Era domingo, para ser más precisos, el 1 de julio del año 2013, lo que significaba que las vacaciones de invierno estaban a la vuelta de la esquina. Ese día, Candado estaba sentado bajo un árbol, tomando mate y leyendo el libro de Arturo Jauretche, el mismo que Hammya le había regalado. Sobre él se extendía un hermoso cielo celeste, salpicado de algunas nubes. Candado estaba relajado, sintiendo el viento frío del invierno en las pocas partes de su cuerpo que estaban ligeramente abrigadas. Su pañuelo blanco, atado al cuello, ondeaba de un lado a otro con la brisa suave y tranquila. En su regazo, dormía Yara, bien abrigada con una chaqueta de cuero negro, botas blancas también de cuero, y sin gorro, aunque con una bufanda alrededor de su pequeño cuello. Estaba acurrucada en su regazo como si fuera un cachorro.
Sentado ahí, Candado se sentía en paz, aunque su rostro seguía mostrando esa expresión fría e inexpresiva mientras leía atentamente aquel libro, un verdadero tesoro para cualquiera que hubiera oído hablar de ese autor. Con su mano izquierda sostenía el libro, mientras que con la derecha acariciaba la cabeza de Yara, a quien le cantaba una suave melodía de cuna, la misma que utilizaba para hacer dormir a su hermana.
Curiosamente, el lugar donde descansaba no era habitual para él. Normalmente iba a un prado, a la plaza o, la mayoría de las veces, se quedaba en casa. Sin embargo, esta vez había elegido una zona muy alejada del pueblo. La razón era que Candado quería explorar nuevos lugares donde relajarse, un pasatiempo que había adquirido recientemente, después de que sus padres comenzaran a pasar más tiempo con él, lo que provocó un cambio en su rutina y personalidad de la noche a la mañana. Aunque seguía siendo un cascarrabias, se notaba una leve mejoría en su corazón cerrado y triste. Aquel día en particular, sus padres llegarían tarde a casa, ya que estaban ajustando sus horarios para poder pasar más tiempo con él.
Mucho había sucedido en los últimos cuatro meses, mereciendo un breve resumen. En marzo, conoció a Hammya, una niña que a veces era tímida y otras veces terca y molesta (según Candado), pero con un gran corazón y determinación que se ganó el respeto del chico. Después conoció a Nelson Torres, un viejo excéntrico con un gran afecto por las armas de fuego, a quien Candado veía como un segundo abuelo. Sin embargo, nunca volvió a ver al equipo de Nelson después de que le contaran la historia de Cotorium. Luego conoció a los hermanos Bailak. Kevin, una persona que tendía a ponerse violento y a convertir lo absurdo en algo lógico, aunque su actitud alegre y sobreprotectora captaron la atención de Candado. Martina, la hermana de Kevin, siempre estaba a la sombra de su hermano. A pesar de sentirse acomplejada por su baja estatura, ya que incluso Hammya la sobrepasaba, era alguien a quien las críticas sobre su altura le entraban por un oído y le salían por el otro. Candado la consideraba peligrosa en combate, más que necesitar un protector, ella necesitaba controlar su ira. También estaban los Pojkar, como Candado los había bautizado: Gerald, Rosío y Andersson, sus mejores amigos. Por último, la familia Fernández, que solía visitarlo hasta hace poco. Verónica jugaba con Yara y Thomas, mientras que Candado enseñaba a Carolina a pelear. Los padres de los Fernández pasaban el tiempo conversando con los padres de Candado, quienes les contaban cómo su hijo les había ayudado. Esto llevó a los Fernández a investigar la vida de Candado durante los últimos tres años, pero gracias a las elaboradas mentiras de Erika, ensayadas para todos excepto para Candado, la verdad solo se contó a medias.
En los meses siguientes, hubo incontables pérdidas de vidas en Buenos Aires y en los semáforos de Resistencia. Cada viernes, Candado visitaba las tumbas de los caídos de la agencia tricolor. También tuvo desagradables encuentros con Desza y sus lacayos. Fiel a su naturaleza colérica, Candado nunca olvidaba, lo que lo llevó a muchos ataques de ira con desastrosos finales. Su enfermedad o veneno seguía carcomiéndolo; ya no solo tosía sangre, sino que había empezado a vomitarla, por lo que Clementina y Hammya trataban de mantenerlo calmado en todo momento. Por eso Candado había comenzado este nuevo hobby, para relajarse un poco de todo.
Mientras leía su libro, por segunda vez, un escalofrío recorrió su columna. Algo no estaba bien. Levantó la vista y miró hacia su derecha, donde había una carretera. Justo en ese momento un colectivo se detuvo allí. Candado llevó el mate a su boca mientras observaba fijamente. Vio los pies de alguien bajando del colectivo, la puerta mecánica se cerró, y el vehículo siguió su camino, dejando a la vista a una chica con una maleta. Candado hizo un leve gesto con los ojos, bajó el mate y siguió leyendo. No le había llamado la atención, ni un poco.
Aquella chica vestía de forma peculiar. Llevaba una armadura gris brillante que cubría su torso, guantes negros, una gran falda azul que llegaba hasta sus tobillos, y botas del mismo material que su armadura. Tenía el cabello largo y atado, y se podía notar una espada en su espalda. Miró a su alrededor y vio a Candado. Tomó su maleta y se dirigió hacia él. A cada paso, el rechinido de su armadura se escuchaba claramente. Cruzó la calle y se detuvo a unos centímetros de él.
—Disculpe.
Candado bajó su libro y la miró.
—Dígame.
—Estoy buscando a Candado Ernest Barret. ¿Lo conoce?
—¿Para qué lo quiere saber?
—Quiero eliminarlo.
—Guau, ¿puedo preguntar por qué?
—¿No lo sabes? Candado posee una información que otorga a cualquiera que la lea un poder increíble. Quiero obtenerla para hacerme más fuerte.
—Ah, pues, suerte —dijo de manera aséptica, volviendo a su lectura.
—¿Y bien? ¿Sabe dónde está?
—Está de vacaciones, así que seguí participando.
—Qué pena —dijo, relajando sus hombros, pero rápidamente se reincorporó y se sentó a su lado—. Creo que voy a esperar a que vuelva.
—Bien, hazlo.
Ambos se quedaron en silencio. Candado, sumido en su lectura, olvidó su presencia e incluso que ella quería matarlo. Después de casi una hora, ella decidió hablar.
—Dime, ¿es tu hermana? —preguntó, señalando a Yara, quien seguía durmiendo.
—No, es mi hija.
—Oh, ya veo. La tratas como si lo fuera.
—No, de verdad es mi hija.
—Como si eso fuera posible.
En ese momento, Yara se dio vuelta y, dormida, murmuró:
—Papi, tengo frío.
Candado sacó una prenda similar a un poncho de su bolso, que tenía al costado, y envolvió a Yara en ella. Luego sonrió y le acarició la cabeza.
—¿Estás bromeando?
—No, no bromeo —dijo él, sin apartar la mirada de ella.
—Bueno, no quiero saber cómo es eso posible, soy muy perceptiva.
—Bueno.
—No creo que me agrade.
—Dale.
—Pero…
—A todo esto, ¿cómo te llamas?
—Liv, Liv de Milagros Bordón.
—Qué nombrecito.
—¿Y el tuyo?
—Candado Ernest Catriel Barret —dijo mientras seguía leyendo.
—Mucho gusto —dijo ella, extendiéndole la mano.
Se quedaron en silencio por un buen rato, hasta que Liv procesó lo que él había dicho.
—¿Cómo dijiste que era tu nombre?
—Candado Ernest Catriel Barret, ¿eres sorda acaso?
—¿No dijiste que estaba de vacaciones?
—Lo estoy. ¿Y vos no dijiste que eras muy perceptiva?
—Bueno, sí, pero…
—¿Y entonces?
—Bueno, sí, pero no de ese tipo de cosas.
—Ya, ¿entonces hay clasificaciones de percepción?
—Da igual —dijo, poniéndose de pie. Sacó su espada y la apuntó a la contratapa del libro—. Vine por vos, así que ríndete.
Candado bajó su libro y movió la espada de Liv a un lado con su dedo índice, para luego seguir leyendo.
—Vete a molestar a otro.
Liv, tomando sus palabras como una burla, bajó con todas sus fuerzas su espada hacia la cabeza de Candado. Pero antes de que pudiera alcanzarlo, Candado la detuvo con su facón a la altura de su mejilla, mirándola fijamente a los ojos.
—Mira, no quiero que me molestes, especialmente si tengo a mi nena durmiendo en mi regazo.
—Pues déjala a un lado y pelea.
—No pienso hacerlo. No pienso moverme de este lugar solo para satisfacer tu capricho —luego levantó la mirada y la observó—. Si no lo haces, tendré que romper algo más que tu espada.
—Quiero verlo —respondió Liv con una sonrisa.
—No me provoques, niña.
—Tenemos la misma edad, deja de decirme niña.
—No, eres una niña.
—Vas a sentir lo que esta niña puede hacer.
Liv levantó su espada al cielo, pero accidentalmente cortó unas cuantas ramas de un árbol, que le cayeron encima.
—Me equivoqué. No eres una niña, eres una tonta.
Liv retrocedió y se preparó para otro intento, asegurándose de que no hubiera nada sobre su cabeza. Pero al levantar la vista al cielo, se desmayó, dejando a Candado muy confundido.
—Oh, ya veo.
Candado se puso de pie con calma, guardó su libro y su mate en su bolso, luego cargó a Yara en brazos y se marchó. Caminaba sin prisa, como si estuviera paseando. A lo largo del trayecto, saludó a amigos y conocidos que se encontraba en el camino. Vio a Andersson trabajando como mozo en un restaurante, quien lo saludó con la cabeza, pues tenía las manos ocupadas. También vio a Germán y Lucas, que ayudaban a Nelson con su auto, pero estaban tan ocupados que no notaron su presencia.
Finalmente, dobló en una esquina y llegó a su casa. Tocó la puerta suavemente para no despertar a Yara. Hipólito fue quien abrió.
—¡Candaduuu!
—Shh, silencio.
—Ups —continuó en voz baja—. Candaduuu.
—Dejame pasar, viejo —dijo Candado, haciéndose a un lado.
Entró, y mientras Hipólito iba a la cocina, Candado subió las escaleras hasta su dormitorio. Abrió la puerta con cuidado y recostó a Yara en la cama. Le quitó el poncho y lo dejó sobre el escritorio. Luego la tapó con una frazada liviana, tomó un peluche que tenía ahí, un camello con una joroba, y lo puso al costado de ella. Cerró las cortinas de ambas ventanas y salió sin hacer ruido. Antes de irse, volteó, la miró una vez más, sonrió y cerró la puerta con cuidado.
Al girar, se chocó con Clementina, lastimándose la nariz, mientras que ella no reaccionó en absoluto.
—¡Demonios! —murmuró, sujetándose la nariz con ambas manos—. ¡La puta madre!
—¿Estás bien? —preguntó Clementina.
Candado le tapó la boca con una mano mientras seguía sosteniéndose la nariz con la otra.
—Haz silencio, Yara está durmiendo y no quiero que hagas ruido —susurró.
Clementina apartó la mano de Candado y respondió:
—Bien, hablemos abajo.
Bajó las escaleras, seguida de Candado, quien antes de seguirla miró una vez más hacia su dormitorio. Una vez abajo, Clementina fue la primera en hablar.
—Hay algo importante de lo que quiero hablar.
—¿Sobre qué? —preguntó Candado.
—Verá, joven...
—Si terminas la frase con “patrón”, te voy a desconectar.
—Ejem, digo, señor. Quisiera saber si los deberes del gremio han finalizado.
—Sí, ¿por qué?
—Joaquín llamó. Dijo que tenía información sobre cierto sujeto en Entre Ríos.
—Bien, lo veré mañana, hoy no.
—Pero parece importante.
—No lo es, porque si lo fuera, me habría dado los datos concretos. Además, si fuese urgente, encontraría la manera de contactarme. Es solo curiosidad, nada más.
—Si usted lo dice, entonces no es importante.
—¿Eso es todo?
—No —respondió, sacando una carta de su bolsillo—. El señor Héctor me pidió que te entregara esto.
Candado miró la carta de arriba abajo.
—Pero esto... está abierto.
—Lo hice por seguridad. No sabía si era realmente de Héctor.
—Eres una chismosa.
—Claro que no, son por razones de seguridad.
—Otra vez con lo mismo. No quiero que te metas en mi correo.
—Lo haré cuando sea necesario. Tu vida es más importante que una carta.
Candado hizo una mueca, abrió la carta y la leyó.
Siento mucho molestarte, amigo, pero en unos días mi hermana tocará el violín ante todo el mundo, y está muy nerviosa. Como yo estoy fuera del país, en la isla de Kanghar, por ciertos asuntos con el presidente paraguayo, te pido que le hagas un favor: escucha la melodía que está practicando. Eso le dará el valor para tocar frente a todos. Gracias.
Tu buen amigo,
Héctor Bonamico Mateo
—Oh, rayos.
—¿Qué sucede?
—¿Por qué me lo preguntas si ya lo has leído?
—En realidad, no. Solo analicé las letras para verificar la autenticidad, pero no la leí por respeto.
En ese momento, apareció Hammya, saliendo del baño con una bata negra y el cabello mojado.
—Veo que te bañaste. Y, otra vez, te teñiste el cabello.
—Es culpa de la estación —respondió ella con una sonrisa.
—¿Te gustó el baño? —preguntó Clementina.
—Sí, estuvo espectacular. Muy relajante.
Candado ignoró el comentario y se volvió hacia Clementina.
—Bueno, las cosas son estas: tengo que ir a ver a Belén. Tiene un concierto pronto y, según Héctor, ha estado asustada.
—Hazlo.
—Por supuesto. ¿Crees que voy a pedirte permiso?
—¿Adónde vas? —interrumpió Hammya.
—A ningún lado. Solo iré a ver a una amiga.
—No me gusta cómo suena eso. ¿Puedo ir?
—No.
—¿Por qué?
—Por tres razones —dijo Candado, levantando tres dedos—. Primero: ella no te conoce, y la carta dice que yo debo ir, porque soy con quien se lleva mejor. Segundo: Belén es una chica muy tímida, le tiene miedo hasta a los pájaros. No quiero imaginar cómo se sentiría con tu presencia. Y tercero: eres muy caprichosa. Así que no, no vas a ir, hasta que entiendas que no puedes conseguir todo lo que quieras.
—Señor, creo que sería una buena idea llevarla. Después de todo, tocará ante centenares de personas.
—¿Insinúas que Belén se sentirá más cómoda si alguien como Hammya está con ella? —preguntó Candado, escéptico.
—Bueno, no usaría la palabra "cómoda", es una chica, y según entiendo, se lleva bien con las de su mismo género.
—No, ella se lleva bien con las que son "tímidas", no necesariamente con las de su género.
—¿Cómo hizo para llevarse bien con alguien tan frío como vos?
—Es una larga historia.
—Bueno, ¿y si se va?
—¿Ahora?
—Sí, ¿por qué no?
—Clementina, son las 9:00 de la mañana. No todos somos madrugadores, seguramente esté durmiendo.
—Por sus hábitos, no lo creo.
—¿Qué insinuás?
—Nada, sólo digo que está despierta.
Candado se llevó la mano a la frente y pensó.
—Está bien, iré, después de todo, no tengo nada que hacer. Pero luego me vas a contar cómo sabés si está despierta o no.
Clementina sonrió y asintió.
—Así se habla. ¿Puedo ir?
—Por supuesto que...
—Sí, vístase pronto.
—¿Qué cosa? —preguntó Candado, mirándola con confusión.
—Sí, corra, señorita —dijo Clementina sin mirarlo.
—Son lo máximo, ya vuelvo.
Hammya subió corriendo las escaleras hasta su dormitorio, dejando solos a Clementina y Candado. Este la tomó suavemente por la oreja y la atrajo hacia él.
—Creo que soy lo suficientemente grande como para tomar mis propias decisiones.
Luego la soltó.
—Lo es —le respondió, mirándolo a los ojos—, pero es mejor que yo las tome por usted.
Candado cerró los ojos, mordiéndose los labios; era evidente que Clementina se burlaba de su actitud.
—Bien —dijo finalmente, abriendo los ojos—, pero vos te quedás aquí.
—¿Por qué?
—Yara está durmiendo en mi cama, y no quiero que se despierte y no encuentre a nadie. Eso la pondría mal.
—La paternidad te sienta bien. Está bien, me quedaré y la cuidaré como hago con la pequeña Karen.
—Más te vale.
—No se preocupe —respondió despreocupada—, sé que tanto Yara como Karen te importan mucho. No pasará nada, te lo juro.
—Sí, que no les pase nada.
—Candado, te preocupás demasiado, como aquella vez que Yara se perdió en el pueblo y saliste como loco a buscarla casa por casa, avenida por avenida, hasta que la encontraste cerca del río. Diría que hasta estuviste llorando.
—Vos...
—¡YA ESTOY! —gritó Hammya mientras bajaba las escaleras.
—¡Bajá la voz! ¡Yara está haciendo nono en mi cama! —gritó Candado en voz baja.
—Ups, lo siento, Candado.
Cuando Hammya bajó, su atuendo verde llamó la atención: un tapado largo, pantalones de corderoy y botas negras. Además, llevaba una cinta verde que hacía juego con su cabello.
A Candado se le entrecerraron los ojos al verla vestida así.
—Vaya, parece que Candado es muy estricto con Yara.
—Lo siento, no lo sabía. Tendré más cuidado.
Candado se quitó la boina y se rascó la cabeza.
—No vuelvas a levantar la voz. Respeta a los más chicos.
—De acuerdo, lamento haberlo hecho. No volverá a pasar.
—Bien, vámonos antes de que ocurra algo más y me arrepienta de llevarte.
Candado metió las manos en los bolsillos y se dirigió a la puerta. Luego sacó la mano izquierda para abrirla, notando el frío del exterior y la figura de una chica con armadura que lo buscaba. Candado cerró la puerta y, sin mirar atrás, dijo:
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—Clementina, dame la boina blanca, por favor.
Chasqueó los dedos y, desde su habitación, voló hacia él una gabardina negra que se ajustó perfectamente cuando extendió los brazos. Se abrochó los botones, cubriendo todo su cuerpo excepto las rodillas y las manos, y luego ató el cinturón, formando un nudo idéntico a los de taekwondo.
—¿Qué estás haciendo?
—Precauciones, Esmeralda, precauciones.
En ese momento, Clementina regresó con la boina blanca.
—Aquí tiene, señor, la boina blanca que me solicitó —dijo entregándosela.
Candado se quitó la boina que llevaba y se puso la nueva.
—¿Tienes el dispositivo?
—¿Cuál?
—La estrella, Clementina, la estrella.
Clementina sacó de su chaleco una estrella de cinco puntas. Candado la tomó y se la colocó en la sien derecha. Al presionar un botón, sus ojos cambiaron a un azul celeste.
—¿Qué te pasó? —preguntó Hammya sorprendida.
—Otro invento de Lucas —respondió, guardando el dispositivo bajo su boina.
—¿Hay alguien afuera, verdad?
—Sí, Clementina. Y desgraciadamente es alguien que quiere verme muerto.
—¿Quiere que me haga cargo?
—No, harías mucho ruido. Podrías despertar a Yara o a Karen, así que no hagas nada estúpido.
Candado levantó el cuello de la gabardina, tapándose casi por completo. Luego abrió la puerta y salió. Hizo una señal a Clementina para que la cerrara, lo cual ella entendió y aseguró la puerta.
—Canda...
—Shh, no hables ni digas mi nombre.
Candado puso su mano derecha en el bolsillo y, con la izquierda, tomó la mano de Hammya, provocando que ella se sonrojara.
—¿Qué pasa?
—Silencio.
Candado se ajustó la boina mientras caminaba con Hammya de la mano. Ella se sentía feliz, pero él, inquieto, seguía sintiendo la presencia de Liv cerca.
—No la veo, pero la siento cerca.
Hammya no dijo nada y se dejó llevar por el paisaje, disfrutando del momento a pesar de la tensión palpable en Candado.
—¿Qué es esto? Se supone que no está detrás mío, pero aún la siento más cerca.
Candado sentía que algo no estaba bien. No podía verla físicamente, pero sí podía sentir su presencia. Después de que ambos caminaran durante algunos minutos, Candado la volvió a sentir, pero esta vez, peligrosamente más cerca. En ese momento, una hoja de un árbol muerto, producto del invierno, se desprendió de una de sus ramas y voló hacia donde estaba Candado. Sin embargo, la hoja sobrevoló su hombro y se detuvo al chocar con algo, como si hubiera una pared invisible. Candado reaccionó rápido, metió su mano dentro de su ropa, volteó rápidamente y arrojó su facón hacia atrás. Para su sorpresa, el facón fue desviado por un objeto invisible a su vista. Como su cuchillo estaba atado a su muñeca, Candado tiró de él y el arma volvió a sus manos. Luego corrió hacia lo desconocido e invisible, dobló su brazo derecho y, con el codo, terminó golpeando algo. La cosa que recibió el golpe empezó a parpadear, primero se veía y luego no, hasta que finalmente se dejó ver completamente: era Liv.
Candado vio que su espada estaba en el suelo y, por intuición, supo que debía acercarse cuidadosamente para atravesarle la espalda.
—Niña, corre —dijo él sin mirarla y con expresión fría.
—No pienso irme.
—No me desafíes y huye ahora.
—No voy a huir.
Candado soltó la mano de Hammya y se puso en posición defensiva.
—Esto no es un juego. No eres buena en el combate, así que huye ahora.
Sin embargo, Hammya fue la que dio un paso al frente, adelantándose a Candado.
—Eres un dolor de cabeza. Bien, ¿quieres pelear? Pues pelea.
Candado corrió hacia donde estaba Liv con los puños en llamas. Ella sonrió mientras su rostro se cubría con el casco de un caballero medieval. Se puso de pie, tomó su espada y se lanzó contra él. Candado la frenó con su facón y la desvió, solo para darle otro codazo en el pecho. Pero antes de que Candado pudiera dar un segundo golpe, Liv lo agarró del cuello con su mano derecha y con la izquierda lo sujetó de la muñeca donde sostenía su facón.
Sintiéndose en peligro inminente, Candado usó una vieja llave que había aprendido hace mucho. Con sus dos pies, enrolló alrededor del cuello de Liv, usando su peso para derribarla.
—Si pensabas que yo era un debilucho, te equivocaste —dijo Candado de manera fría y seria.
Liv perdió el equilibrio y cedió ante la fuerza de Candado. Sin embargo, Liv no se rindió; usó toda la fuerza que tenía guardada y se puso de pie. Candado levantó una ceja al ver tal resistencia, pero decidió soltarla y alejarse. Se paró al lado de Hammya, quien no tuvo tiempo de reaccionar o ayudar al ver la frenética batalla.
—Eres resistente —dijo mientras se acomodaba la boina—. Creo que será interesante.
Hammya quedó inmovilizada, incapaz de contestar a Candado.
Liv guardó su espada y se preparó para usar sus puños.
—En esta ocasión no hará falta usar una espada.
—Bien —Candado sacó su facón y se lo entregó a Hammya, quien lo trató como un portavasos en lugar de un sirviente—. Estoy listo.
Candado volvió al ataque. Liv lanzó un puñetazo que Candado esquivó al agacharse, y luego le dio un golpe por debajo del mentón, el cual Liv bloqueó con su palma, apretando con fuerza. Candado, con su otra mano, le dio un golpe en la nuca, haciendo que ella soltara su agarre. Luego, Candado se preparó para darle un rodillazo en el pecho, que ella detuvo con su pierna. Después, Liv le dio un cabezazo a Candado. La frente de este sangró, pero no mostró dolor alguno. Luego, la tomó del cuello y la levantó en el aire.
—Oyik, Liv Milagros de Bordón.
Candado encendió su puño derecho con una llama violeta, dispuesto a romperle la cara. Pero, antes de poder alzar su mano siquiera, Liv miró hacia arriba accidentalmente y se desmayó al ver el cielo. Candado, que estaba a punto de golpearla, quedó completamente confundido y la soltó. Luego se dio vuelta y guardó las manos en los bolsillos.
—Bien, esto sí que no me lo esperaba —dijo mientras miraba a Hammya—. Vámonos, todavía tengo algo que hacer.
—¿La vas a dejar aquí?
Candado sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo pasó por la frente. Luego, volteó y respondió:
—Sí, no es mi problema.
—Pero…
—Cállate y sígueme.
Hammya guardó silencio y lo siguió, dejando atrás la inexplicable inconsciencia de Liv.
A partir de aquel desencuentro, Candado y Hammya llegaron a la casa de Héctor.
—Bien, aquí es.
—Creo que es la primera vez que estoy aquí.
—Créeme, Hammya, es la primera vez —luego susurró para sí mismo—. Niña tonta.
Candado se acercó a la puerta y tocó cuatro veces. Mientras esperaba, se sacó el dispositivo que cambiaba el color de sus ojos y comenzó a mirar su reloj con tranquilidad. Cuando alguien abrió la puerta, Candado cerró los ojos, se quitó la boina y se inclinó ante la persona que le había abierto.
—Buenos días, señorita.
De repente, unos tentáculos salieron del interior para atacarlo, pero Candado los esquivó sin abrir los ojos, saltando y moviéndose de un lado a otro con tranquilidad y sin temor.
Cuando los tentáculos dejaron de atacar, Candado enderezó la espalda, se colocó la boina y abrió los ojos.
—Debí imaginar que estarías aquí, Grenia O’Pøhner.
La persona misteriosa salió de las sombras para mostrarse ante ambos.
Grenia: Hermana melliza de Krauser, es exactamente igual a él. No tiene cara, ojos, nariz ni orejas (a simple vista), pero tiene un cabello largo y negro. Se viste con ropa formal de color negro: camisa blanca, pantalón oscuro, chaleco formal oscuro y corbata roja. Tiene una actitud muy competitiva, por lo que es peligroso estar cerca de ella para cualquier actividad. Todo el mundo, excepto Candado, quien se dirige a ella por su apellido o a veces por su nombre, la llama cariñosamente “maniquí”.
Poder: Tiene las mismas cualidades que su hermano, pero usa un arpa en lugar de un violín, y con ella utiliza su melodía para sanar los malestares de sus compañeros.
Habilidad: Es muy buena con cualquier instrumento musical.
—Bien, se podría decir que no esperaba que vinieras por aquí, por cierto.
—No me interesa lo que hayas pensado o no —dijo Candado mientras se acercaba a ella y la apartaba a un lado—. Tengo un compromiso. Por cierto, aquí está todo oscuro. Abre una ventana, por lo menos.
Hammya lo siguió, no sin antes estrechar la mano de Grenia.
—Perdona la rudeza de Candado. Soy Hammya Saillim, mucho gusto.
—Igualmente. ¿Sabes? Si tuviera una cara normal como las demás personas, seguramente te diría que eres extraña por ese color de cabello. Pero como no la tengo, te diré que eres muy bonita.
—Ah, guau, gracias entonces.
—¿Vas a entrar o qué?
—Ya voy, Candado —respondió ella, soltando su mano para darle una palmadita en el hombro—. Bonito traje.
Después de decirle eso, Hammya se apresuró para llegar a donde estaba Candado, quien se encontraba en el salón, mientras Grenia miraba su traje, feliz por el cumplido y tarareando.
La niña pasó al frente del niño de la boina y se sentó en el sillón. Candado, que estaba parado al lado de ella, chasqueó los dedos e hizo una seña para que se pusiera de pie.
—Arriba, vamos.
Hammya se levantó sin protestar.
—¿Qué hice?
—Niña —susurró él mientras avanzaba—.
Candado se quitó la boina y caminó hacia una habitación con una puerta blanca. Al acercarse, puso su oreja en la puerta por unos breves segundos, luego se apartó y habló.
—Belén, ¿estás ahí?
—¿Quién es? —preguntó una voz desde el interior de la habitación.
—Soy yo, Candado.
Se escucharon pisadas acercándose a la puerta. Candado dio un paso atrás y la puerta se abrió lentamente. De su interior salió una niña de cabello blanco, que parecía tener unos siete años, vestida con un camisón largo y morado. Sus ojos estaban vacíos, no se distinguía el color, y no tenía ningún tipo de poder; solo era una persona ciega.
Belén caminó con la mano izquierda levantada a una altura intermedia, moviéndola despacio de un lado a otro. Candado se agachó suavemente, tomó su mano y la llevó hasta su cara.
Se podía sentir cómo Belén exploraba cada parte de su rostro: mejilla, nariz, frente, mentón y sien.
—¿Eres tú? Sí, eres tú —dijo Belén con alegría.
Candado sonrió y, mientras se quitaba la boina, respondió:
—Soy yo, claro que sí.
Luego se colocó detrás de ella y le puso las manos en los hombros.
—Ahora relájate y deja que yo te guíe.
Candado comenzó a empujarla con delicadeza hasta el salón. La guió a sentarse en el sillón, el mismo en el que Hammya se había sentado. Belén, que estuvo sonriente todo el tiempo, mostró una actitud de curiosidad cuando se sentó.
—¿De casualidad hay alguien más aquí?
—Sí, yo —dijo Grenia, mientras se sentaba a su lado.
—No, tú no —dijo Belén sonriente.
—De hecho, sí, hay alguien más.
—¿Quién?
—Soy Hammya Saillim. Me alegra conocerte.
Belén miró hacia el techo, tratando de seguir la voz de Hammya.
—No sé quién eres, pero tienes una dulce voz.
—Haces que me sonroje.
Pero el comentario de Hammya tuvo el efecto contrario, y terminó sonrojando a ella.
Grenia abrazó a Belén.
—Eres tan hermosa cuando haces eso.
—Bien —dijo Candado, poniendo su mano en la cabeza—. Me enteré de que tocarás el violín para la escuela.
—¿Cómo supiste eso?
—Digamos que un pajarito me lo contó.
—¿Pajarito?
—Sí, uno blanco —dijo, apretando suavemente su nariz—. Como tú, lindura.
—Bueno, es verdad. Es el mes que viene, pero no sé si voy a tocar.
—¿Por qué? —preguntó Grenia.
—Es que todavía le tengo miedo a la gente.
—Pero… eres ciega —dijo Hammya.
Candado frunció el ceño, se quitó un zapato y se lo lanzó con todas sus fuerzas, provocando que Hammya cayera al suelo.
—¿Qué fue ese ruido? —preguntó Belén.
—Nada, princesa, solo se cayó Hammya —dijo Candado, mirándola mientras encendía sus ojos con la llama violeta—. ¿Verdad?
—Sí, fue un error mío.
Candado se acercó a ella y tomó su zapato, mirándola por unos breves segundos con su rostro frío e inexpresivo. Luego volteó y cambió su actitud respecto a Belén.
—Bien —dijo, aplaudiendo—. ¿Por qué no tocas para mí?
—No sé, tal vez…
—Vamos, hazlo, después de todo eres muy buena con el violín —interrumpió Grenia.
Belén golpeaba sus dedos sobre sus rodillas y dijo:
—Bien, lo haré.
Cuando dijo esto, intentó ponerse de pie para buscar su violín, pero Candado le ganó de mano y fue a traerle su instrumento, por lo que siguió estando bajo los brazos prisioneros de Grenia.
—Ya puedes soltarme.
—No, no dejaré que te escapes.
En ese instante, Candado volvió con el violín de Belén y se lo entregó en las manos. Ella lo abrió y comenzó a explorar con sus manos el instrumento. Luego lo sacó y comenzó a afinar las cuerdas del violín, sabiendo cómo hacerlo a pesar de ser ciega. Después, tomó el arco y pasó su dedo índice por el pelaje.
—¿Qué es todo este ritual? —susurró Hammya, a tal punto que Belén no pudo escuchar.
Candado la miró con los ojos encendidos, ya que él sí la oyó. Sacó su mano que tenía guardada detrás de la espalda, levantó su dedo pulgar y se lo pasó a la altura de la garganta. Era claro que era una amenaza.
Sin embargo, Belén siguió con lo suyo, ignorando completamente lo que estaba pasando a su alrededor. Se puso de pie, levantó el violín y el arco, se lo colocó en el hombro y comenzó a tocar. Su música era suave y tranquila. En el momento en que el arco tocó las cuerdas del violín, se olvidó de todo lo que había a su alrededor. Sus ojos estaban cerrados y, a cada segundo que tocaba, se sentía más tranquila y en paz. Candado, Grenia y Hammya contemplaban en silencio la música de Belén. Exceptuando a Grenia, cuyo rostro Candado había solicitado que dibujara una sonrisa para mostrar su alegría, o al menos para que se enteraran los dos.
La música seguía y, a medida que ella movía el arco con finura, se iba perdiendo más en su arte. Sus ojos se atenuaron y comenzó a perder el miedo. Su rostro se volvió cada vez más feliz, y todo su miedo desapareció. Finalmente, mostró una sonrisa tierna. Candado estaba regocijado al ver a Belén tocando sin miedo alguno.
Los movimientos de Belén comenzaron a ser cada vez más lentos y suaves. Candado llegó a soltar una lágrima, se quitó la boina y se puso el dedo pulgar y el índice en los ojos cerrados.
Belén se detuvo al escuchar la inhalación forzada de Candado.
—¿Estás bien? —preguntó Grenia, mientras ponía su mano en su hombro.
—Nada —dijo Candado con una voz rígida pero tierna—. Es solo que tu canción fue muy hermosa, me hizo recordar algo muy doloroso y a la vez feliz.
Hammya se sintió un poco triste al ver a Candado de esa forma, pero solo se mantuvo en silencio.
—Bien, ¿cómo te sentiste cuando tocaste para nosotros? —preguntó Candado.
—No lo sé, ¿feliz? Creo.
—Exacto. A mí también me hizo feliz, y también a Grenia y a Hammya. Así que imagínate cómo se sentirán el resto de las personas cuando escuchen tu música.
—No sé, todavía tengo miedo de tocar frente a otros.
Candado se arrodilló y puso sus manos sobre sus hombros.
—Sé que te asusta, y yo no soy nadie para obligarte a hacerlo...
—Pero lo haría si estuvieras a mi lado.
—Entonces yo… espera, ¿qué?
—Sí, quiero que estés a mi lado cuando toque, así me sentiré más segura. Héctor hacía lo mismo. Ahora que él no está, podrías hacerlo tú.
Candado encontró lógica la respuesta de la niña, así que aceptó lo que ella le había ofrecido.
—Bien, no tengo nada que perder. Después de todo, es muy sencillo.
—Genial, me gusta.
—Candado, ¿estás seguro? Solo estarás parado frente al público sin hacer nada.
—Ya se me ocurrirá algo, Grenia. Ya se me ocurrirá.
—Bien, me alegra que te guste. Así podrás pulir un poco más tu amabilidad.
—No me gustó lo que estás insinuando, Hammya. Te sugiero que cierres la boca.
—Lo tendré en cuenta.
Candado se arregló la corbata y caminó hasta un sillón que había allí. Tomó una almohada que estaba en él, la tiró al suelo y empujó a Belén para que ella cayera en la almohada. Luego la levantó, con Belén sentada en ella, e hizo un gesto con su mano izquierda.
—Así la llevaré en el acto. Estará sentada en un almohadón que tendré listo para ti esa noche.
—Genial, no sé por qué, pero genial.
Luego se inclinó y la bajó.
—Bueno, parece que harás exhibicionismo con la niña —dijo Hammya.
—¿Me estás llamando Marcelo Tinelli?
—No, no, claro que no.
—Menos mal, porque te hubieras comido mi puño.
—¿Eres agresivo con Hammya? —preguntó Belén.
—Bueno, yo...
—No, no lo es. Solo a veces lo hago enojar. La mayoría del tiempo es amable.
—Chupa medias —dijo Grenia de brazos cruzados.
Candado quedó totalmente sorprendido al escuchar lo que dijo Hammya. Sintió una culpa enorme en su corazón, tanto fue el dolor, que instintivamente se tocó el pecho con su mano derecha.
—Candado es una buena persona. Solo es que yo lo hago enojar con mis comentarios infantiles y...
Candado tapó la boca de Hammya y le dio un abrazo.
—Niña, no hagas eso, haces que me duela.
—Oh —se enterneció Hammya y le dio un abrazo—. Eres un ángel con alas de vidrio, muy transparente.
—¿Qué cosa?
—Nada, Candado, solo es un cumplido.
—A mí me sonó a algo disfrazado.
—Da igual, el tema es...
—Olvídalo mejor, no quiero arrepentirme de lo que dije, por favor —luego se acomodó la corbata y miró a Belén—. Estaré presente ese día, digo, noche.
—Genial, gracias.
—Oh, veo que...
—Di cualquier pelotudez. Sé lo que soy y cómo soy, mi querida amiga Grenia.
En ese instante tocaron la puerta.
—Yo iré a abrir —dijo Grenia.
—Sí, hazlo —dijo Candado haciendo gestos con los ojos.
Grenia abrió la puerta, y detrás de ella estaba Liv, con una ira enorme y con su espada, temblorosa por los nervios de su rabia.
—¿Dónde? ¿Dónde está?
—Por Dios, ¿qué le ha ocurrido?
Liv la tomó de la corbata y la llevó hasta su cara con furia.
—No juegues conmigo, sé que él está aquí.
En ese momento, Candado interrumpió, llevando un vaso de agua en la mano.
—Oh, veo que ya no te gusta seguir desmayándote.
Liv empujó a Grenia a un costado.
—Una vez que acabe con tu existencia, ya no me volveré a desmayar.
—Tienes toda la razón del mundo. Toma un candado y destrúyelo. Buena suerte.
Luego se volteó, llevó el vaso de agua a la boca, causando que Liv se enojara. Liv mantuvo firme su espada y corrió hacia él. Candado, sin darse vuelta, se hizo a un lado, provocando que Liv avanzara más. Luego le golpeó en la cabeza con el vaso.
—Lárgate antes de que me enoje.
Liv apretó los dientes hasta que hicieron ruido, volteó e intentó dar una estocada, la cual Candado esquivó. Sin embargo, Candado agarró su espada, la lanzó hacia él y la sacó de la casa. Luego caminó hasta donde estaba Liv, bebió lo último del agua mientras caminaba y dejó el vaso en una mesita cercana. Se arregló la corbata, los guantes y la boina. Luego cerró la puerta detrás de él, justo cuando apareció Hammya, corriendo por el pasillo para ayudar a Grenia.
Candado caminó hasta donde estaba Liv, tirada en el suelo con algunas heridas del asfalto.
—No me interesa saber quién o qué te contrató —dijo mientras se ajustaba el guante izquierdo.
—¡TÚ...!
Luego la tomó del cuello.
—No terminé.
—Serás... basura —decía ella mientras trataba de respirar.
—Puedo soportar que me quieras matar, puedo soportar que me golpees, pero no voy a tolerar que uses tus fuerzas y tus malditos objetivos delante de unos niños.
Luego la soltó, para tomarla del mentón y hacerla mirar hacia arriba.
—Sufre el ataque del cielo.
Cuando Liv alzó la mirada, sus ojos se dilataron y luego se desmayó. Al perder sus fuerzas, Candado la lanzó lejos de él.
Candado tomó la espada de Liv y la examinó de arriba abajo. Cuando planeaba destruirla, vio que en la hoja había unas marcas que decían “Para mi querida hija”. Candado se detuvo y miró a Liv, quien estaba a más de quince metros de él. Encogió sus ojos y se acercó a ella, clavando la espada al lado de sus pies.
Ese acto logró despertar a Liv, y al ver la espada en la mano de Candado, supo que iba a morir, por lo que no tuvo problema en decir todo lo que tenía guardado.
—Ven, hazlo y mátame.
Candado la miró fijamente a los ojos. No había claridad en ellos, ni reflejo; era la mirada de un muerto.
—No, no pienso hacerlo.
—¿Qué? ¡ERES UN COBARDE!
—Grita todo lo que quieras, insúltame, maldíceme, pero no voy a matarte —luego miró las palabras en la espada—. Más si alguien espera tu regreso.
—¿Qué?
—Mira, no importa cuántas veces lo intentes, jamás podrás matarme.
Luego le dio la espalda y se retiró, volviendo a entrar en la casa, dejando claro que no iba a pelear contra Liv.
Una vez dentro de la casa, Candado no miró hacia atrás, cerró la puerta y caminó hasta el salón, donde estaban Hammya, armada con una bandeja de plástico, y Grenia, que había manifestado sus tentáculos. Ambas protegían a Belén.
—Todo está bajo control, no hay de qué preocuparse.
—¿La mataste?
—No, Grenia, no maté a nadie.
—Entonces sí es un problema.
—¡PØHNER! Relájate, no pasa nada, todo está en orden.
—Estoy confundida. ¿Estamos bien o mal?
—Belén, ¿sigues viva?
—Sí, claro que sí.
—Entonces estás bien.
—Vaya lógica la tuya, Candado.
—No molestes, Hammya.
Luego sonó su reloj. Candado metió la mano en el bolsillo de su chaleco, lo sacó y miró la hora.
—Bien, son las 10:00 de la mañana.
—¿Qué significa eso, Candado?
—Que me voy a casa —luego miró a Grenia y a Belén—. Agradezco mucho haber estado en esta casa. Nos vemos ese día...
—Noche —corrigió Grenia.
—Lo que sea. El punto es que, mientras tanto, practica, mi niña.
—Así lo haré, Candado. Así lo haré.
Candado hizo una seña a Hammya para que lo siguiera. Ella, de manera despistada y atontada como siempre, se despidió de Grenia dándole un apretón de manos y de Belén acariciándole la cabeza.
—Nos vemos.
Luego corrió hacia donde estaba Candado, adelantándose y dejándolo atrás, confundido.
—¿Qué le pasa?
—Nada, Grenia. Solo está algo dispersa.
Luego ambos salieron de la casa. Candado se detuvo al notar que Liv ya no estaba en el lugar donde la había dejado.
Hammya, que había notado la pausa de Candado, volteó.
—¿Te sucede algo? —luego miró a su alrededor de forma aterrada—. ¿Sigue ella aquí?
—No, ya no.
Candado metió la mano en el bolsillo y sacó un caramelo. Lo desenvolvió y se lo llevó a la boca.
Siguió su camino, con las manos en los bolsillos de su gabardina, adelantándose y dejando atrás a Hammya. La niña, algo preocupada, se mantuvo cerca de Candado.
—¿A dónde vamos ahora?
—Al gremio. Tengo algo que hacer.
—¿Tengo que acompañarte?
—No —dijo Candado fríamente.
—Entonces, ¿puedo volver a casa?
—Eso sí puedes, ¿verdad?
Cuando dijo esto, Hammya miró hacia atrás con miedo, pero luego se acercó a Candado.
—Pensándolo bien, mejor te acompaño.
—Puedes ir a casa, te doy permiso —dijo Candado con sarcasmo.
—No, gracias. Estoy bien así, de verdad.
—Está bien —dijo él, mirándola a la cara—. Puedes soltarme ahora, me da cosa que me toquen.
—¿Las mujeres?
—No, cualquiera en general.
En ese momento, se escuchó el crujido de una rama, lo que hizo que Hammya lo soltara y se ocultara detrás de él. Candado no reaccionó, simplemente miró hacia el lugar de donde provenía el ruido.
—Sólo es un gato —dijo él de manera escéptica.
Hammya no se apartó de él.
—Estoy empezando a enojarme. ¿Qué te ocurre ahora?
Hammya se hizo a un lado y se quedó quieta unos segundos, hasta que se escuchó el canto de los pájaros volando.
—Está bien, haz lo que quieras —dijo él, ya rendido.
Candado se limpió el hombro derecho y continuó su camino, con Hammya asustada siguiéndolo o pegada a él. Durante el trayecto, Candado se concentraba en el ambiente que lo rodeaba, atento a cualquier ruido que pudiera ser perjudicial para él o para Hammya. Sin embargo, tenía claro que a esas horas de la mañana no había nadie, así que sabía que no había nada que pudiera molestarlo.
El día estaba nublado y se sentía el viento. En ese momento, a Candado se le ocurrió ir al gremio.
—Niña.
—¡¿QUÉ?! —gritó Hammya sorprendida.
Candado sacó su mano izquierda del bolsillo, levantó el meñique, y luego se lo llevó al oído, se rascó y, sin sacar el dedo de su oreja, la miró.
—¿Todavía vas a seguir molestando?
—Perdón, pero siento que hay alguien cerca de mí, muy, pero muy cerca.
Candado quitó el dedo de su oreja, la miró y luego lo volvió a meter en el bolsillo. Levantó la mirada y la miró a los ojos.
—Vaya, por primera vez tienes razón, alguien está muy, pero muy cerca de ti.
—¿Quién? —preguntó Hammya mirando en todas direcciones.
—Yo, niña tonta. ¿Quién más iba a ser?
—¿Acabas de insultarme?
—Rayos —dijo él, sacando un billete de cien pesos de su billetera, enrollándolo y arrojándoselo—. Y pensar que tu idea empezó con cinco pesos.
Hammya guardó el dinero con una sonrisa y luego miró a Candado.
—Sé que dijiste que serías más cortés conmigo, y también sé que intentas hacerlo, pero no puedes contigo mismo. Es por eso que me pagarás cien pesos cada vez que me insultes.
Candado se cruzó de brazos y se acercó a ella de manera amenazante.
—Es que no aguanto a la gente como tú.
Hammya se alejó y le acarició la cabeza.
—Si seguimos por este camino, vamos a hacer de ti una persona buena.
Candado tomó su mano y la apartó.
—No me interesa que alguien como tú me convierta en algo que ya soy.
—Podrás ser bueno en ciertas cosas, pero tu carácter es bastante horrible.
Candado no dijo nada, solo la miró un rato antes de darse la vuelta y marcharse.
—¿A dónde vas?
—Al gremio. Tengo cosas que hacer.
—¿Me vas a dejar así?
—Sí.
Hammya permaneció en silencio un rato, hasta que se dio cuenta de que él se estaba alejando rápidamente.
—¡ESPERA!
Luego corrió hasta alcanzarlo a la máxima velocidad.
Cuando llegaron al gremio, notaron que las ventanas estaban abiertas por fuera. También vieron a Anzor y Erika llevando una pila de libros de un lado a otro. Ambos se miraron entre sí; ella, confundida, y él, con frialdad, luego volvieron a centrarse en la ventana.
—¿Qué están haciendo?
Candado no respondió. En lugar de eso, se dirigió a la puerta, subió las escaleras y golpeó tres veces con el nudillo de su dedo índice y medio.
—¿Quién es? Ejemplo: si eres Candado, golpea una vez la puerta; si eres el inspector Joaquín de la A.T.S. (Agencia Tricolor de los Semáforos), golpea dos veces; si eres un Bailak, golpea tres veces; si eres otra persona que no sea las mencionadas, golpea cuatro veces. Si eres un circuito, por favor vuelve antes de que te liquidemos en este instante. Para finalizar, vete y no molestes.
Hammya se reía entre dientes, mientras que Candado hizo un gesto con los ojos, evidente que no toleraba bromas como esa.
—Ese estúpido.
Y haciendo un gran esfuerzo para no matarlo, dio un ligero golpe en la puerta.
—Usted ha afirmado ser Candado, pero lamentablemente no hay nadie hoy en este gremio. Por favor, déjese la vuelta y váyase. Estamos ocupados atendiendo a gente más importante que usted.
Candado frunció el ceño y atravesó la puerta con su puño izquierdo, mientras el otro lo mantenía en el bolsillo. Agarró del cuello de la camisa al sujeto y lo arrastró violentamente contra la puerta, estampillándolo y dejándolo atrapado bajo la mano de un Candado furioso. Una vez en su poder, dijo con voz suave y sarcástica:
—Hola, operador. Quiero que me abras la puerta antes de que te fracture el cuello.
Del otro lado de la puerta, Matlotsky, que había hecho ese chiste de mal gusto para Candado, decidió seguir con el juego, aunque esta vez no estaba tan seguro de sí mismo.
—Si eres un asesino compulsivo, no importa cuándo me lo digas, nadie te hará caso.
Candado aflojó su agarre, lo apartó de la puerta y luego lo arrastró violentamente más de cuatro veces, dejándolo inconsciente y delirante.
—Creo que las estrellas fugaces están frente a mí.
Luego de decir eso, Matlotsky se desmayó en el suelo. Candado dobló su brazo a la derecha, quitó el seguro de la puerta, la abrió, se acomodó la corbata y se sacó algunas astillas de su elegante saco.
—Maldito imbécil.
—Candado, creo que te has excedido —dijo Hammya, preocupada.
—¿Tú crees? Yo pienso que lo hice más guapo.
Luego, se acomodó la boina y se dirigió a la sala de reuniones, dejando a Hammya sola con un Matlotsky inconsciente. Candado pasó por la sala de juntas y vio que todos estaban ordenando papeles y carpetas.
—¿Qué sucede? —preguntó Candado, mirando a su alrededor.
—¿Qué pregunta, jefe? Estamos ordenando —contestó Pucheta.
Candado se dio la vuelta y vio a una persona oculta en la oscuridad.
—¿Quién eres?
—Soy un enigma.
Luego, una luz iluminó su cuerpo.
—¡ERIKA! Arruinaste mi presentación.
Candado volteó y vio a la niña con una linterna y una sonrisa maliciosa en su rostro.
—Te lo mereces por andar vagueando —dijo ella, mientras soltaba su risilla diabólica.
Candado hizo una mueca y le quitó la linterna de las manos. Luego se acercó a la habitación y la iluminó en la cara.
—Nunca pensé que volverías a pisar este lugar, Barreto Kruger.
Kruger: De cabello negro y peinado al estilo de Candado (Gardel), con los párpados pintados de rojo. Viste una camisa blanca, corbata azul, pantalones de gala grises, chaleco formal gris, zapatos negros formales con agujetas bien hechas y guantes negros. Tiene una gran autoestima, es muy serio y un poco demente psicótico. Aunque es indirectamente parte del gremio Roobóleo, fue expulsado por no asistir a las reuniones. Vive en Resistencia, pero pasa la mayor parte del tiempo con su tío en la isla. Es hermano gemelo de Joaquín Barreto.
Poder: Electricidad y rayos.
Habilidad: Es muy bueno en ataques sigilosos y macabros, y maneja muy bien el cuchillo militar que posee.
—Ya, quita esa maldita linterna de mi cara.
—Me sorprende que tu hermano te soporte —dijo Kruger, mientras apagaba la linterna y la arrojaba, sin darse la vuelta, a las manos de Erika—. Dime, ¿qué haces tú aquí?
—Je, no pensaba venir, solo acompañé a mi amigo.
—¿Amigo? ¿Tienes un amigo?
—Eso fue innecesario, Sektur.
—Maldito...
—Dejando eso a un lado, creo que ya es hora de que lo veas.
—¿A quién?
—Buenos días, Candado.
Se escuchó a sus espaldas, provocando que Candado volteara y lo viera.
—¿Walsh?
Walsh: De cabello rojo y crespo, con ojos verdes. Se viste igual que Kruger, pero con tonos verdes y morados. Usa guantes rojos con el rostro de un león blanco en la palma. Tiene una actitud alegre, sincera y amable, y es muy juguetón.
Poder: Fuego celeste.
Habilidad: Limpieza.
—Han pasado años desde la última vez que te vi.
—Walsh, solamente fueron siete meses y nueve semanas.
—He estado muy ocupado en Tierra del Fuego. Pensé en llamarte, pero después de ese incidente, no sabía cómo volver a verte la cara.
—Renunciaste.
—Sí, lo hice. Fue culpa mía que haya pasado eso.
—Te dije que no hubo heridos.
—Lo sé, pero pudo haberlos por culpa de mi ineptitud.
En ese instante, irrumpió Matlotsky, agarrándose la frente.
—Parece una telenovela de Ho…
El facón de Candado rozó la mejilla de Matlotsky, evitando que pudiera terminar de decir la frase, y se incrustó en la pared.
—Ca—llá—te —dijo Candado sin mirarlo.
Matlotsky volvió a desmayarse.
Luego, Declan caminó hasta el muro, sacó el facón y se lo entregó a Candado.
—Gracias —dijo Candado sin mirarlo.
—Espero que esté bien —dijo Walsh de manera preocupada.
—No te preocupes, estará bien —dijo Candado mientras guardaba su facón, y continuó—. Y bien, me alegra que hayas regresado a nuestro gremio. —Luego caminó hasta Walsh y le extendió la mano—. Bienvenido.
Walsh, al ver la mano de Candado, se sintió un poco inseguro, pero después de pensarlo unos minutos, levantó la mano y aceptó el apretón.
—Me alegra haber vuelto.
—Maricas —dijo Kruger de manera burlona.
—Te arrancaré la lengua.
Kruger se encogió de hombros, tomó unas cajas que había allí y se fue del lugar.
—Bien, con eso, tu estadía en el gremio ha sido renovada.
—Gracias.
En ese instante, se escucharon golpes en la puerta.
—¡GOLPEAN! —gritó Viki desde la otra sala, sentado y hojeando algunos apuntes.
Candado hizo una mueca y se dirigió hasta la puerta, acompañado por Anzor y Declan.
—¿Qué hacen?
—Somos tus guardaespaldas —dijeron ambos.
—No me jodan.
Candado llegó hasta la puerta, que tenía un gran agujero, puso su mano en el picaporte y la abrió.
—Disculpa por la puerta, se ha… Por Isidro.
Detrás de la puerta estaba Liv mirándolo a los ojos con una expresión apagada.
—¿Volviste a matarme?
Ni bien dijo eso, Anzor y Declan sacaron sus espadas y las apuntaron al pecho de Liv, esperando asustarla, pero fracasaron.
—Vine aquí para que me ayudes.
—Cesen.
Anzor y Declan guardaron sus espadas y se pusieron firmes.
—Ahora dime, ¿qué necesitas?
—Quiero unirme a este gremio.
—Olvídalo.
—¿Por qué?
—No me llamas la atención. Aquí solo entran los que despiertan una gran curiosidad en mí.
—Sé que estás enojado porque intenté matarte, pero por favor, ¿qué puedo hacer para entrar?
—Nada.
—Debe haber algo.
Candado recordó los desmayos que presenció mientras peleaba con ella, por lo que se interesó un poco en ella en ese aspecto. También le llamaba mucho la atención la armadura que usaba, y quería saber qué había cambiado en su conversación.
Candado se rascó la sien izquierda con su mano y pensó durante unos minutos. Luego la miró de arriba abajo.
—Puedes entrar si vences a estos dos.
—¿Perdón? —preguntaron ambos.
—Bien, lo haré.
—Pero antes de que empieces, ¿puedo preguntar por qué quieres unirte?
—Porque sufro de nefofobia, temor a las nubes. Por eso quiero que me ayudes a superar mi miedo a ellas. Ese es mi objetivo personal.
Candado quedó con los ojos muy abiertos al escuchar lo que había dicho, aunque su expresión no cambió.
—Ah, auch, lo siento. Debe ser horrible temer a algo absolutamente normal.
Luego miró a Anzor y a Declan.
—Peleen, por favor, en la sala inferior.
Anzor se inclinó y ofreció su mano a Liv.
—Por favor, señorita, acompáñame.
—No hagas tonterías y no te dejes ganar —dijo Declan de manera malhumorada.
Anzor invitó a Liv a entrar en la casa y la llevó hasta la sala, mientras Candado llamaba a los demás. Declan se encargaba de asegurar todas las entradas y salidas del gremio.
Declan caminó hasta una puerta roja, se acercó, la abrió, y adentro había una escalera que conducía a un lugar profundo y oscuro. Declan tocó un botón a su derecha y encendió todas las luces que había en su interior, provocando que Liv retrocediera.
—¿Le temes a la oscuridad?
—No, parece que me harán algo.
—No seas así. Si vas a unirte a nosotros, tendrás que confiar en nosotros —dijo Anzor.
—Bien —respondió Liv, y luego caminó sola por las escaleras.
Cuando llegó al final, se topó con una puerta redonda de madera. Puso su mano en el picaporte y la abrió. Al entrar, se encontró con un espacio muy grande, con asientos y una enorme cancha de arena.
—Dios mío.
—Fascinante, ¿no? Lo construyó Matlotsky como compensación por lo que le robó a Candado —dijo Anzor mientras caminaba hacia el centro de la cancha.
Liv caminó hasta donde estaba él y se quedó allí, esperando al otro contrincante.
Después de unos minutos, Candado bajó, acompañado por sus compañeros.
—Bien, me alegra que estés cómoda aquí, ya que me vas a mostrar de lo que eres capaz con ellos.
—¡ES ESA LOCA!
Candado le tapó la boca y la apartó a un lado.
—Disculpa los modales de Hammya. Sé que ella y yo tuvimos un encuentro poco amigable la primera vez, o la segunda, pero ahora actúa como si nada.
Luego, Candado usó su fuerza y obligó a Hammya a sentarse mientras mostraba una mirada perdida.
—Bien, ¿qué tengo que hacer?
Candado saltó al campo y caminó hasta Liv.
—Es muy sencillo: para entrar, debes ser castigada.
—¿Castigada?
—Por dos razones. Por intentar matarme y por atacarme por la espalda. Por eso vas a pelear con dos personas, y agradece que no son tres o cuatro, o peor.
—¿Peor?
—Conmigo —dijo mientras pegaba su frente con la de ella.
—Oh, bien.
Luego se separó y se dio la vuelta.
—Perfecto, ahora necesitas ganar —dijo él mientras regresaba a su asiento.
En ese instante, Declan saltó de la tribuna y cayó frente a ella. Luego levantó su brazo en forma de escuadra y colocó su codo bajo el mentón de Liv.
—No seré benevolente —dijo fríamente.
Después, se separó, se acomodó los guantes blancos y sacó su espada, clavándola en la tierra y apoyando ambas manos en ella.
—¿Qué haces?
Declan no contestó y solo la observó atentamente a los ojos. Luego, escuchó el desenvaine de una espada a sus espaldas, lo que hizo que Liv se diera vuelta y mirara hacia atrás.
—Suerte, niña —dijo Anzor mientras hacía exactamente lo mismo que Declan.
Liv comenzó a sentir nervios al ver a ambos de esa forma. Candado, que estaba en la tribuna, levantó una mano con una bandera roja y la ondeó de arriba abajo tres veces.
—¡EMPIECEN!
Cuando el grito de Candado llegó a los oídos de Anzor y Declan, reaccionaron y la atacaron. Liv dio un pequeño salto hacia atrás, pero ellos se movieron rápidamente y fueron tras ella. Liv sacó su espada y amenazó con un ataque, pero no tuvo éxito alguno. Esto provocó que Liv usara la invisibilidad.
—Eso no funciona conmigo —dijo Declan, dejando escapar un resplandor verde en sus ojos azules.
Luego se dirigió a la zona donde estaba ella y comenzó a dar estocadas con fiereza, dando la sensación de que estaba atacando al aire. Anzor, por otra parte, solo observaba, ya que él no tenía esa habilidad.
Después de unos minutos, Declan pudo atraparla de la muñeca y tirarla al suelo. Luego hizo girar su espada de manera vigorosa y la incrustó con todas sus fuerzas en ella.
Pero, antes de que su espada llegara a tocarla, Liv logró detenerla de manera eficaz e increíble con los dientes, provocando que todos los presentes se sorprendieran, excepto Candado, quien, sentado con los brazos cruzados, levantó una ceja.
—¿Qué? —dijo Declan, sorprendido.
Luego se dio vuelta rápidamente y le dio un golpe en el pecho. Por sus espaldas, Anzor venía a una velocidad increíble, saltó y se paró en sus hombros.
—Está jugando con ellos —dijo Walsh a Kruger.
—Es interesante —dijo Candado mientras observaba atentamente.
Luego de que Liv estuviera parada en los hombros de Declan sin perder el equilibrio, bajó de él y le propinó una patada en los omóplatos, lo que hizo que él soltara la espada. Antes de que pudiera celebrar su victoria, apareció una hermosa criatura blanca de la espalda de Liv, sorprendiendo nuevamente a todos los presentes.
—Un maestro de la espada, entonces esta tal Liv hace honor a esas armaduras —dijo Lucas.
Candado frunció el ceño al escuchar lo que había dicho Lucas.
—Maestro de la espada —susurró Candado para sí mismo.
La criatura era hermosa, con piel celeste clara y la forma de una bella mujer. Llevaba un tapado que cubría parcialmente su cuerpo, su cabello era gris y tenía un casco idéntico al de la diosa Atenea. Sus ojos eran blancos y cristalinos, su rostro mostraba una actitud fría, llevaba hombreras de oro y portaba una lanza de diamantes.
Declan estaba asombrado por lo que había visto, pero no se dejó intimidar. Hizo lo mismo, sus ojos se volvieron verdes y de su espalda emergió su propia criatura.
—Manejas muy bien a tu mascota —dijo Declan.
Luego se lanzó hacia ella.
—Ten cuidado —dijo la criatura de Liv, sin mover los labios.
Liv vaciló un poco, luego corrió hacia él, sacó su espada y se lanzó contra Declan a una velocidad increíble.
La criatura de Liv incrustó con todas sus fuerzas su lanza en el pecho de la criatura de Declan, pero este, con la fuerza que tenía, tomó la lanza de Liv y la trabó.
Mientras ambas criaturas peleaban, Liv y Declan luchaban ferozmente, espada contra espada. Cada estocada del irlandés hacía cada vez más difícil para ella detenerlo.
—No está peleando en serio, quiere cansarte para luego darte el golpe de gracia —dijo la criatura de Liv.
—Gracias, Midén.
En ese instante, apareció Anzor e invocó a su criatura, uniéndose a la pelea con Declan.
—Esto se va a poner feo —dijo Liv.
Después de decir eso, se agachó, extendió sus puños a cada lado de su contrincante y, de repente, sus guantes de armadura se desprendieron de ella y golpearon el pecho de ambos.
Luego se puso de pie, tomó su espada y comenzó a girar sobre su eje. De repente, un pequeño remolino apareció sobre su cabeza y empezó a atacar a ambos, pero Declan lo frenó con su palma. Cuando estaban a punto de desatar toda su energía, Declan saltó de la polvareda que había emergido del suelo a causa del remolino y, con su espada en mano, corrió hacia ella. Anzor, por su parte, se posicionó a su espalda, corriendo hacia ella con fiereza. Parecía que todo estaba perdido para Liv; su criatura no podría defenderla de dos ataques al mismo tiempo. Pero cuando el combate estaba a punto de culminar, Candado se puso de pie y gritó:
—¡BASTA!
En ese instante, todos se detuvieron.
Declan mostró disgusto en su rostro, pero no desobedeció a Candado. Se detuvo y guardó su espada, lo mismo hizo Anzor.
—Te has salvado —dijo Declan con voz áspera.
Por otro lado, Anzor golpeó los hombros de Liv con alegría.
—Buen combate. Espero que lo repitamos.
En ese instante, Candado saltó de su asiento y se dirigió hasta Liv. Luego tomó su mano izquierda y le entregó una insignia.
—Felicidades, has sido aceptada.
—Pero no he ganado.
—Si hubieran seguido peleando, probablemente habrían destruido este lugar. Lo importante es que me has dejado satisfecho —luego miró a su alrededor—. De ahora en adelante, ella será nuestra nueva compañera.
Todos estallaron en gritos y alabanzas, repitiendo el nombre de Liv una y otra vez. Anzor le dio una palmadita en la espalda, como diciéndole que lo había logrado, y luego corrió hacia Declan y se acercó a él.
—Vamos, señor disgustado, vamos a comprar algo para comer.
—No pienso pagar otra vez tu comida.
—Oh, vamos.
Mientras Liv observaba cómo el dúo se alejaba, Hammya apareció y le extendió la mano. Liv la miró extrañada, pero, temblorosamente, aceptó su mano.
—Perdón por llamarte loca. Ahora que estás aquí, me gustaría saber que no volverás a actuar de esa forma.
—Siento haberte atacado. Creo que debo disculparme cortésmente.
—No hace falta. Así está bien. Gracias.
En ese momento, irrumpió Ana, acercándose a las dos.
—Vamos, hagamos una fiesta.
—No te atrevas —dijo Candado mientras pasaba de largo desenvolviendo un caramelo.
—Oh, vamos, no seas desagradable.
—Vete un poco a la mierda —dijo Candado mientras subía las escaleras.
—¡CANDADO!
Hammya y Liv se rieron de lo que acababan de ver.