Mientras en la Isla se celebraba la aceptación de Liv al Gremio, el líder del Circuito, quien aún estaba en Buenos Aires desde hacía un mes, seguía investigando el asesinato de su amigo. Cada paso que daba lo alejaba más de su objetivo. Guillermo había creado un juego sin jugadores: no lograba encontrar al sujeto que había acabado con su amigo. Cuanto más investigaba, más se privaba de sueño, comida y bebida. A pesar de que Addel intentaba hacerlo entrar en razón, Esteban seguía sin escuchar las órdenes de su compañero.
Las causas se acumulaban sin cesar. Addel informó a Maldonado de la situación, y este rápidamente ordenó abortar la misión. Sin embargo, la respuesta de Esteban fue clara: no volvería al Chaco hasta encontrar lo que había empezado a buscar.
—¡JAMÁS! —gritó Esteban.
—Señor, su estado ha decaído. No ha progresado en la misión ni ha mejorado físicamente.
—Solo... necesito más tiempo, ¿sí? No puedo irme sin haber hecho lo suficiente.
—¿Tiempo? Eso es lo que has estado desperdiciando. Mírate, no has dormido ni comido en una semana. Estás demacrado.
—... No sabes lo que es perder a alguien, ¿verdad?
—Señor, Guillermo también era un gran amigo mío. Si él estuviera vivo, te diría que te detuvieras.
Esteban se rió, pero su risa era triste.
—Si él estuviera vivo, no habría hecho todo esto —dijo mientras se recostaba en la barandilla del edificio—. Mira ahí abajo, son como hormigas.
—Es un edificio en construcción. Creo que deberías alejarte de ahí.
Esteban ignoró a Addel y siguió recostado un poco más.
—Alguien nos traicionó, alguien fue lo suficientemente astuto para traicionarnos. Cuando lo encuentre...
Esteban comenzó a deslizarse por la pared, lo que preocupó a su amigo.
—¡Señor, Esteban! ¡Respóndeme! —dijo Addel con angustia.
Los ojos de Esteban estaban abiertos, pero no escuchaba; el cansancio lo estaba consumiendo. Poco a poco, fue perdiendo la conciencia.
Mientras Esteban se desmayaba en los brazos de Addel, bajo sus pies caminaban dos personas que no estaban en la agenda de su amigo: Krauser, acompañado por Maidana, quien no llevaba su pasamontaña.
—Dios, odio esta ciudad —se quejó Krauser.
—Deja de quejarte —respondió Maidana, bajándose las mangas para ver su reloj—. Mierda, son las 15:39.
—Mira quién habla de quejarse.
—Estoy hasta el cuello con esta tontería, y para colmo tengo que soportar este maldito frío contigo.
—La misión era opcional. Desde que Joaquín volvió al mando, ha estado intentando solucionar los problemas dentro y fuera. Y tú decidiste aceptar la misión.
—Solo lo hice porque nadie más quería tomar los papeles de la mesa. Oye... ¿por qué demonios te estoy contando esto? Mejor dime, ¿qué haces aquí?
—Yo solo quería encontrarme con mi yo viajero.
—Sería increíble ver cómo ese “otro yo” se hace pedazos cuando vea esto —dijo Krauser mientras sacaba una foto de su bolsillo, que terminó en manos de Maidana.
Maidana miró la foto y sus ojos se abrieron con sorpresa.
—¿¡QUÉ ES ESTA PENDEJADA!?
—Es lo que ves. Kruger ha vuelto.
—Odio a esa copia barata, obtusa, odiosa y sanguinaria de Barreto.
—¿Cuál es la maldita diferencia entre tú y él? Ambos son asesinos.
—Nunca me compares con ese perdedor. Pensé que había quedado claro quién de los dos es mejor.
—No me interesa saber quién es mejor, mientras no se crucen en mi camino, todo estará bien.
—Yo...
—Silencio —dijo Krauser, colocando su mano en el pecho de Maidana.
Luego se giró y miró al frente. A pesar de la multitud a su alrededor, notó a un individuo encapuchado.
—Creo que ese es el que hemos estado buscando. Es idéntico al de las cámaras de seguridad.
—Perfecto, ya me estaba aburriendo.
Maidana se colocó su pasamontañas y Krauser se ajustó el sombrero.
—Vamos a seguirlo—Recuerda, no lo mates.
Maidana hizo una mueca y contestó: —Bien, pero déjame disfrutarlo.
Una vez que Krauser ubicó al individuo, comenzaron a seguirlo desde una distancia considerable. El sujeto continuaba su camino sin percatarse de que lo estaban siguiendo. A medida que pasaban por las veredas de la capital, reconstruida tras aquel incidente, la ciudad estaba repleta de policías y militares; la seguridad era muy alta. Los gremiales colaboraban con la presidenta de la nación para proteger a los ciudadanos.
El control hacía cada vez más difícil avanzar; tenían que presentar identificación y nombre en varias ocasiones. Sin embargo, lograron burlar la seguridad repetidamente gracias a su eficacia y, finalmente, pudieron alcanzarlo a tiempo.
Las cualidades del individuo eran extrañas. En ningún momento parecía sospechar que alguien, en este caso, ellos, lo seguía. Al caminar, movía su cuerpo de manera involuntaria, como si tuviera un problema neurológico. A medida que se acercaban más, comenzaron a escuchar los delirios que el hombre murmuraba.
—El techo, el techo, el techo, no hay nada más... No hay nada más en sus corazones, no laten, no se mueven, no sienten compasión... Je... vaya cabeza la mía.
Después de repetir lo mismo más de seis veces, el sujeto dobló hacia la derecha en una calle angosta llena de puestos de vendedores. Krauser y Leandro lo siguieron por ese camino hasta que el hombre se detuvo frente a una casa amarilla, totalmente deteriorada. Golpeó la puerta dos veces: la primera vez suavemente y la segunda con fuerza, dejando en claro que no podía controlar bien su cuerpo.
—Señores, ti, tan, ta, tan, goton, betem, retan, titán, ojos verdes, cabello rojo, Poseidón del cielo, Atlas de los cursore... y el gran T, para los muertos y, y, y, y, pa, pa, pa, para los mu, mu, muer, muertos.
—Paranoico como siempre, pasa de una vez, Paulo.
—¿Paulo? —susurró Maidana.
—¿Lo conoces?
Maidana entrecerró los ojos un momento. —Sí, en el pasado, cuando Dockly y yo éramos amigos, fuimos tras su captura. Es un chico con una mentalidad inestable.
—Entonces...
—Shhh, mira.
La puerta se abrió y Paulo entró. Krauser y Maidana retrocedieron y se ocultaron para trazar un plan.
—Bien, ya lo seguimos y sabemos dónde se esconde. Ahora hay que destruirlo.
—No, creo que sería mejor entrar y escuchar la conversación. Tengo la sensación de que esto todavía no ha terminado.
—Sé claro, Maidana, no te entendí ni una mierda.
—Lo que quiero decir es que hay que espiar la conversación.
—¿Cómo mierda sugieres que hagamos eso?
Maidana sonrió y tomó la forma de Krauser. —Déjamelo a mí —dijo, imitando la voz de Krauser.
Se levantó, recuperó su forma normal, se acomodó la corbata y caminó hacia la puerta. La tocó y se hizo invisible.
—¿Quién es?
—El violador de tu madre.
La puerta se abrió de golpe, y un hombre musculoso salió disparado del interior, corriendo hacia la vereda y mirando en todas direcciones.
—¡¿DÓNDE ESTÁS, HIJO DE PUTA?!
Krauser, oculto, se llevó una mano a la cara. —Qué imbécil —dijo, recostándose contra un muro y mirando hacia donde había entrado su amigo—. Por favor, que no te maten.
El hombre, después de hacer un berrinche, regresó a la casa refunfuñando e insultando. Cerró la puerta, pero al girarse, se encontró frente a Maidana. Este se llevó un dedo a los labios, cubiertos por el pasamontañas, y luego le colocó un pañuelo impregnado de cloroformo en la cara. El hombre, estúpidamente, aspiró con fuerza para tratar de contener la respiración, lo que lo hizo caer inconsciente en los brazos de Maidana.
—Buen bebé —dijo Maidana mientras lo acomodaba en una silla—. Buen bebé.
Tomando su aspecto, estatura, físico y voz, Maidana lo cargó hasta un baño que estaba abierto. Lo sentó en el inodoro, cerró la puerta con llave y colocó un letrero que decía: "Fuera de servicio".
Mientras Maidana estaba de espaldas, una persona se le acercó y le tocó suavemente. Se dio vuelta bruscamente, pero al ver que era Rose, sosteniendo un dibujo en su mano izquierda, se tranquilizó.
—¿Lo asusté?
—Sí, pensé que era alguien más.
Rose miró hacia arriba y sonrió. —Le hice un dibujo, señor Roberto.
—¿En serio? —preguntó Maidana, con tono sarcástico.
—Claro —dijo Rose, levantando la hoja y entregándosela.
Obviamente no era un Van Gogh ni un Quinquela, más bien parecía un Milo. Era un dibujo lleno de rayas que iban de un lado a otro, con colores rojo, violeta, marrón y otro color indescifrable. La figura representada era más bien un círculo con cuatro líneas que salían de él: brazos y piernas, y una sonrisa desproporcionada en el rostro.
Maidana miró el dibujo, confundido, y luego la observó. —¿Cuántos años tienes?
—Tengo nueve —dijo sonriendo.
—Eso lo explica todo —dijo Maidana, llevándose la mano al mentón y mirando el dibujo con detenimiento.
—¿Le gusta?
—Oh, sí, claro que sí.
—Me alegro, le haré otro.
Rose tomó el dibujo de sus manos y salió corriendo. Maidana la observó alejarse y murmuró: —¿Cuál es el chiste de hacerme un dibujo para después quitármelo?
Luego caminó hacia una sala donde varias personas charlaban entre sí. En una esquina, un muchacho de aspecto llamativo estaba recostado contra una pared, jugando con una consola PSP. Al ver acercarse a Maidana, levantó una mano para saludarlo.
—Roberto, qué galán, siempre un casanova —dijo un chico extraño mientras se le acercaba.
—Oh, claro que no, solo soy empleado.
—No seas humilde.
Aquel muchacho tenía la piel hecha de hielo, y vapor salía de su cuerpo lentamente. Llevaba un esmoquin rojo brillante con un pañuelo negro.
—¿Recitando poemas?
—Claro que no.
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—Vamos, Roberto, siempre me das uno.
—Pero hoy me olvidé.
—No te preocupes, nos pasa a todos —luego volteó y miró a su alrededor—, sobre todo cuando alguien como Desza vendrá hasta aquí.
A Maidana se le iluminaron los ojos al escuchar ese nombre.
—No entiendo la mentalidad de ese muchacho. ¿Cuál es el chiste de hacer una reunión aquí, justo en el lugar donde atacó hace unos días?
—¿Desza vendrá hoy?
—¿Acaso eres de memoria corta? Sí, fuiste tú el que pasó la voz a todos los presentes.
—Cierto, lo olvidé —dijo Maidana con una sonrisa cínica.
—¿Cómo puedes olvidarte? Dios santo, no es normal que seas así de descuidado.
—Es que he estado muy nervioso estos últimos días.
—Ya, la verdad es que eso nos pasa a todos. Desde que se enteraron de que Desza dio un golpe fuerte a los Semáforos, nos hemos sentido un poco ansiosos.
—¿De verdad?
—Claro, todo el mundo, bueno, la mayoría soñó siempre con acabar con el linaje de los gremios, y este muchacho, Desza, nos ha dado un incentivo para seguir con esta lucha. Es un héroe.
—Vaya, me gustaría que eso se haga realidad.
—Yo también, Roberto, yo también —luego miró su reloj—. En fin, te dejo, tengo que mandar un mensaje en este momento. Hablaremos después.
Le dio un apretón de manos y se fue del lugar.
Mientras tanto, Maidana, ya habiendo acabado su conversación, comenzó a indagar un poco más por el lugar.
No había muchas personas, de hecho, eran pocas; había doce personas en total, cada uno charlando entre sí. Estaba claro que no se conocían la mayoría, pero Maidana quería saber más de Paulo, el muchacho encapuchado, así que abandonó la sala para buscarlo. Primero, fijó su atención en una puerta cerrada, pero que dejaba ver la luz del sol por debajo. Armándose de valor, tocó la puerta.
—¿Quién es?
—Soy Roberto, el guardia de la entrada.
—¿Guardia? No sabía que teníamos guardia.
—Sí, bueno… es que me dieron la orden de estar ahí.
—Ah… ah, ya sé, ese fui yo. Adelante, pasa.
Maidana se limpió el sudor de la frente y procedió a abrir la puerta.
Adentro, había tres personas. Una era la voz que le había hablado: una mujer de cabello corto rubio, piel morena, ojos marrones, con vestimenta formal de un colegio privado. La otra era Paulo, sin su capucha, con cabello naranja claro, aunque sus cejas eran rojas, y ojos verdes que se mantenían en constante movimiento como si estuviera aterrado. Vestía ropas formales de color celeste brillante, con zapatos blancos, chaqué y pañuelo amarillo. El tercero era un niño, sentado al lado de un inquieto Paulo. Tenía el cabello negro largo, peinado hacia atrás y amarrado en una cola de caballo trenzada. Sus ojos eran completamente negros, como si sus pupilas estuviesen dilatadas al máximo. Vestía una gabardina que le llegaba hasta las rodillas, pantalones y zapatos del mismo color. En sus manos, cubiertas con guantes blancos, había el símbolo de una estrella de cinco puntas con un ojo en el centro.
—Vaya, qué bueno verte por acá.
—Gracias, señora.
—Señorita, tengo quince años.
—Lo siento.
—Siempre me dices lo mismo, es como si...
—¿Podemos seguir hablando de este tema, por favor? —dijo Paulo mientras se rascaba la sien enérgicamente.
—Qué tonta, continúa, amigo —luego miró a Maidana—. Cierra la puerta, Roberto. Es algo privado, no queremos que alguien más nos escuche.
—Bien.
Maidana cerró la puerta detrás de él y se quedó parado frente a ella.
—Como iba diciendo, las cosas pronto se nos escaparán de las manos. Paulo sabe muy bien que estas cosas siempre son así, siempre son las primeras en descontrolarse.
—No hay nada que temer, todo es parte de la causa, y todos lo sabemos.
—Sea de la causa o no, siempre habrá consecuencias, je, je, je. Paulo no es tonto, Paulo es inteligente, sabe muy bien el precio que hay que pagar.
—Deja de desvariar, no pasará nada.
—¿Nada? Eso jamás ocurre en los cambios. Siempre pasa algo, sea bueno o malo, productivo o catastrófico.
—Vamos, no exageres, por favor.
—No puedo calmarme, eh, eh, eh, no puedo calmarme si la situación está peor de lo que parece.
—Sí, la situación es complicada, pero… creo que todo ha quedado claro, o quizá no… tal vez…
—Cierra la boca.
—Ciérrala tú, Sheldon. Ser clon de Candado no te ha servido de nada. Tu padre, el científico Darío, nunca fue…
En ese momento, Sheldon chasqueó los dedos, prendiendo fuego a su dedo índice con una flama azul.
—Ni se te ocurra—sopló su dedo—hablar mal de Darío.
Sheldon siguió leyendo, pero Maidana quedó sorprendido al escuchar la charla. Sheldon era el clon de Candado: sus rostros eran idénticos, la piel y la mirada también. La única diferencia era su cabello largo y trenzado, sus ojos azules y la ropa.
—Todos odiamos a Candado, todos en esta casa. Por eso existimos. Las ideologías de ese muchacho son peligrosas para el mundo. No me importan ni los Circuitos ni los Gremios, sólo él.
—Sheldon, siempre tan puntual.
—La única razón por la que estoy aquí es para encontrarme con Candado... y matarlo.
—Paulo sabe que Sheldon es un rencoroso, siempre persiguiendo a la polilla, je, je, je. Pero Paulo también sabe que es muy difícil derrocar a Esteban. Nadie sabe lo que el G.C.G. está planeando. Son increíblemente poderosos.
(¿El derrocamiento de Esteban?), pensó Maidana, alarmado.
—Sí, Paulo, sé que suena imposible, pero con la mala reputación que tiene Esteban, nada lo es.
—Exacto. Pero Paulo te dirá qué otra cosa es imposible.
—¿Qué cosa?
—Atacar Kanghar. La O.M.G.A.B. es indestructible. Su democracia es más fuerte que cualquier otro estado mundial.
Maidana se alarmó aún más. (No puedo creer lo que están diciendo… ¿atacar la O.M.G.A.B.? ¿Derrocar a Esteban? ¿Qué es todo esto?).
—Por eso existen las alianzas.
—Exacto, pequeño loco.
—Bien, esto queda entre nosotros, ¿de acuerdo?
—Sí, mi niña, entre los tres.
—Pero somos cuatro.
—Él no cuenta —dijo Sheldon señalando a Maidana.
—¿Por qué? —preguntó Paulo.
—Porque es un espía.
—Es ridículo, Roberto es mi tío.
Sheldon sacó una pequeña campana de su bolsillo y la hizo sonar suavemente. De repente, el disfraz de Maidana desapareció, revelando su verdadera identidad.
—Eres bueno, pero no lo suficiente para mí.
Maidana, lejos de intimidarse, decidió actuar con astucia.
—Bravo, señor, pero los asesinos necesitamos estar vivos para compartir esta gloriosa información —dijo inclinándose de forma caballerosa.
Todos se levantaron para atacarlo, excepto Sheldon, que lo observaba con desconfianza. La chica desató cuatro pinzas de acero desde su cintura, y Paulo transformó su brazo izquierdo en una extraña pistola.
—Engañaste a Paulo, je, je. Pero eso se va a arreglar.
—¿Dónde está mi tío? Maldito traidor.
—Está bien, tranquilo—contestó Maidana, alzando la vista con una sonrisa.
Sheldon se alarmó y gritó:
—¡RETROCEDAN!
Maidana sacó una pistola y disparó a Paulo, empujándolo lejos. Luego apuntó a la chica y le disparó en el brazo. Cuando iba a disparar a Sheldon, éste ya estaba a su lado.
—Mierda.
Fue lo único que pudo decir Maidana antes de que Sheldon le diera un fuerte golpe en el abdomen, lanzándolo contra la puerta.
—Sheldon…
—¿Están vivos? —preguntó Sheldon mirando a Paulo y a la chica.
—Paulo se dio cuenta, son electrodos, están afectando mi energía mágica.
—¿Estarán bien?
—Es temporal. Paulo estará bien, al igual que Nina.
—Oh, diablos, esto se verá muy mal en mi expediente —dijo Maidana poniéndose de pie y quitándose astillas de sus ropas.
—¡UN SEMÁFORO! —gritó alguien desde la tribuna.
Maidana tomó su arma y disparó a Sheldon, que esquivó el disparo y le lanzó una silla. Maidana se volvió invisible y la esquivó.
—Oh no, eso no —dijo Sheldon mientras daba un pisotón en el suelo.
Esto hizo que Maidana volara y se estrellara contra el techo, volviendo a ser visible al caer al suelo.
—¿Está muerto? —preguntó una muchacha.
En ese momento, la puerta de la entrada se rompió, y Krauser apareció.
Maidana abrió los ojos, tomó la pierna de uno de los presentes y le dio una descarga eléctrica, dejándolo inconsciente. Se levantó, agarró a Sheldon del cuello y lo empujó, dándole un rodillazo en el estómago.
Krauser corrió hacia su amigo, pegando su espalda con la de él.
—Mal momento para olvidar mi violín en casa.
—Tocas horrible, hermano. Dedícate a otra cosa.
—Bueno, y…
—¡ATRÁPENLOS! —gritó Sheldon, justo antes de recibir un disparo de una de las mangas de Maidana.
—Qué molesto de mierda —dijo Maidana, con el brazo extendido de donde había salido el proyectil.
—Hablemos luego —añadió Krauser mientras se preparaba para el ataque, ajustando su sombrero y mostrando parcialmente sus dientes malévolos.
Krauser desplegó sus tentáculos y sujetó a cuatro de ellos por la cintura, estampándolos contra el muro. Un disparo alcanzó su sien izquierda, lo que hizo que se girara y, con un tentáculo que surgió de su muñeca, tomara al tirador por el cuello y lo arrojara contra la pared.
—Los necesitamos vivos —comentó mientras combatía junto a Sheldon.
—Este es el peor plan que he visto en mi vida.
—Acostúmbrate —respondió Krauser, dándole una patada a un desconocido que venía corriendo hacia él con un cuchillo en mano—. El trabajo siempre es impredecible.
En ese momento, Guz y Jørgen hicieron su aparición.
—¡USTEDES! —gritó Krauser, soltando a los demás y corriendo hacia ellos.
—¡KRAUSER, NO LO HAGAS! —advirtió Sheldon.
Guz, sin moverse, invocó un tentáculo del suelo que atrapó a Krauser por las piernas, lanzándolo por toda la habitación. Su sombrero voló entre los escombros, y Krauser quedó atrapado en el aire por la fuerza del tentáculo.
Maidana, viendo la escena, corrió en su ayuda, pero antes de llegar, Jørgen, con su increíble velocidad, lo atrapó por el cuello y lo estrelló contra el muro, inmovilizándolo.
—Maldito... —jadeó Maidana mientras intentaba liberarse.
Jørgen no dijo nada, sólo lo observaba fríamente con una mano guardada en su bolsillo.
—Vaya, vaya, esto es un auténtico desastre —se escuchó una voz desconocida—. No sé por qué me molesté en convocarlos aquí.
—Esa voz... —murmuró Krauser, petrificado al reconocerla.
Las pisadas se acercaban, cada vez más fuertes, hasta que la figura de Desza se reveló.
—Oh, Krauser.
—¡DESZA! —gritó él con furia contenida.
—Qué tremenda coincidencia encontrarte aquí.
—Cuando me libere, voy a cortarte el cuello —amenazó Krauser.
Desza soltó una risa y observó el lugar con desdén.
—Ustedes dos sí que han hecho un desastre. Miren este sitio, es un asco.
—Señor… —dijo una voz proveniente de la cocina.
Desza caminó hacia allí y abrió la despensa, encontrando a Rose, aterrorizada.
—Oh, mi rosa, ¿qué haces aquí?
—Burton me invitó —respondió la chica, temblorosa.
Desza le extendió la mano y la ayudó a salir de la despensa.
—Ve afuera, tu hermano estaba muy preocupado buscándote —dijo mientras acariciaba su mejilla—. Yo también me preocupé.
Rose sonrió, lo abrazó y salió corriendo hacia la salida.
—Eres un cínico, Harry —dijo Maidana con desdén.
—No lo soy. Sólo soy una persona normal —respondió Desza.
—¿Normal? ¿Alguien que mató a innumerables inocentes durante la travesía en Italia? ¿Eso es lo que llamas normal? Eres un asesino, lo mires por donde lo mires. ¿De verdad creías que… escuelas, hospitales, orfanatos… eran tus objetivos?
—Nadie era inocente, Krauser. A veces, hay que hacer sacrificios.
—Siempre dices lo mismo, pero ¿qué significa? ¿Qué te llevó a matarlos?
—Dios me lo dijo.
—Tú...
—Bueno, basta de discursos. Es hora de actuar.
Indignado por las palabras de Desza, Krauser tomó el tentáculo que lo envolvía, se liberó y le dio una patada en el pecho, empujándolo hacia Jørgen y logrando que soltara a Maidana.
—Es la hora —dijo Krauser, acercándose amenazante a Desza.
En ese instante, la puerta se derrumbó y entraron Dockly y Rŭsseŭs. El primero le voló la cabeza a Krauser, pero este no perdió el control. De su cuello cercenado emergió un tentáculo blanco que golpeó a Dockly en el abdomen. Desza se inclinó rápidamente y lo cortó, haciendo que el tentáculo desapareciera al instante. Aunque Krauser estaba decapitado, de alguna manera seguía luchando contra los que se encontraban ahí.
Por otro lado, Maidana se puso de pie y corrió hacia Desza, pero este lo detuvo con un golpe en el pecho utilizando el mango de su machete.
—Débil —dijo Desza burlonamente.
Maidana reaccionó, sacó un cuchillo que tenía guardado en el bolsillo interno de su traje y se abalanzó sobre él, logrando hacerle un pequeño corte que descendía desde su sien hasta la mejilla.
—No te burles de un rango amarillo, imbécil.
Cambiando de mano el cuchillo, Maidana se lanzó nuevamente sobre Desza. A pesar de que Desza estaba armado con un machete, la rapidez y agilidad de Maidana, quien portaba solo un cuchillo, le daban la ventaja en la pelea. En medio del combate, Sheldon emergió de entre los escombros y corrió hacia Maidana, pero fue frenado por un cuchillo que tenía oculto en su zapato.
—¿Candado? —preguntó Desza sorprendido.
Sheldon intentó fracturarle el pie a Maidana, pero este sacó una pequeña pistola de pólvora y le disparó en el pecho. La bala no fue lo suficientemente fuerte para matarlo, pero sí lo desconcertó. Aprovechando el momento, Maidana giró y le dio una patada en el cuello.
Dockly apareció de repente con su wínchester, corrió hacia Maidana y le apuntó al pecho, pero Maidana desvió el arma con el brazo, provocando que el disparo impactara en el hombro de Sheldon, quien intentaba apuñalar a Krauser, que estaba ocupado luchando contra Jørgen y Guz al mismo tiempo.
Maidana atrapó el antebrazo de Dockly, lo miró a los ojos y, ante la sorpresa de este, cambió de forma, lo que causó una gran impresión en Dockly.
—¿Cómo te atreves, Leandro? —espetó Dockly.
Sin responder, Maidana lo golpeó en el cuello y lo arrojó dentro de una habitación. Tomó el rifle wínchester en el aire y disparó a Guz por la espalda. Jørgen reaccionó de inmediato, corrió hacia él, pero Maidana giró el rifle en el aire y lo golpeó con el mango, haciéndolo caer al suelo.
Desza apareció entonces detrás de Maidana, con su machete en alto, dispuesto a atacar. Maidana frenó el golpe con el rifle, quedando el machete atascado en el arma.
—¡AHORA! —gritó Maidana mientras retomaba su forma.
Krauser saltó hacia Desza, lo envolvió con sus tentáculos y empezó a golpearlo por todo el cuerpo, sus ojos brillando de furia.
—¡HAY QUE MATAR A LA BESTIA! —gritaba Krauser una y otra vez mientras lo bombardeaba con golpes y patadas.
Luego, alzó a Desza por los aires y lo lanzó contra una pared, destruyéndola con su cuerpo. En ese momento, los seguidores de Desza llegaron con furia en los ojos y atacaron a Krauser y Maidana con fiereza.
—¡MALDITOS! —rugió Krauser.
Sacó tentáculos de su espalda y deformó su rostro. Corrió hacia ellos, primero atrapando la mano de Joel y lanzándolo hacia donde estaban su hermana Jane y Rŭsseŭs. Luego, tomó a Azricam por el cuello, amenazando con devorarle la cabeza con su monstruosa boca. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Dockly entró en acción, despeinado y desalineado. Sacó una escopeta de dos tiros de su cintura y disparó, pero erró el tiro. Krauser lo lanzó hacia él, pero Dockly esquivó el ataque, tiró su arma y corrió hacia Krauser.
—¡TODOS! ¡MANIOBRA N°78! ¡AHORA! —ordenó Dockly.
Jørgen apareció desde los pies de Krauser y le dio un puñetazo. Luego, Dockly saltó al aire con sus manos en alto. Al verlo, Jane sacó su espada y se la lanzó. Dockly la atrapó en pleno vuelo y, con todas sus fuerzas, la clavó en la cabeza de Krauser, dejándolo atrapado entre el suelo y la espada. Krauser soltó un espeluznante grito de dolor mientras Rŭsseŭs se deslizaba por la sala y quemaba sus piernas, dejándolo arrodillado mientras luchaba por liberarse.
—¡LOS MATARÉ! ¡LOS MATARÉ! ¡LOS MATARÉ! ¡LOS MATAREEEEEEEEEEEEE! —gritaba Krauser con desesperación, incapaz de regenerarse.
Maidana saltó para ayudarlo. Golpeó sin piedad a Jørgen, quitó la espada y empujó a Krauser hacia una ventana. En ese momento, Dockly, con una vena hinchada de furia, apuntó su arma hacia Maidana, pero este se hizo invisible y lo golpeó en la nuca. Rápidamente, Maidana recuperó su arma y disparó a Isabel, quien fue protegida por Jørgen. Luego, corrió hacia Jørgen, le quitó el arma con una patada y lo atrapó por el cuello, arrojándolo contra un muro.
—Se terminó —dijo Jørgen mientras se sacudía las manos.
Los presentes rodearon a Maidana. Guz se puso de pie, expulsando la bala de su espalda. Desza, sangrando por la cabeza, se acercó a Maidana con una sonrisa psicótica.
—Vaya, vaya, parece que has caído.
Maidana, arrodillado, lo miró a los ojos.
—No, los animales caen. Los hombres nunca lo hacen.
—Entonces creo que debemos tratarte como a un animal. Mátenlo.
Maidana sacó una estrella roja con un botón blanco en el centro y sonrió, aunque el pasamontañas en su rostro ocultaba su expresión.
—Lo siento, Joaquín. Parece que no podré volver a la agencia.
Cuando estaba a punto de presionar el botón, un estruendo sacudió el lugar. Maidana abrió los ojos, y el temblor que se aproximaba se hizo más evidente. De repente, el muro se derrumbó, y dos individuos aparecieron. El primero agarró a Jørgen y a Guz por el cuello y los lanzó lejos. La segunda figura emergió del suelo con una máscara en la cara, la cual tenía una abertura como la de un buzón. La figura infló el pecho y soltó un grito potente, destruyendo los cristales y expulsando a todos los presentes. Maidana cayó desmayado al instante en que su cuerpo tocó el suelo, sintiendo cómo se debilitaba poco a poco.
Apenas consciente, percibió que una tercera persona lo levantaba y lo cargaba. Aunque sus sentidos estaban nublados, logró ver lo que sucedía a su alrededor.
—Bonito sombrero. Creo que me lo llevaré —dijo una voz extraña.
De repente, un tentáculo atravesó la ventana, tomó el sombrero y una voz replicó:
—Es mío.
El dueño del tentáculo se colocó el sombrero y miró a Maidana.
—¿Qué le están haciendo?
—Tenemos que salir de aquí, rápido —urgió una voz femenina.
—No te preocupes, estamos de su lado.
Maidana cerró los ojos, y se perdió en la oscuridad absoluta.