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LA OFERTA DE NELSON

Las cosas se pusieron tensas en el gremio Roobóleo después de esa misteriosa llamada. Nadie quería que Candado fuera a encontrarse con ese tal Nelson, pero ellos mismos no se atrevían a decirle que no fuera, ya que tenían miedo de que sonara como una orden, y a Candado no le gustan las órdenes, y mucho menos de las personas que las dan, porque podría enojarse, y eso daba un miedo enorme al grupo. Estaba claro que podía ser una trampa, pero se estaba hablando de Candado, "El niño que no siente dolor", al menos así era conocido por sus enemigos, y con ese nombre ya lo explicaba todo. ¿Quién se enfrentaría a alguien que no teme ser lastimado? Es muy tenebroso. Pero también caía la posibilidad de que pudiera ser peligroso. Anteriormente, Candado estuvo en grave peligro en dos ocasiones con mercenarios y con los Circuitos. Así que tomaron confianza y se lo dijeron porque la vida de su amigo estaba en peligro.

—Candado, ¿estás seguro de ir allá con un individuo desconocido? —preguntó German.

—Sí, lo estoy —afirmó Candado.

—¿Incluso si parece ser un asesino pagado por los Circuitos o de cualquier otra agencia? —preguntó Héctor.

—Aún más, ya que sería interesante —dijo Candado con un intento de sonrisa.

—¿Incluso si es peligroso? —preguntó Hammya.

—Claro que sí —reafirmó Candado.

—¿Incluso si te matan y quedo yo a cargo para despedazarte ya muerto y así poder vender tus órganos y ganar mucho dinero vendiéndolos a un precio más alto a los Circuitos para que los usen como trofeo?

—Matlotsky... cállate, porque al hablar nunca sale nada inteligente de tu parte —dijo Candado —Continuó con—. No sé por qué se preocupan tanto, si pasa algo que se me vaya de las manos, prometo llamarlos. No se arruguen ni se inquieten tanto por eso.

Poco después, salió del gremio y se dirigió a su restaurante favorito para encontrarse con el sujeto llamado Nelson, pasando por el bosque y las veredas, mirando el cielo despejado de nubes, y pensando que ayer había llovido. Así de extraño es el clima del Chaco. Mientras caminaba, Tínbari se le apareció y comenzó a hacer preguntas.

—¿Te parece correcto?

—¿Correcto qué?

—El seguir este camino, recuerda que no lo conoces y es más probable que intente asesinarte. Podría causar tu propia muerte o algo peor.

—¿Peor? ¿Doble muerte?

—Hablo en serio, Candado. Puede que sea peligroso y tendría que ayudarte en un peligro prominente.

—¿Prominente dices? ¿Qué me puede hacer una persona? Nada, absolutamente nada.

Entre discusión y discusión, Candado no se dio cuenta de que, mientras más hablaba, más se acercaba al restaurante, hasta que, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba en la puerta del local.

—Qué rápido, ni cuenta me di.

—¿Estás seguro de seguir adelante?

—Ya te lo dije, presta más atención —dijo Candado de mala manera.

—Ja, como quieras. Buena suerte… muchacho —dijo Tínbari con un tono burlón mientras desaparecía.

—Oh, cállate y déjamelo a mí.

Cuando él entró al restaurante, estaba vacío, no había ningún cliente. A Candado esto no le parecía algo como para llamar la atención, así que se dirigió a la mesa donde siempre se sentaba a esperar a ese sujeto.

Estar allí esperando era aburrido para él, y nadie lo atendía, hasta que pasó el mesero Luan, a quien Candado le tenía mucho disgusto debido a que le había dicho que su forma de atender a los clientes era de manera cretina.

—Servicio, por favor.

Luan se detuvo y miró a Candado.

—Estoy ocupado, hay muchos clientes acá —dijo Luan molesto.

—Escúchame, pelirrojo, no hay nadie, soy el único aquí.

—Lo siento, estoy ocupado.

—¿Con quién estás ocupado? Si no hay nadie.

—Para ti no hay nadie, para mí hay muchas personas —dijo Luan de manera soberbia.

—¿Ah, sí? Mira vos, che, así que el señorito no le importa mi dinero, pero sí el dinero imaginario. No sabía que tú, Luan, eras un esquizofrénico. ¿Por eso abandonaste la escuela?

Al decir esto, Luan se molestó tanto que se fue del restaurante con la bandeja en la mano y diciendo:

—Que te atienda Dios, pelotudo.

Cuando Luan se fue, se escuchó una risa jovial que se acercaba a las espaldas de Candado.

—Eres un poco brusco con la gente, ¿no te parece? —dijo la voz entre risas a su espalda.

Candado se volteó.

—¿Perdón? ¿Y usted quién es? —preguntó Candado.

—¿Yo? Soy el que te ha llamado por teléfono.

—¿Usted es Nelson?

—Exacto, Candado, soy el que te ha citado a este lugar —dijo mientras se sentaba en la misma mesa de Candado.

El Nelson que estaba al frente de él era un señor anciano que tenía los ojos azules, una pequeña cicatriz en su mentón, cabello blanco producto de la vejez con patillas de color castaño todavía, tenía un bigote estilo candado blanco, vestía una bata blanca de laboratorio igual a la que usa Lucas, una camisa celeste con una corbata negra, pantalones marrones de gala y zapatos del mismo color. Usaba un bastón de madera con una esfera de diamantes.

—Hola, muchacho.

—Vine aquí para saber quién mató a mi abuelo, no para tomar café y hablar de cosas sin importancia. Ahora dime, ¿quién fue?

—Eres igual a tu abuelo, misma vestimenta, misma boina, pero no usaba esos guantes blancos sino marrones.

—Espera, ¿conociste a mi abuelo? —preguntó Candado sorprendido.

—Fui su mejor amigo cuando tenía tu edad, y lo seguí siendo, hasta ahora.

—Entonces, dime, si de verdad eres su mejor amigo, ¿cómo es posible que yo haya escuchado de ti por él?

—Bueno, eso es porque Alfred usaba siempre un seudónimo de animales y mencionaba una "yarará" al contarte sus aventuras, ¿no?

En ese momento, Candado comenzó a recordar todas las historias que le contaba su abuelo cuando era pequeño. Siempre la historia era repetitiva con respecto a los personajes, siempre eran los mismos: el león rojo, la tortuga, el armadillo, la paloma, el gallo, el lince, el ñandú y la yarará. Ellos siempre eran los héroes en los cuentos del abuelo de Candado, y eran los mismos animales que peleaban contra un malévolo halcón. Para Candado, esto era muy extraño, ya que solo tres personas en el mundo conocían esa historia: Candado, Gabriela (fallecida) y su madre.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Candado, llevando su mano a la espalda con lentitud y cuidado, agarrando su facón.

—Porque fui yo quien le dio esa idea, aunque los animales que mencionaba los creó él, no yo.

—¿Cómo puedo saber que tú eres quien dice ser? —preguntó Candado, aún con su mano en su facón.

—Si no me crees, entonces te tendré que dar una prueba. Cuando Alfred te regaló su boina, él te susurró algo en el oído, ¿verdad?

—Sí, es verdad —dijo Candado sacando su facón lentamente de su funda.

—Te dijo: "Feliz cumpleaños, mi gaucho violeta". Luego te puso su boina en la cabeza. Lo sé porque él mismo me lo contó por teléfono —dijo con una sonrisa en la cara.

Cuando Candado escuchó eso, guardó su facón de vuelta y, para disimular, sacó un chicle de su bolsillo con una sonrisa falsa y las cejas levantadas.

—Genial, eres quien dices ser, porque cuando él me dijo esto, estábamos solos.

Justo en ese momento, pasó la hermana menor de Luan y de Siro, Susana, la camarera, a pedir sus órdenes.

—¿Desean tomar algo? —preguntó Susana.

—Sí, quiero un chacolí, por favor.

—Aja, ¿Y tú, Candado? —preguntó Susana.

—Nada, gracias —dijo Candado, levantándose la boina pero con una expresión fría en su rostro.

—En seguida vengo —dijo Susana con una sonrisa.

Después, la camarera se fue de vuelta a la cocina.

—¿Chacolí? ¿Eres chileno de casualidad?

—No, soy argentino, pero me gusta el chacolí.

—Bien, me has mostrado pruebas de que en verdad eres amigo de mi abuelo, pero ¿qué eras tú de niño?

—Yo fui del gremio Roobóleo, era vicepresidente cuando era niño y vocal de la O.M.G.A.B. u Organización Bernstein —dijo Nelson mientras mostraba su insignia a Candado.

—Bueno, es algo marchito, pero es una evidencia clara. Ahora dime, ¿quién asesinó a mi abuelo?

—La muerte de tu abuelo está relacionada con esto —dijo Nelson mientras deslizaba un halcón plateado hacia las manos de Candado.

—Agentes —dijo él con asco.

—¿Los conoces? Entonces esto lo hace más sencillo.

—¿Tiene relación?

—Sí, está relacionado, porque esta insignia le pertenece a un hombre llamado Greg.

—¿Greg? ¿Es él quien mató a mi abuelo?

—Sí, estoy seguro de que fue él, pero no estaba solo, había como tres personas más con él, uno de ellos era menor de edad.

En ese momento, vino la camarera Susana con el vino chacolí de Nelson.

—Aquí tiene, señor —dijo Susana mientras destapaba la botella para después irse.

Nelson agarró la botella y, en vez de servirse en el vaso que tenía al lado, decidió tomar directamente de la botella.

—¿Te importaría mostrar un poco más de modales? —dijo una voz desconocida.

—¿Quién ha dicho eso? —preguntó Candado, mirando en todas direcciones.

—Fui yo, ¿algún problema? —dijo una niña muy pequeña, del tamaño de una mano de un bebé, saliendo del bolsillo del pecho de Nelson.

Cuando ella dijo eso, comenzó a escalar con dificultad hacia la mesa, sin ayuda de Nelson, ya que este estaba ocupado tomando su vino. Cuando llegó, Candado pudo verla claramente. Tenía el cabello rubio largo y suelto, ojos negros con círculos azules brillantes en ellos, vestía bombachas gauchescas negras, botas marrones oscuras, una camisa blanca de mangas largas, un chaleco negro elegante, un pañuelo rojo envuelto en su cuello y un sombrerito azul claro en su cabeza.

—¿Qué se supone que eres? —preguntó Candado, con su expresión fría en el rostro.

—Yo soy tu peor pesadilla, Goliat.

—Oh, me gustaría saber, ¿cómo un gnomo va a ser tan poderoso como una pesadilla? —preguntó Candado con su misma expresión fría.

—¿Cómo me llamaste? Rata de alcantarilla.

Después de que la niña dijo eso, Candado la empujó con delicadeza con su dedo índice, y esta cayó sentada al suelo. Cuando se puso de pie, sacó un cuchillo de su espalda con un odio tremendo hacia Candado, luego comenzó a correr para llegar a él, pero este de manera astuta agarró el salero y lo puso al frente de ella, para cuando la niña se dio cuenta, ya era tarde porque se había estampado contra el salero, haciendo que volviera a caer al suelo.

—Vaya, qué pelea más frenética y larga —dijo sarcásticamente Candado.

—Ja, eres muy gracioso.

—¿Qué es esta cosa?

—¿Ella? Se llama Grivna y, al igual que Clementina, es un robot, solo que el mío es un modelo más pequeño y un pendrive.

—Bueno, eso resuelve el misterio de que haya sido algo tonta al no detenerse al ver un salero —dijo sarcásticamente Candado.

—No entiendo.

—No, lo que ¡YO! no entiendo es cómo sabes de Clementina y, más aún, cómo sabías que ella es un robot.

—Bueno, porque los planos para fabricarla fueron creados, diseñados y dibujados por mí, pero el mérito no es mío, ya que el que sudó al fabricarla fue Alfred.

—¿En serio?

—Claro, Alfred nunca fue bueno haciendo planos o dibujándolos, así que él me tiraba las ideas y yo dibujaba tal cual me contaba.

—Bien, esto me está agradando y todo, pero la pregunta que yo tenía pensado hacerte era ¿cómo sabes que fue Greg? —desafió Candado.

Cuando Candado le preguntó esto, Nelson dejó de sonreír y se acercó más a la mesa con una actitud seria y tenebrosa, pero no para Candado, ya que él nunca se sintió intimidado o asustado cuando un adulto lo mira de esa forma.

—Dime, muchacho, ¿qué conoces del incidente del 2000?

—Sé que ese lugar se incendió misteriosamente, aunque no creo que haya sido eso. Más bien pienso que mi abuelo me ocultaba algo más.

—Exacto, Alfred siempre me decía que tú no te creías lo que él te contaba. Dios sabe cómo, pero es cierto, no hubo un incendio —continuó con—. Fue algo mucho peor. Lo recuerdo muy bien. Fue durante una noche de lluvia en el exterior. Un señor llamado Greg tenía un odio muy grande hacia Alfred, ya que él tenía la misma meta: viajar a Cotorium.

—No lo entiendo, ¿hay gente que sabe de ese planeta y, de ser así, cómo?

—Sí, muchacho, pero no son varios, y respondiendo a eso… Ahhhmmmm, ¿tienes un Bari? —preguntó Nelson.

La pregunta tomó por sorpresa a Candado; él y solo sus amigos eran los únicos que conocían al Bari.

—¿Cómo sabes eso?

—Es sencillo, tu abuelo tenía uno. Se llamaba Slonbari —dijo Nelson sonriente.

—¿A caso sabías eso?

—Sí, por supuesto. Fui amigo de tu abuelo desde muy joven.

—Rayos, no se me había pasado eso por la mente. Digo, pensaba que ellos llegaron con aquel meteorito —dijo sarcásticamente.

—Ahora, después de decir todo eso, ¿me mostrarías a tu Bari? —dijo Nelson confiado.

Candado estaba totalmente desconcertado. Siempre había creído que él y su familia eran los únicos que sabían de la existencia de los Bari en el mundo. Así que comenzó a desconfiar de aquel anciano que le estaba contando toda la historia.

—¿Qué me garantizas de que no estás tramando algo? —Pensaba que eso ya había estado aclarado. ¿Todavía sigo siendo alguien sospechoso? —Perdóneme, sigo sin confiar en usted, a pesar de que me contó algo que solo yo y mi abuelo sabíamos. Pero lo que me esté diciendo usted es uno de los secretos más grandes del gremio Roobóleo.

—Bien pensado, podemos solucionar todas tus dudas si le preguntas a tu Bari. —Lo haré —afirmó Candado.

Él entonces, con su dedo índice y mayor, tocó su frente y susurró mientras miraba a Nelson atentamente: "Aquello que el humano teme, ven aquí, te lo ordeno". Estas fueron las palabras de Candado. Al terminar su monólogo, Tínbari apareció en una explosión de humo que solo él podía ver.

—¿Por qué me has llamado? —preguntó Tínbari. Candado, sin dejar de ver a Nelson, comenzó a hablar de manera telepática con Tínbari.

—Te he llamado porque este hombre dice saber o conocer a los Bari. Tínbari miró al anciano de arriba abajo con una sonrisa en el rostro. Casi se podía decir que Tínbari estaba muy interesado en saber cómo carajos lo hizo.

—No te preocupes, Candado, es de fiar. No vi rasgos de odio, venganza o intento de asesinato hacia vos —dijo Tínbari.

Candado lo dudó un poco, pero se decidió, se sacó uno de sus guantes blancos y extendió su mano hacia Nelson. Este puso uno de sus dedos en la palma de Candado y enseguida pudo ver a Tínbari. Para sorpresa de Candado, Nelson no se asustó ni se sorprendió, sino que lo vio con una sonrisa de victoria, como un niño en Navidad o en su cumpleaños.

—Interesante —exclamó Nelson.

Después de decir eso, el anciano miró su reloj.

—Bueno, amigos, es hora de irme —dijo él mientras agarraba a la aún inconsciente Grivna.

—¿Qué diablos? ¿Eso fue todo, te muestro a mi Bari y se terminó? —No, nada se ha terminado, esto apenas comienza, niño, tenlo en mente —dijo Nelson mientras le daba a Candado una tarjeta.

—¿Y esto qué es? —preguntó Candado mientras miraba la tarjeta.

—Eso es un contrato. Si te interesa, llámame, y si no, no me llames, obviamente —dijo Nelson sonriente mientras se iba del restaurante.

—Ja, esos son mis tres minutos desperdiciados —dijo Tínbari mientras miraba al anciano alejándose.

Candado se puso de pie y caminó hacia la salida del restaurante, hundido en la intriga que emanaba esa tarjeta. Era la primera vez que él estaba en una situación como esta, sin saber qué decisión tomar, ya que estaba más que seguro de que podría ser perjudicial para él y para el gremio. Así que para pensar un poco más en la situación, decidió ir a su casa para descansar su cerebro. Pensó que sería una buena idea no contar lo sucedido en el restaurante a sus amigos, pero eso duraría poco, ya que sus amigos tomarían cartas en el asunto por el bien de Candado, y ellos serían los que tomarían la decisión por él.

Mientras pensaba en todo esto, él no se había dado cuenta de que había llegado al bosque de Diana. Eso significaba solo una cosa: problemas. Cada vez que él pisaba ese lugar, terminaba peleando con ella, y él, en ese momento, no quería hablar o luchar con ella. Así que se dio vuelta y se dirigió lentamente hacia la vereda de donde había venido. Pero como Tínbari quería divertirse un rato y Candado no había pronunciado el idioma Roobóleo para desaparecer o no ser orgánico, él tomó una ramita y la dobló hasta romperse, causando un eco grande por todo el bosque. Candado miró a Tínbari con una furia colosal, y este solo se rió y dijo:

—Ups, lo rompí.

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Después se desvaneció, justo cuando una figura extraña saltó de una arboleda y atacó a Candado con una guadaña, tumbándolo al suelo mientras usaba su facón como defensa. Lo curioso es que Candado no mostró ninguna expresión de susto o sorpresa, sino que tenía la misma expresión fría en su rostro.

—Oh, vaya, no pensé que te defenderías tan pronto —dijo Diana.

—Es que si no lo hago, es más probable que me mates —dijo Candado con su expresión fría.

—Se supone que no debías bloquearlo —criticó Diana.

—Diana, estás desquiciada si piensas que voy a dejarme matar —dijo Candado mientras se ponía de pie.

—Oye, estás en mi área, por ende, te ataque, ya que nadie pasa por aquí estos días —dijo Diana mientras pulía su guadaña.

Diana: Es hermana de Mauricio y también afirma ser hija del pombero. Es extremista en asuntos de pelea, llegando al punto de matar a su adversario, lo que hace que tenga pocos rivales y compañeros de práctica. Es alegre, burlona, sádica y psicópata. Viste una bombacha oscura con botas de cuero amarillo, lleva un poncho naranja con celeste idéntico al de Mauricio, un guante rojo en una mano y un sombrero blanco. Tiene el cabello largo y rubio, con las puntas teñidas de negro, y unos ojos verdes que brillan en la oscuridad. También tiene orejas puntiagudas. Juega y entrena con Candado y le encanta preparar nuevas comidas para sus amigos, especialmente para Logan y Mauricio. A diferencia de este último, en lugar de un cayado, usa una guadaña y puede hacer que crezca hasta un tamaño muy grande.

Poder: Tiene poderes similares a los de Mauricio, excepto los que emanan de su cayado. Es tan rápida que puede detener el tiempo, tomar la forma de varios animales (gato, perro, búho, rana y hámster), transformarse en arena y estirar sus extremidades hasta mil metros de altura.

Habilidades: Usa su risa como un arma intimidante, tiene un alacrán mascota muy venenoso que puede hacer crecer hasta el tamaño de un perro y puede morder a alguien para paralizarlo.

—¿Y cómo va eso?

—¿Qué cosa?

—Ya sabes, lo de Viki, ¿Ya aprendió a controlar su sed? —preguntó Diana desinteresadamente.

—No, y lo peor es que recibí un citatorio del gremio Rechép, de La Pampa, diciendo que mi "invitada" ha estado asesinando al ganado de los agropecuarios —dijo Candado mirando hacia arriba con preocupación.

—¿Y qué harás?

—Nada, y no voy a transferirla a otra provincia, ya que es un costo enorme para mi familia y para mí.

—Espero que tu decisión cause problemas a los pampeanos.

—Ja, no va a pasar nada. No le robó el bocado a los humildes campesinos, sino que le quitó UNA VACA a esos estancieros de mierda. Podrán recuperar esa y más de esa "vaca Ferrari en peligro de extinción" a un precio poronga.

—Bueno, de saber que eras muy histérico, no lo hubiese comentado —dijo Diana mientras sacaba su guadaña de la tierra.

—Es que es estúpido, sólo quieren sacarme plata, estos "derroca gobiernos" de porquería —dijo Candado más molesto.

—Oh, sí que es interesante, pero yo también te denunciaría o directamente te mataría si robaras, o más bien mataras algo de mi propiedad —dijo Diana mientras caminaba con Candado en el bosque.

—Ese es el punto, Viki mata y come una vaca para, obviamente, alimentarse, pero solo es una y por esa vaca quieren que pague treinta y cinco millones de pesos, están locos.

—Bueno, no es tanto para alguien que tiene cuatrillones de pesos minuto a minuto.

—Sí, es cierto, pero eso no significa que tire treinta y cinco millones de pesos. —Ja, si puedes, porque puedes recuperar el doble en tan solo seis segundos —dijo Diana mientras jugaba con la boina de Candado.

—Eres insoportable Diana, no entiendo cómo Logan y Mauricio te soportan —dijo Candado sacándole su boina.

—Bueno, de hecho soy superficial a la hora de hablar con ellos.

—Ya estoy harto de escuchar tus "bueno", improvisa —replicó Candado.

—No, porque yo hablo como quiero, si quiero ponerle un "bueno" a la oración lo pongo y listo. —Bien, haz lo que quieras.

Así estaban discutiendo sobre temas inútiles durante más de treinta minutos, hasta que finalmente llegaron a su casa. Bueno, casi, ya que habían llegado al jardín de atrás (ya que él tiene dos, además de uno en la azotea y otro al frente).

—Bueno, hasta aquí llegamos.

Candado no dijo nada, solo asintió con la cabeza. Pero cuando él se disponía a entrar al jardín, Diana, quien ya se estaba alejando, se dio vuelta y atacó a Candado con su guadaña. Sin embargo, Candado, sin darse vuelta, frenó el golpe con su facón.

—En serio, debes dejar de atacar a todo el mundo —aconsejó Candado. —Lo intentaré —dijo Diana retirando su guadaña con una sonrisa.

Cuando la psicópata se alejó a una distancia considerable, Candado se dirigió hacia el muro de su jardín de seis metros y saltó para cruzar al otro lado, utilizando sus poderes, ya que un niño común y corriente no podría saltar esa altura. Al llegar al patio, Clementina y Hammya lo estaban esperando de brazos cruzados y enfadadas, y Candado no entendía por qué estaban molestas, pero sí sabía que eso le amargaría el día.

—Bien, yo no quiero saber qué ha ocurrido, pero algo muy profundo de mi "naturaleza curiosa" me empuja a saber por qué me están mirando con esas caras de bulldogs.

—Parece que estás de buen humor esta tarde —dijo Clementina enojada.

—Ah, no, no es tarde todavía, son las 11:36 a.m.

—Bueno, ya, déjate de bromas —replicó Clementina.

—¿Qué?

—¿Llamaste "alíen" a Hammya en esa reunión? ¿Y abandonaste tu puesto para reunirte con un desconocido, sabiendo que tu vida podía estar en peligro?

—Bien, con respecto a Hammya, es cierto que no eres humana, ya que la estructura de tus órganos es diferente a la de un humano, tus células son diferentes, sin mencionar que tienes un ritmo cardíaco de 180 a 200 —continuó con—. Y para responder a tu pregunta, Clementina, es porque me importa tres carajos lo que me pueda pasar a mí, ya estoy acostumbrado a que mi vida esté en peligro.

Después de responder a su manera las preguntas, Candado se dirigió a la puerta que conectaba el jardín con la casa, sin importar que Clementina estuviera poco satisfecha con la respuesta. Pero a Candado no le importaba, porque Clementina no estaba programada para darle órdenes a él. Sin embargo, eso no la impedía usar triquiñuelas de su sistema operativo para tenerlo bajo su control, ya que, aunque ella era un robot, sabía lo que era estar enojada.

—Bien, me pregunto qué harás con el citatorio del O.M.G.A.B. —dijo Clementina sonriente.

Cuando ella dijo eso, Candado se quedó rígido por un breve momento, con "asombro", por decirlo así. Candado últimamente no había tenido tiempo de cumplir con los citatorios. En el pasado, él había golpeado brutalmente a un niño que representaba a Estados Unidos porque este había insultado a su familia, y a Perón, lo que resultó en un grave error al meterse con el ícono de la familia Barret. Este incidente enfureció rotundamente a Candado y, dejándose llevar por la ira, atacó al chico. Esto dejó en ridículo a los O.M.G.A.B., ya que dio a entender que en el gremio no se podía pensar de manera diferente. Esto llevó a que las demás naciones agremiadas pidieran la expulsión de Candado de la organización. Sin embargo, dado que él era el representante de Argentina, uno de los países pioneros en la fundación de la O.M.G.A.B. y era un miembro valioso para los otros ocho países (China, Kenia, Japón, Paraguay, Francia, Irán, Alemania, Venezuela y Cuba), hicieron todo lo posible para evitar su expulsión. Le aconsejaron a Candado que no volviera a la organización por un tiempo y que para resolver su agresión al chico quisquilloso tendría que realizar un "servicio especial" cada vez que recibiera uno de los citatorios. Este incidente fue conocido como el primer error de Candado en la vida, y es por eso que cada vez que se lo recuerdan, se molesta.

—¿Y harás algo al respecto? —preguntó Clementina burlándose y sacando una carta roja con un sello de un león blanco.

—Niña, uno de estos días voy a formatear tu memoria —dijo Candado con una risa falsa mientras tomaba la carta.

Hammya irrumpió.

—Espera, dime cómo sabes toda esa información de mí, de que soy un alien y esas cosas.

—Veo que no es la primera vez que te lo dicen.

—De hecho, no —dijo Hammya recordando lo que le había dicho Tínbari.

—Es sencillo, te estudié mientras dormías. Si no me crees, mira tu estómago —dijo Candado mientras se daba la vuelta.

Hammya, al escuchar esto, levantó su camisón dejando su abdomen al descubierto. Para su sorpresa, en él había una diminuta línea hecha con un marcador negro, como si fuera una pre-incisión.

—¿Por qué me hiciste esto? —preguntó Hammya agobiada y aterrada al ver su abdomen.

—No creerás que alguien tan desconfiado como yo iba a dejar dormir a alguien bajo mi mismo techo sin haberla estudiado antes.

—No había razón alguna para abrirme el abdomen con un cuchillo.

—No te preocupes por la incisión. Me aseguré de desinfectar los utensilios —dijo él, aún sin darse la vuelta.

—¿¡POR QUÉ!? —gritó Hammya.

—Porque soy diabólico —dijo Candado dándose la vuelta con una expresión fría en el rostro.

Al decir esto, Hammya, ya molesta, se disponía a darle un golpe en el rostro, pero Candado detuvo el golpe con su contra palma, manteniendo su expresión vacía.

—Niña, fue un chiste. Claro que no abrí tu abdomen con un cuchillo. Pero utilicé utensilios que se pueden conseguir en cualquier farmacia, como rayos X, microscopio, alcohol, monitor cardíaco y desfibriladores.

—¿Desfibriladores? ¿Monitor cardíaco? ¿Qué clase de farmacia vende eso? —preguntó asombrada Hammya.

—Solo los conseguí si ocurría algo imprevisto.

—¿Qué te llevó a pensar que no soy humana solo con esos cachivaches? —preguntó Hammya, ya tranquilizada.

—Ah, el resto es un secreto, no, de hecho no lo es, porque no importa cuánto te lo explique, no lo entenderás ni con dibujos de un niño de primer grado.

—No te burles de mí —reprochó Hammya.

Candado no dijo nada más, solo se dio la vuelta y entró a la casa mientras abría el sobre con su facón, ya que para él era más importante saber lo que estaba escrito en la carta que lo que le decía Hammya. Parecía que solo buscaba salir de esa discusión con esa niña, ya que hablar de "la operación" que Candado le hizo a ella era desesperante. Sin embargo, para Clementina era confuso ver a Candado retirarse sin discutir, pero para Hammya no significó nada, más bien era un enojo interno por las bromas de él.

Candado tomó asiento en su sillón favorito para leer la carta que le había mandado la organización.

—Solo una más y habré terminado mi castigo —celebró Candado.

—Me alegro por ti —dijo Clementina mientras se sentaba al frente de él.

—Sé que no es un elogio, pero gracias —dijo Candado mientras leía la carta.

Después de casi tres minutos, Candado dobló la carta y la puso en el librero que estaba al lado de él y se quedó quieto en su asiento cruzado de brazos por diez minutos.

—¿Qué sucede ahora? No me dirás que la misión es quedarte sentado sin hacer nada.

—En realidad, la misión que se me ha dado es una broma de muy mal gusto, tanto que no pienso ir a cumplirla y en vez de eso, voy a pensar qué decirles a esos.

—¿Y cuál es la misión que te dejó tan de mal humor?

—Conseguir una maldita foto de Esteban besándose con Tarah, para escrachar al líder de los Circuitos tanto como para bajar la moral de su jefe besándose con una mujer del gremio O.N.I.G.A. (Organización Naciente de la Igualdad Gremial de los Azulejos).

—Parece que no tienes opción, ya que es tu última misión para salir exonerado de tu castigo, después de todo, ¿qué te cuesta sacar una foto de ellos besándose? Siempre andan besándose todo el santo día por la plaza.

—No lo haré, tal vez seamos enemigos mortales, pero los escraches no son lo mío, tengo principios. —dijo Candado orgullosamente.

—Ja, los últimos seis meses has estado cumpliendo misiones difíciles, nunca tuviste una muy fácil como esta, así que te aconsejo que lo hagas, si quieres volver a la Organización Bernstein.

—¿Desde cuándo me das consejos malos?

—Los consejos no son malos ni buenos, son solo una opinión, el aconsejado decide si seguir o no.

—No recuerdo que tú tengas un concepto profundo sobre los consejos.

En ese momento interrumpió Hipólito.

—¿Por qué tan agresivo con la señorita, señor Barret? —Siendo honesto, hoy no pude dormir bien por culpa de algunos jetones.

—Bueno, eso ya pasó, ya sabes lo que dicen, lo pasado pisado —dijo Hipólito con una sonrisa.

—Ja, yo también tengo un dicho bonito —argumentó Candado.

Poco después, él se levantó del sillón, se sacó la gabardina y la puso en el respaldo del sillón, y se dirigió a la puerta de salida sin decir nada más. Luego, cerró la puerta tras de sí. Cuando Candado hizo eso, Clementina y Hammya se pusieron de pie, con la intención de seguirle, pero en ese momento, Hipólito puso sus manos en los hombros de las chicas.

—Dejemos a Candado un rato a solas, necesitará aclarar su mente —aconsejó Hipólito.

Las niñas miraron a Hipólito con confusión. ¿Qué era exactamente lo que quería decir él? ¿Y por qué? Tal vez Candado estaba preocupado por la misión "extraña" del gremio. Si él cumplía esta misión, podría volver a la Organización Bernstein. ¿Pero valdría la pena? Candado tenía problemas con algunos de los vocales, pero no con los líderes que lo salvaron, ya que estos, por causas de la vida, siempre habían estado a favor de la familia Barret, incluyendo a su bisabuelo Jack Barret, su abuelo Alfred Barret y su madre Europa Barret. Pero Candado sabía que con la ayuda de esos países no le serviría en el futuro, ya que él era visto con malos ojos por la mayoría de las demás naciones que conformaban la Organización Bernstein, debido a que aún no le perdonaban el simple hecho de que su madre, cuando era líder de la hermandad Roobóleo, había fraternizado con los Circuitos. Por esa razón, Candado se ha tachado como traidor a los principios de Harambee y de la Organización Bernstein. Sin embargo, para él, los F.U.C.O.T. fueron unos aliados formidables, ya que habían ayudado a la Hermandad Roobóleo cuando nadie más lo hizo. Por eso, Candado se preguntaba si sería correcto mancillar su moral con aquellos que lo habían ayudado en el pasado para quedar bien con los O.M.G.A.B. ¿Vale la pena? El odio entre los Gremios y los Circuitos es genuino, ya que ellos habían dominado al mundo por casi tres años enteros con terror y violencia, sin mencionar que habían dejado huérfanos a un tercio de la población mundial y que estos buscaban venganza con aquellos que les habían quitado todo. Pero eso fue hace casi 100 años, y las personas que lo padecieron murieron hace años. Además, el dominio del terror de los Circuitos jamás se volvió a repetir desde que Tánatos fue encerrado en el cofre de oro. Hoy en día, tanto los Circuitos como los Gremios casi no se pelean directamente, pero todavía queda la esencia de una guerra fría entre estas dos grandes organizaciones, y nuevamente él tenía una postura difícil. Su decisión podría ser fatal.

Mientras Candado paseaba por las calles del pueblo, pensando en qué decisión tomar, decidió ir a la plaza con la ilusión de aclarar un poco más su mente. Se recostó bajo un árbol que extrañamente tenía hojas rojas como la sangre, al parecer, este árbol también fue afectado por el meteorito de 1912. Cuando Candado se acercó a la plaza, se detuvo, al parecer, alguien lo estaba siguiendo. Miró atrás, pero solo vio a gente que caminaba por las calles. Sin perder más tiempo, siguió caminando hasta llegar a su objetivo. Cuando llegó, vio a Lucas sentado en la posición de loto con los ojos cerrados y flamas en las manos. Candado se acercó y se recostó al otro extremo del árbol para no molestar a Lucas en su concentración. Sin embargo, cuando comenzó a relajarse...

—Sé muy bien que estás ahí, Candado —dijo Lucas sin abrir los ojos.

Candado, en lugar de contestar, comenzó a silbar para imitar a un pajarito.

—Eso no sirve conmigo, Candado, con Matlotsky tal vez, pero para mí no.

—Bueno, no quería hablar, pero parece que no funcionó.

—No te inquietes, Héctor se encargó de tranquilizar a los demás cuando te fuiste.

—Bien, dale las gracias de mi parte.

—Bueno —continuó—, Candado, no hace falta que lo ocultes, ¿verdad?

—No, para nada.

—Jefe, no mientas.

—De todos modos, ¿Cómo sabes que yo estoy preocupado?

—Porque siempre vienes a la misma plaza, al mismo árbol cuando tienes un problema, a hablar solo de tus molestias y problemas, y pum, por arte de magia, ya tienes la respuesta más clara. Eres muy predecible.

Candado, al escuchar la palabra "predecible," golpeó suavemente el árbol, y cayó una piña en la cabeza de Lucas.

—¿Eso fue predecible? —preguntó Candado con un tono burlón.

—Bueno, perdón —continuó Lucas—. Y además, ¿con quién hablas cuando estás aquí? —preguntó Lucas.

La cara de Candado cambió en un instante, pasó de estar algo feliz a estar deprimido.

—Con mi hermana.

—Lo siento, no debí preguntar —se disculpó Lucas.

—No pasa nada, ella siempre está conmigo cuando la necesito.

—Lo dices como si fueras el culpable de su muerte.

—Ya sé lo que me vas a decir, "No fue tu culpa." Sabes, me estoy hartando de escuchar eso.

—Bueno, si tú lo dices, está bien.

Candado no dijo nada más, se quedó callado, recostado, mirando las hojas rojas del árbol excepcional. Extrañamente, una de las hojas del árbol se desprendió de una de sus ramitas y comenzó a caer lentamente en el lugar donde estaba Candado. Él levantó su mano izquierda con la palma abierta, y la hoja se posó lentamente en ella. La observó atentamente, dándole vueltas y vueltas a la pequeña hoja. Después de un rato, Candado la soltó, y empezó a alejarse de él debido al viento. Sonrió al ver cómo la hoja bailaba de un lado a otro sin rumbo ni objetivo, hasta que ya no la pudo ver más. Después de eso, Candado se recostó junto al árbol y cerró los ojos. Estaba feliz por alguna razón al ver tal escena, era tal su felicidad que se relajó y terminó durmiéndose.

Lucas, por otra parte, no se había enterado de que Candado se había quedado dormido y, sin darse cuenta, comenzó a hablar de cosas sin importancia para pasar el tiempo. Hasta que una niña llamada Tarah lo saludó.

—Buenas tardes, Lucas.

Tarah, una joven con el cabello blanco ceniza corto y ojos marrones, vestía una chomba verde claro con una escarapela en forma de un moño pequeño en el lado del corazón. Completaba su atuendo con unos pantalones blancos y largos, con un cinto, y caminaba descalza. Llevaba un collar con forma de una cruz distorsionada de color azul. Al igual que Candado, Tarah era líder del gremio de los O.N.I.G.A., conocidos como Los Azulejos. Era una persona amable e inteligente, pero no se llevaba bien con Lucía ni con Viki. Además, era la novia de Esteban, el líder de los Circuitos, e hija del intendente del pueblo. Se la consideraba responsable de mantener el pueblo limpio y tenía una pasión por la lectura y la pintura.

Tarah poseía un poder considerado débil: podía crear portales. Además, tenía habilidades que le permitían escalar árboles, caminar por los techos de las casas sin caerse ni cortarse, desarmar un automóvil y podía imitar perfectamente las firmas de otras personas.

—¿Buenas tardes? Todavía falta diez minutos para las doce.

—De acuerdo, buenos días —dijo Tarah confundida.

—Buena señorita Tarah, ¿a qué ha venido la líder de los Azulejos e hija del intendente a esta plaza?

—Solo vine a pasear, ya que papá está ocupado administrando el pueblo.

—¿Sola? ¿Qué pasó con Xendí? —preguntó Lucas.

—Ah, él está haciendo las compras, no tardará en volver.

—Ja, siempre está ocupado, ¿verdad? —continuó Lucas—. Oye, ¿y qué está haciendo Candado?

—Ah, nada, él simplemente me está ignorando.

Ella caminó hacia donde estaba Candado.

—A mí me parece que está durmiendo.

—¿Qué? —preguntó sorprendido Lucas, mientras se levantaba y se dirigía hacia donde estaba Tarah.

—¿Ves? Te lo dije —señaló Tarah.

—Es verdad, está durmiendo.

Tarah se acercó y comenzó a darle unos golpecitos en la mejilla con la intención de despertarlo. Pero no despertaba, al parecer estaba muy cansado ya que no había dormido, así que Lucas le dio una cachetada tan fuerte que el ruido hizo que las palomas que estaban cerca huyeran aleteando. Había logrado despertar a Candado, pero a consecuencia de esto, lo hizo enojar, ya desde antes el simple hecho de despertarlo lo molestaba, y más si lo golpeaban para hacerlo. Así que, ni bien se despertó, mostró sus ojos flameantes de color violeta, agarró a Lucas de su bata y lo atrajo violentamente hacia él hasta que quedaron sus frentes unidas.

—Tienes diez segundos para dar una excusa que yo crea, antes de que te rompa el cuello.

—Akflskfhsdflidskfhieoshfloisd.gusadgfas.dhgawñd.ashufesigfsdflhjdsgfyegsfligsd.

—¡CÁLLATE! —gritó Candado y continuó con—. No te entendí ni un carajo.

Lucas logró soltarse de alguna manera y comenzó a correr diciendo:

—Lo siento, no fue mi intención —gritaba mientras corría para evitar que Candado lo "matara".

—Peleaste incontables veces con nuestros enemigos e incalculables veces pusiste tu vida en peligro, y ahora corres ¡COBARDE! —replicó Candado.

—Bueno, no quería hacerte enojar, pero qué se le va a hacer —comentó Tarah.

—Ah, eres tú, Lady Azulejo —dijo Candado mientras se acomodaba la boina.

—Lo mismo digo, Lord Beret —dijo Tarah en forma de reverencia.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Nada, solo paseo.

—Ah, bueno, sigue con tu paseo —dijo Candado mientras se alejaba.

—¿Eso es todo? ¿No vas a discutir o algo? —Yo soy alguien muy ocupado, así que nos vemos.

Después, se retiró del lugar, dejando a Tarah muy confundida. Casualmente, Candado siempre discute con ella, nada más porque sí, pero hoy no lo hizo. "Vaya uno a saber por qué", era lo que ella pensaba.

Mientras Tarah pensaba en todo esto, Candado, sin siquiera aclarar su mente por culpa de Lucas y de Tarah, decidió ir al gremio sin más opción. Pensaba que ahí encontraría una respuesta más clara. Pero cuando volvía, alguien comenzó a pedir ayuda. Candado, al escuchar esto, corrió guiado por los gritos de auxilio hasta que llegó a un supermercado. Al parecer, eran de los Circuitos haciendo otra vez de las suyas en el pueblo. Candado se asomó y vio la escena: un señor mayor estaba atado en una silla y tres niños causando destrozos.

—Rayos, y eso que pensé que ya no había problemas —murmuró él decepcionado.

Cuando Candado se disponía a entrar, se escuchó que alguien o algo había abierto la puerta de salida de emergencia violentamente, en ella Candado pudo ver a Esteban.

Esteban: Tiene el cabello rubio, con una línea blanca vertical, tiene ojos azules, viste una camisa blanca de mangas largas, guantes de gala marrones oscuros con una corbata azul, chaleco de gala rojo, pantalones refinados oscuros, y usa zapatos marrones claros triangulares en la punta con cordones. Su personalidad es similar a la de Candado. Le molesta rotundamente que alguien no escuche su ideología. Es novio de Tarah, le gusta resolver misterios y tiene una enemistad con Candado (nadie sabe por qué; la teoría más acertada es ideológica, pero es un rumor). Tiene la obsesión de vencer a Candado, aunque ninguno de los dos ha ganado.

Poder: Puede manejar la electricidad o absorberla a su conveniencia, así como crearla. También puede usar su sangre para sanar heridas y enfermedades.

Habilidad: Sabe hablar en todos los idiomas del mundo, es el único que puede apaciguar los poderes de los demás (con excepción de Candado) y es muy bueno en la escuela.

Esteban corrió hasta donde estaban ellos y golpeó a uno. Los otros dos, con sus respectivos poderes, lo atacaron por la espalda, pero este se volteó y los golpeó a los dos. El primero que había golpeado se puso de pie y lo agarró del brazo, pero Esteban reaccionó rápido y lo tiró por la puerta de metal. Luego, los dos que quedaban saltaron hacia él. Esteban le tiró un rayo a uno y lo hizo chocar contra un muro, mientras al otro, lo esquivó. Sin embargo, este último reaccionó rápido e intentó golpear a Esteban en el pecho con su mano convertida en metal, pero él lo detuvo con su mano e inclusive lo tiró hacia él y le dio un golpe en la cara, noqueándolo.

—Son una vergüenza para el Circuito —dijo Esteban, mirándolos a todos.

Luego, se acercó al señor, lo desató y lo ayudó a ponerse de pie. Después, se acercó a los tres con la misma soga que habían usado con el señor de la tienda, los ató a cada uno de ellos y le dijo al dueño:

—La situación está bajo control. Ahora puede llamar a la policía, yo me encargaré de que esto no le vuelva a pasar a usted ni a nadie más.

El señor le agradeció y le regaló unas gaseosas. Esteban aceptó el regalo humildemente y se retiró del local por la misma puerta por la que había entrado. Candado, quien estaba observando todo, sonrió y murmuró.

—Parece que no era tan malo como pensaba. Me alegra poder ser testigo de este acontecimiento.

Después, Candado se fue del lugar con una sonrisa torcida de satisfacción. Era como si él hubiera ganado la quiniela. Pero luego comenzó a sonreír, sonreír y sonreír (una sonrisa agría). Siempre supo que en esa cáscara dura y rancia había bondad con un corazón enorme. Cuando se alejaba del local, se presentó un viento fuerte, tan fuerte que su boina salió volando por el lugar de donde él venía. Rápidamente, volvió y logró agarrar su apreciado gorro. Pero cuando lo estaba sacudiendo, vio la hoja del árbol pegada al cartel del local que Esteban había salvado. Era la misma hoja que Candado había agarrado en el parque. Este hecho lo llevó de sonreír a mostrar su sonrisa fría.

—Ya entendí lo que querías decirme —dijo Candado, viendo la hoja pegada al cartel.

Y ahí sí, Candado se fue, pero esta vez se dirigía rumbo a su casa. Ya no necesitaba ir al gremio para aclarar su mente; ya tenía una decisión, tan solo le hacía falta una cosa.

Candado llegó sin ningún problema a su hogar, entró y, escondiendo su sonrisa, encontró a los demás en la sala de estar, o, en otras palabras, el living. Estaban Hipólito, Clementina, Hammya y su abuela. Aunque esta última se iba a enterar igual, ya que ella podía leer mentes, pero eso no le importaba a Candado en lo absoluto. Llegó y le preguntó a Clementina:

—¿Dónde está el teléfono? Tengo que hacer una llamada.

Clementina sacó un celular de su pecho y se lo entregó.

—Gracias —dijo Candado tomando el celular.

Marcó y llamó a los O.M.G.A.B. Ya tenía una decisión firme e irrevocable. Cuando alguien tomó el teléfono, Candado se presentó, dio sus datos y dijo:

—He tomado una decisión. No pienso cumplir con su misión, a pesar de que esta sea la última. No la haré, no es mi trabajo ensuciar a las personas. Gracias y que tenga un buen día, perdón, que tenga buenas noches.

Luego colgó.

Pero detrás de la línea, estaban los nueve niños líderes de la O.M.G.A.B., escuchando la conversación telefónica de Candado. Estos eran Jacqueline Crusoe (Francia), Yuuta Aikawa (Japón), Raúl Rojas (Paraguay), Banu Fereshteh (Irán), Shen Shaoran (China), Kirinyaga Harambee (Kenia), Armando Castro (Cuba), Aurora Solari (Venezuela) y Alejandra Bernstein (Alemania). Estos mismos conversaban entre sí.

—Bien, parece que he ganado la apuesta —dijo Jacqueline.

—Has ganado, pero no pienso pagarte —dijo Shen.

—Parece que el argentino tiene moral y principios después de todo —dijo Alejandra.

—¿Y bien, señores? Gané. Ahora quiero que reincorporen a Candado al gremio —reclamó Jacqueline.

—Es cierto, Candado ya ha cumplido con todas sus órdenes y, además, pasó la prueba de Shen, así que, cumplan su palabra ahora —ordenó Kirinyaga.

—Es verdad, háganlo —dijo Raúl.

—Ja, espero que vuelva. Extraño al boinudo de Candado —dijo Aurora.

—El líder vuelve, genial —celebró Armando.

—Espero que cumplan con su palabra —dijo Jacqueline.

—He perdido y lo acepto. Como guerrero, cumpliré mi palabra —dijo Yuuta.

—Qué bueno, Candado va a volver. Estoy contenta —expresó Banu.

Yuuta se sentó en su escritorio, tomó un mazo de madera, tipo de juez de película, y dijo:

—Decreto que ahora el señor Candado Barret, mejor conocido como "El Gaucho", se le ha exonerado de su sanción por el cumplimiento de las órdenes que se le han pedido en los últimos trece meses, y que dentro de trece días aproximadamente podrá volver a la Organización Mundial de los Gremios Adjuntos Bernstein. He dicho.

Yuuta golpeó tres veces la mesa con el martillo y se fue. Mientras tanto, el 92% del salón de juntas se levantó y aplaudió. No solo hubo aplausos de los líderes de la organización, sino que la mayor parte de los vocales también aplaudieron y silbaron. Mientras que los niños del 8% que representaban a los demás países sentían repudio, indignación y odio por lo decretado.

Candado, por otra parte, aún no se había enterado de lo que Yuuta había decretado. Por lo tanto, ni bien colgó, les dijo a todos los que estaban en la sala que iba a hacer otra llamada en su habitación. Así que Candado se dirigió a su cuarto, sacó la tarjeta que tenía en su bolsillo y marcó nuevamente.

—¿Hola? Soy yo, Candado, y acepto el contrato —dijo Candado sonriente.

—Sabía que lo harías —dijo Nelson.

Ahora Candado estaba por enfrentarse directamente a quienes habían matado a su abuelo. Para él, la venganza estaba al alcance de su mano y no temería a nada ni a nadie. Nada lo iba a detener. Por fin podría vengarse. Durante dos meses, la policía no había encontrado nada, y ahora aparece el amigo de la infancia de su abuelo con una pista en la que él seguía y creía ciegamente. Greg, el asesino, iba a pagar caro por haberse atrevido a quitarle la vida a Alfred Barret. Se iniciaba el operativo ojo por ojo y sangre por sangre, claro.