John vuelve a cerrar los ojos y agarra con más fuerza el volante, en la oscuridad que se extendía detrás de sus párpados, su mente empieza a rebuscar entre las memorias, que puede encontrar alguna que, luego de analizarla, se sintiera ajena. En su búsqueda, pasa por los días de su infancia, corriendo entre los árboles, nadando en el arroyo detrás de su casa, los momentos pescando con su padre. Recuerda las noches esperando a que su madre volviera solo para despertarse a la mañana siguiente en su cama, el olor a café en el aire. Recuerda bajar corriendo las escaleras, esperando ver a alguien que casi nunca estaba, y se lamenta mucho el sentimiento de decepción que sintió cada vez que solo veía a su papá, sentado en la mesa, mirando por la ventana, él también esperando a alguien. Recuerda su adolescencia, los años en donde sentía que no encajaba, que no importaba en donde se colocara; ningún lugar era para él. Recuerda los sentimientos de abandono y el resentimiento que tenía hacia su madre; él sabía que no tenían sentido; como abogado defensor, su madre salía a defender a aquellos que no podían y asegurarse de que el sistema no se olvidara de los más necesitados. Aun así, el sentimiento de desprecio se agarraba fuertemente a su cerebro; él también necesitaba ser defendido, pero ella nunca estuvo. Sintiendo las lágrimas acumulándose en los bordes de sus ojos, John se detiene y empuja el recuerdo de su madre a un lado, algún día lidiara con eso, pero no ahora, en estos momentos encontrar alguna pista, algo que le indique un camino a seguir es de suma prioridad, tiene que saber que está pasando, si solo está perdiendo su mente o hay algo más, entonces continúa escarbando cada vez más profundo, piensa en sus amigos, en las locuras que se metían y en el momento en que todo cambió, a medida que se acerca al recuerdo de la noche en la cabaña un resplandor purpura junto con un fuerte dolor de cabeza se manifiesta, el dolor es horrible hasta el punto de que empieza a sudar, el hombre junta toda la fuerza de voluntad que le queda y poco a poco se acerca al centro del fulgor pero cuando estaba por tocarlo alguien lo sacude forzándolo a abrir los ojos. Aturdido por lo sucedido, mira en dirección hacia donde lo están jalando y pudo notar a Abigail que lo observaba con una cara de horror y preocupación.
—O por Dios, John, ¿te encuentras bien? —dice la mujer mientras saca un pañuelo de su saco y lo coloca debajo de la nariz del hombre, atrapando el torrente de sangre que salía de esta.
Mirando alrededor, ve como sus compañeros rodeaban el vehículo, mirándolo con consternación. En ese momento, siguiendo sus miradas, puede apreciar como algo se mueve enfrente de ellos; un ciervo de color marrón sale corriendo de manera despavorida, perdiéndose en la noche de la ciudad, intentando escapar de la situación en la que se encontraba de manera repentina.
—¿Qué está pasando? ¿Eso… eso es un ciervo? —pregunta el hombre, no pudiendo creer lo que ven sus ojos.
—No sé, sentimos una gran concentración de Ether; cuando salimos a ver qué pasaba, empezó a llover hojas y ramas, junto a un par de animales, incluido el compañero —dice la mujer apuntando en la dirección que el animal escapó.
John toma el pañuelo y lo presiona contra su cara, no queriendo creer que todo este caos fue provocado por él.
—No te preocupes, John, todos hemos perdido el control de vez en cuando; de hecho, me parecía raro que en estos meses nunca haya pasado nada por el estilo —afirma Leonel tratando de tranquilizar al aspirante.
—Sí, camarada, y dentro de todo, un par de ciervos sueltos no es tan grave, recuerdo la primera vez que perdí el control; terminé atravesando 3 paredes antes de que pudiera detenerme, ja, buenos tiempos —dice Mikail mientras rememora con una sonrisa.
—Creo que será mejor que vuelvas a Santuario —dice Narciso apareciendo entre la multitud y dirigiéndose a Abigail; agrega— ¿Crees que puedes llevarlo? Me parece que no está en condiciones de conducir.
—Sí, pero ¿qué van a hacer ustedes? Estoy segura de que esto atrajo la atención de las autoridades —dice la mujer mirando al arcanista.
—No te preocupes por nosotros, no es la primera vez que tenemos que lidiar con el Buro, solo asegúrate de que llegue a casa sano y salvo —asegura Narciso mientras abre la puerta del conductor y estira su mano en dirección del aspirante.
Él la toma y, todavía sin sacarse el pañuelo de debajo de la nariz, tambaleante, se baja del vehículo junto a Abigail. Con la ayuda del hombre, lo colocan en el asiento del acompañante y, antes de que pudieran escuchar las primeras sirenas, ya estaban en camino a la autopista.
John mira por la ventana cómo copos de nieve lentamente caen y se apilan en la acera; su mente divaga tratando de encontrar una explicación de lo que acaba de suceder, pero no tiene los conocimientos necesarios para interpretar el suceso de una manera satisfactoria, menos aún la sensación de que no es la primera vez que esto sucede. Nunca lo había pensado, pero las palabras de Leonel resuenan en su cabeza: es normal perder el control, pero él nunca lo había hecho, por lo menos no enfrente de ellos, pero ¿qué tal si no era la primera vez que perdía el control? ¿Qué pasa si el recuerdo detrás del brillo es algo que su mente está desesperadamente tratando de ocultar? ¿Qué tal si…? No, no puede terminar la pregunta, es demasiado doloroso y seguramente no está preparado para la respuesta, así que la hunde profundamente en su psiquis, rogando que no resurja en un momento inoportuno.
Mirando hacia el costado, puede notar cómo Abigail lo miraba de reojo de vez en cuando con una expresión de preocupación.
—Lo lamento mucho —dice el hombre, su voz casi un susurro.
—No te preocupes, no fue la gran cosa, nadie salió lastimado y no hubo muchos más daños; a lo mucho vamos a tener que lidiar con uno que otro detective insistente, pero ya escuchaste a Narciso, el Buro no es nada que no puedan manejar —dice la mujer tratando de tranquilizar al hombre.
—No me refería a eso, era una fiesta para relajarnos luego de una misión difícil; terminé haciendo que todos se preocuparan. Siempre les doy problemas, lo siento —explica John con un tono mezcla entre cansancio, pena y vergüenza.
Al escuchar esto, ella frena de golpe, estacionándose en una vereda debajo de una lámpara; el hombre se sorprende ante el sorpresivo arranque y se pega a su asiento quedándose en silencio.
—Mira, John, claro que nos vamos a preocupar por ti, eres un miembro del equipo de campo y después de lo de anoche todos te consideran, sino un amigo, un colega de confianza, lo que pasó es algo que le pasa a todo el mundo; hay veces en que nos sentimos mal, después de todo, a pesar de lo que podemos hacer, somos humanos, el Ether reacciona a esos sentimientos de maneras que uno no pretende, así que no hay nada de qué sentirse mal o avergonzado, no eres la excepción, no eres especial, eres uno de nosotros —dice la mujer con convicción, tratando de hacer entender al hombre su punto de vista y, mirándolo por unos segundos estira su brazo tocando suavemente su mejilla con la punta de sus dedos.
John toma la mano posada en su rostro y los sentimientos aplastantes de hace unos minutos se desvanecen como si nunca hubieran aparecido. Lágrimas empiezan a acumularse en sus ojos y a caer como un torrente, Abigail lo abraza, el calor de sus cuerpos luchando con el frío invernal que se empieza a colar dentro del auto.
—¿Puedo contarte algo? Es una historia larga y difícil, pero necesito hablar con alguien sobre esto —pregunta el hombre de manera tímida.
—Claro que sí, no tengo nada que hacer esta noche más que pasarla contigo y, si quieres hablar, hablamos; si quieres quedarnos en silencio mirando la nieve caer, pues nos quedamos mirando la nieve, lo que necesites —responde la mujer mirándolo a los ojos, ella también empezando a llorar.
En esa gran ciudad, en esas frías calles, en ese cálido auto, John empezó a hablar sobre su pasado, cosas que no le había dicho a Evergreen en sus sesiones de consulta, sobre cosas que solo le había comentado de pasada a un inconsciente Oliver, incluso cosas que no quería contarle a la mujer, pero a esta altura necesitaba decirlas, incluso si esto llevaba a que la relación se terminara, porque es lo que viene junto con él. Abigail tenía derecho a saber en lo que se metía y tomar una decisión acorde.
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—Así que piensas que pudiste haber perdido el control hace años y lastimar a gente que era importante para ti —dice la mujer con una expresión triste.
—Tal vez, según lo que me contó Mouse, hace años que estaba con supresores y el único punto en donde se me podrían haber empezado a suministrar es en ese momento —explica John en un tono no muy seguro.
—¿Tal vez? ¿Cómo que tal vez? ¿Acaso no recuerdas lo que sucedió? —pregunta la mujer confundida.
—Pues toda la situación es borrosa; según Evergreen, mi cerebro bloqueó el recuerdo para protegerme, pero… —responde el hombre, pausando ante una idea que se estaba fermentando en su cerebro.
—¿Pero? —indaga Abigail de manera inquisitiva.
—No estoy tan seguro ahora, he tenido un par de sueños raros desde que dejé los supresores, muchos de ellos no los recuerdo, solo puedo sentir estos extraños sentimientos residuales, pero últimamente algo cambió: estos sueños ya no se sienten como tal, se sienten más bien como recuerdos, sinceramente me está costando diferenciar qué es un sueño y qué es real —confiesa el hombre con una expresión de preocupación.
La mujer pausa, buscando las palabras adecuadas para no empeorar la situación y, luego de unos segundos, dándose cuenta de que realmente no puede ayudarlo, dice —Vas a tener que hablar con Narciso.
—No, el hombre apenas confía en mí y para lograr eso casi me matan, no puedo decirle que estoy perdiendo la cabeza, perdería todo el progreso que hice en los últimos meses —niega el hombre vehementemente, claramente entrando en pánico.
—No estás perdiendo la cabeza, John, los sueños son mucho más que solo una manera que tiene nuestro cerebro de procesar información, es una ventana a un mundo diferente, no sé mucho del tema, pero ¿sabes quién es alguien que sabe bastante sobre el mundo de los sueños? —pregunta la mujer, intentando calmar al hombre.
—Narciso —responde John, resignándose a la verdad.
—Exacto, esa es su especialidad; si algo se esconde entre tus sueños, él podrá encontrarlo —dice Abigail con una ligera sonrisa para luego, tomándolo del rostro, agregar— Además, no vas a ir solo, yo te voy a acompañar, así que no tienes nada de qué temer, ¿ok?
John asiente, sintiéndose un poco aliviado por el apoyo de su pareja, pero a pesar de esto, el temor a confrontar a Narciso todavía se aferra firmemente a la base de su cerebro, negándose a desaparecer. En ese momento, cuando la ola de negatividad amenazaba con volver a surgir, un beso inesperado la hunde finalmente. Entre muestras de afecto, la noche se vuelve mañana y, cuando el sol despunta, el auto entra en el garaje de Santuario junto a sus dos ocupantes. Ambos se bajan y toman el ascensor hacia el patio interno tomados de la mano.
—¿Quieres ir al comedor a buscar algo para desayunar? —pregunta el hombre.
—La verdad que podría usar una copa de café y algo de tocino —dice Abigail tratando de suprimir un bostezo y fallando en el proceso.
Ambos salen hacia el exterior y son recibidos por el mismo patio que el día anterior; cruzando por el pasillo, atraviesan la puerta del comedor y el conocido olor a café y pan recién hecho llega a saludarlos. Tomando su usual taza de café, John decide arriesgarse y agregar una manzana a su comida, mientras que Abigail se asegura una buena porción de tocino con huevos revueltos. Es el hombre el que se sienta primero en una esquina de la mesa para, luego de unos pocos minutos, ser acompañado por la mujer que, además del abundante plato, en una mano traía una jarra de jugo de naranja y dos vasos.
—Ya pensaste qué le vas a decir a Narciso; si no, tengo un par de ideas —comenta Abigail apoyando todo lo que traía en la mesa.
—Sí, creo que ser directo es la mejor opción, entrar y decir “mira, Narciso, me pasa esto, ¿se te ocurre alguna idea de por qué?” o algo así; todavía lo estoy refinando —dice el hombre llevándose la manzana a la boca y dándole un mordisco.
—Ok, es un inicio; si necesitas ayuda, voy a estar afuera, a menos que quieras que entre contigo, eso también es una opción —ofrece la mujer mientras comienza a comer.
—No, me basta con que estés cerca; si te necesito, te llamo, pero quiero intentar hablar hombre a hombre con él —decide John con una expresión seria.
La mujer asiente y ambos continúan con su desayuno mientras continúan discutiendo qué le van a decir al arcanista cuando lo vean. Ya para las ocho y media de la mañana dejan sus platos en el lugar correspondiente y se dirigen de vuelta al ascensor. Esta vez Abigail toca un botón y las puertas se cierran, el sentimiento de movimiento brusco y el mareo, que a estas alturas es solamente una molestia, se vuelve a manifestar y, luego de unos minutos, el elevador se abre a una fila de escritorios en donde varios trabajadores se encontraban yendo y viniendo, llevando consigo varios papeles.
—¿Has estado en el piso administrativo alguna vez, John? —pregunta la mujer, empezando a caminar hacia la puerta doble al final de la larga habitación.
—No, nunca; se ve que están bastante ocupados —responde el hombre mirando asombrado al grupo de personas que se mueven por todo el lugar sin tropezarse entre ellas.
—No es fácil manejar un grupo como el de nosotros, son muchas cosas que pueden salir mal, pero Narciso es bastante bueno para la administración —comenta la mujer mientras saluda a un par de conocidos que la ven con miradas llenas de curiosidad ante el atuendo que llevaba.
El dúo continúa caminando hasta llegar a la gran puerta doble de madera; al lado de esta se encontraba un escritorio en donde una mujer de mediana edad leía el diario del día.
—Buen día, Iris, ¿Narciso ya llegó? —pregunta Abigail luego de acercarse y llamar la atención de la mujer golpeando con un nudillo el mueble.
—Hola, señorita Whitaker, lamentablemente hermano Narciso acaba de llamar y me dijo que cancelara sus citas del día, me explicó que está enredado con unos investigadores de Buro y que probablemente vuelva recién para la noche —dice Iris en un tono frío, mirando por encima del hombro de la mujer, clavando su vista en John.
Asumiendo que Narciso le dijo el porqué de su altercado con la agencia gubernamental, el aspirante mira hacia abajo ante la mirada acusadora, pero Abigail, viniendo al rescate, vuelve a llamar la atención de la recepcionista, diciendo —Bueno, dígale que necesitamos hablar con él apenas sea posible, si un espacio se abre en su agenda, claro está.
—Tal vez, señorita Whitaker, tal vez, ¿Necesitas algo más? —pregunta la mujer en un tono glaciar, bañando a los aspirantes con un sentimiento más frío que la nieve del exterior.
—No, tienes mi número, mándame un mensaje con la hora de la cita, gracias —contesta Abigail esbozando una radiante sonrisa con un pequeño dejo de hostilidad.
Iris no dice nada y, sin siquiera hacer un gesto, vuelve a leer su diario. Entendiendo claramente que la conversación había terminado, la aspirante toma a John de la mano y empieza a caminar de vuelta al elevador.
—Asumo que no le caes bien a la recepcionista —dice el hombre, haciendo una mueca de dolor por lo fuerte que la mujer le apretaba la mano.
—Pues no, digamos que hace un tiempo ella fue empujada escalera abajo por un perro que alguien no supo controlar y pasó el siguiente mes en una silla de ruedas con varias fracturas —explica Abigail sonrojándose un poco.
—¿Alguien? —pregunta el hombre con un tono inquisitivo.
—Bueno, sí, yo estaba practicando mi control animal en Tila y algo salió mal, en vez de controlar al animal, los instintos de la criatura tomaron control y terminé empujando a la pobre mujer por las escaleras, ya me disculpé, pero parece que todavía me guarda rencor —contesta la mujer en el camino que les toma llegar al elevador y esperar a que se abra la puerta.
—¿Crees que la animosidad que te tiene haga que no nos deje ver a Narciso? —vuelve a interrogar el hombre, un tono de incertidumbre colándose en su voz.
—No, no creo, Iris será rencorosa, pero es una persona fiel a su trabajo, le pasará el mensaje a Narciso, de eso estoy segura —contesta Abigail sacando su teléfono y mirando la hora.
John asiente, confiando en el juicio de la mujer y, al llegar el ascensor, ambos se meten y, luego de unos segundos, se vuelven a hallar afuera. Esta vez las nubes dan un impasse que el sol aprovecha para lanzar sus rayos sobre la blanca nieve, estos siendo refractados en pequeños flashes de luz que punzaban los ojos de vez en cuando.
Sin mucho más que hacer, pasan la tarde ya sea leyendo, viendo películas, jugando juegos de mesa o simplemente disfrutando de la compañía del otro. De vez en cuando, algunos de los miembros del grupo de campo pasaban a ver cómo estaba John; aquellos que no podían presencialmente lo hacían a través de mensajes o llamadas. Hacía años que no sentía tanto apoyo y contención, lo que hacía que el temor que sintió en la madrugada se termine de esparcir, haciendo que el resto de su día pase plácidamente.
Después de almorzar, él y Abigail se dirigen al cuarto de la mujer. El primero en saludarlo fue Gilgamesh que, fuera de carácter, se encontraba extrañamente afectuoso esa noche. John lo toma y se sienta en la cama, colocando al animal en su regazo; él acaricia el largo pelo azabache con sus dedos mientras el gato ronroneaba. Luego de unos minutos, un largo bostezo indica que el sueño lo reclama, así que, colocándose su pijama, se coloca debajo de las sábanas y se dispone a dormir abrazando a Abigail. A medida que su mente revive los sucesos de ese día, un golpe de ansiedad le inunda el pecho; la idea de que deberá confrontar a Narciso en los siguientes días lo empieza a llenar de terror y lo peor de todo es que la constante pregunta es ¿para qué? Si mi mente está ocultando algo, de seguro es para mi propio bien. ¿Por qué me estoy arriesgando por algo que al final solo va a lastimarme? Las dudas continúan apilándose como ladrillos en la mente del hombre y empiezan a aplastarlo; un nudo en la garganta hace que le cueste respirar, pero cuando inhala hondo un aroma a pasto recién cortado, a hierbas y vallas, a agua fresca y piedras tibias por el sol, un olor a naturaleza se mete por su nariz y calma su sobretrabajado cerebro, haciendo que por fin se relaje lo suficiente como para poder caer dormido.