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CORAZÓN SENSIBLE

El 19 de marzo, después de cinco días sin clases, la escuela abrió sus puertas una vez más. Entre los alumnos que regresaban se encontraban Candado y sus amigos. Sin embargo, no fueron los únicos en iniciar el nuevo ciclo educativo.

Martina y Kevin lograron ingresar a la escuela gracias a identidades falsas, un hogar ficticio y un tutor que solo existía en el papel. Todo esto fue posible gracias a la generosidad financiera de Candado. Al principio, Kevin se mostraba renuente a la idea de asistir a la escuela, pero con algunas súplicas de Martina y un pequeño soborno de dulces, finalmente cedió. Sin embargo, su consentimiento tenía una condición: Martina debía asistir a la escuela con él. Candado, astuto como era, incluyó el nombre de Kevin en la nómina escolar, a pesar de que, debido a su edad, debería haber estado en la secundaria. Los profesores pasaron por alto esta discrepancia y aceptaron la presencia de Kevin.

Inicialmente, Esteban no podía creer la buena relación que tenían los dos Bailak con Candado. Era una situación inusual, especialmente en lo que respectaba a Addel, quien en el pasado había desconfiado de Kevin pero ahora lo consideraba un amigo.

El día en la escuela transcurrió de manera agradable. Las mellizas copiaban ejercicios de lengua, Héctor y Lucas se pasaban notas sobre ideas científicas, German, Matlotsky, Anzor y Declan charlaban sobre diversos temas, desde fútbol hasta cartas, chistes y planes para el futuro. Viki, Ana María y Pio sostenían animadas conversaciones entre ellas, mientras que Hammya se esforzaba por ponerse al día con la tarea acumulada. Clementina estaba atenta a todo lo que ocurría, incluso observaba lo que hacía su joven patrón, Candado, quien se limitaba a ocupar una silla y copiar los apuntes del programa docente en su cuaderno. De vez en cuando, Hammya lo instaba a ayudarla con ciertos temas, pero más allá de eso, Candado no hacía mucho más.

Kevin, quien se había llevado bien con Candado en los días previos, se dedicaba a copiar los deberes utilizando sus poderes. Hacía levitar su bolígrafo y este escribía automáticamente todo lo que necesitaba. Su único trabajo era mover su dedo índice para guiar el bolígrafo mientras este completaba las tareas.

De vez en cuando, Kevin apartaba lo que estaba haciendo para observar a Martina. A pesar de que había sido idea de ella asistir a la escuela, Martina no se sentía del todo cómoda debido a la presencia de dos jóvenes que no paraban de murmurar a sus espaldas. No hacía falta ser un genio como Einstein o un científico como Hawkins para adivinar de qué hablaban; se burlaban de Martina por su estatura y por el curioso tatuaje que tenía en la frente.

Esto irritaba profundamente a Kevin, así que ideó un plan para enseñarles una lección a esos molestos individuos. Sacó cuatro lápices, los afiló meticulosamente con un sacapuntas y los colocó ordenadamente en el suelo. Con una sonrisa, hizo que los lápices rodaran hasta los pies de los dos mocosos. Luego, pidió prestado un espejo a su compañera de banco, Tarah, y continuó con su tarea.

Kevin posicionó el espejo cerca del final de su escritorio y lo orientó para que apuntara a los objetivos. Una vez que todo estuvo listo, movió su dedo índice y los lápices comenzaron a levitar en el aire. Se separaron y dos de ellos se dirigieron al banco de uno de los mocosos, mientras que los otros dos se dirigieron a la mesa del otro. Una vez en posición, Kevin movió sus manos y los lápices comenzaron a pinchar a sus víctimas. Inicialmente, lo hizo lentamente para sembrar la intriga en los chicos, pero luego aumentó la velocidad y la destreza de los lápices, evitando cuidadosamente ser detectado por sus objetivos.

Los pinchazos eran precisos y se dirigían a lugares incómodos: codos, brazos, piernas, manos, glúteos y partes de la nuca. A medida que continuaba su acto, los dos chicos acosadores comenzaron a desesperarse y se movían frenéticamente en busca de la fuente de su molestia. Sin embargo, esto solo empeoraba la situación, ya que ofrecían nuevos blancos para los lápices de Kevin. Aunque le resultaba difícil contener la risa al observar la situación, Kevin se esforzaba por mantener el control sobre los lápices mientras sus víctimas caían en su trampa.

—Imbéciles —dijo mientras trataba de no explotar de la risa.

Entre forcejeo y forcejeo para saber quién diablos los estaba pinchando, calcularon mal uno de sus movimientos y se llevaron la mesa con ellos al suelo. La profesora, quien estaba escribiendo en el pizarrón, volteó, y al ver a estos dos tirados se dirigió hasta ellos. Kevin aprovechó y trajo sus lápices de manera cautelosa y rápida. Puso su brazo izquierda atrás de su espalda, abrió su mano, y vinieron volando sus cuatro lápices, verde, rosado, rojo y naranja.

En cuanto a los dos mocosos, fueron llevados a la dirección por la profesora a recibir unos cuantos sermones aburridos. Cuando todo finalizó, Kevin empezó a reírse entre dientes por conseguir que su plan haya funcionado a la perfección, pero ni bien se reía, sintió un fuerte librazo en la cabeza. Kevin alzó la vista y vio a un Candado con una expresión fría.

—Está prohibido usar magia para lastimar o molestar a otros.

—Relájate, estaban molestando a Martina y les di su merecido.

—No es razón suficiente, no lo hagas en clase y punto.

—Bien, no lo volveré a hacer, ¿feliz?

—No —Candado golpeó a Kevin nuevamente en la cabeza con su libro y continuó—. Ahora sí, estoy mejor.

Ni bien le hizo eso, Candado se dirigió hasta su banco y Kevin siguió escribiendo con su lapicera voladora, mientras estaba cruzado de brazos. Pero ni bien se sentó, Matlotsky y Lucia levantaron la mano y le hicieron una seña a él.

—Genial, ¿ahora qué?

Candado dejó su libro en la mesa y se acercó hasta donde estaban ellos, con las manos en los bolsillos.

—Hola Candado, hermoso día ¿no?

—Ve al grano Matlotsky, ¿qué necesitan?

—Queremos que nos ayudes a estudiar la historia, ya sabes, el viernes tenemos un examen de historia, referido al 24 de marzo.

—Bien, me sorprende que ustedes me pidan ayuda a mí —luego Candado alzó la vista como si estuviera buscando algo—. ¿Dónde está tu hermana?

—Está en el baño, volverá.

—Dale Candado, afloja y cuéntanos de una vez, ¿sí?

Candado observó a Matlotsky con una mirada penetrante.

—Por favor, no hagas que te golpee.

—Bien, ¿qué quieren saber?

—Bueno, de acuerdo con este cuestionario, la pregunta será ¿qué se conmemora el 24 de marzo? —dijo Lucia.

—El golpe de Estado de Isabel Martínez de Perón y la asunción de los militares al poder.

Matlotsky y Lucia comenzaron a anotar lo que dijo Candado.

—Ajá, bien, ¿qué ocurrió en la dictadura? —preguntó Matlotsky.

—Bien, el gobierno de facto de la junta militar se dedicó a secuestrar y asesinar a todos aquellos que estaban en contra o a los que pensaban distinto, provocando una matanza y desaparición de más de treinta mil personas.

El dúo anotaba mientras prestaban toda la atención a lo que contaba Candado.

—Siguiente pregunta, ¿cuánto tiempo duró y cuántos presidentes estuvieron?

—Duró siete años y fueron cuatro, Jorge Rafael Videla, Eduardo Viola, Leopoldo Galtieri y Reynaldo Bignone.

—Bien, bien —decía el dúo mientras escribía.

—Y la última, ¿en qué año volvió la democracia y quién fue el presidente? —preguntó Lucia.

—La democracia volvió en 1983 con el presidente Raúl Alfonsín, el padre de la democracia, por así decirlo.

Cuando terminaron de anotar todo lo que había dicho él, lo miraron y le dijeron.

—Muchas gracias, Candado, por los datos.

—Cuando hacen eso es escalofriante, dejen la sincronización, por favor.

—Bueno —dijeron ambos sincronizadamente.

Candado no dijo nada, solo hizo un gesto con su boina y se fue hasta su asiento. Él sabía que decir otra cosa significaría volver a que lo tomen del pelo. Caminó tranquilamente hasta su silla; todos los demás estaban ocupados haciendo sus cosas, ya que la maestra no había vuelto de la dirección, aún estaba dándole un discurso a los niños.

Así que mientras ella no está, los demás hacen todo tipo de cosas menos la tarea, sin embargo, tienen una cierta libertad, ya que hay una ley no escrita de obedecer a Candado. No pueden molestar y no pueden usar sus poderes para dañar a otros en la escuela. El último que lo desafió terminó en el hospital, según dicen. Este chico trató de usar sus poderes para molestar a los alumnos y profesores, y Candado, el gremialista que no tolera el desorden y los caprichosos, le dijo que ya no hiciera más eso; no tenía ningún derecho a molestar a otros. Este chico, tratando de ser el centro de atracción de todos, intentó atacar a Candado y ser popular, pero le salió mal; Candado lo noqueó con solo tres golpes, que no fueron severos, pero está claro que no pudo soportar la humillación y decidió mudarse del pueblo.

Desde entonces, muchos chicos y algunos maestros están agradecidos de tener a un niño que impone miedo indirectamente. Muchos en el colegio lo llaman "Víbora Cascabel". Advierte a sus enemigos para que no se le acerquen, solo que él los advierte con discursos de cinco minutos y no con un cascabel. También que, si no tienes cuidado, esperarás una mortal mordida o un puñetazo.

Mientras Candado seguía con su lectura, Hammya, quien estaba atareada con todos los temas que se habían dado, codeó a Candado.

—No es que sea susceptible, pero parece que hoy todos se han puesto en mi contra, no puedo leer tranquilo —dijo Candado mientras mantenía su vista en su libro, luego volteó y miró a Hammya—. ¿Qué necesitas?

—Me gustaría que me dijeras el significado de la palabra "receptáculo", no entiendo lo que significa.

—Cavidad en la que puede contenerse cualquier sustancia, ¿feliz?

—Sí, pero…

—Me alegro —Candado giró su cabeza y miró su libro—. Ahora déjame en paz.

Hammya no dijo nada y solo se dedicó a escribir lo que le había contado Candado en su carpeta.

—Genial, he terminado —luego colocó su lapicera en la cartuchera y se recostó en la mesa con una sonrisa de satisfacción.

—Candado.

—…

—Candado.

—…

—Candado.

—…

—Candado.

—¡…!

—Candado.

—¡¿QUÉ QUIERES?!

—¿Qué estás leyendo? —preguntó Hammya con una sonrisa, como si ya se hubiera acostumbrado a la actitud de Candado.

—¿Qué? —Candado inhaló y continuó—. Estoy leyendo "Tentativa del hombre infinito" de Pablo Neruda.

—¿De dónde sacas todos esos libros?

—De mi casa, ¿de dónde va a ser?

—Veo que te gustan mucho esos escritores, me sorprende que alguien como tú, te importe los temas de un adulto.

—Primero y principal, ¿qué diablos te importa? Y segundo, lo que yo leo es asunto mío y de nadie más, ¿está claro? Así como a vos te gusta ese cabello verde, a mí me gusta leer.

—Bueno, hace unos días me dijiste que serías más gentil, ahora parece que no estás cumpliendo con tu palabra.

Candado hizo una mueca y movió sus ojos a 180 grados.

—Y dale con eso, sí, lo he dicho, pero hasta ahora no me has dado motivo para que yo cumpla con mi palabra.

Hammya bostezó y dijo.

—Por favor, es muy temprano, no te pongas así hoy.

Candado apretó con fuerza sus manos y arrugó una página de su libro, mostró sus dientes unidos, los de arriba con los de abajo, y giró su cabeza para ver a Hammya, su rostro tenebroso con una ira descomunal, cosa que no vio Hammya que estaba totalmente y absolutamente dormida en su pupitre. Levantó su brazo con su libro en la mano, y cuando estaba por dar el golpe, la puerta se abrió y entraron la profesora y los dos mocosos. En ese segundo, Candado se calmó y actuó como si nada hubiera pasado. En cambio, ni bien la profesora vio a Hammya durmiendo, se acercó y le preguntó si estaba bien, a lo que ella respondió.

—Estoy bien, solo tengo sueño.

—Ve al baño y lávate la cara.

—Y de paso dime qué tan profunda es la trinchera de Kermadec —susurró Candado.

—¿Dijiste algo? —preguntó Hammya.

—Nada, no dije nada.

Hammya se puso de pie y se fue del salón; la profesora ni siquiera se dignó a ver a Candado, así que él solo se sentó en su escritorio y siguió con su trabajo. Candado, por otro lado, cerró su libro y miró su reloj.

—Hoy es el día —Candado suspiró y continuó—. Espero que no ocurra nada malo en la inspección. La vida sigue, ¿eh? Es como si Guillermo estuviera vivo. Bueno, creo que es mejor recordarlo con sonrisas que con lágrimas.

Justo en ese instante, alguien llamó a la puerta. La profesora dijo que pasara, y el director entró, luego fijó sus ojos en Candado.

—Recoge todas tus cosas, te buscan.

Candado guardó su carpeta y cartuchera, tomó su mochila y se despidió de sus compañeros y amigos. Después, guiado por él, salió del salón y caminó junto al director hasta la salida de la escuela.

—Esto queda entre tú y yo, ¿sí?

—Sí, seguro.

El director palmeó a Candado en el hombro, luego se dio vuelta y entró a la escuela, cerrando la puerta detrás de él. Candado no miró en ningún momento hacia atrás, solo siguió hasta poder ver el portón enrejado de la escuela, donde había tres figuras: dos varones y una mujer. Uno estaba de frente, con cabello negro y ojos oscuros, vestía pantalones oscuros, zapatos negros, una camisa blanca y una corbata azul. El segundo tenía el cabello oscuro y una moneda de 1$ incrustada en su ojo derecho, vestía una camisa negra con un chaleco de gala blanco y una corbata blanca, pantalones negros y zapatos marrones oscuros. El tercero era una mujer, no muy alta, llegaba hasta el hombro de Candado, con cabello rojo y ojos que hacían juego con su cabello. Vestía una polera blanca con un pulóver celeste que tenía dos rayas horizontales en el pecho de color amarillo. A simple vista, parecían unos matones, especialmente el chico con la moneda en lugar de un ojo. Candado no le dio importancia y se acercó a ellos. A medida que se acercaba, pudo distinguir a uno de ellos, ya que el niño de la camisa y la corbata azul era su amigo.

—Nunca pensé que el presidente de los Semáforos de la Argentina vendría a verme en persona, Joaquín.

—Y yo nunca pensé que tendría que inspeccionar a un amigo.

—No mientas —dijo él sonriendo.

Candado y Joaquín se dieron un apretón de manos.

—¿Sabes? Hoy tenía clases, me gustaría saber por qué no podías citarme otro día.

—Candado, sé la situación, sé que atacaron la escuela y que estuviste sin clases un tiempo, pero lamentablemente tu situación en la O.M.G.A.B. ha cambiado.

—¿A qué te refieres?

—El candado (cargo de los líderes del estado de los gremios, sería como el presidente de un país) de la Organización Mundial de los Gremios Adjuntos Bernstein, Yuuta Aikawa, firmó tu exoneración y que dentro de seis días podrás volver, eso sí pasas la inspección.

—Eso ya lo sabía, Yuuta me envió una carta, y mira que es un hijo de mil… puta, ya que me lo escribió en japonés para burlarse de mí, hay que ser un perro de mala muerte para hacerme eso.

—Vaya, menos mal que no está aquí.

—Sí, menos mal —Candado observó a las personas que estaban acompañadas por su amigo y continuó—. A propósito, ¿quiénes son ellos?

—Cierto —Joaquín se hizo a un lado y señaló a su amigo—. Candado, él es Mark Aurelio, pero su apodo es Moneda.

—Encantado, me alegra conocer al niño más buscado del mundo —saludó Moneda con una voz rasposa y tenebrosa.

—Je, encantado.

—Y ella es Ruth Van Grace.

Candado se acercó para darle un apretón de manos, pero ella no tenía la intención de hacerlo, así que Joaquín tomó su muñeca y la guió hasta la mano de Candado.

—No pasa nada, solo es un amigo.

Ruth aceptó y le dio un apretón, pero no dijo ni una sola palabra.

—Es extraña.

Joaquín desoyó lo que había dicho Candado y dijo.

—Bien, ¿te apetece caminar con nosotros un rato?

—Sí, por algo estoy con ustedes.

Candado caminó junto a sus "inspectores", al parecer ellos tenían el poder de decir si él estaba listo o no. En el trayecto, Candado comenzó a preocuparse por el asunto, así que decidió romper el silencio hablando sobre cosas poco comunes para él.

—Dime, ¿dónde están Krauser y Glinka?

Joaquín se rió de la pregunta y dijo.

—Ya sabes, Krauser va de aquí y allá, básicamente le gusta hacer el bien y esparcirlo por todo el país. Glinka sigue siendo ella misma, no quiso seguirme hoy porque tenía que ir a la escuela, así que opté por traer a ellos dos para que te conocieran.

—Vaya, qué considerado de tu parte.

—No ha sido nada. Pero, ¿lo sabes, verdad?

—¿Qué cosa?

—Sobre lo que ha hecho el Circuito últimamente a nuestros camaradas.

—Aquí entre nosotros, eso parece una incitación de alguien para que comience una guerra.

—Yo también pensé lo mismo, pero dentro de la agencia hay rumores de que va a comenzar una guerra en cualquier momento. No sé cuándo, pero si las cosas siguen este rumbo, se derramará sangre.

Candado miró el piso con preocupación y dijo.

—Tienes razón.

—Bueno, no te saqué de la escuela para hablar de eso. Habrá un momento y un lugar para hablar, así que no te preocupes.

—Genial.

—No necesito recordarte cómo funcionan las cosas, ¿verdad? Si desapruebas la inspección, tendrás que entregar tu insignia, estandarte y bandera. La O.M.G.A.B. no tiene poder sobre las decisiones que tome el inspector, ya que somos un órgano independiente de la organización. Si crees que la decisión es imprudente o injusta, tendrás que reclamar al presidente supremo de los Semáforos, que es Julekha Chandra.

—Eso ya lo sé, no sé por qué me estás explicando. Las leyes las hice yo.

—Lo hice para que no te olvides.

Candado miró hacia arriba mientras hacía una mueca.

—Bien, ¿qué objeto tiene esta caminata?

—Ninguna en especial, solo quería hablar contigo.

—¿En serio? No te creo.

—En parte sí y en parte no.

—¿A qué te refieres?

—Verás, cuando tu nombre llegó al departamento, nadie, absolutamente nadie quería tomar tu caso para la inspección. Pensé que sería una buena idea tomar tus registros para poder encontrarme contigo.

—¿Doy tanto miedo?

—Eh, sí, al menos a los demás porque yo, ni mi grupo te teme, solo te guardamos respeto, sin mencionar que nos conocemos hace tiempo.

—Bueno, creo que debería agradecerte entonces.

—No hay de qué, después de todo, tenía ganas de charlar con mi amigo —dijo Joaquín mientras ponía su mano sobre la cabeza de Candado.

—Ni que fuera tu perro.

—Discúlpame.

—Dime, ¿conoces a un tal Addel Schrödinger?

—Sí, lo conozco, es el némesis de Krauser. No es común verlos pelear.

—Aparte de todo eso, ¿llegaste a pelear contra él?

—No, nunca me di esos gustos. Ya sabes, yo solo me dedico a que la ley se cumpla, nada más.

—Joaquín es muy pacífico sobre estos asuntos. Por lo general, Ruth y yo lo defendemos cuando la situación se le sale de las manos.

—Es verdad, Moneda es así con todos los que son algo poderosos para mí.

—Si no fuera por nosotros, Joaquín jamás hubiese llegado tan lejos.

—No seas egocéntrico, porque yo podría acabar contigo con los ojos cerrados.

—Ah, cuidado, Joaquín me va a matar con un bolígrafo.

—Ruth, por favor.

En ese instante, ella inclinó la cabeza afirmando la orden y le dio un puñetazo en la mejilla.

—Muchas gracias.

Candado sonrió y miró al cielo.

—Esto me trae tantos recuerdos con mi equipo.

—Candado, creo que es la primera vez en tanto tiempo que te veo sonreír.

—Y esa determinación me hace acordar a mi nueva compañera.

—¿Nueva compañera? ¿Acaso tienes un nuevo integrante?

—Sí, se llama Hammya Saillim y es hija de un viejo amigo de mi padre.

—Vaya, un amigo de tu viejo.

En ese momento, los ojos de Candado brillaron, miró su mano izquierda y luego la espalda de su amigo.

—Joaquín, ¿me puedes hacer un pequeño favor?

—Sí, ¿de qué se trata?

—Quiero que vayas a Entre Ríos y me traigas información de un amigo, se llama Ricardo Miranda, apodado el Rueda.

Joaquín anotó el nombre de la provincia y el nombre del sujeto.

—Lo tengo. Una vez que lo tenga, te enviaré una carta con toda la información que haya recopilado.

—Bien, estaría bueno tener algo de información de vez en cuando. He tenido tantas dudas que estaría bueno saber algo, ¿no?

—¿De qué hablas?

—De nada, solo estaba hablando para mí.

—A propósito ¿Viste a Rucciménkagri? Dicen que pasó por esta área hace ya unos años.

—No, no la he visto, ¿por?

—Yuuta ha estado como loco buscándola, tanto que ha puesto una recompensa de tres mil monedas de oro, todavía hay ciertas cosas que ella debe responder.

—Maldición, ¿tan peligrosa es?

—Es del Circuito Candado, de por sí son peligrosos, ha traicionado a sus antiguos compañeros, es una criminal que está siendo buscada por todos lados, sea lo que sea, la información que ella tiene es muy importante para ambos grupos.

—Bueno, espero que tengas suerte.

—Gracias, es muy agotador pasar la información de su búsqueda.

—Ah, qué situación.

Joaquín sacó una agenda de su bolsillo del pantalón y hojeó algunas cuantas páginas.

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—Dime ¿Quién es el viejo con el que te has reunido últimamente?

Candado se detuvo, provocando que Joaquín se adelantara, levantó su cabeza y miró la espalda de su compañero, pero esta vez, su mirada era de sospecha.

—¿Cómo obtuviste esa información?

—Tal vez no lo sepas, Candado, pero eres un miembro importante de la O.M.G.A.B. No podemos darnos el lujo de dejarte sin vigilancia. Cuando fuiste detenido y sancionado, Yuuta me llamó por teléfono y me dijo que no te quitara ni un ojo de encima. Llamé a cuatro personas para que se turnaran durante tu vigilancia, la primera era Arce Catherine Lourdes, Reinhold Krauser, Xundaringel Ángela.

—Son tres ¿quién es el cuarto?

—Je, y yo. Debo decir que cuando fuiste al parque esa tarde, te veías muy pálido, como si te hubieras peleado con alguien.

—No me gusta que me sigan y mucho menos que me espíen.

—No estaba espiándote, solo estaba vigilándote por si acaso.

—¿Por si acaso qué?

—Por si algo te pasara, recuerda que tu vida es crucial para nosotros los Semáforos.

—¿Entonces? La sensación que tuve ese día, de que alguien me seguía, ¿eras tú?

—No, esa era otra persona, no me acuerdo su nombre en este momento, pero la llamo la preceptora, una persona capaz de hacer las cosas más difíciles de la agencia.

—¿Es tu profesora, verdad?

—Digamos que sí, pero eso no quita el hecho de que no sea mala en el trabajo.

—Para ser sincero, ¿qué hiciste para convencer a tu preceptora Mariela, para que me siguiese?

—(Es increíble que él sepa su nombre) La verdad, ella siempre busca evitar que sus pequeñines se descarríen en la vida.

—Le mentiste.

—Un poquito, solo le dije que estabas muy deprimido y que de seguro harías algo estúpido.

—No puedo creerlo, entonces, ¿es buena?

—Claro que es buena.

—Como preceptora, no como espía.

—Si no lo fuese, le hubiese dado igual si le contaba tu situación, pero como verás, te ha seguido, así que piensa tu respuesta.

—Ya veo, eres muy hábil en esto.

—Sí, por supuesto. Ahora dime, ¿quién es?

Candado cerró los ojos por un rato y luego los abrió.

—Se llama Nelson Torres, era amigo de mi abuelo, eso es todo.

—Ya veo, parece que mis sospechas estaban erradas.

—¿Sospechas?

—Oh, nada, solo es un tema mío.

Para cuando la conversación había terminado, el grupo estaba parado frente al gremio.

—No ha cambiado en nada, aunque la última vez que estuve aquí la pintura estaba carcomida por la humedad, ahora veo que está de nuevo reluciente.

—Pio y Matlotsky siempre fueron unos capos en la pintura.

—Bien, podría sumar puntos por ver que cuidas la higiene de tu grupo —decía Joaquín mientras anotaba en la agenda.

—Genial.

—Bien, ¿nos invitas a pasar?

—Oh, por supuesto.

Candado caminó, solo, hasta la puerta. La abrió e hizo una seña con su mano para que entren. El grupo entró y vio a su alrededor, todo estaba limpio y ordenado, cada estante y cada librero estaba reluciente.

—Parece como si supieras que nosotros vendríamos —dijo Moneda.

—Para nada, el lugar siempre es así, yo siempre me encargo de que mi grupo lo mantenga así, es por eso que siempre está reluciente.

—Genial, parece que todo está en orden. Ahora quiero que me muestres los documentos del gremio, por favor.

—¿Para qué?

—Normas de la organización, es para saber si no has estado haciendo fraude a los escritos de las misiones que haces día a día o por lo menos si has acatado a toda norma que te haya solicitado la O.M.G.A.B.

—¿Me crees que sería capaz de semejante cosa?

—No es por desconfianza, pero como cargo de inspector es necesario rellenar tu formulario para demostrar que siempre fuiste fiel a la organización y a Harambee, sin mencionar que los que te odian necesitan pruebas por escrito.

—Creo que es lo justo, sígueme por favor.

Candado caminó hasta una puerta de color amarillo, puso una llave en ella y la abrió.

—Este es el cuarto donde guardamos los documentos —dijo Candado mientras prendía la luz.

El cuarto era una locura, había toneladas de documentos de lo que había hecho el gremio por aproximadamente cien años, pilas y pilas de papeles.

—¡Es una locura! —gritó sorprendido Moneda.

—Tardaremos mil años para leer todos esos apuntes.

—Ah, esos no, ya que todos esos son de mi bisabuelo, abuelo y madre. Los que ustedes van a inspeccionar son aquellos —dijo Candado mientras señalaba una pila de papeles más pequeña.

—Nunca más hagas esas bromas —dijo Moneda con la mano en el pecho y respirando aliviado.

—Bien, Ruth, Candado y Moneda, ayúdenme a llevar estos documentos, por favor.

Los tres aceptaron, y cada uno tomó unas carpetas más o menos considerables, mientras que Joaquín llevaba una pila enorme.

—¿Qué estás haciendo?

—Ayudándolos, después de todo son papeles, no pesan nada —dijo mientras dejaba la pila de documentos en un escritorio.

Cuando Joaquín posó los apuntes en la mesa, Candado y los demás colocaron los papeles al lado de la pila de Joaquín, mientras que Candado se limpiaba el polvillo de los papeles de su ropa, escuchó un ruido de limpieza con sonidos extraños detrás de él. Candado volteó y vio a Ruth con un cepillo siendo sostenido por su cabello, limpiando uno por uno los documentos que estaban en la mesa, mientras tenía sus manos en los bolsillos.

—Vaya, nunca pensé que vos tuvieras esa clase de poder.

Ruth miró a Candado y le levantó el pulgar, pero con una actitud fría.

—Eres extraña.

—Así es ella, si te ha levantado el pulgar, significa que le simpatizas.

—Eso sigue dando miedo.

—¿Por qué?

—Ni que fuera una persona que olvida expresarse.

—No me digas que le tienes miedo a las personas que no tienen emociones.

—Sí, ¿Algún problema?

—No, para nada —luego miró a Ruth y continuó—. Hey, gracias, pero es suficiente, ahora hazme el favor de descansar y vigilar afuera, por favor.

Ruth inclinó la cabeza y se fue de la casa mientras guardaba su cepillo en su bolsillo. Y una vez que se fue, Joaquín se acercó a Candado y puso su mano en el hombro de él.

—Tengo que confesarte algo, cierra la puerta por favor.

Candado caminó hasta la puerta e hizo una seña a Moneda para que saliera de la sala, y una vez que se fue, Candado cerró la puerta.

—Bien, ¿qué quieres contarme?

—Es sobre Ruth, como somos amigos, creo que debo contártelo.

—Bien, ¿qué es?

—Ella sufre de un trastorno. Hace cinco meses atrás, Ruth era maltratada por su familia, sus padres no eran los mejores que digamos, y como consecuencia de ello ella sufrió mucho en ese ambiente, me gustaría que tú también la ayudes un poco, por favor.

—¿Qué pasó con ellos?

—Una mañana sus padres la golpearon hasta tal punto que estaban a punto de matarla, ella se defendió y usó sus poderes para liquidarlos. Desde ese día, ella perdió la voz al ver a sus padres descuartizados frente a sus ojos. Cuando la policía la encontró, se la llevaron a un orfanato, donde vivió durante dos semanas, hasta que una tía suya la adoptó, pero su estadía no mejoraba. Así que ella decidió meter a su sobrina en la agencia de los Semáforos antes de enviarla a la escuela, y como sabes, los Semáforos no solo son una agencia, sino también una escuela.

—¿Y cómo terminó bajo tu cuidado? —preguntó Candado.

—Digamos que sus papeles llegaron a mis manos, Chaco es una provincia chica, las noticias van y vienen.

—Guau, huele a mafia.

—No es nada ilegal.

—Barreto, eres una persona horrible que lleva esa sonrisa de disfraz.

—No saques conclusiones, en fin, me gustaría que esto quede entre nosotros, sin mencionar que necesitaré tu ayuda en este asunto.

—Bien, acepto.

—Muchas gracias. Ahora, sin más preámbulo, empezaré a anotar todo lo que hiciste en los últimos años.

—¿Quieres que haga algo?

—No, no necesito nada. Puedes ir a pasear por ahí, pero no muy lejos, ya que todavía te estoy supervisando.

Candado salió de la habitación y vio a Moneda charlando con Ruth afuera, mientras ella lo escuchaba atentamente. Candado hizo una mueca en un tono burlón y se dirigió hasta su oficina. Cuando la abrió, vio a Clementina tumbada en su escritorio durmiendo con un libro en su cara.

—¡¿QUÉ?! —Bajó la voz rápidamente, luego miró a sus espaldas para ver si alguien lo había escuchado—. ¿Diablos haces aquí?

Clementina giró su cabeza y miró a Candado.

—¿Usted quién es?

—No te hagas la loca y dime qué diablos haces aquí.

—Me dijeron que unas personas lo llevaron de la escuela, para ser más precisa, los Semáforos. Me di cuenta de que sería su inspección, así que salí de la escuela y tomé el sendero corto para llegar aquí y limpiar el desastre que había hecho Matlotsky, y después de terminar de limpiar me quedé dormida.

—Así que fuiste vos, ya me parecía raro que la sala oliera a una fragancia de fresa.

—Usé un poco, sí.

—Bueno, gracias por la ayuda, aunque no sabía que este lugar era un basurero.

—Créeme, lo era, parece que Matlotsky amaneció aquí adentro.

—Cuando acaben mis vacaciones iré a por él.

Candado sacó de su bolsillo un caramelo de naranja y se lo tiró en las manos.

—¿Y esto?

—Te lo ganaste, es una muestra de mi agradecimiento.

—Bien, gracias.

—De nada.

Candado salió de su oficina y cerró la puerta detrás de él, pero no se había dado cuenta de que Clementina estaba al lado de él.

—Oye, ¿en qué momento?

—Soy veloz.

En ese momento, salió Joaquín de la sala.

—Oh, Clementina, hace mucho que no te veo.

—Lo mismo digo.

—Bien, he revisado todos los documentos, ahora dime.

—¿Qué?

—Desde que llegué, ese librero ha estado dándome curiosidad.

—¿Curiosidad? —preguntó Clementina.

—Exacto, nunca me atreví a preguntar, pero ahora sí, ¿qué hay detrás del librero?

—Nada, solo una pared.

—¿Solo una pared? Si eso es cierto, ¿por qué demonios el piso está tan desgastado en ese lado? No creo que alguien como ustedes moviera el librero innumerables veces solo para ver una pared.

—Eso no...

—Escúchame, he ido a cada gremio de este país, he visto muchos pasajes secretos.

—Sólo es una pared común.

Joaquín tocó el librero con su dedo índice.

—Parece que lo has estado moviendo mucho, ¿eh? Lo suficiente como para desgastar el piso.

Candado mantuvo su mirada en Joaquín.

—¿Es algo ilegal?

—No.

—¿Te importaría si lo "muevo"?

—Me temo que no, no me agradaría que movieras el librero, me gusta donde está.

Joaquín se alejó de él, pero no se rindió con el tema.

—Candado, no sirve de nada que me mientas y más si estás en esta posición, tienes un escrito de puño y letras por los Candados de la O.M.G.A.B. Si quieres liberarte de esta mancha, tienes que hablar, y con hablar me refiero a la verdad.

—Tú ganas, es una habitación secreta y qué.

—Bien, ¿me dejarías pasar?

—No, no lo haré.

—¿Por qué?

—Vos mismo lo dijiste, es secreta.

—Es cierto, pero quiero entrar.

—¿Qué tal si me rehúso?

—Lo califico como desacato, te expulso y la allano igual, ¿qué te parece?

—Podría demandarte por eso.

—Tal vez, pero en tu condición de haber sido castigado por la O.M.G.A.B. y con el solo hecho de saber que tus enemigos que tienes dentro de la organización, nadie te hará caso igual.

—Tengo derechos, me crean o no, no pueden negarse a mi solicitud de ayuda.

—Eso es cierto, pero cuando el informe llegue ante Chandra o la O.M.G.A.B., te preguntarán sobre el pasaje secreto, allanarán los documentos, los leerán uno por uno, si no son dañinos, me sancionarán por un año o más dependiendo del delito, pero los documentos ya no serán secretos.

—¿Qué tal si te silenciamos? —preguntó Clementina mientras apuntaba con su brazo en forma de ametralladora.

—Alto, no quiero que hagas eso, nos conocemos de hace tiempo, Clem, no seas mala.

Justo en ese instante, aparecieron Ruth y Moneda detrás de Clementina con la intención de atacarla.

—No opongas resistencia, robot, porque si él sale herido, me encargaré de destruirte.

—Moneda, es suficiente, te prohíbo moverte, lo mismo va para vos, Ruth.

—Clementina, baja el arma.

—Sí lo hago. Se revelará todo nuestro trabajo, usted mismo lo dijo, hay que proteger los escritos con nuestra vida.

Joaquín miró a Candado a los ojos y dijo.

eo que es demasiado serio, Candado, ¿me das tu palabra de que detrás de ese librero no hay material ilícito o escritos fraudulentos?

—Lo juro, no hay nada detrás de ese muro que pueda ser corrupto para mis compañeros y para mí.

—Bien, te creo —luego arrancó una hoja en blanco de su cuaderno y se la dio a Candado, luego miró a sus compañeros—. Ruth, Moneda, descansen.

—Pero…

—Descansen, no se va a hablar de este tema.

—¿Qué es esto? —preguntó Candado con la hoja de papel en la mano.

—Es un certificado fantasma con mi firma, si alguien además de mí viene y quiere entrar por la fuerza, le mostrarás ese papel.

—No entiendo.

—Fácil, los certificados fantasmas sirven para proteger tus bienes, así que acéptalo.

—Moneda, Ruth, nos vamos, ya hemos terminado aquí.

Joaquín se dirigió hasta la puerta siendo acompañado por sus compañeros, pero cuando estaba por irse, Candado lo detuvo.

—Espera, ¿por qué te vas tan fácilmente?

—Ya sabes, tú me dijiste que era personal, ¿no? Entonces no tengo que meterme, sin mencionar que me dijiste que detrás de ese muro no hay nada ilícito, así que, como amigo tuyo, voy a creer en tu palabra.

—Barreto, eres muy negligente.

—Tal vez, pero no hace nada hacértelo a vos.

Joaquín mostró una sonrisa y se fue de la casa con sus compañeros detrás de él.

Era una situación total y absolutamente extraña, Candado pensó que no podría ver un mañana si se revelaba lo que había dentro, pero nunca pensó que Joaquín hiciera la vista gorda y se largara así nomás.

Pero ni bien la figura de Joaquín y de sus amigos se perdió de vista, Candado sacó uno de los libros del estante y le dio un golpe bien fuerte en la cabeza a Clementina.

—Nunca más vuelvas a hacer eso.

—Sí… señor.

Luego puso el libro devuelta en su lugar.

—No puedo creerlo, conociendo a Joaquín, estaba casi seguro de que pelearía conmigo para sacarme la información necesaria, pero parece que me equivoqué, un poco más y se hubiese desatado una calamidad.

—Menos mal que no pasó nada.

—¿Entonces por qué no confiesas a tus amigos de tu situación?

—No quiero, si estar una semana en reposo significa no decirles nada, entonces lo soporto y punto.

—Eres demasiado terco.

—Y tú una insolente, así que estamos a mano.

—Oh, vamos, sabes que es muy difícil ocultar un secreto a Héctor, sobre todo si es muy peligroso.

—Lo he hecho bien estos cinco meses, podré llevarlo a delante.

—Candado, no tienes mucho tiempo, por lo que me dijo Hammya, esa enfermedad avanzará y te terminará eliminando.

—Voy a cortarle la lengua a esa chiquilla.

—No arremetas contra ella, yo le pedí que me contara hasta el último detalle.

Candado cubrió sus ojos con su boina y dijo.

—Esa niña…

—¿Te recuerda a ti?

Candado se quedó en silencio un rato, reflexionando lo que había dicho Clementina.

—De hecho, sí, me recuerda a mí, pero es demasiado ilusa, demasiado amable, de algún modo siento… envidia, perdió a su padre y sin embargo respondió a la vida con una sonrisa —Candado exhaló y siguió—. Esa niña debe ser fuerte, porque no toda la vida va a encontrar bondad en las cosas o en las personas.

—Por eso eres así con ella.

—En parte sí y en parte no, su situación es demasiado frágil, a pesar de que intento hacer todo lo posible para que se aleje de mí, sigue siempre hablándome y eso me enferma.

—¿Por qué?

—Porque es la única que quiere saber más de mí, sin mencionar que ha dado demasiado coraje a los demás para descifrarme, odio eso, odio que traten de acercarse a mí.

—Señor…

—¿Por qué? ¿Por qué ella quiere acercarse a mí, por qué quiso saber sobre mi situación? Me frustra tremendamente no tener una respuesta certera.

Clementina caminó hasta el sillón del frente de Candado y se sentó en él.

—El entendimiento humano siempre fue un misterio para mí, aunque con el pasar del tiempo pude entenderlo, porque usted y Gabriela me lo dieron todo, me dieron una familia, me dieron una educación, me dieron momentos felices y momentos tristes, los aprecio con todo mi corazón. Yo creo que, si vos le abriste las puertas a ella, entonces seguramente quiere compensarte por todo lo que le has dado.

—¿Qué pruebas tienes de ese argumento bastante blando y sentimental?

—Bien, ¿te acuerdas ese día en el que nosotros volvíamos de la casa de Héctor?

—Sí, me acuerdo.

—Bien, ese día, Hammya, la gran señora Barret y yo, pedimos que nos ayudase en preparar la comida, ella aceptó, pero la gran señora Barret, dijo que ella la llamara abuela, ella respondió con lágrimas y alegría, fue en ese momento en el que me di cuenta de que ella había recuperado lo que alguna vez había perdido, todo eso fue gracias a usted.

—Me alegra saber que por lo menos es feliz en su nuevo ambiente.

—¿Estabas preocupado?

—Algo, pero sigo pensando que es una carga.

—Y vuelves a hacer el mismo de siempre.

—Cállate.

Clementina sonrió, fue en ese momento que ella había notado un ligero cambio en su actitud, sabía que el Candado sensible, alegre y juguetón que había muerto hace dos años, estaba volviendo con aquella niña, el solo saber que él estaba regresando le llenaba de una gran felicidad en su corazón.

Después de unos relajantes treinta minutos sin la presencia de Candado, los profesores podían tomar la tiza y mandar un comunicado a los chicos de abonar treinta pesos para la reparación de un aire acondicionado, y con ese detalle de mafioso legal dieron por finalizadas las clases cinco minutos antes. Todos los chicos abandonaban la escuela amasadamente, y en ese tumulto de gente, Hammya salía última de la escuela con una felicidad de llegar a casa y tomar la siesta, pero antes tenía que pasar por un lugar. Sus amigos se despidieron de ella y se fueron, incluso Declan se despidió de ella, porque a pesar de su desconfianza seguía siendo un caballero. Hammya, como no guardaba rencor alguno en su interior, le devolvió el saludo. Como ese día Héctor no dijo nada, todos se dirigieron a sus casas, pero Hammya quería pasar por el gremio antes de ir a casa, ya que Viki le había dado una llave de repuesto, básicamente había bolsilleado a Candado sin que este se diera cuenta, con ella podía entrar y salir las veces que quisiera del gremio.

Mientras caminaba, iba recordando aquella vez que había llegado al pueblo. A pesar de que había pasado casi una semana, para ella, fue como si pasaran años o siglos. Aunque también recordaba a su padre, aquel señor que la había criado por doce años. Nunca pensó que tendría que ir de un lugar a otro para vivir. Después de casi un mes caminando desde Entre Ríos hasta Chaco, pudo descansar en la casa de los Barret. Tampoco había pasado por su mente que Candado la hubiese aceptado así sin más, según palabras de Clementina, Candado tenía una lengua de serpiente, así como un pensamiento radical sobre los desconocidos. Pero quién se preocupa de eso, ya tenía un techo sobre su cabeza, tenía comida caliente, un baño y un lugar donde dormir. Lo que había que hacer era mantener su estadía.

Mientras Hammya reflexionaba sobre todo esto, no había tenido conciencia del tiempo ni de su ubicación. Cuando finalmente se percató, se encontraba adentrándose en el monte, pero afortunadamente, divisó el gremio en el horizonte. Repitió el mismo proceso que la vez anterior: llegó por la parte trasera y rodeó la casa desde allí. Subió las escaleras, insertó la llave en la cerradura y la giró hacia la izquierda, abriendo la puerta.

Al entrar, notó que la casa parecía estar vacía. No se oía ningún ruido. Hammya decidió explorar cada pasillo y habitación del lugar hasta llegar a la sala de descanso. Para su sorpresa, encontró a Candado durmiendo en el sillón mientras Clementina leía el diario.

—Hola —susurró Hammya al entrar.

—Shhhh —respondió Clementina con un gesto silencioso.

Hammya pidió disculpas en voz baja y depositó su mochila en una mesa cercana. Luego, se acercó a Clementina.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, preocupada.

—Nada, simplemente se quedó dormido. Anoche tuvo una noche muy larga.

—¿No durmió?

—Exacto. Anoche estuvo despierto tomando notas de ciertos apuntes de la O.M.G.A.B. y realizando investigaciones.

—Eso es exigente.

—Je, eso no es nada. Una vez Candado estuvo despierto durante toda una semana. Al día siguiente, le propiné una pequeña descarga eléctrica para que se durmiera y pasó todo el día durmiendo hasta la mañana siguiente.

—¿Podrían por favor hacer menos ruido? —ordenó Candado mientras se revolvía en el sillón.

—Lo siento —murmuró Hammya, y luego miró a Clementina—. Venga, será mejor hablar en otro lugar.

Clementina enrolló el diario y tomó la mano de Hammya. Juntas salieron de la sala y se dirigieron a una habitación contigua. Una vez allí, Clementina se sentó en una silla de madera y retomó la lectura del diario, mientras Hammya se sentaba frente a ella en una silla idéntica.

—Aquí no nos escuchará —aseguró Clementina.

—¿Estás segura? —dudó Hammya.

—Bueno, no estoy completamente segura, pero al menos podrá dormir tranquilo.

—¿Cómo es eso posible?

—Mientras duerma, no hay problema.

—Sigo sin entender.

—Yo tampoco lo entiendo del todo.

—¿A qué viene todo esto?

—Nada en particular. Solo quería hablar contigo, no sabía qué más hacer ya que Candado estaba durmiendo.

—De acuerdo, me parece bien. Pero quisiera hacerte algunas preguntas.

—Claro, adelante.

—Bien, ¿alguna vez Candado ha matado a alguien?

—No, nunca lo ha hecho.

—Menos mal. Pensé que lo había hecho.

—Vamos, ¿por qué pensarías eso? ¿Qué te llevó a pensar que Candado sería capaz de algo así?

—Habla como si careciera de sensibilidad, por eso quería saber.

—La verdad es que eso no tiene nada que ver con la actitud de Candado.

—Sí, tienes razón. Fui tonta por pensar eso. Olvida lo que dije.

—De acuerdo. ¿Tienes alguna otra pregunta?

—Sí, ¿Candado trata a más personas como si fueran sus hijos?

—En realidad, la mayoría de las personas que están aquí son tratadas como si fueran sus hijos.

—¿Por ejemplo?

—Bueno, personas como Yara, Erika, Lucia, Adrián... ¿Quién más? Ah, sí, Amadeo.

—¿Y por qué? ¿Por qué los considera así?

—Candado, a pesar de ser duro, malhumorado y, en muchos casos, un cascarrabias, no es una mala persona. Es alguien herido por la vida, y la sociedad no hizo nada por él ni por su familia. Los médicos no hicieron lo suficiente para ayudar a Gabriela; para ellos, solo era un paciente más, y su vida no les importaba. Luego está la policía, que hasta el día de hoy no ha logrado atrapar a las personas que asesinaron a su abuelo. Sin embargo, él se siente más culpable. Él había prometido protegerla y cuidarla, pero el día menos pensado ella abandonó este mundo. Su corazón se llenó de culpa y odio hacia sí mismo.

—Es una lástima pensar así —suspiró Clementina.

—Pero a pesar de todo, Candado siempre termina ayudando a alguien más. Entre las personas que mencioné, la mayoría son menores de edad, a excepción de Erika y Lucia. Gracias a él, ellas dejaron de sufrir misoginia. Es increíble cómo Candado cuida de ellas como si fueran su familia. Los seres humanos son criaturas realmente complejas, y a menudo incluso yo me sorprendo.

—Todos nosotros, de hecho, buscamos lo mejor para él. Hacemos todo lo posible para verlo feliz y complacido.

—¿Qué tal si les echo una mano también? —propuso Hammya.

—Toda ayuda es bienvenida. De esa manera, Candado nunca estará solo. Estaremos siempre a su lado y jamás lo traicionaremos, así que sí, puedes ayudarnos.

—Genial. ¿Quiénes más están adentro?

—Bueno, dentro del gremio tenemos a Héctor, Lucas, Mauricio, Diana, Logan, Erika, Lucia, Anzor, Viki, Pio, Declan, Ícaro, German, Matlotsky, Ana María, Antonela, Frederick, Joaquín, Tínbari, yo, y ahora tú.

—Vaya, son muchos. Pero ¿quién es Antonela?

—Antonela es una amiga nuestra. Aunque no forma parte de nuestro gremio, Candado le hizo un trato especial y le dio acceso. Ella viene de vez en cuando y es amiga de todos nosotros. Te encantará conocerla cuando venga.

—Entiendo. ¿Y Logan?

—Logan es el hermano de Mauricio, el chico con el que estuvo jugando. Es una persona muy seria, nunca se ríe ni hace chistes. En realidad, puede dar un poco de miedo, pero es buena persona.

—Otro Candado, parece que hay otro igual a él. ¿Y Diana?

—Diana es la chica que nos ayudó el otro día contra esa chica psicótica con la espada.

—Ah, recuerdo eso. La chica de la guadaña.

—Exacto. ¿Y ahora, quién es Ícaro?

—Ícaro es el primo de Candado. Siendo sincera, es un rompehuevos serial, pero en el fondo tiene un buen corazón —continuó Clementina—. Luego está Joaquín, el presidente regional de los semáforos. Es bastante rudo, para ser honesta, no me cae bien, pero Candado confía en él, así que está bien.

—Vaya, y Frederick, ¿quién es él?

—Frederick Fliipoff, aunque todos le hablan con respeto y solo lo llaman Frederick. Es un amante del fútbol y, personalmente, es el mejor amigo de Matlotsky.

—Qué bien. Es impresionante ver cómo todos ustedes ayudan a Candado a seguir adelante.

En ese momento, Hammya se dio cuenta de que Candado había sido herido por las circunstancias de la vida, pero a pesar de su dolor, nunca estuvo solo. Siempre hubo alguien dispuesto a ayudarlo, y la evidencia estaba en que sus amigos habían hecho más por él que su propia familia, especialmente después de la muerte de su hija. No era una persona mala, solo estaba herido y sufría. Todo eso lo había convertido en alguien duro y frío como una forma de protegerse psicológicamente. En lo más profundo de su corazón, Hammya sentía envidia de que Candado tuviera amigos tan leales y comprometidos, amigos que nunca lo abandonarían. Hammya había pasado muy poco tiempo en la escuela, y cuando finalmente tuvo la oportunidad de hacer amigos o al menos conocidos, su vida dio un giro inesperado debido a la enfermedad de su padre, lo que la llevó a pasar mucho tiempo en casa, estudiando con un profesor particular y perdiendo la oportunidad de socializar.

—Sabes, siento un poco de envidia. —confesó Hammya.

Clementina, que estaba leyendo el diario después de haber terminado la conversación, alzó la mirada y observó a Hammya con curiosidad.

—¿Qué? ¿Envidia? —preguntó Clementina.

—Sí, Candado tiene suerte de tenerlos a ustedes. Yo, en cambio, no tengo nada. Mi padre murió, nunca conocí a mi mamá y nunca tuve amigos. Cuando él murió, me quedé sin nada. Luego me di cuenta de que había recuperado lo que había perdido y lo que nunca tuve: una familia.

Clementina esbozó una ligera sonrisa.

—Deja vu, supongo.

—¿Perdón?

—Nada, solo estaba hablando para mí misma.

En ese momento, Candado entró en la habitación, sin su boina y con problemas para mantenerse en pie, tambaleándose cada vez que daba o intentaba dar un paso.

—¿Le sucede algo, señor? —preguntó Hammya preocupada.

—Creo que me relajé demasiado y no puedo ponerme de pie correctamente —respondió Candado con una leve risa.

—¿Necesitas algo? —inquirió Hammya.

—Sí, un café para despertarme.

Clementina dobló el diario, lo colocó en la mesa y se levantó.

—¿A dónde vas? —preguntó Hammya.

—A traerle un café —respondió Clementina mientras salía de la sala.

Mientras tanto, Candado logró sentarse en la mesa.

—Vaya, parece que estás algo molido —comentó Hammya.

—No me hagas reír, niña. Solo estoy un poco cansado.

—Entonces, ¿por qué no sigues durmiendo?

—Porque no lo tolero. No soporto quedarme sin hacer nada.

Luego, Candado se derrumbó literalmente sobre la mesa.

—Ah, estoy cansado. Necesito azúcar o cafeína para reactivar mi cerebro.

Pero apenas terminó de hablar, Candado se quedó dormido al minuto siguiente. Parecía estar realmente agotado.

Hammya observó a Candado, y desde esa perspectiva, parecía una persona inofensiva y relajada, como un bebé. La forma en que dormía era tierna, y posiblemente fuera la primera vez que Hammya lo veía de esa manera. Sintió una extraña sensación de ternura que llenaba su corazón lentamente.

Sin embargo, después de unos segundos, Hammya colocó su mano en la cabeza de Candado y comenzó a acariciarlo, como si fuera su madre acariciando a su hijo. Pero de repente, algo extraño comenzó a suceder. Hammya se sintió rara, y cuando detuvo la caricia, sus ojos brillaron nuevamente de un color verde claro, y pudo ver fragmentos de los recuerdos de Candado, como si fuera un espectro.

Vio un campo lleno de flores y a los padres de Candado. Observó un recuerdo de Candado llorando porque se había lastimado la rodilla y su madre lo curaba. Vio a Candado jugando con su hermana, siendo alzado en el aire, de manera similar a como Candado hizo con Yara. En su mente, Clementina tenía una piel inhumanamente pálida y carecía de emociones, simplemente imitaba la expresión facial de Candado. Luego, vio a un Candado abrazando a sus padres y su hermana.

Cada imagen provocaba una sonrisa en el rostro de Hammya. Sin embargo, estos recuerdos felices comenzaron a cambiar gradualmente, y Hammya comenzó a ver fragmentos de conversaciones de esos recuerdos.

—Feliz cumpleaños número nueve, Candado. Ya estás en camino de convertirte en un hombre—dijo Gabriela mientras aplaudía.

—No creo que sea para tanto —comentó Tínbari.

—Cállate y no molestes a mi hermano.

Luego, Clementina apareció con piel y emociones, sosteniendo una botella de gaseosa.

—Un brindis para el señorito Candado Barret en su cumpleaños número nueve—declaró mientras servía gaseosa para todos.

Todos se pusieron de pie y alzaron sus vasos.

Después, Gabriela abrazó a Candado y le acarició la cabeza mientras lo tenía en su regazo.

Hammya sonrió al ver esta tierna escena. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció cuando vio el siguiente recuerdo. Era una noche lluviosa, Candado estaba empapado, sus amigos vestían de negro y lo miraban con preocupación. Él estaba apoyado en un muro, y el lugar era el gremio. Candado se arrodilló y en sus ojos se reflejaban lágrimas y una expresión de profundo dolor en su rostro.

—Candado, ¿necesitas algo? —preguntó Héctor.

—Largo. —respondió Candado con firmeza.

—¿Perdón?

—¡LARGO! ¡VÁYANSE!

Candado se arrodilló y comenzó a llorar, pero su ira era aún más grande que el dolor que estaba sintiendo. Sus ojos se tornaron violeta, pero no eran llameantes como solían ser, sino de un violeta puro. En su rostro comenzó a aparecer el característico tatuaje del mismo color, y sus manos se envolvieron en llamas.

—¿Por qué? ¿Por qué te la llevaste? ¿Por qué le arrebataste la vida?

Sus amigos no decían nada; solo observaban cómo él comenzaba a liberar todo su dolor con las palabras. Lágrimas se acumulaban en sus ojos por el sufrimiento de su amigo, y una sensación de impotencia los abrumaba al no poder hacer nada para aliviar su dolor.

—Ella... Ella cumplía con todo, todo lo que un ser humano debe tener. Entonces, dime, ¿por qué mierda te la has llevado? Ella creía en ti, yo creía en ti, y siempre cumplíamos nuestra palabra. No asesinamos, no matamos, ni siquiera juramos lealtad a otros dioses.

Candado luchaba por encontrar las palabras adecuadas mientras las lágrimas le impedían hablar con fluidez.

—Yo... yo tenía que haber ido en su lugar, ella... No —Candado frunció el ceño y miró al techo con ira—. Tú no tenías derecho alguno de reclamar su vida, no tenías ningún derecho. ¿Quién te has creído para llevarte a mi hermana? Bastardo, malnacido, hijo de mil putas —exclamó mientras se ponía de pie y apretaba los puños—. ¿Por qué te limitas a llevar a las personas de buen corazón y nos dejas a los malnacidos? No, tú no eres justo, niego tu existencia. Eres un asesino.

Candado, abrumado por el dolor y la ira, comenzó a desahogarse físicamente, golpeando las paredes con los puños, destruyendo mesas y sillas, volcando libreros y libros, y liberando su poder en forma de llamas. Todo esto mientras lloraba y gritaba de dolor, expresando su pena por la pérdida de su hermana. Sus amigos observaban impotentes el sufrimiento de su amigo.

—Te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, te odio, ¡TE ODIO! ¡TE ODIO! ¡ASESINO! ¿¡POR QUÉ NO MUERES VOS!?

Candado destrozaba todo lo que estaba a su alcance, su ira hacia Dios era abrumadora, y deseaba vengarse de alguna manera en el reino del paraíso. Mientras tanto, Hammya observaba la escena con asombro, sintiendo el dolor de Candado en su propio pecho mientras él continuaba su destrucción.

—¡TRÁELA DE VUELTA! ¡ELLA SIEMPRE CONFIÓ EN VOS, ERES UN ASESINO!

Finalmente, Candado se agotó y se arrodilló en medio del caos que había creado. Toda la ira había abandonado su cuerpo, dejando atrás un corazón destrozado y lleno de dolor.

—Te prometí que siempre te cuidaría, que te protegería. ¿Por qué no estás aquí? Me dijiste que te casarías con el chico que te gustaba y tendrías hijos. Por favor, vuelve y cumple tus sueños —suplicó Candado antes de desmoronarse en el suelo—. Lo siento, no debí enojarme así. No quiero hacerte sentir mal. Por favor, vuelve a casa con papá y mamá, con la abuela y el abuelo, con Clementina, mis amigos y conmigo. Regresa a casa, no me dejes. Quiero volver a ver esa sonrisa tuya, quiero que volvamos a jugar, quiero ver ese truco de magia con la moneda que me hacías cuando estaba triste. Quiero que vuelvas, quiero que me abraces cuando estoy triste. Te necesito.

Candado cerró los ojos y las lágrimas brotaron de sus ojos, empapando el suelo a su alrededor. Sus amigos corrieron hacia él y lo abrazaron, tratando de consolarlo mientras él lloraba. Hammya, por su parte, también derramó algunas lágrimas mientras observaba esta emotiva escena.

Luego, el escenario desapareció en un abrir y cerrar de ojos, y Hammya volvió a la habitación. Se encontraba rodeada por un silencio abrumador. Candado levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—¿Por qué tu mano estaba en mi cabeza? —preguntó Candado con curiosidad, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación.

Hammya, aún confundida por la experiencia que había tenido al ver los recuerdos de Candado, tartamudeó al responder:

—Yo, eh...

Candado notó que Hammya también estaba llorando y preguntó con preocupación:

—¿Y por qué estás llorando?

Hammya, al tocar sus mejillas y sentir la humedad de las lágrimas, trató de enjugarlas con las mangas de su suéter. Luego, sintió que alguien le agarraba la muñeca. Bajó la mirada y vio que Candado la había detenido con su mano izquierda mientras le ofrecía un pañuelo blanco con la derecha.

—Es para que no se te irriten los ojos —explicó Candado con compasión.

Hammya tomó el pañuelo y luego alzó la vista para mirar a Candado, notando que también estaba llorando, aunque intentaba ocultarlo.

—Gracias —respondió Hammya sinceramente.

Sin embargo, Candado, tratando de negar sus lágrimas, se puso de pie y se dio la vuelta rápidamente, ocultando su rostro de Hammya.

—No, no es cierto —dijo con voz entrecortada mientras trataba de limpiarse las lágrimas con su guante blanco.

Hammya notó la angustia en Candado y trató de comprender lo que había sucedido. Candado se excusó rápidamente:

—Yo... eh, iré a ver por qué tarda tanto Clementina.

Dio la espalda y se alejó por un pasillo, desapareciendo de la vista de Hammya. Ella se quedó sola y se preguntó qué había visto en los recuerdos de Candado y cómo había logrado verlo. Parecía que había visto momentos felices y tristes de su vida, pero lo que más le había afectado era la muerte de su hermana, Gabriela. Hammya bajó la vista y suspiró preocupada, preguntándose si eso había sido la razón por la que Candado no había dormido la noche anterior.

Mientras Hammya reflexionaba sobre lo sucedido, Candado salió de la sala apresuradamente, seguido de cerca por Clementina.

—Espera, Candado, hablemos de esto —instó Clementina.

—No hay nada de qué hablar —respondió Candado mientras tomaba su boina y su mochila.

Clementina intentó detenerlo, pero Candado cerró la puerta de golpe detrás de él. Luego, Clementina se volvió hacia Hammya con una expresión de preocupación en el rostro.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Clementina, buscando respuestas en el rostro de Hammya.

Hammya sostuvo el pañuelo en sus manos y respondió a Clementina con sinceridad:

—Creo que vi sus recuerdos.

Clementina mostró sorpresa y curiosidad en su rostro.

—Oh, parece que el mover raíces momentáneamente no era solo tu poder.

—¿Tú crees?

—Sí, lo creería. Pero dime, ¿qué viste?

—Vi algunas cosas, como su cumpleaños y el día en el que murió su hermana.

La expresión de Clementina se volvió aún más asombrada.

—Ya veo, ¿entonces viste cómo lo tomó?

—Sí, vi cómo sufrió la pérdida de su hermana. También vi cómo estaba destrozado emocionalmente, vi la furia y la rabia que sentía hacia Dios y hacia sí mismo.

Clementina se sentó en la silla donde Candado había estado antes y miró a Hammya.

—Bueno, lo que viste ahí fue la muerte de aquel Candado alegre y juguetón, y el nacimiento del Candado frío y serio que es ahora.

Hammya asintió, comenzando a entender mejor a Candado.

—Creo que ahora lo entiendo mejor. Siento un poco el dolor de Candado. Él piensa que no merece ser feliz porque se siente culpable de no poder proteger a su hermana. Por eso, quiere alejar a todos los que se le acercan para no sentirse lastimado nunca más.

Clementina asintió en acuerdo.

—Sí, has llegado a esa misma conclusión. Candado tiene un corazón sensible y busca proteger a todos aquellos que lo rodean.

—Pero él se contradice, ya que Yara se le acerca a él y la acepta.

—Bueno, en ese caso es al revés. Ella necesita a Candado, y él no puede darle la espalda porque es el único que la comprende y sabe cómo cuidarla. La prueba está en que Mauricio no supo qué hacer cuando ella estaba enferma. Candado, en cambio, sabía cómo curarla y pasó días y noches cuidándola hasta que se le bajara la fiebre.

Hammya reflexionó sobre estas palabras y luego miró a Clementina con determinación.

—Quiero ayudarlo.

Clementina asintió con una sonrisa.

—No quisiera cuestionarte, pero ¿por qué?

—Candado ha llevado tanto tiempo esta carga solo. Ha logrado ocultar su dolor a todos nosotros, pero revisando en sus recuerdos y sueños, siento que es hora de que él tenga una mano para llevar esa pesada carga. No debería tener que hacerlo solo. Quiero ayudar a reconstruir la persona rota que es este Candado y convertirlo en lo que era antes, un ser alegre y carismático. Cuando llegué aquí, Candado me aceptó sin ningún problema, y quiero devolverle el favor.

Clementina asintió con aprobación.

—Gran respuesta, señorita Hammya, gran respuesta.

Hammya había tomado una decisión, y estaba dispuesta a ayudar a Candado a sanar y encontrar la felicidad que merecía después de tanto tiempo de cargar con su doloroso pasado.