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La Perdición de Zakarius [Español / Spanish}
23 Nacimiento de la Forja Eterna

23 Nacimiento de la Forja Eterna

Elior, tras la aniquilación completa de los elfos, se paraba orgulloso sobre las cenizas de lo que alguna vez fue un vasto y grandioso bosque. Sus ojos brillaban con la satisfacción de haber erradicado a una civilización entera y con ello demostrando una vez más su supremacía. El sitio donde los majestuosos árboles alguna vez habían florecido ahora estaba desnudo, calcinado, y reducido a una extensión interminable de escombros y cenizas. Para Elior, esto no representaba destrucción, sino un nuevo comienzo.

Como símbolo de su triunfo, ordenó la construcción de imponentes estatuas de sí mismo y de su coloso El Invictus. Las estatuas debían ser monumentales, más grandes que cualquier otro monumento construido antes en sus dominios. Desde cada rincón de su recién consolidado imperio, arquitectos y artesanos fueron llamados para trabajar en esta obra, con órdenes de que las estatuas fueran lo suficientemente visibles como para que cualquiera que entrara en este mundo desde los portales, pudiera ver su grandeza desde kilómetros de distancia. El Invictus sería inmortalizado en piedra y metal, su figura majestuosa extendiéndose sobre las ruinas de los antiguos bosques elfos.

Pero Elior no estaba satisfecho solo con estatuas. Declaró que este lugar, sería ahora conocido como La Forja Eterna, la nueva piedra angular de sus dominios. Lo que una vez fue el hogar de una orgullosa civilización natural, sería transformado en una enorme mina, donde un centro industrial y militar producirían colosos y todo tipo de maquinaria belica, ademas se entrenarían soldados que conformaria la fuerza militar del mañana.

Con esta visión en mente, Elior extendió su mano a dos figuras clave de las Repúblicas Oligarcas: Kael, el maestro militar de las Repúblicas, y Myrta, la astuta serafín comerciante.

Los invitó a unirse a él en esta nueva empresa, presentando el vasto potencial de riqueza y poder que la Forja Eterna podría ofrecer. Para Kael, era una oportunidad de crear un ejército sin precedentes, equipado con la tecnología y la fuerza necesaria para defender los intereses celestiales en cualquier parte del multiplano. Ver sus legiones de colosos marchando en formación sobre los restos de los elfos le emocionaba profundamente.

Myrta, siempre pragmática, vio el potencial económico. El acceso a los recursos naturales de este nuevo mundo podría impulsar la industria de las Repúblicas y multiplicar su riqueza. Aunque era cautelosa acerca de la brutalidad con la que Elior había sometido a los elfos, no podía negar que la oportunidad era única. Este centro de producción masiva no solo les permitiría incrementar su fuerza militar, sino también consolidar un mercado global donde las armas y los colosos fabricados en la Forja Eterna serían el bien más codiciado.

“Este lugar será una fuente de prosperidad para todos nosotros", dijo Elior con su habitual arrogancia. “Aquí no solo forjaremos máquinas de guerra, sino que también forjaremos el futuro de los celestiales. Kael, tus ejércitos crecerán exponencialmente. Myrta, tu influencia comercial abarcara planos enteros. Y yo… yo seré recordado como el más grande de todos.”

Kael y Myrta intercambiaron una mirada. Sabían que las palabras de Elior estaban cargadas de megalomanía, pero no podían negar los beneficios de su propuesta. Aunque Elior estaba decidido a demostrar su supremacía a través de la fuerza bruta, ellos también sabían que el poder verdadero residía en la economía y la capacidad de organización.

La construcción de la nueva zona militar e industrial comenzó rápidamente. Bajo las órdenes de Elior, miles de trabajadores fueron enviados a excavar las entrañas de este nuevo mundo, extrayendo minerales y recursos que antes habían permanecido escondidos bajo los grandes árboles élficos. Los colosos empezaron a surgir de las fábricas, cada uno más poderoso que el anterior, y los soldados se entrenaban en duras condiciones, preparándose para las batallas que Elior había prometido que estaban por venir.

La relación entre Elior, Kael y Myrta comenzó a estrecharse en esta nueva etapa. Aunque sabían que el joven querubín tenía sus propios objetivos, comprendieron que necesitaban colaborar para sacar adelante este ambicioso proyecto. Sin embargo, en el fondo, tanto Kael como Myrta sabían que Elior no era fácil de controlar. Su creciente megalomanía y sed de poder los hacía preguntarse hasta dónde estaría dispuesto a llegar para consolidar su visión.

Mientras tanto, en las Repúblicas Oligarcas y en Elinvictus, los rumores sobre la brutalidad de la campaña contra los elfos y la transformación del bosque en una zona industrial comenzaron a circular. No todos veían a Elior como un héroe, y algunos empezaban a cuestionar las consecuencias de su incesante expansión. ¿Cuánto más podría destruir Elior antes de que su propia megalomanía lo consumiera?

El destino de los celestiales estaba más atado que nunca a las decisiones de su joven líder.

-Historia paralela: La Fragilidad de un Titán-

Desde la cúspide de su coloso El Invictus, Elior observaba cómo el polvo de las ruinas élficas se asentaba, mientras los cimientos de su imperio crecían entre el caos. Los martillos resonaban en la distancia, y el crepitar de los hornos tecnomágicos alimentaba el aire con su sofocante calor. Las gigantescas estatuas en su honor empezaban a tomar forma, sus rostros tallados con una precisión inhumana para captar cada rasgo de su semblante implacable.

Elior, a bordo de su carruaje tecnomágico, avanzaba por el vasto terreno. A su lado, Ángelus y Helios lo acompañaban, ambos en respetuoso silencio. Helios, todavía rebosante de orgullo por su reciente victoria, esperaba alguna palabra de reconocimiento de su líder. Ángelus, más introspectivo, sentía la energía palpable de Elior, sabiendo que el joven querubín estaba cada vez más distante de la realidad que les rodeaba.

Mientras el carruaje avanzaba entre las fábricas y forjas de lo que ahora se conocía como La Forja Eterna, Elior parecía absorto. Sus ojos se dirigían constantemente hacia las inmensas estatuas en construcción, proyectando su sombra sobre todo lo que había alrededor. Helios notó algo extraño en su expresión, una mezcla de emoción infantil y orgullo desbordante. Parecía como si Elior, en su mente, estuviera jugando un juego, creando una fantasía gigante a partir de las cenizas de un mundo que había destruido.

-Es impresionante, ¿verdad?- dijo Elior de repente, rompiendo el silencio. -Cada uno de esos colosos… cada uno de esos soldados… todo esto… soy yo- Sus ojos se encendían con una emoción palpable. Helios y Ángelus se miraron por un segundo, incómodos por la intensidad de su voz, pero asintieron en silencio.

-Pronto, estas estatuas no serán solo monumentos- continuó Elior, con la misma chispa infantil que había vislumbrado Helios momentos antes. “Serán recordatorios para cada ser viviente de que yo soy el líder inigualable de los celestiales. Lo que ves ahora es solo el principio de lo que puedo lograr.”

Helios, aún buscando la aprobación de su ídolo, intervino con cautela. “Su excelencia Elior, todo esto es posible gracias a tu genialidad..pero, ¿no crees que podríamos haber dejado algún rastro de los elfos? ¿Alguna señal de que existieron…?

Elior giró su cabeza hacia él con una expresión extraña. Por un segundo, su rostro se suavizó, como si una parte más fria y propia de Zakarius hubiera emergido. -¿Por qué?-, preguntó, con una curiosidad que parecía genuina. -¿Por qué deberíamos recordarles cuándo podemos crear algo mucho mejor en su lugar?-

Ángelus, quien había estado en silencio durante todo el trayecto, intervino con suavidad.

-A veces, es en la destrucción donde se encuentra la creación- Los elfos… eran parte de esta tierra. Aunque les superamos, tal vez alguna de sus lecciones o formas de vida podrían haber servido para algo-

Por un instante, Elior permaneció en silencio, mirando hacia el horizonte, donde las estatuas aún incompletas proyectaban su enorme sombra sobre el campo. Hubo una pausa, casi como si estuviera procesando lo que había dicho Ángelus. Y entonces, en un cambio abrupto, la energía infantil y despreocupada que Helios había sentido antes resurgió, acompañada de una risa casi encantada.

No importa, dijo Elior, soltando una risa corta. Lo que fue, fue. Lo que es… lo estamos creando nosotros. Su mano se elevó hacia el horizonte, señalando el crecimiento de La Forja Eterna. -Este será el legado de los celestiales- De mí! - !El Invictus y los colosos!. ¡Todo lo que construimos aquí será eterno!

Helios, aunque perturbado por la frialdad de Elior, no pudo evitar sentirse atrapado en la ambición desmedida de su líder. Sin embargo, Ángelus miró al joven querubín con ojos más críticos. Podía ver que detrás de la confianza absoluta y la megalomanía que Elior proyectaba, había algo más. Una fragilidad, quizás una inseguridad oculta, que se manifestaba a través de su necesidad de dejar una huella indeleble en todo lo que tocaba.

A medida que avanzaban, Elior se apoyó en el borde del carruaje y observó cómo los obreros trabajaban incansablemente para levantar las gigantescas estatuas de él mismo. Sus ojos se suavizaron por un segundo, y en un momento de vulnerabilidad, habló más para sí mismo que para los demás.

-Cuando era un niño, soñaba con ser recordado para siempre- murmuró, su voz apenas audible por el rugido de los forjadores y las máquinas. -Nunca quise ser olvidado- Nunca quise ser uno más…

Ángelus y Helios escucharon, pero ninguno de los dos respondió. Comprendieron que lo que estaban presenciando no era solo la construcción de un imperio, sino la manifestación de un niño que había soñado con ser inmortal, con ser amado, y que ahora lo buscaba a través del poder, la grandeza y el control absoluto.

Mientras el carruaje continuaba su marcha, Elior recuperó su compostura habitual, la megalomanía y el carisma volviendo a florecer en su rostro. -Este lugar, dijo con una sonrisa desafiante, !será el centro de todo! Y yo seré quien lo guíe…

Ni Helios ni Ángelus se atrevieron a contradecirlo, pero en lo profundo de sus corazones, sabían que la sombra de Elior se alargaba más allá de su grandeza.

-Historia Paralela Los Pilares de Elinvictus y la Forja Eterna-

La mayor parte de los colonos en Elinvictus y la Forja Eterna estaban formados por ángeles y serafines. Mientras Elior, con su ambición y megalomanía, se centraba en expandir su poder y dominio sobre los portales, las vidas cotidianas de estos colonos eran las que sostenían los cimientos de sus ciudades y proyectos.

Los ángeles, siempre abocados al deber y el orden, desempeñan gran parte de las labores de protección y defensa. Aunque no todos compartían la ferviente admiración por Elior, lo respetaban por ser una figura militar legendaria, un líder en el campo de batalla. En las calles de Elinvictus, los ángeles no solo patrullaban, sino que también formaban la columna vertebral del esfuerzo industrial y militar de la ciudad. Muchos de ellos provenían de largas líneas de soldados y artesanos, dedicados a mantener los colosos y la infraestructura tecnomágica funcionando, sin cuestionar demasiado las ambiciones más profundas de su líder.

Mientras tanto, los serafines se encontraban en un papel igualmente crucial, pero diferente. Con su habilidad natural para el comercio, la diplomacia y la estrategia a largo plazo, manejaban la administración de recursos y las relaciones externas. En la Forja Eterna, un lugar donde los fuegos nunca se apagaban y el martilleo de colosos en construcción resonaba sin fin, los serafines eran los que negociaban las rutas comerciales, aseguraban la llegada de materias primas y mantenían la maquinaria económica en movimiento. Era una red de relaciones mercantiles y políticas que hacía que tanto Elinvictus como la Forja Eterna prosperaran.

Aunque en las sombras las tensiones internas se gestaban bajo la superficie. pues algunos ángeles comenzaban a cuestionar la creciente dependencia de Elior y sus excentricidades, mientras que otros veían en él una figura necesaria para proteger los ideales celestiales. Por otro lado, los serafines mantenían su enfoque práctico, aceptando las decisiones de Elior siempre que sus ambiciones personales no se interpusieran en sus propios intereses. Al final del día, los serafines estaban más que dispuestos a aprovechar las oportunidades de prosperidad que las nuevas minas y forjas traían, manteniendo una lealtad pragmática, no emocional.

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Los días en la Forja Eterna eran largos y agotadores. Los ángeles trabajaban en las profundidades de las minas, extrayendo minerales preciosos de las antiguas ruinas élficas, mientras que los serafines calculan los costos y los beneficios, optimizando el flujo de trabajo para que la producción nunca se detuviera. Esta división de roles era fundamental para el crecimiento acelerado que Elior exigía, y tanto ángeles como serafines sabían que estaban construyendo algo más grande que ellos mismos.

Sin embargo, en sus momentos de descanso, había susurros. Ángeles que discutían en voz baja sobre si Elior estaba llevando sus ambiciones demasiado lejos, y serafines que meditaban si habría llegado el momento de buscar nuevos horizontes fuera de la sombra de Su Excelencia. Pero mientras tanto, tanto Elinvictus como la Forja Eterna seguían creciendo, impulsadas por el esfuerzo colectivo de estos colonos, quienes, a pesar de sus dudas o ambiciones personales, continuaban erigiendo los cimientos del gran dominio celestial de Elior.

Al final, la historia de Elinvictus y la Forja Eterna no sería solo la de su fundador, sino la de los ángeles y serafines que dieron su esfuerzo y sudor para hacer realidad las ambiciones de un querubín convertido en leyenda.

-Historia Paralela Los Querubines en la Sombra del Imparable-

En los vastos dominios de Elior el Imparable, los querubines eran una rareza. Mientras los ángeles y serafines formaban la columna vertebral de las ciudades de Elinvictus y la Forja Eterna, los pocos querubines que se encontraban allí vivían una existencia muy distinta, a menudo sintiéndose fuera de lugar.

Para los querubines, que generalmente eran vistos como estudiosos, académicos y jóvenes con una naturaleza más delicada y contemplativa, la atmósfera de guerra, conquista y expansión industrial era abrumadora. Sus naturalezas soñadoras y creativas contrastaban fuertemente con la rigidez militar de los ángeles y la eficiencia pragmática de los serafines. Los querubines, en su mayoría, no se habían alistado por voluntad propia. Muchos de ellos habían sido enviados allí para aprender o simplemente como una forma de reforzar los lazos con Elior, quien, a pesar de su conducta despiadada, seguía siendo uno de los suyos.

Pero Elior, el prodigio tecnomágico que había trascendido las expectativas de su raza, era un enigma para ellos. Los querubines veían en él algo que no comprendían del todo: una extraña fusión de poder desmedido y megalomanía, mezclado con los destellos infantiles propios de su raza. Sin embargo, esos momentos de ternura o inocencia eran fugaces. La mayor parte del tiempo, Elior los intimidaba con su presencia abrumadora y su ambición ilimitada. A pesar de compartir la misma esencia, lo sentían lejano, como si hubiera perdido parte de lo que significaba ser querubín.

En Elinvictus, los pocos querubines presentes eran responsables de tareas más acordes a sus habilidades. Algunos trabajaban en la investigación de nuevas tecnologías, asesorando en cuestiones mágicas, o actuando como estrategas y consejeros en materias de ingeniería. Su papel, aunque limitado, era clave en la producción tecnomágica. No obstante, eran marginados en muchos aspectos, siendo percibidos como débiles por la mayoría de los ángeles, quienes dominaban los trabajos más físicos y el control de los colosos.

Estos querubines se reunían en pequeños grupos, a menudo hablando en susurros sobre sus sueños de regresar a los templos y academias celestiales, lejos de la maquinaria de guerra que los rodeaba. La vida en la Forja Eterna era aún más dura para ellos. A menudo, se los asignaba a tareas que no corresponden con sus talentos, obligándolos a adaptarse a una vida de constante presión y disciplina militar que chocaba con su naturaleza más pacífica y creativa.

Elior, en sus interacciones con ellos, mantenía una actitud distante y, a veces, condescendiente. Aunque era un querubín en cuerpo, su mente había trascendido las expectativas de su raza. Veía en los querubines de sus dominios una mezcla de potencial sin explotar y debilidad. Para él, la mayoría de ellos no eran dignos de su tiempo, salvo aquellos que pudieran aportar algo tangible a sus planes. Sus escasos momentos de ternura hacia ellos eran vistos como extraños destellos de su naturaleza perdida, pero rápidamente se desvanecen ante la fría realidad de su liderazgo.

La lucha interna de los querubines no era solo con el mundo exterior, sino con ellos mismos. Admiraban a Elior por lo que había logrado, pero lo temían por lo que representaba: un futuro en el que los querubines ya no serían aquellos seres estudiosos y creativos que soñaban con las estrellas, sino guerreros y conquistadores, empujados al límite por las ambiciones desmedidas de uno de los suyos. Esto les provocaba una disonancia interna. ¿Era Elior un símbolo de lo que todos los querubines podían llegar a ser? ¿O era una aberración, un reflejo distorsionado de lo que deberían evitar?

En las noches más tranquilas, algunos querubines se sentaban a las afueras de las grandes forjas, mirando al cielo y recordando los días de paz en el mundo celestial. Se preguntaban si algún día podrían volver a ese estado de armonía, o si, bajo el dominio de Elior, estaban condenados a una vida de guerras y conquistas. Pero aunque sus corazones suspiraban por esa paz perdida, también sabían que, bajo el mando del Imparable, esa paz parecía cada vez más lejana.

En resumen, la vida de los querubines en los dominios de Elior era una contradicción. Aunque eran parte del imperio tecnomágico que estaba forjando, se sentían extraños en su propia tierra. Mientras Elior, su prodigioso líder, continuaba su búsqueda de poder y gloria, ellos seguían en las sombras, preguntándose si algún día habría lugar para ellos en el mundo que estaba construyendo.

Historia Alternativa: “El Querubín Perdido”

En los grandes salones de Elinvictus, rodeado por las gigantescas estatuas de su propia imagen y la imponente maquinaria de la Forja Eterna, Elior (Zakarius) sentía un vacío, algo que ni su poder ni su gloria podían llenar. A pesar de todo lo que había conquistado, de las incontables batallas ganadas y los elogios recibidos, había una desconexión que lo perturbaba. Los querubines, su propia raza, aquellos con los que una vez había compartido sueños y aspiraciones, lo veían ahora como un extraño.

Elior, en su mente, había logrado trascender las expectativas de los querubines. Ya no era simplemente uno de los jóvenes académicos inmersos en los libros y las lecciones celestiales; se había convertido en una leyenda viva, un prodigio tecnomágico que supera las fronteras del conocimiento y la guerra. Sin embargo, una parte de él aún anhelaba reconectar con sus raíces. Esa nostalgia lo impulsaba a buscar una forma de vincularse con los pocos querubines que residían en sus dominios.

Una tarde, decidió que haría una visita inesperada a uno de los talleres donde varios querubines trabajaban en tareas de investigación tecnomágica. Al entrar, su presencia imponente llenó el espacio. Los querubines, sorprendidos, se levantaron de inmediato para saludarlo con respeto. Pero algo en sus ojos no se correspondía con las palabras que pronunciaban.

“Excelencia, es un honor que nos visite”, dijo uno de ellos con una reverencia. Sus palabras eran corteses, pero Elior podía notar una leve tensión en el aire. No era la típica reacción de temor ante su poder, sino algo más profundo. Una incomodidad difícil de describir.

Elior intentó romper el hielo. “He estado pensando en cómo expandir las investigaciones que realizan aquí”, dijo, cruzando los brazos mientras observaba los dispositivos mágicos que estaban construyendo. “Sé que la mayoría de ustedes vinieron aquí para aprender y contribuir al progreso de nuestra civilización. Quiero escuchar sus ideas. Después de todo, somos de la misma raza. Querubines todos.”

Aunque las palabras parecían amables, su tono tenía un matiz autoritario que no pasó desapercibido para los querubines presentes. Uno de ellos, una joven querubín con aspecto serio y centrado, se aventuró a hablar.

“Por supuesto, Excelencia. Estamos agradecidos por la oportunidad que nos da de contribuir. Sin embargo, nuestras ideas humildes no podrían compararse con la grandeza de sus planes”, respondió, su tono sumiso pero cuidadosamente distante. Los demás asintieron en silencio.

Elior notó la frialdad. Aunque intentaban ser cordiales, podía percibir que lo veían diferente, como si ya no compartiera su esencia. Como si fuera algo más… o menos querubín. Se acercó más a la joven que había hablado.

“No quiero que se subestimen. Mi poder puede ser grande, pero todos comenzamos en el mismo lugar. Sé lo que es ser como ustedes, lleno de sueños, antes de alcanzar lo que he logrado. Quiero saber qué piensan, cómo podemos mejorar juntos.”

Pero las palabras, a pesar de sus buenas intenciones, solo profundizaban la distancia. Los querubines lo escuchaban, pero no podían evitar sentir que Elior no era uno de ellos. Aunque había sido querubín una vez, ahora su ambición desmesurada, su fama y su sed de conquista lo habían transformado en algo más cercano a un celestial todopoderoso, algo que ya no podían comprender ni relacionar con sus propias experiencias.

Incluso su apariencia, ahora radiante de poder y rodeado de una armadura tecnomágica de su propio diseño, lo hacía ver como una figura casi divina, no como un igual. En sus corazones, los querubines se sentían incómodos, como si estuvieran ante alguien que había perdido lo que significaba ser uno de ellos.

Cuando Elior se marchó del taller, frustrado pero sin mostrarlo, los querubines se miraron entre sí en silencio. No necesitaban hablar para compartir el mismo pensamiento. Elior podía ser uno de ellos en cuerpo, pero en espíritu, ya no era querubín. Era algo diferente, algo incomprensible para ellos. No lo veían como un enemigo, pero tampoco lo veían como un igual. Era una anomalía, una excepción a todo lo que sabían.

En los días siguientes, Elior continuó con sus responsabilidades, planeando nuevas conquistas y desarrollos en la Forja Eterna, pero en su mente, algo persistía: la desconexión. A pesar de su inmenso poder y logros, no podía evitar sentir que había perdido algo esencial, algo que lo vinculaba a los querubines. Y aunque su lado racional, influenciado por Zakarius, lo despreciaba como una debilidad, su lado más infantil, el pequeño querubín que alguna vez fue, anhelaba ese sentimiento de pertenencia.

Era una lucha interna que jamás expresaría en voz alta, pero que lo atormentaba en los momentos más solitarios. Mientras seguía consolidando su imperio, Elior se daba cuenta de que, aunque lo admiraran y lo siguieran como un líder, siempre sería una figura solitaria, apartado tanto de su propia raza como de cualquier otro ser. Y esa soledad, por más poder que tuviera, era algo que ninguna estatua, conquista o victoria podría llenar.

Historia Alternativa: “El Querubín que Rompió los Cielos”

A pesar de la desconexión palpable entre Elior (Zakarius) y los querubines, había un grupo que lo veía bajo una luz completamente diferente: los ángeles. Para ellos, Elior no era simplemente un joven querubín que se había apartado del camino académico tradicional. Para ellos, era una leyenda viviente, alguien que había roto las cadenas del destino que normalmente limitaban a los querubines, trascendiendo sus expectativas y alcanzando el verdadero poder y gloria de los cielos.

Los ángeles, conocidos por su fuerza y su disciplina, veían en Elior a un prodigio que había superado las barreras de su naturaleza, algo que ellos respetaban profundamente. Desde su victoria sobre los elfos y la creación de la Forja Eterna, su nombre había sido grabado en la mente de cada soldado celestial. Aunque había quienes cuestionaban sus métodos despiadados, nadie podía negar su impacto en la historia de las Repúblicas Oligarcas.

Kael, el comandante militar de las repúblicas, uno de los ángeles más poderosos y respetados, había observado a Elior desde sus primeros pasos como guerrero. Aunque al principio tenía dudas sobre un querubín en un puesto de tanta importancia, su desconfianza se desvaneció con el tiempo, reemplazada por una profunda admiración.

La batalla contra los elfos había sido decisiva. Miles de ángeles lucharon codo a codo con Elior, viéndolo en el campo de batalla, liderando desde el frente, imparable en su coloso El Invictus, aplastando a los enemigos con una precisión y un fervor inigualables. Los relatos de su valor y poder comenzaron a circular en los cuarteles y en las barracas, inspirando a una nueva generación de soldados que deseaban emular su grandeza.

Un día, mientras Elior inspeccionaba las nuevas forjas en los restos del antiguo bosque élfico, Kael y varios otros capitanes ángeles se acercaron para rendirle homenaje. Habían estado supervisando el entrenamiento de nuevos reclutas y decidieron presentarse ante él para darle las gracias.

“Excelencia Elior, su victoria en esta tierra ha inspirado a toda una nueva generación de guerreros celestiales”, dijo Kael con respeto, inclinando ligeramente la cabeza. A su lado, otros capitanes ángeles asintieron solemnemente. “Ya no eres simplemente un líder. Para nosotros, eres un ejemplo de lo que significa superar nuestros propios límites.”

Elior, acostumbrado a estos gestos de admiración, mantuvo su postura imponente. A pesar de su aparente frialdad, algo dentro de él se inflama cada vez que escuchaba tales palabras. Sabía que los ángeles lo respetaban de una manera en que los querubines nunca lo harían. Él era su leyenda, un modelo de lo que podía lograrse con ambición y poder. Eso le daba un sentido de satisfacción que no encontraba en ninguna otra parte.

“Hice lo que era necesario para asegurar nuestro futuro,**” respondió Elior, su voz tan firme como siempre. “Pero aún hay mucho por hacer. Esta tierra, aunque devastada, será la base de algo mucho más grande. Los ángeles como tú y tu gente serán los pilares de este nuevo orden que estoy creando. Quiero que entrenen a los mejores guerreros, los más poderosos colosos. Estamos en el principio de una nueva era.”

Kael asintió, sintiendo un profundo orgullo por formar parte de la visión de Elior. Aunque el joven querubín mostraba rasgos fríos y calculadores, los ángeles sabían que eso era parte de lo que lo hacía grande. No era un mero líder, era el arquitecto de un futuro lleno de fuerza y gloria, uno que los ángeles seguirán con total devoción.

En el fondo, Elior entendía la diferencia entre cómo lo veían los querubines y los ángeles. Los primeros lo rechazaban, viéndolo como una anomalía. Pero los ángeles, criaturas de poder y guerra, lo entendían. Lo veían como un símbolo de lo que un celestial podía lograr si rompía con las expectativas y trascendía las normas. Para ellos, Elior no era simplemente un querubín — era una leyenda que les recordaba que el poder verdadero no conocía límites.

Con el tiempo, la figura de Elior continuó creciendo en los corazones de los ángeles. Historias de sus victorias se contaban una y otra vez entre las filas, y nuevos soldados soñaban con luchar a su lado. El hecho de que fuera un querubín que había superado todas las limitaciones hacía que su ejemplo fuera aún más poderoso. Para ellos, representaba el ideal celestial: alguien que, aunque nacido con ciertas expectativas, había trascendido esas expectativas y se había convertido en algo más.

Mientras Elior caminaba por las forjas, acompañado por Kael y sus capitanes, no podía evitar sonreír para sí mismo. Los ángeles lo veían como una leyenda, y él estaba decidido a vivir de acuerdo con esa imagen. Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo final: no solo ser recordado como el héroe de las Repúblicas Oligarcas, sino como el ser más poderoso que los cielos habían visto jamás.

Los ángeles lo seguirán, los serafines lo apoyan, y, aunque los querubines no lo comprendieran, él estaba decidido a construir un imperio que eclipsará a todo lo que habían conocido. Elior el Imparable no sería solo un título: sería el legado que dejaría en los cielos para siempre.