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Arcanum Veritas: Fractals (Español/Spanish)
Capítulo 3: Conflicto en la morgue

Capítulo 3: Conflicto en la morgue

John se queda quieto, petrificado en el lugar donde está parado, no sabe si es debido a lo que pasó antes o porque el prospecto de interactuar con Lancaster le revolvía el estómago.

-Johnny, qué bueno es verte fuera de la morgue- dice el hombre de traje con una sonrisa falsa curada en años de codearse con las castas políticas de la ciudad.

-Buen día, señor Lancaster- responde John intentando lo mismo y fallando de manera rotunda, fallo que el capitán disfruta en silencio, haciendo que su sonrisa sea un poco más real.

-Tenemos mucho de que hablar-dice el policía sin perder por un segundo la expresión del rostro y apuntando a su acompañante, agrega- Pero antes déjame presentarte al investigador Julio Rodríguez.

-Un placer conocerlo, señor Dole- El detective comenta mientras estira el brazo en dirección hacia el forense. John duda un segundo antes de tomar la mano tratando de recordar si en el departamento existía uno con tan extraña figura, pero ni la cara ni el nombre hacen sonar una campana en la mente del hombre, así que asumiendo que es un detective recién ascendido mientras acepta el apretón de manos, dice-Mi nombre es John Dole, soy uno de los forenses del departamento de Hope, nunca te había visto por aquí ni escuchado tu nombre. ¿Te ascendieron hace poco? De todas maneras, es un gusto conocerte, detective Rodríguez — El contacto con la piel húmeda de la mano del sujeto lo pone incómodo y hace que se le paren los pelos de la nuca, sin embargo, logra mantener la calma lo suficiente como para terminar su introducción en un tono calmado.

Al escuchar la pregunta del forense, Rodríguez sonríe y con una carcajada lo corrige.

-¡Ja! No, señor Dole, no trabajo en esta estación y le aseguro que no nos conocemos..- El hombre pausa, liberando la mano de John, y con un gesto agrega -Más bien soy el tipo de detective que no quieres conocer.

La amenaza es clara y el silencio que impera en los siguientes segundos solo la amplifica, hasta que Lancaster estalla en risas diciendo - Claro que sí, detective, aunque a mí me alegra conocerlo- El intento de ganar favor no pasa desapercibido por los otros dos hombres, que se ven con una mirada de cansancio y vergüenza ajena. Para terminar con el incómodo momento, Rodríguez pregunta al forense.

-Ayer a la noche una bolsa con un cadáver que pertenecía a mi caso terminó en su morgue, si no me equivoco el código de la bolsa era BMC486, ¿Han visto esa bolsa? Y si lo hicieron, ¿la han abierto?

John mira al hombre con una expresión seria y, mientras asiente, dice -Sí, estábamos terminando de catalogar las heridas cuando tuve que salir a tomar un respiro.

El hombre se pausa con una ligera expresión de vergüenza, la cual Lancaster no puede evitar usar para humillar más al forense -Huy, Johnny, ¿qué pasa? ¿Te sientes bien? Eso es raro de ti -el denso tono de burla hace que John se tense, pero otra vez, como siempre ,su lado racional evita que actúe de manera impulsiva y termine no solo sin trabajo sino también en una celda.

- Gracias por la preocupación, Edward, pero estoy bien, solo me hacía falta un café - Responde mientras se acerca a la mesa en donde había dejado la copa de plástico y la toma con una mano mientras la otra está cerrada fuertemente en un puño pálido.

Rodríguez ve a ambos hombres con una mirada dura que esconde cómo rápidamente el detective se está quedando sin paciencia.

-Señor Dole, necesito que me lleve a dónde se encuentra el cadáver, no creo que entienda lo pel…- Un temblor acompañado de un ruido casi ensordecedor corta el pedido del hombre.

-¿Qué demonios fue eso?- pregunta John mientras se da vuelta y, por cuarta vez en el día, la escena que se desarrolla ante él lo deja sin palabras.

Desde la puerta doble que da a la morgue, crecimientos vegetales que parecen raíces se expanden por las paredes, rompiéndola y despegando los azulejos que estallan al impactar el suelo.

Antes de que el forense pudiera hacer algo, Julio saca su pistola y corre hacia adelante sin un ápice de duda o miedo. Mientras avanza, les dice a los otros dos-Salgan de aquí lo más rápido que puedan, ya sabes a quién llamar. Lancaster, diles que es un código penumbra.

Como si detectaran peligro, las raíces que reptaban por las paredes se disparan en dirección al detective, tomando la forma de afiladas lanzas. Rodríguez, con unos reflejos impresionantes, pega un salto hacia el costado esquivando el ataque y responde disparando su arma varias veces impactando la madera, haciendo que vuelen astillas por todos lados pero, después de unos segundos, los fragmentos destruidos empiezan a burbujear y nuevos gajos brotan con las mismas intenciones que sus antecesores atacando al hombre con renovado vigor. Ante el bombardeo furioso de las raíces, el detective hace lo mejor que puede para esquivar los ataques. Aquellos que no puede los para con un tiro bien colocado, aun así, la cantidad resulta ser demasiada para una sola persona y algunos rozan la figura cuasi esférica de Rodríguez, cobrándose pequeños pedazos de carne y sangre.

John mira el despliegue de habilidad del hombre con una expresión de sorpresa igual a la que tenía cuando las raíces atravesaron la puerta y, tratando de hacer como el detective le había dicho, se dispone a correr hacia el elevador pero, cuando estaba por dar un paso, recuerda un detalle esencial que lo loco de la situación le había hecho olvidar. Oliver está en la morgue en estos momentos.

Su mente racional intenta imponerse como otras veces argumentando que el detective tiene la situación bajo control y que él solo sería una molestia, pero, esta vez, un sentimiento se acopla a la base de su cabeza, algo le dice que si se va no volverá a ver a Oliver nunca más.

Mientras el forense mira por encima de su hombro a la entrada de la morgue, ahora recubierta de raíces, el sonido de metal moviéndose le llama la atención y cuando gira la cabeza ve cómo las dos puertas metálicas se están cerrando, él corre lo más rápido que puede en dirección al elevador, pero años de poca actividad física le cobran factura, llegando solamente cuando las dos hojas de metal colisionan entre ellas cerrando la salida más cercana.

-¡Edward, abre la puerta, déjame entrar!- El grito de John solo es respondido por el sonido de un motor activándose y la tensión de los cables de metal mientras levantan la caja metálica.

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Un momento de duda, un momento es todo lo que se necesitó para que la opción de seguridad sea arrancada del repertorio de John. Lancaster lo había abandonado a su suerte que en estos momentos no parecía muy buena y, mientras la desesperación empezaba a tomar control, su mente corría tratando de encontrar una solución al predicamento en el que se encontraba.

Lo primero que se le ocurrió fue usar las escaleras pero, para el momento que decidió encarar hacia ellas, las raíces salieron de la pared cerrando el paso. Intenta con todas sus fuerzas arrancarlas, pero no importa cuánto esfuerzo ponga, la madera de la que están hechas es tan dura como el cemento y lo único que logra es lastimarse las manos.

La segunda idea, y posiblemente la única que le quedaba, era quedarse lo más cerca que pueda de Rodríguez, puesto que este parece capacitado para lidiar con tan bizarro suceso, además de que él tiene un arma, que es más de lo que se podía decir del forense en estos momentos, así que con el corazón corriéndole a mil empieza a avanzar en dirección a la morgue.

A medida que se acerca puede notar la figura del detective, con su gabardina hecha jirones, varias cortaduras sangrantes adornan la extraña forma del hombre. Cuando John se encontraba a unos metros, Rodríguez empezó a tener arcadas. El forense se detiene de golpe en el lugar, no sabiendo qué le está pasando, pero, pocos segundos después, la duda es aclarada cuando un grueso chorro de una sustancia verde y viscosa es proyectado desde el pequeño cuerpo enfrente de él, cubriendo las raíces que lentamente se empiezan a derretir bajo los efectos del líquido cáustico, haciendo un agujero en la maraña de materia vegetal que bloqueaba la puerta de la morgue.

Con la regeneración de las raíces impedida por el ácido y la nueva entrada que abrió, Rodríguez sale disparado hacia adelante y con un salto se mete por el agujero. John ve cómo la figura sapoide del detective se pierde entre las raíces que lentamente empiezan a cerrar el punto de acceso recién creado y, sabiendo las consecuencias de dudar, se lanza detrás del hombre atravesando el umbral con un salto en el último momento.

Cuando aterriza, impacta fuertemente sobre una pila de troncos y hojas que no amortiguan el golpe en absoluto. A pesar del dolor que se empieza a expandir desde el brazo que utilizó para parar la caída, este se levanta rápidamente para observar sus alrededores en busca de cualquier peligro inminente. Lo primero que nota es la figura monolítica, hecha de madera y sin rostros, que se alza en el lugar donde debería estar la mesa de disección, un torso acoplado al techo con dos brazos que termina en puños grandes como carros de supermercado, puños que está agitando con una velocidad que parecería imposible para tan grande creatura.

Rodríguez se mueve alrededor del gólem, esquivando los puñetazos que lanza la bestia, mientras dispara con su arma y de vez en cuando regurgita un proyectil ácido que daña fuertemente al monstruo, haciendo que se agite tratando de quitarse el líquido de encima, esparciéndolo por toda la habitación en pequeños charcos cáusticos.

Mirando alrededor, el forense observa cómo cada centímetro de las paredes que forman la morgue están recubiertas por ramas, raíces y hojas como si fuera un colchón vegetal. También puede apreciar cómo estas se mueven, reptando y teniendo pequeños espasmos, haciendo que parezcan más serpientes que plantas.

John se acerca a la pared tratando de estar fuera del alcance de los dos combatientes pero no lo suficientemente cerca para ser atrapado por la extraña vegetación y avanza lentamente mientras escanea el cuarto buscando cualquier señal de vida de su compañero de trabajo. No lo tuvo que buscar por mucho tiempo, puesto que a unos metros de él una figura humanoide de pelo rubio se encontraba atada a la pared, recubierta por ramas que atrapaban firmemente sus brazos y piernas.

El forense se aproxima lo más rápido que puede mientras rodea un charco producido por la intensa pelea que se desarrolla en estos instantes y cuando llega al lado de Oliver, mientras toma los signos vitales del hombre, dice en voz baja.

-Oliver, ¿puedes escucharme?- Un ligero alivio baña a John al ver que el pulso de su compañero, aunque débil, todavía existe y usando el tono más seguro que puede mientras trata de liberarlo, agrega- Todo va a estar bien, solo déjame bajarte de ahí y encontraremos un lugar seguro para escondernos.

El forense de pelo rubio, apenas consciente, sacude levemente la cabeza, las raíces que lo tenían atrapado empezaban a penetrar la piel y moverse por debajo de esta, marcándose claramente en el cuerpo del hombre a medida que suben por las extremidades. El pánico de John iba en aumento mientras observaba el horrible suceso y tiró con todas sus fuerzas pero, como ya había comprobado hace algunos minutos, las raíces son demasiado duras y fuertes como para que su cuerpo de forense pudiera romperlas.

Usando aquellas capacidades mentales no paralizadas por el inmenso terror que le recorría el cuerpo, divisa un plan usando los fragmentos de madera y los charcos ácidos cercanos. Sumergiendo un pedazo de raíz en el líquido viscoso, pudo transportar la sustancia desde estos a los lugares en donde Oliver estaba conectado a la pared. A pesar de que el plan funcionó y fue liberado, John no salió ileso de la situación, ya que pequeñas gotas de ácido terminaron quemando parte de sus manos y antebrazos.

A pesar del dolor, hace el esfuerzo e intenta avanzar hacia un lugar seguro mientras carga a su colega. El piso recubierto de troncos y charcos no hace el camino más fácil, menos aún lo hace el combate que llega a su clímax con una explosión que suena como un trueno y hace temblar el lugar.

Perdiendo la fuerza en las piernas, John cae junto a Oliver. Ambos ruedan por el piso y terminan a pocos centímetros de un charco de ácido. Desde el piso, el forense puede ver cómo Rodríguez recibió un golpe del gólem y ahora se encuentra inconsciente en el suelo.

Mientras observaba el resultado del combate, John siente cómo el cuerpo de Oliver empezaba a resbalarse hacia el ácido. Él rápidamente lucha para evitar que siga descendiendo hacia el charco. Si bien lo logra, el movimiento fue demasiado brusco, llamando la atención de la criatura que gira su cabeza sin rostro en dirección del dúo y lentamente levanta el puño, casi como si saboreara el momento, y lo lanza hacia ellos con una fuerza impresionante.

Aunque el ataque va a una gran velocidad, para John todo va en cámara lenta. Su mente trabaja a todo lo que da para descubrir una forma de que ambos hombres sobrevivan al impacto.

Su lado racional le ruega, casi gritando, que por favor deje ir a Oliver, que si lo suelta y se mueve, tal vez pueda zafarse con tan solo una extremidad menos, que es bastante mejor que ser completamente destruido por un puño gigante. Él escucha y los dedos que toman el cuerpo, apenas consciente de su compañero, se empiezan a aflojar, pero el extraño sentimiento vuelve con fuerza y hace que la mano se cierre de manera férrea, uniendo el destino de ambos hombres.

El puño del gólem se encontraba ya a pocos centímetros, las opciones se iban acabando y John cierra los ojos fuertemente, a pesar de no ser una persona religiosa, para pedir por un milagro. Pero, cuando ya se había resignado a su destino, un fuerte zumbido agudo es escuchado por toda la habitación, desde el bolsillo en donde había guardado la llave, esta sale volando hacia adelante e impacta contra el puño creando una onda expansiva al mismo tiempo que hace volar chispas verdes y púrpuras.

La lucha es igualada en los primeros segundos, pero lentamente la llave se va imponiendo y termina por repeler el golpe mandándolo hacia atrás, casi arrancando la colosal figura de su lugar en el centro de la habitación.

Antes de que el gólem pudiera contraatacar, el artefacto empieza a vibrar y con ella vibra el aire que rodea a ambos hombres, hasta el punto de que todo lo que pueden ver se vuelve borroso. Lentamente, John pierde la conciencia a medida que el efecto de la llave va en aumento, y lo último que puede ver y sentir antes de caer en la inconsciencia es un destello de luz púrpura y un fuerte dolor en el medio de la frente.