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"Rising Of Hope" (Spanish)
Capitulo 3: El Gran Juego

Capitulo 3: El Gran Juego

Riley salió a la pista de hielo con una confianza inusitada, el corazón latiendo con fuerza mientras respiraba el aire frío del estadio. Sin embargo, esa seguridad se desvaneció casi al instante al ver la magnitud del ambiente. Las luces intensas, el murmullo creciente de la multitud, y las cámaras que giraban hacia ella hacían que el lugar se sintiera abrumador.

—¡Vaya! —exclamó Riley, con un tono entre sorprendido y asustado—. ¡Hay muchísima gente! Y... ¡tantas cámaras y luces!

Se quedó paralizada, incapaz de moverse por un instante. Todo a su alrededor la asfixiaba.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? —gritó Britney, volviéndose hacia ella con una mezcla de preocupación e impaciencia—. ¡No puedes quedarte ahí parada! ¡Relájate!

Riley trató de ignorar las palabras de su compañera, mientras Britney se dirigía al centro de la pista, lista para reunirse con las otras jugadoras del equipo. La mirada de Riley la siguió, sintiendo un leve anhelo al ver cómo Britney, llena de confianza, se presentaba con las demás.

Dentro de la mente de Riley, Envidia subió a la consola, observando el espectáculo con ojos brillantes.

—¡Oh, miren eso! —dijo, maravillada—. ¡Hay un montón de cámaras! Y ellas... ¡Se ven tan geniales posando para las fotos!

Con un suspiro, se dejó caer sobre el panel de la consola. —Y nosotras... aquí, temblando de miedo...

Tristeza, con los ojos entrecerrados, murmuró: —Ellas son más profesionales que nosotras. No tenemos tanta experiencia...

Mientras tanto, Temor se agitaba frenéticamente. —¡Esto es una pesadilla! —exclamó, recorriendo la sala de un lado a otro—. ¡El ambiente es tan sofocante! ¡No podemos soportarlo!

Alegría, en un gesto agotado, se cubrió la cara con una mano. —¿Alguien puede calmarlo?

Desagrado, con una leve sonrisa, extendió el pie, haciendo que Temor tropezara y cayera al suelo.

—No hay problema, Alegría —dijo, satisfecho.

Alegría agradeció con un pequeño asentimiento, pero Envidia frunció el ceño, claramente inquieta.

—Aun así, debemos preocuparnos. ¡Es la final estatal! Si ganamos, vamos a las nacionales...

Alegría, intentando mantenerse positiva, dio un pequeño salto. —¡Lo sabemos! Y estamos muy emocionados por eso. Pero ahora... necesitamos mantener la calma.

Furia, con una expresión severa, dio un paso al frente. —No lo creo, Alegría. Solo mírala. Está muy nerviosa. No hay forma de calmarla.

Después de un breve silencio, Tristeza habló con un tono resignado. —Es normal. Está enfrentando un gran reto.

Ansiedad, incapaz de contenerse, comenzó a moverse frenéticamente por la sala. —¿Y si todo sale mal? —preguntó con pánico—. ¡Tenemos que hacerlo bien! ¡Si no, perderemos y seremos la burla de toda la escuela!

Furia la detuvo bruscamente, agarrándola del brazo. —¡Relájate un minuto! Ni siquiera ha comenzado el partido y ya estás imaginando cosas que no han pasado.

Alegría, con su característica sonrisa motivadora, intentó devolver la calma. —¡Nada va a salir mal! Solo tenemos que confiar en lo que sabemos hacer, y todo irá bien.

Desagrado interrumpió, señalando la pantalla de la consola. —Oh, miren... está a punto de empezar.

Alegría respiró profundamente y se preparó. —Bien... aquí vamos.

Las emociones, con su ánimo renovado, se llenaron de valor y se prepararon para apoyar a Riley en lo que probablemente sería el partido más importante de su vida.

El estadio estalló en vítores cuando el anunciador gritó el nombre de Riley.

—¡Con el número 42... Riley Andersen!

El grito del público retumbó en el aire, pero en lugar de energizarla, Riley sintió cómo sus piernas flaqueaban. Sin darse cuenta, perdió el equilibrio y cayó al suelo, deslizándose torpemente sobre el hielo. El silencio cayó sobre el estadio por un segundo, seguido de unas risas ahogadas y murmullos.

Vergüenza, en la mente de Riley, se esparció rápidamente sobre la consola, cubriéndola casi por completo, invadiendo cada rincón de su percepción.

Desagrado, irritado, trató de apartarlo. —¿Qué está haciendo? ¡Nos está humillando frente a todos!

Ansiedad, empujando a Vergüenza para alcanzar un botón en la consola, gritó desesperada. —¡Rápido! ¡Levántate y disimula!

Riley, avergonzada, se levantó rápidamente, tratando de sacudirse el momento.

—¡Ay, no! —murmuró, cubriéndose la cara con una mano mientras se acercaba a su equipo—. Esto no puede estar pasando... Solo actúa como si nada hubiera sucedido...

Al llegar, Britney la recibió entre risas. —¿Qué fue eso, Riley? —dijo burlona—. Sé que estás nerviosa, pero... ¿caerte así? ¡Es demasiado!

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Riley, aún sintiendo la vergüenza, fingió reírse. —¡Pff! ¿Nerviosa? —replicó, con una risa forzada—. ¡Para nada! Solo... tropecé. No es gran cosa.

Britney y las demás se rieron un poco más, pero aceptaron su postura firme. Se reunieron rápidamente, rompiendo en el grito de guerra de las Firehawks, llenas de confianza mientras el ambiente del estadio se volvía cada vez más electrizante.

En las gradas, los padres de Riley observaban con preocupación.

—Algo le pasa a Riley... —murmuró su padre, volteándose hacia su esposa.

—Sí, está abrumada por el ambiente, las cámaras... —respondió ella, sin apartar la mirada de su hija—. ¿Crees que podrá soportar toda esta presión?

El padre, enderezándose y cruzando los dedos, asintió lentamente. —Esperemos que sí. Solo podemos apoyarla y hacer que se sienta mejor.

Mientras sus padres intentaban mostrarle apoyo desde la distancia, Riley luchaba por concentrarse en el juego. El estadio estaba lleno de energía, las gradas vibraban con el entusiasmo de los fanáticos.

El partido comenzó, y las Firehawks pronto se encontraron bajo presión. Las Ice Phantoms jugaban con una precisión impecable, controlando el disco en perfecta armonía. En un momento crucial, una de las jugadoras rivales intentó un pase largo, pero Riley, anticipando el movimiento, interceptó el disco. Avanzó rápidamente por el lado izquierdo, haciendo una buena combinación con una de sus compañeras. Pero entonces, los nervios la traicionaron nuevamente. Su mente se llenó de dudas, y en el último segundo, golpeó mal el disco, enviándolo lejos del arco.

—¡Nooo! —gritó Riley, tapándose la cara, frustrada—. ¿Qué me está pasando?

Desde la distancia, Britney le lanzó una mirada de advertencia, indicándole que se calmara, pero Riley no la escuchó. Estaba perdida en sus pensamientos, incapaz de sacudirse la presión.

Dentro de la mente de Riley, Envidia se jalaba el pelo con ambas manos, furiosa. —¡Maldición! ¡Falló!

Ansiedad, todavía más afectada, se retorció. —¡¿Cómo pudo fallar?! ¡Estaba justo enfrente del arco! ¡Ahora se van a burlar de nosotras!

Furia, apretando los puños, lanzó una mirada de desprecio. —¡¿Y por qué Britney se mete en nuestros asuntos?! ¡No le incumbe!

—Tranquilos —dijo Alegría, con una sonrisa calmante, mientras mantenía una mano firme en la palanca de la consola—. Solo fue un error. Verán que lo arreglamos.

Ansiedad, decidida a tomar el control, empujó a Alegría a un lado. —Lo siento, Alegría, pero ahora me toca a mí.

Alegría forcejeó con ella. —¡¿Qué crees que haces?!

—¿No es obvio? —gritó Ansiedad, peleando por el control—. ¡Voy a ayudar a Riley a mejorar su juego!

—¡Pero esta no es la manera! —exclamó Alegría—. ¡Suéltala!

—¡Primero suéltala tú! —gritó Ansiedad, cada vez más desesperada.

Ambas emociones comenzaron a pelear por la consola, tocando botones al azar en medio de la lucha. Las demás emociones trataron de intervenir, pero solo empeoraron la situación, activando más botones sin querer. Afuera, en la pista, Riley estaba cada vez más desconcentrada, luchando por mantener el control sobre sí misma, mientras las emociones en su mente se sumergían en el caos.

La entrenadora Roberts observó atentamente la actitud exponencialmente peligrosa de Riley, fijí la mirada en ella mientras su expresión cambiaba. Con firmeza, dio un paso adelante desde la banca, junto a una voz autoritaria.

—¡Andersen, tranquilízate!—exclamó.

Riley, atrapada en su frustración, desvió la mirada de la entrenadora, sintiendo cómo su corazón latía aceleradamente bajo la presión. Se hablaba a sí misma, aunque cada gesto la intranquilizaba mas, cada segundo que pasaba, era como un segundo menos hasta que una bomba explotara dentro de ella.

—¿Qué estoy haciendo? ¡¿Por qué nada me sale bien hoy?!—murmuró a si misma.

Las emociones de Riley, observando la pequeña disputa, se enfrentaban a una lucha por el control de sus acciones. Intentaron separarlas, pero sin éxito. La desesperación comenzó a invadirlas al ver que la situación se salía de control.

—¡Alguien tiene que hacer algo rápido!—gritó Envidia, la angustia palpable en su voz.

—¡Yo tomaré el control!—anunció Furia, arremangándose los brazos, lista para actuar. —¡Aseguraré que destruyamos a esas estúpidas!

Sin dudarlo dos veces, Furia jaló agresivamente las palancas de control, soltando un fuerte grito de guerra.

Impulsada por el ímpetu de Furia, Riley jugó con una agresividad que sorprendió incluso a sus propias emociones. Sin embargo, en una jugada desesperada para conseguir el disco, su frustración alcanzó su punto de quiebre y provocó una zancadilla hacia una jugadora rival.

—¡Número 42, zancadilla! Castigo de tres minutos!—pitó el árbitro.

El silencio de shock se apoderó del lugar mientras todos los presentes se quedaban atónitos por lo que acababa de ocurrir. Alegría y Ansiedad, tras ver el desenlace de la jugada, lograron separarse, olvidando por un momento la discusión.

—¡No puede ser! ¡Hicimos una falta! ¿Qué nos pasará ahora?!—exclamó Ansiedad, acercándose rápidamente a la consola.

—¿Viste lo que provocaste, Furia?—le recriminó Desagrado, imponiendo una mirada agresiva. —¡Ahora nos van a castigar! Y probablemente tengamos problemas con la entrenadora.---agregó, frunciendo el ceño.

Furia no pudo aguantar esa falta de respeto hacia su persona, y la encaró, sin importarle nada mas que eso.

—¡No me eches la culpa a mí! Al menos tuve las agallas para hacer algo, ¡no como tú, que solo te quedaste viendo!

Las tensiones aumentaron entre ambos, sus expresiones reflejaban el enojo y la frustración que sentían en ese momento, y sin ningun remordimiento, Furia siguió manipulando la consola como un total maniático.

—Uy, eso fue brutal. Quizás debamos calmarnos un poco—intervino Alegría, intentando desviar la atención. —Furia, ¿puedes dejar de tocar la consola como un psicópata?.----le preguntó en la cara.

Pero Furia, quien seguia inmerso en era ira que le caracterizaba, ahora aumentada por la injusticia del arbitro, empezó a insultarlo de las maneras posibles. Esto dejó sorprendidos y es shock a todos, quienes se le quedaron viendo boquiabiertos por la cantidad de groserias que Furia estaba diciendo en ese momento, en tan poco tiempo. La calma vino cuando Alegria intervino, quien le pidió a Desagrado que se lo lleve al cuarto de castigo.

Con una leve sonrisa en el rostro, Desagrado accedió, y mientras el ladrillo flamígero reclamaba y amenazaba con golpearla, esta no le dió importancia, y a pesar de las advertencias, ella se lo llevó lejos de allí.

Alegría, sintiendo el peso de la situación, se acercó a la consola, su mente llena de inquietudes.

—Esto no está pasando... ¿Qué se supone que haré ahora?—murmuró para sí misma, sintiendo la presión de dirigir al equipo.

Tristeza, acercándose lentamente, sugirió.

—Creo que deberías descansar un rato. Creo... que fue demasiado trabajo para ti por un día...

Alegría se frotó los ojos, asintiendo.

—Está bien... no puedo negar que otras emociones también usen la consola...

Mientras las demás emociones intentaban separar a Alegría de la consola, Ansiedad tomó la palabra, ansiosa.

—¡Ejem! Debemos hacer algo. ¡Aún estamos castigadas y quién sabe lo que nos va a decir la entrenadora!

—Mejor no hagamos nada—respondió Temor, avanzando con cautela. —Las cosas ya están muy mal como para arruinarlo más.

Desde el palco, los padres de Riley observaron su expresión de rabia con un impacto y decepción claros.

—¿Puedes creerlo? ¡Hizo una zancadilla! Pensé que era mejor que eso—dijo la mamá de Riley, sus ojos abiertos como platos.

—Esto ya es preocupante, pero ese castigo le hará razonar, ya verás—comentó el papá, tratando de ser sensato.

—No me esperaba eso de ella...—la madre de Riley miraba a su hija con una expresión de desilusión. —Creo... que ya no hay nada que ella pueda hacer para arreglarlo.