Las calles estaban invadidas por el caos y el sufrimiento; había muertos y heridos por todos lados. El fuego y la destrucción se esparcían por todos los rincones de la ciudad, como si hubiera sido bombardeada por aviones militares, similares a los del golpe de estado de 1955. El sonido de la ciudad se volvía cada vez más terrible; los gritos de sufrimiento recorrían todo el lugar, como si nadie pudiera detenerlos. Las carcajadas de Desza crecían, y el odio de los que lo perseguían también; ahora tenían claro que Desza no necesitaba una prisión, sino ser eliminado con una dolorosa y asquerosa muerte. Ya no quedaba razón para poner la otra mejilla.
Candado y el dúo lograron alcanzar a Desza en una vieja fábrica de tela. Sus rostros estaban inyectados de ira, excepto el de Candado, que parecía un héroe trágico. Todo le parecía tan normal y doloroso que no valía la pena mostrar culpa por ello.
—¡BASTARDO! —gritó Rozkiewicz lleno de ira.
—¡ERES UN CÁNCER PARA LA SOCIEDAD! —gritó Krauser, mostrando parcialmente sus cuencas.
—Has causado demasiado daño, Desza. Es hora de que pagues por ello.
Desza explotó en risas, pero era una risa enferma y desquiciada.
—El mundo es cruel, sucio, malvado e hipócrita. No necesita héroes como ustedes; necesita ser castigado por el mismo mal. —Luego miró a Candado—. Sé que estás de acuerdo conmigo. Tus ojos están muertos y me dicen que has visto demasiadas injusticias. ¿Por qué pelear conmigo cuando sus enemigos son ustedes mismos?
Candado sacó su facón y, con una actitud fría y sin sentimiento, dijo:
—Nunca me uniría a un desequilibrado mental.
En el otro lado de la situación, Jørgen sostenía una dura pelea con Declan y Anzor. Sus espadas no eran rivales para sus brazos de acero.
—Ríndete, nunca podrás conmigo —dijo Anzor.
—Eso ya lo veremos.
Jørgen corrió hacia él y lo agarró del brazo, pero Anzor le dio un puñetazo en la cara. Aun así, Jørgen no lo soltó y le respondió con un rodillazo en el pecho. Luego, Declan intervino con su esgrima; su velocidad era magnífica. Sin embargo, Jørgen utilizó su rapidez y lo agarró del cuello, comenzando a propinarle puñetazos a una velocidad increíble. Declan hacía lo posible por frenar los golpes. En ese instante, Anzor corrió hacia él con su espada, y Jørgen, al sentirlo acercarse, lanzó el cuerpo de Declan hacia él.
—Son unos débiles de mierda.
Mientras ayudaba a poner de pie a su amigo, Anzor dijo:
—Nunca subestimes a un ruso; nunca sabes hasta dónde llega su poder.
Después, sus ojos brillaron y adquirieron un tono rojo, mientras los de Declan resplandecían en verde.
—¿Listo, hermano?
—Cuando quieras —respondió Declan con una sonrisa.
Ambos se reincorporaron y prepararon sus espadas. De repente, unas criaturas surgieron de sus espaldas, desde la cintura hacia arriba. La de Anzor era roja, musculosa y tenía cuatro brazos, cada uno sosteniendo una espada. Poseía un tercer ojo en la frente, un bigote negro, ojos blancos y daba la impresión de ser un anciano. La de Declan era verde, musculosa, con dos brazos, calva y con cuernos similares a los de un toro. Sus ojos eran azules, llevaba brazaletes de oro en las muñecas y sostenía dos sables katana con cadenas conectadas a su arma.
—Cielos, veo que esto será difícil.
—Verás lo que es el verdadero poder de la Confederación Rusa.
—No lo creo —dijo Jørgen mientras hacía crecer la cuchilla de su brazo derecho.
Ambos corrieron hacia él a una velocidad increíble, dificultándole a Jørgen verlos. Anzor apareció detrás de él, y la criatura de cuatro espadas descendió con todo su poder. Jørgen apenas pudo defenderse y detenerlo con sus dos brazos convertidos en cuchillas. Luego, Declan atacó por la espalda de Jørgen. Este se percató y le dio una patada, pero la criatura soltó sus armas y lo agarró de la pierna. Después, lo alzó por los aires y lo arrojó al suelo. Anzor intentó encadenarlo, pero Jørgen se recuperó rápidamente y saltó lo suficientemente alto como para estar sobre sus cabezas. Decidió atacar al que le dificultaría menos la vida, eligiendo a Anzor. Descendió con todas sus fuerzas, golpeando a la criatura en la cabeza y en el cuello con sus piernas. Anzor incrustó su espada en el muslo de Jørgen, quien, lejos de sentir dolor, se soltó y con el mismo pie herido, dio un golpe tremendo en la espalda de Anzor.
Luego, Declan atacó con una velocidad impresionante, haciéndole difícil a Jørgen esquivarlo. Se notaban desgarres en sus ropas, pero en un momento, Jørgen tomó el brazo de Declan y lo fracturó con un golpe fuerte en el codo, provocando un grito de dolor. Con ese sufrimiento, su criatura reaccionó y lo atacó con el doble de velocidad, pero Jørgen le dio una patada en el mentón y después un puñetazo en el pecho. Declan, lejos de rendirse y aún dolorido, sacó su segunda espada e intentó incrustársela en el pecho de Jørgen. Este se dio cuenta y le dio una patada en el brazo, haciendo que soltara la espada. Luego, lo tomó del cuello, le dio un puñetazo y lo empujó lejos.
—¿No decías que me darías mi merecido? —preguntó Jørgen con su actitud fría.
—¡DECLAN! ¡ES HORA DE JUGAR!
Ambos se pusieron de pie, y sus cuerpos brillaron nuevamente. Sus criaturas comenzaron a curar a sus dueños; el brazo de Declan se curó y las heridas de Anzor también.
—Es hora del castigo —dijo Declan mientras ponía en posición su esgrima.
Anzor fue el primero en atacar; su velocidad le permitió desgarrar la espalda de Jørgen. Luego, intentó asestar un golpe mortal con sus cuchillas, pero Declan lo detuvo con su esgrima y le propinó un fuerte golpe con la cabeza. Su criatura tomó a Anzor del cuello y lo estampó contra el suelo, haciendo que Jørgen escupiera sangre.
—¡SUFRE LA CÓLERA DE HARAMBEE! —gritó Declan mientras seguía propinando golpes en el suelo.
Mientras la pelea entre estos tres continuaba, Walter, Sofía y Frederick sostenían una dura batalla con Rŭsseŭs, Azricam y Guz.
—Malnacida perra —dijo Sofía a Rŭsseŭs.
—Acéptalo, tus florecitas y animalitos no podrán contra mi lava y fuego.
—Rŭsseŭs, no te comportes de manera infantil, pelea en serio.
—Amargado.
—¡ESCUCHEN! Ríndanse, no hay razón para luchar. No tenemos nada contra ustedes. Solo váyanse y nunca más vuelvan a pelear con nosotros —dijo Guz.
—¡JAMÁS! —gritó Walter—. ¿Piensan que tomaremos nuestras cosas y nos iremos así nomás? Se equivocan. Nosotros no somos cobardes. ¿Y qué es eso de no pelear porque no nos conocen? Ustedes no conocían a nadie de los que atacaron ese día. Son unos malditos asesinos e hipócritas, y no pararé hasta acabar con cada uno de ustedes.
—Son tan cerrados y estúpidos, creen tanto en Harambee, una persona que no ha hecho nada por ustedes, pero sí ustedes por ella —replicó Azricam.
—En eso se equivoca, hermosura. Harambee nos liberó de gente como ustedes, y si hubiera una forma de traerla a la vida, entonces yo daría lo que sea, hasta mi vida —dijo Frederick.
—Sólo porque es bella —dijo Sofía.
—Bueno, ese sería el 80% de mi objetivo, pero el resto es por convicción (mentiroso).
—Cállense, creo que la diplomacia no funcionó, Guz.
—Es una pena que las cosas hayan llegado a este punto. Es triste derramar sangre mágica.
—Hipócrita —dijo Walter.
Las palabras no funcionaron; ambas partes protegían su ideología. Las cosas no hacían más que empeorar. En medio de las calles destruidas, estos tres frentes desatarían su más grande odio.
Rŭsseŭs fue la primera en atacar, atacando claramente a Sofía. Las concentraciones de su venganza se volvían más fuertes; cada uno de ellos quería destruir al otro.
Walter tomó la iniciativa de llevar a Azricam por delante de los edificios, estampillándolo con cualquier estructura que encontraba al frente, alejándolo más de la cercanía de sus camaradas.
Frederick decidió enfrentarse a Guz, quien no tuvo mejor idea que brindarle asistencia a Sofía peleando a su lado.
—Es hora de acabar con la basura.
Guz, con la mano en la espalda, hizo una seña para que viniera. Frederick lo tomó como un reto y lo aceptó, corriendo hacia él. Y Guz, con las manos en la espalda, invocó a uno de sus tentáculos, pero Frederick se volvió invisible, causando que estos fallaran y que su enemigo le diera un puñetazo por la retaguardia. Sin embargo, Guz lo detuvo con su mano izquierda, mientras la otra permanecía en su espalda.
—Nada mal.
—Pues déjame mostrarte más.
Frederick se liberó de la mano de Guz y desapareció nuevamente. Para protegerse de un luchador tan escurridizo como Frederick, Guz invocó un pequeño círculo de sombras extrañas con formas de brazos, en el cual se encontraba en el medio.
—Brillante, pero no te servirá de nada.
Luego, Frederick apareció sobre su cabeza, y antes de que pudiera hacer algo para defenderse, llamó a sus perros y lo atacaron. Después, cayó en medio del círculo y le dio una patada en el pecho. Luego, aplaudió, y sus animales se dispersaron.
Guz, que estaba estampillado en el muro de una tienda, se puso de pie y se fijó la máscara.
—Veo que eres muy hábil, a pesar de que tu forma de ser dice otra cosa.
—Siente la fuerza de Frederick Fliipoff.
Guz sacó dos tentáculos verdes de su espalda y los usó como extremidades más de su cuerpo para pelear.
—Ahí viene —dijo Frederick en forma de broma.
Luego, volvió a hacerse invisible y repitió su táctica. Pero Guz era inteligente, se aseguró de que no le hiciera el mismo truco dos veces. Así que, usando sus poderosos tentáculos provenientes de su espalda, se elevó por los aires, manteniendo ambas manos detrás de su espalda, como si fuera un profesional.
—Veamos hasta dónde llega tu especialidad.
Frederick volvió a dejarse ver, mostrando una sonrisa traviesa.
—Demasiado fácil.
Luego, se subió a un auto que había en la zona, le dio un puñetazo en donde se ponían las llaves y el auto arrancó. Después, se dirigió a una velocidad increíble hacia los tentáculos de Guz. Este, al enterarse tarde de lo que estaba por hacer, no pudo evitar que Frederick atropellara sus medios de estar de pie en los aires, y cayera a un edificio que había por ahí cerca.
Como Frederick no sabía frenar el coche, lo abandonó y saltó a un lado de la carretera. Luego, vio cómo el auto se dirigía hacia donde estaba Guz, que se estaba recuperando de la caída, y lo terminó chocando.
—¡SOY UN CAMPEÓN! —gritó Frederick.
Por otro lado, estaba Sofía, quien peleaba con Rŭsseŭs. Aunque parecía que ella sufría desequilibrio mental, era solo su forma burlona de ser.
El fuego y la lava estaban por todas partes, por lo que Rŭsseŭs tenía toda la ventaja del mundo. Sofía estaba en una zona donde no había nada a su favor, casi no había árboles, césped o hierbas, por lo que le resultó muy difícil. Tenía que ingeniárselas, pero aún así, sin naturaleza, se dio cuenta de que ella tenía las mismas habilidades que Rŭsseŭs, ya que manejaba el fuego y la lava, sorprendiendo a su rival. Este le dio una muestra de su poder al lanzarle toda la lava que tenía a su alrededor.
—Es imposible, se supone que manejas la naturaleza.
—No mentí, yo manejo la naturaleza. El fuego y la lava son parte de la naturaleza, solo que son desastres naturales.
Sofía sonrió y utilizó la lava como una armadura. Su báculo se había convertido en algo más que solo ramas; se había transformado en diamante.
—Es hora de la venganza.
Sofía corrió hacia ella y se encargó de devolverle todos los golpes que le había dado ese día en Resistencia. Sus poderes y habilidades mejoraron mucho aquel día. Rŭsseŭs había transformado sus puños en piedra caliza y procedió a dar golpes con ellos, pero Sofía los esquivaba. Finalmente, Rŭsseŭs la tomó del brazo derecho y la arrojó a un lado con todas sus fuerzas. Sin embargo, Rŭsseŭs, siendo una profesional, quemó el suelo con la lava que salía de las plantas de sus pies. Se sumergió en ellas y salió del otro extremo. Sofía se alejó de ella y le dio un golpe en el pecho, pero Rŭsseŭs lo detuvo y, mostrando una sonrisa, la lanzó por los aires. Después de hacerla girar un rato, la hizo volar hacia una de las casas allí. Sofía apagó la lava de su cuerpo y se transformó en piedra, y su báculo cambió de forma, dejando de ser diamante para convertirse en metal.
—Haz mejorado mucho, niña —dijo Rŭsseŭs mientras creaba una esfera chorreante de lava.
Sofía, como respuesta, lanzó su báculo hacia ella, pero Rŭsseŭs lo esquivó. Cuando se dio vuelta, Sofía ya no estaba. Luego, escuchó un ligero susurro en su oreja izquierda.
—Detrás de ti.
Asustada por el mensaje, Rŭsseŭs se dio vuelta y lanzó sus poderes a ciegas, quemando todo lo que encontró a su paso. Se detuvo al chocar con un camión que estaba allí y lo deshizo por completo. La respiración de Rŭsseŭs estaba acelerada; nunca antes le habían hecho eso. Luego, volteó y recibió un golpe sorpresa de Sofía con el báculo que había volado antes.
—Sorpresa.
Rŭsseŭs se indignó, y su cuerpo comenzó a endurecerse; sus ojos se volvieron negros y de sus cuencas salía una sustancia blanca como si fuera sangre.
—Es hora de acabar con esta tontería.
Sofía la empujó y se alejó de ella lo más que pudo. Luego, se puso en posición mientras golpeaba el suelo con su báculo más de tres veces.
—La canción de la naturaleza caerá sobre ti.
Las cosas se estaban volviendo muy peligrosas en el centro de las dos. Frederick se dio cuenta de que no sería un lugar seguro si desataban todos sus poderes y, al igual que Guz, quien había salido de los escombros, huyeron de allí para pelear en otro sitio.
Por otro lado, Walter y Azricam estaban sacándose el odio a golpes, la armadura blanca y bizarra de Azricam contra la "armadura" de Walter hecha de un cactus.
—Bestia, animal, asesino, no mereces esa armadura.
—Pues quítamela —luego sacó una espada de su cintura y lo señaló con ella—acércate y quítamela de mi cuerpo.
Walter hizo un gesto de repugnancia en su rostro y le disparó con espinas con las palmas de sus manos. Pero era inútil; sus espinas no podían atravesar la coraza dura de esa armadura.
—Llora, pequeño conejo —dijo Azricam de forma burlona.
—Eres malo para las frases ingeniosas.
—Es que no estoy hecho para eso.
—Ni yo.
Luego, estiró sus brazos y le dio un golpe en el pecho. Azricam a medias pudo detener ese mortal ataque, pero todavía podía luchar. Se puso de pie, sacó de la espalda una segunda espada y comenzó a girar en su propio eje a una velocidad increíble que ni el propio Walter Dussek podía ver.
—Oh, demonios —dijo Walter mientras reforzaba su armadura con pinchos por todas partes, pero estos eran más fuertes, más grandes y más duros.
—¡MUERE!
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—No.
Walter corrió hacia la tormenta que lo amenazaba con cortar. Luego pegó un salto y cayó al otro lado, volteó y mostró sus puños bien afilados con espinas y los lanzó desde sus nudillos. Sin embargo, estas eran muy duras y pesadas, sirvieron para frenar aquel remolino mortal al darle en el pecho y en el muslo. Esto hizo que explotara y volara por los aires, cayendo en el asfalto. La fricción del metano que emanaba el remolino, junto con los pinchos de metal, provocaron una reacción química que terminó con una explosión inminente, pero no lo suficientemente fuerte como para matar a Azricam.
—¿Yo hice eso? —se preguntó Walter mientras se miraba la mano.
Luego saltó del edificio en llamas para caer hacia donde estaba su enemigo, tirado en el suelo y desmayado.
—Creo que todo terminó.
Azricam abrió los ojos y agarró los pies de Walter. Luego le incrustó su espada en el pecho de Walter, pero para su sorpresa, este lo detuvo con ambas manos, sus palmas sangraban.
—Eso estuvo cerca, enano.
Walter salió de su armadura de la misma forma como lo hizo con Joel y se acercó a él. Luego lo tomó de las manos y le dio un mortal cabezazo. Su cabeza recibió un duro golpe sí, pero no tanto como lo sufrió su contrincante.
—¿Tienes la cabeza de piedra o qué? —le preguntó mientras se sostenía el casco.
Al ver que Walter tenía una franja de titanio en la frente, Azricam se sorprendió y se calló la boca.
—No solo el cactus es mi fuerte.
Azricam se puso de pie y lo miró atentamente.
—¿Quién eres?
—Averígualo.
Había un secreto que ocultaba aquel muchacho conocido como Walter Dussek, pero no sería revelado ese día.
Pero no todos peleaban afuera. Leandro, Celeste y Fiore tuvieron que luchar dentro de un hotel abandonado debido a los ataques explosivos desde hace unos instantes. El trío estaba persiguiendo a Dockly, quien había sido descubierto en el tejado tratando de dispararle a Candado en la cabeza. Su rifle fue destruido por un tiro certero proveniente de un arma mágnum de la mano de Celeste, quien no usó una mira telescópica para destruirlo a más de treinta metros.
Dockly, al ser descubierto, buscó refugio adentro del edificio para reorganizar un plan, ya que tres personas lo perseguían, una de las cuales no quería volver a ver: Leandro Maidana de Pøchclámak, con quien tenía muchas diferencias y peleas. La razón por la que huía seguía siendo un misterio.
El trío llegó a una zona que parecía el comedor, grande y desordenado por las explosiones afuera. Leandro comenzó a buscar a su alrededor, consciente de que lo estaban observando.
—Oh demonios—dijo Walter mientras reforzaba su armadura con pinchos por todas partes, solo que eran más fuertes, más grandes y más duras.
—¡MUERE!
—No.
Walter corrió hacia la tormenta que lo amenazaba con cortar, luego pegó un salto y cayó del otro lado, volteó y mostró sus puños bien afilados con las espinas y las lanzó de sus nudillos, pero estas eran muy duras y pesadas, por lo cual sirvieron para frenar aquel remolino mortal con darle en el pecho y en el muslo. Haciéndolo explotar y volar por los aires y caer en el asfalto, la fricción del metano que emanaba ese remolino que había creado él, más los pinchos de metal, hicieron una reacción química que terminó con una explosión inminente, pero no llegó a hacer lo suficientemente fuerte como para matar a Azricam.
—¿Yo hice eso?—se preguntó Walter mientras se miraba la mano.
Luego saltó del edificio en llamas, para caer hacia donde estaba su enemigo, tirado en el suelo y desmayado.
—Creo que todo terminó.
Azricam abrió los ojos y lo agarró de los pies, luego le incrustó su espada en el pecho de Walter, pero para su sorpresa, este lo detuvo con ambas manos, su espada no llegó a traspasar su tórax, pero sus palmas sangraban.
—Eso estuvo cerca, enano. Walter salió de su armadura, de la misma forma como lo había hecho con Joel, y se acercó a él, luego lo tomó de las manos y le dio un mortal cabezazo, su cabeza recibió un duro golpe sí, pero no tanto como lo sufrió su contrincante.
—¿Tienes la cabeza de piedra o qué?—le preguntó mientras se sostenía el casco. Pero al ver que Walter tenía una franja de titanio en la frente, se sorprendió y se calló la boca.
—No solo el cactus es mi fuerte. Azricam se puso de pie y lo miró atentamente.
—¿Quién eres?
—Averígualo. Había un secreto que ocultaba aquel muchacho, conocido como Walter Dussek, pero no sería revelado ese día.
Pero no todos peleaban afuera, Leandro, Celeste y Fiore, tuvieron que pelear adentro de un hotel abandonado, debido a los ataques explosivos desde hace unos instantes. El trío estaba persiguiendo a Dockly. Quien había sido descubierto en el tejado tratando de dispararle a Candado en la cabeza, pero su rifle fue destruido por un tiro certero proveniente de un arma mágnum de la mano de Celeste, sin usar una mira telescópica lo destruyó a más de treinta metros. Dockly, al ser descubierto, buscó refugio adentro del edificio que estaba a su alcance para reorganizar un plan, ya que le perseguían tres personas, una de las cuales no quería volver a ver, se trataba de Leandro Maidana de Pøchclámak, tenía muchas diferencias con él así como peleas, la razón por la que él huía seguía siendo un misterio. El trío llegó hasta una zona que parecía el comedor, era bastante grande y desordenado, seguramente por las grandes explosiones que ocurrieron afuera, Leandro comenzó a buscar a sus alrededores, se había percatado de que lo estaban observando.
—Cele.
—Sí, lo sé—dijo ella mientras sacaba sus armas.
—¿Qué, que saben?—preguntó Fiore.
—El enemigo está cerca y me gustaría que no usaras tus dotes de explosivo para esta ocasión—dijo Leandro.
—¿Por qué?
—El edificio caería sobre nosotros—concluyó Celeste.
Y desde la oscuridad, parado en un candelabro, apuntó con su escopeta wínchester, su habilidad era muy increíble, se movía tan cuidadosamente que el candelabro no se movía ni hacia ruido alguno, era bastante profesional, pero su suerte no duró mucho, cuando quitó el seguro de su arma hizo un ruido pequeño e insignificante, pero este llegó a los oídos de Leandro.
—¡ARRIBA! Celeste se dio vuelta y disparó al aire, claro que no prestó atención a su objetivo sin mencionar que estaba oscuro, pero las balas asustaron a Dockly y se cayó de donde estaba parado y terminó en el suelo.
—Es hora de matar—dijo él mientras los apuntaba con su Winchester.
—Dockly amigo, creo que has cambiado bastante desde la última vez que nos vimos. —Sí, la misión de la casa de los subyugados ¿Lo recuerdas?
—¿Cómo olvidar?
—Tú viste lo que hacían los gremialistas.
—Ellos no eran gremialistas.
—Confié en Harambee y ella me traicionó.
—...
—Eres un sucio corrupto. Leandro levantó las manos y tiró su cuchillo. —Vamos, no quiero lastimarte, somos amigos desde hace tiempo.
—Ya no lo somos—luego quitó el seguro nuevamente del arma. Y cuando estaba por disparar, Leandro se hizo invisible y gritó.
—¡AHORA! Dockly apuntó a Celeste y le disparó, pero ella se escondió detrás de una mesa, luego Fiore, armada de un pico, corrió hacia él y lo desarmó. Luego apareció nuevamente Leandro, pero por la espalda, y tomó de los brazos de Dockly.
—Estás arrestado.
—Creo que debes sacarte ese pasamontañas de mierda, no engañas a nadie.
—Vamos, creo que ya es hora de que te rindas. Dockly se rió.
—Nunca lo haré. Luego se soltó, y trató de golpearlo, pero Leandro detuvo todo sus ataques con su mano izquierda.
—Siempre diste asco con las peleas de cuerpo a cuerpo. Celeste salió y comenzó a dispararle, pero Dockly tomó su wínchester y comenzó a dispararla, pero ninguna de las balas le dio.
Fiore también era hábil en la pelea cuerpo a cuerpo, lo que dificultaba que Dockly pudiera mantenerse a raya. Sin embargo, todo cambió cuando Dockly sacó dos granadas de su cartera y las arrojó al aire, para luego correr y ocultarse en otra habitación.
—¡ABAJO! —gritó Celeste.
Pero Fiore reaccionó rápidamente, interceptó ambas granadas en el aire y las lanzó por una ventana cercana, alejando así la explosión mortal y los daños potenciales. Cuando las granadas estallaron, solo se rompieron algunos fragmentos de vidrio.
—¡BÚSQUENLO! —ordenó Leandro.
A pesar de que Dockly había logrado escapar momentáneamente, aún ansiaba luchar contra su antiguo amigo.
Mientras los conflictos se desataban en todas partes, el equipo de Candado, liderado por Héctor, se ocupaba de ayudar a los heridos y enfrentarse a extraños lacayos hechos de piedra cuyo origen resultaba desconocido. Carolina se encontraba inmersa en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con Chesulloth. Con la ayuda de Clementina, la ametralladora mortal del androide, la situación se volvía complicada. Carolina, acostumbrada a entrenar con Candado en los últimos meses, mostraba habilidades destacadas en combate y hasta ahora le iba bastante bien.
Mientras tanto, Kevin, Martina, Andersson y Hammya se encontraron con los hermanos Wandering e Isabel. Uno de ellos demostró estar bastante feliz al encontrarse con Hammya.
—Veo que nos encontramos de nuevo, niña del cabello verde.
—¡VOS ERES AQUELLA LOCA! —gritó ella mientras se ocultaba detrás de Martina.
—¿Ya se conocen?
—Trató de matarme hace unos meses atrás, está desquiciada.
—Veo que mostraste tu verdadera naturaleza, ¿No es así, Jane?
—Cállate, Isabel, recuerda que el enemigo está al frente.
—No sé de qué se conocen, pero a mí parecer, esto será brillante —comentó Andersson.
—Lo que haya dicho el ruso.
—Por última vez, Kevin, soy sueco.
—¡Al ataque! —dijo él, ignorando a Andersson.
Kevin fue en busca de Joel, mientras Andersson se quedó para proteger a Hammya, quien no era muy hábil en este tipo de situaciones. Martina se dirigió hacia Jane, quien, a ojos de los demás, demostraba ser bastante temeraria.
—No se aleje de mí, señorita Hammya.
—Es que yo puedo sola.
—No, en serio, no se aleje de mí, porque Candado me ordenó explícitamente protegerla.
—¿Él hizo eso por mí?
—Sí, así que no se aleje.
A pesar de sentirse conmovida, Hammya comprendió que no era el momento ni el lugar para dejarse llevar por esos sentimientos. Mantuvo la alerta máxima mientras Andersson luchaba contra Isabel.
—Eres bueno, para ser alguien de Cerámico.
—Soy de porcelana —luego se arregló el pañuelo y corrió hacia ella.
Isabel, armada con una pequeña hacha, comenzó a atacar a Andersson. Aunque no se notaba, Andersson era hábil en ese tipo de combate. Permitió que le cortaran el brazo izquierdo para luego agacharse, darle una patada en el abdomen, y alejarla de él y de Hammya.
—¿Valió la pena hacerlo? —preguntó Isabel con tono burlón.
Pero se sorprendió al ver que el brazo de Andersson volvía a su lugar, los pedazos se unían y conectaban de nuevo a su herida.
—Sí —luego abrió y cerró la mano que había perdido—, valió la pena.
A lo lejos, Gabriel observaba la pelea desde un edificio, pisando la nuca de un individuo muerto. A sus espaldas, miles y miles de cadáveres y sangre se extendían por todas partes.
—Despejado —expresó Gabriel, quitándose el sombrero.
Uno de los cuerpos se movía, aún estaba vivo. Sacó un arma de su bolsillo y lo apuntó. Gabriel, entretenido y de espaldas, comentó:
—Eso es de mala educación —susurró al oído del individuo, poco antes de enterrar su mano en su espalda y arrancarle el corazón.
Gabriel lo observó y luego lo tiró.
—Mi trabajo está hecho —manifestó Gabriela mientras abandonaba el edificio con las manos en los bolsillos.
Kevin y Martina se enfrentaron a Jane y Joel.
—Son débiles —dijo Jane.
A lo que Kevin respondió tomando a Jane del cuello y lanzándola al aire.
—Ups, perdón por ser débil.
Luego apareció Joel y envolvió a Kevin con una especie de hilo de metal por todo el cuerpo, clavándole agujas en el brazo, el tórax y las piernas. Martina intervino, cortando los hilos y ahuyentando a Joel.
—Maldita rata —dijo Kevin mientras se sacaba las agujas.
Después, Jane apareció con su espada desenvainada y corrió hacia Kevin, quien le hizo cortes por todo el cuerpo. Kevin tomó la espada y la apretó con fuerza hasta destruirla.
—Creo que rompí tu juguete, ahrre.
Jane invocó cadenas de su espalda y del suelo, atacando a Kevin. Sin embargo, este tomó las cadenas que salían de su espalda y dio un tirón muy fuerte hacia él. Luego la alzó por los aires, la revoleó por más de seis segundos y la soltó. Jane se estrelló contra un muro, que no se rompió, pero sí su espalda.
—¿Quién eres? —preguntó Jane mientras se ponía de pie.
Kevin se paró firme, llevando su brazo al pecho en forma de escuadra, mientras que el otro lo llevaba a su espalda.
—Soy un gremialista —dijo con orgullo.
De repente, una cadena se envolvió alrededor de sus pies.
—Bueno, esto no me lo esperaba.
Luego, Jane hizo un gesto con la mano y lo arrojó al aire, bien lejos.
—¡KEVIN! —gritó Martina mientras peleaba con Joel.
—No te preocupes, iré tras él —dijo Jane. Luego sacó cuatro cadenas de su espalda y lo siguió.
El cuerpo de Kevin cayó en un zoológico, en una jaula vacía, pero con agua de hecho.
—Dios, esa pelotuda sí que hace daño.
Luego se puso de pie y comenzó a caminar por el lugar hasta encontrar una salida. Kevin le dio un golpe y abrió la puerta, luego recorrió la zona. Era un zoológico vacío, no había ningún animal, o eso pensaba. Pudo notar que había por lo menos tres animales: un delfín, una lechuza roja de Madagascar con ojos azules y un oso panda bebé, aparentemente asustado.
—Pero qué...
Luego sintió algo bajo su pie; este se hizo a un lado y vio una tortuga pequeña que se ocultó dentro de su caparazón.
—Uy, perdón.
Luego se inclinó y agarró la tortuga, le quitó la tierra que tenía en su caparazón y le miró por el agujero donde tenía oculta la cabeza.
—Me alegra que estés bien y que tu caparazón sea duro.
Cuando dijo eso, la tortuga sacó la cabeza y sus cuatro extremidades para caminar por la palma de él. Kevin mostró una sonrisa.
Pero esa alegría no duró, ya que Jane apareció y destruyó la puerta de la entrada.
—Aquí estás, animal.
Kevin puso la tortuga en su bolsillo y se preparó para el ataque.
—Veo que eres una rencorosa, ¡PREPÁRATE!
Jane corrió hacia él, y con sus brutas cadenas que salían de su espalda, como unos brazos más, tomaron a Kevin por sus piernas, pero este se liberó con pisotearlas. Luego, huyó de ahí y se ocultó en una de las jaulas que había allí, donde estaba oculto un panda bebé.
Jane lo buscó por todo el lugar, ya que le había perdido de vista en el momento cuando Kevin había dado la vuelta para ocultarse.
—Sal, amigo, porque destruiré todo este lugar.
El panda gruñó cuando ella pasó cerca, provocando que esta se volteara y vuelva por donde había oído aquel sonido.
Kevin le tapó la boca con las dos manos y miró a su alrededor, buscando un lugar donde salir, hasta que encontró uno de los barrotes de la jaula fuera de lugar. Tomó al panda bajo su brazo y corrió al otro extremo de la jaula, provocando que Jane lo viera.
—Ahí estás —luego comenzó a dispararle con extrañas balas de metal que salían de la palma de sus manos.
Pero Kevin las esquivaba todas y lo hizo así, hasta llegar a la otra punta de la jaula del oso. Le dio un puñetazo y salió de ahí, luego soltó al panda y le hizo señas para que se alejara. En un principio funcionó, pero para cuando se dio vuelta, el panda le estaba abrazándolo.
—No, no, no, no, lárgate.
Luego comenzó a agitar su pierna.
—Sultame, te digo, deja mi pierna en paz.
Pero el oso seguía agarrado a él.
—Bola de pelos en blanco y negro, suéltame.
Pero entre más y más perdía el tiempo tratando de sacarse el panda de encima, Jane apareció al frente de él, destruyendo una pared de ladrillos que los separaba.
—Genial, los problemas no hacen más que multiplicarse.
Kevin tomó al panda una vez más y huyó del lugar.
—¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? —preguntó Jane mientras acariciaba sus cadenas.
—Hammya tenía razón al decir que está desquiciada.
Kevin dobló una esquina y vio un árbol, y al verlo, le dio una idea y entonces lo trepó y puso el oso en una de las miles de ramas resistentes.
—Ahora sé un buen oso panda y déjame en paz.
Kevin bajó, se acomodó la máscara y fue tras ella, y cuando esta le vio, preparó sus cadenas para atravesarlo.
—Es hora de que mueras.
Pero mientras Kevin iba corriendo y se dirigía hasta Jane, sus puños comenzaron a crear una esfera de energía de color azul con blanco con sus ambas manos, y a medida que se iba acercando, la esfera crecía y crecía, lentamente, pero crecía.
Jane, al notar esto, comenzó a reírse de él y guardó sus cadenas de nuevo en su espalda, para invocar nuevas desde los suelos y atacarlo a él.
—Sí así quieres jugar, pues bien, no permitiré que te acerques a mí.
Las cadenas seguían y seguían, y cada una de ellas atacaba a Kevin, pero este, muy audazmente, las eludía a cada una de ellas, y cuando estaba lo bastante cerca. Jane sacó una cadena de su pecho y se dirigió hasta él, Kevin se asustó y se movió a un lado, provocando que la cadena cortara uno de los pliegues de su máscara, y que esta se callera en el suelo.
Jane se rió de ver que por un pelo iba a estar muerto, y que su magia había desaparecido, probablemente por la caída.
—¿Qué te ha parecido?
Kevin se puso de pie y volteó para verle a los ojos, provocando que Jane borrara esa sonrisa de su cara.
—¿Qué? ¿Un Bailak?
Y antes de poder hacer algo, Kevin corrió hacia ella y la pegó con su energía, la misma que estaba creando hace unos segundos, en su pecho, causando que ella volara por los aires y se estrellara con una de las jaulas, rompiendo los barrotes y el muro.
En ese instante, Joel, quien estaba peleando con Martina en el techo de un edificio, sintió una mala señal que recorría desde su cintura hasta su cabeza.
—Jane —dijo mientras forcejeaba con Martina, luego miró a sus espaldas— hermana.
Luego volvió a concentrarse, la empujó con todas sus fuerzas lejos de él, y miró hacia el zoológico, sentía que su hermana estaba en peligro. Después sacó de su bolsillo unas agujas muy grandes atadas a hilos de metal y se tiró del edificio, y armado con esas agujas, lanzó muchas de ellas a casa para seguir su camino, como hacen los monos con las lianas.
—¡JOEL! —gritó Isabel, quien estaba viendo cómo este huía de la batalla.
Luego miró a Andersson, quien no había sudado ni estropeado sus ropas durante el combate.
—Siento no poder seguir con esto, un cobarde acaba de huir, y yo no puedo sola.
—¿Qué?
Isabel golpeó el suelo con su puño, y de la nada emergió un extraño humo verde.
—Se está escapando, síganla —dijo Hammya.
Andersson, quien se abanicaba con su mano para alejar el humo, dijo.
—Parece que Kevin está en problemas, hay que seguirla —se arregló el pañuelo y miró a Martina— ¡HEY! Tu hermano está en peligro, hay que seguirla.
Mientras Andersson y los demás seguían a los Testigos, pasaba algo en el zoológico, tal vez lo más importante de todas.
Kevin tomó su máscara y el pliegue que se le había cortado, lo colocó de nuevo, soldando con su dedo convertido en un soplete, luego se la colocó y caminó hasta donde estaba Jane. Cruzó la jaula que había sido destruida por el impacto del cuerpo de Jane, saltó el muro, o lo que quedaba de él, y llegó hasta una moribunda Jane.
—Vos… Se suponía que ya no quedaban más de ustedes.
—Pues el mundo no es lo que parece.
—¿Por qué una raza tan fuerte y pura como ustedes están del lado de los Gremios? Se supone que ellos les dieron la espalda cuando los exterminaban.
—Yo no sigo al gremio.
—Pero dijiste que…
—Dije que era un gremialista, pero no uno de la O.M.G.A.B., sino uno de Candado.
—¿Cómo puedes seguirlo?
—Porque él me mostró algo que nunca vi en los gremialistas, confianza.
—Elegiste un mal bando.
—Eso lo dirá el tiempo, cosa que nunca más volverás a ver.
—¿…?
—Me has visto, como dijiste, los Bailak ya no existen, por lo tanto, debe seguir siéndolo.
—El mundo es tan llamativo.
Kevin transformó su brazo derecho en una espada pero, cuando estaba por matarla, apareció Joel a su espalda y le cortó el brazo con sus hilos.
Kevin, ajeno al dolor, volteó y quiso matar a la persona que venía tras de él, pero Joel apareció a su lado derecho y le cortó la cabeza.
Tomó a su hermana inconsciente y salió de allí. Al segundo llegaron Martina, Andersson y Hammya, quienes vieron a Kevin tirado en el suelo con su cabeza cercenada y un charco de sangre enorme. Hammya y Andersson soltaron lágrimas al ver a su amigo muerto.
—¿Por qué lloran? —preguntó Martina.
—¿No estás triste? Tu hermano se fue —dijo Hammya.
En ese momento, Martina tomó la cabeza de Kevin y la unió con su cuerpo.
—¿Qué haces? —preguntó Andersson.
—Kevin, hermano, fuiste muy descuidado —dijo ella mientras unía la cabeza como si fuera una tapita de gaseosa.
—Mierda, eso sí dolió —dijo Kevin mientras tosía.
—Estás vivo —dijo Andersson muy feliz.
—Sí, lo estoy —luego se puso de pie, con ayuda de Martina, y miró al dúo— ¿Qué cuentan?
Andersson quedó sorprendido, y Hammya se desmayó, pero antes de que cayera al suelo, Andersson la detuvo.
—Veo que la niña no está acostumbrada a todo esto.
—Dale tiempo —dijo Andersson mientras trataba de ponerla de pie.
En ese momento, su brazo creció de nuevo y sus ropas se arreglaron.
—Bien, es hora de irse.
Pero cuando Kevin dio un paso, sintió su pierna más pesada, luego bajó la vista y ahí lo vio, el oso panda agarrado a su pierna.
—Vos otra vez, ¿No tenés otra cosa que hacer?
En ese instante, un búho rojo se paró en el hombro de Andersson.
—¿Qué? ¿Y vos quién sos?
La lechuza cantó y se anidó.
—Nah, que se le va a ser, te voy a llamar Redy.
Luego acarició su cabeza.
—Me alegro por ti, ahora ayúdame a quitármelo de encima.
—¿Por qué no lo adoptas? Mamá dijo que los Bailak elegían a sus animales y ellos a los Bailaks —dijo Martina.
—Sí, pero no estoy preparado —luego comenzó a tirar de las patas traseras del oso—suéltame de una vez.
—Vamos, te va agradar.
Kevin cedió y se agachó y miró al oso fijamente, este bostezó, pero aún tenía sus ojos en él, pero luego de unos segundos, los ojos del panda se volvieron celestes y brillaron.
—¿Qué hiciste? —preguntó Martina.
—Lo adopté.
—¿Con hacerle una competencia de miradas?
—No, lo que usé se llama Línguro, que en nuestro idioma significa amigo, es una magia en la cual intercambiamos almas y corazones, manteniéndonos unidos para siempre.
—Guau —dijo Andersson, tratando de que Hammya no se caiga, pero después de unos golpecitos, esta se levantó.
—¿Qué sucede?
—Veo que has despertado.
—Kevin, estás vivo.
—Pues claro que estoy vivo, soy un Bailak —luego volteó—¿Verdad Martina?.... Ah, ¿Dónde se metió?
En ese instante se escuchó un ruido proveniente de la zona acuática y un grito de alegría.
—¡YUPI!
En ese instante, vino con una pecera que brillaba, y con un delfín diminuto.
—¿No es bonito acaso?
—¿Qué le hiciste a ese delfín?
—Lo adopté, y con mi magia Línguro, pude hacerle pequeño para que entrara aquí.
—Dios, todos tienen mascota menos yo —dijo Hammya.
En ese momento, Kevin metió su mano en su bolsillo y sacó una tortuga, luego la colocó en las manos de Hammya.
—Bien, con eso ya está.
—¡HURRA! Te voy a poner Lentejuela.
—¿Por qué? —preguntó Kevin.
—Porque es lento.
—Oh, entonces a ti te pondré Masha —dijo Martina a su delfín.
—Bien, me alegro. ¿Podemos irnos?
—¿Cómo le pondrás a tu amigo? —preguntó.
Kevin miró al panda y dijo.
—No tengo idea.
—Piensa un nombre.
—Bien, lo haré —luego se llevó la mano a la cabeza, y después de unos minutos, dijo—. Lo llamaré Pochongi.
Todos se rieron del nombre tan gracioso que le puso.
—¿Qué les ocurre?
—Pochongi, el panda.
Todos volvieron a explotar de la risa.
En un momento de tensión, ellos lo aliviaban con risas y se siguieron riendo mientras salían del zoológico.