Cae la noche sobre la ciudad de Montevideo, acompañada de una tormenta que inunda las calles con su estruendo. Gritos desgarradores resonaban desde todas partes. Una madre acababa de ver el cuerpo descuartizado de su hijo: sin ojos, sin lengua. Desza había sido el autor de esa atrocidad, y ahora toda la ciudad estaba como loca, buscándolo desesperadamente. Pero en el viento solo se oía la risa de un demente, retumbando en los ecos de la tormenta, alarmando a las autoridades. Los policías corrían de un lado a otro, intentando seguir esa risa siniestra, pero siempre que se acercaban, la carcajada parecía alejarse más y más. Desza estaba jugando con ellos. No había disfrutado lo suficiente con su víctima y quería seguir entreteniéndose un poco más, esquivando a la policía y a los Semáforos de la O.M.G.A.B. con astucia.
Sin embargo, el juego tuvo que detenerse. Había recibido una llamada de su compañero, Jørgen Czacki.
—El ratón cayó en la trampa —dijo la voz al otro lado.
Desza sonrió.
—Voy en seguida.
Decidido a terminar el juego, Desza se dejó ver por los agentes, su machete en la mano. Antes de que pudieran reaccionar, él se lanzó sobre ellos y los degolló con precisión.
—Qué aburridos son los policías —murmuró, limpiando la sangre de su machete en el uniforme de uno de los oficiales caídos.
Luego, guardó el machete y, con las manos en los bolsillos, se mezcló con la multitud. Las personas trataban de consolar a la madre destrozada, que abrazaba los restos de su hijo entre gritos de dolor. Mientras tanto, el culpable caminaba entre ellos, esbozando una sonrisa.
Desza llegó a un viejo edificio en construcción. Sin vacilar, abrió la puerta de una patada y se deslizó por la barandilla de las escaleras con una risa infantil.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Azricam.
—Es él —respondió Jørgen, mientras se lavaba las manos, aún manchadas de sangre.
Cuando Desza apareció, se deslizó con la gracia de un bailarín hasta Jørgen.
—¿Dónde está mi regalo, Czacki?
—En esa habitación —dijo Jørgen, señalando con el mentón mientras se secaba las manos.
Desza se dirigió hacia la puerta, parcialmente destrozada, y la abrió con delicadeza, solo para cerrarla con fuerza, haciendo que Rŭsseŭs y Dockly, quienes estaban dentro, se sobresaltaran. Frente a ellos, una joven de entre trece y catorce años, ensangrentada pero aún consciente, estaba atada a una silla.
—Jefe —dijo Dockly, en tono de respeto.
—Yeah, ¿dónde está la manada?
—Están con Ocho, haciendo un recado para la cara de metal —respondió Rŭsseŭs.
—Para Pullbarey —aclaró Dockly.
—Sí, ese.
—Pueden retirarse.
—Como ordene, señor —contestó Dockly con respeto, antes de salir junto a Rŭsseŭs.
Cuando se quedaron solos, Desza arrastró una silla hasta colocarse frente a la chica. Solo una mesa los separaba.
—Bien, ¿qué tenemos aquí? Arce Catherine Lourdes en persona. Una de las tres capaces de quitar la magia de la segunda alma.
Arce lo miró con odio y, sin pensarlo, le escupió sangre en la cara. Desza se quedó inmóvil, inmutable.
—Estoy acostumbrado a que la sangre salte a mi cara, señorita —dijo con calma.
—Eres basura, Desza.
Con una sonrisa fría, Desza puso su mano sobre la cabeza de Arce, como lo haría un padre con su hija, y de un violento movimiento la estrelló contra la mesa que los separaba.
—Es gracioso que sigas siendo valiente, incluso después de lo que te hizo Jørgen. Te dejó hermosa. No lo culpo, lo felicito. Después de todo, eres Arce, la que destruyó la vida normal de Isabel.
—No sé de qué me hablas.
—Jørgen no lo sabe —dijo Desza, soltándola y volteando la mesa para acercarse más—. Pero esos dos han estado bastante acaramelados últimamente, y yo, por supuesto, debía aprovechar la situación.
Desza la observó detenidamente, su voz tomando un tono más serio.
—Escucha bien, no es gracioso que algunos piensen que somos los Testigos de hace cincuenta años. No arrancamos almas ni implantamos otras. Es estúpido.
—Eso a mí no me interesa —respondió Arce con desprecio.
—Debería, ya que habrá una guerra entre ustedes, las cucarachas, y los Circuitos, los traidores.
—Eso no va a pasar.
—¿No? Esteban está muy ocupado buscando al asesino de su hermano marica, que por cierto soy yo. Candado, por otro lado, estaba bastante cómodo viviendo su pacífica vida mientras la O.M.G.A.B. me busca. Sus líderes están tan distraídos mirando el exterior de su sociedad, que ni se imaginan lo que pasará en su interior.
—Subestimas mucho a Candado.
—Candado es la cereza del pastel, no puedo vencerlo ahora que está en la cúspide de todo. Muy pocos saben de él, al menos físicamente, pero todo eso está por cambiar.
—Eso también está por terminar. Mi equipo irá por tu cabeza.
Desza sonrió y sacó de su mochila cinco insignias de los Semáforos, tres de ellas manchadas de sangre.
—¿Este equipo?
Arce las miró con asombro y dolor, sobre todo las que llevaban sangre.
—Eran... un montón de mierda.
—¡HIJO DE PUTA! —gritó Arce, lleno de ira, mientras forcejeaba para liberarse de los grilletes que lo mantenían prisionero.
—Ese metal es especial. Impide que puedas usar tus poderes, de cualquier tipo.
Arce luchaba con furia descomunal. Todos ellos eran sus amigos. Mientras tanto, Desza, con una sonrisa burlona, se mantenía a una distancia prudente.
—¡VOY A MATARTE!
—Pensé que Krauser estaría contigo, pero me equivoqué... Me estaba aburriendo. Es curioso: cada uno de ellos, antes de morir, gritó "¡Viva Arce!".
Arce, consumido por la rabia, intentaba romper sus ataduras, pero Desza le propinó una bofetada, y luego otra, mientras reía.
—Quieres morir, quieres que te mate... Pero no lo haré. Quiero que recuerdes mi rostro. Quiero que seas tú quien cuente quiénes somos. Y por lo que más amo, quiero que les digas que yo, Desza el Profanador, castigaré a este mundo.
Acto seguido, Desza pateó la silla de Arce, tumbándola hacia atrás. Arce, dolido, tanto física como emocionalmente, sentía el peso de la pérdida de sus preciados amigos.
Desza salió de la habitación y se dirigió hacia Jørgen.
—Eso fue todo un espectáculo.
—Me halagas. Siempre quise ser comediante, pero ser un asesino y comediante es mucho mejor.
—¿Qué hacemos con ella?
—Golpéala un poco más y luego libérala. Ella se encargará de esparcir mi nombre, Czacki.
—¿Y si no lo hace?
—Lo hará, por eso la elegí.
—¿Y ahora qué?
—Veamos... Sí... Necesitamos una cosa. Iremos a ver a alguien muy importante.
Desza subió las escaleras silbando una melodía extraña. Justo cuando iba a colocar su mano en el picaporte de la puerta, esta se abrió. Desde la tormenta de afuera apareció una figura: una persona vestida con una gabardina negra, guantes oscuros, pantalones y botas del mismo color. Su rostro mostraba una sonrisa siniestra, iluminada por el destello momentáneo de un trueno.
—Moneda —dijo Desza, con nerviosismo.
Moneda respondió dándole un puñetazo en el pecho, lanzándolo escaleras abajo.
—¡SEÑOR! —gritó Jørgen, corriendo hacia la habitación.
—Vaya, nunca imaginé que el perro de Barreto vendría hasta aquí —dijo Desza, poniéndose de pie lentamente.
Moneda descendió por las escaleras, deslizando su mano por la barandilla como si fuera dueño del lugar.
—Hace mucho frío allá afuera, gracias por dejarme pasar. Me sorprende que hayan sido tan estúpidos como para secuestrar a la jueza más importante de la O.M.G.A.B.
—Fuerza... la gran proeza que reconozco —respondió Desza, con un deje de burla mientras intentaba recomponerse.
Moneda corrió hacia él, lo tomó del cuello y lo estampó contra la pared.
—Qué indigno.
Jørgen intentó abalanzarse sobre Moneda, pero este lo interceptó, tomándolo del antebrazo y dislocándoselo con un golpe seco. Luego lo agarró de la nuca y lo estampó contra el suelo.
—Jørgen Czacki Urumbo Axel. Trece años. Poderes: velocidad, metal y resistencia.
—Tú...
—Los estudié antes de venir. Sé todo sobre ustedes. También sé que intentaron matar a Joaquín. Eso es intolerable, y no lo dejaré pasar.
Desza soltó una carcajada mientras se ponía de pie.
—Solo fue una broma. El mensaje era para Candado. Jamás pensé que ese idiota estaría allí.
Moneda, con furia, corrió hacia Desza y le propinó un puñetazo en la cara, estampándolo nuevamente contra la pared.
—No permitiré ninguna ofensa del inspector.
Rŭsseŭs se lanzó hacia Moneda para golpearlo, pero este lo detuvo tomándolo del cuello y lo estampó contra las escaleras. Azricam desenvainó su espada y se abalanzó también, pero cada estocada era esquivada con facilidad.
—Demasiado lento, caracol.
Moneda rodó hacia él y le dio una patada en el casco, haciéndolo perder el equilibrio y caer al suelo. Entonces, lo tomó de las piernas y lo lanzó contra el techo.
—Trabajo fácil, dinero fácil.
De entre los escombros de la pared emergió Desza con un machete en la mano.
—Muere.
Moneda se giró y lo desarmó con un rodillazo en la muñeca, luego lo sujetó del cuello con ambas manos y lo levantó en el aire.
—Esperé tanto tiempo para este momento... es un gran regocijo.
Comenzó a apretar el cuello de Desza con furia, aunque en su rostro solo había una sonrisa de satisfacción. Sin embargo, Desza volvió a reírse.
—Eres fuerte y habilidoso, sin mencionar que eres muy listo, pero —dijo mientras forzaba las manos de Moneda—, mi locura es mucho más fuerte que el miedo y el dolor.
Con un esfuerzo desesperado, Desza logró soltarse y le dio un rodillazo en la frente, obligando a Moneda a retroceder bruscamente. Pero Moneda sonrió.
—Bien, creo que fue suficiente.
Golpeó la insignia del Semáforo que llevaba en el pecho.
—Se terminó el tiempo.
Desza miró alarmado hacia la puerta de la habitación donde tenía prisionera a Arce.
—Dockly.
Desza bajó la guardia y corrió hacia la habitación. Dentro, solo encontró un agujero en la pared y a Dockly inconsciente. Desza sonrió con incredulidad.
—Son unos zorros.
Moneda reapareció y le asestó un puñetazo en el abdomen.
—Sigo siendo tu contrincante.
Desza le respondió con un cabezazo, luego recogió su machete, y la pelea se reanudó. Cuando sus subordinados se disponían a intervenir, Desza levantó una mano.
—¡Alto! No se metan. Vayan a ayudar a Dockly y lárguense.
Jørgen, reajustándose el brazo, aceptó y dio la orden.
—Seguro fue Glinka, ¿verdad? Ella es la única que puede hacer algo así sin hacer ruido.
—Cuerpo ruso, corazón argentino, la favorita de los Semáforo —masculló Desza entre dientes, con un toque de fascinación.
—Seguro se sentiría alagada por ese cumplido.
—Ja, ¿Tregua?
Moneda respondió con un cabezazo, seguido de un puñetazo en el pecho y una patada en el cuello que tumbó a Desza al suelo. Sin perder tiempo, Moneda le pisó el cuello con fuerza.
—Veo que no —dijo Desza mientras sufría.
—El juego ha terminado, Desza. Los gremios ganan, tú pierdes.
Pero en ese momento, el techo se vino abajo y una figura cayó de las sombras.
—Lo siento, cinco centavos, pero necesito al gringo.
Desza lo miró y su expresión cambió al reconocerlo.
—¡¿CANDADO?!
—No, no me confundas con ese cretino.
—¿Lo ves? Soy tan famoso que hasta la versión mejorada de Candado me conoce —dijo Desza, riendo con desprecio.
Moneda presionó su pie con más fuerza en el cuello de Desza.
—Muere, maldito.
La figura, que resultó ser Sheldon, reaccionó y golpeó a Moneda en el pecho.
—Odio repetir las cosas dos veces.
Moneda se puso de pie y los miró a ambos.
—Esto no quedará así. Volveré por ustedes.
Sin decir más, Moneda escapó por el agujero en la pared por donde Arce había huido. Sheldon miró a Desza, que seguía en el suelo riéndose débilmente.
—Qué destino tan loco —decía entre risas ahogadas.
—Eres demasiado grande para perder la cabeza, ¿verdad?
Desza se incorporó, sacudiéndose el polvo.
—¿Qué hace una cara tan familiar en mi morada?
—Vine porque no pude finalizar aquella reunión. Muchos huyeron, pero yo quiero una alianza. Mi familia quiere una vida en la que Candado no respire nuestro aire.
Desza aplaudió lentamente.
—Bravo, bravo. Me alegra ver que hoy en día hay más motivación.
—Quiero matar a Candado.
—Te adoro, te amo. Si tan solo hubiera más personas con un deseo tan hermoso, tan excitante, tan… bello.
—Me dijeron que estabas loco, veo que tenían razón, pero ¿qué harás ahora que dos Semáforos se infiltraron en la reunión? Es seguro que hayan divulgado la información.
—Eso no interesa. No hay nada que ocultar; quiero que el mundo sepa de nuestra existencia.
Sheldon lo miró, evaluándolo.
—Eres un loco.
Desza rió, exultante.
—No puedo esperar a ver al mundo hundido en el terror… en el terror de Tánatos y el mío.
—Me gustaría saber hasta dónde quieres llegar.
—Busquemos a mi equipo y ahí lo discutimos.
—Espero que esta alianza no falle.
—No fallará.
De repente, las alarmas de la policía comenzaron a sonar desde la calle. Parecían ser muchos más que la última vez.
—Ja, ja, ja, ¡JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
Sheldon miró a Desza con cierta desconfianza.
—Aquí es imposible aburrirse.
Desza tomó su machete.
—Sígueme, novato.
Subieron las escaleras a toda velocidad, y al llegar a la cima, Desza rompió la puerta de una patada. El edificio abandonado daba a una calle transitada y, tal como esperaba, la policía ya estaba allí, bloqueando la salida.
—¡TIREN SUS ARMAS Y LEVANTEN LAS MANOS!
—Como diga, oficial.
Sheldon alzó las manos, pero al hacerlo, las patrullas comenzaron a elevarse violentamente, solo para caer con estruendo sobre el asfalto. Desza no perdió el tiempo; corrió hacia los policías, degollándolos uno por uno con cortes rápidos y precisos, empapándose el rostro de sangre.
—Adoro la sangre.
Sheldon miró con frialdad aquel sujeto que había acabado con esas vidas.