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9 La Unificación Celestial

Elior, el imparable, había logrado algo que ningún otro querubín en la historia celestial siquiera podría haber soñado: su nombre resonaba en todos los rincones de las Repúblicas Oligarcas y más allá, no como un prodigio infantil, sino como un héroe de guerra. Esta fama, su capacidad estratégica y su destreza en el campo de batalla le dieron acceso a recursos y aliados que habrían sido imposibles de alcanzar para alguien de su edad y condición. Pero Zakarius, oculto tras la identidad de Elior, supo cómo aprovechar estas conexiones para sus propios fines.

Kael, el oligarca encargado del aspecto militar y amigo íntimo de Auron, veía en Elior algo más que un héroe. Para Kael, el joven querubín no solo era una figura admirable, sino también una promesa para el futuro. "Si Auron no lo hubiera querido, yo lo habría adoptado y lo habría hecho mi sucesor", le comentó en más de una ocasión a su círculo de confianza. En sus ojos, Elior era más que un querubín; era una entidad excepcional, un futuro líder del desarrollo militar de las Repúblicas. Sin embargo, el pensar siquiera en hacer realidad ese deseo le generaba un conflicto interno. Después de todo, Auron era su mejor amigo, y no podía imaginar traicionarlo de esa manera.

Pero Elior, astuto y consciente de la posición que había logrado en tan poco tiempo, vio una oportunidad única. Usando su ingenio y el poder de su influencia, comenzó a fundar su propia compañía de armamento y desarrollo de colosos. Si bien un niño querubín jamás tendría permitido asumir tal responsabilidad, el peso de su título como el mayor héroe celestial le abría puertas que a otros les estarían completamente cerradas. Nadie en las Repúblicas Oligarcas, ni siquiera los burócratas más estrictos, se atrevería a cuestionar la legitimidad de sus intenciones o su capacidad.

Con el apoyo incondicional de Kael, la empresa de Elior no tardó en florecer. Kael, quien lo veía casi como un hijo propio, no solo le proporcionaba recursos sino también un constante respaldo moral y estratégico. A pesar de la juventud de Elior, su carisma y determinación eran tales que se ganó el respeto de varios ingenieros, estrategas y pilotos veteranos. Su nueva compañía se posicionaba rápidamente como uno de los actores más importantes en el desarrollo militar de las Repúblicas, especialmente en la creación de colosos aún más avanzados que el Invictus.

En numerosas conversaciones con Auron, Kael no ocultaba su admiración por Elior. "Tu hijo no es un querubín común", decía con frecuencia. "Es diestro, fuerte, y tiene una visión de lo que quiere para el futuro. Si algún día decides dar un paso atrás, él está listo para liderar, Auron". Pero cada una de estas palabras, lejos de consolar a Auron, lo llenaba de una profunda tristeza. Para él, hablar de su hijo como si fuera un ángel —una figura militar, poderosa, alguien destinado a la guerra— era desgarrador. Los querubines nunca habían sido hechos para la guerra. "Elior debería ser un ingeniero, un inventor... un ser pacífico, no un soldado", pensaba Auron.

La amistad entre Auron y Kael comenzó a tensarse, aunque ninguno de los dos lo admitiera abiertamente. Para Kael, Elior representaba todo lo que las Repúblicas Oligarcas necesitaban: alguien con la inteligencia de un querubín pero con la valentía y el poder de un ángel. Para Auron, en cambio, ver a su hijo avanzar por ese camino era doloroso. Elior ya no era el niño prodigio que imaginaba; ahora era alguien mucho más complejo, más oscuro. Su orgullo y su confianza habían crecido al mismo ritmo que su influencia, y eso preocupaba a Auron más de lo que jamás admitiría.

Mientras tanto, Zakarius, bajo la apariencia de Elior, disfrutaba de cada triunfo en silencio. Sabía que estaba construyendo un imperio personal, uno que lo llevaría cada vez más cerca de sus verdaderas metas. Aunque los elogios y la adoración pública no le interesaban tanto como a Elior, le servían como un medio para continuar escalando. No solo había logrado engañar a los celestiales, sino que ahora estaba consolidando una posición de poder que le permitiría dar los siguientes pasos en su plan.

El conflicto entre padre e hijo solo se profundizaba con el tiempo. Auron intentaba desesperadamente mantener una relación cercana, pero cada día veía cómo Elior se alejaba más de su infancia y de la vida que siempre había imaginado para él. "¿Qué he hecho mal?", se preguntaba constantemente. Pero la respuesta nunca llegaba. Elior era ya demasiado grande, demasiado fuerte para que pudiera volver a ser el niño que había sido una vez.

El futuro de las Repúblicas Oligarcas estaba en juego, y todos los ojos estaban puestos en Elior el Imparable, el querubín que había superado todas las expectativas, pero cuya Celestialidad parecía desvanecerse un poco más con cada nueva victoria.

Elior, el imparable, seguía innovando a un ritmo vertiginoso. Su compañía de armamento y desarrollo de colosos se había convertido en una auténtica fuerza industrial, capaz de diseñar y producir colosos para múltiples roles en el campo de batalla. Cada nuevo modelo que salía de sus fábricas estaba dotado de una tecnomagia avanzada que no solo superaba a los anteriores, sino que redefinía lo que los colosos eran capaces de hacer. Algunos fueron diseñados para exploración y defensa, otros para ataques rápidos, y unos pocos prototipos incluso estaban preparados para operar en ambientes hostiles, como el temido miasma nigromántico. Era un trabajo que no solo lo mantenía ocupado, sino que le daba un propósito mucho más allá de la guerra misma.

Sin embargo, conforme su mente estratégica se afinaba, Elior comenzó a cuestionar los límites de las Repúblicas Oligarcas Celestiales. A pesar de que las Repúblicas habían jugado un papel crucial en la derrota de los nigromantes, seguían siendo una nación pequeña, limitada territorialmente y económicamente. "¿Por qué, si somos los que salvamos el mundo celestial, no reclamamos una mayor extensión de tierra?", se preguntaba Elior cada vez con más frecuencia. Para él, era lógico que las Repúblicas, con su increíble poder tecnológico y su creciente influencia, debieran expandirse y unificar al mundo celestial bajo su gobierno.

Este deseo de expansión resonaba profundamente en Zakarius, quien, desde lo más hondo de su ser, ansiaba el control. Aunque los recuerdos de Elior y su identidad original como un querubín aún le influían, el antiguo ángel caído que residía en su interior veía esta oportunidad como el medio perfecto para revivir sus ambiciones. Después de todo, ahora tenía el poder, el estatus, y el apoyo militar para llevarlas a cabo.

Fue entonces cuando Kael, el oligarca encargado del aspecto militar, entró en escena. Aunque provenía de una nación que históricamente se había mantenido neutral, Kael siempre había albergado ambiciones similares. A lo largo de los años, había visto cómo las Repúblicas Oligarcas se habían mantenido aisladas por temor a sus poderosos vecinos. Aquellos días de constante abuso y sometimiento por parte de las naciones celestiales mayores, que se aprovechaban de la debilidad de las Repúblicas, le habían dejado una huella indeleble. Sin embargo, hasta ahora, la historia neutral de las Repúblicas había sido un obstáculo que no había podido superar.

Pero ahora, con Elior —el mayor héroe de la guerra— a su lado, Kael empezó a replantearse la posibilidad de iniciar una nueva era de esplendor. Sabía que, si actuaban correctamente, podían llevar a las Repúblicas a una hegemonía militar y económica en el mundo celestial. Su combinación de tecnología superior y un ejército formidable, ahora entrenado y armado con los colosos más avanzados, les proporcionaba una ventaja incuestionable.

Kael, admirador y casi figura paterna de Elior, decidió tener una conversación privada con el joven héroe. En un salón elegante, rodeado de planos y esquemas de los próximos modelos de colosos, Kael habló abiertamente:

—Elior, hay algo que debo decirte. Durante años, he creído que nuestro destino como nación estaba limitado por nuestro tamaño y por la política de neutralidad que nuestros ancestros nos impusieron. Hemos sido pequeños, temerosos de aquellos que una vez abusaron de nosotros. Pero tú has cambiado todo eso. Tú, y solo tú, has puesto a las Repúblicas en el mapa, y no como víctimas, sino como los salvadores del mundo celestial. ¿Por qué detenernos ahora? Con tus habilidades, podemos lograr lo que siempre hemos soñado: unificar el mundo celestial bajo nuestra bandera.

Elior escuchaba atentamente, y cada palabra encendía una chispa en su interior. Zakarius, en su interior, se regocijaba. Esta era la oportunidad que había estado esperando.

—Kael, tienes razón. Hemos demostrado ser los mejores, y lo hemos hecho en el campo de batalla, donde otros fracasaron. Ya no podemos seguir limitándonos. Es hora de que las Repúblicas crezcan. Es hora de que reclamemos lo que es nuestro —dijo Elior, con una determinación implacable en sus ojos.

Con este acuerdo en marcha, los dos comenzaron a planear los próximos pasos. Kael, como el oligarca militar, sabía que tendría que ser cauteloso al plantear estas ideas a los otros líderes de las Repúblicas. Aunque el apoyo a Elior era enorme, muchos aún albergaban dudas sobre si debían cambiar su política de neutralidad. Pero, con la figura de Elior al frente, era solo cuestión de tiempo antes de que la ambición de expansión se convirtiera en el objetivo oficial de las Repúblicas.

Zakarius, ahora con el control total sobre la vida de Elior, comenzó a revivir los viejos recuerdos de su pasado como ángel, cuando su envidia por los querubines lo había llevado a traicionar todo lo que representaba. Ahora, en este nuevo cuerpo, estaba empezando a recrear sus deseos de dominación. Lo que una vez fue una pequeña nación, ahora se encaminaba hacia un futuro imperialista, y Zakarius estaba determinado a que él fuera quien lo liderara.

Mientras tanto, Auron, completamente ajeno a las crecientes ambiciones de su hijo, seguía tratando de encontrar la forma de reconectar con él. El regreso de Elior de la guerra lo había llenado de orgullo y confusión a partes iguales. Sabía que su hijo ya no era el niño prodigio que una vez fue, pero le costaba aceptar que estaba cambiando más de lo que podía entender. Cada vez que Kael le hablaba de las proezas de Elior, Auron sentía un creciente malestar, como si algo estuviera fuera de lugar.

Pero Elior, ahora más ambicioso que nunca, estaba decidido a expandir las fronteras de las Repúblicas, y nadie —ni siquiera su propio padre— lo detendría. Kael y él estaban listos para llevar a las Repúblicas hacia un nuevo capítulo de gloria y conquista, y el mundo celestial pronto conocería el verdadero poder del Imparable.

En una sala iluminada por la tenue luz de los hologramas de colosos y mapas tácticos del mundo celestial, Elior y Kael se sentaban en un encuentro privado, sus voces apenas por encima de un susurro mientras discutían los detalles de su próximo plan. Habían acordado que la siguiente fase de su expansión debía centrarse en un objetivo ambicioso: la Sacrosanta Iglesia Celestial. Esta nación, uno de los principales actores en la pasada guerra contra los nigromantes, había sido un antiguo aliado, pero ahora se presentaba como una presa debilitada por el conflicto y las pérdidas recientes.

Elior, o más bien Zakarius, que residía en su interior, sabía que la Iglesia había mantenido una relación tensa con las Repúblicas desde hacía siglos. Sus líderes religiosos siempre habían mirado con desdén el enfoque tecnomágico de las Repúblicas, considerándolo una forma de herejía frente a su devoción a las deidades celestiales. Kael conocía bien este resentimiento histórico, y ahora ambos veían la oportunidad perfecta para aprovecharse de ello.

—La Iglesia es débil, Kael. Sus fuerzas están dispersas, y su economía apenas se está recuperando después de la guerra —dijo Elior, mientras deslizaba sus dedos por uno de los mapas tridimensionales, marcando las zonas más vulnerables. —Ya no tienen la fuerza de antes, pero aún representan un obstáculo. Si los atacamos sin justificación, podríamos perder el apoyo del pueblo y arriesgarnos a una guerra abierta sin un respaldo claro. Necesitamos un motivo que no solo justifique el ataque, sino que lo haga parecer inevitable.

Kael, un maestro en la política militar, asintió con la cabeza. Sabía que lo que Elior decía era cierto. No podían lanzarse a una campaña de expansión sin una razón aceptable. En las Repúblicas, aunque el poder militar había crecido, aún había una fuerte base de ciudadanos que veían con recelo cualquier acción agresiva fuera de sus fronteras. Y la Sacrosanta Iglesia Celestial, a pesar de sus tensiones históricas con las Repúblicas, seguía siendo un símbolo religioso poderoso para muchos.

—Necesitamos un casus belli, uno que no solo convenza a las Repúblicas de que es lo correcto, sino que también convierta a la Iglesia en el villano de la historia. Si logramos encender la chispa de un conflicto que parezca una agresión por su parte, tendremos todo el respaldo necesario para mover nuestras piezas.

Elior miró a Kael con una sonrisa astuta, y fue en ese momento cuando Zakarius se hizo completamente evidente en su personalidad.

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—Ya lo tengo. Recuerdo bien los tropiezos de la Sacrosanta Iglesia durante la guerra contra los nigromantes. Estaban tan desesperados que cruzaron ciertas líneas prohibidas. De hecho, fui testigo de cómo realizaron experimentos de fusión de almas con los prisioneros que capturaban. Querían crear un ejército invencible de mártires, soldados inmortales que sirvieran a la causa divina. Si revelamos estos secretos oscuros al público, podremos generar suficiente indignación moral para justificar una intervención militar. Podemos proclamar que su corrupción interna es un peligro para todo el mundo celestial y que debemos intervenir para protegernos a todos.

Kael levantó una ceja, claramente impresionado por la astucia del plan. Un escándalo de ese nivel no solo pondría a la Iglesia en una posición indefendible, sino que también les daría una excusa perfecta para intervenir militarmente sin parecer los agresores. Sabía que a lo largo de la historia, la manipulación de la verdad había sido una herramienta poderosa en tiempos de guerra, y esto sería un golpe maestro.

—Elior, ese plan es... brillante. Si sacamos a la luz esos experimentos, podemos empujar a la Iglesia a una posición de debilidad. Se verán obligados a defenderse, y cualquier intento de justificación por su parte solo los hundirá más en el desprestigio. El pueblo de las Repúblicas lo verá como un acto necesario de justicia. Además, podríamos sugerir que sus acciones fueron un peligro para nuestros propios ciudadanos. La idea de que pudieron haber traído algo tan corrupto como el miasma nigromántico a nuestro mundo será suficiente para encender la llama de la indignación.**

Elior, movido tanto por la ambición de Zakarius como por su propio deseo de gloria, estaba convencido de que esta era la mejor manera de avanzar. Sabía que no solo estaba buscando más poder para las Repúblicas, sino también para sí mismo. En su mente, se imaginaba cómo, después de derrotar a la Iglesia y tomar su territorio, sería visto no solo como el héroe que salvó al mundo de los nigromantes, sino también como el que lo unificó.

Los preparativos comenzaron de inmediato. Kael movilizó a sus mejores estrategas y espías para comenzar a filtrar las primeras insinuaciones sobre los crímenes ocultos de la Sacrosanta Iglesia. A través de periodistas afines y altos mandos militares en las Repúblicas, la historia comenzó a tomar forma en los medios, alimentando la indignación popular. Mientras tanto, Elior se encargaba de mantener su imagen pública, visitando diversas academias y fábricas de colosos, donde se lo veía como el joven héroe que había devuelto la paz al mundo celestial.

No pasó mucho tiempo antes de que la narrativa de la Sacrosanta Iglesia como una institución corrupta comenzara a ganar fuerza. Las acusaciones de experimentos inhumanos y de colaboración secreta con fuerzas nigrománticas generaron un fuerte malestar entre las facciones más conservadoras de las Repúblicas, y muchos ciudadanos comenzaron a clamar por una intervención militar para purgar la Iglesia de sus pecados.

Zakarius, disfrutando del éxito de su plan, sabía que la Sacrosanta Iglesia estaba al borde del colapso, no por la fuerza de los colosos, sino por el poder de la opinión pública. Lo que una vez fue una nación que mantenía su influencia sobre el mundo celestial ahora se veía como una reliquia feudal, corrupta y débil. Y Elior, el héroe imparable, se preparaba para dar el golpe final que no solo consolidaría su estatus como leyenda viva, sino que abriría el camino para la expansión de las Repúblicas hacia un nuevo imperio celestial.

Mientras la tensión crecía y los movimientos políticos comenzaban a alinearse, Kael y Elior sabían que el juego estaba a punto de comenzar.

Las primeras luces del amanecer celestial apenas despuntaban sobre el horizonte cuando los colosos de guerra avanzaron hacia las fronteras de la Sacrosanta Iglesia Celestial. Elior, montado en su imponente coloso Invictus, lideraba la ofensiva con un fervor implacable. La propaganda previa había hecho su trabajo: el mundo celestial estaba convencido de que la Iglesia era una institución corrupta y traicionera, y cualquier acción militar en su contra se veía justificada.

Desde su cabina, Zakarius, bajo la identidad de Elior, observaba las líneas de defensa del enemigo. Había algo casi ceremonial en el modo en que el ejército de la Iglesia se organizaba. Sus soldados, con armaduras doradas decoradas con emblemas divinos, parecían sacados de una época pasada, obsoletos frente a la tecnología de los colosos de las Repúblicas.

La primera línea de resistencia no tardó en caer bajo la brutal embestida de los colosos. Con un movimiento de su mano, Elior ordenó una serie de ataques coordinados, y las gigantescas máquinas de guerra lanzaron descargas de energía que redujeron las fortificaciones sagradas a escombros. Los soldados de la Iglesia, armados con espadas benditas y lanzas de luz, no pudieron más que ver cómo sus santuarios y templos se desmoronaban ante la embestida de las armas tecnomágicas.

A pesar de la brutalidad, Elior se mantenía frío, casi clínico en su enfoque. Cada vez que derribaba a un enemigo o destruía una estructura, no sentía remordimiento. En su mente, aquello no era más que otro paso hacia la gloria. La Sacrosanta Iglesia Celestial había caído en desgracia, y él, el héroe imparable, estaba allí para purificar su corrupción. Aunque en el fondo de su ser, Zakarius disfrutaba de la destrucción, saboreando el caos que provocaba.

Las voces de su guardia personal y los demás pilotos se escuchaban en los canales de comunicación, dándole actualizaciones constantes sobre la batalla. Los mejores pilotos ángeles, aquellos designados para protegerlo, observaban con mezcla de temor y admiración cómo Elior atacaba sin piedad, avanzando hacia los corazones mismos de las ciudades sagradas de la Iglesia.

—Invictus, todos los objetivos de la primera fase han sido neutralizados —informó uno de sus oficiales.

Elior, sin apartar los ojos del horizonte, respondió con frialdad:

—Procedan a la segunda fase. Diríjanse a la capital.

El plan era claro: no dejar sobrevivientes en los altos mandos de la Iglesia. Habían sido pintados como traidores y herejes, y su eliminación debía ser total para asegurar la victoria completa. En lo profundo, Zakarius sabía que, más allá de los motivos políticos y estratégicos, la caída de la Iglesia marcaría un momento histórico. Él sería el responsable de reescribir el orden celestial.

A medida que avanzaban, las defensas de la Iglesia empezaban a colapsar. Los colosos, con su tecnología abrumadoramente superior, destruían cualquier intento de contraataque. No había posibilidad de éxito para los defensores. Los líderes religiosos y generales eclesiásticos, al darse cuenta de la situación, comenzaron a retirarse hacia las fortalezas internas, esperando que la intervención divina los salvara. Pero no habría milagros.

En medio de la destrucción, Elior se destacaba como una fuerza imparable. Los pilotos que lo acompañaban hablaban de su valentía, de su determinación, y de cómo, incluso en las situaciones más peligrosas, siempre encontraba una manera de superar a sus enemigos. Sin embargo, para aquellos que lo observaban de cerca, empezaba a surgir una preocupación creciente. Elior no solo estaba ganando, estaba disfrutando de la destrucción, y su comportamiento era cada vez más temerario.

—Está tomando demasiados riesgos —murmuró uno de sus oficiales mientras observaba a Elior desde una distancia prudente.

—No podemos detenerlo —respondió otro—. Es el héroe del mundo celestial. Si lo cuestionamos, nos arriesgamos a más que nuestras carreras.

Mientras tanto, en la capital de la Sacrosanta Iglesia, los líderes religiosos más poderosos, incluyendo al Sumo Pontífice, se reunían en un intento desesperado por encontrar una forma de detener el avance de Elior. Sabían que la caída de la capital marcaría el fin de la Iglesia como la conocían, y con ella, su influencia sobre el mundo celestial.

—¿Cómo es posible que un querubín esté haciendo esto? —preguntó uno de los cardenales, incrédulo ante los informes que llegaban de la batalla.

—No es solo un querubín —respondió el Sumo Pontífice, con una voz temblorosa—. Es el imparable. Y estamos viendo el comienzo del fin de nuestra era.

El ejército de la Iglesia había sido incapaz de resistir el asalto coordinado de los colosos, y a medida que Elior se acercaba a la capital, la desesperación entre sus enemigos crecía. Zakarius, en el cuerpo de Elior, no solo veía la caída de una nación, sino también la culminación de su venganza. La Iglesia lo había intentado destruir en el pasado, pero ahora él estaba destruyéndolos a ellos, y con cada paso hacia la victoria, su ambición de controlar todo el mundo celestial crecía.

En ese momento, Kael también observaba los acontecimientos desde una base avanzada en las Repúblicas, viendo cómo su plan junto a Elior se desarrollaba a la perfección. No obstante, a pesar de su satisfacción por el éxito militar, no podía evitar sentir un malestar interno al ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar Elior, y cuán lejos podría llevar a las Repúblicas en su búsqueda de poder.

Finalmente, tras horas de combate, Elior y su ejército alcanzaron las puertas de la capital de la Iglesia. Con un gesto decidido, ordenó el asalto final. Los colosos derribaron las murallas sagradas, y en poco tiempo, la ciudad santa fue tomada.

Las campanas de la catedral más grande resonaron en toda la capital mientras los pocos defensores que quedaban intentaban resistir lo inevitable. Pero fue en vano. Elior, montado en Invictus, avanzó hacia el corazón de la ciudad, aplastando toda resistencia a su paso.

La caída de la Sacrosanta Iglesia Celestial fue tan rápida y devastadora que pocos en el mundo celestial pudieron comprenderlo al principio. La nación feudal que había gobernado durante siglos había sido destruida en cuestión de semanas. Y en el centro de todo estaba Elior el imparable, el niño prodigio que ahora se había convertido en el héroe más temido y reverenciado del mundo.

Mientras los estandartes de la Iglesia caían y los soldados rendían sus armas, Elior miró hacia el cielo con una expresión que solo podía describirse como triunfo absoluto. Sabía que la gloria era suya, y que las Repúblicas pronto se alzarían como la nueva potencia dominante.

Sin embargo, detrás de ese triunfo, Zakarius también sentía que algo más estaba por venir. La caída de la Iglesia no era el final de su plan, sino solo el comienzo.

Las consecuencias de la caída de la Sacrosanta Iglesia Celestial resonaron en cada rincón del mundo celestial. La destrucción de la nación feudal, un pilar de la historia y la fe de los ángeles y querubines, había dejado una marca imborrable. Para algunos, era un renacimiento, una oportunidad para un nuevo comienzo bajo el liderazgo de las Repúblicas. Para otros, era una tragedia, una señal de que el equilibrio de poder había sido roto de manera irrevocable.

En las calles de las ciudades de las Repúblicas, la gente celebraba a Elior como un salvador, un héroe que había terminado con siglos de opresión y corrupción. Las multitudes se congregaban en las plazas, vitoreando su nombre y ondeando banderas que llevaban el símbolo del Invictus, el coloso que se había vuelto una leyenda viviente. Pero no todos compartían esa euforia.

En su mansión, lejos de las celebraciones, Auron se mantenía alejado de los reflectores, su corazón pesando con una mezcla de orgullo y dolor. Su hijo, Elior, se había convertido en el héroe más grande que las Repúblicas jamás habían visto, pero a un costo personal inmenso. Lo había visto regresar de la batalla, cubierto de gloria, pero con una mirada que no reconocía. Aquella misma mirada que antes irradiaba la inocencia de un querubín, ahora reflejaba una frialdad que le resultaba aterradora.

Auron se encontraba en su estudio, repasando una y otra vez los informes de la batalla. Sabía que lo que Elior había logrado era monumental, pero las pérdidas de los celestiales, eran incalculables. Kael había intentado consolarlo, argumentando que esto era el precio del progreso, pero Auron no podía aceptar esa justificación.

El sonido de pasos lo sacó de sus pensamientos. Elior entró en la habitación, todavía con su uniforme de piloto. Sus ojos, antes llenos de luz, ahora estaban apagados, mostrando solo el cansancio de alguien que había visto y causado demasiado dolor.

—Padre, la Iglesia ha caído. Las Repúblicas están seguras. ¿No es esto lo que siempre quisimos? —preguntó Elior, con una mezcla de desafío y expectativa.

Auron levantó la mirada, pero no pudo sostener la del joven. Había un abismo entre ellos que no sabía cómo cruzar. Se levantó lentamente, caminando hacia la ventana, observando el horizonte más allá de los jardines de la mansión.

—Elior... —Auron comenzó con voz temblorosa—. Has logrado lo imposible, has cumplido con tu destino como héroe de las Repúblicas. Pero, ¿a qué precio? —Su voz se quebró al pronunciar esas últimas palabras.

Elior frunció el ceño, sin comprender del todo la inquietud de su padre. Desde su perspectiva, había hecho todo lo necesario para asegurar el futuro de las Repúblicas. El sacrificio era parte de la vida, una lección que había aprendido de la manera más dura en el campo de batalla.

—Todo esto era necesario. La Iglesia estaba corrupta. Se merecían caer. Si no lo hubiéramos hecho, ellos habrían vuelto a amenazarnos tarde o temprano. Ahora, las Repúblicas serán más fuertes que nunca.

Auron se giró, sus ojos llenos de lágrimas, mirando a su hijo como si fuera un extraño. No podía ignorar lo que había visto en los informes: el deterioro mental de Elior, sus tendencias cada vez más agresivas y temerarias en las últimas batallas. Lo habían transformado, lo habían convertido en algo más que el querubín dulce que había criado.

—Pero, ¿qué pasó contigo, Elior? ¿Dónde quedó mi hijo? —Auron preguntó, su voz apenas un susurro.

Elior dio un paso hacia adelante, su rostro endurecido por la incomprensión. En su mente, seguía siendo el mismo, solo que ahora más fuerte. No veía la transformación que su padre veía.

—Padre, sigo siendo yo. Solo... he cambiado. He hecho lo que tenía que hacer para protegernos. No puedes seguir viéndome como un niño. Ya no lo soy. —Su voz se elevaba ligeramente, con un tono que mostraba la frustración contenida.

Auron, incapaz de contener más su tristeza, se llevó una mano al rostro, intentando ahogar un sollozo. No era solo la pérdida de la inocencia de su hijo lo que lo atormentaba, sino el temor de haberlo perdido para siempre en algún rincón del campo de batalla.

—Te envié al frente para luchar por las Repúblicas, no para perderte en la guerra, Elior. Ya no eres el niño que conocía... Y eso me rompe el alma. —Auron, con lágrimas en los ojos, se acercó a Elior, tomándole los hombros, como si pudiera aferrarse a la última esperanza de recuperar al hijo que había amado.

Elior, sin embargo, permaneció impasible. Su mente ya no podía procesar el dolor de su padre de la misma forma. Los traumas de la guerra, las decisiones difíciles y los sacrificios que había hecho lo habían endurecido, transformado en alguien que Auron no podía entender.

—Lo hice por ti, padre. Para que no tuvieras que preocuparte más. Para que nuestras tierras estuvieran a salvo. —Elior trató de sonar reconfortante, pero sus palabras no lograron aliviar el sufrimiento de Auron.

Finalmente, Auron cedió. Sabía que ya no podía cambiar a su hijo, que lo que había ocurrido en el frente había dejado cicatrices más profundas de lo que jamás podría comprender. Soltó los hombros de Elior y se dio la vuelta, caminando hacia la ventana una vez más.

—Vete, Elior. Necesito... estar solo. —Las palabras apenas salieron de su boca, cargadas de un peso que parecía sofocarlo.

Elior, sin decir una palabra más, salió del estudio, dejando a su padre en su angustia silenciosa. Afuera, las celebraciones continuaban, pero para Auron, el mundo se había vuelto oscuro.