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Capítulo 11: El invernadero

Respirando hondo, John trata de calmarse. Sabe que si entra en pánico lo único que hace es reducir sus posibilidades de salir intacto de la situación en la que se encuentra. Mirando hacia abajo puede notar que debe estar a unos diez metros del suelo, así que si cae probablemente se termine partiendo el cráneo. No teniendo más opción, intenta agarrar las lianas y subir a la rama más cercana para saber si desde la altura puede reconocer un lugar seguro en donde pueda planear que hacer a continuación.

Al doblar el cuerpo para intentar su idea, otra vez la falta de ejercicio hace que el esfuerzo físico sea más forzoso, pero a pesar del dolor logra llegar a tomar las lianas e impulsándose hacia arriba con la ayuda de estas empieza el lento ascenso. Después de varios minutos, por fin se posa en la primera rama lo suficientemente estable para aguantar su peso. Ahora que podía apreciar mejor sus alrededores, lo primero que nota es la inmensa esfera en el medio del "cielo" que brillaba fuertemente con una intensidad casi segadora; uno pensaría que era el sol, pero estaba demasiado bajo como para ser el astro; además estaba conectado con un tubo que se perdía entre las nubes.

Sorprendido por el artefacto continúa tratando de encontrar su rumbo; observando la lejanía enfrente de él puede ver una gran extensión de selva que llega hasta la línea del horizonte. A su izquierda puede ver como una línea blanca mancha el filo del ocaso, y a su derecha una gran cordillera se alza y entre donde está y ella puede ver el techo de lo que asumen son casas.

Viendo que la edificación más cercana se encontraba en dirección a la cordillera, empieza a consolidar un plan para bajar del árbol sin romperse nada. Su padre le había enseñado que cuando se enfrentara a un problema siempre tenía que responder 3 preguntas: ¿qué tiene? ¿Qué sabe? ¿Qué puede hacer? Con esa enseñanza en mente, empieza a decir en voz alta- Tengo mi cuerpo, el árbol y las lianas- desatándolas de sus tobillos, toma las lianas y empieza a atarlas alrededor de su cintura y mientras observa que tiene suficiente como para llegar al suelo, continúa con su monólogo -Se cómo hacer nudos y que no tengo que mirar para abajo para evitar el vértigo- acercándose a la base de la rama tira las lianas de un lado y la toma por debajo de la rama mientras para animarse asimismo dice- Puedo usar la rama como punto de apoyo para descender lentamente- en ese momento se lanza antes de que las dudas puedan alcanzarlo y golpea fuertemente contra el árbol, mientras agarra la liana con ambas manos lentamente empieza a soltarla palmo a palmo, cada vez que lo hace baja unos centímetros de una manera más brusca de lo que le hubiera gustado, haciendo que la improvisada cuerda se hundiera en la carne de la cintura, aunque doloroso, no era nada que no pudiera soportar, y después de unos minutos sus pies tocan suelo firme, justo a tiempo para escuchar como la rama que sostenía su vida se quiebra con un sonoro crujido. Rápidamente se quita del medio rodando por el fangoso suelo de la selva, y en el lugar en donde estaba la rama recién quebrada impacta el suelo, transformándose en astillas.

John se queda unos segundos en el piso, mirando la copa de los árboles al mismo tiempo que respira hondo, intentando calmar su corazón que palpita a mil por hora. Si bien el baño de lodo no era parte del plan, por lo menos ya no estaba colgando y eso es lo que importaba. Después de que lograra bajar sus palpitaciones, se levantó forzosamente, sus músculos acalambrándose en protesta por el trato recibido, lo que le producía dolor cada vez que movía los brazos. Tratando de ignorar la incomodidad, lo mejor que puede se vuelve a ubicar usando el árbol por donde acaba de bajar como referencia y una vez hecho esto empieza a caminar por la densa arboleda.

Moviéndose lo más rápido que el terreno y su cuerpo maltrecho le permiten, John camina por varios minutos surcando la vegetación, cuando de la nada se detiene en seco al escuchar el sonido de un instrumento de viento cuya melodía que, a pesar de ser suave, se podía escuchar claramente sobre el ruido producido por la fauna local. El hombre se queda en silencio a escucharla. Un ligero temblor le recorre el cuerpo y le hace parar los pelos de la nuca. A medida que pasan los minutos, lo que empezó como una leve emoción se transforma lentamente en excitación para al final volverse un sentimiento de euforia que lo hacía sonreír de oreja a oreja. Lentamente la música se va haciendo más tenue hasta casi desaparecer y John, no queriendo que la fuente de su felicidad se vaya, la persigue con ímpetu. No importándole si tropieza con las raíces o si los zarzales cortan su piel, él sigue el tenue sonido con todo lo que tiene hasta llegar al origen de donde surge.

En un claro florido, pequeñas creaturas no más grandes que un niño danzaban en círculo alrededor de un pedrusco. Se las podría confundir con infantes o a lo mucho con personas pequeñas, de no ser por los cuernos que adornan sus cabezas, el frondoso pelaje marrón en las piernas y los pies reemplazados por pezuñas. En el centro del círculo, uno de estos seres, más grande que sus pares, toca entusiásticamente la flauta con una mano mientras esconde la otra detrás de su espalda.

A pesar del bizarro aspecto de estos seres, John no se sentía asustado, más bien todo lo contrario, siente la imperiosa necesidad de unirse a ellos en lo que parece un momento de diversión, pero cuando está a punto de dar un paso, su frente empieza a calentarse hasta el punto de empezar a lastimarlo; el dolor lo hace trastabillar, retrocediendo unos pasos, haciéndole perder su oportunidad de unirse a las festividades, oportunidad que es tomada por otro ser que se abre paso entre las flores.

Un cerdo salvaje avanza casi dando saltitos hacia el círculo; al percatarse de esto estas entidades se abren dejándolo entrar y cuando se posa enfrente de la piedra, la creatura más grande, sin dejar de tocar, desciende colocándose enfrente del indefenso animal que se balancea en el lugar mirándolo sin parpadear. Con un aumento final de la intensidad, la canción llega a su fin. Todo lo que se podía escuchar en ese momento eran las notas dulces de la flauta de pan, acentuadas por un golpe seco producido por una piedra que impacta en la cien del jabalí.

Sin decir nada, la entidad se lanza contra el cuello del animal, arrancando un pedazo de carne, haciendo que este se empiece a desangrar de manera rápida. Con la boca llena de sangre, ruge, mostrando sus dientes afilados; las demás creaturas que parecieran estar esperando este momento se arrebatan contra el cerdo, despedazándolo con filosas garras.

Ahora que el sonido de la flauta había terminado, lo que sea que estaba afectando a John se había desvanecido junto con la melodía. Al ver estas creaturas fuera de la influencia de la música, podía apreciar lo horrible que realmente se ven. Los cuernos estilizados casi como si fueran coronas ahora están astillados, descolorados e incluso algunos perforaban la piel, incrustándose profundamente en la carne de su dueño; el pelaje que antes parecía extremadamente suave ahora estaba enmarañado, con claras señales de sarna y los cuerpos antes esbeltos ahora portaban varias cicatrices junto con la falta de alguno que otro apéndice.

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El miedo empieza a asentarse en la cabeza de John, junto con la noción de que si no fuera por el repentino dolor de cabeza, sería él el que se encontraría siendo despedazado por un sinfín de garras afiladas. Contando con que estos seres estarán distraídos mientras se alimentan, intenta alejarse del lugar sin llamar la atención de las creaturas, pero cuando hace un paso hacia atrás, el ruido de una madera al partirse llena el aire del claro.

Todos se frenan de golpe, como si el tiempo se hubiera detenido, John ni siquiera respira esperando que por un milagro las creaturas a unos pocos metros no hayan escuchado el sonido que acaba de hacer, pero sus esperanzas son aplastadas cuando la figura más grande del montón se levanta y mira directamente en su dirección con ojos amarillos parecidos a los de una cabra, pero inyectados con una furia asesina que el hombre nunca antes había visto.

A medida que pasa el tiempo, más de las creaturas pequeñas levantan la cabeza, pero John se concentra en el que hasta ahora actuó como el líder, sabiendo que él sería el primero en moverse. Su instinto de supervivencia entra en efecto, gritándole que corra, pero él se queda quieto mientras intenta luchar con el miedo que empieza a ocupar más y más espacio en su mente. Los segundos siguen pasando, y John empieza a sudar profusamente mientras su cerebro, semientumecido por el terror, intenta encontrar una forma de salir de la situación. Sin mucho tiempo para planear, la mejor idea que se le ocurre es amagar con la vista hacia una dirección aleatoria y cuando el líder le saque los ojos de encima, salir corriendo con todo lo que dé y así lo hace. El grandote se come el amague, dándole tiempo a John de ganar una pequeña pero esencial ventaja.

Con un rugido el líder abre la caza y una docena de pequeños seres peludos salen a perseguir al asustado hombre; mientras tanto John corre lo más rápido que puede, pero el suelo enraizado le hace difícil avanzar. No pasa mucho tiempo para que una de estas raíces lo haga tropezar, rodando colina abajo y cayendo de cabeza en un cúmulo de arbustos, las pequeñas ramas, haciendo pequeños cortes en todo el cuerpo del aspirante.

Gracias a la adrenalina que recorre por su cuerpo, puede pararse de manera inmediata, obviando el dolor que se expande por toda su forma, pero el tropezón le costó tiempo que no tenía, haciendo que sus perseguidores acortaran la distancia y lograran taclearlo al suelo. John se quita a la babeante bestia de encima e intenta reincorporarse solo para notar que está rodeado; a su espalda escucha como algo pesado impacta el suelo. Teniendo una idea de lo que puede ser, se da vuelta rápidamente, golpeando contra la figura del líder y cayendo de culo al piso.

—Me pregunto qué hace un hijo de las escamas en mi bosque —comenta el ser, mientras olisquea el aire en la dirección de John y, golpeándose el pecho con ambas manos, responde —¿Será que la que se enrolla necesita algo de Arktack?

El hombre intenta explicar que no quiere problemas y que estaba buscando una forma de contactar con sus conocidos, pero, ya sea por la apariencia horrible amplificada por la cercanía junto a la patina roja que cubría las manos y boca de la creatura o por la confusión generada por la noción de que una entidad tan salvaje y extraña pudiera comunicarse de manera tan fluida, lo único que sale de la boca de John son palabras cortadas y balbuceos.

-¿Qué pasa, no te funciona la lengua? ¿Si no la vas a usar porque no me la das? Sería más útil en mi estómago —comenta Arktack mientras levanta al hombre de un brazo y lo pone cara a cara con él.

Ahora que estaba a unos pocos centímetros de la bestia, John podía apreciar no solo el nauseabundo olor que emanaba del ser sino también la profunda cicatriz que exhibía en el puente de la nariz. El hombre mira con temor los ojos de iris amarillos e inyectados de sangre que reflejan un deleite sádico, cuando intenta bajar la cabeza para evitar el horrible olor que sale de la boca de la creatura, esta le agarra la quijada y la levanta mientras una lengua pálida y larga lame la sangre que fluía de uno de los cortes en la cara de John.

—Mmmmm, cuanta mana, voy a disfrutar bastante saborear tu enki —dice Arktack después de probar la sangre del hombre y lentamente empieza a hundir sus uñas en el torso de este mientras sonríe.

John grita a medida que las uñas del monstruo se hunden cada vez más en su carne. A pesar de que jala con todas sus fuerzas, el agarre de la creatura es infranqueable. Lo único que puede hacer es soportar el dolor y pensar alguna forma de salir de esta situación. La mente del hombre estruja toda la capacidad que puede de sus neuronas, pero a medida que lo hace, la única conclusión a la que llega es que solo un milagro podrá salvarlo. Por suerte para John, la dama de la fortuna no lo había olvidado, y el milagro que esperaba llega en la forma de raíces que salen disparadas desde el suelo y rodean a Arktack, haciendo que libere al hombre y quede suspendido en el aire.

John cae de rodillas, mirando el suelo. El terror que sentía empezaba a colapsar su cordura y lentamente podía sentir cómo su mente se empezaba a escapar. La aparición de esas raíces le hace recordar lo vivido en la morgue y hace que tenga un ligero ataque de pánico mientras escucha su corazón palpitar en sus orejas y sangra profusamente por un costado. Tomando todo el valor que le queda, a duras penas mira para arriba y puede ver como su asaltante se encontraba enredado entre varias raíces que lo mantenían firmemente atado. Al mirar alrededor, puede notar que lo mismo pasa con los seres de menor tamaño que a pesar de luchar con garras y dientes no pueden liberarse de sus ataduras.

—Parece que llegué justo a tiempo —la voz conocida de Evergreen suena entre los árboles.

John se da vuelta, aliviado por escuchar una voz familiar y tratando de levantarse dice—No te das una idea.

—Intenta no moverte mucho, ya has perdido mucha sangre —aconseja la mujer mientras apura el paso, cuando llega se arrodilla poniendo una mano en la espalda del hombre y otra sobre la herida del costado; la coloración verdosa se extiende desde la punta del pelo hasta la raíz y un ligero brillo verde emana de las manos de la mujer. A medida que pasan los segundos, las heridas de John se van cerrando, pero, aun así, todavía se sentía mareado y necesitaba de la ayuda de Evergreen para pararse.

—¿Por qué usas el poder de madre para detenerme, hija de las raíces? ¿Acaso he hecho algo para ofenderte o quieres comerte tú a la pequeña serpiente? —cuestiona Arktack mientras se encuentra suspendido en el aire.

—Cierra la boca, William, no te voy a permitir comerte a mis amigos —espeta la mujer mientras mira a la creatura con una mirada entre pena y odio.

—Ya te he dicho, bruja de las flores, que William murió hace tiempo ¡SOLO QUEDA ARKTACK! —vocifera el ser claramente molesto.

—Sí, lo sé —contesta la mujer en un tono firme ante el exabrupto mientras con un movimiento de la mano lanza por los aires a Arktack y su sequito haciéndolos desaparecer entre los árboles. Tomando más firmemente a John, suavemente le dice —Deberíamos salir de aquí; William no es de los que se rinden fácilmente.

¿William? ¿Conoces a esa cosa? —Pregunta John sorprendido mientras intenta dar unos pasos.

La mujer se queda en silencio por unos segundos y con un tono de tristeza responde —Claro que sí, después de todo, es mi hermano.