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LÁGRIMAS DE ESPINAS

Entonces comenzó el plan.

—Eso es una locura.

—De por sí, todo esto es una locura, Declan.

—No lo entiendo, Hammya —dijo Europa.

—¿Hammya? —preguntó Amabaray.

—Sí, ese es mi nombre. ¿Algún problema?

—N... no —murmuró Amabaray, visiblemente incómoda.

Hammya desvió la mirada hacia el campo de batalla.

—Candado está en una etapa sensible —dijo, su voz grave y firme—. Todo lo que hace refleja la ira y la tristeza que siente.

Señaló el enfrentamiento: Odadnac luchaba contra todos los Baris.

—Está jugando con ellos, probándolos. Eso significa que aún no domina por completo su cuerpo. Hizo lo mismo aquel día, cuando esa mujer usó las raíces para atraparlo.

—¿Esa mujer? Ah, te refieres a Rucciménkagri —intervino Clementina.

—Como mierda se llame —replicó Hammya con frialdad—. Lo que importa es que él pudo haber escapado, o incluso matarla, pero no lo hizo porque Candado lo impidió.

Arturo se adelantó, frunciendo el ceño.

—¿Estás diciendo que Candado está luchando internamente con ese tipo?

—¿Luchando? No. Candado está demasiado deprimido para resistirse. Si realmente estuviera peleando, su cuerpo ya habría empezado a fallar y alguno de los Baris lo habría herido hace tiempo.

—¿Entonces qué significa? —insistió Arturo.

Hammya exhaló con paciencia.

—Significa que Odadnac no puede controlar por completo el cuerpo de Candado. Está utilizando esta pelea para probar sus límites y lograr un dominio absoluto. Lo que necesito es que Amabaray cree un campo de fuerza alrededor de nosotros dos.

Héctor frunció el ceño.

—¿Por qué exactamente vos?

Declan, más directo, dio un paso al frente y la encaró.

—Sí, Hammya, ¿por qué tú?

Por primera vez, Hammya no sintió la intimidación habitual frente a Declan. Lo miró directamente.

—Porque yo sé cómo salvarlo. Sé cómo separar a Odadnac de su cuerpo. Ninguno de ustedes puede hacerlo.

Declan frunció el ceño, su voz era un desafío.

—Eso no responde a la pregunta. ¿Por qué?

Hammya apretó los puños y respiró hondo.

—Porque yo no estuve presente ese día en su cumpleaños. Si ustedes van, Candado sólo recordará cómo reaccionaron cuando insultó a Gabriela. ¿Qué creés que pensará si Héctor se le acerca? Recordará lo que le dijo, y sólo empeorará. Pero yo no tengo esa carga. Para él, no soy un recordatorio de su dolor.

Hammya se puso de pie y enfrentó las miradas inquisitivas de todos.

—¿Van a apoyarme o no?

Viki fue la primera en levantarse, seguida por Clementina, Pucheta, Walsh y finalmente el resto.

—Bien, hagámoslo.

Hammya corrió hacia el campo de batalla. Bórrbari fue el primero en notarla y, con un gesto rápido, ordenó a los Baris que se apartaran. Sin cuestionar, obedecieron. Odadnac, desconcertado, observó cómo sus oponentes retrocedían, creando un espacio vacío a su alrededor.

No tuvo tiempo de reaccionar cuando una figura se le acercó a gran velocidad. Hammya saltó con precisión felina, su rostro impasible. Lo tomó de la cintura, lo alzó por los aires y lo estrelló contra el suelo frente al árbol donde esperaba Amabaray.

—¡CÍRCULO! —gritó Hammya.

Odadnac intentó patearla mientras estaba distraída, pero ella bloqueó el golpe con su antebrazo. A pesar de esto, el impacto fue suficiente para desequilibrarla y hacerla caer. Odadnac trató de escapar, pero el círculo ya estaba cerrado.

Rodeado por sus enemigos, intentó atacar a Héctor, quien, según su lógica, era el más débil. Sin embargo, Lucas lo sorprendió escupiendo fuego, Clementina disparó certeramente, y Héctor le propinó una patada en el pecho que lo devolvió al centro del círculo.

—¡AMABARAY! —gritó Hammya.

Amabaray extendió sus alas y se elevó en el aire. Con un movimiento preciso, generó un campo de fuerza celeste que encerró a Hammya y a Odadnac, dejando a los demás fuera. Sin embargo este empezó a golpear violentamente el campo para poder salir, pero nada parecía siquiera agrietarlo.

—No funcionará —dijo Hammya mientras caminaba hacia él—. Aquí la muerte no rige, y eso me da ventaja y le de ventaja a ella.

Odadnac sonrió con malicia.

—Debí haberte liquidado cuando tuve la oportunidad.

Hammya corrió hacia él, lanzando un golpe que Odadnac esquivó fácilmente. Rodeó sus manos con llamas violetas y disparó una ráfaga de fuego, pero Hammya rodó por el suelo y evitó el ataque.

Desde el exterior, los demás observaban la intensa batalla.

—¿Qué estará haciendo? —preguntó Walsh, preocupado.

—Lo que puede —respondió Pucheta con seriedad.

Odadnac tomó a Hammya del cabello y comenzó a golpearla en el estómago y el rostro. Ella, con un movimiento rápido, sacó un facón y le hizo un corte en la mano, obligándolo a soltarla.

Entonces, ocurrió algo inesperado: Hammya comenzó a sangrar por la nariz, pero su sangre no era roja. Era verde.

—¿Qué eres? —preguntó Odadnac, atónito.

Hammya se refregó la nariz y mostró una sonrisa burlona.

—Soy Hammya Saillim, tarado.

Sus ojos brillaron con intensidad mientras se dirigía hacia él. Odadnac reaccionó con un golpe al estómago, pero ella no se dejó doblegar. Sin dudarlo, le propinó un fuerte golpe en la nuca.

—Al poseer el cuerpo de Candado, adquiriste sus poderes y habilidades... pero también su mayor debilidad.

Al escuchar esas palabras, el cuerpo de Odadnac comenzó a parpadear como si estuviera perdiendo consistencia.

—¡TÚ! —rugió mientras la tomaba del cuello con furia descontrolada.

Hammya sonrió con tranquilidad, deshizo su agarre con un movimiento certero y, sorprendentemente, lo abrazó.

—Ahora me llevarás hasta donde está él.

—¡¡¡NOOOOOOO!!!

Una esfera de humo y fuego se formó alrededor de ambos, ocultándolos de la vista de los demás. El plan seguía en marcha.

El cuerpo de Odadnac y Hammya atravesaba un túnel formado por nubes negras tormentosas y ráfagas de viento violentas. La sensación era sofocante, el entorno parecía una tormenta eterna. De repente, Odadnac comenzó a desmaterializarse. Su cuerpo se convirtió en ceniza que fue arrastrada por el viento. Hammya, en cambio, siguió cayendo hacia lo que parecía ser un vacío sin fin: sólo viento, tormenta y lluvia.

Finalmente, todo cambió. El mundo se tornó blanco. Hammya abrió los ojos y se encontró de pie sobre un suelo cubierto de algo similar a césped blanco. La tormenta parecía un recuerdo lejano; no estaba mojada, su ropa y su cabello habían adoptado un extraño tono blanquecino. Miró a su alrededor, pero todo lo que veía era un infinito vacío blanco interrumpido por unos pocos pinos dispersos.

Confundida, Hammya giró sobre sí misma, buscando algo o a alguien. Dio tantas vueltas que terminó cayendo al suelo. Las manos tocaron el césped, cálido y suave, confirmando que aquel lugar, aunque extraño, era tangible.

Al alzar la vista, lo vio: una figura de espaldas que resaltaba en aquel mundo monocromático. Hammya se levantó y caminó lentamente hacia él. A medida que se acercaba, notó que el paisaje alrededor comenzaba a transformarse. Lo que antes era un vacío blanco ahora se convertía en un bosque inmóvil. Nada se movía, ni las ramas ni las hojas. No había viento, sólo un inquietante silencio.

—¿Candado? —preguntó cuando estuvo lo suficientemente cerca.

—Él no está aquí —respondió la figura de manera amable y tranquila.

—¿Quién...?

—La persona que buscas no está aquí.

La persona se giró hacia ella. Sus ojos violetas contrastaban con el resto de su cuerpo, completamente blanco.

—Yo sólo cuido el alma de él —añadió.

—¿Quién eres? —inquirió Hammya, entre desconcertada y cautelosa.

—Puedes llamarme como quieras, pero él y mis hermanos me conocen como el Guardián Blanco.

—¿Eres como Candado? Parecen...idénticos.

—En parte sí y en parte no. Podría liquidarte si fueras una intrusa, pero, considerando lo que hiciste con Ira, te perdono.

Dicho esto, volvió a girarse, observando algo que Hammya no alcanzaba a ver. Se colocó a su lado, intentando descifrar lo que él miraba. Frente a ellos había una fuente con agua cristalina que caía desde una escultura.

—Si quieres llegar hasta él, tendrás que bajar.

—¿Bajar? ¿Te refieres a que entre al agua?

—Estas aguas no pueden ahogarte, querida. La única conexión entre nuestros mundos es este manantial.

Hammya tragó saliva, dudó un instante y luego puso un pie en el agua. Cuando iba a sumergir el otro, el Guardián colocó una mano en su hombro.

—Ten cuidado. Él está muy angustiado por lo que sucedió. Intenta no empeorarlo o morirás allí.

Hammya asintió, tragándose el miedo, y avanzó. Cuando su torso estuvo completamente bajo el agua, murmuró para sí misma:

—Oh, Hammya, mal momento para no saber nadar.

Contuvo la respiración y se sumergió.

De repente, apareció en otro lugar. Todo parecía el interior de una casa, pero no cualquier casa: era la de la familia Barret. Sin embargo, estaba vacía. Hammya observó con atención; los pájaros cantaban fuera, los árboles danzaban con el viento. Su cabello y su ropa habían recuperado su color habitual, bueno casi, aun lo tenía rojo.

Intentó salir por la puerta principal, pero al extender la mano hacia la perilla, su tacto la atravesó como si fuese un holograma. Intrigada, lo intentó con las ventanas, pero estas tampoco parecían abrirse, como si el mundo exterior estuviera vedado para ella. Finalmente, tras varios intentos infructuosos, se rindió y empezó a buscar a Candado.

Subió las escaleras, que crujían bajo sus pasos, y observó cómo todo parecía exactamente igual a como lo recordaba. Era como si jamás hubiese abandonado esa casa. Caminó por el pasillo de las habitaciones hasta detenerse frente a la puerta de la habitación de Candado. Estaba entreabierta, sin seguro, lo que le dio una extraña sensación de compañía, como si no estuviera completamente sola.

Tocó el picaporte y, para su sorpresa, estaba tibio. Empujó la puerta, y lo que vio al otro lado la dejó atónita. La habitación estaba en ruinas: las paredes estaban agrietadas y llenas de agujeros, los libreros astillados y tirados en el suelo, la ventana mostraba un enorme boquete por donde el viento ululaba. El armario y el escritorio yacían destrozados, y un olor acre a quemado impregnaba el aire. Libros chamuscados, ropa carbonizada y cuadros ennegrecidos se apilaban como testigos mudos de una tragedia. Incluso la cama estaba irreconocible.

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Hammya se giró para mirar la puerta por dentro. La perilla, ahora visible, estaba completamente derretida, lo que explicaba el calor que había sentido al tocar el picaporte. Aunque el caos era evidente, no era suficiente para asustarla.

Decidida a continuar, se dirigió a la habitación vecina: la habitación de Gabriela, que ella había adoptado como suya. La puerta estaba entrecerrada. Esta vez, Hammya la empujó con la punta de su pie derecho. Un chirrido agudo rompió el silencio mientras la puerta se abría lentamente.

Allí estaba él. Candado estaba sentado en el borde de la cama, sosteniendo un marco de madera con una fotografía en su interior. Era una imagen de él abrazando a su hermana Gabriela durante su décimo cumpleaños. Con una delicadeza casi reverente, pasaba los dedos índice y mayor sobre el cristal, como si estuviera acariciando algo sagrado. Sus manos estaban cubiertas de cortes y sangraban ligeramente, y el guante que llevaba puesto tenía agujeros en los nudillos, probablemente a causa de los golpes que había dado. Hammya recordó de inmediato los agujeros en las paredes, el techo y el suelo de la habitación de Candado.

La escena, impregnada de melancolía y ternura, la dejó sin palabras. Allí estaba él, roto, pero a la vez aferrándose desesperadamente a un recuerdo.

—¿Qué haces aquí?—preguntó Candado con voz tranquila.

—Vine a llevarte a casa.

—¿Casa? Estoy en casa.

—No en esta casa, a tu verdadera casa.

Candado se detuvo por un momento, pero luego siguió acariciando la foto que tenía entre las manos.

—Ándate de aquí. Quiero estar solo. Quiero estar con ella.

—Candado… ella ya falleció—respondió Hammya con suavidad.

Dejando el marco de la foto sobre la cama, Candado miró a los ojos de Hammya.

—Lo sé, Hammya. No soy un retrasado mental, pero aun así quiero estar con ella.

—Candado, volvamos a casa, todos te están esperando.

—¿Quiénes me están esperando?—preguntó con tono tajante.

—Tus padres, tus amigos y yo.

—No… ellos no me esperan. De hecho, nadie me espera allá.

—Candado, eso no es cierto. Ellos, en verdad, te están esperando.

—¿¡ESPERARÍAN A UN ASESINO!?—exclamó, poniéndose de pie abruptamente y dejando caer el marco de la foto al suelo.

—No eres un asesino—dijo Hammya con una voz suave.

Candado se burló de ella.

—¿Qué sabe alguien que solo me conoce desde hace cinco meses?

—Es cierto, me conoces desde hace cinco meses. Pero sabes, Candado, en este tiempo te he visto. Vi lo que eres y lo que haces cuando alguien está en problemas, ya sea financieros o de vida o muerte. Vi a una persona que trabaja duro por el bienestar de otros, que lleva sobre sus hombros grandes responsabilidades. Vi a alguien que, a pesar de su fragilidad, fue lo suficientemente fuerte como para impartir justicia. Vi a una persona que ama a su familia y cuida de sus amigos. Ese es el Candado que quiero.

—¡YO NO MERECÍA ESO!—gritó con el rostro retorcido por el dolor.

Hammya se acercó un poco, pero Candado se ofuscó de inmediato.

—¡ALÉJATE DE MÍ!—exclamó con furia.

Hammya se detuvo en seco.

—Es cierto lo que él dijo. Odadnac tenía razón.

—No es así—respondió Candado con un tono cansado.

—Por supuesto que sí. Cuando ella fue herida de muerte, me sentí feliz. Feliz porque había sido castigada. Yo quería que la mataran y fui quien le dijo que se muriera.

—Solo tenías cinco años, Candado. Ya deja de atormentarte—respondió Hammya con un susurro.

—Fui un cobarde. Borré mi pasado para poder vivir mi vida sin arrepentimiento. Odadnac tenía razón. Yo...no la quería—sus palabras salieron entrecortadas.

—¡NO! ¡ESO NO ES ASÍ!—gritó Hammya, con lágrimas asomando en sus ojos

—¡VE LA REALIDAD, HAMMYA! ¡SI FUERA CIERTO, ELLA ESTARÍA VIVA! ¡VIVA! ¡VI-VA!

Sus palabras se perdieron en el aire, y sus ojos se llenaron de dolor.

—Yo me estuve engañando todo este tiempo. Primero fue una enfermedad y después una pista falsa de que alguien la había matado. Pero no fue así... fui yo todo este tiempo.

—Tenías tan solo cinco años. No fue tu culpa—dijo Hammya con una mezcla de tristeza y comprensión.

—¿Qué sabes tú? ¿Eh? Nada... soy un asesino. ¿Ves estas manos, Hammya? Míralas… ¡MÍRALAS! Estas manos pudieron haber salvado a Gabriela si le hubiera dado un poco de poder a Odadnac. Si no hubiera sido un miedoso, un mal hermano, ella aún estaría viva.

—Eso no es tu culpa, Candado—respondió Hammya con voz temblorosa.

—¡SÍ LO ES! ¡NO TE ATREVAS A DECIRLO PORQUE ES ASÍ!—su voz fue un rugido de sufrimiento y enojo.

El rostro de Candado estaba marcado por el dolor.

—Sé por lo que estás pasando, Candado. Conozco ese sentimiento. Lo sufrí cuando murió mi papá, pero aun así seguí adelante. Me esforcé por no caer el dolor, porque él no quería eso. Él quería que yo siempre sonriera. Por eso, tú también debes seguir adelante.

Candado lo miró con ira.

—¿Candado?

—¿Seguir adelante? Claro, el mundo se mueve y yo me quedo atrás. ¿Tengo que seguir simplemente porque tú lo dices?

—Yo no dije eso...—murmuró Hammya con tristeza.

—¿No dijiste eso y quieres que siga adelante? Eres una estúpida—respondió Candado con desprecio.

—Candado...

—Soy consciente de ello, niña estúpida. Sé que todos siguen adelante, que todos lo intentan, todos lo hacen, yo también lo hice, seguí, seguí, seguí ¡SEGUÍ! ¡SEGUÍ! ¡SEGUÍ! ¡Y SEGUÍ! Pero me di cuenta de algo: aunque el mundo siga avanzando, el dolor no se va. Te persigue, te atosiga, te asfixia. No hay otra cosa que ese dolor que recorre tu cuerpo todos los días, recordándote que nada cambiará.

Sus palabras colgaron en el aire, pesadas, como una sentencia.

—Lo entiendo, sé que duele…

—No lo sabes. ¡YA DEJA! De actuar como si lo entendieras, porque no es así—Candado alzó la voz con furia contenida—. No sabes lo que es despertarte todos los días y ver, ahí mismo, la habitación donde ella solía dormir. Ir a la plaza donde jugaba, pasar por la escuela a la que iba. Ver su foto en cada maldito marco todos los días. Todo eso no hace más que aumentar tu miseria, como si necesitara recordarte una y otra vez que el dolor nunca se irá, que jamás la volveré a ver, ni escuchar.

Hizo una pausa, respirando con dificultad, y luego continuó:

—Duele, todos los días duele, Hammya. Todas las malditas mañanas, tardes y noches. El dolor no se va. Sólo... sólo tienes que soportarlo, pero estoy cansado de eso. Estoy cansado de él. Lo aguanté suficiente, intenté resistir, pero... ya está, lo consiguió. Cedí ante él, y ahora solo quiero…

—Que ni se te ocurra decir eso —interrumpió Hammya con firmeza, su tono era serio, pero cargado de preocupación—. Nunca, Candado, no digas algo así, por favor.

El rostro de Candado estaba cubierto por una sombra de desesperación. Poco a poco, el peso de tres años de dolor y culpa iba desmoronándolo. Hammya lo observaba sin saber qué hacer. Quería ayudarlo, pero las palabras parecían inútiles frente a su tormento.

—Gabriela no habría querido que te sintieras así —susurró ella, tratando de calmarlo—. Querría que siguieras sonriendo.

—Eso es lo que tú crees —respondió Candado, con una sonrisa amarga—. No sé cómo alguien como tú puede seguir sonriendo. Perdiste a tu padre, caminaste desde muy lejos, cargando solo una maleta llena de ropa. Pasaste hambre, frío, calor… y aun así tuviste la fuerza de entrar a una escuela, sentarte en clase y quedarte a mi lado.

—Valió la pena —dijo ella, con una sonrisa que buscaba iluminar la oscuridad que rodeaba a Candado.

—No… traicioné a mi hermana, ¿por qué sería diferente contigo?

Hammya lo miró con una mezcla de tristeza y determinación.

—No digas que eres el mal, porque no lo eres…

—¡YA BASTA!

De repente, la habitación desapareció, transformándose en un bosque bajo la lluvia. Candado estaba alterado, sus ojos brillaban con rabia.

—¡¿CONOCES ESTE LUGAR?! —gritó.

Hammya lo reconoció. Era el sitio donde Gabriela había luchado contra Pullbarey.

—Aquí fue donde pude salvarla, donde pude haber hecho algo —dijo él, apretando los puños.

—Sí, lo conozco —respondió Hammya con suavidad.

—Claro que lo conoces —siguió él, con un tono acusador—. Odadnac me mostró cómo escarbabas en mi memoria, buscando esto. ¿Cuántas veces lo hiciste para manipularme?

—Candado, no sigas con esto. No había nada que un niño de cinco años pudiera hacer.

—Te equivocas —respondió él con dureza—. Pude hacer algo, pero no lo hice. Porque tenía miedo. Porque la odiaba. Estaba enojado con ella por algo estúpido, puedo entender como funciona el mundo, puedo ser un desgraciado en dictar sus formas de vida, como si fuera un dios perfecto, pero no pude usar mi fuerza para ayudarla, no me escudes por mi corta edad "solo tenías cino", a esa puta edad era consiente de mi entorno, su muerte solo hizo reforzar mi visión.

Hammya intentó acercarse.

—Candado…

—¡AQUÍ LA SENTENCIÉ A MUERTE! ¡FUE AQUÍ DONDE LA ASESINÉ!

Candado se desplomó de rodillas, lágrimas corriendo libremente por su rostro.

—¿Por qué siguió sonriendo a pesar de lo que le hice? ¡¿POR QUÉ?! ¡¿POR QUÉ DEMONIOS NO ME REPUDIASTE?!

Hammya se acercó y lo abrazó. Candado forcejeó, intentando apartarla.

—¡SUÉLTAME! —gritó, con un nudo en la garganta.

Ella cerró los ojos y lo abrazó con más fuerza.

—No voy a soltarte.

Candado dejó de resistirse y comenzó a llorar aún más fuerte.

—Todos tienen razón en odiarme, mis amigos, mis padres... Pedí su atención de manera egoísta cuando fui yo quien mató a su hija. ¡Debí ser yo el que muriera!

—Eso no es cierto…

—Dime, Hammya —continuó, entre sollozos—. ¿No soy una terrible persona? ¿No soy el peor de todos, alguien que destruyó lo más precioso que tenía a su lado? Tomé sentimientos que no me pertenecían, amor que nunca debió ser mío.

—Te equivocas. Yo no te veo así.

Candado levantó la mirada hacia ella, su rostro empapado en lágrimas.

—Destruí su futuro. Quería ser madre. Hoy tendría veintiún años. Quizás estaría estudiando para una carrera, o feliz con su novio. Pero yo... yo la asesiné, le quité todo. Daría todo lo que tengo por volver en el tiempo, daría hasta mi vida si eso significa que volviera.

Hammya también lloraba. Verlo tan roto la destrozaba.

—No eres un asesino, Candado. Eso no fue tu culpa.

—El mirar es lo mismo que asesinar, aun sabiendo lo que estaba pasando.

—No para un niño de cinco años.

—¿Por qué no me dejas tranquilo?

Hammya lo miró fijamente, sus palabras resonaron en su mente antes de que las pronunciara.

—Porque… porque soy tu amiga.

—Yo no tengo amigos. Una persona tan amable como vos no merece tener a un amigo asesino, mereces muchos más de lo que yo o el mundo pueda ofrecer.

—No eres un asesino, Candado.

—Claro que lo soy. Yo destruí algo que amaba mucho… lo hice… soy un monstruo—Candado se aferró con fuerza al abrazo de Hammya—. Lo destruí por algo estúpido. Quité la vida a una persona maravillosa. Quiero morir… —su voz temblaba, cargada de un dolor desgarrador.

Hammya intensificó el abrazo, su voz quebrada pero firme.

—Basta, Candado. Deja de decir eso.

Candado apretó los dientes, intentando contener el torrente de emociones que lo atravesaban.

—Si yo… si yo hubiese tomado la mano de Odadnac, ella estaría viva.

Hammya guardó silencio, dejando que las palabras de Candado llenaran el vacío entre ellos.

—Estaría aquí conmigo… no en un cajón bajo tierra.

Las fuerzas de Candado se quebraron, y finalmente se rindió al calor del abrazo de Hammya. Las lágrimas comenzaron a fluir, incontenibles, llevándose consigo todo el peso que había cargado en silencio durante años.

Entonces, el entorno cambió. El bosque lluvioso que los rodeaba se desvaneció, transformándose en una escuela. Hammya observó en silencio cómo la escena se desarrollaba: Gabriela ajustaba con cuidado el nudo de la corbata de Candado antes de plantarle un beso en la mejilla. La imagen se desvaneció, dando paso a otra.

Ahora estaban en la sala de su casa. La madre de Candado abrazaba a sus hijos mientras miraban televisión. Luego, la escena cambió a un jardín. Gabriela levantaba a Candado por los aires, imitaba el sonido de un avión, y ambos reían a carcajadas.

Pero el jardín desapareció, y se encontraron en el hospital. Gabriela estaba en una cama, pálida, casi sin cabello y muy delgada. Aun así, su sonrisa persistía, intacta, como si nada pudiera arrebatársela.

La siguiente escena era oscura. La familia Barret dormía en la habitación del hospital. El señor Barret estaba en un sillón, Europa y Candado en la cama junto a Gabriela, quien abrazaba a su hermano. Candado la miraba con los ojos enrojecidos, luchando contra el sueño. Gabriela le besó la frente y le sonrió con dulzura.

—Cuida mucho a mamá y a papá. Pronto serás un hermano mayor. Cuida de Karen… estoy segura de que será una hermosa señorita.

Candado comenzó a llorar en silencio mientras Gabriela lo abrazaba, esa fue la última vez que sentiría su calor. La voz de él se fue apagando, sus ojos se cerraron lentamente.

—Te quiero mucho…

El mundo se oscureció de nuevo. Candado rompió a llorar con desesperación.

—¿Por qué siguió queriéndome? —gritó con la voz rota—. ¡¿Por qué?!

Hammya lo abrazó con más fuerza y comenzó a palmear su espalda, su propia voz teñida de lágrimas.

—Ya, ya… estoy aquí…

—¡¿Por qué tuvo que morir?! ¡¿Por qué me dejó vivir?! —La voz de Candado era un susurro desgarrado, cada palabra parecía rasgar su garganta—. Gabi… me duele mucho, demasiado…

—Lo sé… —respondió Hammya, sollozando—. Es un sentimiento horrible, lo sé. Llora todo lo que necesites. Estoy aquí contigo.

Candado siguió llorando hasta que las lágrimas se secaron. Su respiración volvió a ser pausada, aunque aún temblaba.

—Volvamos a casa —dijo Hammya con una voz suave y una leve sonrisa.

Candado asintió. El mundo comenzó a desmoronarse lentamente como si estuviera hecho de papel. El bosque, la casa, el jardín y el hospital desaparecieron frente a ellos.

Cuando abrieron los ojos, estaban de vuelta en el páramo viviente. Las nubes negras se despejaron, dejando que un rayo de luz cálida los envolviera.

—¡Allá están! —gritó Héctor, señalándolos con alivio.

Amabaray bajó la barrera que los rodeaba, y el grupo corrió hacia ellos. Alegría y alivio inundaron sus rostros al verlos a salvo.

Desde la distancia, Amabaray observó cómo sus hermanos se retiraban por un portal. Cada uno llevaba a su humano. Bórrbari, el último en cruzar, giró para inclinar levemente la cabeza hacia Amabaray, un gesto de despedida y promesa.

Cuando el portal desapareció, Amabaray se volvió hacia Europa y los demás.

Todos abrazaban y aplaudían a Hammya. Para ese entonces, ella había vuelto a su personalidad habitual, avergonzándose de los elogios que recibía. Europa y Arturo se acercaron a abrazar a su hijo.

—Mamá, papá…

—¿Qué sucede? —preguntó Arturo, preocupado.

—Hammya quiere decirles algo importante.

Europa y Arturo intercambiaron una mirada, interpretando que Candado quería estar un tiempo a solas.

—Tienes razón. Hablaremos con ella, pero volveremos después para llenarte de besos—dijo Europa, plantándole un beso en la frente.

Candado respondió con una sonrisa fría. Arturo y Europa se alejaron, dejándolo solo, y se dirigieron hacia Hammya para darle las gracias.

En ese momento, Candado quedó completamente aislado. Todos estaban ocupados charlando y felicitando a Hammya. Incluso Declan estaba absorto en una conversación con Andersson. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en el facón que yacía en el suelo, todavía ensangrentado.

Al verlo, los recuerdos lo golpearon como un torrente. Pensó en Gabriela, en lo que le había causado a su querida hermana. El dolor y la culpa seguían allí, tan vivos como el primer día, y el llanto nunca había servido para aliviarlo. Caminó lentamente hacia el arma, la tomó y, al mirarse en la hoja afilada, vio reflejado a Odadnac.

—Eres un asesino. Nada ni nadie cambiará eso —dijo el reflejo antes de desvanecerse.

—Lo sé —respondió Candado con voz llena de pesimismo y desesperanza.

Mientras tanto, Hammya, rodeada de felicitaciones y palmaditas, comenzó a sentirse incómoda. La multitud la alababa como a una heroína, pero algo no estaba bien. No podía ver a Candado por ninguna parte. Miró entre la gente hasta que, por un pequeño hueco, lo encontró. Lo que vio la dejó paralizada.

Su alegría se transformó en puro terror. Erika, que celebraba junto a su hermana, lo notó también, sus ojos brillaron momentáneamente y miró hacía la misma dirección de la visión de Hammya. Ambas se quedaron petrificadas al ver a Candado llevando el facón hacia su cuello, la hoja brillante a tan solo unos centímetros de su piel.

Todo se tornó en cámara lenta. Sus mentes gritaban, pero sus cuerpos no respondían. Nadie más se había dado cuenta. La distancia no era grande, pero para ellas se sentía como un abismo.

—Ca… —intentó vocalizar Hammya, pero las palabras no salieron.

Desesperada, miró a su alrededor, buscando ayuda. Declan, que había notado su comportamiento extraño, siguió su mirada.

—¿Qué…? —susurró, antes de que el pánico lo invadiera.

Entonces gritó con todas sus fuerzas:

—¡CANDADOOOOOOOO!

El grito de Declan rompió el trance de Hammya. Sus ojos y cabello se volvieron de un verde brillante mientras su adrenalina la impulsaba hacia adelante.

Candado, con la mirada baja, como un niño siendo regañado, murmuró:

—Lo siento, Gabi…

Cerró los ojos, levantó los brazos y, sin dudarlo, los dejó caer violentamente, llevando el facón hacia su cuello.

La hoja perforó la piel, y un chorro de sangre salpicó su rostro. Pero algo era extraño: seguía respirando.

—Lo...Lo siento...Ca...Candado, pero no soy tan fenomenal co...como para frenarlo con los dientes —dijo Hammya, su voz temblorosa.

Candado abrió los ojos, temblando. La sangre que lo cubría no era suya, sino de Hammya. Ella había detenido el facón con su palma. La hoja estaba enterrada profundamente, hasta el mango. Su sangre verde goteaba sobre el rostro de Candado, mientras la hoja se detenía a un milímetro de su cuello.

—¡AAAAHHHHHHHH!

Con un tirón doloroso, Hammya arrancó el facón de las manos de Candado. La hoja quedó atorada en su propia mano izquierda.

Candado quedó atónito, y no solo él. Todos estaban paralizados por la increíble rapidez con la que Hammya había intervenido.

Hammya miró a todos, pero fijó su atención en Candado.

—Yo... Me alegro de que estés bien —dijo, forzando una sonrisa entre lágrimas.

La sangre seguía brotando de su herida. Con las fuerzas que le quedaban, apretó su brazo izquierdo, intentando detener la hemorragia, pero el dolor era insoportable. Finalmente, su cuerpo se desplomó.

Antes de perder la conciencia, lo último que vio fue a Candado corriendo hacia ella.

"Me alegra haber llegado a tiempo". Ese fue su último pensamiento antes de cerrar los ojos, dejando en su rostro una sonrisa serena y una lágrima solitaria.