El equipo de Candado estaba totalmente desconcertado, ya que no solo opositores del Circuito estaban involucrados en este juego, sino también proscriptos gremiales que alguna vez habían jurado lealtad a Harambee. Sin embargo, habían violado las nueve leyes de la O.M.G.A.B., leyes que fueron creadas por los siete líderes de la organización. Violar una de estas leyes equivalía a la expulsión inmediata. Candado trataba incansablemente de obtener una respuesta clara y comprensible. No era capaz de entender por qué se utilizaría a gremialistas en un atentado, si se suponía que los Testigos odiaban a la O.M.G.A.B. y a las personas que la apoyaban. Incluso su propio líder, Tánatos, solía decir: "Los Gremios son un veneno para la humanidad, solo quieren guerras sin sentido y la separación de nuestros hermanos. Si tuviera que depender de una de esas escorias, preferiría mil veces cortarme las venas antes que traicionar mis ideales."
Esto no tenía sentido para aquellos que se autodenominaban la voz de Tánatos. La situación era preocupante, y ni siquiera el intento de asesinato de uno de sus compañeros tenía una explicación clara.
Mientras reflexionaban sobre las múltiples posibilidades, Candado se dirigió hacia la puerta, con Yara en sus brazos y Hammya siguiéndolo de cerca. Sin embargo, antes de que pudiera llegar a la puerta, Pio lo detuvo.
—¿A dónde vas?
—Me voy a ver a alguien. ¿Hay algún problema?
—Sí, la verdad es que sí. Mi casa está hecha un desastre total: mi ventana está rota, mi puerta destruida, mis muros llenos de balas. Y sin mencionar que mis padres llegarán en una hora.
—No te preocupes, enviaré a Matlotsky contigo para que lo repare todo.
—En serio, ¿Matlotsky puede repararlo todo? No sería una mala idea —dijo Héctor.
—Oh, sí, es así. Entonces, está bien.
—Genial, ahora me voy —luego miró a Clementina y continuó—. Quiero que te quedes aquí hasta que llegue Matlotsky, luego podrás ir a casa.
Una vez que dijo eso, Candado se fue de la casa, caminando con Yara sentada en sus hombros y Hammya siguiéndolo. Pero en el camino, Yara y Candado comenzaron a conversar.
—¿A quién vamos a ver?
—A un amigo mío.
—¿Amigo tuyo? Ya sé, Mauricio.
—No, no es él.
—¿Entonces quién?
—Es alguien a quien tú no conoces, pero sería bueno que tú lo conocieras.
—¿Es bueno?
—Sí, por supuesto. Si no lo fuera, no te llevaría conmigo ni a Hammya.
—Si es bueno, entonces no me preocuparía conocerlo.
—Así será, Yara, así será.
Después de una larga caminata, finalmente llegaron a la casa del "amigo" que Candado había conocido en un restaurante. Este se acercó y golpeó tres veces la puerta. Tras unos segundos, la puerta se abrió y un bien vestido Nelson les dio la bienvenida.
—Oh, gauchito querido, justo en este momento estaba pensando en ti.
—Qué gracioso, Nelson, qué gracioso —dijo Candado de manera sarcástica.
Nelson miró a la niña que estaba en los hombros de Candado.
—¿Quién es esta lindura?
—Ella es Yara y es…
—Tu hermana —contestó Nelson.
—No, ella es…
—Su hija —contestó Yara.
—¿¡QUÉ MIERDA!? —gritó sorprendido.
—¿Tenías que decirlo, niña, tenías que decirlo?
—Yo… sinceramente, no sabía que tú… bueno, que vos eras padre.
—Creo que estás confundiendo los tantos. Hace un tiempo atrás hubo un incendio en el bosque, así que yo y mi amigo fuimos a ayudar a los animales e insectos que estaban en esa zona. Ella en ese momento era un huevo de serpiente, así que yo y mi amigo la cuidamos y nació ella.
—Dijiste que es una serpiente, pero, aparte de sus ojos, ella es bastante normal.
—Cuando ella era un huevo, sus expectativas de vida eran bastante bajas, así que yo le di un empujoncito para que ella pudiera sobrevivir.
—Y con un empujoncito, ¿te refieres a…?
—Magia, por eso ella es mitad humana y mitad serpiente.
—Vaya, una historia que contar a los nietos. Ven, pasa, tú también, Hammya, pasa.
Nelson se hizo a un lado y entraron en la casa con total naturalidad y calma. Candado se sentó en un sillón y colocó a Yara en su regazo, mientras que Hammya se sentó al otro lado de él. Luego, Nelson cerró la puerta, se acercó a ellos y tomó asiento. Con una sonrisa, dijo:
—Verte a ti hace que me vengan viejos recuerdos de mi infancia.
—Hace cuánto, mil años más o menos.
—Eres igual a tu abuelo, un sarcástico mañoso.
—Bueno, cambiando de tema, vine personalmente a hablar contigo sobre un tema muy importante.
—¿Así? ¿Sobre qué?
—Sobre una organización llamada los Testigos, ¿los conoces?
—¿Testigos? Sí, por supuesto, eran unos locos que querían traer de vuelta a su líder.
—¿Pero?
—Pero no pudieron. Sus conjuros los llevaron a su propia extinción. Hoy en día, en el lugar donde se reunían, solo quedó un hermoso cráter. Gran final para ellos, ya que querían causar un hueco en la sociedad.
—¿Eso fue un chiste?
—Sí, pero veo que no tienes sentido del humor alguno.
—La verdad, él se ríe cuando está conmigo —dijo Yara.
—Sí, es cierto —afirmó Hammya.
—Cállense las dos.
—Ah, bueno, eres un cariñoso a escondidas.
—Cállate, no vine aquí para hablar de eso.
—Bueno, ¿de qué quieres hablar?
—Hoy, apenas hace unos minutos, atacaron a uno de mis compañeros.
—Bueno, ¿qué quieres que haga? No soy policía ni soy comisario, no sería de mucha ayuda.
—No vine por eso, vine porque quiero saber sobre los Testigos.
—¿Qué quieres que diga exactamente?
—¿Sabes si los Testigos tenían, bajo sus filas, obviamente, gremialistas?
Cuando Candado dijo eso, Nelson dejó de estar feliz y se volvió serio. Parecía como si la pregunta fuera un insulto.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que has oído, ¿Hay o no gremialistas bajo las líneas de los Testigos?
—Hijo, no sé lo que piensas, pero lo que me estás diciendo es grave.
—Lo sé, y jamás hubiera tenido el valor de decirlo si no lo hubiera visto con mis propios ojos.
—Nene, es totalmente descabellado lo que me estás diciendo.
—¿Vas a seguir con eso? Lo sé, anciano, sé que es descabellado, loco o como quieras llamarlo. El tema es que vi a un gremial con ellos.
—¿Lo viste?
—No, pero me lo contaron.
—¿Y te dejas llevar por el "diseque"?
—No es cierto, detuve una pelea, Hammya casi sale lastimada y cuando fui a ver si mis compañeros se habían encargado de ellos, me dijeron que uno de ellos se llamaba Fernández, y ese fue parte del gremio cazador.
—Pero solo fue uno, no significa nada.
—Donde hay humo, hay fuego, ¿No lo entiendes?
—Es bastante difícil de creer que haya gremios en contra de la Organización Bernstein.
—No es la primera vez que ocurre, ¿O te olvidaste del caso GreenBlood?
—Es diferente, tu madre fue injustamente expulsada de la O.M.G.A.B. y, además, ella no operó en contra de ellos, solo con ese gremio en particular. Sin mencionar que sus aliados fueron Circuitos y no Testigos.
—¡ERES CIEGO! ¡DATE CUENTA, POR FAVOR!
—No me grites, te faltan años como para hacerme callar.
Candado miró de manera furiosa a Nelson. Estaba totalmente descontrolado, pero no podía hacer nada. Ya había gritado y eso había asustado a Yara. Las lágrimas ya se notaban en sus ojos, y Candado se percató de eso. Así que abrazó a Yara y se disculpó por la rudeza. Luego, miró a Nelson fijamente y continuó.
—Mira, lo siento por haberte gritado, pero debes entender que esto es la verdad.
—Candado, no debes dejarte llevar solo por un resultado. Debes tener una mente abierta y pensar en todas las posibilidades.
Candado miró el techo y dijo.
—Nelson, yo siempre pienso en eso. Jamás dejo que algo se me escape. Siempre pienso en todas las jodidas posibilidades. Algunas son buenas y otras son malas, pero siempre trato de encontrar el mejor resultado para evitar que los resultados negativos afecten a los demás a quienes quiero.
—Sabias palabras, chico, sabias palabras —Nelson levantó los pies sobre el escritorio y continuó—. Me recuerdas a tu abuelo. Siempre sabía qué hacer en situaciones como esta.
—Lo envidio. Yo no encuentro ninguna respuesta para esta situación. De hecho, no sé qué hacer en este laberinto de posibilidades.
—¿A qué le temes más?
Candado miró a los ojos de Nelson con una frialdad enorme, casi como si fuera un muñeco vacío sin sentimientos. Cerró los ojos un momento y luego los abrió lentamente. Con unas palabras serias, dijo:
—Muchas veces me he dicho a mí mismo que no le temo a nada, pero en realidad, sí, hay algo a lo que temo mucho y esa cosa es la guerra.
—¿La guerra?
—Guerra... Una guerra en la que se derramará la sangre de inocentes, una guerra que podría involucrar a mis seres queridos, una guerra en la que yo me sienta incapaz de proteger a aquellos a los que más aprecio.
—Ya veo. Por eso quieres armar el rompecabezas, para así encontrar el problema, destruirlo y evitar que arrastre a tus amigos y familiares a una guerra. Pero escúchame bien, muchas veces, al intentar encontrar una respuesta apresurada, causas una respuesta incorrecta.
Candado aflojó los hombros, exhaló y desvió la vista, pero luego la volvió a mantener firme.
—Dime, anciano, ¿alguna vez estuviste en mi posición?
—Sí, y no era la primera vez, pero recuerda siempre esto, cuando llegues a creer que todo está perdido y que nada ni nadie está cerca para ayudarte, relájate. —Luego, Nelson llevó su dedo índice a su sien derecha y continuó—. Y piensa, porque cuando entras en pánico, todo se habrá terminado, y tú vas a hundirte en el problema. Créeme, hundirse en la desesperación es algo peor que la muerte.
—Lo tendré en mente.
Luego, Candado se puso de pie y entregó a Yara en los brazos de Hammya. Hizo una señal con los dedos para que salieran un rato afuera, y Hammya, sin decir nada, lo obedeció y salió de la casa. Nelson miró a Candado y le preguntó.
—¿Qué es lo que quieres decirme, como para decirles a las chicas que se vayan?
—¿Qué fue ese frasco que me diste aquella vez? —preguntó Candado, dándole la espalda.
—Ah, eso. Claro, dichos contactos me dijeron que estás enfermo de un veneno mortal.
Candado se sorprendió, se dio vuelta y miró a Nelson de manera muy asombrada.
—¿Cómo rayos sabes eso?
Nelson metió su mano izquierda en su bolsillo de su pecho y sacó a Grivna dormida sin sombrero.
—Gracias a ella.
Cuando Candado la vio, rápidamente recuperó su compostura, levantó su ceja izquierda al ver al pequeño robot al que él había subestimado y burlado, luego levantó la vista y miró a Nelson.
—¿Esa cosa te lo dijo?
El anciano se rió de sus palabras y de su expresión fría al ver al tal robotsillo que estaba durmiendo en su mano, luego guardó a Grivna en su bolsillo nuevamente.
—Ella ha sido mis ojos y oídos durante los últimos doce años y te ha seguido por mucho tiempo a escondidas. Tus peleas, tus días de escuela, tus días de descanso, tus días de trabajo en el gremio, tus días de debate, también el día en el que secretamente te echaron de la Organización Bernstein, cuando salvaste y criaste a esa pequeña serpiente, cuando hablas con tu Bari y hasta ese día en el que cayó en ti ese conjuro maldito.
Candado había quedado boquiabierto, pero como tenía una actitud fría, no se sabía si de verdad estaba sorprendido o era sarcástico. Sin embargo, como se trata de un ser al que casi no le sorprende nada, ya que su Bari, a pesar de que se va "supuestamente" a cumplir con sus trabajos de padre de la muerte, no es del todo cierto, ya que más de mil veces Tínbari le ha mentido y lo ha espiado, desapareciendo su presencia y poder del radar de Candado, así que alguien más lo espiaba, no hace mucha diferencia. Candado, de manera sarcástica, dijo:
—Oye abuelo, ¿no tienes esposa, hijos, nietos o un perro, para que te preocupes por ellos? ¿Qué es eso de andar observándome?
—Mi mujer, Teresa Flores, murió hace más de seis meses. Tengo dos hijos, Alejandro y Susana, pero ambos viven en Santa Fe y no me necesitan. En cuanto a los nietos, solo tengo una, se llama Rosario y es dos años mayor que tú.
—¿Cuántos años tienen tus hijos?
—Susana tiene 35 años y Alejandro tiene 28 años.
—Bueno, ¿por qué te empeñas en acecharme?
—Porque mi familia está lejos. De vez en cuando, vienen a visitarme, pero la mayor parte del tiempo estoy solo y aburrido. De hecho, esos amigos a los que conociste en la mansión Peñalosa, era la primera vez que nos reuníamos después de casi treinta años.
—¿Cuándo empezaste a seguirme?
—Bueno, de hecho, yo vivía en Resistencia cuando ocurrió el incidente. Recuerdo que estaba comiendo unos choripanes exquisitos mientras veía la tele. Cuando tu abuelo me llamó por teléfono desde el hospital, recuerdo que me levanté, me vestí y fui corriendo a ver cómo estaba. Me contó absolutamente todo sobre quienes le habían hecho eso —Nelson inclinó la cabeza, mostró una sonrisa y continuó—. "Cuida a mi gaucho". Esas fueron sus últimas palabras.
Candado, de manera seria, cambió el tema y le volvió a preguntar sobre el tema principal.
—Dime, ¿qué era ese frasco que me diste? —preguntó Candado mientras mostraba el frasco.
—Una especie de medicamento que detiene parcialmente el conjuro que llevas dentro.
—¿De qué está hecho?
—De la sangre de Slonbari.
—Es imposible. Si bebo la sangre de otro Bari, perdería la potestad de mi Bari actual.
—Eso no se aplica a un Bari de la vida, ya que el contrato con estos tipos de Bari es demasiado profundo. Su deber es salvar vidas sin importar si este posee un Bari o no.
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—Eso… no lo sabía.
—Bueno, ahora lo sabes. Siempre es bueno aprender nuevas cosas en este maravilloso mundo.
—Bien, no tengo nada que decir a eso.
—Cambiando de tema, cada vez que te sientas debilitado o comiences a toser sangre, bébetelo. Eso te calmará, pero lo que llevas adentro comenzará a extenderse, ya que lo que tú tienes dentro es un conjuro de un Bari oscuro.
—¿Bari oscuro? Eso es nuevo.
—¿Acaso él no te lo dijo o dio mención de eso?
—No que yo sepa.
—Bueno, cuando estés en tu casa podrás hablarlo con él.
—De hecho, sí lo haré. En fin, gracias por… este frasquito con sabor a multifrutas.
—¿Multifrutas?
—Sí, tenía un sabor variado de frutas. ¿Por qué?
—Según lo que me dijo Slonbari, el sabor de su sangre es diferente en cada humano, dependiendo de su personalidad.
—¿Qué significa eso exactamente?
—Te daré un ejemplo. Si tú eres una mala persona que ha hecho daño, robado, asesinado, etcétera, su sabor será muy asqueroso. Según él, aquellos que sientan ese sabor, la mayoría de las veces, cambian de mal a bien.
—¿Y yo voy a cambiar de bien a mal o qué?
—No, si tú dices que te supo a frutas, significa que eres muy duro por fuera pero blando por dentro, como la naranja, el ananá y el coco.
—Qué profundo es ese Slonbari como para agregar saborizante a su sangre —dijo Candado de manera sarcástica.
Sin decir nada más, Candado se despidió de Nelson y salió de la casa. Una vez afuera, Hammya y Yara lo esperaban en un banco frente a la casa de Nelson, jugando a las palmas para pasar el tiempo. Pero ellas no se habían dado cuenta de que él había salido de la casa. Candado las vio y mostró una sonrisa. Al ver a Yara divirtiéndose sin temor ni timidez con Hammya, Candado estaba orgulloso de ver a su pequeña niña creciendo.
Candado caminó con las manos en los bolsillos, cruzó la calle y se dirigió hacia donde estaban ellas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Hammya se sorprendió y cayó hacia atrás en el suelo, ya que el asiento no tenía respaldo. Yara, quien no sabía de la presencia de Candado, vio cómo Hammya se estrellaba contra el suelo.
—¿Qué rayos te pasa?
Yara volteó y abrazó a Candado.
—Volviste, empezaba a extrañarte.
—Volví, princesa.
Hammya se puso de pie y, de una forma militar, saludó a Candado.
—Hola, señor Candado.
—Hoy estás extraña, bueno, más extraña de lo normal.
Cuando Candado dijo eso, su personalidad cambió y pasó de estar de una forma cordial a ser una fiera sarcástica.
—Pues lo siento, hoy me intentaron matar, vi cómo golpeabas al agresor sin pestañear y con esa misma expresión fría y temible.
—Lo tomaré como un halago, gracias.
—Pues no lo es, es una crítica.
—Lamento decirte que no estás en posición de juzgarme —decía Candado mientras le arreglaba el moño en la cabeza de Yara.
—Tú… ¡AH!, olvídalo, solo quiero ir a casa.
—Bueno, ahora nos iremos.
Candado se adelantó y tomó a Yara de las manos, dejando atrás a Hammya totalmente confundida. Luego de unos minutos, Hammya corrió hacia donde estaba él y se interpuso en su camino, bloqueándole el paso.
—¿En serio? ¿Así de fácil?
Candado miró su reloj y contestó.
—Son las 14:39 de la tarde —luego sacó de su bolsillo de su chaleco una agenda y anotó en voz alta— "Hammya sufre de un trastorno de entendimiento humano" —luego guardó su libreta y la bordeó.
—¿Qué significa eso?
—Lo que oíste.
—¿Pero qué quieres decir con eso?
—Que eres una que habla sin pensar.
—Pero… ¿Puedes dejar de ser un cretino?
—No soy un cretino, tú eres la que es una completa tonta. Te dije que sí la primera vez, ¿por qué diablos tengo que volver a repetírtelo?
—Cuida tu lenguaje, hay una niña presente.
—Es una serpiente, de por sí sabe cómo cazar a sus presas sin necesidad de que le enseñen.
—¿Qué me quieres decir con eso?
—Que ella sabe de los insultos que salen tanto de mi boca como de la tuya, solo que ella no quiere utilizarlos para dañar a los demás. —Luego susurró para sí mismo—. Aunque la verdad, ella tiene razón, no puedo insultar con ella presente. Menos mal que se distrajo cuando dije esa palabra.
—Es una buena chica.
—Lo es.
—Espera, ¿acaso estás tratando de que olvide el tema?
—No, si tú caíste en algo tan burdo como eso y llegaste a creer que yo te hice eso, entonces eres bastante estúp… —luego miró a Yara, esta estaba mirándola a los ojos, pero después miró a Hammya y continuó—. Bastante distraída.
Hammya no dijo nada porque era cierto lo que le dijo, ella sola creyó en eso sin siquiera pensar.
—Hay cierto punto en el que el niño debe pensar en lo que va a decir, sino, nunca podrá ser libre e independiente de los que lo rodean, vivirá siempre pegado a aquellos que decidan por él.
—Vos, ¿aprendiste eso?
—Sí, lo aprendí de mis padres. Ahora estamos distanciados; los días con ellos llegaron a su fin, lamentablemente.
—Por eso estás triste.
—Ya deja de buscar una explicación a mi actitud. Soy así y punto. Say no more.
—Pero…
—Say no more.
—Y…
—Say no more.
Después de eso, él no dijo nada más y Hammya tampoco. Si ella decía algo, Candado rápidamente le cortaría, ya que él era una de esas personas atípicas en la sociedad. Claro que Candado era muy difícil de descifrar; nunca se sabía en qué estaba pensando. Siempre trataba de hacer lo posible para que las personas no lo analizaran profundamente, por eso no se molestó con Nelson por espiarlo. El anciano era como Candado, una persona diferente a la sociedad. Por eso se vestía diferente y era muy rebelde ante la autoridad. No le temía a nadie. Incluso si el mundo estuviera en su contra, nunca se rendiría ni renunciaría a sus ideologías y principios ante esa colectividad de personas como zombies. Porque si eso llegara a pasar, la sociedad no estaría en guerra con Candado; Candado estaría en guerra con la sociedad. Pero la razón por la que no hace eso es porque hasta ahora la sociedad no le ha molestado en absoluto, ni a él ni a su familia.
Moviéndonos un poco al costado, Candado seguía pensando en lo que había mencionado Nelson, "Bari oscuro". Tínbari no había mencionado nada de eso, y si existía, ¿por qué no se lo dijo antes? Ya le había hablado de los 43 Bari que hay en el mundo. ¿Por qué no le habría mencionado un Bari oscuro?
Había ciertas cosas que Tínbari le ocultaba a Candado. Podría ser un demonio carismático, chistoso y un dolor de cabeza (al menos para Candado y Héctor), pero era un ser muy reservado y misterioso. Candado se puso a pensar en todas las situaciones que habían pasado juntos, como Usuario y Dios. En cada situación de peligro, Tínbari había puesto más de una vez su Título de Bari para salvar a Candado. Así que era dudoso que sea un traidor. Justo en ese momento, Candado había sacudido la cabeza más de tres veces, cuestionándose a sí mismo una y otra vez sobre el tema. "¿En qué estoy pensando? Tínbari y yo pasamos por muchas situaciones difíciles, una más que la anterior. Su lealtad ya está más que demostrada. Soy un estúpido, estúpido, estúpido. Tínbari puede ser cualquier cosa, pero un traidor, JAMÁS".
Toda esa tensión que recorría su mente hizo que, inconscientemente, su rostro se enojara. Como su mente no iba más allá de las innumerables posibilidades del por qué Candado tenía esa cara de pastor alemán agresivo, pensó que era su culpa. Esto provocó que comenzara a llorar y entre esos llantos se escuchaban súplicas y disculpas sin ninguna razón aparente para Candado. Él no entendía lo que estaba pasando, trató de calmarla. La alzó y la abrazó, pero ella seguía llorando. Hammya, por otro lado, no hacía nada y tampoco tenía intenciones de hacer algo para mejorar la situación. Lo único que hacía era mirar a su alrededor para ver si no había gente que los mirara con ojos de sospecha, mientras Candado trataba desesperadamente de calmar a la niña.
—Tranquila, ya pasó, ya pasó, no hay por qué llorar, todo está bien.
—No, no está bien, perdón, no quise hacerte enojar, perdóname por favor, no quise molestarte —decía Yara fregándose los ojos.
—No, no es verdad, tú no me molestas. Es que estaba pensando en… otras cosas.
—Es mentira, solo lo dices porque eres amable. Yo soy un problema, hice que te molestaras.
—No… a ver, no me enojé contigo. Es imposible que yo me enoje con alguien como tú.
Yara paró de llorar y miró a Candado mientras limpiándose las lágrimas. Él la abrazó y le acarició la cabellera para que se calmara del todo, mientras le decía palabras dulces.
—Tranquila, yo nunca me molestaría contigo.
—Perdóname, perdóname —decía Yara mientras abrazaba con fuerza a Candado.
—No te disculpes, yo soy el que debe disculparse, no debí haber hecho eso.
Una vez que él dijo eso, levantó a Yara y la puso en su cabeza, mientras que Hammya dio un suspiro de alivio. El trío siguió su camino, como la casa de Nelson está a cuatro cuadras de la casa de Candado, no demoraron mucho en llegar. Así que cuando llegaron, Candado abrió la puerta y con un gesto de caballerosidad se hizo a un lado para que Hammya entrara primero. Ella aceptó gentilmente y entró, luego Candado la siguió y cerró la puerta detrás de él.
La casa estaba casi vacía, ya que los únicos que estaban ahí eran Hipólito y Karen, quienes estaban viendo la tele. La abuela se había ido, como todos los lunes, como profesora particular de Biología, lengua y matemática. Candado estaba un poco cansado, así que bajó a Yara de su cabeza y la sentó al lado de Hipólito. Este lo miró y preguntó.
—¿Ha llegado Clementina?
—No, todavía no, ¿Por qué?
—No por nada, cuídame a Clementina por favor.
—No te preocupes, no se irá a ningún lado.
Candado miró a Yara y le puso su dedo índice en la nariz y le dijo.
—Ahora vuelvo, no te muevas, ¿Está bien?
—Yara no irá a ningún lado, esperaré aquí.
—¿A dónde vas? —preguntó Hammya.
—Voy a mi pieza a hablar con alguien —dijo Candado sin volverse.
Una vez que dijo eso, él subió las escaleras y se dirigió hasta su cuarto. Una vez ahí, Candado entró a su habitación, encendió la luz, cerró la puerta, puso su boina en el perchero y llamó a Tínbari en voz baja.
—Imbécil, sé que estás cerca, así que déjate de juegos y muéstrate, tengo algunas cosas que debo preguntarte.
La respuesta no tardó en llegar, un humo negro se manifestó de la nada y tomó forma.
—A la orden, capitán aburrido —dijo Tínbari con un tono burlón.
—Estoy algo perdido sobre un tema —dijo mientras se sentaba en su cama y continuó—. Me gustaría que ¡TÚ! me respondas.
—Bien, ¿Qué quieres que te cuente?
—Primero y principal, ¿Qué demonios es un Bari oscuro?
—Un Bari oscuro es un Bari que viola las leyes para su propio beneficio.
—¿Cuántos hay?
—Uno solo.
—¿Sabes quién es?
—Sí, de hecho sí, se llama Pullbarey.
—Espera un rato, ¿No dijo Slonbari que ha poseído a un humano?
—¿Y?
—¿Cómo puede ser un Bari?
—No tiene nada que ver una cosa con la otra. Yo también puedo hacer eso, de hecho, cuando el usuario está en peligro inminente, es nuestro deber salvar a nuestros usufructuarios poseyendo sus cuerpos y dándoles una fuerza descomunal.
—¿Por qué ese sujeto es un Bari oscuro?
—Porque fue él quien asesinó a nuestro líder, Truenbari, el Bari del trueno, y fue él quien ha violado las cinco leyes.
—¿Cuáles son?
—1) Un Bari no puede poseer a un humano sin hacer un contrato con él antes, así como también tener dos Barí, al menos si este posee el pergamino de los Bari. 2) Está totalmente prohibido usar conjuros. 3) Un Bari no puede usar a su Usufructuario para asesinar a otro Usufructuario. 4) Un Bari no puede ir en contra de los ideales Keplant. 5) No se puede arrebatar la vida de un Humano.
—Y supongo que ese tal Pullbarey ha violado las cinco.
—Exacto.
—Espera, ¿Qué significa tener un pergamino de los Bari?
—Si tú llegas a vencer a siete Baris en una pelea justa, ellos te darán una parte de sus artefactos mágicos. Estos artefactos, sin importar a quién o a qué venzas, si los reúnes, obtendrás un pergamino con el que podrás tener bajo control a los 43 Baris del mundo.
—Guau, ¿Así de la nada?
—No, una vez que tengas el pergamino, tendrás que pelear y ganar contra los 36 restantes.
—¿Qué pasa si los tengo a todos?
—Podrás convertirte en un "Guía" para Cotorium, además de obtener un poder mágico descomunal.
—Vaya, es increíble.
—¿Te gusta?
—No me interesa.
—¡¿QUÉ?!
—Lo que oíste, ya de por sí tengo las pelotas por el suelo de tanto pelear con circuistas, ahora tendré que pelear con siete Baris para conseguir un papel de porquería. Déjate de hinchar los huevos.
—¿Desde cuándo usas esos términos?
—Desde siempre.
—Bueno, no dije nada.
—A propósito, ¿Tú crees que pueda sobrevivir con ese veneno adentro mío?
—Si no es así, entonces tendré que destruir la esfera mía para evitar tu muerte. Claro que, al hacer eso, tú vivirías y yo moriría.
—¿No se supone que eres inmortal?
—Claro que lo soy, pero lo que un Bari no puede hacer es interferir en la muerte de su usuario. Al ser un Bari de la muerte, mi deber es llevar las almas a mi esfera, y yo, al destruirla, causaría mi muerte inmediata al alterar el destino de mi usuario.
—Vaya, no lo sabía, pero ahora que lo sé, voy a darte una nueva regla.
—Bien, ¿Cuál es?
—Tienes totalmente prohibido romper esa esfera cuando mi muerte esté cerca.
—Ja, no te preocupes, eso no va a pasar nunca.
—Espero que no, Tínbari, espero que no.
Aquel demonio se rió y desapareció nuevamente, pero esta vez, Tínbari se despidió cortésmente de Candado. Esto no llamó mucho la atención de él, pero le devolvió la despedida inclinando la cabeza.
Cuando finalizó la conversación, Candado comenzó a toser salvajemente otra vez y no pudo evitar escupir sangre en el suelo. Luego sacó de su bolsillo un pañuelo y se limpió la sangre de la boca, lo puso encima de su escritorio, luego sacó de su bolsillo derecho el frasco que le había dado Nelson para aliviar su garganta. Ni bien se lo había bebido, lo ocultó rápidamente en su bolsillo para evitar que alguien lo viera. Luego se reincorporó, respiró tranquilamente y salió de su habitación. Luego se dirigió al establo para alimentar a Uzoori, pero cuando entró, vio al sujeto con el que se había encontrado dos veces en el bosque, acuclillado y mirando al caballo fijamente.
—¿Qué diablos haces tú aquí, bola de humo?
El sujeto volteó de manera tranquila y respondió.
—Nada, solo investigo.
—¿Cómo rayos entraste?
—La ventana estaba abierta, no fue un problema entrar ya que mi cuerpo está hecho al 100% de humo —dijo el sujeto mientras se ponía de pie.
—La última vez que te vi, estabas siguiendo a un Testigo que había atacado a Esteban.
—De hecho, se nos escapó y no pude interrogarle.
—¿Se nos?
—Sí, Esteban y yo lo seguimos. Al parecer, le llamó la atención el ruido que venía del bosque y decidió investigarlo. Luego se encontró conmigo y juntos lo seguimos e incluso llegamos a pelear con él.
—Humito, ¿Qué rayos haces en mi casa?
—¿Humito? ¿Así me llamas?
—No me has dicho tu nombre, así que ese es tu apodo a partir de ahora.
—Mi nombre es Harry Addelándromechkrin Schrödinger, pero todos me llaman Addel. Es mejor eso que poner apodos malos.
—Tus padres eran unos genios en el trabalenguas.
—Antes de que preguntes, soy argentino. Solo mis padres son extranjeros. Mi papá es de Polonia y mi mamá es de Alemania. Yo nací aquí, pero en Chubut.
—Bueno, me alegro —dijo sarcásticamente y continuó con—ahora dime, ¿Qué rayos haces aquí?
—Como dije antes, estoy investigando. Dichas investigaciones mías me han llevado hasta tu casa.
—¿Qué clases de investigaciones?
—Ehh, bueno, cuando estaba persiguiéndole al maldito bastardo, se me escapó. Pero como es un completo imbécil, dejó sus rastros por todo el lugar. Estos rastros se extienden desde el bosque hasta tu casa —dijo Addel mientras recorría el establo.
—Podrían ser mis pisadas. Yo también estuve en el bosque.
—No puede ser posible, porque estuve peleando con él hace más de treinta minutos. Puede que se esconda aquí.
—Es imposible, no siento su presencia aquí.
—No pudiste sentir su presencia cuando atacaron la escuela, menos lo vas a escuchar ahora.
—¿Cómo sabes eso?
—Un informante, siempre debe tener otros informantes.
—Otro que espía mi vida —susurró Candado.
—¿Dijiste algo?
—No, nada, niño.
—Me gustaría que no me llamaras así. Después de todo, soy mayor que tú.
—¿Así? ¿Cuántos años tienes?
—Tengo catorce años.
—No se te nota mucho. Tienes mi estatura.
—Candado, a simple vista pareces que tienes mi edad, ¿A caso no te has dado cuenta?
—Bueno, el tema es que no hay nada aquí y no me agrada la idea de un Borrador en mi casa.
—No te preocupes, no estaré mucho. Cuando encuentre al sujeto, podré irme.
—Eres un impertinente, te metes en mi casa sin permiso y buscas a alguien que posiblemente ya se haya ido.
En ese momento, Addel se quedó quieto y volteó.
—Genial, está aquí —dijo con un tono de tranquilidad.
—¿Cómo? Eso es…
—Silencio, presta atención y lo sentirás.
Candado se quedó quieto y en silencio por un momento, para así tener una información más clara de quién estaba en su casa. Cerró sus ojos un rato y despejó su mente. El estar en ese estado lo llevó a una calma y silencio total. Podía escuchar todo lo que estaba ocurriendo en la casa, pero después de un rato, Candado lo sintió. Abrió los ojos y de manera sorprendida dijo.
—Está en el cobertizo.
Ni bien dijo eso, Candado sacó su facón, abrió la puerta, pero cuando lo hizo, Addel se convirtió en un humo blanco y salió de la habitación primero. Al ser un cuerpo inorgánico, pudo atravesar el techo y llegar al hangar. Candado tuvo un poco más de dificultad para llegar rápidamente, ya que corrió por el pasillo, llegó a una puerta y la pateó para entrar. En la pared estaba una escalera pegada a la pared que llevaba a una puerta redonda de madera que se abría desde el interior del cobertizo. Comenzó a subir en ella con su facón en la boca y de un puñetazo abrió la puerta. Candado dio un pequeño salto y llegó al lugar. Para su infortunio, no había una persona, sino tres, y dos de ellas eran conocidas. Una era la mismísima Jane que lo había atacado hace dos días, y el otro era el Testigo que lo había atacado en la escuela. Ambos estaban con un sujeto extraño con apariencia de soldado medieval, ya que llevaba una armadura y un casco que ocultaba su rostro, hurgando en las cosas que había allí.
—¡BASTARDOS! —gritó Candado.
Jane, quien estaba muy enojada con él, lanzó su ataque con su espada mongol, que ya estaba reparada. Candado la detuvo con su facón y le golpeó en el cuello, pero Jane no se debilitó y lanzó nuevamente su ataque con su espada. Por otro lado, el Testigo con máscara, que quería ayudar a Jane, levantó su brazo y se disponía a invocar un tentáculo del suelo, pero en ese preciso instante, Addel atravesó el muro y dijo.
—No señor, no lo harás otra vez —y le dio un puñetazo en la cara. La fuerza hizo que el sujeto chocara y destruyera la ventana que estaba al lado.
Candado, quien estaba peleando con Jane, le dijo.
—¡TEN CUIDADO, CRETINO, ESTA ES MI CASA!
Addel, aprovechando el agujero en la pared, le dio una patada en el pecho al hombre de la armadura y lo lanzó afuera. Mientras tanto, Candado, sin otra opción, decidió también arrojar a Jane por el agujero, pero no sola. Ni bien la lanzó, Candado saltó y cayó de pie con su facón en la mano en el jardín trasero de la casa. Cuando eso ocurrió, Hipólito, Hammya y Yara salieron rápidamente al jardín para ver qué estaba pasando. Al ver a Candado peleando con tres individuos extraños, Hammya y Yara dieron un paso atrás y se ocultaron tras la puerta del jardín, mientras que Hipólito corrió y se puso al lado de Candado para protegerlo, al igual que Addel. Este último estaba uniendo fuerzas momentáneamente con Candado para poder enfrentarse al sujeto que estaban persiguiendo.
—Anciano, creo que no debes meterte en esto, va a ser muy fuerte para tus huesos.
—Lo sería si los tuviera, Addel. Hipólito es un androide y es de mucha ayuda para esta ocasión.
—Espero que no te lastimes, mocoso humoso —dijo Hipólito de manera burlona.
Addel hizo como que no escuchó y continuó: —Bien, este es el plan. Yo voy por ese tarado con máscara, el viejo irá por ese sujeto con armadura y tú irás contra la loca de la espada.
Candado e Hipólito asintieron con la cabeza. Después de haber hecho los planes, el trío se lanzó hacia el enemigo, cada uno con la persona que se le había asignado. Candado fue el primero en llegar hasta el enemigo, ya que él ya conocía a Jane y sabía por dónde atacar. Jane, por otro lado, estaba muy furiosa por lo que le había hecho pasar el niño de la boina. Ella lo atacaba con fiereza con su espada mongol, pero no era demasiado precisa, ya que la mayoría de los golpes eran fáciles de esquivar para Candado. Esto hizo que Jane se enojara aún más y liberara todo su poder.
Candado, al notar eso, decidió también liberar el mínimo de su poder, pero no se desprendió de su facón. Mientras Candado peleaba con ellos, Addel noqueó rápidamente al Testigo con el que estaba peleando y lo tiró contra el árbol favorito de Candado.
—Ten cuidado, imbécil —dijo mientras peleaba con Jane.
—Lo siento.
Por otro lado, Hipólito estaba peleando con ese sujeto de armadura, este tenía como arma sus puñetazos, pero el anciano tenía como armas dos alfanjes, ya que a diferencia de Clementina, que solo puede convertir un brazo en un sable, Hipólito puede hacerlo en sus dos brazos. Esto lo hacía más ágil y bueno, y con sus alfanjes atacaba al individuo con mucha precaución. Sin embargo, el hombre de la armadura usaba sus puñetazos. En un momento, el sujeto dio un golpe en el pecho y lo hizo retroceder, pero Hipólito se puso de pie y lanzó un mortal golpe con su alfanje izquierdo. El sujeto se preparó para detener el golpe, pero cuando el alfanje estaba a punto de impactar, Hipólito transformó su alfanje de nuevo en su brazo y lo agarró de la muñeca, tirándolo al suelo y haciendo que se le cayera el casco, revelando su rostro. Tenía cabello rubio, ojos verdes y un fragmento de cristal en su mentón.
—Esto se nos ha ido de las manos —luego subió por el árbol, saltó sobre el techo de la casa y gritó—. ¡RETIRADA!
Jane desarmó a Candado, lo agarró de su corbata y le dio un cabezazo, luego corrió hacia donde estaba su compañero, sacó de su bolsillo una bolsa de plástico y se la arrojó a Addel. Este no se molestó en esquivarla, y ese fue su error, ya que su especie de humo blanco se volvió negro y empezó a toser, luego tomó a su compañero de la cintura y dio un salto hasta el techo de Candado.
—Esto no ha terminado, Candado. Volveré por tu cabeza —gritó Jane.
Luego ella y su compañero huyeron. Candado no intentó seguirla y decidió ayudar a Addel, quien todavía estaba tosiendo.
—¿Estás bien? —preguntó Candado.
Addel metió su mano en el interior de su cuerpo, sacó la bolsa ya utilizada y la tiró a su costado. Luego se puso de pie a duras penas y dio un paso adelante, pero perdió el equilibrio y se cayó. Antes de tocar el suelo, Hipólito corrió hacia donde estaba él y se postró sobre su cuerpo.
—Diablos... los he subestimado.
Poco después, Addel perdió el conocimiento y se desmayó. Hipólito cargó a Addel y se lo llevó a casa, mientras que Candado fue a buscar su facón, ya que se le había caído debido al cabezazo. Cuando lo encontró, lo guardó en su funda y lo colocó en su cintura trasera. Luego, se dirigió a la casa, pero al estar llegando, pisó algo. Se detuvo, bajó la mirada, levantó el pie y vio una placa. Candado se inclinó y la recogió, luego la examinó detenidamente. Resultaba bastante extraña esa insignia, era idéntica a la placa que Nelson le había mostrado en aquel restaurante, excepto por el color, ya que esta era de oro. Candado guardó la placa y entró a la casa.
Dentro de la casa, Hammya y Yara estaban observando a Addel, quien estaba recostado en el sillón, dormido, mientras Hipólito lo examinaba. El humo que cubría su rostro comenzó a desvanecerse lentamente, hasta que se pudo ver su rostro. Su piel era morena, tenía cabello rojo, una nariz perfecta y una pequeña cicatriz en la mejilla derecha, que parecía una "S" cortada. Candado se acercó y lo observó detenidamente.
—Vaya, parece que no se ve bien.
—Tiene una toxina dañina en su cuerpo —Hipólito se puso de pie y continuó—. Le prepararé una vacuna, enseguida vuelvo.
Luego, Hipólito se dirigió a una habitación que estaba al lado de la cocina, mientras Candado permaneció junto a Addel. Cuando Addel estuvo a punto de ponerse de pie, repentinamente despertó y agarró la muñeca de Candado, asustando a Hammya y Yara, quienes dieron un paso atrás. Candado, en cambio, no se asustó y miró fijamente los ojos oscuros de Addel.
—Llama... llama a Martina Gómez, por favor —luego se desmayó.
Candado no dijo nada, simplemente lo miró y reflexionó sobre lo que le había dicho. Después de pensarlo un rato, decidió buscar el teléfono y llamar a Esteban, porque él sabía al menos lo que Addel quería decir.
—¿Hola? —preguntó una voz femenina.
—Hola, quiero hablar con Esteban, por favor.
—Espere un momento.
Resultó que la voz femenina pertenecía a su madre, quien estaba cocinando. Dejó de hacer sus tareas y llevó el teléfono hasta el dormitorio de Esteban, donde él estaba sentado en su escritorio, leyendo un libro titulado "El caballero de la armadura oxidada". Su madre entró y le pasó el teléfono, Esteban lo tomó sin mirarla, pero le dio las gracias.
—¿Hola?
—¿Esteban, eres tú?
—Sí, soy yo. ¿Quién es?
—Soy Candado Barret.
Esteban dejó de leer el libro y levantó la mirada. Luego, cerró el libro, lo colocó a un lado y apoyó su hombro izquierdo en su escritorio.
—¿Qué diablos quieres?