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Amor Vincit Omnia (El Amor Conquista Todo) - Parte II

A diferencia de mi esposa que me grita regularmente cada vez que estamos juntos o hablamos por teléfono, mi verdadero amor nunca, ni una sola vez, se incomodo conmigo o me dio una mala mirada. Con mi esposa, me había acostumbrado a encontrar la paz pasando la mayor parte del tiempo en una habitación que no fuera la que ella ocupaba en ese momento, preferiblemente en un piso diferente en un ala diferente de la casa. Con mi nuevo amor, sin embargo, exactamente lo contrario es cierto. Parece feliz sólo cuando está cerca de mí, y yo conozco la paz sólo cuando está ella a mi lado. Fue como si hubiésemos formado una relación casi simbiótica, atrayendo fuerza de una cercanía que no tiene nada que ver con la posesividad o los celos, surgente de un amor puro, poderoso, y profundo que parece mantenernos a los dos felizmente capturados en su órbita.

Puedo acariciarla durante horas sin que ella se queje de que le estoy desarreglando el cabello o su maquillaje, o pegandome en la mano, diciéndome que deje de ser tan pesado. Mi nuevo amor nunca me negó la mano cuando quise sostener la suya durante una película entera. Y nunca se quejó de que yo cocino demasiada comida, o que intento sabotear su dieta trayendo a casa montones de entremeses y postres poco saludables, ricos en grasas y azucarados que ambos amamos. La fuerza de voluntad de mi nuevo amor es increíble—podría zambullirla en una bañera llena del mas exquisito helado y ella simplemente se quedaría allí sonriendo impetuosamente o quitándome la lengua, sin tomar tanto como un solo bocado o quejarse del frío. No obstante, ella disfruta mucho viéndome comer, sin quejarse nunca como mi esposa que hago mucho ruido al masticar, que como demasiado rápido, o que no uso un plato y se me cae alguna miga si decido comer unas galletitas mientras miro la televisión. Al igual que mi esposa que también es una buena cocinera, pero ve el cocinar como una tarea, ella prefiere dejarme cocinar a mi; pero a diferencia de mi esposa, disfruta viéndome cocinar mis platos favoritos, o inventar algo completamente nuevo sin receta o plan alguno, así, como es mi método preferido de experimentación gastronómica. Ella se esforzó tantas veces por no reírse de algunos de los fracasos monumentales de estos experimentos, pero también sintió gran orgullo de mis más frecuentes éxitos, aunque ella misma parece vivir de nada más que el amor y el aire.

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Nunca se queja de mi deseo de ver un partido de fútbol o cuando me enfado de las equivocaciones de un árbitro, o de las invenciones de un presentador de noticias en lugar de informar las noticias verídicas. Ella nunca acapara el control remoto, a diferencia de mi esposa que me dispara una mirada salvaje gruñendo suavemente si simplemente le miro al control remoto firmemente aferrado en sus manos cada vez que miramos la tele juntos. Tampoco me interrumpe en el peor momento de algún programa que estoy apasionadamente viendo en la tele para leerme cualquier cosa que le llame su atención en su tableta o computadora en ese momento, quejándose luego incesantemente si no presto suficiente atención (exámenes siguen a menudo) a lo que la duquesa de quién sabe dónde había dicho o hecho o qué nueva locura escandalosa estaba siendo propuesta por el más reciente de los 437 candidatos para presidente.