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Candado (La boina azul) [spanish]
LA HISTORIA DE COTORIUM

LA HISTORIA DE COTORIUM

Llegó la tarde y Candado se estaba preparando para que Nelson lo viniera a buscar. Como él había aceptado el contrato que le propuso el anciano, este le dijo que se preparara, porque lo iba a ir a buscar. Claro que Clementina y Hammya no sabían de este encuentro. Tanta era la curiosidad de estas dos que lo espiaban en todos sus movimientos. Pero, como Candado era muy observador y perceptivo, él ya sabía que lo estaban espiando, por eso él les daba falsas pistas, como mirar el techo por más de diez minutos, caminar en círculos, mirar su reloj por casi dos minutos o hablar cosas sin sentido. Incluso Tínbari, quien lo estaba observando, no entendía lo que estaba haciendo.

—¿Eh?, me parece que estás solo en la cancha —dijo Tínbari. Candado se había molestado por este comentario, tanto que decidió aclararlo. Pero, para que las dos entrometidas lo escucharan, comenzó a hablar mentalmente con Tínbari.

—No molestes, pedazo de basura, no ves que estoy tratando de despistar a esas dos.

Tínbari se dio vuelta y vio a las dos escondidas detrás de la puerta.

—Ah, ahora lo entiendo, sí que los humanos son chismosos.

—Eso sería grandioso si fueran humanas.

—Cierto, una es un robot y la otra es de raza desconocida, qué tonto.

—Cállate, Demonto, fuiste un humano una vez.

—Sí, alguna vez fui un asqueroso y débil humano, pero eso ya pasó —aclaró Tínbari.

—No insultes a la raza humana, estúpido.

—Ah bueno, lo que tú digas.

—Tú y yo tendremos mucho de qué hablar una vez que termine la reunión con Nelson —dijo Candado mientras se acomodaba la corbata.

—Sí, sí, sí, lo que tú digas, Candado —dijo Tínbari de forma despreocupada. A Candado le molestó que Tínbari le hablase de esa forma, como si él se estuviese burlando, pero cuando Candado estaba por reprocharlo, desde su ventana pudo ver un auto justicialista de color celeste del año de Juan Domingo Perón.

—Debe ser una broma, esos autos ya no se fabrican más en este país —murmuró Candado.

—Ja, yo tenía uno cuando era humano —argumentó Tínbari.

—Espera, ¿esas dos ya no están en mi puerta? —preguntó Candado.

Tínbari se asomó para ver si las niñas no lo estaban espiando, pero resultó que ellas se habían cansado de seguir viéndolo hacer cosas sin importancia y se habían ido.

—No, ya se fueron —dijo Tínbari levantando su mano derecha.

—Bien, es la hora —dijo Candado mientras abría la ventana.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tínbari.

—Bajaré por esta parte —contestó Candado.

—Ah, buena suerte entonces —dijo Tínbari.

—Pero yo no dije que bajaría solo, no señor, tú me ayudarás a bajar.

—¿Estás loco? Si lo hago, parecerá que estás flotando, ya que tú eres el único que puede verme, exceptuando a tus amigos, claro.

—No me interesa, ¿acaso no puedes transportarme o qué?

—Ah, tienes razón, puedo hacer eso, ¿pero por qué abriste la ventana?

—Para mostrarte, pedazo de imbécil, a dónde quiero que me lleves —dijo Candado señalando el auto.

—Bueno, tus deseos son órdenes —dijo Tínbari. El demonio se acercó a Candado y tomó su mano con una sonrisa.

—Cierra los ojos, porque esto podría dejarte ciego.

Candado no preguntó nada, pero cerró los ojos tal cual como se lo pidió Tínbari, y, en un abrir y cerrar de ojos (metafóricamente) apareció dentro del auto. Cuando él estaba dentro, abrió lentamente los ojos y vio a Nelson que lo miraba sorprendido. Luego miró el asiento de atrás, donde estaba Tínbari recostado y saludándolo.

—Estaré aquí si me necesitas, ¿de acuerdo?

Luego Candado volvió a mirar a Nelson por segunda vez.

—Nene, las personas normales salen por el portón de sus casas e ingresan al auto abriendo esa puerta que está a tu costado —dijo Nelson.

—Bueno, pero era la forma más factible de salir sin que me notaran.

Nelson no dijo nada más y puso en marcha el coche. Candado miraba a su alrededor asombrado. Un auto justicialista, casi nadie tiene uno de esos, y si lo tienen, está en los museos. Así que Candado se animó y preguntó.

—¿De dónde sacaste el auto?

Nelson sonrió y dijo.

—Tengo este auto hace más de cincuenta años, papá —dijo Nelson.

—¿Cómo es eso? El justicialista se dejó de fabricar en 1955 con el derrocamiento de Perón, ahí le cambiaron el nombre, el color incluso su estructura.

Nelson comenzó a reírse a carcajadas y contestó.

—Parece que sabes de historia

Luego contó que al parecer su padre compró el auto en 1952 y lo regaló cuando cumplió diecisiete años. Desde entonces lo ha utilizado. Su papá trabajaba como profesor en una escuela en Buenos Aires cuando pasó el derrocamiento del general, fue despedido por ser peronista, y de tener un buen empleo pasó a trabajar de cajero en los supermercados de esa época, cobrando una miseria. Nelson no conoció a su madre, y él siempre se echaba la culpa de no haber evitado su muerte. Por esa razón, siempre fue atento Nelson, comprándole todo lo que le pedía, incluso el coche. Cuando tenía diez años, le dijo que cuando sea mayor se compraría un auto, pero su padre dijo que no, y le prometió que él lo compraría cuando cumpliera diecisiete, y fue así, cumplió su promesa, le regaló su auto, y eso lo dificultaba mucho a él, ya que su empleo le quedaba muy lejos y necesitaba el coche para ir a su trabajo. Y que varios años después lo conservó porque su padre lo regaló esto cuando él no tenía nada. Jamás olvidará su sonrisa cuando se lo dio.

—Guau, es increíble que hayas guardado el regalo de tu padre por más de cincuenta años.

—Sí, un hijo jamás olvida a su padre, no importa la edad que tenga.

—Bueno, basta ya de cháchara. ¿A dónde se supone que vamos?

—Iremos a una casa que a lo mejor, conoces.

—¿A dónde?

—A la mansión Peñalosa.

—¿Qué? Esa casa ha estado abandonada por casi cuarenta años, nadie vive allí.

—Es cierto, nadie, pero esa propiedad le pertenece a la empresa C.I.C.E.T.A. En 1989, por esos años del fin del gobierno de Raúl Alfonsín.

—¿Qué es C.I.C.E.T.A.?

—Centro de Investigación Científica Especialista en Tecnología Avanzada, o para hacerlo más corto, Laboratorios Ciencia Blanca, L.C.B.

—Ahhh, ¿y qué es eso?

—Es donde trabajaba tu abuelo, o mejor dicho, el fundador de los Laboratorios C.I.C.E.T.A.

—Pero, ¿qué es ese lugar?

—Je, ya lo verás.

No dijo nada más; Nelson se mantuvo en silencio durante todo el viaje con una sonrisa en el rostro. Esto resultó algo incómodo para Candado, pero para Tínbari era algo divertido. De hecho, no le importaban las consecuencias, ya que para él, mientras la vida de Candado no estuviera en riesgo, todo estaría bien.

Tardaron aproximadamente cuarenta y cinco minutos en llegar a la mansión Peñalosa. Curiosamente, esta casa enorme estaba en las afueras del pueblo. El auto se estacionó frente a las puertas de hierro de la casa. Nelson se bajó del auto y entró en una cabina que estaba cerca de la puerta. Una vez dentro, la puerta se abrió; casi daba la impresión de que se había abierto por sí sola. Nelson salió de ese lugar sonriendo y regresó al coche sin decir nada.

El auto pasó a lo que se podría llamar jardín, ya que estaba invadido por la naturaleza. Las enredaderas cubrían casi la mayor parte del muro, incluyendo la casa. Se estacionaron frente a las enormes puertas. Era como si fuera la Casa Rosada, pero esta era de color rojo, bueno, o eso parecía, ya que nadie la había pintado por mucho tiempo.

Candado y Nelson se bajaron del auto y se dirigieron a la entrada de la casa. Nelson se detuvo y golpeó la puerta. Candado lo miraba como si estuviera loco. La casa estaba maltratada, sucia y llena de telarañas. Daba la impresión de que nadie había vivido allí. ¿Quién contestaría? Sin embargo, la puerta se abrió lentamente, y de su interior se manifestó el rostro de un anciano. Este lo miró y dijo:

—Llegas justo a tiempo, Torres.

—Genial, ya ves que no soy impuntual —dijo Nelson.

El anciano miró a Candado.

—¿Este muchacho es el nieto de Alfred?

—Sí, lo es —contestó Nelson.

El señor abrió la puerta y los invitó a pasar. Candado seguía a Nelson con la guardia alta, ya que no confiaba en la posible gente que viviera allí. Con la mano tras la espalda, sostenía su facón. Nelson, quien sabía que Candado estaba inquieto, le dijo:

—No te preocupes, no te harán daño.

Esas palabras calmaron un poco a Candado, y el anciano logró que él bajara su mano de su facón.

Caminaron por unos segundos más por el pasillo casi iluminado hasta llegar a una sala con una iluminación total. En ella había un grupo de seis personas, todas ellas de la tercera edad.

Candado se paró en el centro de esas personas, mirándolas a todas ellas y con Tínbari observándolo en el aire, preparado por si uno de ellos se disponía a atacar a Candado.

—Muy bien, chicos, esta persona es el hijo de Alfred —dijo Nelson.

—Nieto, Nelson, nieto —aclaró Candado.

—Es una forma de hablar.

Las personas se miraron entre sí y comenzaron a sacar sus conclusiones. Nelson puso su mano en el hombro de Candado y le señaló un asiento. Candado se dirigió a ese lugar y se sentó.

—Damas y caballeros, creo que es hora de presentarse —aconsejó Nelson.

Una de las personas se levantó y se presentó.

—Hola, mi nombre es Bruno Gómez, tengo 76 años y represento al Gallo.

Bruno tiene el cabello negro con canas blancas de su frente para atrás, tiene los ojos verdes claros, lleva un bigote herradura oscuro perfectamente recortado y viste una ropa de general militar verde con medallas en su pecho.

Poder: Tiene la capacidad de levantar a alguien con su mente y puede crear diamantes como escudo.

Habilidad: Ninguna, es bueno en todo.

—Hola, soy Miguel de Casas, tengo 54 años y represento al Ñandú.

Miguel: A pesar de su edad, aún tiene el cabello rubio. Sus ojos son marrones, y lleva un parche en el ojo con una cicatriz que sobresale de aquella herida. Viste pantalones blancos de vestir con botas oscuras, una gabardina negra que le llega hasta las rodillas y una camisa gris con una corbata roja.

Poder: Control del fuego blanco, capacidad de metamorfosis, vuelo, velocidad sobrehumana (incluso superando la velocidad de la luz) e invisibilidad.

Habilidad: Habilidades desconocidas.

La tercera se presentó.

—Soy Elsa Buttón, tengo 70 años y represento al Lince.

Elsa: Tiene el cabello blanco, y su edad no es evidente en su apariencia. Sus ojos son de colores extraños, uno es verde y el otro azul. Lleva un collar de perlas rosado y viste con pantalones marrones oscuros, zapatos de tacón aguja y una camisa de mangas cortas celestes.

Poder: Tiene la capacidad única de imitar o copiar los poderes y habilidades de sus enemigos y amigos.

Habilidad: Habilidad de copiar a los demás.

El cuarto se presentó.

—Hola, ya todos me conocen, pero no me molestaría presentarme de nuevo como cuando era joven. Soy Simón Garmendia, tengo 65 años y represento al León Rojo.

Simón: Originalmente de Canadá, su cabello es rojo y sin canas. Sus ojos son oscuros y usa anteojos de descanso. Viste un traje elegante gris de pies a cabeza con una corbata azul y tiene una barba grande y roja que lo hace parecerse al filósofo Karl Marx. Siempre está feliz, lo cual se debe a un evento traumático de su niñez, cuando sus padres fueron brutalmente asesinados frente a sus ojos. Esto desató un poder interno incontrolable, relacionado con sus emociones, como la tristeza, el enojo, el miedo y otros.

Poder: Desencadena una sed de sangre incontrolable al experimentar sentimientos intensos como tristeza, enojo o miedo. Nadie sabe exactamente en qué se basa su poder, excepto Nelson.

Habilidad: Capacidad para reparar cualquier objeto tecnológico.

La quinta se presentó.

—Hola, soy Aldana Serpiente, tengo 70 años y represento a la Tortuga.

Aldana: A pesar de su edad, parece tener veinte o treinta años. Su cabello es largo y negro, sus ojos son oscuros, su piel es morena y lleva un cristal rojo en forma de diamante en su frente. Usa anteojos negros y se viste de manera formal con prendas de hombre en tono verde claro, acompañado de una corbata rosada.

Poder: Su habilidad está relacionada con la vida y la muerte. Es longeva y puede arrancar el alma de un humano con sus manos. También puede crear ramas y raíces desde sus manos.

Habilidad: Es experta en ataques sorpresa, trampas y otras habilidades estratégicas.

La sexta y última se presentó.

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—Bueno, es mi turno. Mi nombre es Rosa Pasturúti, tengo 50 años y represento a la Paloma.

Rosa: Viste un traje oscuro de pies a cabeza, con una capa que más parece de gas. Está envuelta en humo negro que la rodea, y su rostro permanece oculto, aparentando ser joven.

Poderes: Desconocidos.

Habilidad: Desconocida.

Cuando todos se presentaron, Nelson dio un paso al frente y dijo.

—Bien, damas y caballeros, hoy Candado se dispone a unirse a nosotros en la captura de Greg.

—Esperen, aquí falta el armadillo —dijo Candado.

—Es que el armadillo era tu abuelo, y como verás, él está muerto —dijo Bruno.

—Gracias, cambiando de tema, ¿Quiénes son ustedes y qué relación tenían con mi abuelo?

—Nosotros somos, o más bien, éramos amigos de Alfred —contestó Miguel.

—Yo era su amante clandestina —agregó Aldana.

—Cierra la boca —ordenó Bruno.

—Verás, también trabajamos aquí alguna vez, fuimos y seguimos siendo científicos —dijo Nelson.

—Excepto nosotros, solamente éramos guardias de seguridad —dijo Bruno y Simón.

—Bueno, algunos como ves no tenían madera para la ciencia —dijo Nelson en tono de burla.

—¿Por qué estoy aquí? —preguntó Candado.

—Para que sepas la historia de Cotorium y de por qué los humanos tienen poderes —dijo Miguel.

—Bien, ahora esto se puso muy interesante y me gustaría saber este tema.

—Bueno, ya puedes manifestarte, Slonbari, el dios de la vida —dijo Nelson golpeando el suelo con el bastón.

En ese momento, las ventanas y puertas se cerraron por sí solas, y en medio de la junta, un vapor blanco emergió del suelo y fue creciendo lentamente hasta que se mostró una figura inhumana pero hermosa frente a Candado.

—Buenas tardes, soy Slonbari, el Bari de la vida.

Slonbari: Tenía una piel muy pálida y carecía de ojos; en su lugar, llevaba unos lentes oscuros. Poseía una nariz perfecta, y su cabello cambiaba de color continuamente, al parecer, según su humor, pero podría decirse que su cabello original era blanco. No tenía piernas, de su cintura para abajo emanaba un vapor gris constantemente. Vestía una sotana negra con una cinta blanca en el cuello, y tenía manos de madera. De su espalda salían dos alas blancas y hermosas.

—Bien, ¿qué se supone que fuiste antes? —preguntó Candado.

—Yo fui un sacerdote en la iglesia de España, hace más de ochocientos treinta años. Por querer ayudar a los demás preparando medicinas, fui condenado en la hoguera por mis propios hermanos, pero una luz divina transformó mi cuerpo y huí de ese lugar.

—¿Cómo te llamabas? —preguntó Candado.

—¿Nombre? Hace mucho tiempo que lo olvidé.

—Bueno, ¿cómo perdiste tus ojos, don? —preguntó nuevamente Candado.

—Me los sacó mi padrastro antes de que me quemaran, acusándome de haber violado a mujeres.

—Perdón, si te ofendí.

—¿Ofenderme? Jajajaja, no lo hiciste. De hecho, tú eres la primera persona que me pregunta estas cosas, además de Alfred. Pero basta de hablar de mí, siento la presencia de un amigo detrás de vos.

Candado miró atrás de su espalda a la defensiva, tanto que sacó su facón.

—Jajajaja, no, hijo, no es un enemigo —dijo Slonbari riéndose.

En ese momento, Tínbari se presentó manifestando un humo negro al frente de la sala, dejándose ver por todos los presentes en aquella sala.

—¿Hablas de mi cuervo? —preguntó Tínbari.

—De hecho, sí lo hacía. ¿Cómo has estado todo este tiempo, padre de la muerte? —preguntó Slonbari.

—Me halagas. Es increíble que alguien como tú pregunte por mi estado.

—No sé, pero me parece que se están peleando con indirectas —comentó Nelson.

—Cállate, anciano —continuó con—. Todavía queda algo pendiente entre nosotros dos, Slonbari —dijo Tínbari mostrando sus garras.

—Alto, Tínbari, te ordeno que pares. No estamos aquí para pelear.

—Je, lo que digas, Candado.

El demonio cesó su disputa y volvió detrás de Candado.

—Bien, creo que tienes algo que contarme, así que hazlo —dijo Candado.

Slonbari aclaró su garganta y comenzó a contar.

Cotorium, toda la vida en el universo se originó en aquel planeta. Hubo alguna vez un gulant (único, en el idioma de los Bari) cuyo nombre era Keplant. Era el único ser vivo del Úzergluk (Vacío, en el idioma de los Bari), así se llamaba antes el universo. Keplant cuenta que es un lugar sin color, silencioso, tenebroso y sin vida. Siempre se preguntó: "¿Por qué existo? ¿Cuál es mi propósito?" Entre otras cosas. Pero una vez, mientras estaba jugando con su medallón, accidentalmente creó una estructura parecida a la de una piedra, lo que llamó poderosamente la atención, tanto que durante toda su vida trató de manejarlo, creando cosas. Hasta que creó un planeta, que en ese momento no tenía nombre. Keplant se paró en él, lo recorrió por completo, pero estaba vacío, no había vida. Siguió, siguió y siguió, buscando la solución a su curiosidad, de cómo funcionaba su collar, mordiéndolo, pateándolo y golpeándolo. Hasta que creó un sol, le dio otro golpe y creó agua, le dio tres golpes y creó vegetales, le dio cuatro golpes y creó un río. Cuando iba a dar un quinto golpe, su collar se destruyó y se convirtió en una especie de polvo violeta, el cual inhaló accidentalmente. El polvo entró a su cuerpo, y después de que él hiciera eso, de su mano salió una llama violeta, con la que creó el cielo y las nubes. Keplant se emocionó tanto que comenzó a recorrer el planeta que él mismo había creado, volando por los aires usando su poder y creando montañas, ríos y mares. Hasta que se concentró en el centro del planeta, donde concentró toda su energía en ese punto y creó un árbol inmenso, que fue la primera vez que creó vida. El árbol creció hasta llegar a las nubes, y cuando sus ramas tocaron el cielo, comenzó a llover. Keplant se alegró y lloró al ver esa escena conmovedora.

Ya cuando era adulto, vio que del árbol comenzaron a caer nueve frutas extrañas, de su interior, salieron bebés, cinco mujeres y cuatro varones. Keplant los crió y los llamó: Sedbil, Pander, Roobóleo, Benst, Arús, Lícata, Venezy, Hammya y Sagarina.

—Espera, ¿Hammya? ¿Estás seguro? —preguntó Candado.

—Sí, Hammya es la diosa del planeta Coleriam. ¿Por qué?

—Nada en especial. Podrías adelantarte unos años, por favor. No tengo todo el día —dijo Candado.

—Bueno, lo haré. Resulta que Cotorium, en este momento, está en guerra. La resistencia Roobóleo está contra la alianza de los Zodian —dijo Slonbari.

—¿Y qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó Candado.

—Mi niño, tiene mucho que ver, porque tú tienes los poderes del dios Keplant, o en otras palabras, la sangre de Keplant, y Pullbarey, el líder del Zodian, está en este planeta buscando el poder que tú tienes. Si Pullbarey llegase a matarte y arrebatarte los poderes de Keplant, los usaría para ganar la guerra y será imparable. El mundo… no, el universo entero estará bajo el dominio de una sola persona, él.

—¿Está aquí, verdad? Díganme dónde está y acabemos con esto —dijo Candado, mostrando su puño flameante.

—Es digno de elogios tu valentía, pero no va a ser fácil. Pullbarey es muy peligroso para cualquier humano —dijo Slonbari.

—Yo no soy cualquiera, tengo un nombre y apellido, ¿sabes? Y es Candado Ernést Barret.

—Él te está buscando, procura no morir, por ahora eres débil ante Pullbarey —dijo Slonbari.

—Me adiestré en la caja de la muerte de Tínbari y sobreviví, yo no le temo a nada ni siquiera a la muerte —dijo Candado con una expresión fría en el rostro.

Aquella mirada de Candado comenzaba a inquietar a Slonbari. A pesar de que no podía ver, podía sentir el escalofrío de la mirada del muchacho recorriendo todo su cuerpo. Era la primera vez que un Bari se asustaba de un ser humano.

—¿Aterrador, verdad, Slonbari? —preguntó Tínbari de manera soberbia.

—¿Y bien, dónde está? —reclamó Candado.

—Yo… no lo sé con seguridad, pero sé que ya está en este país —dijo Slonbari.

—Bien, una vez que lo encuentre, lo mataré —dijo Candado.

—Escucha bien lo que te voy a decir, Candado. No podrás matar a Pullbarey todavía, porque él ha poseído a un mortal. Tú no podrás matarlo, pero sí debilitarlo, ya que su cuerpo original está en Cotorium, y con la tecnología humana, tardarías setecientos millones de años en llegar a ese planeta.

—Bien, ¿entonces cómo lo hago? —preguntó Candado, apagando su flama.

—Teletransporte —dijo Miguel.

—¿Eh? Eso es imposible, no hay aparato que pueda realizar eso —dijo Candado.

—Claro que lo hay —dijo Nelson mientras ponía su mano en el hombro de Candado.

En ese momento, Aldana sacó de su bolsillo una esmeralda grande y dijo:

—Esto es la clave para que te podamos llevar a ese planeta, pero tardará un tiempo en brillar.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Candado.

—Bueno, hoy es 10 de marzo del 2013, ¿verdad? Así que unos 3650 días —dijo Aldana.

—¿Diez jodidos años? —exclamó Candado.

—Sí, podría ser —dijo Aldana.

—Tienes tiempo todavía. Mientras esperas esos diez años, podrás prepararte —dijo Slonbari mientras se desvanecía.

—Ja, parece que la reunión terminó —dijo Tínbari.

—Pensé que alguien sería algo "solidario" conmigo, pero me parece que no —dijo Candado.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Nelson.

—Es sencillo, mi vida es algo difícil. Como si fuera poco estar en el ojo de la tormenta con dos grandes súper potencias, tanto los gremios como los circuitos, y ahora no solo tengo que lidiar con los F.U.C.O.T., sino que también tendré que pelear con alguien que está al otro extremo de la galaxia. ¡Oh, vamos! Sé cómo piensan ustedes: "Oh, miren aquí tengo una misión casi suicida, ¿qué vamos a hacer? Ya sé, se la vamos a entregar a Candado, él seguro la va a cumplir, después de todo, solo es un niño sin vida social, arruinémoslo, porque después de todo, a él no le importará".

—Bueno, Candado, no todo lo harás solo; tendrás nuestra ayuda —dijo Bruno.

—Claro, no es porque sea soberbio ni nada por el estilo. ¿Pero ustedes no están algo "mayores" como para hacer estas cosas? —preguntó Candado.

—Seremos ancianos, pero no inútiles, chico —continuó Bruno—. Bueno, camaradas, es hora de retirarnos todos, después de todo, la reunión terminó.

Cuando todos escucharon eso, se levantaron y se dirigieron a la puerta de salida. No sin antes despedirse de Candado con un apretón de manos y elogiando a su abuelo. Cuando Nelson era el último en salir, miró a Candado y preguntó:

—¿Pasa algo, Candado? Todos ya se han ido.

—Ve tú, yo me quedaré un rato, ¿sí? Después de todo, quisiera admirar la casa un poco —dijo Candado.

—De acuerdo —afirmó Nelson.

Nelson hizo lo que había dicho, se fue, pero dejó la puerta abierta para que Candado pudiera irse. Mientras tanto, él comenzó a hablar con el aire.

—Veo que no te has ido del todo, Slonbari —dijo Candado.

En ese momento, el Bari de la vida emergió del suelo con un vapor blanco que lo envolvía.

—¿Qué me delató? —preguntó Slonbari.

—Nada, solo hablé porque sí. Ni tenía idea de que vos estabas aquí —dijo Candado.

—Bueno, funcionó. ¿Qué quieres de mí entonces? —preguntó Slonbari.

—Quiero que me termines de contar la historia de ese planeta, por favor —dijo Candado.

—Bien, parece que te intrigó saber más de mi mundo, de acuerdo, lo haré.

—Muchas gracias, Slonbari —agradeció Candado.

Luego continuó.

Después de que Keplant criara a esos niños como sus hijos, del cielo cayó una nave pequeña. De ella salieron personas. Keplant escondió a los niños y se acercó a las personas que salían de esa pequeña nave. La gente comenzó a hablar entre sí, y esto ayudó a Keplant a aprender su idioma a la perfección. Se acercó a la gente camuflándose como uno de ellos, y esa estrategia lo llevó a conocer a los líderes de esa multitud. Sus nombres eran Cot, Orux y Orium; estas tres personas eran los líderes de aquellas personas. Vio cómo los líderes ayudaban a su gente, les daban comida, agua y protección. Entendió que si ellos ayudaban a los suyos, por qué no ayudarlos también. Así que decidió acercarse a los líderes, no como infiltrado, sino como él realmente. Al principio, creían que él era una amenaza, pero cuando habló con los líderes, dejaron de creer eso. Keplant les dijo que el mejor lugar donde podían abastecerse era bajo el árbol más grande del planeta. Los líderes lo escucharon y aceptaron, dándole una gema blanca en símbolo de amistad. Keplant los guió por los bosques con su flama violeta, y el camino fue largo, pero por fin habían llegado al lugar prometido por Keplant. Estaban encantados con él por haberles dado un hogar en su casa, y él dijo que se sentía feliz por conocer a otros además de sus hijos. Claro, ellos también jugaban con los demás niños de esas personas.

Hubo paz y prosperidad en el planeta por varios años. No sé cuánto exactamente, pero calculo que unos tres mil o cuatro mil años por los datos que cuenta. Pero esa paz comenzó a apagarse lentamente. El hermano menor, Orux, se había dado cuenta de que el árbol donde estaba era poderoso y que emanaba una inmensa magia de su interior. Un día él se reunió con sus hermanos y les propuso cortar el árbol, pero ellos se negaron. Dijeron que este árbol le pertenecía a Keplant y que fue él quien les dio un lugar para poder crear su ciudad y que también les dio permiso para talar los bosques si necesitaban de ellos, pero bajo ninguna circunstancia podían cortar aquel árbol. Orux se sintió ofendido, tanto que abandonó a su gente para recorrer el planeta, y esa fue la última vez que se vieron.

Las cosas habían mejorado. Los hijos de Keplant habían crecido y se habían convertido en adultos. Sin embargo, Keplant no había cambiado en nada, solo se había dejado crecer la barba. Por si fuera poco, él seguía creando planetas en toda la galaxia. Además, había creado tres planetas más, cuyos nombres hoy en día son: Elerk, Coleriam y Naturian. Mientras Keplant estaba ocupado creando planetas, sus hijos esparcían sus conocimientos por toda la ciudad.

Una noche, después de cien años, volvió Orux, pero no solo. Lo acompañaba un ejército de monstruos con cuerpo de piedra, con la intención de tomar el árbol por la fuerza, sin importarles que gente inocente muriera en el proceso. Orux asaltó la ciudad, matando a su propio pueblo y destruyendo todo a su paso. Fue una masacre, hasta que en la cima del árbol, Orux y sus hermanos pelearon por quién adquiriría el árbol.

En ese preciso momento, Keplant había vuelto de su viaje y vio algo que jamás había visto: la guerra. Llevado por sus instintos de proteger a la gente, destruyó a todos los monstruos con sus poderes y salvó a los ciudadanos. Pero mientras estaba haciendo eso, en la cima del árbol, Orux destruyó una parte importante del árbol, provocando un daño severo a Keplant. Este ya herido, les dijo a todos los ciudadanos que evacuaran, que tomaran sus pertenencias y se fueran de ahí, sin crítica y sin opción. Empacaron todas sus cosas y se alejaron de la ciudad.

Mientras tanto, en la cima, los hermanos peleaban valientemente contra Orux. Hasta que este último dio una estocada mortal al árbol, haciendo que este comenzara a soltar toda su energía de manera brutal y rápida. Orux, que estaba muy cerca del árbol, fue expulsado por esta energía hacia el cielo y terminó muriendo por la caída. Los dos hermanos, doloridos por esta pérdida, sabían que el árbol mataría a toda su gente si no hacían algo. Así que usaron lo poco que les quedaba de su magia para comprimir el gran poder, lo cual lograron. Keplant vio cómo los hermanos se tomaban de la mano, mirándolo a él, agradeciéndole por salvar a su gente. Justo en ese momento, fueron absorbidos por la energía, causando una explosión enorme que destruyó toda la ciudad y los mató. El árbol había desaparecido y, como consecuencia de esto, había dañado a Keplant y a sus hijos. Pero no todo fue dolor, el árbol esparció su magia por todo el planeta, creando y dando poder a todos los ciudadanos e incluso a los hijos de Keplant.

Keplant, levantando su báculo, bautizó el planeta con los nombres de los caídos, "Cotorium", en honor a Cot y Orium. De ahí viene el nombre de ese planeta.

—Interesante, ¿qué pasó con Keplant, los ciudadanos y sus hijos? —preguntó Candado.

—Después de que ocurrió todo eso, Keplant escribió toda esta historia en un libro. Luego, pasó sus poderes a la gema que le habían regalado los tres hermanos y la ocultó en el núcleo del planeta. Poco después, desapareció y nunca más se le volvió a ver. Es considerado, para nosotros, un dios. Sus hijos se dispersaron en nueve direcciones —explicó Slonbari.

Slonbari continuó con la historia:

Roobóleo tomó a algunas de las personas y decidió viajar hacia el norte, creando una ciudad llamada hoy en día "El Lenguaje Roobóleo".

Hammya se llevó a algunas personas al planeta Coleriam, con la intención de que pudieran vivir en paz y libre de guerras.

Lícata se llevó a una gran parte de la población y viajaron al oeste, estableciéndose allí y creando tres naciones: Los Acretios, los Zarrtes y los Ayokiz.

Sedbil y Pander viajaron juntos, llevándose a un grupo de personas con ellos, estableciendo una frontera y creando dos naciones: "Los Sedbil" y "Los Panders".

Arús llevó a su gente a vivir bajo el agua, creando así "La Logia de las Tres Lunas".

Venezi llevó a su gente a las montañas, creando así "Los Tech" y "Los Telf".

Sagarina decidió quedarse y reconstruir la ciudad, creando así "La Ciudad Sagrada", lo que hoy en día es "La nueva tierra Zodian".

Benst se llevó al resto de la gente a las llanuras del planeta, creando así una gran escuela llamada "Benst" por su gran comandante y mano derecha Mit'rell.

Slonbari había terminado su relato sobre los hijos de Keplant y la historia de Cotorium.

—Gracias por el informe.

—Está es la historia que les conté a todos en su momento, y ahora lo hago contigo.

—¿Por qué?

Slonbari sonrió.

—¿Por qué no? Estoy seguro que te servirá.

—...

Slonbari sonrió y se desvaneció sin decir más. Cuando terminó de contar la historia del planeta Cotorium, el atardecer ya se había instalado, y Candado comenzó a salir corriendo de la mansión. Al llegar a la salida de la casa, vio a Nelson recostado sobre su auto, quien le hizo una señal para que se acercara. Candado sonrió y se fue con él, preparándose para regresar a su hogar.

Cuando Candado entró, se encontró con su abuela, Hipólito y Clementina, todos esperándolo en la puerta. Le recriminaron por su ausencia sin previo aviso, y Candado se disculpó por el susto que les había dado.

Finalmente, se dirigió a la cocina, donde encontró a sus padres, su madre Europa y su padre Arturo, junto a Hammya, quien estaba sentada frente a ellos. Sus padres querían hablar con él.

Europa y Arturo le expresaron su preocupación por la decisión de Hammya de quedarse en la ciudad y le pidieron a Candado que les explicara por qué había ocurrido todo eso en un solo día. Estaban ansiosos por obtener respuestas.

—Ay no

Suspiró con desanimo.

La mamá de Candado, Europa Barret, es una mujer hermosa con cabello largo y negro con tonos violetas en las puntas. Su piel es blanca y tiene unos ojos claros e intimidantes. Viste un guardapolvo largo y blanco con un lazo color salmón, pantalón negro y zapatos de taco aguja. En el pasado, ella posee los mismos poderes que su hijo.

—Toma asiento, hijo, tenemos que hablar —dijo el señor Barret de manera seria.

El padre de Candado se llama Arturo. A diferencia de su esposa, tiene el cabello rubio con algunas canas en las patillas, ojos oscuros y piel de tono medio. Tiene una cicatriz en su frente en forma de I vertical. Viste con una camisa celeste de mangas cortas, pantalones jean grises y no posee ningún tipo de poder, pero es hábil en los puños y las patadas.

Candado se sentó al lado de Hammya mientras sus padres le preguntaban acerca de la situación.

—Bien, me gustaría saber ¿Cómo es posible que todo esto haya ocurrido en un día? —preguntó la señora Barret.

—No te entiendo, ¿qué pasó en un día? —preguntó Candado.

—Tu madre se refiere a ella, ambos nos preguntamos "¿por qué se va a quedar aquí?" Me gustaría que nos contestaras —dijo el señor Barret.

—Verán, yo le había hecho una promesa a un amigo mío y tuyo, Ricardo, o mejor dicho "el Rueda," hace ya un tiempo, sólo que no pensé que lo haría en serio —dijo Candado.

—¿Ricardo? ¿Y él qué pinta en todo esto? —preguntó el señor Barret.

—Es que ella es hija de él, no podía negarme. Vos sabes lo que "el Rueda" hizo por nuestra familia —dijo Candado.

El padre de Candado miró a Hammya y, con las manos en la mesa, dijo:

—Veo que eres fan del color verde, pero me gustaría hablar con tu papá, querida —dijo el señor Barret con un tono de delicadeza.

—No, lo siento, no lo podrás ser —dijo Hammya, aún con la mirada baja.

—¿Por qué? —preguntó la señora Barret.

—"El Rueda" murió, tenía un cáncer avanzado —contestó Candado por Hammya.

—¿Cáncer? Se suponía que él se había curado hace mucho tiempo —dijo el señor Barret sorprendido.

—Bueno, yo leí en su carta que...

—¿Carta? Muéstrame, por favor —dijo el señor Barret.

Candado sacó de su bolsillo la carta, toda arrugada, y se la entregó a su padre, este la tomó y la leyó. Después de unos segundos en silencio, el padre de Candado dejó la carta en la mesa y luego de unos segundos comenzó a entristecerse.

—Es su letra, sí es su letra —dijo el señor Barret con lágrimas en los ojos.

Su mujer le tomaba de las manos para apaciguar su dolor. Candado, en cambio, solo miraba a sus padres, Hammya seguía mirando el suelo, pero esta vez, comenzaba a llorar.

Mientras todo eso ocurría, Hipólito y Clementina espiaban desde la cocina.

—Parece como si estuvieran viendo Titanic —dijo Hipólito.

—Cállese, viejo insensible —dijo Clementina.

Después de que el padre de Candado se calmara, se puso de pie, caminó hacia Hammya y, cuando ya estaba cerca de ella, se inclinó, acarició la cabeza de la niña y dijo:

—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

—Bien, eso me quita un enorme peso de encima —dijo Candado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la señora Barret.

—Oh, nada interesante, solo hablo conmigo mismo —contestó Candado.

Después de que el padre de Candado se calmara, se puso de pie y caminó hacia Hammya. Cuando ya estaba cerca de ella, se inclinó y acarició la cabeza de la niña, diciendo:

—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

Hammya miró hacia arriba, sorprendida, y luego asintió tímidamente.

—Bien, eso me quita un enorme peso de encima —dijo Candado.

—¿Qué quieres decir? —preguntó la señora Barret.

—Oh, nada interesante, sólo hablo conmigo mismo —contestó Candado.