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15 El Señor de los Muertos

La tensión en el aire era palpable. Aunque las voces habían disminuido, la sensación de algo mucho más oscuro y antiguo se hacía cada vez más evidente. Los guardias, que ya habían comenzado a instalar el campamento, se detuvieron de repente. Todos sintieron una presencia abrumadora aproximándose desde las profundidades de las ruinas. Elior, o más bien Zakarius, se mantuvo inmóvil, con sus ojos fijos en la oscuridad que se extendía más allá de la cámara subterránea.

De la penumbra emergieron hordas de seres nigrománticos, visiblemente podridos y maltrechos, como si hubieran sido levantados desde el olvido. Eran diferentes a los que habían enfrentado antes: más numerosos, más antiguos, y, sobre todo, más organizados. Entre las filas de estas criaturas, una figura imponente, envuelta en sombras, se hacía más y más clara a medida que avanzaba.

Un liche. Un verdadero amo de los muertos.

La figura se detuvo frente al ejército de criaturas, su cuerpo esquelético cubierto por ropajes oscuros y desgastados, pero emanando un aura de poder nigromántico incomparable. Sus ojos, dos orbes de energía verde brillante, parecían observar directamente a Elior, como si reconociera en él a un igual, o al menos a alguien que comprendía los secretos más oscuros del miasma.

Zakarius, en su interior, por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de emoción. Esta era la clase de oponente que había estado buscando. Un verdadero reto.

"Así que... este es el temido 'Elior el Imparable'," habló el liche con una voz profunda y resonante, su tono cargado de desprecio. "He escuchado tus hazañas, cómo has masacrado a mis siervos como si fueran insectos. Pero te advierto, pequeño querubín, que no eres más que un peón en este juego antiguo."

Elior no respondió de inmediato. Simplemente sonrió, una sonrisa que no pertenecía a Elior, sino a Zakarius. "¿Peón? Te has equivocado de enemigo, cadáver andante. No tienes idea de lo que realmente soy."

El liche pareció vacilar un instante, como si notara algo extraño en la forma en que Elior hablaba. Pero pronto recuperó su compostura, alzando una mano esquelética. Con un simple gesto, las hordas de muertos vivientes comenzaron a avanzar, sus pasos resonando en la vasta cámara.

"Te mostraré lo que significa enfrentarse al verdadero poder de la muerte," declaró el liche, su voz llena de seguridad. "Y tú, como tantos otros, te convertirás en uno de mis siervos eternos."

Los guardias de Elior, ya en posición, prepararon sus armas, pero algunos de ellos no pudieron evitar sentirse abrumados por la presencia del liche y sus hordas. A pesar de su entrenamiento, enfrentarse a un ser de esta magnitud no era algo que hubieran esperado. Sin embargo, sabían que no podían fallarle a Elior.

"Mantened la formación," ordenó Elior con voz firme. "Dejadme a mí al liche. Vosotros encargaos de sus lacayos."

Los colosos rugieron en respuesta, listos para la batalla. Las espadas y armas tecnomágicas se alzaron mientras los guardias se lanzaban al combate contra la interminable horda de muertos. Los seres nigrománticos cayeron uno tras otro, pero no importaba cuántos destruyeran, parecía que más seguían emergiendo de las sombras.

Mientras tanto, Elior—o Zakarius—se lanzó directamente hacia el liche, con su coloso "Invictus" irradiando poder celestial. Los dos chocaron con una fuerza titánica, la energía de la vida y la muerte colisionando en un estallido de luz y sombras.

El liche blandía una vara oscura, de la cual emergían ráfagas de miasma que intentaban envolver a Elior. Pero con cada intento, Elior purgaba la oscuridad con su poder celestial, rompiendo el control del liche sobre su entorno.

"Impresionante," admitió el liche, sus ojos brillando con una mezcla de furia y fascinación. "Pero te subestimas si crees que puedes derrotarme con un poder tan limitado."

Zakarius, a través de Elior, respondió con una risa fría. "Limitado es lo que piensas tú. Aún no has visto nada."

Elior desató una descarga de energía tecnomágica desde el Invictus, que golpeó al liche con tal fuerza que lo empujó hacia atrás, pero no fue suficiente para destruirlo. El liche, a pesar del impacto, seguía de pie, riendo.

"Puedo sentirlo..." murmuró el liche, como si se diera cuenta de algo que había pasado por alto. "Tú... no eres como los demás. Hay algo... antiguo en ti."

Zakarius se detuvo por un momento, manteniendo su sonrisa fría. El liche había empezado a entender lo que realmente enfrentaba, pero eso solo hacía la confrontación más emocionante para Zakarius.

"Sí, estás empezando a comprender," dijo Elior. "Pero eso no cambiará tu destino."

La batalla continuó, con Elior y el liche intercambiando poderosos golpes. Sin embargo, para Zakarius, esta era más que una simple lucha de vida o muerte. Era un recordatorio de lo que una vez había sido, de los antiguos poderes que había anhelado y dominado.

Mientras las hordas de muertos caían ante los colosos de su guardia, Elior finalmente concentró todo su poder en un golpe final. Con un rugido ensordecedor, el Invictus lanzó una oleada de energía purificadora que atravesó las defensas del liche, desintegrando su forma esquelética en un instante.

El eco de la explosión resonó por toda la cámara, y el liche, ahora reducido a cenizas, desapareció junto con sus siervos.

La victoria había sido rápida, demasiado rápida para los estándares de Zakarius. Mientras el polvo se asentaba, Elior permaneció inmóvil, contemplando las ruinas que lo rodeaban.

"No era suficiente," pensó Zakarius, insatisfecho. "Aún no he encontrado un rival digno."

Sin embargo, sabía que esto solo era el principio. Había algo más grande en juego, algo que aguardaba en las sombras de este vasto sistema de portales.

Y estaba ansioso por descubrirlo

El eco de la batalla desapareció, y tan pronto como el liche fue reducido a cenizas, las voces, que antes habían llenado el aire con sus oscuros murmullos, se desvanecieron en un instante. Un silencio sepulcral inundó la vasta caverna subterránea, tan denso que incluso el sonido de las respiraciones de los guardias parecía ahogarse en la inmensidad.

Elior—o más bien Zakarius—se mantuvo firme en el lugar donde el liche había caído. Sin embargo, lejos de sentir alguna clase de triunfo, su mirada se desvió hacia el antiguo altar donde el liche parecía haber guardado algo. A pesar de lo imponente de la figura que había destruido, este ser no había sido más que otro obstáculo menor en su camino.

"No fue suficiente," pensó Zakarius, como si la ausencia de desafío real le dejara un vacío más grande de lo esperado. Aún así, sabía que la clave no residía en la batalla, sino en lo que el liche podría haber dejado atrás.

Mientras los guardias se mantenían atentos a cualquier posible amenaza, Elior avanzó hacia lo que parecía ser el lugar de descanso del liche. A simple vista, no parecía ser más que un montículo de piedras y restos antiguos, pero tras inspeccionar más de cerca, encontró algo mucho más interesante. Varios pergaminos y tablillas antiguas, cubiertos de símbolos que parecían ser memorias del pasado.

Zakarius intentó descifrar los textos. A pesar de sus vastos conocimientos, los símbolos y el lenguaje eran de una complejidad poco usual, como si hubieran sido escritos por una civilización perdida o un ser de una mente extremadamente retorcida. "Intrigante," murmuró para sí mismo mientras analizaba uno de los pergaminos, intentando desbloquear sus secretos. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, solo logró obtener fragmentos incompletos. Memorias de antiguas alianzas, invocaciones oscuras, y un fragmento críptico que hablaba de "los Sellos de los Abismos".

Sabía que esto podría ser importante en algún momento, pero por ahora, carecía del contexto adecuado para comprenderlo por completo. Decidió guardarlos, seguro de que alguien en las Repúblicas Oligarcas podría ayudarlo a interpretar estos registros. "Quizá Auron tenga las herramientas adecuadas," pensó, refiriéndose al científico oligarca, padre de Elior.

No fue solo eso lo que encontró. Entre las ruinas, Zakarius descubrió varios materiales extraños, piedras y minerales que nunca había visto antes. A pesar de su inmenso conocimiento, incluso él no podía identificar su origen o propósito exacto, aunque una cosa era clara: eran altamente reactivos a la magia. "Alquimia," concluyó en voz baja. Estos materiales parecían tener un potencial alquímico que podría ser usado para algo mucho más grande.

Sonrió para sí mismo. "Esto será útil."

Decidió quedarse con los materiales. No compartió su hallazgo con sus guardias ni con nadie más. Aunque confiaban ciegamente en él—en Elior, el héroe querubín—sabía que había ciertos secretos que era mejor mantener para sí mismo. "No necesitan saber más de lo necesario," pensó.

Cuando regresó junto a su escolta, Elior simplemente les informó que había encontrado unos pocos objetos que podrían ayudar en su investigación, nada relevante para ellos. Sus guardias, como siempre, aceptaron sus palabras sin cuestionar. La imagen de Elior como un líder implacable y confiable permanecía intacta en sus ojos, y ninguno osaría poner en duda sus decisiones.

"Nos vamos," ordenó Elior con su tono frío habitual. "Este lugar ya no tiene nada más que ofrecernos."

Mientras se retiraban de las ruinas, Zakarius no pudo evitar reflexionar sobre lo que había descubierto. El liche y su fortaleza subterránea no habían sido más que una pequeña pieza de un rompecabezas mucho mayor. Las voces, los registros antiguos, y esos extraños materiales... Todo apuntaba a que algo más oscuro e importante estaba ocurriendo detrás de las cortinas.

"Los Sellos de los Abismos," recordó, repitiendo mentalmente las palabras crípticas del pergamino.

Había más en este mundo de lo que parecía a simple vista. Y aunque Elior ante sus guardias y las Repúblicas seguía siendo el héroe incuestionable, Zakarius sabía que estaba mucho más cerca de encontrar las respuestas que necesitaba para alcanzar sus propios fines.

Y aunque su interés en destruir a los celestiales seguía latente, había algo en este nuevo mundo que despertaba una emoción diferente en su interior: la posibilidad de desatar un poder más grande que cualquier otro.

Sin embargo, por ahora, continuaría jugando su papel como Elior el Imparable. Después de todo, no había prisa.

"Todo a su tiempo," se dijo a sí mismo mientras sus tropas abandonaban las ruinas, dirigiéndose hacia su próximo objetivo.

Elior, o más bien Zakarius en el cuerpo del joven querubín, había decidido regresar al mundo de los celestiales. Para la mayoría de los que observaban su llegada, su retorno parecía una especie de descanso, una pausa en su incesante campaña en los desiertos y los portales. Los rumores se esparcieron rápidamente entre las Repúblicas Oligarcas Celestiales, celebrando la vuelta de su héroe, el imparable comandante que había liderado a sus fuerzas a la victoria contra las huestes nigrománticas. Sin embargo, nada estaba más lejos de la realidad.

Zakarius, bajo la máscara de Elior, no había regresado para disfrutar de la paz o de una tregua. Su misión era mucho más sombría. Llevaba consigo secretos más profundos que cualquier victoria: las inscripciones que encontró en el lugar de descanso del liche y los extraños reactivos alquímicos que había recolectado. Sabía que detrás de esos símbolos crípticos y sustancias desconocidas se escondían respuestas, pero su propio conocimiento, vasto aunque fragmentado, no era suficiente para descifrarlo todo.

"Esto no son vacaciónes", se repetía mientras caminaba por los resplandecientes pasillos del bastión celestial. Mientras los demás lo saludaban y admiraban, Zakarius solo pensaba en cómo obtener las respuestas que buscaba sin levantar demasiadas sospechas.

Auron, un querubín venerado por su brillantez en el campo científico, no había visto a su hijo en mucho tiempo. La relación entre ambos se había vuelto tensa y distante. Desde que Elior regresó de la guerra, Auron apenas reconocía al joven querubín que solía admirar. Para Auron, Elior había cambiado tanto que era como si hubiese dejado de ser su hijo.

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Zakarius, en el cuerpo de Elior, se presentó ante Auron en uno de los laboratorios más avanzados de las Repúblicas. Auron, con su habitual frialdad, lo recibió sin mucha ceremonia. Aunque las diferencias entre ambos eran evidentes, Zakarius necesitaba la experiencia de Auron para avanzar en su plan.

—Padre, necesito que veas algo —dijo Zakarius, su voz sin rastro de emoción.

Auron alzó una ceja, claramente incómodo con la presencia de su hijo. Le había costado aceptar los profundos cambios en Elior, y aunque seguía preocupado, se mantenía a una distancia emocional. "Este no es el Elior que conocí," pensaba cada vez que lo veía.

—¿De qué se trata? —preguntó Auron, tratando de mantener el tono neutral.

Zakarius desplegó los registros que había encontrado, mostrando las inscripciones antiguas y los extraños símbolos tallados en la piedra. Auron los miró con atención, su semblante ensombreciéndose a medida que los examinaba.

—Esto... no es de ninguna lengua celestial conocida —murmuró Auron—. Los símbolos son antiguos, mucho más de lo que imaginaba.

Aunque Auron no lo dijo en voz alta, su mente ya estaba trabajando. Sabía que su conocimiento científico podría no ser suficiente para descifrar algo tan antiguo. Sin embargo, se resistía a admitirlo ante su hijo, el cual ya no parecía el joven querubín al que alguna vez intentó guiar.

—Tendré que consultar a los archiveros de la Academia —continuó Auron, evitando el contacto visual con Zakarius—. Ellos podrían tener los recursos que necesitamos para entender esto.

Zakarius asintió. Sabía que Auron era su mejor opción, pero el distanciamiento entre ellos era palpable. "Nunca fui su favorito," pensaba Zakarius con una pizca de desdén, mientras mantenía su fachada como Elior. Auron no sospechaba que el alma de su hijo ya no estaba allí.

Después de la tensa reunión con Auron, Zakarius se retiró a su residencia privada en la fortaleza celestial. Allí, sacó los extraños reactivos alquímicos que había guardado desde su expedición. Las sustancias emitían un brillo inquietante, y Zakarius sabía que eran extremadamente valiosas.

Aunque tenía cierto conocimiento sobre alquimia, había algo en esos reactivos que escapaba a su comprensión. Consideró brevemente consultar a los alquimistas de las Repúblicas, pero decidió mantener estos materiales en secreto. No quería que nadie más supiera lo que había encontrado.

"Estos reactivos podrían ser la clave para algo más grande," pensó Zakarius, mientras guardaba los frascos en un compartimento oculto. "Cuando sea el momento adecuado, los usaré para mis propios fines."

Decidió no compartir su hallazgo con Auron ni con nadie más. Aunque Auron era un genio en el campo de la ciencia, Zakarius no confiaba en que su padre comprendiera la verdadera importancia de estos materiales. Y además, Zakarius tenía sus propios planes, mucho más oscuros que cualquier cosa que Auron pudiera imaginar.

A pesar del conocimiento y los recursos que Auron podría ofrecerle, Zakarius sabía que nunca tendría una relación cercana con él. Aunque fingiera ser Elior, Auron lo observaba con una mezcla de decepción y resignación. Para Auron, su hijo había sido consumido por el poder y la ambición, perdiendo lo que define como un ser celestial en el proceso.

Pero lo que Auron no sabía era que Elior ya no existía. Su hijo había desaparecido por completo, y en su lugar, Zakarius, un ser lleno de oscuridad y ambición, tomaba las decisiones.

El silencio entre ambos crecía. Aunque las inscripciones y los reactivos seguían siendo misterios que ambos podían intentar resolver, la brecha emocional era demasiado profunda. Zakarius, en el cuerpo de Elior, sabía que el tiempo de depender de los demás se acabaría pronto. "Yo soy el único que entiende el verdadero poder de lo que hemos descubierto," pensaba Zakarius mientras salía de la fortaleza.

Su siguiente paso estaba claro: regresar a los portales y continuar con su investigación, pero ahora armado con una comprensión más profunda y una creciente distancia con su pasado. Para él, todo era cuestión de tiempo antes de que su verdadero poder floreciera completamente.

Pronto, ni siquiera Auron podría reconocer a su hijo.

Auron esperaba a su hijo en una de las grandes cámaras de la fortaleza, rodeado por un ambiente de tensión que él mismo no podía disipar. Cuando Elior —o más bien, Zakarius— entró, la sensación de extrañeza que Auron había sentido desde hace tanto tiempo se intensificó. Era como si cada vez que miraba a su hijo, algo no encajaba. Ya no era el querubín que él había conocido, ni siquiera en sus gestos o forma de hablar.

—Elior —comenzó Auron, su tono lleno de cansancio—, tenemos que hablar.

Zakarius lo miró, su rostro impasible. Sabía que este momento llegaría, pero no tenía intención alguna de dejar que Auron profundizara en su verdadera identidad. Se sentó frente a su padre sin mostrar emoción, esperando lo que vendría.

—No puedes seguir ignorando lo que está pasando —Auron lo miraba intensamente, buscando respuestas—. Tú... has cambiado de manera que no es natural. Los querubines no crecen así. Algo te ocurrió en la Academia. No eres el mismo.

Zakarius, disfrazado en la piel de Elior, inclinó la cabeza con una sonrisa cínica.

—Estoy creciendo, padre. Eso es todo. ¿No deberías estar orgulloso? —respondió con una calma gélida.

—No hables como si fuera tan simple —Auron lo cortó, la frustración haciendo que su voz temblara—. He visto a querubines crecer, y esto... esto no es natural. Ya ni siquiera te reconozco.

Zakarius sintió una punzada de placer oscuro ante la confusión de Auron. Sabía que podía jugar con la incertidumbre de su padre, y que este jamás podría probar lo que en realidad había sucedido. "Este tonto no tiene idea de quién soy realmente," pensó mientras mantenía su máscara de Elior.

—¿Qué insinúas? —preguntó Zakarius, alzando las cejas—. ¿Que no soy tu hijo? Quizás te estás volviendo paranoico, viejo. Tal vez el problema no soy yo, sino tú. Sigues aferrado a una versión de mí que ya no existe.

Auron apretó los puños sobre la mesa, claramente enfadado.

—No... no es eso, Elior. Algo oscuro te pasó durante el ataque a la Academia. Lo sé. He oído rumores, y he visto cómo actúas. Te has vuelto frío, distante, y a veces me pregunto... —Auron vaciló antes de continuar— si realmente sigues siendo mi hijo. ¿Eres tú... o es otra cosa que tomó tu lugar?

Zakarius soltó una carcajada, seca y desprovista de emoción.

—¿Otra cosa? ¿De qué hablas? —dijo burlón, inclinándose hacia Auron—. ¿Crees que algún ser oscuro se ha apoderado de mí? Estás delirando, padre. Eso es todo. Tal vez has pasado demasiado tiempo encerrado en tus laboratorios.

Auron cerró los ojos, intentando controlar su ira y su creciente sensación de impotencia. Cada palabra de su hijo lo hería más profundamente, porque sabía que algo no estaba bien. No podía aceptar que el Elior que tenía frente a él era el mismo que había criado. No solo por su carácter, sino porque... no lo sentía. Era como si Elior hubiese perdido toda la esencia que alguna vez lo hizo reconocible.

—Esto no es natural —repitió Auron, su voz más baja—. Algo está mal, y sé que tú lo sabes también. Tarde o temprano, descubriré qué ha pasado contigo.

Zakarius se levantó lentamente, con una mirada de indiferencia. Sabía que Auron no llegaría a la verdad sin enfrentarse a él directamente, y por ahora, no había motivo para revelar nada. No obstante, se sentía divertido por la situación. El juego psicológico entre ellos solo confirmaba que su control sobre la situación era total.

—Sigue buscando, si quieres. Pero te advierto, padre, no encontrarás nada —dijo Zakarius, caminando hacia la salida—. Soy tu hijo, y todo lo que ves ahora es el resultado de lo que tú creaste. Tal vez deberías aprender a aceptarlo, antes de que te vuelvas realmente loco.

Con esas últimas palabras cargadas de veneno, Zakarius salió de la habitación, dejando a Auron solo en su creciente desesperación. Sabía que las dudas de su padre seguirían atormentándolo, pero era un precio que estaba dispuesto a pagar. Porque en el fondo, Auron jamás descubriría la verdad: Elior estaba muerto, y Zakarius había ocupado su lugar para siempre.

El regreso de Elior al mundo celestial no fue solo para obtener respuestas, sino también para planificar en las sombras. Mientras buscaba discretamente a alguien que pudiera traducir los extraños textos que encontró en las ruinas subterráneas, Myrta y Auron se mantenían vigilantes. Aunque Auron había perdido el contacto emocional con su hijo, su preocupación no desaparecía. No podía ignorar los cambios en Elior y, cada vez que intentaba acercarse, solo recibía evasivas y distanciamiento.

Auron, convencido de que algo oscuro se gestaba, envió a Setti, un serafín maestro del espionaje, para que vigilara los movimientos de Elior de cerca. Setti, con su agudeza y habilidades, observaba cada uno de los pasos de Elior, pero pronto Zakarius se dio cuenta de su presencia. Sin embargo, en lugar de confrontarlo, prefirió mantener la farsa, haciéndolo creer que no lo había notado.

Mientras tanto, en otro frente, Helios, que había sido castigado y degradado por su enfrentamiento imprudente con el Invictus, no pudo evitar sentir la carga de su error. Humillado y buscando redimirse, se acercó a Elior. Con un aire de remordimiento, le ofreció su ayuda, prometiendo lealtad y asegurando que guardaría sus secretos. Aunque la alquimia no era su especialidad, Helios comenzó a investigar los textos y a indagar sobre los misteriosos reactivos que Elior había encontrado, esperando redimir su honor y ganarse nuevamente la confianza de su gente.

Elior, por su parte, sabía que estaba siendo vigilado desde todos los frentes. Su fama lo protegía por ahora, pero también era consciente de que la tensión crecía. Los secretos que guardaba podrían explotar en cualquier momento. Sin embargo, Zakarius, escondido en su interior, planeaba cómo usar esa misma tensión para seguir manipulando la situación a su favor.

La pregunta era: ¿Cuánto tiempo más podría ocultar la verdad antes de que todo se derrumbara?

Zakarius, ahora cómodamente asentado en el papel de Elior, decidió mimetizarse lo más posible con la imagen que todos esperaban de un querubín. Adoptó la actitud vivaz y despreocupada que solía caracterizar a los querubines, con sus caprichos infantiles, disfrutando de fiestas desmedidas, rodeado de lujos y placeres. Sin embargo, en los momentos menos esperados, su verdadero ser, la parte fría y calculadora de Zakarius, emergía. Estos destellos del Elior imparable, el héroe inquebrantable en batalla, generaban una dualidad inquietante. Aquellos que lo rodeaban comenzaban a percibir que algo no encajaba, pero no podían precisar qué era.

Setti, el serafín que lo había conocido desde que nació, observaba con creciente incertidumbre. Elior había sido un joven con una promesa inigualable, y ahora veía a un querubín que, aunque seguía siendo brillante, parecía estar al borde de una crisis de identidad. Setti no podía evitar sentir que el alma de Elior había sido corrompida de alguna manera durante el ataque a la academia, pero sin pruebas concretas, se mantenía en las sombras, espiando, esperando descubrir la verdad.

Mientras tanto, Zakarius disfrutaba con burla interna cada vez que alguien lo veía con compasión o preocupación. Él sabía que todos lo veían como un héroe que merecía descansar después de tantas batallas, pero en realidad, usaba ese "descanso" para malgastar dinero, organizar fiestas extravagantes y envolver su nueva vida en una neblina de placeres mundanos. En su interior, Zakarius se reía de la facilidad con la que manipulaba a los demás.

En medio de una de estas fiestas, Helios, quien ya había avanzado en su investigación de los reactivos alquímicos, se acercó a Elior en privado. Aprovechando el bullicio y el caos que rodeaban a los invitados, le susurró:

—He descubierto algo sobre los reactivos. Parece que se usaban en un ritual antiguo, capaz de convertir a alguien en un Liche. Es peligroso, Elior. Lo mejor sería destruirlos antes de que alguien los utilice para ese propósito.

Zakarius, oculto bajo la máscara de Elior, lo miró con una sonrisa astuta.

—¿Destruirlos? —respondió con desdén, aunque mantuvo su tono suave y amable—. ¿Por qué haríamos algo tan drástico, Helios? Podrían ser útiles más adelante, en el momento adecuado. No hay prisa. Además —agregó, su voz volviéndose un poco más fría—, tú y yo sabemos que estos reactivos son demasiado valiosos como para ser eliminados sin pensarlo dos veces.

Helios, aunque inquieto, asintió con dudas. Sabía que algo no estaba bien, pero no podía cuestionar al imparable Elior. Zakarius había logrado una vez más mantener su control, jugando con la percepción de quienes lo rodeaban, mientras el verdadero destino de los reactivos quedaba sellado en su astuto plan.

El mundo observaba a Elior con admiración, mientras Setti y Helios se debatían entre la lealtad y la sospecha. Sin saberlo, estaban cada vez más inmersos en la telaraña de manipulaciones tejida por Zakarius.

Elior, o más bien Zakarius, saboreaba el ambiente festivo que se desarrollaba a su alrededor. Aunque como querubín su cumpleaños no era algo obvio —dado que su apariencia apenas cambiaba—, ejerció su influencia para que le organizaran una fiesta digna de su título de "Elior el Imparable". El evento fue tan opulento como él lo había planeado: un ambiente idílico con decoraciones luminosas, mesas llenas de manjares exquisitos y un despliegue de placeres que maravillaban a los invitados.

Asistieron no solo su guardia y allegados, sino también los tres grandes oligarcas: Auron, Kael y Myrta, junto con las figuras más prominentes del mundo celestial. Todos estaban ahí para celebrar la grandeza de Elior, aunque muchos lo miraban con cierta incomodidad, pues su comportamiento no era el del héroe que ellos recordaban.

Elior se paseaba de un lado a otro, cautivando a todos con su carisma. Parecía disfrutar cada instante, pero aquellos más cercanos a él, como Setti, no podían evitar notar lo artificial de su entusiasmo. Setti, que lo había conocido desde niño, veía con ojos críticos esa actuación. El serafín se preguntaba quién era realmente este Elior, cuyas acciones parecían a veces desprovistas de la pureza y el ímpetu propio de un querubín.

En medio de la celebración, Helios se acercó a Elior en privado. Le comentó los últimos avances en su investigación sobre los reactivos alquímicos y su inquietante conclusión.

—Estos reactivos, Elior… creo que son parte de un ritual para convertirse en un Liche. Mi instinto me dice que deberíamos destruirlos antes de que caigan en las manos equivocadas.

Zakarius, manteniendo su fachada como Elior, sonrió y se inclinó hacia Helios, como si estuviera compartiendo un secreto.

—No seas tan rápido en saltar a conclusiones, Helios. Quizá aún tengan un uso que ni siquiera imaginamos. Destruirlos ahora sería un desperdicio. Confía en mí, tengo un plan —dijo, con un tono suave, casi hipnótico.

Helios asintió, aunque no pudo evitar sentir una inquietud creciente.

A medida que la noche avanzaba, la atención de todos los presentes se centró en la tensa discusión que comenzó a brotar entre Elior y su padre, Auron. La distancia emocional entre ambos se palpaba.

—Te has alejado tanto de lo que eras… ya no te reconozco, Elior —murmuró Auron, con una mezcla de tristeza y sospecha en su mirada.

Zakarius, encarnando a Elior, respondió con frialdad:

—Estoy creciendo, padre. No puedes esperar que me quede bajo tu protección para siempre. Si no me hubiera alejado de ti, nunca habría sido el héroe que soy ahora, el que salvó a todos.

Auron frunció el ceño, pero no pudo responder ante las miradas expectantes de los invitados. Elior había hecho pública su crítica, y todos en la sala lo habían escuchado. Algunos lo veían como un acto de independencia y fortaleza, otros, como un ataque a la familia y las tradiciones que los celestiales valoraban tanto.

La discusión quedó suspendida en el aire, y aunque la fiesta continuó, la atmósfera festiva se había fracturado. Zakarius, bajo la fachada de Elior, sonrió satisfecho en su interior. Sabía que las dudas sobre quién era realmente Elior empezaban a carcomer a su entorno, pero mientras tanto, disfrutaba cada momento de la confusión que generaba.