El cuerpo de Candado comenzó a temblar de forma incontrolable. De su boca brotaba sangre como si fuese un grifo abierto.
—¡CANDADO! —gritaron todos al unísono, sus voces cargadas de desesperación.
Odadnac extendió su brazo izquierdo, y del suelo surgieron extraños hilos negros que comenzaron a envolver a todos, incluyendo a Hammya.
—Shhh... shhh... shhhh. —Su voz serpenteaba entre las sombras—. Es una lástima que no puedan morir aquí.
Un grito resonó desde atrás:
—¡ODADNAC!
Él sonrió sin voltear.
—Vaya, hablando de hipócritas... Aquí viene el más grande de todos.
—Ya basta de esto. —La voz era grave, decidida.
Odadnac giró lentamente y se encontró con Tínbari.
—Tínbari. Me alegra verte... O eso me gustaría decir, considerando que me encerraste como a un animal.
—¿Qué haces aquí, Tínbari? —preguntó Candado, su voz débil, pero firme.
—El portal se cerró, Candado. Vine en cuanto sentí que la jaula se destrozaba.
Odadnac cruzó los brazos, su sonrisa se ensanchó.
—La muerte no tiene poder aquí. Eso te incluye, amigo mío. Sabiendo eso... ¿por qué viniste?
Tínbari guardó silencio, pero Odadnac no lo dejó escapar.
—Sí, contéstale, Tínbari. ¿Por qué arriesgarte? —Sus dientes blancos relucieron mientras su sonrisa se estiraba de oreja a oreja—. Vamos, háblale. Dile por qué estás aquí.
El rostro de Tínbari se tensó. Sus ojos reflejaban terror, ese terror que las palabras disfrazadas de Odadnac despertaban en lo más profundo de su ser.
—¿Qué sucede? —preguntó Candado, forcejeando contra las cadenas negras que lo aprisionaban.
—¿Sabes...? —Odadnac inclinó la cabeza con malicia.
—¡NO! ¡No lo hagas, por favor! —Tínbari alzó la voz, su tono casi suplicante.
—Vaya, un demonio rogando. Esto sí es nuevo. —La risa de Odadnac era escalofriante.
—Tínbari, ¿qué te pasa? ¡Tú no eres así! —Candado estaba furioso y confundido.
—¿Sabes que en este mundo sí se puede morir? —continuó Odadnac, ignorando a ambos.
Candado alzó una ceja.
—¿Qué estupidez estás balbuceando ahora?
—Hay una forma sencilla: el suicidio. —Su tono era tan casual que resultaba perturbador.
Candado bufó, irónico.
—¿Y? ¿Quieres que te dé un premio por descubrir algo tan obvio?
—Todavía tienes fuerza para burlarte de mí, incluso en este estado. Fascinante. —Odadnac lo señaló, y unas cadenas negras emergieron del suelo, atrapándolo de nuevo cuando intentó moverse.
—Predecible, muy predecible.
Mientras tanto, Hammya comenzó a abrir los ojos.
—Vaya, veo que la bella durmiente despierta. —Odadnac se burló, pero su tono se endureció al girarse hacia Candado—. Es hora de trabajar.
Caminó lentamente hacia él, su figura irradiando una energía temible.
—Candado, estoy harto de tu hipocresía. Una vez que mueras, tomaré tu cuerpo y me encargaré de Pullbarey.
Candado lo miró con desprecio.
—¿Sólo por eso? Eres un completo idiota.
La sonrisa de Odadnac desapareció. Tomó a Candado del cuello y lo alzó.
—Me pregunto cuánto más podrás mantener la cordura, pequeño insolente.
Candado apenas podía respirar, pero su mirada no mostraba miedo.
—Alguien como tú jamás podrá quebrarme. No lo lograste antes, y no lo harás ahora.
Odadnac lo soltó con brusquedad, su rostro se oscureció.
—¿Siempre tan vanidoso? Muy bien. Déjame demostrarte lo contrario.
Extendió una mano hacia el rostro de Candado, pero antes de que pudiera tocarlo, Tínbari gritó:
—¡NO!
Odadnac se detuvo y giró lentamente hacia él.
—Bueno, bueno. Esto sí es interesante. Tínbari, ¿suplicando otra vez? —Su tono era burlón, pero sus ojos brillaban con una peligrosa curiosidad.
Candado observaba la escena, desconcertado.
—¿Qué está pasando? —preguntó, su voz cargada de frustración.
—Gabriela no hubiera querido esto.
El nombre resonó como un golpe. Los ojos de Candado se abrieron de par en par.
—¿Qué...?
Odadnac sonrió con crueldad.
—Ella está muerta. ¿Si lo hubiera querido o no? Jamás lo sabremos.
—¡NO SE LO DIGAS! —gritó Tínbari con desesperación.
—Oh, ¿quieres que me calle? Arrodíllate entonces.
—¿Qué? —Tínbari vaciló, su rostro reflejaba un conflicto interno.
—Si lo haces, no lo diré. Lo prometo.
—¡No lo hagas! —rugió Candado, luchando contra sus cadenas—. ¡Es un truco!
Tínbari, temblando, se arrodilló.
El silencio que siguió fue absoluto. Incluso Hammya, aún atrapada, estaba boquiabierta.
—¡¿QUÉ SIGNIFICA ESTO?! —Candado gritó, incapaz de procesar lo que veía.
Odadnac sonrió victorioso.
—Tú ganas, Tínbari. No se lo diré. Por ahora.
El alivio de Tínbari fue breve.
—Sin embargo...
De pronto, Odadnac colocó su mano sobre la frente de Candado.
—Se lo mostraré.
Tínbari abrió los ojos con desesperación, su voz cargada de angustia.
—¡NO! ¡NO LO HAGAS!
Odadnac esbozó una sonrisa cruel mientras su mano comenzaba a brillar con un intenso color rojo. Sin previo aviso, liberó las cadenas que sujetaban a Candado y, en un giro inesperado, ató a Tínbari.
—¡NO! ¡Ese no era el trato! —exclamó Tínbari con lágrimas brotando de sus ojos.
—Cumplí mi palabra. Nunca dije que se lo diría —respondió Odadnac con una mueca sarcástica—. Pero no prometí nada sobre hacerle recordar.
Candado soltó un quejido, llevándose ambas manos a la cabeza mientras su rostro reflejaba un creciente tormento.
—¡NO, Candado! ¡No recuerdes! ¡No recuerdes! —suplicaba Hammya, su voz quebrada por el miedo.
Tínbari observó a Hammya, incapaz de contener su confusión.
—¿Qué? ¿Cómo…?
Hammya, en un acto desesperado, logró soltarse y corrió hacia Candado.
—Vaya, esto se pondrá interesante —comentó Odadnac, resignado, antes de intentar atraparla de nuevo.
Candado gritó, su voz llena de agonía.
—¡¿QUÉ ES ESTO?! ¡ARDE!
El suelo bajo sus pies comenzó a resquebrajarse mientras un temblor recorría la habitación. Hammya lo sostuvo por los hombros, el pánico evidente en sus movimientos.
—No, no, no, no. ¡Candado, escúchame! ¡Lucha! ¡No recuerdes! —rogó mientras sus manos temblaban al sujetar sus mejillas.
Los ojos de Candado empezaron a oscurecerse, un negro profundo invadiéndolos, moviéndose de un lado a otro.
—¡¿QUÉ ES LO QUE NO TENGO QUE RECORDAR?! —gritó con desesperación.
Hammya lo abrazó, las lágrimas deslizándose por su rostro.
—Por favor, lucha. No lo hagas…
De repente, la mirada de Candado se alzó, y un intenso brillo dorado iluminó sus ojos. Todo a su alrededor cambió.
En su mente, un abismo oscuro lo envolvió. No había sonido, ni luz, ni presencia alguna, sólo un vacío interminable. Entonces, una luz blanca rompió la negrura, abriendo unas puertas imponentes que revelaron un torrente de recuerdos. Voces, imágenes y emociones comenzaron a bombardearlo sin piedad.
—Sonríe, Candado (Héctor alegre).
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—¿Te haces la idea del daño que me hiciste? (Candado enojado).
—Lo siento, lo siento, no quise hacerlo (Gabriela, llorando).
Candado se llevó las manos a las orejas.
—¡Basta!
Pero las voces no se detenían.
—Feliz cumpleaños a ti (Multitud).
—Te quiero, hermano (Gabriela, alegre).
—Las nubes del cielo, ¡Aleluya! (Ocho celebrando).
—Te odio (Candado furioso).
—¡BASTA YA! —gritó Candado, cayendo de rodillas mientras las voces taladraban su mente.
—No, eso no fue así. Es una mentira.
El flujo de recuerdos se intensificó, desarrollándose ante sus ojos.
—Sueña con dulces, amigo (Mauricio, jugando).
—Fue un accidente, no tienes por qué llevarla lejos (Declan preocupado).
—¡VETE! ¡TE ODIO! (Candado enfurecido).
—Perdón… (Gabriela, llorando).
—¡ESO NO ES VERDAD! —gritó Candado hacia las puertas.
A pesar de su esfuerzo, la barrera mental se desmoronó. Recordó todo: la tormenta, el enfrentamiento entre Gabriela y Tínbari contra Pullbarey, su propia cobardía, el dolor de ser atravesado por una daga y el sacrificio de su hermana para salvarlo. Cada detalle lo aplastó.
De vuelta al presente, Candado cayó de rodillas frente a Hammya. Sus ojos, ahora claros, estaban llenos de lágrimas.
—Yo… yo… fui yo quien…
—¡NO LO DIGAS! —gritó Hammya, sabiendo exactamente lo que estaba por confesar.
—Yo… fui quien la mató.
—No es verdad, Candado. No tienes la culpa —dijo Hammya, con desesperación en su voz.
Odadnac estalló en carcajadas.
—Está al borde del abismo.
—¡HAZ ALGO! —gritó Héctor desde la distancia.
—¡NO DEJES QUE SE CONSUMA! —advirtió Lucas.
Las manos de Candado comenzaron a temblar incontrolablemente. Hammya intentó alcanzarlo, pero Odadnac la atrapó nuevamente con cadenas mágicas.
—Suficiente por ahora, fue divertido pero el show debe continuar—dijo Odadnac con desdén—. No arruinemos la diversión tan rápido.
Candado se puso de pie lentamente, mirando al cielo con una expresión vacía. Aunque su rostro estaba inmóvil, su cuerpo sudoroso y tembloroso dejaba claro el caos que lo consumía.
Odadnac se acercó lentamente a Candado, su presencia cargada de tensión.
—¿Qué pasa? ¿Eso es todo? —preguntó con burla. Luego, aplaudió, como si una idea lo hubiera iluminado—. Cierto, lo olvidé. Candado nunca fue bueno para analizar el ambiente… ni siquiera sus propios sentimientos.
A un metro de distancia, Odadnac se detuvo. Candado, con la mirada perdida, parecía observar sin ver. Aprovechando el momento, Odadnac alzó su mano izquierda y chasqueó los dedos, liberando a Amabaray. La criatura voló hacia él, lista para atacar, pero Odadnac, sin siquiera mirar, levantó la mano derecha a la altura de su oreja y formó un puño. Amabaray cayó al suelo desmayada de inmediato. Con un gesto frío, la volvió a atar y la atrajo hacia sí.
—Sabes, Candado, es fácil hacer berrinches como esos. Te envidio. Yo solo puedo observar tus reacciones, pero no puedo manifestarlas. Eso fue lo que te dije una vez. —Hizo una pausa, ladeando la cabeza—. Pero ¿qué crees? Soy la materialización de la ira. Me alimento de ella, me nutro de ella. Pensaba que con solo tener ira sería feliz… pero nunca imaginé conocer a Gabriela. Sin ira de su parte, mi corazón experimentó algo inesperado: felicidad.
Amabaray, envuelta en raíces, fue posicionada junto a Odadnac como si fuera un trofeo.
—Es increíble, ¿no? Que la ira pueda sentir amor… y también odio hacia sí misma. Odio, el odio que me siento, el odio por no haberla podido ayudar aquel día. Y todo porque estoy ligado a vos.
Odadnac dirigió su mirada a Tínbari, sus ojos cargados de desprecio.
—Esa maldita criatura… Sí, Tínbari. Fuiste tú quien le pidió que borrara tus memorias y te suplantara con una nueva versión. Solo hay una palabra para eso: cobardía. Pero ¿adivina qué? —Una risilla amarga escapó de sus labios—. Tínbari no puede borrar memorias. No tiene ese poder. ¿Sabes qué hizo? Traspasarlas a otra persona para que las guardara. Esa persona fui yo.
Su voz creció en intensidad, casi rugiendo.
—Durante seis años, no hice más que verlas una y otra vez. ¡Una y otra, y otra, y otra! ¡Y otra más! Gabriela salvándote a costa de su vida… tu maldita cobardía… ese dolor agonizante.
Los truenos resonaron con fuerza en el cielo, como si respondieran a su furia.
—Este mundo está bastante podrido, ¿no crees? Es irónico que la ira pueda sentir amor y tristeza. Pero ya basta. Es hora de que vos…
—Silencio.
Candado alzó la mirada, fija y determinada, se puso de pie y se mostró fuerte hacia Odadnac.
—Ya no quiero oírte.
—¿Por qué? ¿No quieres que te recalque lo cobarde que fuiste? ¿Qué podías haber ayudado a tu hermana?
—No lo digas.
—Debe ser muy fuerte para negar la realidad. Y cuando la realidad es innegable… ¿qué haces? Creas otra, ¿verdad?
—¡Cállate! —gritó Candado, su voz temblando de ira.
—¡CANDADO! ¡SI TE ENFADAS, ÉL TE CONTROLARÁ! —exclamó Walsh desesperado.
Candado vaciló, asimilando las palabras de Walsh, pero Odadnac no mostró misericordia.
—Dices que la amabas, ¿no? —dijo, burlándose—. Sí, me lo dijiste ese día. ¿La amabas de verdad?
Candado bajó la mirada, sus puños temblaban.
—¡Claro que no! ¿Por qué borrar tus recuerdos entonces? Porque no querías recordarla. Porque no la amabas tanto como decías. Porque fuiste tú quien la asesinó, eres tan miserable que eres incapaz de acepar lo que ocurrió y "borraste" tu pasado.
Hammya forcejeaba desesperadamente contra sus ataduras, tratando de liberarse.
—Es interesante lo que le pediste a Tínbari, ¿sabes? Dijiste: “Quiero recordar esa pelea, pero bórrala a ella y ponme en su lugar. Así podré recordar su rostro y volverme fuerte”. ¿Recuerdas esas palabras? Yo sí.
Candado se estremeció, su mirada perdida en el suelo. Odadnac sonrió, sintiendo que su presa cedía.
—Eres como un globo, amigo. En algún momento ese aire va a estallar.
—¡CANDADO, CÚBRETE LOS OÍDOS! —gritó Hammya, su voz desesperada.
Candado vaciló, pero Odadnac fue más rápido. Lo tomó de las muñecas y lo miró a los ojos.
—Sentiste alivio cuando Pullbarey la hirió de muerte, o sí, lo recuerdo muy bien...asqueroso canalla.
El cuerpo de Candado se estremeció, sus rodillas cedieron, una vez más, hasta que tocó el suelo. Odadnac lo soltó con desdén.
—También recuerdo ver una sonrisa en tu rostro cuando Gabriela fue herida. —Su tono se volvió un rugido lleno de odio—. ¿Qué fue tan gracioso, Candado? ¿Te gustó verla sufrir? ¿Eh? ¿Fue chistoso verla caer?
—No… Yo… yo…
Las lágrimas brotaron de los ojos de Candado. Las memorias lo embargaron: los momentos felices con Gabriela, sus virtudes, todo lo que ella hizo por él. Y la vez que, en un arranque de enojo, le dijo:
—¡OJALÁ TE MUERAS!
Ese recuerdo fue el detonante. El dolor reprimido por años lo aplastó y Candado no lo soportó.
—¡¡¡AAAAAAAAAAAH!!!
Su grito desgarrador resonó en el aire, cargado de ira, tristeza y arrepentimiento. Candado soltó un grito desgarrador. Todo ese tiempo había estado negando la verdad: él era el verdadero culpable. Él había causado la muerte de su hermana, peor, sentía que él era el asesino de la persona que más quería. La voz de Odadnac resonaba en su mente como un eco cruel.
—Eres un hipócrita —decía—, odiabas a tu hermana. ¿No pensaste que sería mejor que muriera?
Hammya, con esfuerzo sobrehumano, logró liberarse de las ataduras que la retenían. Cayó al suelo, jadeando, pero sin perder tiempo, corrió hacia Odadnac. Cuando llegó hasta él, reunió toda su rabia y lo golpeó en el rostro justo cuando este volteaba.
Intentó acercarse a Candado, que lloraba desconsoladamente, pero no tuvo oportunidad. Odadnac se recuperó rápidamente y la golpeó brutalmente en el pecho, lanzándola al suelo. Luego se dirigió hacia Candado, una sonrisa triunfal en sus labios.
—Lo he roto. —La voz de Odadnac goteaba satisfacción—. Ahora su mente es mía.
Con un simple gesto, se apoderó nuevamente de Candado, esta vez sin resistencia. El cuerpo del joven se volvió pálido; sus ropas se oscurecieron, y sus ojos reflejaban un vacío aterrador.
—Por fin lo he conseguido. Ahora es tiempo de vengarme.
Hammya intentó detenerlo, envolviendo su cuerpo con raíces que surgieron del suelo, pero Odadnac las rompió con facilidad.
—Por favor, eso ni siquiera duele —se burló con sarcasmo.
Voló hacia ella y la golpeó sin piedad: un rodillazo en el pecho, seguido de un puñetazo en la espalda que culminó con su cabeza bajo su bota.
—Eres débil, niña. Márchate y no sufrirás más.
Hammya, con sangre verde saliendo de su boca, alzó la mirada hacia Amabaray, buscando desesperadamente una solución.
—No puedo dejarlo.
Con renovada determinación, volvió a atacar, envolviéndolo con raíces aún más gruesas. Mientras lo mantenía ocupado, huyó hacia Amabaray, rezando por un milagro.
—Ayúdame… —susurró para sí misma.
Sus ojos brillaron de un verde intenso mientras extendía su mano hacia Amabaray. Al tocar su frente, algo despertó en ella. Odadnac, al notar el cambio, se detuvo momentáneamente, sorprendido. Pero poco pudo hacer, ya que Amabaray se lanzó hacia él para atacarlo, sin más remedio tuvo que luchar.
Sin perder tiempo, Hammya continuó cortando los hilos oscuros que atrapaban a los demás.
—¡Ahora, rápido, libéranos! —gritó Anzor.
Con cada corte, sus compañeros recobraban la libertad. German sonrió al recuperar el control de la situación.
—¡Genial! Ahora sí podemos luchar.
Hammya llegó hasta Tínbari, quien aún parecía abatido.
—Tínbari, ¿cuánto tiempo estuvo cerrada la puerta?
—¿Eso importa? —respondió, derrotado.
—¡CONTESTA!
Tínbari suspiró.
—Unos minutos después de que ustedes se marcharan. Me retrasé porque la puerta me alejó de ustedes.
—Entonces, ¿se puede abrir?
—No lo sé.
Hammya pateó las flores cercanas con frustración. Los demás la rodeaban mientras ella miraba a Amabaray y Odadnac enfrentarse bajo la lluvia. Su rostro se tensó al encontrar una idea.
—¡Ya sé! Héctor y Lucas lo harán.
—¿Qué? ¡Eso es imposible! —protestaron ambos al unísono.
—A ustedes les encanta la ciencia, pueden hacerlo.
—Pero no tenemos materiales —refutó Héctor.
—Claro que sí, está Matlotsky.
Matlotsky parpadeó sorprendido.
—¿Yo?
—Sí. Puedes reparar cualquier cosa, y esa caja que llevas tiene de todo.
Hammya se giró hacia Erika, Lucía y Viki.
—Quiero que distraigan a esos sujetos —dijo Hammya señalando a los baris, quienes salían de su prisión que estaba hace un momento rodeada por las llamas .
—¿Y cómo ayudará eso? —preguntó Walsh.
—Nos dará tiempo. Erika, tú puedes ver el futuro y mentir como nadie. Como nosotros tenemos a su compañeros, diles que podemos matar a sus amigos si no cooperan, o algo así.
Viki sonrió mientras asimilaba el plan.
—Andando, señoritas.
Héctor detuvo a Viki antes de que se marchara.
—Ten cuidado.
Viki le respondió con un beso rápido.
—Lo estaré.
Sin más palabras, las tres se alejaron hacia su peligrosa misión mientras la batalla y la tormenta arreciaban.
Erika fue al lugar y ella lideró la conversación, primero fue amable.
—Debido a las circunstancias, vengo en son de paz y rugo por su ayuda.
Bórrbari se burló de ella.
—¿Por qué tendría que hacerlo?
Erika cambió el rumbo de la conversación, mientras mantenía una sonrisa amigable, pero una voz amenazaste, dijo:
—Por favor, no queremos que Domingo le pase algo grave, o que Katya pierda algo más que solo los ojos, sería muy, pero muy malo. Ni hablar de Marcelo y Daniela, no queremos que pierdan sus extremidades accidentalmente.
Los baris se pusieron a la defensiva.
—¿Te atreves amenazar a un bari?
—¿Yo? Jamás, no querría eso, no señor —dijo ella con sinceridad (mentira)—. Solo quiero que me ayuden a que no les pase nada a sus acompañantes, me dolería mucho que eso pasar, y más cuando no pueden hacer nada sin nuestra ayuda.
Los ojos de Erika brillaron y miró a Dessbari.
—Eh, yo que usted no haría eso señor, no queremos que su huésped pierda una mano tan pronto ¿Verdad?
Erika le dio una sonrisa y continuó, mirando a Bórrbari.
—Es cierto que son más fuertes, pero seguro se dieron cuenta que no pueden marcharse porque, mi pa... mi amigo esta siendo controlado por algo malicioso, cerrando su salida y la nuestra.
Sus amgas no podían creer la gran mentira que estaba diciendo.
—Pueden ayudarnos para salir de aquí, aplazaremos este conflicto por el bien de sus huéspedes después de todo ¿No les preocupa también su vida?
Erika había atacado justo en el blanco, pues notó como Bórrbari gritó de desesperación cuando pensó que iba a pasarle algo malo a su acompañante.
Mientras tanto. Hammya volvió a observar a Odadnac, que seguía en su lucha con Amabaray.
—Resiste un poco más —murmuró para sí misma.
—¿Qué estás planeando, señorita? —preguntó Anzor, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
—Traer a Europa.
Todos los presentes voltearon a verla, incrédulos.
—Es solo una teoría, pero si logramos conectar ambos mundos, la señal de sangre debería devolverle los recuerdos a ambas. Después de todo, ella nunca renunció a Europa. Solo huyó y le borró la memoria.
Tínbari, al escuchar esto, pareció recobrar la compostura.
—Eso tiene sentido. La razón por la que un Bari no puede renunciar es porque ambos deben estar de acuerdo. Si el trato sigue vigente, cualquier magia perjudicial en el portador se anula por completo.
Declan frunció el ceño, visiblemente irritado.
—¿Y cómo sabes eso?
—Te lo explicaré después... Perdón, se los explicaré después —respondió Hammya, bajando la mirada antes de alzar la voz con determinación—. ¡Ahora, salvemos a Candado!
—¡Por supuesto! —exclamaron todos al unísono.
Cada uno se apresuró a cumplir su tarea. Héctor y Lucas empezaron a construir un portal con lo que tuvieran a mano. German, Andersson, Anzor y Declan vigilaban a los prisioneros, asegurándose de que no escaparan ni causaran problemas. Walsh, Pio y Clementina ayudaban a Matlotsky con la construcción, mientras que Pucheta y Liv permanecían en alerta, listos para intervenir si las negociaciones con los Baris salían mal.
Hammya, desde una zona elevada, observaba con atención a las tres chicas que intentaban negociar con los Baris.
—Espero que todo salga bien —suspiró Pucheta, nervioso.
Viki volteó, alzó la mano izquierda y formó una V con los dedos.
—Victoria —celebró Pucheta con entusiasmo.
—Aún no —interrumpió Hammya fríamente, con la mirada fija en la escena.
Finalmente, los Baris se separaron de las chicas y avanzaron para interrumpir la pelea entre Odadnac y Amabaray.
—Vamos —ordenó Hammya, sin perder tiempo.
Tras unos minutos tensos y agotadores, la máquina estuvo lista gracias a la velocidad de Matlotsky y la colaboración de los demás.
—Tenemos que terminar con esto ya —dijo Hammya.
—¿Funciona? —preguntó Anzor, dubitativo.
—Ni idea. Hay que probarla —respondió Héctor mientras hacía un gesto para que todos se alejaran del artefacto, que parecía una puerta metálica cubierta de engranajes y cables.
Lucas se preparó junto al panel de control improvisado.
—Tres... dos... uno... ¡Cero! —presionó el botón con decisión.
El artilugio emitió un ruido ensordecedor, acompañado de chispas que se dispersaron por el aire. Un remolino azul comenzó a formarse en el centro, girando con velocidad creciente.
—¡Vamos, vamos, vamos! —rezaban Lucas y Héctor al unísono.
De repente, con un destello cegador, el portal se estabilizó, conectando con lo que parecía ser un laboratorio lleno de herramientas y maquinaria avanzada.
—¿Chicos? ¡¿CHICOS?! —exclamó Nelson, sorprendido al ver la conexión desde su laboratorio.
—Puta madre soy un genio —dijo Lucas sorprendido.
—No, somos—corrigió Héctor.
—Hola, anciano —lo saludó Hammya una expresión seria.