitamente Declan.

—¿Qué?

—Aléjense de esta área, rápido.

Todos comenzaron a correr, salvo Hammya, quien estaba decidida a quedarse. Sin embargo, Declan, con la orden de protegerla, la tomó del brazo y la arrastró con él.

—¡No te quedes ahí, niña estúpida!

—¡Se escapan! —alertó Emilia.

Geobari y Domingo se prepararon para perseguirlos, pero apenas dieron un paso, un inmenso muro de fuego violeta, de más de veinte metros de altura, emergió de la palma de Candado, intimidando a todos, excepto a Tiebari, Bórrbari y sus humanas.

—Me quieren a mí, ¿no es así? —preguntó Candado.

Bórrbari levantó su mazo, obligando a Geobari y Domingo a retroceder.

Candado apagó su fuego.

—Supongo que quieren hacer esto por las malas. Me habría gustado conocerte en otras circunstancias, pero necesito tu poder para salvar a mi gente —dijo Bórrbari, disculpándose.

Candado se preparó para pelear, mientras sus amigos lo observaban desde una distancia de cincuenta metros.

—¿Por qué estamos tan lejos? —preguntó Hammya.

—Cuando Candado se quita la boina en un combate, significa que no se contendrá ante nada —explicó Anzor.

—Ya veo… —respondió Andersson.

—¿Lo sabías? —preguntó Hammya.

—No, pero cuando todos corrieron, decidí hacer lo mismo.

Hammya se sintió tonta, pero se recuperó rápido y volvió a preguntar:

—¿Es grave?

—Candado ha hecho esto solo dos veces, y ambas fueron contra Esteban. Debo decir que sí, fue muy grave —intervino Héctor.

—¿Qué tan grave?

—Ya lo verás.

Candado cerró los ojos, esperando el primer ataque.

—¡AHORA! —gritó Bórrbari.

Candado abrió los ojos, dejando que la llama violeta y los tatuajes de su rostro se manifestaran.

Geobari fue el primero en lanzarse, pero Candado atrapó su mano y le dio un puñetazo tan rápido que apenas pudo reaccionar. Bórrbari y Emilia atacaron al mismo tiempo, pero Candado no se inmutó y avanzó hacia su portador. Sin embargo, Bórrbari se interpuso.

Candado chasqueó los dedos, y una inmensa llama se alzó, quemando todo a su alrededor. Gracias a los reflejos de Bórrbari, Emilia se mantuvo a salvo, aunque él sufrió heridas graves en el brazo izquierdo y casi perdió su capa.

—¿Qué está pasando? —preguntó Katya.

Tiebari dio un paso adelante, tomó su mano y la colocó junto a la cama de Amabaray.

—Quédate aquí, estarás a salvo.

Cuando estaba por irse, Katya lo detuvo tomándolo de la manga.

—Por favor, ten cuidado.

Tiebari no respondió. Solo acarició su cabeza y se alejó.

—Bien, es hora de que conozcas el terror.

Tiebari se arrodilló y saltó hacia Candado, mientras de su cuerpo brotaban ojos en todas direcciones.

—Témeme —dijo con una voz aterradora.

Candado volteó y quedó petrificado por una fuerza extraña.

—¡HAZLO! —gritó Tiebari.

Bórrbari y Dessbari intentaron dar un golpe mortal, pero Candado sonrió.

—Peyak (Espejo).

En ese instante, su cuerpo desapareció, dejando tras de sí un humo violeta.

—¿Qué? ¿Cómo? —vaciló Bórrbari.

—¿Dónde está? —preguntó Hammya.

—Ahí —señaló Viki.

Candado emergió del suelo, pero algo había cambiado: su cabello y ropa eran rojos.

—¡Tras él! —ordenó Dessbari.

—Vaya molinete eres —dijo una voz detrás de Dessbari, justo antes de golpearlo en la espalda.

Dessbari se giró rápidamente y vio a otro Candado, esta vez con cabello y ropa blancos.

—¿Qué? ¿Dos?

—No, claro que no.

Del polvo surgió una tercera figura que golpeó a Bórrbari y Geobari. Este Candado tenía cabello celeste y ropa a juego.

Cuando el polvo se disipó, aparecieron dos figuras más: uno con cabello y ropa verdes, y otro con los brazos cruzados.

—Represento el alma de Candado —dijo el de blanco, atacando a Bórrbari con su poder.

—Yo represento el corazón de Candado —añadió el de rojo, enfrentándose a Dessbari.

—Yo represento los pulmones de Candado —dijo el de celeste, luchando contra Geobari.

—Yo represento la mente de Candado —concluyó el de verde.

—¿Cuatro? ¡No, CINCO! —se sorprendió Hammya. Luego miró a sus amigos—. ¿Ustedes sabían de esto?

—¿Es real, Héctor? Por favor, pellízcame —pidió Viki.

—Candado es genial —alabó Declan.

—Vaya, no me lo esperaba —admitió Lucas.

—Entonces nadie sabía —concluyó Hammya.

Las figuras idénticas a Candado se reunieron y se fusionaron en uno solo.

—Qué truco tan sucio…

Dessbari apareció detrás de él con una lanza. Sin embargo, unos brazos celestes emergieron de la espalda de Candado, deteniendo la lanza y sorprendiendo a todos.

—Eso sí que es muy sucio —dijo Candado.

Las manos en la espalda de Candado rompieron la lanza que intentaba atravesarlo y liberaron una llamarada violeta que impactó directamente en Dessbari, causándole heridas severas.

—No puedes morir —dijo Candado con una calma gélida, mientras su mirada se clavaba en Dessbari como un puñal—. Pero puedo hacerte la vida imposible.

Sin vacilar, golpeó a Dessbari en el cuello y lo empujó lejos. En ese momento, Tiebari intentó atacarlo desde atrás, pero Candado lo frenó tomando sus brazos con una fuerza implacable.

—Muéstrame tu terror —susurró con un tono grave.

De repente, el rostro oscuro de Tiebari se cubrió de ojos que lo miraban fijamente. La atmósfera pareció volverse más densa, pero Candado solo sonrió.

—Creo que estás confundido —dijo, apretando su agarre sobre los brazos de Tiebari—. Yo no soy quien debería temerte... Tú eres quien debe temerme.

Sus ojos brillaron intensamente mientras enterraba su mano izquierda en el rostro de Tiebari.

—Itóh.

El cuerpo de Tiebari se encendió en llamas violetas. Antes de que pudiera reaccionar, Volbari apareció desde atrás y lo roció con lava hirviente. Candado alzó su mano derecha para protegerse.

—Eres un humano arrogante —bufó Volbari, sonriendo con superioridad—. Deberías arrodillarte.

Cuando la lava dejó de fluir, Volbari observó con satisfacción, creyendo que Candado había sido derrotado. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció al ver a su enemigo aún de pie, firme, con una expresión fría y calculadora. Candado bajó la vista hacia su mano derecha, ahora reducida a huesos.

—Interesante... —murmuró, levantando la mirada hacia Volbari, quien retrocedió instintivamente ante su intensa presencia—. Observaste la batalla sin moverte, esperando tu oportunidad para atacar. Qué decepción. Me molestan los oportunistas soberbios.

Con calma, envolvió su mano esquelética en fuego violeta. Sus amigos y enemigos quedaron boquiabiertos al presenciar cómo Candado, aún con la mano deshecha, no mostraba señal alguna de dolor.

—Se acabaron los juegos —dijo con voz grave—. Una herida como esta... me ha enfadado mucho.

El fuego comenzó a regenerar lentamente los tejidos de su mano.

—Es hora de que muestre mi furia.

Sin previo aviso, Candado cargó contra sus enemigos. Bórrbari balanceó su mazo hacia su cabeza, pero Candado esquivó con rapidez. Sintiendo la presencia de Tiebari a sus espaldas, giró, atrapó una de sus manos y la rompió con un movimiento brutal.

Bórrbari intentó aprovechar el momento, pero Candado detuvo su mazo con una patada certera, aturdiéndolo brevemente. Tiebari, herido, trató de desgarrarle la espalda con su otra mano, pero Candado reaccionó con un puñetazo directo que lo lanzó lejos.

Geobari golpeó el suelo, haciendo que la tierra se resquebrajara y de las grietas emergieran chorros de arena y piedra. Los ojos de Candado volvieron a brillar.

—Itóh.

El fuego violeta envolvió a Geobari, silenciando su ataque. Dessbari avanzó con su lanza, pero Candado esquivó hábilmente, golpeando a Bórrbari en la cabeza con una patada que lo hizo retroceder. Sin embargo, la hoja de la lanza alcanzó su palma izquierda, atravesándola por completo.

El guante blanco de Candado se tiñó de rojo, pero él no emitió ni una sola queja. Su mirada fría y vacía hizo que Dessbari se paralizara de miedo. Con un movimiento brusco, giró la mano y rompió la lanza en dos, antes de lanzarse hacia Dessbari con una velocidad sobrehumana.

Un golpe certero en el cuello lo envió al suelo. Candado extrajo la hoja de su mano con calma, dejándola caer al suelo mientras la sangre que brotaba teñía de rojo las flores cercanas.

—Un paisaje bonito, ¿no crees? —dijo en un tono irónico.

Volbari intentó aprovechar la distracción para lanzar otro ataque.

—Asinóh.

Dos enormes perros formados por fuego violeta aparecieron detrás de él y lo derribaron antes de que pudiera actuar.

Tiebari, a pesar de sus heridas, cargó nuevamente hacia Candado. Este cerró los ojos, inhaló profundamente y luego exhaló, abriéndolos con un grito:

—¡ES HORA DE TERMINAR CON ESTO!

En un destello, su cuerpo se dividió en cuatro réplicas idénticas. Mientras sus copias mantenían ocupados a los Baris, Candado avanzó hacia el cuerpo de Amabaray, donde un grupo de humanos observaba aterrados la escena.

—¡ATRÁPENLO! —rugió Bórrbari.

Candado llegó ante ellos con una sonrisa burlona y una falsa cortesía.

—Buenos días —dijo, inclinándose con teatralidad mientras llevaba su brazo derecho al pecho.

La tensión era palpable. Emilia fue la primera en atacarlo, pero Candado chasqueó los dedos, enviándola lejos con una onda de fuerza. Domingo intentó sorprenderlo desde atrás, pero recibió un golpe en el mentón que lo dejó fuera de combate.

Daniela, armada con un garfio, logró engancharlo por el hombro. Sin embargo, Candado atrapó su rostro con una mano mientras decía con una sonrisa:

—Demasiado amable para no desgarrarme el pecho y acabar conmigo.

Sus ojos brillaron de un negro profundo.

—Las manos del terror.

El cuerpo de Daniela tembló y lágrimas silenciosas comenzaron a correr por su rostro, mientras un grito ahogado escapaba de su garganta.

—¡DANIELA! —gritó Dessbari con furia, intentando avanzar hacia ella, pero una de las copias de Candado lo detuvo.

De pronto, Candado sintió golpes débiles en su espalda. Giró lentamente, enfrentándose a la nueva amenaza con la misma frialdad que lo había definido hasta ahora.

—¡Soltala, bravucón! —exclamó Katya, desesperada.

Candado accedió. El cuerpo de Daniela cayó con un sonido seco al suelo. Luego se giró y tomó la mano izquierda de la niña, quien forcejeaba frenéticamente para soltarse.

—Va contra mis principios pelear con alguien ciego como vos —dijo Candado con calma.

—No te tengo miedo —respondió Katya con firmeza.

—Sé que no lo tenés —murmuró él.

Candado colocó su mano suavemente sobre la mejilla de Katya. Ese simple gesto encendió la ira de Tiebari, quien apretó los puños. De pronto, las réplicas de colores rojo y verde de Candado aparecieron, bloqueando su paso. Cuando Tiebari intentó abalanzarse hacia él, la copia blanca se interpuso y lo golpeó en el pecho, deteniéndolo en seco.

Con un movimiento rápido y preciso, Candado dejó inconsciente a Katya sin causarle daño. Caminó luego hacia el cuerpo de Amabaray, cuya herida en el hombro sangraba profusamente. La sangre recorría su brazo, cayendo en lentas gotas sobre la boca de la joven. Tres gotas bastaron para que Amabaray abriera los ojos.

Los pétalos de las flores comenzaron a envolver su cuerpo, mientras el ceibo que la rodeaba se agitaba violentamente. Sus hojas siguieron el remolino de pétalos, y un viento salvaje irrumpió en el lugar. Candado retrocedió bruscamente, observando cómo sus réplicas se desvanecían. Los Baris, testigos mudos, miraban con asombro. Los amigos de Candado sintieron una energía descomunal que parecía rivalizar con la suya.

Cuando el viento se apaciguó y los pétalos se dispersaron, Amabaray estaba de pie. Sus ojos brillaban con un blanco intenso mientras dirigía su mirada al cielo. Candado avanzó un paso, pero la joven bajó la cabeza abruptamente y murmuró:

—Humanos... Humanos... Yo...

—¡Amabaray, hermana, has despertado! —gritó Bórrbari con júbilo.

Amabaray observó los cuerpos que yacían a su alrededor. Sus ojos reflejaron primero confusión, luego ira.

—Yo... Yo... —Su voz se tornó un grito lleno de odio— ¡Yo odio a los humanos!

De repente, su mano se transformó en una filosa cuchilla que apuntó directamente hacia el cuerpo inconsciente de Emilia.

—¡¡¡NOOOOO!!! —clamó Bórrbari desesperado.

Candado reaccionó de inmediato, interponiéndose entre Emilia y la cuchilla. Sujetó el arma con su palma desnuda. En ese instante, sus amigos saltaron de su escondite, ignorando a los Baris como si fueran meros adornos.

—¡Anzor, Declan! Vayan por las personas y sáquenlas de aquí —ordenó Candado con urgencia.

—Entendido —respondieron al unísono.

Amabaray, mientras tanto, parecía luchando contra algo en su interior. Movía la cabeza de un lado a otro, murmurando frases ininteligibles en su lengua natal. Candado la observó con atención.

—Hey, despierta... Vos no odiás a los humanos.

Amabaray retrocedió. De su espalda crecieron alas de cristal, su túnica se oscureció, y un símbolo desconocido emergió de su pecho.

—Morirán aquí —declaró fríamente.

—No podés matarnos. Este mundo no permite la muerte —dijo Candado, sin apartar la vista de ella.

Erika, que estaba cerca, se quitó apresuradamente las vendas de los ojos, revelando un brillo intenso en su mirada.

—¡No! —gritó aterrada—. Pero absorberá sus almas para sí misma.

—¡Llévense los cuerpos y márchense! —insistió Candado.

Las alas de Amabaray se extendieron aún más mientras se elevaba por los aires. Señaló el suelo con ambas manos, y la amenaza era evidente.

—¡Atrás, atrás! ¡Atrás! —vociferó Candado.

Desde las manos de Amabaray comenzaron a caer cristales puntiagudos como una lluvia mortal.

—¡Aquí, vengan a mí! —llamó Lucas, activando un campo de fuerza que los protegió.

Hammya, más lejos del grupo, recibió un roce en su pierna y cayó al suelo. Candado la vio y chasqueó la lengua con frustración. Sin dudarlo, corrió hacia ella.

—¡CANDADO! —gritó Héctor.

—¡ACTÍVALA, LUCAS, AHORA! —ordenó Candado.

Lucas obedeció, generando un paraguas de energía protectora para el resto del grupo. Candado alcanzó a Hammya, golpeando los cristales que amenazaban con caer sobre ella. Moviéndose a una velocidad increíble, los fragmentos desgarraban su ropa y se incrustaban en su piel, pero no se detuvo.

—Andate, Candado. No vas a aguantar mucho más —le rogó Hammya.

—¡No lo haré!

—¡VETE!

—¿Qué clase de persona sería si te dejo atrás?

—Candado... —balbuceó ella.

—¡NO! ¡Jamás te abandonaré!

Una voz resonó en el aire, llena de eco y desdén.

—Hipócrita.

Candado se detuvo, petrificado. La lluvia de cristales continuaba cayendo.

—Ya me harté de esta hipocresía. Escuchar tu voz es un veneno para mí.

—¿Quién...?

—Odadnac. El que viste y calza.

Una oscura aura envolvió a Candado, frenando los proyectiles en el aire. Luego, con un gesto, devolvió los cristales con la misma fuerza hacia Amabaray, perforando su cuerpo y destruyendo sus alas. La joven cayó al suelo, estrellándose con un estruendo.

—¡HERMANA! —gritó Bórrbari con desesperación.

Los Baris se apresuraron hacia el cuerpo de Amabaray, pero antes de que pudieran alcanzarla, una estela negra envolvió el cuerpo de la joven.

—No, no, no... Eso me pertenece. Necesito que curen al parásito que tenemos dentro —murmuró Odadnac con voz rasposa.

Candado se arrodilló, sintiendo un estremecimiento en su pecho. De su propio cuerpo comenzó a salir Odadnac, luchando por despegarse de él. Primero fueron sus manos, que emergieron de su pecho. Luego, su pierna izquierda se desprendió de la pierna de Candado, seguida de la derecha. Finalmente, el rostro sonriente de Odadnac apareció de la cara de Candado.

—¡¡¡¡LIBERTAAAAAD!!!! —gritó Odadnac, su voz llena de un éxtasis salvaje.

Candado comenzó a gemir de dolor, un dolor agudo y punzante, cuando la entidad se desprendió por completo de su cuerpo. Miró a su alrededor, aliviado de haber dejado atrás la prisión que había sido su cuerpo. Sus ojos recorrieron a los Baris, que lo observaban, incrédulos y alertas.

Inhaló profundamente, llenando sus pulmones de aire fresco, y luego exhaló con una sonrisa siniestra.

—Huele a porquería cocida... —comentó con desdén, sin apartar la mirada de los Baris.

Bórrbari fue el primero en reaccionar. Con un rugido de rabia, levantó su gran mazo e intentó atacar a Odadnac. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera acercarse, Odadnac invocó unos perros de llamas negras, que lo embistieron con furia.

—Itóh... —murmuró Odadnac, despreciando a su oponente.

En ese momento, una gigantesca muralla se erigió frente a ellos, alcanzando más de mil metros de altura y rodeando a todos los Baris. Nadie podía atravesarla.

—Son basura —dijo Odadnac con una sonrisa cruel, observando la confusión que había causado.

Con un solo movimiento de su mano, Odadnac hizo levitar el cuerpo inconsciente de Amabaray. La acercó a él, mirando fijamente a Candado mientras lo hacía. Extendió su mano hacia el rostro de Amabaray, sus ojos fijos en su antiguo huésped.

—Hola, hipócrita —dijo con tono burlón, como si estuviera saludando a un viejo conocido.

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