Esa misma mañana, en el otro extremo de la provincia, Desza caminaba por las calles de la gran ciudad de Buenos Aires, como un ciudadano más.
—Esto apesta. No importa dónde vaya, siempre oleré el pecado —murmuró Desza, con voz grave.
Sin embargo, ese día no estaba de humor para masacrar a esas personas. De hecho, su rostro, normalmente impasible, había adoptado una expresión fría y desinteresada. La razón era obvia: tenía que reunirse con alguien a quien preferiría ver muerto en vez de charlar. Pero no podía desobedecer a Pullbarey. Si quería conseguir su objetivo, debía morderse la lengua y tragarse sus ganas de descuartizar a Johan Martines.
El encuentro no era nada acogedor. De hecho, lo que Johan había asegurado, bajo las estrictas condiciones del contrato, le garantizaba una reunión sin violencia. En letras grandes, destacaba una cláusula: ¡NO AGRESIÓN! Básicamente, eso era lo que Desza tuvo que soportar al momento de firmar. El lugar de la cita también era peculiar; una zona bastante transitada, y con ello quiero decir, el metro. Había un vagón en el que podrían hablar sin molestias. De hecho, para llegar hasta allí, Desza debía atravesar un túnel y encontrarse con Johan.
Pero justo cuando se disponía a saltar a la vía, un policía lo detuvo. Pobre alma desgraciada. Desza clavó su machete en su pecho y le tapó la boca, dejando que se ahogara en su propia sangre, mientras la muerte le llegaba lenta y dolorosa. Tras este acto, Desza sonrió, cargó el cadáver y lo escondió en el túnel, tirándolo a un lado de la vía, donde la oscuridad lo engulló.
—Me siento mejor —suspiró Desza.
Se sacudió las manos y, al fin, divisó el vagón en el que debía subir.
Sin embargo, su satisfacción desapareció en cuanto vio a Johan dentro del vagón. Con una mueca en el rostro, Desza no tuvo más opción que dirigirse hacia él.
Abrió la puerta con su machete y entró.
—Hola, Desza —saludó Johan.
—Hola, Johan —respondió Desza, con una calma tensa.
—Me alegra que hayas aceptado mi invitación.
—Créeme, si Pullbarey no te necesitara, ya te habría matado —respondió Desza, sin ocultar su desprecio.
—No me hagas reír, Harry. No eres tan poderoso —respondió Johan, con una sonrisa arrogante.
Desza se sentó en una silla cercana mientras Johan se recostaba contra la pared, manteniéndose en la sombra.
—Yo tenía razón —dijo Johan, con tono soberbio.
—¿En qué? —preguntó Desza, algo vacilante.
—Veo... eres tan genial, tan puro, tan elocuente, que eres humilde ante mí. Pero ambos sabemos que no eres más que un caído de los laureles.
Desza deslizó lentamente su mano hacia el mango de su machete. Johan, con el rabillo del ojo, notó el movimiento.
—Puedes hacerlo —continuó Johan, desafiándolo—. Cinco años, Desza, cinco años. Nos conocemos desde hace tanto. Escalaste lentamente, muchos decían que Desza, el Protector, sería el reemplazo de Candado en el candidato... Ja, pero todo cambió con el incidente de Italia.
—No vine a hablar del pasado, maldito corredor —respondió Desza, con desdén.
—¿Corredor? ¿Es así como me llaman ahora? Vamos, pibe.
—Que te quede claro, aunque haya abandonado los gremios, no significa que haya abandonado mi odio hacia ti.
—Lo sé. Ahora, siento mucho entretenerte. ¿Qué necesitas de mí?
—Pullbarey necesita tu ayuda para algo importante.
—¿Luchar contra el gremio? Soy un mercenario, acepto todo, pero si sus acciones son lo suficientemente graves como para llevar este armonioso mundo a la guerra, entonces el precio será bastante alto.
—El dinero no es un problema.
—Acepto. La última vez, no pensé que ese tal Jorge...
—Jørgen —corrigió Desza.
—Bueno, ese, nunca pensé que dos días después tendría una oferta de trabajo. Matar a Nicolás Cabaña... Debo decir que, por culpa de ese esclavo, casi pierdo la vida. Nunca imaginé tal brutalidad.
—Maldigo a ese negro por no haberte matado —gruñó Desza.
—Hablemos de eso luego. ¿Qué puede hacer un humilde servidor?
—Candado está muriendo lentamente, pero, según lo que me dijo Pullbarey, hay una posibilidad bastante alta de que Candado pueda curarse de ese conjuro.
—¿Así?
—Claro. Seguramente conocerás el mundo de los arcángeles.
Johan borró su expresión de arrogancia.
—¿En serio?
—Es la frontera entre nuestro mundo y el de los arcángeles. No hay nada allí más que un campo de flores y un molesto cielo despejado.
—Sin embargo, sobreviviste.
—No es algo de lo que deba estar orgulloso.
—Me corrijo, naciste allí, eras llamado el arcángel Johan.
—Mercenario Johan. Si hay algo que odio, son los arcángeles.
Desza sonrió, planeaba molestarlo un poco más, pero se detuvo. Sabía que no valía la pena para su propósito. Si Johan había dejado de ser un arcángel, debió haber una razón de peso.
—Bien. Sólo alguien como tú puede ir y venir.
—No planeo hacerlo.
—Se te pagará por hacerlo.
—Acepto. Supongo que Lilit estará bastante molesta, pero estará bien.
—Me da igual lo que piense tu mujer.
—Bien. Parece que aceptaré este trabajo. Después de todo, necesito dinero.
Johan se puso de pie y extendió la mano.
—¿Qué?
—Es tradición. Cuando un contrato se establece, se da un apretón de manos.
—No me agradas. No lo haré.
—¿Piensas que Barack Obama y Raúl Castro se agradan cuando se dan un apretón de manos? Se odian, boludo. Yo también odiaría mucho darle la mano a un negro.
En ese momento, irrumpió Ocho.
—Señor.
—¿Qué sucede, Ocho? Dije que quería venir solo.
—No podía dejarlo solo, así que decidí cuidarlo desde las sombras. Pero de todos modos, debe irse. Se aproximan Semáforos por todas partes.
—¿Cuántos son?
—Creo que unos cien.
—¿Cien? Qué miseria.
—Muy bien, nos reuniremos en la calle Congreso Desza.
—¿Qué?
—Sea lo que sea, yo no planeo luchar contra cien personas. No soy así. Yo mato a mis objetivos, no a civiles.
—Como quieras, más para mí —dijo Desza con una sonrisa.
—Rápido, señor, tenemos que irnos.
—Nos vemos —dijo Johan, poco antes de desaparecer frente a sus ojos.
—Andando, Ocho, luchemos.
Desza salió del vagón con su machete desenfundado, solo para encontrarse con un rostro conocido.
—Moneda.
La sonrisa en su rostro denotaba locura.
—Nunca antes me habían humillado de esa manera —dijo, desvió su mirada y se centró en Ocho—. ¿Y tú? ¿Esto es lo que realmente querías? Traicionar a Joaquín, a Candado, a Krauser, a Héctor, a Declan, a Clementina, a Gabriela... ¿No te suenan esos nombres?
This story has been stolen from Royal Road. If you read it on Amazon, please report it
Ocho mostró una sonrisa torcida.
—Sí, ¿y qué? Los odio a todos, y más a Candado. No hay nadie más sentimental que él.
—Joaquín ha dedicado gran parte de su tiempo para buscarte, Krauser nunca dejó de creer en ti. ¿Quién eres realmente?
—Una Testigo.
Desza explotó en carcajadas.
—Es genial. Muy bueno. No puedo creerlo.
Desza levantó su machete y lo señaló.
—Eres demasiado loco para venir otra vez.
Moneda ignoró a Desza y siguió conversando con Ocho.
—Dime, ¿qué pensaste de Joaquín? Quiero saber. ¿De verdad lo querías? ¿Te importaba su amistad?
Ocho bajó la cabeza hasta tal punto que no se le podía ver el rostro.
—Habla. Quiero saber.
Después de unos segundos, Ocho levantó la cabeza, y con una expresión de felicidad enorme, contestó.
—Una basura, un enfermo, una mierda. No hubo un solo momento en que no lo odiara con toda mi alma. ¿Cómo puede ser tan inocente? Cree en todo el mundo, piensa que todos tienen una parte buena... Es un estúpido. ¡¿CÓMO ES QUE UN SER HUMANO COMO ÉL SIGUE VIVIENDO!?
Moneda cerró los ojos lentamente y recordó.
Hace dos años.
En un manicomio, en una habitación cerrada y acolchonada, él estaba sentado mirando la puerta, imaginando qué había detrás de ella, imaginando un mundo más allá de esa celda. La puerta siempre estaba cerrada. Era muy peligroso; no dudaba en lastimar a cualquiera que se le acercara. Vivía de la forma más cruel posible. Si los animales que le mantenían con vida estaban cerca, los trataría como tales. Su cabeza estaba atrapada dentro de una jaula para evitar que los mordiera. Sus brazos estaban atados a la espalda con vendajes cruelmente ajustados. Nunca antes se había visto tal salvajismo en un menor de edad, ni tampoco un menor tan cruel con otro ser humano.
Detrás de la puerta, se escuchó la llave girando a la izquierda.
—¿Quién será? —preguntó él, de manera juguetona.
La puerta se abrió, y dos personas aparecieron: un niño de su edad y una mujer adulta, la doctora encargada de las precauciones.
—Sólo diez minutos, no más. Me he encargado de que no te ataque, y si llegases a hacerlo, será sedado. No puedo creer que Candado me obligara a hacer esto.
—No se preocupe, yo también hice algo ilegal. Le mentí a mi madre para venir aquí.
La doctora refutó.
—Anda, haz lo que tienes que hacer.
—Sí, sí.
La doctora se fue, dejando la puerta abierta.
El muchacho sonrió al ver lo notoria que era su cobardía, pero esa sonrisa se borró al instante cuando su "visitante" cerró la puerta detrás de sí, mostrando seriedad.
—Bien, eres Mark Aurelio, bonito nombre.
—...
—Eh, soy Joaquín, Joaquín Barreto. Esto debe ser confuso para ti, supongo.
Mark mostró una sonrisa torcida.
—Podría degollarte aquí.
—Eso sí da miedo, pero no tanto como mi madre.
—¿Vas a golpearme, insultarme, preguntarme sobre mi ojo derecho o sobre cómo me gusta meterme objetos en él?
—Nada de eso. Me tiene sin cuidado el agujero y el algodón que tienes ahí. Sólo vine a sacarte de aquí.
Joaquín caminó hacia él y se sentó frente a él, peligrosamente cerca, sorprendiendo a Mark.
—¿Quieres que te mate?
—¿Conoces al Gremio?
—¿Ah? No.
—Bien, es normal. La verdad estoy corto de personal y quería tener un ayudante.
—Déjame adivinar... ¿Yo?
—Sí, tú.
—¿No te das cuenta de lo que podría hacerte si me sacas de aquí?
—Seguramente me matarías, pero... ¿No es mejor empezar desde cero?
—Todos son iguales, todos sanguinarios, traicioneros, les gusta causar dolor. ¿Por qué tendría que empezar desde cero yo? ¿Por qué no se encargan ellos de sus vidas?
—Odias a la sociedad.
—Sí, incluso a ti.
—¿En serio?
—Sí.
—¿De verdad?
—¿¡ERES SORDO!? ¡SÍ! ¡LOS ODIO! ¡LOS ODIO A TODOS!
—Qué bien.
Luego, Joaquín lo abrazó, llevó su mano izquierda a la cerradura de la jaula y le quitó el seguro.
—Listo, eres libre —dijo mientras continuaba liberándolo de todas sus restricciones.
—¿Qué? ¿Qué?— preguntó tontamente Mark.
—Dijiste que odias a la sociedad, yo también la odio. Es injusta, machista, sexista, corrupta, desigual, pero no pido su desaparición. De la mierda salen bellas flores, y es por esas pequeñas cosas que tiene el mundo por lo que le damos una oportunidad. La sociedad no tiene por qué aceptarte solo por hacer lo que dicen las autoridades, más si son estúpidas. Yo creo en las segundas oportunidades. Si tú quieres vivir sin que te traten como basura, ven con nosotros. Yo te haré la envidia de la sociedad del hombre.
Mark se tomó el cuello con ambas manos, pero no pudo hacer nada más que temblar y mostrar una sonrisa psicópata, que venía acompañada de lágrimas.
—¿Por qué? Debería matarte sin dudar.
—Yo te daré una segunda oportunidad.
Presente.
—(En ese momento, solo tú tomaste la mano de un loco, y sin titubear. ¿Eso es un monstruo? Si tú utilizas las palabras como modo de defensa, entonces yo seré tu arma.) —pensó Moneda.
—Ya veo—dijo, abriendo los ojos—. Veo que eres muy despreciable.
Ruth, quien estaba presente, se molestó terriblemente.
—Veo que lo entendiste.
Moneda sonrió nuevamente.
—Si Joaquín no mata a nadie, entonces... ¡YO ME ENCARGARÉ DE MATAR A TODO AQUEL QUE LO HIZO SUFRIR!
Tras decir esto, Moneda se lanzó hacia Ocho en vez de hacia Desza.
—¡Muere, traidora!
Desza se dispuso a ayudarla, pero fue detenido por Ruth, quien le mostró un gran desprecio. Tenía delante a Desza, el asesino de los gremialistas.
—Vamos, niña, eres muy lenta para mí.
Ruth no usaba las manos, se movía de un lado a otro como una acróbata, luchando incansablemente. Desza no parecía tener interés en usar su machete contra ella, más bien se limitaba a esquivarla y bloquear sus ataques. Después de todo, a él le gustaba jugar un poco con sus víctimas.
Por otro lado, Ocho mantenía distancia de Moneda. Era demasiado peligroso acercarse a un loco como él. Sin embargo, llegó el momento en que Moneda logró acercarse hasta su cuello. Pero no pudo saborear su victoria, pues Desza lanzó su machete hacia Moneda, obligándolo a soltarla.
Tras una larga pelea, la ayuda de los Semáforos llegó, liderada por Ramiro.
—¡ALLÁ! ¡ATRÁPENLOS!
El ejército, compuesto en su mayoría por jóvenes de 16 a 18 años, prestó su ayuda.
Desza, al notar esto, se puso serio. Tomó a Ruth por el cabello largo y la atrajo violentamente hacia él.
—Me divertí, pero debo marcharme.
Luego le dio un cabezazo en la cara, haciendo que Ruth cayera de espaldas por el impacto.
—¡RUTH!—gritó Moneda.
Ocho aprovechó la distracción para devolver el machete a Desza, quien lo tomó con mucho cariño.
—¡VENGAN INÚTILES!—gritó Desza, balanceando su machete.
Ramiro sonrió.
—¿Crees que podrás matarlos? Esto no es Chaco...
Uno de los Semáforos detuvo el machete de Desza con su mano derecha, fracturándole el brazo.
—¡ESTO ES BUENOS AIRES! ¡LOS QUE VIVIMOS AQUÍ ESTAMOS LAS 24 HORAS DEL DÍA PELEANDO CONTRA CIRCUISTAS! ¡SOMOS LO MEJOR DE LO MEJOR!
Desza se arrodilló de dolor, su brazo roto se movía de un lado a otro como un péndulo. Luego cambió el machete de mano para seguir luchando contra el hombre a su izquierda, pero él rápidamente lo bloqueó sujetándolo del brazo y dándole una patada en las costillas.
—Alto, Alex, no queremos matarlo.
—Qué mala suerte.
—Como ves, Desza, los Semáforos de aquí son mucho más fuertes que los de Chaco, debido al simple hecho de que aquí la agresión por parte de muchos Borradores inmundos es más evidente.
Desza miró a Alex.
—Oye, petero, espero que no te arrepientas por dejarme seguir respirando.
Al segundos de decir eso, el muro estalló.
—¡CUIDADO!—gritó Franco.
La tierra comenzó a temblar y todos entraron en pánico. Entre todo eso, Desza se puso de pie, sacó un frasco de su bolsillo y bebió su contenido.
—Riamos juntos—dijo Desza, enterrando su machete en su abdomen.
—¡ALEX!—gritó Alejandro.
Desza dobló su machete y lo retiró, dejando gravemente herido a Alex.
Alejandro saltó al rescate, pero Desza lo alcanzó antes de que pudiera hacer algo. Su velocidad se había incrementado.
—Riamos, Alejandro.
Desza se disponía a cortarle la cabeza, pero si no fuera por la agilidad de Franco, quien lo tomó por el brazo y lo atrajo hacia atrás con todas sus fuerzas, alejándolo con éxito de la hoja del afilado machete.
—Me debes una.
—Vaya, te salvaste de mí.
Desza sonrió y miró a Ocho, quien hacía unos segundos había podido librarse de Moneda.
—Vengan, Testigos. ¡VENGAN!
De pronto, del agujero salieron los lacayos de Desza. Dockly fue el primero en manifestarse, disparando a las piernas a uno de los Semáforos con su Winchester.
—Parásitos—murmuró él mientras cambiaba de cartucho.
Luego, todos comenzaron a manifestarse desde el interior del agujero.
—¡PROTEJAN A DESZA!—gritó Rŭsseŭs.
—Sean Testigos de su propia muerte —se burló Dockly.
Ramiro se puso en frente de sus hombres y cargó el cuerpo mal herido de Alex.
—Váyanse todos de aquí, necesitamos un médico.
Luego entregó el cuerpo mal herido de Alex a uno de los suyos.
—No quiero perder más vidas. Llévense a Carlos también, necesita ayuda.
—Pero...
—Es una orden.
Franco y Alejandro se quedaron firmes. No pensaban irse sin él.
—Dije que se fueran.
—Soy el vicepresidente, no lo haré —respondió Franco, decidido.
—Yo soy inspector, y tampoco lo haré —añadió Alejandro.
Desza sonrió, una sonrisa fría.
—Ocho y Jørgen, den un paso al frente. El resto, váyanse.
—Pero... Desza, no podemos dejarlo aquí —suplicó Azricam.
—No olviden que tenemos que hacer preparativos para la fiesta, ¿verdad? —intervino Desza, sin mostrar piedad.
—Desza tiene razón, vámonos —dijo Chesulloth, con tono decidido.
El equipo comenzó a retirarse, dejando atrás al trío para enfrentarse al triunvirato de los Semáforos.
—Hoy hemos perdido a dos grandes camaradas. Es hora de que pagues con tu vida —murmuró Ramiro, con una sonrisa cargada de veneno.
—Eres tan infantil, Ramiro —respondió Desza, imperturbable.
Tras esas palabras, los tres grupos se lanzaron a la batalla.
Jørgen estrelló el cuerpo de Alejandro contra un muro, atravesándolo y dejándolo fuera de vista. Mientras tanto, Franco y Ocho salían del túnel y se adentraban en otra parte del campo de combate.
Desza y Ramiro mantenían un duelo equilibrado, machete contra puños. El líder de los Semáforos sabía que cualquier movimiento en falso podría costarle la vida.
—Eres escurridizo —se burló Desza, observando la agilidad de su oponente.
—¡VEN A MÍ! —gritó Ramiro, desafiante.
Al otro lado de la ciudad, Johan estaba sentado en una banca en una plaza casi vacía. Sentía las miradas de las personas sobre él, notando cómo su apariencia generaba incomodidad en los demás. Fue entonces cuando alguien se sentó a su lado.
—Veo que aún sigues molestando —dijo la voz, suave pero firme. Johan volteó hacia su interlocutor.
—Gabriel.
El mercenario sonrió con suficiencia.
—Es interesante ver a alguien como tú con los huevos bien puestos para escupirle al tratado de Joaquín en la cara.
—Soy un mercenario, Gabriel. Quien paga más es mi jefe.
—¿Incluso si tus jefes son los que intentaron matarte?
—¿Incluso? No, no soy barato, soy demasiado caro para ellos.
—Podría matarte, Johan, por joder al presidente Joaquín.
—Ni siquiera firmé un contrato con él. Lo hice con Rozkiewicz.
Gabriel se acomodó el sombrero, mirando con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Soy un Funcionario. Me encargo de proteger los tratados.
—Ya veo.
—Eres muy apegado a las reglas, ¿no?
—No, sólo hago lo que es correcto, ya sea la ley o no.
Johan sonrió con sarcasmo.
—Es estúpido atarse a ellas, Gabriel. Es muy de pavote hacer eso.
—¿Es por eso que abandonaste tu deber de arcángel?
La sonrisa de Johan desapareció de inmediato.
—Puede que tú tengas alas blancas y que las mías sean negras, pero está claro que nadie te expulsó.
—No me provoques, gatito. Puede que parezca joven, pero tengo 6000 años.
—Yo tengo 10,000 años. He visto ir y venir a muchas personas, monstruos y ángeles. He visto imperios levantarse y caer frente a mis ojos. He sido testigo de cómo personas son asesinadas por intentar ayudar a la humanidad.
—Eres un Bailak.
—Bailak, humano, monstruo, Bari, alienígena, animal, pez, microbio, virus, titán, dios, ángel, demonio... Resulta que no soy nada de eso. No sé lo que soy, sólo sé que soy superior a todo eso.
Gabriel frunció el ceño, claramente molesto.
—¿Viniste a restregármelo en la cara?
—No, sólo vine a darte una advertencia.
—¿Cuál?
Johan lo miró fijamente, su tono serio.
—Cabaña Nicolás. Es muy amigo de Joaquín y de Rozkiewicz. Salió del hospital hace ya dos días.
—Veo que sobrevivió, que bien.
—Si vuelves a acercarte a él...
Gabriel lo miró intensamente, su rostro de repente se deformó en una mueca monstruosa, los ojos oscuros y la mandíbula retorcida, con dientes largos y puntiagudos.
—¡TE MATARÉ!
Johan no se inmutó ante la amenaza.
—La intimidación no va conmigo.
Gabriel se cubrió la boca y se levantó del asiento, dejando escapar un gruñido.
—Un arcángel como tú da mucho que desear. Sólo rezo para que nuestros caminos no se crucen con sangre.
—Qué curioso —respondió Johan, levantándose y cruzándose de brazos de forma arrogante—. Porque yo no lo haré.
Gabriel lo miró, furioso, pero Johan ya se estaba alejando. Antes de marcharse, lanzó una última advertencia.
—El mundo está por cambiar, Gabriel. Y cuando lo haga, será en este mismo lugar, a la misma hora, cuando nos crucemos.