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CONCIERTO

Era el 1 de agosto del año 2013. Habían pasado varios días desde aquel incidente, y el tiempo transcurría normalmente para la familia Barret, pero con una diferencia: Candado. Resultó que su actitud había cambiado radicalmente hacia Hammya, especialmente en la manera en que se dirigía a ella, de forma cariñosa y comprensiva. Todo esto se debía a los eventos que habían tenido lugar en el mundo neutral. Candado explicó el motivo de sus acciones, aquellas que casi le cuestan la vida. Muchos de sus amigos se disculparon con él, ya que, desde su punto de vista, eran responsables por haberlo tratado cruelmente en su cumpleaños. No sabían cuándo Candado había borrado su memoria, pero al enterarse de que él actuaba como si eso nunca hubiera ocurrido, decidieron seguirle la corriente.

Tras explicar todo esto y evitar ahondar en los detalles del incidente para no generar secuelas negativas, continuaron con sus vidas relativamente tranquilos. Especialmente porque ese día, 1 de agosto, se celebraría el concierto de Belén Ramírez, la hermana de Héctor, quien, como había dicho por escrito y de forma verbal, no estaría presente ese día, al menos durante una semana, para poder apoyar a su hermana. No obstante, había dejado una solicitud explícita a todos en el gremio: que filmaran ese importante evento de Belén. Al igual que Candado, ambos querían mucho a sus hermanas, llegando a comportarse más como padres que como hermanos.

Como era costumbre, Candado se encontraba en la habitación de Belén, esta vez acompañado por los hermanos O’Pøhner, Grenia y Krauser, quienes también estaban allí para apoyarla. Parecía que todo marchaba bien, hasta que sucedió lo inesperado: Belén tocaba... ¡fatal!

—Parece que ese violín está sufriendo —comentó Krauser.

—¡Ánimo, Bel, tú puedes! —la animó Grenia.

—¡Alto, eso es suficiente! —dijo Candado.

Belén obedeció y bajó su instrumento, temerosa de que Candado se enojara con ella. Pero en realidad, él no estaba molesto.

—Primero que nada, bebes cálmate.

Belén se rió.

—Dijiste "bebes".

—No, flaro que no.

Belén volvió a reírse.

Krauser y Grenia abrieron los ojos sorprendidos y la miraron. Candado, volviendo a su habitual expresión fría, levantó el pulgar en señal de aprobación. Krauser, entendiendo lo que eso significaba, aclaró su garganta y sacó el estuche de su violín de la espalda. Miró un momento a Candado y, con una sonrisa torcida, se preparó para lo siguiente.

—Bien, es hora.

Krauser sacó su violín, ajustó su arco y lo llevó a su hombro, tocando la melodía que Belén había intentado interpretar. No hacía falta mencionar que tocaba maravillosamente bien. Candado y Grenia observaban atentamente, mientras Belén escuchaba con concentración.

Cuando terminó, Krauser aflojó su brazo y bajó su arco.

—Así es, eso es —dijo con satisfacción.

Candado y Grenia aplaudieron por lo impresionante que fue, pero para Belén, la sensación fue diferente. A pesar de que había disfrutado mucho de la interpretación, sintió que Krauser era mucho mejor que ella, lo que la sumió en un estado de pesimismo.

—Doy asco —dijo ella, con voz quebrada.

—¿Qué? —respondió Krauser, sorprendido.

—Doy asco, Canda, comparado con Krauser.

—No, no, no, no, no, eres una gran violinista —dijo Grenia, nerviosa.

Candado suspiró.

—No tienes nada de qué preocuparte, querida. Yo estaré ahí.

Belén inhaló profundamente, inflando sus cachetes, y luego exhaló con fuerza.

—Bien, tengo que intentarlo.

—Así se habla —dijo Candado, orgulloso.

Belén volvió a intentarlo, pero el resultado fue el mismo: desafinó como el diablo.

Krauser, molesto, sacó sus tentáculos y le arrebató el violín de manera brusca.

—Cielos —dijo, mientras se masajeaba la frente—. Ella tiene más potencial para paralizar a sus enemigos que para tocar el mío.

En ese preciso momento, la puerta de la habitación se abrió, entrando la madre de Belén con una bandeja que llevaba unos aperitivos.

—¿Trabajando duro, eh?

—¡Tía Laura! —saludaron Krauser y Candado, quitándose el sombrero.

—¿Algún progreso? —preguntó ella, mientras dejaba la bandeja sobre una mesa plegable que había en la habitación.

—Nada —respondió Krauser.

—Mmm, ya veo.

Laura acarició la cabeza de Belén, lo que hizo que esta sonriera y se sintiera más tranquila.

Laura: Su nombre completo es Laura Lana Lezcano, o señora Ramírez. Ella y Europa son muy amigas desde niñas. Tiene el cabello largo y blanco, con ojos grises. Su forma de vestir es variada, lo que hace difícil decir que tiene un estilo fijo, pero hasta ahora en su hogar siempre usa una bata blanca abrochada, calzas negras, una polera roja y alpargatas negras. Su personalidad es muy infantil para su edad, pero cuando la situación lo requiere, se vuelve madura y seria. Tiene un sentido del humor similar al de Matlotsky, y es muy amorosa con su familia. Fue quien más apoyó a su amiga Europa cuando murió Gabriela.

Poder: A diferencia de su hijo, Laura es la más fuerte de la familia. Maneja el fuego blanco y tiene una gran fuerza física.

Habilidad: Aunque duela decirlo, es buena en todo.

—¿Y bien?

—No lo sé, mamá. Creo que no lo haré bien.

Laura comenzó a acariciarla de forma un poco violenta, despeinándola.

—Eres ciega, no inútil.

—Usted es pésima desempeñando el papel de madre comprensiva, tía.

Laura sonrió y atacó a Candado con un abrazo.

—Los genes son increíbles. Esa afilada lengua, esos afilados ojos... en verdad eres su hijo.

—¿Qué te hizo creer que no lo era?

—¡Mamá! No hagas eso —se quejó Belén.

Laura levantó a Candado por los aires y comenzó a girarlo. Krauser y Grenia pegaron sus espaldas contra la pared, asustados.

—Mamá dijo que ella es una loca cuando le gusta algo —comentó Krauser.

—¡Mamaaaaaaa!

—Oigan, ¡ustedes… hagan algo!

Laura se detuvo y bajó a Candado.

—Lo siento —se disculpó, sin mostrar ningún remordimiento—. Me emocioné otra vez.

Candado comenzó a tambalearse.

—No entiendo cómo Héctor sobrevivió a esto. ¿Acaso usted le hace lo mismo?

—Siempre. Desde que iba al jardín, cuando dijo que había hecho su primer amigo, cuando sacaba S en sus exámenes, incluidos sus A y E.P., o cuando conseguía logros o sufría derrotas en los gremios.

—En resumen, ya sea negativo o positivo, usted lo mima de cualquier forma.

—Correcto.

—¿Y abraza a toda persona que le guste? ¿No es así?

—Correcto.

Candado miró por accidente a Belén; parecía deprimida, lo que lo llevó a sospechar que ese estado de ánimo no tenía nada que ver con el hecho de que tocara mal.

En ese preciso instante, Krauser y Grenia intentaron huir de manera silenciosa, pero gracias al agudo sentido del oído de Laura, los atrapó y los levantó como si fueran osos de peluche.

—Hay abrazos para ustedes también.

—No, gracias, preferimos vivir sin ellos —dijo Krauser, tratando de huir. Mientras tanto, Grenia fingió estar muerta para que ella la soltara, como si fuera un oso.

Candado, aprovechando el momento de "caos", tomó el violín y llevó a Belén fuera de la habitación para poder charlar con ella.

—¿A dónde vamos?

—Al patio. Presiento que ahí podrás tocar mejor.

Belén bajó la cabeza y se dejó guiar por él. Cuando salieron de la casa, Candado se sentó en el bordillo de la puerta y la miró fijamente.

—Puede que no pueda ver, pero siento que me estás mirando de forma fulminante. ¿Sucede algo?

—Leí tu lenguaje corporal. Quiero equivocarme, pero sé que no es así.

—¿Qué?

—Quiero decir que sé que algo anda mal en ti, a raíz de ver como te mueves, posas u otra acción que hagas con tu cuerpo.

—No es cierto.

—Sí es cierto —luego suspiró—. Dime, ¿alguna vez ella te alzó como lo hace con Héctor?

—¿Alzar?

—(Ya veo, tenía razón.) Permíteme.

Candado puso sus manos en su cintura y la elevó por los aires para luego girar rápidamente. Luego la bajó y la abrazó para evitar que se cayera.

—¿Eso es lo que sienten cuando se lo hacen a ustedes?

—Exacto.

—Mamá nunca lo hizo. Intenté que lo hiciera, pero nunca se atrevió a hacer lo mismo que hacía con mi hermano, ya que Héctor parecía disfrutarlo.

—(Tengo una idea.) Estoy seguro de que si tocas bien en este concierto, podrás lograr que tu madre lo haga.

—¿En serio? —preguntó, mirando a la izquierda.

—Estoy del otro lado.

Belén volteó.

—¿En serio?

—Por supuesto que sí. Ahora... —Candado puso el violín en sus manos—. Toca esa melodía tuya.

Belén sonrió y empezó.

—Eres muy bueno con los niños.

—¿Tínbari?

—Moch.

—¿Qué es eso?

—Hola en el idioma que inventé.

Candado suspiró.

—¿Qué sucede? —preguntó Belén.

—Nada, sigue practicando. (Lárgate, Demonto, estoy ocupado ahora).

—No puedo irme sin vos. Después de todo, todavía estás en medicación.

—(Estoy bien, Tínbari, la tos y los vómitos cesaron. Estoy bien.) Trata de ajustar esa primera línea; suena desafinada cuando la tocas.

—Sí —contestó Belén ajena a la situación.

—Escucha, sé que te estoy interrumpiendo, pero mientras más acudas a ella, más rápido mejorarás. Sólo es un momento de tu tiempo, por favor).

—(Eres muy pesado, pero me alegra que te preocupes. Pero hablando de esto, hay algo que me preocupa...) Bien, ahí lo tienes.

—¿Qué te preocupa?

—(¿Hay noticias de tus hermanos? Nunca pensé que se fueran así, sin más.)

—Bórrbari es muy orgulloso, pero volverá por tu sangre. La familia Barret siempre fue el blanco para los Baris, ya sea de estudio como para protegerlos, desde tu abuelo, pero jamás habían intentado atacar. A pesar de que hay algunos como Amabaray, hay otros que son como Hachbari.

—(¿Hachbari?) Bien ahí.

—Es muy peligroso para los humanos. Nunca ha tratado con uno, los odia, pero necesita de ellos.

—(En verdad, no me gustaría verlo o conocerlo para nada).

Belén se detuvo.

—¿Y bien?

—Perfecto —Candado se puso de pie y le palmeó la espalda—. Ahora sólo tienes que tocar para todos.

—No olvides estar conmigo esta noche.

—No, no lo olvidaré.

—La seño dijo que tienes que llevar un instrumento.

—¿Qué?

—Un instrumento musical, para acompañarme.

—(Hubiera sido mejor que me lo hubieras avisado con anticipación) —Candado suspiró—. Bien, bien, llevaré uno.

—Genial.

Candado cerró los ojos y sonrió.

—Bien, no lo haré.

Tras decir eso, Candado guardó el pedazo de papel en su bolsillo y procedió a acariciar la cabeza de Belén.

—Gracias.

—Sin problema.

En ese momento salió Krauser, mientras se arreglaba el chaleco, producto del abrazo que recibió.

—Belén, es hora de comer, toma un descanso.

Luego unos tentáculos la envolvieron por la cintura y la elevaron por los aires. Era obvio que, por esa forma de hablar, se trataba de Grenia.

—Nos vemos, Candado —dijo ella con una sonrisa mientras la llevaban dentro de la casa.

La puerta se cerró, y Krauser quedó afuera. Se sacudió la ropa y caminó hacia Candado.

—Vaya forma de dejarme tirado.

—Bueno, era vos o yo.

—No me refiero a la madre de Belén.

—¿Entonces de qué hablas?

—Me dejaste fuera cuando planeaste recuperar a esa Bari.

—Baray.

—Lo que sea. Mira, entiendo que trataste de ocultarlo para que nadie saliera lastimado, pero, por favor... ¿suicidio?

—¿Quién te contó eso?

Krauser abrió los ojos.

—¿Crees que un inspector como yo revelaría mis fuentes?

Candado suspiró.

—Lo siento, no pensaba bien.

—¿Tienes idea de lo preocupado que estábamos yo, Grenia y Joaquín?

—¿Alguien más sabe?

—No, nadie más sabe. Lo queremos ocultar para que no se use este tema en el Circuito.

—Ya veo.

Krauser extendió su mano izquierda.

—Por ahora lo dejaré pasar, pero por favor... no hagas estas locuras, por el amor de Dios.

Candado le dio un apretón de manos.

—Tendré cuidado. Por cierto, ¿eso era todo?

—Tardé dos días para hablar de esto, Candado. Grenia está esperando su oportunidad para patearte el culo, mientras que a Joaquín se le acumulan tus acciones.

—¿Acumulan?

—Todavía no olvida que lo dejaste plantado cuando había recolectado las pistas de Hammya Saillim, bueno, técnicamente envió a alguien que lo haga, pero aun así, ahora que le hiciste esto. Te lo aseguro, sino fuera por la pila de trabajo acumulado sobre los incidentes recientes, te hubiera dado tu merecido.

Candado sonrió.

—Sí, debe ser.

—Por cierto... —Krauser miró a su alrededor para verificar que no hubiera nadie—. Sara se ha estado reuniendo con una tal Hachipusaq.

—Recibí su carta hace un mes, pero no me apetecía ir allí.

—¿La conoces?

—No mucho, solo tuve una audiencia con ella.

—¿Ella?

—Sí, es una mujer con máscara.

—Ya veo.

—¿Sucede algo?

—Sí, la verdad sí. Hachipusaq le propuso una cosa bastante interesante.

—¿Qué pudo ser?

—Crear una sociedad de monstruos, o como ella lo llama, una sociedad de los Recreadores.

Candado levantó levemente su ceja izquierda.

—Eso sí es interesante.

—Lo mismo pensé. Solo hay que esperar y ver qué tan bien le va.

—¿Quién es Hachipusaq? Qué mujer tan intrigante.

—Candado...

—…

—Hey, reacciona.

Candado volvió en sí.

—Perdón, quedé pensativo. De todos modos, tengo que volver a casa por un asunto familiar. ¿Te importa quedarte y guiarla un poco más?

—Que va, no tengo nada que hacer. Es jueves, y todos están en la escuela, así que no tengo problemas.

Candado le dio un abrazo y salió del jardín, saltando el muro y metiéndose en el bosque.

—Je, este chico—se rió levemente Krauser.

El muchacho de la boina comenzó a caminar por el bosque, mientras Tínbari lo seguía a sus espaldas.

—Veo que no tienes nada que hacer.

—Por día, una persona muere en ese planeta. Por lo que no importa, sus almas irán a parar en mi esfera muajajaja.

—Ya veo, eres un vago y un mentiroso.

—Solo voy a aquellos humanos que me llaman la atención, y hoy en día son muy escasos.

—Dímelo a mí —Candado se detuvo abruptamente—. Oh, por Isidro, no me di cuenta.

—¿No te diste cuenta de que esta es la zona de Diana? —preguntó Tínbari de forma burlona.

—Relájate, ella no vendrá hoy.

Candado volteó y vio a alguien acostado en las ramas de los árboles.

—Logan, es raro que vengas —saludó Candado.

—Yo cuido esta zona del bosque mientras ella está ausente —luego bostezó—. No hay nada de qué preocuparse, sigan caminando.

—¿Dónde está ella?

—El Pombero. Le está ayudando con unos asuntos en las cosechas que arrasó un incendio en el interior, luego de que termine volverá aquí.

—¿Termine qué? ¿Matando? —preguntó Tínbari.

—Cultivando. Matar es un extra. Al Pombero no le gusta que quemen el bosque y asesinen a sus animales solo porque sí. Por lo que ella no tiene problemas para matar.

—Oh bien, veo que la tienes muy difícil ¿De casualidad hay conocido mío en su lista?.

—Verificado, no lo hay.

—Entonces solo la tienes difícil.

—Dímelo a mí, ella no sabe cómo cuidar este territorio.

Candado sonrió.

—Sí, la verdad que sí. Cuídate, Logan.

—Cuídate, Ernést —dijo él mientras se despedía con la mano.

Candado se apresuró y salió de la zona de Diana, encontrándose con dos personas, Mauricio y Yara, quienes estaban sentados en medio del bosque. Yara estaba mirando fijamente una pelota de fútbol, mientras que Mauricio estaba recostado contra un árbol, con los ojos cubiertos por su sombrero.

Candado se acercó a ellos para saber qué tramaban.

—Oigan.

Yara volteó con una mirada fulminante, la misma mirada que usaba contra la pelota. Pero al ver a Candado, su expresión se borró y apareció una sonrisa.

Corrió hacia él con los brazos extendidos y le abrazó la pierna.

—¡Papá!

Candado se inclinó y la alzó.

—¿Qué haces?

—Miraba la pelota.

—¿Mirabas?

—Tío dijo que me volvería lista y así podría entrar a jardín.

—¿Así? —preguntó de forma irónica.

—Sí.

—Mira, un colibrí —dijo él señalando el cielo.

—¿Dónde?

Aprovechando el momento de distracción de la pequeña, Candado le metió una patada en el hombro a Mauricio, provocando que este perdiera el equilibrio y cayera.

—Oh, la ví, pero se fue. Es muy rápida —dijo apenada Yara.

—Sí, lo es.

Mauricio se puso de pie con ayuda de su cayado.

—¿Vos? ¿Qué te proponías?

—Tínbari.

—Sí, sí, sí.

Tínbari se acercó a Yara y le cubrió los oídos con ambas manos.

—¿Ah? —se sorprendió la niña.

Candado no apartó la mirada de Tínbari, quien mantenía una actitud despreocupada.

—Si de verdad querías que ella entrara al jardín de niños, me hubieras llamado. Yo la ayudo en sus estudios. Pero si prefieres jugar con su ilusión y mentirle de esa forma, sabiendo cuánto entusiasmo le provoca, estás equivocándote.

—Fue solo una pequeña e inofensiva broma.

Los ojos de Candado se encendieron lentamente con una flama violeta. Tínbari, al notar el cambio, giró a Yara hacia otro lado, consciente de que la pequeña tenía un profundo trauma relacionado con el fuego.

—Escucha —dijo Candado con voz firme—, podrás tener 200 años, podrás haber criado a Logan y a Diana cuando eran niños, pero si sigues criando a base de mentiras que puedan herir su entusiasmo, me encargaré de romperte los huesos.

Mauricio, que observaba la escena incómodo, aclaró su garganta.

—N-no te preocupes, no volverá a pasar.

—¡Papá! —gritó Yara de repente.

Los ojos de Candado volvieron a la normalidad al girarse hacia su hija.

—¿Sí, hija?

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—¡No escucho nada de nada!

Candado hizo un gesto con la mano para que Tínbari retirara las manos de las pequeñas orejas de Yara.

—Ah, el sonido volvió —dijo la niña con alivio.

Candado le acarició la cabeza, mientras la alzaba.

—Deja de mirar la pelota.

—¿Eh? ¿Por qué?

—La pelota es para jugar, no para fulminarla con la mirada.

—Bien, jugaré con ella en vez de mirarla.

—Así se habla.

Candado la bajó con delicadeza al suelo.

—El papeleo lo hice hace unos días con mis padres. Por diversas razones, ellos son los tutores.

—No esperaba menos de vos. ¿Y? ¿Cuándo empezaría Yara? —preguntó Mauricio.

—Lunes, Mauricio. lunes.

Yara saltó de emoción y, en su entusiasmo, y mordió el antebrazo de Candado.

—¡Auch! —exclamó Candado alzando el brazo, con Yara colgando de él—. Así que estás entrando en esa fase, ¿eh?

—Últimamente tiene el placer de mordisquear cosas. Ayer mordió mi cayado, mi pierna y mis brazos —comentó Mauricio con resignación.

—Yara, ¿te importaría soltar a papá?

La niña abrió la boca y cayó de pie al suelo.

—Lo siento —dijo ella con un aire apenado.

Candado miró su antebrazo, donde las marcas de los pequeños dientes se habían impregnado en su buzo azul.

—Oh, esto será interesante. —Llevó ambas manos a la espalda—. Solo ten cuidado de no morder a nadie más.

—...

—...

—...

—Bien —respondió Yara finalmente.

—Genial.

Tínbari murmuró en voz baja:

—No importa cómo lo veas, ella titubeó. Y eso da miedo, Candado. Da mucho miedo.

Candado suspiró.

—Bueno, ahora tengo que irme.

—¿Ya te vas? —preguntó Yara con tristeza.

—Sí, pequeña, pero volveré.

La niña hizo un ronroneo de disgusto.

—Eso duele, Yarará. Duele más que una mordida.

—¡Perdón, tío!

Candado rio para sus adentros mientras se alejaba.

—¡Nos vemos luego!

—Chau, hermano.

—Nos vemos, papá.

Candado siguió su camino, dirigiéndose a su hogar. Tras unas pocas calles, divisó su casa y el muro que separaba el jardín del bosque.

—¿Te ayudo? —preguntó Tínbari.

Candado negó con la cabeza y saltó con agilidad, cruzando al otro lado. Al aterrizar, notó a Hammya y Clementina esperándolo exactamente en la misma posición que aquella vez.

—Déjà vu —murmuró Candado.

—Hola, joven patrón —saludó Clementina con una sonrisa juguetona.

—Hola, Candado —dijo Hammya.

—Voy a "pausar" el momento en el que te grito, Clementina, y me saltaré a la escena con Hammya. ¿Sí?

—No voy a ir a ningún lado.

Candado miró a Hammya con curiosidad.

—¿Por qué no estás en la escuela?

Hammya se sintió entre la espada y la pared, pero su familiaridad con el ambiente de esa casa le permitió mantener la calma.

—Estaba enferma.

—¿Enferma?

—Sí, enferma.

Candado supo al instante que le estaba mintiendo, pero decidió seguirle el juego. Se quitó el guante y colocó su mano en la frente de Hammya.

—A mí no me pareces enferma.

Hammya sintió un alborozo indescriptible al tener la mano de Candado sobre su cabeza.

—¿Tienes algo que decirme?

—Sí.

—¿Qué cosa?

—Gracias.

—¿Qué?

—Gracias.

Candado retiró la mano, desconcertado, y luego giró hacia Clementina.

—Ahora voy contigo.

—Bien —respondió ella con una sonrisa.

—¡DEJA DE LLAMARME PATRÓN! ¡NO SOY EL PATRÓN DE NADIE!

—Claro, por supuesto.

Candado suspiró y volvió a colocarse el guante antes de entrar a la casa. Mientras tanto, Hammya y Clementina compartieron una risa silenciosa.

—¿Todavía no le has dicho? —preguntó Clementina.

—No.

—¿Por qué? Ese día parecía tan vulnerable... Podrías haberlo conquistado fácilmente.

Hammya sonrió con dulzura.

—No quería aprovecharme de su inestabilidad emocional. —Miró su mano vendada—. Me prometí decírselo cuando recupere lo que perdió.

Clementina se acercó y le dio un masaje en la espalda, como muestra de apoyo.

—Está bien, está bien, sé que usted tomará la decisión correcta.

Hammya suspiró profundamente.

—Lo…

—¿Lo ama? —preguntó Clementina, interrumpiéndola.

—Sí, pero esperaré el momento para decirlo.

—Eso será interesante.

—¿Por qué?

—Conociéndolo, puede que te rechace.

—¡Ah! ¡¿Pero estás de mi lado o en contra?! —exclamó Hammya con indignación.

—De ambos, así es divertido, pero es posible que hasta tengas éxito.

—Si me lo dices así, puede que me lo crea.

—Mentí, es certero que te dirá que no.

—¡Clementina! —protestó Hammya.

—Aunque… ya conseguiste que Candado sea más amable contigo.

—Sí… no puedo evitar estar feliz —confesó Hammya con una sonrisa.

Desde la ventana de su habitación, Candado las observaba en silencio.

—¿De qué estarán hablando? —se preguntó mientras fijaba la mirada en ellas.

Su corazón se sentía pesado, culpable. Ver a Hammya sonreír le provocaba una mezcla de emociones. Siempre sonrió para él, incluso en los momentos más oscuros. Incluso en su peor dolor.

—Hammya… En verdad es una buena chica.

La puerta se abrió de repente, aunque de una forma completamente ordinaria. Amabaray entró con una sonrisa amable, en contraste con la forma repentina y mística de Tínbari. Había adoptado las costumbres humanas.

—Ernést, es hora de la revisión diaria —anunció, ignorando el hecho de que Candado se había escapado de ella más temprano.

Candado suspiró y cerró las cortinas.

—Bien.

Se giró hacia Amabaray mientras se quitaba la boina y la colocaba sobre la mesa.

—No basta con sólo eso —reiteró Amabaray.

Candado comenzó a desvestirse en silencio. Se quitó los guantes, luego la corbata, y finalmente se desabotonó el chaleco y la camisa, que extendió sobre el respaldo de una silla.

—Siéntate donde quieras o te parezca más cómodo.

Candado obedeció y se sentó en el suelo. Amabaray levantó los hombros en un gesto irónico y se colocó detrás de él.

—En unos días estarás completamente sanado.

—Sí.

—No estés tenso, no haré nada malo.

—Lo siento… no estoy acostumbrado a que… a que personas que no conozco estén detrás de mí.

—"¿Es ella? ¿La Baray que estuvo con mi madre cuando era una niña? Es muy buena, quisiera preguntarle muchas cosas", ¿no es así?

Candado tragó saliva, sorprendido.

—Es… inquietante que hayas leído mi mente.

—¿Asustado?

—No, lamentablemente estoy acostumbrado gracias a mi abuela, sólo… algo avergonzado.

Amabaray sonrió con picardía.

—Era mentira, sólo lo intuí.

—Ya veo… pero no deja de ser vergonzoso.

—Está bien, no lo volveré a hacer.

Candado suspiró, aliviado, aunque todavía incómodo.

—Puede que sea tarde para decírtelo, pero… me alegra mucho haberte conocido. Y lo siento.

—¿Por qué lo sientes?

—No quería que Europa sufriera otra vez. Ya había perdido a Eva y a muchos de sus amigos. No podía perderte también… no quería que ella volviera a llorar.

—No tienes por qué sentirlo.

—Sí, sí tengo. Pero no me arrepiento de lo que hice. Si no lo hubiese hecho, estarías muerto. Aun así, siento lo de Gabi… me sentí terrible cuando supe lo que pasó.

—Es difícil no notarlo.

Amabaray abrazó a Candado con calidez.

—Aunque sea por un instante, tu felicidad y la de los demás justifican mi decisión. Te salvé, y Gabi pudo vivir para conocerte. No sólo eso, tuvo otra hija.

Candado cerró los ojos, dejando que esas palabras calaran hondo en él.

—Cuando Gabi me hablaba de vos, siempre quise conocerte. Ahora… me alegra que pudieras volver.

Amabaray lo sostuvo un poco más antes de terminar con el tratamiento.

—Bien, gracias de nuevo.

—No hay de qué. Sé que te escaparás de nuevo, así que… no hay de qué.

Candado comenzó a vestirse lentamente.

—¿Cuánto tardará esto, el procedimiento?

—Oh, no mucho. No soy tan poderosa como mi abuelo. Esto es lo mejor que puedo hacer.

—Ya veo.

Candado sonrió, más relajado.

—Gracias, por todo.

Antes de que Amabaray pudiera responder, salió de la habitación cerrando la puerta detrás de él.

—De nada —murmuró ella, sonriendo para sí misma.

Fuera de la habitación, Candado se ajustó los guantes y bajó las escaleras apresuradamente, sólo para tropezar con algo y caer de espaldas.

—¡Maldita sea, Hammya! ¡HAMMYA!

Unos pasos rápidos se acercaron.

—¿Qué sucede? —preguntó Hammya, alarmada.

—Tu maldita mascota.

—¡Lentejuela! —exclamó Hammya al ver a su tortuga—. ¿Dónde te habías metido?

Candado se levantó, masajeándose la espalda.

—¿Qué fue ese ruido? —preguntó Clementina, apareciendo.

—Nada importante —dijo Candado mientras tronaba su espalda. Luego la miró directamente—. A propósito, Clementina…

—Eso debió doler.

—¡Escúchame cuando te hablo!

—¿Sí?

—¿Has visto mi guitarra?

Hammya lo miró con asombro.

—¿Guitarra?

—Sí, esa cosa de madera con cuerdas que hace ruido.

—Sé lo que es una guitarra, señor.

—Entonces no me hagas perder el tiempo, dime dónde está o si la viste.

Clementina lo miró con duda.

—¿Está seguro? No ha tocado su instrumento en tres años.

Candado colocó sus manos en los hombros de Clementina, con delicadeza.

—¿Dónde está? Habla, no te pedí un análisis de mis hábitos o cuando fue la última vez que la cargué, sino que me digas dónde está.

—Sí, se su ubicación ¿Seguro que quiere saber dónde está?

Luego comenzó a sacudirla con desesperación.

—Está... en el sótano, señor.

Candado soltó a Clementina y se fue corriendo, dejando a la androide mareada. Hammya se apresuró y la sostuvo antes de que cayera al suelo.

—Señorita Hammya... o señoritas —murmuró Clementina, tambaleándose.

Hammya dejó escapar una risita y la acomodó en el sillón. Dejó a su tortuga de lado y colocó ambas manos en las mejillas de Clementina.

—¿Estás bien?

—Cla, cla, cla, cla... cla... ro, ro, ro, ro... se, se, se... se... ño, ño, ño... ñorita.

—No, no, no, eso no está para nada bien.

En ese momento apareció Karen, bebiendo algo de un vaso de plástico verde transparente. Al ver la situación, dejó el vaso en la mesa y corrió hacia Clementina.

—¡Karen sabe cómo ayudar! —anunció con determinación.

Subió al sillón, tomó el control remoto y golpeó la cabeza de Clementina con fuerza.

Los ojos de la androide brillaron y se apagaron, como si fuera un televisor, emitiendo incluso el característico sonido de apagado.

—¡La mataste! —se alarmó Hammya.

—No, hay que esperar —respondió Karen con tranquilidad.

Después de unos segundos, una luz blanca emergió de los ojos de Clementina, mostrando un fondo azul con letras blancas diminutas. Finalmente, sus ojos volvieron a la normalidad.

—Mi hermano me enseñó a hacer eso cuando la tele se trababa —dijo Karen con expresión satisfecha.

—¡Clementina no es un televisor! —replicó Hammya.

—Mi cabeza... siento que mi sistema cibernético se sacudió violentamente.

—Oh, ahí está. Karen terminó su trabajo —dijo Karen mientras bajaba del sillón y tomaba su vaso nuevamente.

—Televisor reparado. Karen se retira, está muy ocupada.

—¿Televisor? Creo que es la segunda vez que ella me hace eso —dijo Clementina, aún aturdida.

—¿Estás bien? —preguntó Hammya con preocupación.

—Estoy bien, estoy bien.

—Me asustaste.

—Solo fue... una especie de mareo... ¿Humano? ¿Biónico?.

—Parecía otra cosa.

Clementina soltó una risa nerviosa para escapar de la conversación.

—¡Hey!

—La hora de la risa acabó, es hora de trabajar —dijo Clementina levantándose.

—Espera.

Hammya la tiró del cuello de la camisa para que volviera a sentarse.

—¿Qué sucede?

Mientras tanto.

Candado estaba en el sótano, un lugar sorprendentemente ordenado, era tan fino que las telarañas brillaban y hasta tenían un aroma agradable. Todo estaba en su lugar, lo que facilitó que Candado encontrara lo que buscaba: su guitarra, guardada en un estuche negro de plástico transparente, colocada sobre un casillero.

Colocó un banquito para alcanzarla y retiró el estuche.

—Huele a madera lustrada aerosol para muebles—murmuró mientras lo abría.

Observó la guitarra por un momento. Era un regalo de su padre, quien solía tocarla cuando ella, Gabriela, estaba viva.

—Tres años... Clementina —dijo con una sonrisa, sacando la guitarra del estuche.

Limpió un banquito cercano y se sentó. Cerró los ojos, acarició las cuerdas con el pulgar, dejando escapar sonidos suaves. Ajustó sus guantes y comenzó a tocar una melodía monótona, probando cuánto había perdido de práctica.

—Del uno al diez... seis. Pero algo es algo.

Recordó una melodía que Belén solía tocar en su violín. Cerró los ojos, evocando cada nota y cada movimiento del arco. Poco a poco, memorizó la secuencia, adaptándola a la guitarra.

La música comenzó a fluir. La melodía, tranquila y suave al principio, fue ganando ritmo. Sus dedos bailaban sobre las cuerdas, y de su boca salió un tarareo que complementaba la música.

Desde afuera, Clementina y Hammya lo observaban.

—Ahí tienes tu respuesta —susurró Clementina.

—Es verdad, pero ¿estás segura de que no nos descubrirá? —preguntó Hammya.

—Cuando Candado se concentra, es difícil sacarlo de su mundo.

—A pesar de que siempre está alerta...

—Candado bajó la guardia desde que la conoció a usted.

Hammya miró a Candado con entusiasmo. La música parecía resonar en su corazón. Cada nota era maravillosa, cada cuerda vibraba con un sonido cautivador. Sin darse cuenta, salió de su escondite y caminó hacia él.

Clementina intentó detenerla, pero fue inútil. Hammya llegó hasta Candado, quien, absorto en la melodía, no notó su presencia. En el pasado, hubiera reaccionado de inmediato, pero esta vez no lo hizo.

Hammya lo abrazó por la espalda, deteniendo su interpretación abruptamente. Por casi dos minutos reinó el silencio, hasta que Candado tosió, una vez, fuerte y rápida.

—Hammya —dijo con tranquilidad—, ¿Sucede algo?

Hammya, consciente de lo que había hecho, intentó improvisar una excusa:

—Zzz...

—¿Qué...? ¡Hammya, no duermas en mi espalda!

Clementina, escondida detrás del muro, se reía en silencio.

—¡Hammya, despierta!

—Zzz...

—Si quieres dormir, hazlo en tu cama, no en mi espalda.

—Zzz...

—¡Espera un momento! ¡No estás durmiendo! Tu respiración y latidos no son los de alguien dormido.

Hammya bostezó y se apartó de Candado.

—¿Qué haces acá? —preguntó con confusión.

—Es mi casa. Voy donde quiero —respondió él con calma.

Cuando Candado intentó voltearse, Hammya colocó ambas manos en sus mejillas, obligándolo a mirar al frente.

—¿Qué pasa ahora? —inquirió él, frunciendo el ceño.

—Mira ahí, por favor.

Candado suspiró, accedió y fijó la vista al frente. Hammya retiró las manos de su rostro y permaneció inmóvil, sin decir nada.

—Hammya, ¿estás avergonzada o tienes fiebre?

—¡No! Claro que no.

—Estás mintiendo, lo sé.

Hammya desvió la mirada y pensó: "Es inútil. Él siempre sabe cuándo alguien le miente, como también es experto en analizar a las personas". Finalmente, suspiró.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella, tratando de estar serena.

—Pues… ejem. Donde estoy mirando ahora hay un espejo, y puedo ver todo lo que estás haciendo.

—…

—…

—…

—…

"¡¿CÓMO NO LO VI?!" pensó Hammya entrando en pánico y, señalando desesperada hacia arriba, gritó:

—¡Ah! ¡Un OVNI!

—Ja, qué estúpi…

Antes de que pudiera terminar su burla, un objeto similar a un plato con luces intermitentes y un patrón de colores cruzó el cielo visible desde la ventana del sotano, emitiendo un sonido extraño. Candado se quedó atónito.

—¡¿QUÉ?!

Un portazo a sus espaldas lo hizo girar. Clementina estaba allí, mirando hacia la puerta.

—Será mejor dejarla tranquila —aconsejó la androide con serenidad.

—¡Clementina! ¿Lo viste? ¡Dime que lo viste!

—¿Qué cosa, señor?

—¡El OVNI!

—¿Perdón?

—¡Sí, un OVNI! ¿Lo viste?

—(Nunca imaginé que Candado se dejara llevar por una burda y vieja broma.)

Clementina, con un aire de incredulidad, respondió:

—¿Está bien, señor?

Candado, desconcertado, volvió a mirar por el tragaluz.

—No tengo idea, argumento, veracidad ni entendimiento de lo que acaba de ocurrir.

—Creo que será mejor que practique en su habitación, señor.

Mientras tanto, Hammya subió corriendo las escaleras, rebasando a Europa y Arturo.

—¿Hammya? —preguntaron ambos al unísono.

Sin detenerse, la niña llegó a su habitación, pateó la puerta para abrirla, entró y se escondió bajo las sábanas.

—¡MADRE TIERRA, TRÁGAME DE UNA VEZ! —gritó enterrando su cara en su almohada.

Mientras tanto. Candado salió del sótano, frotándose las sienes.

—No estoy loco… ¿o sí?

—¿Qué murmuras? —preguntó Clementina.

—Nada. Sólo hablo conmigo mismo. —Suspiró profundamente—. Iré a mi habitación. Necesito escribir algo.

—Ya, lo entiendo.

Cuando dio la vuelta, chocó contra el pecho de su padre, Arturo.

—¿Pasó algo allá abajo? —preguntó el hombre.

Candado alzó la vista.

—No. ¿Por qué?

—Hammya salió corriendo despavorida.

—Sólo se avergonzó porque me di cuenta de que me mintió.

—Es una verdad a medias —aclaró Clementina.

Arturo suspiró.

—Le pregunté a él.

—Lo siento, señor Barret —se disculpó Clementina.

Arturo palmeó la cabeza de Candado.

—No hagas nada que la moleste, ¿sí? —Luego agregó mientras se alejaba—: La próxima vez, mira por dónde caminas, hijo.

—Lo haré.

Candado miró de reojo a Clementina, que desvió la mirada hacia un lado.

—Olvidaré que me llamaste mentiroso a medias por esta vez. La próxima te machacaré.

Clementina fingió un suspiró de alivio.

Candado volvió a su habitación, cerró la puerta tras de sí y se dejó caer contra ella, agotado y confundido por lo ocurrido. Se quitó la boina y los guantes, colgándolos despreocupadamente, y luego se dirigió al escritorio. Se sentó, y comenzó a practicar.

Dos horas después, la puerta se abrió de golpe. Karen, su pequeña hermana, había usado su ingenio para atar un hilo al picaporte y así lograr entrar. Caminó de puntillas hacia Candado, intentando pasar desapercibida, aunque el rechinar de la puerta la delató. Candado dejó de escribir, puso el lápiz a un lado y esperó pacientemente.

Karen, creyéndose astuta, pegó un salto hacia la derecha y sacudió con fuerza un estante cercano.

—¡BU! —gritó.

Un libro mal colocado cayó del estante, dispuesto a aterrizar sobre la cabeza de Karen, pero Candado lo atrapó con reflejos rápidos.

—¿Te asusté? —preguntó ella con una sonrisa traviesa.

Candado puso el libro sobre el escritorio y tomó un marcador negro del portalápices.

—Sí, me asustaste.

Entonces, sin previo aviso, le dibujó unos bigotes en la cara.

—No vuelvas a hacer eso, Karen Florencia Velázquez Barret.

—Lo siento.

A pesar de su leve molestia, Candado terminó haciendo de su rostro una pequeña obra de arte. Luego dejó el marcador en su lugar.

—Karen quiere saber si puede volver a jugar con Yara.

—¿Por qué me preguntas eso?

—Karen quiere saberlo.

—¿Esto es una extorsión o una pregunta?

—Karen quiere saberlo.

Candado suspiró.

—Ya hablaremos de eso después.

La conversación entre Karen y Candado se asemejaba a una disputa. Karen había manifestado sus poderes unas semanas atrás, algo extremadamente extraño para alguien de apenas tres años. Normalmente, estos comenzaban a desarrollarse alrededor de los cinco años. Claro, había excepciones: algunos los manifestaban entre los dos y los once años, pero no había registros más allá de esa edad. Se creía que esta era la frontera definitiva.

En el caso de Karen, había algo aún más inusual: había manifestado tres componentes. Lo común era que una persona normal desarrollara uno o dos componentes como máximo cuando los poderes se activaban, pero jamás tres. Para ilustrarlo mejor, es como si los tres colores primarios se mezclaran para dar origen a todos los demás. Así funcionaban los componentes: las bases de los poderes. Estos eran limitados en la mayoría de los humanos, que solían tener de cinco a cien habilidades distintas derivadas de los componentes. Sin embargo, la familia Barret era la excepción, con una cantidad de poderes literalmente incontable.

Karen, en particular, había manifestado tres componentes: la flama violeta (un poder único que se heredaba), sanación y protección. La niña admiraba profundamente a su hermano, Candado, quien teóricamente había sido quien la cuidaba. Por eso intentaba imitar su personalidad fría, aunque a su manera. Sin embargo, cada vez que hablaba con él, no podía evitar sonreír, como lo hacía con todos los que vivían en la casa.

—Pequeña, no me mires con esa cara.

—Karen está cansada. Karen quiere dormir en tu cama.

—Karen tiene su cuna.

—Karen ha hablado.

Candado suspiró, otra vez.

—Tienes que dejar de ver ese programa. Está bien, puedes usarla.

—Karen quiere dormir contigo.

—No tengo sueños.

—Karen quiere que tengas sueño.

—Así no funciona la cosa.

—Pero Karen quiere.

—¿Karen no quiere otra cosa?

—Karen quiere muchas cosas: helado, a mamá, papá, tío Hipo, Hammya y...

—Ya entendí, quieres muchas cosas. Pero ahora, ¿qué es lo que más quieres? Aparte de dormir en mi cama conmigo.

—Juega con Karen.

—Bien. Este juego será perfecto para ti.

—¿Cómo se juega?

—Quien se duerma primero, gana.

—¡Genial! Karen va a ganar. Es buena en dormir.

Karen corrió hacia la cama de su hermano, subió a ella escalando con esfuerzo y se acostó. Cerró los ojos con fuerza, lista para ganar.

Candado reprimió una risa, tapándose la boca para no delatarse. Miró hacia otro lado, cerrando los ojos con fuerza para calmarse.

Pasaron apenas seis minutos antes de que Karen quedara profundamente dormida, agotada por no estar acostumbrada a levantarse temprano.

Candado sonrió con ternura. Le quitó las marcas que le había hecho con el marcador. La arropó con delicadeza, le dio un beso en la frente y salió de la habitación. En el pasillo, se cruzó con Clementina, quien llevaba una bolsa de zanahorias.

—¿Alimentando a Uzoori? —preguntó Candado.

—Claro —respondió Clementina con una sonrisa.

Ambos continuaron por caminos distintos. Candado descendió las escaleras cuando escuchó golpes en la puerta. Por fortuna, Europa estaba allí para atender.

—Hola, tanto tiempo —saludó Europa.

—Hola, señora Barret.

—¿Qué buscas?

—Vine a ver a Candado.

—Claro, pasa.

—Disculpe las molestias.

El visitante entró, y Europa cerró la puerta tras él.

—Henry Llovizna —dijo Candado mientras bajaba los últimos escalones.

Henrry era un correntino de ojos marrones y cabello castaño. Sobre su cabeza flotaba una nube blanca, del tamaño de una pelota de críquet. Vestía una chomba negra, pantalones blancos y zapatos a juego, aunque ese día, debido al frío, llevaba un piloto azul marino. Henrry tenía una personalidad cambiante y era muy amigo de Lucas.

Su poder se había manifestado a los cinco años, cuando una pequeña nube descendió del cielo para posarse sobre su cabeza. La nube cambiaba según su estado de ánimo: era blanca cuando estaba feliz, negra y llena de truenos cuando se enojaba, y llovía cuando estaba triste. Además, Henry podía controlar rayos, viento, hielo, gas y agua, y tenía la habilidad de viajar en segundos montado en su nube.

—¿Vienes para el concierto? —preguntó Candado, extendiendo la mano.

—Hoy no, lo siento —respondió Henry, aceptando el apretón de manos.

Candado guardó las manos en los bolsillos.

—¿En qué puedo ayudarte?

—Es sobre... eh... sobre...

Candado trató de calmarlo, hablando de forma serena.

—No tienes que ponerte nervioso. Es tu trabajo.

—Lo siento.

—A ver, ¿es sobre Sara?

—No.

—¿No?

—Es sobre Li...l....a

—¿Qué?

—Es sobre Li...

—Habla más claro, por favor.

—Lila tiene un mensaje.

Candado se quedó en blanco al escuchar ese nombre.

—Oh... Ya veo —respondió monótonamente.

—Lo siento.

—Entiendo lo que estás pasando. Te prometo que te compensaré.

—No pasa nada, pero sé cómo se ponen tú, Joaquín y Héctor al escuchar ese nombre.

—Ellos están traumados con solo pensarlo. Yo, en cambio... —Candado se cruzó de brazos y mostró una sonrisa sádica—. Lo soportaré.

—¡Candado!

En ese instante, Clementina irrumpió bajando las escaleras.

—Hola, señor Henry —saludó Clementina.

—Hola, Clem.

Candado volvió a su expresión habitual.

—Señor, Uzoori está algo molesta.

—Ya veo. Esta tarde lo llevaré a pastar.

—Qué considerado de su parte, ir a ver a Lila, digo —comentó Clementina con una sonrisa traviesa.

Candado quedó en blanco al escuchar esa palabra otra vez.

—¿Le encantaría tomar el desayuno?

—No, gracias. Estoy bien.

—¿Comerá facturas o bizcochos?

—No, gracias. Ya desayuné.

—¿Masajes? —preguntó ella, mientras comenzaba a vibrar ambas manos.

—No, gracias.

—¿Un descanso?

—Estoy bien.

Candado volvió en sí.

—Bueno, ¿qué quiere ella? —interrumpió.

—Es sobre algo importante.

—¿Tiene que ser ahora?

—Dijo que tiene garantía hasta un año; pasado eso, lo grave habrá ocurrido.

—¿Cómo puede ser lento algo grave?

—Ni idea.

—Supongo que eso lo veremos más tarde.

—Bueno, Candado, solo venía a decirte eso. La verdad es que mentí a mi mamá diciendo que iba a pasear y volver. Lamento no poder quedarme más tiempo.

—Nos vemos más tarde —se despidió Candado, dándole un abrazo.

Henry se apresuró a salir de la casa, no sin antes despedirse de Clementina con besos en las mejillas.

—Bien, con la tecnología que corre, podría haberme enviado esa información por correo, pero qué se le va a hacer.

—¿A dónde va, joven patrón? —preguntó Clementina.

—Olvidé algo.

Candado empezó a subir las escaleras y se detuvo frente a la habitación de Hammya, que estaba medio abierta. La observó detenidamente y extendió la mano hacia el picaporte, dispuesto a cerrarla. Sin embargo, algo en su interior entró en conflicto: abrir la puerta y entrar, o cerrarla y dirigirse a su cuarto. Antes de tomar una decisión, se dio cuenta de que ya estaba dentro de la habitación.

—¡Mierda! —exclamó.

Rápidamente se tapó la boca al notar que Hammya estaba dormida.

—Je, parece que no se acostumbra a las mañanas.

Sus ojos se fijaron en la venda de su mano. Inconscientemente, pasó su dedo índice por la palma vendada. Aún no podía creer lo que había visto. Dañarse de esa forma para salvar una vida, la suya. No sabía hacer otra cosa más que disculparse, pero no era suficiente. Ella había sido clara: "No quiero que te disculpes conmigo, solo quiero que te disculpes contigo mismo".

Candado sonrió y le dio un beso en la frente.

—En verdad eres fuerte, Hammya.

Se levantó, guardó las manos en los bolsillos y salió de la habitación. Antes de cerrar la puerta, la miró una última vez, sonrió y cerró los ojos mientras se alejaba a su habitación.

Cuando sus pasos se alejaron por completo, Hammya abrió los ojos, sonrió y tocó su frente.

Candado bajó las escaleras, con su guitarra, y se dejó caer en el sillón.

—Sigamos adelante.

Cerró los ojos, rió suavemente, y comenzó a practicar nuevamente.

Cuando la noche llegó. El lugar del concierto era más bien un teatro, con centenares de sillas cómodas de color azul, decoradas con flores amarillas. Aunque no estaban llenas, había suficientes personas para crear ambiente.

Detrás del telón, Belén caminaba inquieta, vestida con un brillante vestido blanco que hacía juego con su cabello. Sus ojos apagados reflejaban su nerviosismo.

—Belén, te vas a matar si sigues caminando así —dijo Candado, sin apartar la vista de su libro.

—No puedo evitarlo. ¿Y si fallo, tropiezo o desafino?

—Tranquila, todo estará bien… o mal.

—¡Candado! —refutó Belén.

—¿Qué? Puede pasar.

—Eso no ayuda.

—Deja de molestarla, Candado —intervino Clementina, entrando al salón con Hammya y Andersson.

—Guau, qué galante —comentó Hammya.

—Es la quinta vez que me lo dices.

—Qué galante.

—Sexta.

—Debo admitir que es un atuendo revolucionario. No todos se atreven a combinar un esmoquin violeta con una corbata roja.

—¿Por qué siento que te estás burlando de mí, Andersson?

—¿Cómo piensa tocar con esos guantes? —preguntó Clementina.

Candado chasqueó los dedos y tocó la guitarra durante un minuto.

—¿Feliz?

—…

—Espero su respuesta.

—Es bueno. Muy bueno.

Una señora irrumpió en la habitación.

—Prepárense. Ustedes son los siguientes.

Luego desapareció tan rápido como había llegado, dejando a Belén aún más nerviosa.

—¿Q-q-q-qué? N-n-no… aún…

Candado posó una mano sobre su cabeza.

—No estás sola. Estoy contigo.

—Da lo mejor de ti. Es hora de que los dejes impresionados con tu violín —dijo Hammya, palmeándole los hombros.

—S-sí… No… ¡Sí!

—Así se habla —contestó Hammya con entusiasmo.

Los aplausos de la audiencia resonaron.

—Es su turno —anunció Andersson.

Belén asintió, tomó la mano de Candado, y ambos caminaron hacia el escenario. Una gran luz blanca los iluminó, acompañados por los aplausos del público. Mientras avanzaban, Candado notó que Belén temblaba.

Al detenerse frente al público, Candado se inclinó en una reverencia, y lo hizo también con los demás señores que acompañarían a la melodía de ambos.

—Todo estará bien —susurró.

Belén sonrió con una expresión notablemente nerviosa mientras sacaba su violín del estuche. Candado suspiró, aunque en su interior no era resignación lo que sentía. Con un chasquido de sus dedos, hizo que su guitarra flotara desde el camerino hasta sus manos, un truco que ya había anticipado para el trío, pero que siempre lograba sorprender. Tocó ligeramente la primera cuerda, arrancando aplausos inmediatos del público. Con un leve gesto de inclinación, cerró los ojos, pero abrió disimuladamente el izquierdo para observar a Belén. Aunque ella parecía más calmada, todavía no lo suficiente.

Sonriendo con astucia, Candado alzó la cabeza, miró a la audiencia y, sin aviso, gritó:

—¡DECLAN, DAME UNA SILLA!

El silencio que llenaba la sala se rompió cuando una silla de madera voló hacia el escenario. La audiencia quedó boquiabierta, incluyendo a los padres de Belén y Candado, que intercambiaron miradas incrédulas. La silla aterrizó a sus pies, pero él simplemente la empujó a un lado con el pie izquierdo antes de gritar nuevamente:

—¡MÁS PEQUEÑO!

Esta vez, un pequeño banquito apareció volando desde la misma dirección. Está vez fue la tomó en el aire y la dejó en el suelo.

—¡GRACIAS! —exclamó, inclinando la cabeza con una sonrisa de satisfacción.

Laura, en medio de la audiencia, miró a Europa buscando una explicación, pero esta solo negó frenéticamente con la cabeza, tan confundida como el resto. La sala entera estaba en vilo, preguntándose si alguien había podido salir lastimado con aquel despliegue.

Y entonces, inesperadamente, Belén comenzó a reírse.

—Prepárense para el espectáculo —anunció Candado con seriedad al micrófono, mientras se sentaba en el banquito.

Las luces que lo iluminaban se apagaron, dejando a Belén en el centro del escenario, todavía sonriendo.

—Perdón por la pequeña distracción, pero ahora quiero que olviden lo que acaban de ver y, por favor, disfruten de mi… no, de nuestra canción.

La iluminación se volvió tenue sobre Belén, quien colocó el violín sobre su hombro. En ese instante, el bullicio se apagó por completo, incluso los murmullos desaparecieron. La melodía comenzó, suave y delicada, con cada movimiento del arco produciendo un sonido que llenaba el aire de dulzura. Los ojos de Belén parecían mirar al vacío, pero sus manos y su cuerpo se movían con una sincronía perfecta, como si dialogara con las cuerdas del instrumento.

Al principio, la música era repetitiva, pero pronto comenzó a transformarse. La melodía evolucionó en algo más profundo, cargado de tristeza y emoción, un lamento que arrancaba suspiros del público.

Desde las sombras, Candado empezó a tocar su guitarra, acompañando al violín con un ritmo que daba cuerpo y estructura a la pieza.

—Oh, oh, oh… —murmuró suavemente al micrófono, su voz uniendo los instrumentos en una armonía perfecta.

La melodía que brotó de las cuerdas de la guitarra de Candado y el violín de Belén parecía ser una sinfonía tejida por el mismo hilo del destino, donde cada nota trascendía el tiempo y el espacio, abriendo un portal hacia las emociones más profundas y antiguas del alma humana. Cuando Belén colocó su violín sobre el hombro, el gesto fue casi ceremonial, como si estuviera preparándose no solo para tocar, sino para invocar algo sagrado. Su mirada, perdida en el vacío, parecía estar más allá de este mundo, como si sus ojos se dirigieran hacia un lugar en el que solo el sonido pudiera llegar.

La primera nota que salió del violín fue suave, casi etérea, como un susurro del viento que acaricia la piel. Era la pureza misma del sonido, un destello fugaz de una belleza tan pura que quien la escuchara sentía que el tiempo se detenía. Cada movimiento del arco era un gesto cargado de una concentración casi mística, como si Belén estuviera fusionando su propio ser con el violín, dialogando con él en un idioma ancestral que los oyentes no podían comprender, pero sí sentir en lo más profundo de su ser. La música se deslizaba lentamente, como un río sereno que recorre un paisaje tranquilo, pero en su curso, algo se fraguaba en las entrañas de la melodía.

A medida que la pieza avanzaba, la música se transformaba. Las notas comenzaron a arrastrar consigo una tristeza latente, como un eco distante de algo perdido, algo que nunca podría volver. El violín, que antes cantaba con dulzura, ahora se tornaba un lamento, un llanto del alma que resonaba en las paredes del corazón de cada espectador. Las cuerdas del violín no solo producían sonido, sino que sus vibraciones parecían llegar a lo más hondo de la existencia humana, despertando emociones olvidadas, aquellas que se guardan en el rincón más oscuro de la memoria. Cada nueva frase musical era como un suspiro del pasado, un eco de una verdad que nunca se había podido verbalizar, pero que todos sentían profundamente en su pecho.

En ese momento, desde las sombras, Candado comenzó a tocar. Su guitarra, inicialmente tímida, se unió a la melodía con una suavidad que parecía abrazar al violín, como si ambos instrumentos compartieran un secreto en común. La guitarra, con sus cuerdas vibrando con cada rasgueo, aportaba una base sólida, pero a la vez era ligera, como la respiración de un ser que se sabe efímero. Su ritmo seguía el pulso del violín, pero no simplemente como un acompañamiento. La guitarra de Candado no solo complementaba la música, la nutría, la fortalecía, agregando un color más profundo a la paleta de sonidos que ya comenzaba a tocar los límites de lo humano.

Cada nota de la guitarra y cada arco del violín parecían fusionarse en una danza armoniosa que no era solo música, sino una comunicación sin palabras, un intercambio de sentimientos que trascendía las barreras del lenguaje y la lógica. La guitarra de Candado, con su tono cálido y profundo, y el violín de Belén, con su lamento suave y continuo, se entrelazaban como dos seres que se entienden más allá de la razón. Cada uno llevaba consigo un peso emocional que se iba compartiendo, multiplicando, hasta que la sala se convirtió en un espacio suspendido en el tiempo, donde solo existían la música y las emociones que ella despertaba.

Los oyentes no estaban simplemente recibiendo una melodía; estaban siendo absorbidos por ella, como si cada cuerda tocada por Candado y Belén les extrajera lo más profundo de su ser. La sala se llenaba de un silencio reverente, no solo por la quietud de la música, sino por la intensidad de la conexión emocional que se había generado. La melodía fluía como un río caudaloso, pero su corriente no arrastraba, sino que acariciaba, envolvía, hacía sentir que el peso del mundo podía ser liberado por unas simples notas. Cada persona en la sala sentía que, al escuchar esa música, estaba siendo tocada por algo más grande que ellos mismos: una verdad universal, un consuelo divino, un abrazo que no necesitaba palabras.

Así, la melodía de la guitarra de Candado y el violín de Belén no solo era música, sino un lenguaje primitivo, ancestral, que tocaba lo más profundo de las almas, desvelando sentimientos que parecían haber estado dormidos durante siglos. Al final, el eco de esa armonía aún flotaba en el aire, suspendido, como una verdad no dicha, pero comprendida por todos.

Tras el final de la actuación, las luces se apagaron y el público estalló en aplausos y silbidos entusiastas. Candado caminó hacia Belén y se inclinó hacia su oído.

—Lo lograste, no fue tan malo, ¿o sí?

Luego, la rodeó con los brazos y la alzó, justo en el momento en que las luces regresaron a la sala. Candado no se molestó en saludar a los espectadores, no porque fuera descortés, sino porque estaba ocupado sosteniendo a Belén mientras la guiaba hacia el lugar adecuado para que pudiera saludar. A pesar de ello, se tomó un momento para inclinar la cabeza en agradecimiento un par de veces.

Cuando todo terminó, Candado y Belén se dirigieron a los camerinos, donde les esperaban sus familiares y amigos.

—¡Hola a todos, espero que…!

Antes de que pudiera terminar, Laura se lanzó hacia su hija, levantándola por los aires mientras la hacía girar. Belén, algo alterada, no pudo evitar sonreír. Candado, por su parte, se quedó con las palabras en la garganta.

—¡Felicidades, señor! —aplaudió Declan.

—¡Fue sensacional! —alabaron las hermanas.

—¡Increíble! —resumió Anzor.

—¡Original! —dijo Matlotsky con entusiasmo.

—¡Romántico! —se emocionó Hammya.

—¿Qué cosa? —preguntó Candado, confundido.

—Nada —respondió evasivamente Hammya.

—"Romántico" —repitió Clementina con la voz de Hammya.

—¡Clementina! —exclamó Hammya, enojada.

Todos comenzaron a reírse, excepto Candado, quien levantó una ceja mientras mostraba una sonrisa torcida.

—¡Fue sensacional! —dijo Europa mientras abrazaba a su hijo.

—Te esforzaste mucho allá atrás —continuó Arturo, sonriendo.

Candado sonrió y asintió.

—Por supuesto, soy el maravilloso guitarrista de la familia Catriel. —dijo con una sonrisa juguetona.

Una voz proveniente de un rincón interrumpió la conversación.

—Cuando me enteré de que volverías a tocar la guitarra, no lo creí ni un poco. Pero cuando Clementina me mandó la foto, me aseguré de estar en primera fila.

Candado miró hacia la voz.

—No puede ser… ¿Ícaro?

Todos se volvieron hacia él.

—¡Norberto! —saludó Matlotsky, reconociendo al visitante.

—No me llames por mi segundo nombre, albañil —respondió Ícaro, mirando a Matlotsky con cierto desdén.

Ícaro despegó su espalda de la pared y caminó hacia Candado, quien le extendió la mano. Candado sonrió y aceptó el apretón de manos.

—Hola, primo —saludó Ícaro con tono relajado.

Ícaro era un hombre de cabello negro y ojos grises, con la piel pálida como la luna. Vestía completamente de negro: sombrero vaquero, gabardina, guantes, pantalones formales y botas de montar. Tenía una personalidad extremadamente extrovertida, a veces más de lo que su entorno podía manejar. Era la única persona que había derrotado a Candado tres veces consecutivas en una pelea, y gracias a él, Candado había descubierto su pasión por los videojuegos.

Poderes: Demonio.

Habilidad: Es muy bueno dibujando.

—No me lo creo, ¿tú aquí? —dijo Candado, incrédulo.

—Sí, bueno, cuando me enteré de que ibas a tocar, no podía perdérmelo. —Ícaro sonrió ampliamente, mientras su mirada se cruzaba con la de Candado.

—Veo que Nelson tiene la mala costumbre de espiar a la gente, anciano degenerado —comentó Candado con cierto desdén.

Ícaro se rió y se acercó más a él.

—Y pensar que tienes una hermosa voz, al igual que yo.

—¿Qué diablos? —preguntó Anzor, confundido.

—Relájate, relájate —respondió Ícaro con una sonrisa juguetona.

Declan, al notar la cercanía de Ícaro, puso una mano en su hombro, claramente incómodo con la presencia de ese joven.

—Relax Kennedy. No pienso molestarlo por ahora —dijo Ícaro, mirando a Declan con una expresión de indiferencia.

—¿No vas a saludar? —preguntó una voz.

Ícaro se giró y vio a Europa.

—¡Hoooola, tía! —exclamó antes de soltar a Candado y abrazar a Europa con entusiasmo.

—¿Cómo está tu mamá? —preguntó ella, sonriendo.

—Está bien, ya sabes, se supone que llegará en tres horas, pero como soy tan listo, decidí llegar más rápido volando.

—Seguramente tendrás un hermoso castigo —dijo Europa, sonriendo de manera traviesa.

—Vamos de fiesta, Candado —dijo Ícaro, sin darle tregua.

—¿Qué? —preguntó Candado, sorprendido.

—¡Vamos, vamos, vamos!

—¡No me jales, Ícaro!

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