Anoche encontré el amor de mi vida. Ella se estaba ahogando en una charco poco profundo de agua lodosa, no muy lejos de mi puerta. La rescaté, la llevé suavemente a casa, la reviví y lavé su cuerpo tiernamente. Sus lágrimas pronto se secaron cuando se encontró protegida, segura, seca, cálida y colocada con mucho cariño en un cómodo sofá. La miré durante horas mientras dormía, cautivado por su belleza y gracia, incluso en el sueño. No podía quitarle los ojos. Ella no me había dicho ni una palabra, pero eso no importaba. Podía sentir una conexión entre nosotros a un nivel más allá del de las meras palabras. Es como si toda mi vida hubiera sido nada más que un sendero sinuoso que me condujo a su lado. Sabía instintivamente que nunca estaríamos separados.
Cuando se despertó, miré sus ojos que parecían contener manchas de oro, plata y cobre como nada que hubiera yo visto antes, dándole una apariencia exótica, de otro mundo. Me miró durante un largo rato, con los ojos abiertos y sin pestañear. Le sonreí tratando de asegurarle que todo estaría bien. Le pregunté si quería que la llevara a algún lugar en particular, pero parecía ponerse nerviosa y alejarse de mi, evitando mirarme a los ojos, comunicándose sin palabras de que no tenía un hogar. Sentí lo que creía que era su miedo, que pudiera llevarla de vuelta a la acera donde la había encontrado. Su reacción simplemente me destrozó el corazón. Traté de asegurarle que tendría un hogar conmigo durante el tiempo que ella lo quisiera. Parecía aliviada y pensé que podía verla estremeciéndose suavemente como a menudo lo hace uno después de un buen llanto. La coloqué cerca de mí y parecía estar feliz y contenta. Finalmente, ambos nos quedamos dormidos juntos en mi sofá, albergándola suavemente en mis brazos. No había yo conocido un sueño tan tranquilo y reparador en muchos años.
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En los meses siguientes fuimos inseparables. Se sentaba a mi lado mientras escribía, mi musa y crítica silenciosa. Podía mirarla y saber cuando pensaba que mis palabras necesitaban revisión o cuando mi escritura me conducía a una callejón sin salida como ocurre a veces. En esos momentos se reía como el tintineo de pequeñas campanas de plata, el sonido más maravilloso que había oído yo en mi vida. Ella me escuchó con un sin fin de paciencia mientras le compartía mis temores, dudas, esperanzas y sueños. Mi esposa se encontraba en nuestra otra casa, como lo está a menudo durante esta época del año, y opté por no contarle sobre mi nuevo amor. No tenía sentido hacerlo, ya que sabía que su reacción sería burlona o, peor aún, tal vez de alivio. Además, la relación con mi nueva alma gemela era estrictamente platónica. Nunca consumimos nuestro amor, ya que eso era un imposible para ambos en nuestras circunstancias actuales. Nunca hablamos a sobre eso; fue simplemente un hecho que los dos comprendimos. Sin embargo, llegamos a compartir una comprensión mas intima que ninguna otra pareja podría obtener, completamente despreocupados que el sexo nunca formaría parte de nuestra relación. Esto no fue un problema real para mí, ya que el celibato forzado es algo que la mayoría de los hombres casados durante décadas conocen muy bien, aunque no felizmente. Ambos estábamos más que dispuestos de aceptar esto a cambio de una cercanía espiritual que nunca hubiéramos imaginado ser posible.
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