La primera gran campaña de la Legión Imperial estaba en marcha. La maquinaria de guerra celestial se movilizaba con la precisión y el poder que caracterizaba al imperio, bajo la mirada implacable del Emperador Elior, cuyo hambre de conquista parecía no tener límites. Los cielos resplandecían con el brillo metálico de las aeronaves y colosos mientras la Legion Elinvictus, una unidad de élite abría el camino hacia lo desconocido.
Sus informes confirmaron lo que Elior ya sospechaba: habían encontrado una especie , compuesta por criaturas que semejaban pequeños dracos alados, capaces de volar con gran agilidad y vivir en vastas madrigueras en las muchas montañas desperdigadas. Aunque en un principio parecían una amenaza, pronto se determinó que carecían de la inteligencia o fuerza suficiente para representar un desafío real. Así sólo debían despejar a estos meros animales sin raciocino aparente.
Los altos mandos del Imperio, junto con Helios y la Legión Imperial, debatieron brevemente sobre el destino de estas criaturas. Un consenso emergió: podrían tener su utilidad, ya sea como monturas aladas o como producto de lujo ya sea por su piel o como mascotas. El hecho de que estas bestias pudieran volar ofrecía a los celestiales una oportunidad de crear una nueva unidad como una especie de caballería especial para explorar nuevas técnicas o posibilidades de uso militar o civil.
Elior, desde el Invictus, observaba el paisaje vasto y extraño que se extendía más allá. Sus pensamientos oscilan entre la conquista y la curiosidad por los secretos que aquellas tierras podrían ocultar. Pero su ambición era clara, subyugar este mundo y cualquier otro que se interpusiera en su camino, expandiendo el imperio más allá de esta vasta red de planos interconectados.
A lo lejos, las primeras escaramuzas entre las centurias celestiales y las criaturas comenzaron. Las aeronaves empezaron a desplegar a sus soldados mientras los colosos marchaban imponentes, asegurando el terreno con cada paso. La Legión Elinvictus, liderada por Helios, estaba lista para llevar a cabo la voluntad de su Emperador. Los dragones alados, aunque feroces, no representaban un obstáculo ante la vasta superioridad tecnológica del Imperio. Sin embargo, Elior sabía que este mundo podría ofrecer algo más que una simple victoria militar.
La expedición avanzaba con una mezcla de asombro y determinación, sabiendo que lo que estaban a punto de lograr marcaría el principio de una nueva era de dominio imperial. Elior, desde su trono en el Invictus, sonreía con la fría satisfacción de un conquistador que se sentía más cerca de la inmortalidad.
Historia paralela: El Soldado en la Gran Primera Campaña Imperial
Desde dentro de la cabina de su coloso, el soldado Cassian observaba a través de los cristales blindados cómo el paisaje alienígena pasaba bajo sus pies metálicos. El rugido de los motores del coloso resonaba en sus oídos, como el latido constante de una criatura inmensa y viva. Aquella máquina, un gigante imponente de acero y magia, era su hogar y su arma. Desde allí, formaba parte de la Legión Elinvictus, la fuerza más temida y respetada bajo el mando del mismísimo Elior el Imparable.
Cassian nunca imaginó ser parte de algo tan grandioso. Era un joven ángel cuando decidió enlistarse, buscando gloria y una causa más grande que su propia vida. Aquel día, dentro del coloso, lo sentía más que nunca. Había sido elegido para la primera gran expedición imperial, una misión que haría historia. Mientras el mundo bajo sus pies crujía con cada paso…
Recordaba las palabras de Helios antes de partir: -!Nosotros somos el puño del Emperador, el filo que abrirá nuevos horizontes!-
El enemigo al que se enfrentaban era diferente a cualquier otra cosa que Cassian hubiera imaginado. Aquellas criaturas, parecidas a pequeños dragones alados, surgían de las sombras de sus madrigueras y atacaban con la furia de bestias salvajes. Mientras exhalaban fuego, hielo o veneno continuamente. Mientras los movimientos de los colosos, sin embargo, eran precisos y metódicos, aplastando a sus enemigos bajo su poderío.
Las tropas de tierra vieron armados con sus fusiles tecnomagicos luchaban arduamente mientras larga andanadas de proyectiles mágicos eran lanzados al aire, en esta situación se podría decir que la propia infantería era la que estaba en más desventaja que los colosos y aeronaves con respecto a su propia protección ante los ataques de aliento de las criaturas.
Cassian se inclinó sobre los controles, sus manos firmes a pesar de la adrenalina. Sus órdenes eran claras: asegurarse de apoyar a la infantería. Desde su asiento, controlaba los cañones mágicos del coloso, disparando descargas de energía que redujeron a los dragones a cenizas. A su lado, otros colosos de la Legión avanzaban en formación, con sus imponentes siluetas proyectadas contra el horizonte.
A través de las comunicaciones internas, podía oír las voces de sus compañeros de escuadrón. Algunos discutían con emoción sobre la posibilidad de que estas bestias pudieran ser usadas como monturas en futuras campañas. Cassian, sin embargo, solo podía concentrarse en el presente. Sabía que el Imperio veía a estas criaturas como una mera herramienta, y para él, no eran más que obstáculos en el camino hacia la victoria.
En un momento de pausa, mientras el coloso se detenía para permitir a las tropas de infantería tomar posiciones, Cassian miró al cielo. Allí, más allá de las nubes que se movían lentamente, podía vislumbrar las aeronaves imperiales volando en formación. Elior estaba allá arriba, vigilando todo el escenario en el Invictus. Su presencia llenaba a cada soldado con una mezcla de reverencia y admiración. Cassian sabía que servía a un líder más allá de la comprensión, un ser que ya no era solo un querubín, sino una leyenda viviente.
El soldado sentía el peso de esa realidad sobre sus hombros, pero también el honor de ser parte del sueño imperial y poder luchar en las elites.
Cuando la marcha continuó, Cassian apretó los controles y avanzó junto con la legión. La campaña apenas comenzaba, pero ya podía sentir en su corazón que estaba siendo testigo del nacimiento de una era nueva y temible. En su coloso, rodeado por la inmensidad del paisaje alienígena, Cassian no solo estaba luchando por el Imperio, sino por el lugar que él y sus compañeros tendrían en la historia.
La Legión Imperial avanzaba implacablemente, aplastando nidos y sometiendo a los dragones alados con una eficiencia casi mecánica como si lo hubieran estado haciendo toda su vida. El suelo de aquel extraño mundo ya no era más que cenizas y escombros bajo el peso de los colosos, y las criaturas que antes dominaban los cielos ahora yacían cautivas o destruidas en su mayor parte. Parecía que la victoria de Elior el Imparable y su legión estaba asegurada.
Pero entonces, el mundo cambió.
Un estruendo ensordecedor sacudió el aire, y el suelo mismo pareció rugir bajo los pies de los colosos. De repente, la tierra tembló violentamente, como si el plano mismo estuviera tratando de deshacerse de los invasores. Los soldados en sus máquinas miraban a su alrededor con asombro y temor mientras la enorme montaña central que dividia este plano se desmoronaba catastroficamente como si fuera el fin de los tiempos, finalmente una silueta monstruosa emergió de su interior.
La Reina había despertado de su largo letargo.
Ante los ojos de todos, un dragón colosal se alzó de entre los escombros y la gran nube de polvo resultante. Su cuerpo multicolor resplandecía con un brillo cegador, como si estuviera compuesto de todas las gemas y metales preciosos conocidos. Sus alas, gigantescas como catedrales, se desplegaron con un aleteo que envió ráfagas de viento devastador sobre el campo de batalla. Los rugidos de la Reina eran tan poderosos que parecían quebrar el aire, haciendo que los cielos temblarán y los corazones de los soldados vacilaron.
Su ira era innegable. Sus ojos brillaban con una furia ancestral, una cólera que había estado latente durante milenios, esperando el momento en que se necesitaría su poder para proteger a su descendencia y su tierra. La Reina de los dragones era más que una bestia; era la encarnación de la venganza y la defensa de su estirpe.
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Los oficiales imperiales gritaban órdenes para bombardear a la Reina, los cañones de energía comenzaron a apuntar a la enorme criatura. Pero antes de que el primer disparo fuera lanzado, una voz resonó en las comunicaciones de la Legión.
-¡Deteneos!-
El mensaje no podía ser malinterpretado. El Invictus, con su imponente figura al mando de Elior el Imparable, flotaba sobre la escena como un dios que observa su creación. Desde su coloso tecnomágico el Invictus, Elior contemplaba a la Reina con una mezcla de admiración y deseo. Sabía que estaba ante una criatura digna, un rival cuyo poder le ofrecía una oportunidad única de probarse a sí mismo.
-Este desafío es mío- Las palabras de Elior seguras y llenas de autoridad eran la muestra de su determinación.. No había espacio para la discusión, ni siquiera para Helios.
La legión, que había sido testigo del dominio indiscutible de Elior en incontables batallas, obedeció sin dudar. Los colosos y las tropas se detuvieron, los cañones se apagaron, y un silencio expectante cayó sobre el campo de batalla. Todos los ojos se volvieron hacia el Invictus, cuyo brillo comenzó a intensificarse, mientras su piloto se preparaba para el combate definitivo.
Elior, en lo profundo de su corazón, sentía la emoción que siempre le acompañaba antes de un enfrentamiento crucial. Dentro de su coloso, sus pensamientos estaban entremezclados con la mente de Zakarius, quien veía en la Reina no solo un obstáculo, sino un símbolo de su propia trascendencia. Este enfrentamiento no sólo determinaría la conquista de un nuevo mundo; para Elior, esto era una prueba de su poderío absoluto como el líder del imperio que él mismo había creado.
El Invictus descendió, aterrizando con un estruendo a pocos metros de la Reina, quien lo observaba con sus ojos resplandecientes llenos de furia. Elior no apartó la vista de la criatura, y con un gesto decidido, preparó sus armas. Las alas de la Reina se desplegaron una vez más, creando una tormenta de viento mientras ascendía hacia los cielos como una diosa que eleva ante todos.
La batalla estaba por comenzar, y todo el mundo, tanto celestiales como la misma prole, los dragones, esperaban con ansias el desenlace.
El Invictus, la mayor máquina de guerra jamás construida por manos celestiales, rugió al entrar en acción. Sus motores tecnomágicos, impulsados por energías arcanas y la tecnología más avanzada del imperio, resonaban como el eco de una tormenta, un poder desatado que vibraba en el aire. Elior, a bordo de su invencible coloso, dirigía la máquina con una precisión que desafiaba la lógica, llevando la estructura titánica al límite de su velocidad y agilidad.
La Reina, con su inmensa figura colosal y su iracunda majestuosidad, intentaba seguir el rastro del Invictus, pero cada movimiento que hacía era en vano. A pesar de su tamaño y fuerza abrumadora, no lograba alcanzar a la máquina de Elior. Los cielos se llenaban de destellos de luz mientras la Reina Dragón empezaba a desatar su aliento una especie de mezcla entre fuego, hielo y veneno que empezaba a inundar el campo de batalla, abrazando, congelando y corroyendo todo cuanto tocaba en un intento de alcanzar a su enemigo.
Elior no dejó margen de error. La máquina tecnomágica se desplazaba como un relámpago, burlando a la colosal criatura y su aliento en cada uno de sus movimientos. Fue entonces cuando el cañón principal del Invictus comenzó a brillar, concentrando energía en su núcleo con un brillo cegador. Las runas en la superficie del coloso brillaban con un poder que parecía arrancado de los propios cimientos del universo.
Lo siguiente que se pudo vislumbrar fue un disparo descomunal.
Un rayo de energía mágica atravesó el campo de batalla impactando directamente en el ojo derecho de la Reina. El brillo cegador fue seguido por una explosión abismal que resonó como un trueno. El ojo de la Reina explotó en una tormenta de fuego y escamas, y su grito de dolor estremeció los cielos. seguidamente las colosales alas de la criatura comenzaron a fallar bajo la presión de la ofensiva de Elior, mientras las explosiones continuaban devastando sus puntos más vulnerables.
En un último acto desesperado, la Reina convocó a su descendencia, los dragones más pequeños y ágiles que habían sobrevivido a la masacre anterior. Estos dragones acudieron al llamado de su madre, surcando los cielos en una desesperada maniobra para rodear al Invictus. Pero Elior estaba preparado. Desenvainó su espada tecnomágica, una hoja imbuida de energía pura, y comenzó a desatar una danza mortal entre los cielos. Con cada movimiento preciso, la espada cortaba y destrozaba a los dragones como si fueran simples insectos, mientras Elior continuaba esquivando sus ataques con una velocidad imposible para una máquina de tal tamaño.
Cada golpe de su espada tecnomágica era certero, cada criatura que osaba acercarse al Invictus era despedazada en el aire. La lluvia de cuerpos sin vida caía sobre el campo de batalla, mientras los soldados de la Legión Imperial observaban el espectáculo con una mezcla de fervor, admiración y temor. Para ellos, Elior no solo era su emperador, era un dios encarnado, una deidad de guerra que no conocía rival en los cielos o la tierra.
Finalmente, la Reina, exhausta y gravemente herida, no pudo sostenerse por más tiempo. Sus alas, rotas e inutilizadas, no lograron soportar su peso, y su gigantesco cuerpo cayó pesadamente al suelo, levantando una nube de polvo y escombros a su alrededor. La criatura, una vez temida y reverenciada por su descendencia, yacía derrotada.
Elior, guió el Invictus hacia la cabeza de la Reina caída. La colosal criatura apenas podía moverse, apenas podía respirar. La sombra del Invictus se cernía sobre ella mientras Elior la observaba con una mezcla de desdén y satisfacción. Su espada brillaba con una luz letal, preparándose para dar el golpe final.
-Al final... ni siquiera fuiste un desafío…- Sus palabras fueron frías y desilusionadas, un reflejo de su inmenso poder y de su indiferencia hacia sus oponentes.
Con un movimiento brutal y certero, Elior hundió la espada tecnomágica en la cabeza de la Reina, terminando con su vida en un instante. El campo de batalla quedó en silencio, solo interrumpido por los murmullos de los soldados que observaban con fervor religioso el final de la criatura. Habían presenciado el poder absoluto de su emperador, una fuerza tan descomunal que parecía superar cualquier comprensión.
La Legión Imperial, testigo del increíble enfrentamiento, estalló en vítores y alabanzas, sus corazones llenos de júbilo por la apasionante batalla que pudieron presenciar. Para ellos, este no era solo el triunfo sobre una raza desconocida, era la reafirmación del destino divino de su imperio, y del poder supremo de Elior el Imparable, su deidad viva.
La leyenda del combate entre deidades se esparció rápidamente, consolidando a Elior como el más grande de todos los celestiales, un ser más allá de la comprensión, invencible, y destinado a dominar todos los mundos conocidos.
Historia Paralela: Helios Observando la Batalla
Helios, el comandante de la Legión Elinvictus, se encontraba en una colina elevada rocosa, en su coloso el Aetherion, observando la majestuosa y brutal batalla que se desarrollaba ante sus ojos. Su mirada no estaba fija en los innumerables dragones que se alzaban en los cielos ni en las legiones que aguardaban ansiosas, sino en el coloso Invictus, en el centro de la batalla.
Desde el interior de su casco, Helios entrecerró los ojos con una mezcla de admiración y frustración. Allí estaba, Elior, el Emperador Imparable, enfrentándose solo a una bestia de proporciones legendarias. Un ser tan descomunal y feroz que ningún otro en el imperio, ni siquiera los más poderosos soldados de la Legión Elinvictus, habría considerado enfrentarlo por sí mismos. Y sin embargo, Elior, montado en el Invictus, lo hacía con una frialdad y precisión que bordeaban lo inhumano.
Helios había admirado a Elior desde que se convirtió en el héroe desconocido en la guerra santa contra las fuerzas malignas, en estos días empezó a forjarse como un nuevo piloto de los recién creados colosos. Su rivalidad y admiración había sido intensa, al menos para Helios. Siempre se había esforzado por alcanzar la grandeza de Elior, pero cada vez que creía estar cerca, Elior volvía a superarlo de maneras que parecían imposibles. A lo largo de los años, la admiración de Helios había evolucionado, convirtiéndose en una mezcla extraña de respeto, celos y una amarga aceptación de que, quizás, nunca lo superaría.
Sin embargo, mientras observaba el combate desde la distancia, no podía evitar sentir una punzada de inquietud. El poder de Elior era incomparable, eso no lo dudaba, pero había algo extraño en la manera en que el emperador actuaba ahora, una indiferencia gélida que no correspondía al joven impetuoso que una vez admiro. En ese instante, mientras el Invictus esquivaba los ataques de la Reina Dragón y Elior preparaba el cañón principal, Helios sintió que había algo más profundo que meramente la búsqueda de la victoria en este combate.
La Reina Dragón lanzó un rugido ensordecedor mientras el cañón principal del Invictus disparaba, impactando de lleno en uno de los ojos de la bestia. Helios se estremeció al ver el estallido de luz y el grito desgarrador de la criatura. El suelo temblaba bajo sus pies mientras la batalla alcanzaba su clímax. Y, sin embargo, Elior, o más bien Zakarius, no parecía reaccionar ante la magnitud de su propia destrucción. No había euforia, ni furia, ni la clásica arrogancia que solía mostrar en los campos de batalla. Solo una fría eficiencia.
Helios se tensó cuando el Invictus desenfundó su espada tecnomágica y comenzó a eliminar a los dragones que intentaban proteger a su Reina. Cada corte era preciso, cada movimiento, letal. En cuestión de minutos, los cielos se llenaron de cuerpos caídos, y la Reina, herida de muerte, cayó al suelo con un golpe atronador. Helios tragó saliva, consciente de que estaba presenciando algo más que una simple batalla.
-Este no es el Elior que conocí…-, pensó, apretando los puños con fuerza. Había visto a Elior luchar antes, y aunque siempre había sido brutalmente eficaz, algo se sentía distinto esta vez. El aura que emanaba del Invictus era distinta, más oscura, como si la victoria no le importara realmente, como si todo esto fuera una formalidad antes de su verdadero propósito.
Cuando Elior finalmente terminó la batalla, Helios observó con ojos penetrantes el momento en que el Emperador dio el golpe final a la Reina Dragón. La brutalidad del acto, acompañada de las palabras frías que salieron de su boca, -Al final… ni siquiera fuiste un desafío- resonaron en la mente de Helios…
Esas palabras le estremecieron, no por su dureza, sino porque revelaban algo más profundo. Elior estaba más allá de la gloria o el honor. Estaba obsesionado con el poder absoluto y con humillar a sus contrincantes.
Mientras los vítores de la legión imperial llenaban el campo de batalla, Helios no se unió. En su interior, sentía que estaba perdiendo algo. Su admiración por Elior ya no era pura, sino que se veía contaminada por la creciente sospecha de que el querubín que una vez había idolatrado, el hombre que había querido superar, ya no era el mismo. Helios se preguntaba si alguna vez podría volver a mirarlo de la misma manera.
A pesar de su lealtad al Emperador y de su rol como comandante de la Legión Elinvictus, Helios comenzó a sentir una grieta en su devoción. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a seguir a Elior? La pregunta quedó suspendida en el aire, sin respuesta, mientras el Invictus regresaba victorioso del campo de batalla.
Helios, en silencio, se preparaba para lo inevitable: un momento en que tendría que enfrentar esa pregunta de frente. Y cuando ese día llegará, sabía que sería el desafío más grande de su vida, mucho mayor que cualquiera de las batallas que había librado junto a su Su Excelencia Elior el Imparable.