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Candado (La boina azul) [spanish]
EL NÚMERO DEL INFINITO

EL NÚMERO DEL INFINITO

Esa misma noche, Desza y su equipo aún eran buscados, pero bajo las órdenes de Pullbarey, Desza había tenido que permanecer en las sombras. Había estado bajo tierra, gracias a un regalo de su jefe, pero ese tiempo estaba por acabar. Había recibido la visita de Pullbarey en persona.

Pullbarey entró a la habitación de Desza acompañado de dos figuras encapuchadas. A juzgar por su estatura, eran niños, uno de trece y el otro de doce años.

—Bienvenido, alienígeno —dijo Desza mientras pulía su machete.

—Eres un humano peculiar. Nunca antes había visto tal brutalidad contra otro ser humano —respondió Pullbarey.

—Oh, me siento halagado, muy halagado —sonrió Desza.

—¿Qué pasó con esa reunión? —preguntó Pullbarey.

Desza se levantó y caminó hacia él.

—Se canceló.

—Ya veo. Entonces, no conseguiste nada.

—Oh, no, claro que no. Yo nunca me voy sin obtener algo a cambio.

—No me sirven de nada los golpes mortales que recibes —dijo Pullbarey, señalando la venda en la frente de Desza.

—Tuve algunos percances —respondió Desza, acariciándose la frente—, pero no soy un fracaso. Pude hablar con Sheldon.

—¿Sheldon? —Pullbarey preguntó extrañado.

—Un clon de Candado. Sólo bastó mencionar su nombre para que nos prestara su ayuda.

—¿Solo él?

—No. ¿Crees que me conformo con migajas? Tengo la ayuda de todos.

—Bien. Aún necesito más personas para este gran proyecto.

—Es verdad, hay muchas cosas que aún necesitamos, pero da igual. Se podrán conseguir en otro momento.

—No tenemos suficientes refuerzos.

—Yo también soy voluntaria —resonó una voz desde la oscuridad.

Desza se inclinó a un lado, tratando de ver detrás de Pullbarey.

Una figura encapuchada estaba parada en la puerta. Los guardias voltearon y se prepararon para atacar, pero Pullbarey levantó el puño, indicando que se detuvieran.

—Vaya, vaya —dijo Desza, interponiéndose entre la figura encapuchada y Pullbarey—, debes ser muy valiente para venir hasta aquí.

El individuo dio un paso al frente y se quitó la capucha, revelando su rostro: ojos negros, cabello rojo, y un tatuaje del número ocho en la frente que brillaba tenuemente.

—Oh, vaya, eres una mujer —comentó Desza.

—Mi nombre es Ocho —dijo ella con calma.

—¿Ocho? Vaya nombrecito. ¿Qué quieres de mí?

—Vine a unirme a usted.

—¿A mí? —Desza arqueó una ceja.

—Sí —respondió Ocho.

Desza guardó su machete en la espalda y comenzó a caminar en círculos alrededor de ella.

—Vaya, has entrado aquí sin que nadie te notara. Impresionante.

—No había nadie en la entrada —dijo Ocho con una sonrisa.

—Genial, genial —respondió Desza, deteniéndose frente a ella—. ¡EQUIPO! —gritó al aire.

En ese instante, los compañeros de Desza aparecieron por una puerta que había allí. Al notar la presencia de Ocho, se pusieron en alerta.

—¿Quién es ella? —preguntó Azricam.

—Tranquilos, no pasa nada. Ella es Ocho y quiere ser nuestra amiga.

—¿Y? ¿Estoy con ustedes o no? —inquirió Ocho.

—Vaya, eres muy rápida. Pero no cualquiera se une a mí. Antes éramos más, pero la debilidad de algunos hizo que nuestro número disminuyera. Tendrás que demostrarme que vales algo.

Ocho miró a los compañeros de Desza.

—¿Ese es tu equipo?

—Oh, claro que sí. Ellos serán tu examen.

—¿A sí? —preguntó Ocho, desinteresada.

—Claro, pero antes voy a darte dos condiciones.

—Habla.

—Guau, la primera: si aceptas y peleas, tienes que ganar. Porque si no lo haces, voy a matarte. Odio a los débiles.

—Eso no me asusta.

Desza se rió y continuó.

—La segunda: puedes rechazar mi oferta e irte tranquilamente a tu casa. Una ofrenda de mi respeto a alguien como tú, que me hizo frente. Amo a la gente con agallas.

—Bien, ¿terminaste?

Desza volvió a reírse.

—Sí, creo que sí. Entonces, ¿vas a pelear o vas a rechazarme?

—Pelear.

—Bien, me alegro. Sigues siendo valiente —luego miró a los demás—. Oigan, ya pueden lucir sus cualidades.

Todos se acercaron a Ocho, menos uno, ya que Desza lo detuvo a medio camino.

—Tú no, Jørgen.

—¿Señor?

—Tú serás el postre.

—Como ordene —respondió Jørgen, colocándose al lado de Desza.

—¿Qué harás, Pullbarey?

—No me interesan sus asuntos triviales. Nos vemos más tarde.

Dicho esto, Pullbarey desapareció junto con sus guardias.

—Ja, qué lástima —dijo Desza, mirando a su equipo—. Que comience la diversión.

Ocho se quitó la capa para poder moverse y se puso en posición. Llevaba una camisa roja de mangas largas, pantalones refinados negros y un chaleco del mismo color, guantes metálicos blancos, zapatos triangulares, también de color blanco y metálicos.

—Estoy lista.

—Rose, quédate atrás —dijo Joel.

La niña asintió y se colocó detrás de Desza.

—Es hora de pulir mis habilidades —dijo Chesulloth.

Todos se pusieron en posición.

—Esto va a ser entretenido —dijo Rŭsseŭs.

—Ten cuidado, Isabel —advirtió Jørgen.

—No te preocupes.

Hubo silencio por unos segundos, hasta que Desza dio la orden.

—¡ATAQUEN!

Dockly sacó su wínchester y apuntó a Ocho. Sin embargo, ella estaba frente a él en un abrir y cerrar de ojos. Tomó el cañón del arma y desvió la bala, para después darle un puñetazo en la cara y un rodillazo en el pecho, provocando que Dockly soltara su arma. Ocho la utilizó y disparó a Guz, dañando su máscara y provocando que cayera de espaldas. Luego disparó a Rŭsseŭs en el pecho, haciéndolo arrodillarse. Pero cuando estaba por disparar el tercer cartucho, Jane le quitó el arma con su espada. Ocho retrocedió y usó sus manos para bloquear el ataque.

Joel apareció a sus espaldas y comenzó a lanzarle sus agujas. Ocho giró y detuvo algunas con su mano izquierda.

Guz se puso de pie, sacando sus tentáculos de la espalda. Su cara tenía un hoyo en la mejilla derecha, donde la bala había quedado atorada. La furia se reflejaba en sus ojos mientras atacaba a Ocho. Ella tomó uno de los tentáculos que la atacaban, lo envolvió en su muñeca izquierda y corrió hacia donde estaba Joel. En el camino, era perseguida por los violentos ataques de la espada de Jane y los parásitos de Guz. Al llegar ante Joel, quien sacó más agujas para lanzarle, Ocho le dio un golpe en el pecho, fracturándole el brazo derecho con su pierna y envolviendo su cuello con el tentáculo que tenía en la muñeca. Luego empujó a Joel contra su hermana.

Azricam y Chesulloth corrieron hacia Ocho, pero antes de que pudieran hacer algo, Rŭsseŭs se puso de pie. Aún con sangre en el estómago por la bala, la agarró del guante, provocando que se quemara. Pero, a pesar de eso, Ocho logró liberarse dándole un cabezazo en la cara y, con su mano adolorida, usó la otra para repeler los ataques de espada de Azricam y Chesulloth.

Ocho tomó el brazo de la última, le golpeó la cintura y luego asestó una patada en la rodilla, provocando que se inclinara. Después, usó su brazo para golpear a Azricam en la cara, haciéndolo retroceder. Esto le dio a ella el tiempo necesario para finalizar con Chesulloth, golpeando su pecho con la palma de la mano y soltando una descarga eléctrica de color rojo. Luego, volteó y vio a Azricam. Corrió hacia él, pero este, rápidamente, levantó su espada, blandiéndola contra su cuello. Sin embargo, Ocho se inclinó, lo tomó por la cintura y lo derribó contra el suelo. Se puso de pie y levantó su palma envuelta en electricidad roja, pero antes de poder golpearlo, su brazo fue brutalmente herido por una bala en medio de su muñeca.

Ocho levantó la vista y vio a Dockly de pie, apuntándola con su wínchester.

—Goodbye —dijo Dockly mientras liberaba el cartucho del cañón.

Ocho saltó hacia Dockly, pero él le disparó en la pierna, imposibilitando más su movimiento. En cuestión de segundos, todo el mundo la rodeó.

—Eres una basura —dijo Azricam.

Ocho sonrió.

—Cayeron.

Se levantó y tomó del cuello a Dockly, le dio un golpe en la cintura, luego volteó y tomó a Jane de los hombros, usándola como impulso para salir. Hizo brillar la marca en su frente, iluminándose de color rojo.

—Se acabaron los juegos.

Ocho golpeó a cada uno de ellos; a Jane le quitó la espada y la golpeó en la nuca, causándole un desmayo. Joel, enfurecido, se lanzó hacia ella, pero Ocho usó su cólera en su contra, ya que él tiraba sus agujas de manera salvaje y predecible, lo que le facilitó esquivar todos sus ataques. Finalmente, lanzó el suyo, tomó a Joel del cuello y lo aventó contra una pared. Luego, los guantes que llevaba crecieron hasta llegar a la altura de sus codos.

—Esto se termina aquí.

Ocho fijó su atención en Rŭsseŭs, quien lanzó lava de la palma de su mano. Ella esquivó y le dio un rodillazo en la herida de bala, dejándolo inconsciente. Después, tomó del cuello a Azricam y lo lanzó al aire, chocando contra el techo y cayendo de espaldas, desmayándose en el acto. Luego, se dirigió hacia Chesulloth y la noqueó con un fuerte golpe en la cabeza, dejando solo a Guz, Dockly e Isabel, quien no había hecho nada aún.

Ambos dieron lo mejor de sí. Dockly preparó nuevamente su rifle, Guz fijó su máscara e Isabel se puso en guardia.

—Supongo que ustedes son los últimos.

Dockly respondió con un disparo.

—Sí, eso temía.

Ocho corrió hacia ellos, sacó un látigo de su espalda y golpeó primero a Guz. Isabel saltó en escena y le dio una patada en el tórax, lastimándola gravemente. Sin embargo, Ocho no se rindió, se reincorporó del dolor y devolvió el golpe, esta vez diez veces más fuerte, en su estómago. Luego comenzó a recibir disparos; Dockly disparaba como un profesional, pero Ocho era ágil y esquivaba cada uno de ellos, hasta llegar hasta él. Pero antes de poder golpearlo, Guz la protegió y la tomó de los pies con sus tentáculos. Luego voló hacia ella y trató de darle un rodillazo, pero Ocho lo frenó con ambas manos. Dockly tomó su arma, la recargó y la puso en la mira. Ocho, sabiendo lo que iba a pasar a continuación, se liberó y se alejó de Guz, aunque él aún le pisaba los talones. Esta vez era una pelea cuerpo a cuerpo, en la que Guz era muy hábil; sus objetivos eran el pecho, el abdomen y la cabeza. Sin embargo, Ocho también era buena en defensa; sabía que no podía dar un ataque directo, ya que Guz se movía demasiado rápido.

En ese instante, Dockly temblaba, incapaz de disparar todavía, con su compañero al frente, mientras que Isabel se reincorporó y se dirigió hacia ella. Ocho se dio cuenta y separó a Guz de ella, amenazándolo con quitarle la máscara, lo que provocó que retrocediera abruptamente, dándole tiempo a Dockly para disparar. Ocho se inclinó y la bala impactó en el hombro de Isabel, quien cayó al suelo. Jørgen quedó estupefacto al ver eso y trató de ir hacia ella, pero Desza se lo impidió, colocando su machete en su camino y mostrando una sonrisa.

No solo Jørgen quedó atónito; Dockly y Guz también. Ocho aprovechó la situación y noqueó a Guz, dándole un golpe en el cuello, y a Dockly, asestándole un golpe en la cabeza. Solo quedaba Ocho de pie, sonriente.

—He ganado.

Desza retiró su machete y lo guardó en su estuche en la espalda.

—Bien, terminaste con la cena; ahora viene el postre.

Jørgen saltó en escena, corriendo hacia Isabel, quien yacía inconsciente en el suelo. Con un pañuelo grande de su bolsillo, vendó sus heridas. Isabel estaba agonizante; le dolía, pero su vida ya no estaba en peligro. Jørgen colocó su mano derecha sobre la herida y estiró los dedos con fuerza, lo que provocó que Isabel gritara de dolor. Permaneció así unos segundos, hasta que algo salió disparado de la herida hasta su mano: Jørgen había extraído la bala. Sin perder un segundo, vendó la herida de Isabel.

Luego se puso de pie y estiró los brazos. De inmediato, todos los cuerpos de sus compañeros caídos comenzaron a levitar y a desaparecer del lugar, incluyendo a Isabel.

—¿Sabe, señorita? Usted no tiene la culpa de que ella esté herida, pero aun así, la odio.

Sus ojos, muertos por el insomnio, reflejaban ira.

Desza mostró una espeluznante sonrisa.

—Qué excitante, Jørgen está molesto —dijo mientras tomaba a Rose del brazo y la ocultaba tras su espalda—. Será un problemón.

Jørgen Czacki, huérfano, había conocido un hogar en un orfanato de monjas, donde contaba con cientos de hermanos y hermanas, y cientos de madres y padres. Todo eso se desvaneció en una noche: una noche de fuego y muerte. Jørgen se había quedado dormido en el sótano de la iglesia y, al despertar, el humo lo impulsó a salir de allí, solo para encontrarse con el fuego abrazador. Los culpables habían desaparecido, y todos sus hermanos, hermanas, padres y madres, estaban muertos. Jørgen gritó, y ese grito llamó la atención de un joven llamado Desza, que pasaba por allí. El profanador vio en los ojos del muchacho la ira, la misma ira que experimentaba en ese preciso momento.

—Fascinante —dijo Desza.

Jørgen se puso en posición, mientras Ocho aguardaba el ataque. La marca en su frente, el número infinito, comenzó a brillar de color rojo. Ella sonrió y se lanzó hacia él, a pesar de que él esperaba su ataque; fue ella quien primero lo lanzó.

Jørgen se inclinó, transformando su brazo en un metal punzante y peligroso, y lo lanzó hacia su pecho. Ocho detuvo el golpe con las manos y enrolló sus piernas alrededor de él, haciendo que cayera. Sin embargo, Jørgen, de alguna manera, logró soltarse y alejarse de ella. Su brazo izquierdo comenzó a tomar forma metálica, y de su mano surgió una pirámide de color negro.

—La pirámide del olvido.

En un abrir y cerrar de ojos, Jørgen había desaparecido delante de sus narices, reapareciendo detrás de ella. Ocho volteó y contrarrestó el poder de Jørgen usando sus brazos como escudo. La habitación se estremeció cuando el poder de Jørgen se disolvió. Sin embargo, Ocho comenzó a ponerse seria. Lanzó un puñetazo a su rostro, pero Jørgen lo desvió, tomando su brazo y atrayéndola hacia él. Ocho lanzó un segundo puñetazo; Jørgen se inclinó y tomó a Ocho por el pecho, elevándola por los aires y estampillándola contra el suelo. Pero, ya en el suelo, ella se prendió de su cabeza con las piernas y lo derribó.

Luego se puso de pie y comenzó a golpearlo en el rostro hasta dejarlo inconsciente. Sin embargo, Jørgen agarró su puño y la apartó de encima. Para alejarse de ella, transformó sus brazos en cuchillas y se lanzó nuevamente hacia ella, esta vez aprovechando su velocidad, una velocidad que Ocho no podía controlar, lo que la llevó a recibir varios golpes. Pero Ocho no tenía pensado rendirse. Golpeó el suelo con tanta fuerza que provocó un temblor en todo el lugar, haciendo que Jørgen se quedara quieto por unos breves segundos, lo que le dio la oportunidad de golpearlo. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Ocho extendió su mano derecha y lo golpeó con una esfera roja de electricidad, impactándolo directamente en el pecho y lanzándolo contra la pared. Sin embargo, él se reincorporó y levantó su mano; esta vez no era una pirámide, sino algo diferente: un pequeño pentágono que llevó hasta su cintura y comenzó a hacer crecer.

Al observar esto, Ocho no iba a dejar que Jørgen terminara lo que estaba haciendo, así que comenzó a atacarlo. Sin embargo, Jørgen cerró los ojos por un momento y, al volver a abrirlos, mostró sus orbes completamente oscuros. Corrió hacia ella, la tomó del cuello y, con ira reflejada en su rostro, golpeó su pecho con todas sus fuerzas, provocando una explosión que lastimó gravemente a Ocho. Mientras Jørgen caminaba hacia ella, su cuerpo comenzó a atenuarse lentamente. Pero, cuando se acercó, Ocho se levantó y se sentó.

—Es la primera vez que me pasa esto —dijo.

Jørgen no respondió.

Ocho se puso de pie una vez más, juntando ambas manos y dejando una distancia considerable entre ellos.

—Este es el daño que nunca debiste haberme ocasionado.

Luego, se rió, y de aquel espacio vacío en su interior, comenzó a tomar forma una figura de color rojo: un ocho. De repente, todas sus heridas comenzaron a sanar.

—El número infinito —murmuró.

El ocho creció solo con pronunciar esas palabras y, al abrir sus ojos, se lanzó hacia Jørgen. Él intentó frenarlo, pero el número lo consumió, se comprimió y desapareció. Jørgen se arrodilló, comenzando a sangrar por varias partes de su cuerpo.

Desza aplaudió.

—Bravo, bravo, bravo, eres digna de unirte a mí.

Ocho se acercó a Jørgen y le entregó su mochila.

—¿Qué significa esto? —preguntó él.

—Ahora somos compañeros, por lo que tendrás que curarlos —respondió Ocho, mientras metía la mano en el bolsillo de su pantalón—. Este es para tu novia; curará sus heridas.

—Gracias —dijo Jørgen, dándole la espalda—. Y, por cierto, no es mi novia.

—Qué hombre tan reservado —comentó Ocho, sonriendo.

Desza caminó hacia ella.

—Dime, niña, ahora que estás de nuestro lado, ¿por qué quieres ser parte de esto?

—La misma razón que usted, señor.

—¿La misma razón?

—Candado… ¡MUERTO!