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24 El Imperio de Elinvictus

Mientras la capital de Elinvictus y la Forja Eterna crecían a pasos agigantados, los colonos que habían seguido a Elior comenzaban a forjar una nueva identidad. De forma natural, sus lealtades se desprendían de las Repúblicas Oligarcas, y empezaban a identificarse como ciudadanos imperiales, independientes y orgullosos de pertenecer a los dominios del “Imparable”. Bajo la sombra de las grandes estatuas de Elior y el Invictus, la gente veía en él una figura heroica y salvadora, pero también el símbolo de un futuro lleno de gloria y poder.

Elior siempre había sido un alma libre, pero con cada victoria y cada paso que daba, también se consolidaba como una leyenda viviente. No solo quería ser recordado como el mejor guerrero, sino como el ser celestial definitivo, aquel que había arriesgado su vida incontables veces para asegurar que los celestiales alcanzaran la cúspide de la creación. Ahora, al ver que sus seguidores aumentaban en número y fuerza, y que la identidad del imperio crecía por encima de las Repúblicas, Elior decidió que era momento de dar el siguiente paso.

Sin embargo, una sombra se cernía sobre sus planes. Su padre, Auron, observaba desde lejos con creciente preocupación. Tras la devastación de los elfos, lo que una vez fue una gran civilización se había convertido en polvo bajo el peso del ejército de Elior. Para Auron, lo que su hijo había hecho era un genocidio, y aunque Elior veía en la destrucción de los elfos un acto necesario para la expansión de su imperio, Auron no podía soportar la idea de que su hijo se hubiera transformado en algo tan oscuro.

Aun así, Elior había superado los límites del poder. Era demasiado fuerte para que su padre pudiera detenerlo, y Auron sabía que cualquier intento por frenar a su hijo sería en vano.

Por otro lado, Elior buscaba apoyo en aquellos que aún compartían su visión. Kael, a quien consideraba un padre más cercano que el propio Auron, había visto en Elior una chispa de grandeza y lo apoyaba en su camino hacia la dominación celestial. Kael, el maestro de los colosos y la fuerza militar de las repúblicas, veía en Elior la encarnación del poder y la conquista.

Myrta, por su parte, siempre había visto el potencial de Elior para generar grandes beneficios. La serafín, astuta y pragmática, supo que Elior era alguien en quien invertir, no solo por sus talentos militares, sino también porque su independencia ofrecía nuevas oportunidades económicas. Si Elinvictus seguía prosperando, su imperio podría ser una fuente inagotable de riquezas.

Con la lealtad de Kael y Myrta asegurada, Elior dejó de lado a Auron. Ya no necesitaba su aprobación ni su influencia, pues su mirada estaba puesta en algo más grande: ser el mayor ser celestial, una leyenda inmortal. Y en su imperio, la lealtad de sus ciudadanos, ángeles, serafines y algunos pocos querubines, solo aumentaba con cada paso hacia la conquista y la gloria.

Elior, montado en el Invictus, se preparaba para lo que vendría. Sabía que en algún punto habría más batallas, más desafíos y, sobre todo, más portales por descubrir. Pero ahora tenía algo más que poder y gloria: tenía un imperio propio que lo reverenciaba, que lo consideraba el ser supremo. Era, en todos los sentidos, un mito viviente.

Habían pasado ya alrededor de cinco años desde que zakarius tomó posesión del cuerpo e identidad de Elior y el tiempo solo le había enseñado como él un antiguo Ángel podía alcanzar alturas que ningún celestial atrapado bajo el estereotipo de su propia raza hubiese podido.

El Invictus, la colosal máquina de guerra tecnomágica que Elior comandaba, se cernía sobre las nubes como un presagio trayendo vientos de cambio.

Su llegada a las Repúblicas Oligarcas no era solo una visita diplomática; era el anuncio de un nuevo orden. Los ciudadanos, desde las ciudades más avanzadas hasta los pequeños asentamientos, alzaron la vista, observando con asombro y temor la inmensa sombra del Invictus. La leyenda viva, Su Excelencia Elior el Imparable, había regresado, pero no para rendir homenaje a las Repúblicas, sino para transformarlas en algo mucho más grande.

Acompañado de su guardia personal, un grupo de guerreros elegidos entre los más poderosos ángeles y serafines, Elior descendió de su coloso, caminando con confianza hacia el edificio más imponente de la capital, el Gran Parlamento Oligarca. Su rostro, frío y decidido, no mostraba emoción alguna, pero su mente ya estaba enfocada en lo que venía. Esta reunión marcaría el fin de una era y el comienzo de su imperio.

Dentro del parlamento, Kael y Myrta lo esperaban. Ambos habían visto el ascenso meteórico de Elior, y sabían que, aunque joven, su poder y carisma superan con creces lo imaginable. Para ellos, la visita de Elior significaba algo trascendental, aunque cada uno tenía sus propias expectativas.

Kael, el ángel maestro de la fuerza militar de las Repúblicas, siempre había apoyado a Elior como a un hijo adoptivo. Lo veía como la encarnación de la ambición y la fuerza, cualidades que valoraba profundamente. Para Kael, las Repúblicas habían alcanzado su límite, y Elior representaba la única vía hacia la expansión y la verdadera conquista. Myrta, por otro lado, con su visión pragmática y comercial, veía en Elior una oportunidad. Si este nuevo imperio florecía, las riquezas y el poder que traería consigo serían inconmensurables.

Elior entró en la sala de reuniones, donde los dos oligarcas aguardaban, con la mirada tranquila pero cargada de intención. Se sentó en la cabecera de la mesa, un claro gesto de poder y control, y sin rodeos, fue directo al grano.

“Kael, Myrta,” comenzó, su voz resonante. “Las Repúblicas han sido útiles, han servido a su propósito. Pero es hora de algo más grande, algo que deje atrás las limitaciones de este sistema oligárquico. Es hora de un poderoso Imperio.”

Kael intercambió una mirada con Myrta, sabiendo que esta era la conversación que ambos habían anticipado.

“Este nuevo imperio,” continuó Elior, “no será como el de los viejos tiempos. Será más fuerte, más avanzado, y sobre todo, será eterno. Los celestiales dominarán como nunca antes, y todos los que estén a mi lado prosperarán. Kael, tú serás mi brazo derecho, comandando las fuerzas militares de este nuevo imperio. Y tú, Myrta, supervisarás el crecimiento económico, asegurando que nuestras riquezas no tengan fin.”

Ambos oligarcas asintieron lentamente, evaluando la magnitud de lo que Elior proponía.

“Y Auron?” preguntó finalmente Myrta, curiosa por saber qué lugar tendría el padre de Elior en todo esto.

Elior sonrió, pero su expresión era fría. “Mi padre es parte del pasado. Su visión es demasiado pequeña, su mente atrapada en la moralidad que las Repúblicas aún sostienen. No tiene lugar en este nuevo orden.”

El silencio en la sala era palpable. Elior había dejado claro que Auron, uno de los tres grandes oligarcas y su propio padre, quedaría excluido del nuevo imperio. Para Kael y Myrta, esto no era una sorpresa. Ambos sabían que Elior había sobrepasado los límites de lo que su padre podía controlar, y que cualquier intento de Auron por detenerlo sería inútil.

“Entonces,” dijo Kael, inclinándose hacia adelante, “¿cuál es el siguiente paso?”

Elior se levantó de su asiento y caminó hacia una gran ventana que daba vista a la capital de las Repúblicas. Desde allí, se podía ver el Invictus, brillando bajo la luz del sol, una máquina imparable que simbolizaba todo lo que él había construido.

“El siguiente paso,” dijo con voz firme, “es que las Repúblicas se disuelvan. En su lugar, nacerá el Imperio Elinvictus. Kael, Myrta, estaréis a mi lado como los máximos exponentes de este nuevo mundo. Juntos, llevaremos a los celestiales a la cúspide de su poder. Y no habrá nadie que pueda detenernos.”

Ambos oligarcas asintieron, sabiendo que la decisión estaba tomada. Las Repúblicas Oligarcas, el sistema que había perdurado durante siglos, estaba llegando a su fin. Elior había trazado un camino que no podía ser revertido. El Imperio Elinvictus estaba naciendo, y con él, la era de las Repúblicas tocaba su fin.

Mientras salía de la sala, Elior no podía evitar pensar en su padre. Sabía que Auron intentaría detenerlo, pero también sabía que ya era demasiado tarde para eso. Con Kael y Myrta de su lado, y con el Invictus como su arma definitiva, no había nada que pudiera interponerse entre él y su destino como el ser celestial más grande de todos los tiempos.

Historia paralela: Las emociones ocultas tras la disolución de las Repúblicas

Kael, el imponente ángel encargado de la fuerza militar de las Repúblicas, se encontraba solo en sus aposentos después de la reunión con Elior. Observaba su reflejo en el acero pulido de su armadura, pensando en lo que acababa de suceder. La propuesta de Elior, de disolver las Repúblicas y formar un imperio, resonaba en su mente como un eco interminable.

En su corazón, Kael sentía una mezcla de orgullo y anticipación. Él había sido mentor de Elior, lo había visto crecer desde un simple querubín hasta la leyenda que era ahora. Aunque muchos veían a Elior como una anomalía, Kael lo consideraba el futuro encarnado. Desde el principio, había apoyado su ambición, sabiendo que el joven querubín rompería las cadenas de las tradiciones arcaicas que habían limitado a los celestiales durante demasiado tiempo.

Sin embargo, algo lo inquietaba. Las Repúblicas, a pesar de todas sus fallas, habían sido el hogar de Kael durante siglos. Él mismo había luchado por defenderlas y expandir su influencia. Ahora, con un imperio en el horizonte, Kael se preguntaba si su lugar en este nuevo orden sería tan claro como Elior le había prometido. ¿Sería realmente el brazo derecho del nuevo imperio, o simplemente una herramienta en las manos de alguien aún más ambicioso?

Al mismo tiempo, la idea de traicionar a Auron, el padre de Elior y uno de los tres oligarcas, no lo dejaba del todo tranquilo. Aunque Elior tenía razón en que Auron estaba atrapado en el pasado, Kael había compartido muchas batallas y decisiones con él. Apartarlo de esta manera no era algo que pudiera ignorar tan fácilmente.

Myrta, la calculadora y pragmática serafín, caminaba por los jardines de su mansión, meditando sobre las palabras de Elior. Para ella, la disolución de las Repúblicas era una bendición disfrazada. Aunque siempre había sido fiel a su papel dentro del sistema oligárquico, veía claramente que las Repúblicas estaban estancadas. La estructura política y social ya no servía a sus intereses, y el joven querubín había traído consigo la promesa de una nueva era de prosperidad.

Pero Myrta no se dejaba llevar solo por la promesa de riquezas. Sabía que Elior, aunque poderoso y brillante, era también volátil. Había algo oscuro en su ambición, algo que recordaba a las historias de los ángeles caídos que una vez habían tratado de desafiar el orden celestial. La Serafín veía en Elior una oportunidad, pero también un riesgo.

No podía ignorar que su decisión de alinearse con él significaba el final de su relación con Auron. Había respetado a Auron por su integridad y su visión científica, pero en su opinión, él estaba cegado por su moralidad. En un mundo donde la supervivencia y el progreso eran lo único que importaba, Auron simplemente ya no tenía cabida. Sin embargo, Myrta también sabía que las lealtades frágiles podrían desmoronarse, y se preguntaba hasta cuándo podría confiar en Elior para mantener sus promesas.

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Auron se encontraba en su laboratorio, su refugio, observando los instrumentos y tecnologías que había ayudado a crear. La noticia de la disolución de las Repúblicas no había llegado directamente a él, pero las señales estaban por todas partes. Sabía que su hijo, Elior, estaba detrás de todo, que él mismo había planeado esta transformación sin consultarlo.

Para Auron, esta traición era doblemente dolorosa. No solo se sentía abandonado por el joven que había criado y entrenado, sino que también veía cómo su visión del mundo se desmoronaba. Las Repúblicas habían sido su vida. Había dedicado siglos a su avance científico, creyendo que solo a través del conocimiento y la cooperación podían superar las adversidades del mundo celestial. Ahora, su hijo lo dejaba de lado en nombre de la conquista y el poder.

Pero lo que más le dolía a Auron era la transformación de Elior. Lo había visto convertirse en algo que ya no reconocía. El querubín que una vez había sido curioso y brillante se había convertido en un conquistador, un genocida que no mostraba remordimiento alguno. Auron sabía que debía detenerlo, pero también sabía que Elior había acumulado un poder tan grande que no podría enfrentarlo solo.

El padre traicionado se sentía impotente, como si todo por lo que había luchado se estuviera desvaneciendo ante sus ojos. Sabía que Elior no se detendría, y que el fin de las Repúblicas era solo el primer paso en un plan mucho más siniestro.

En resumen, cada uno de los oligarcas enfrentaba la disolución de las Repúblicas de maneras diferentes. Kael veía una oportunidad para expandir su poder, pero con una sombra de duda. Myrta, siempre pragmática, reconocía la oportunidad financiera pero no dejaba de estar en guardia. Auron, en cambio, solo sentía traición y desesperación ante el ascenso de su hijo, ahora más distante que nunca. El nuevo imperio de Elior no sólo redefinió el mundo celestial, sino que también cambió profundamente las relaciones entre aquellos que una vez gobernaron las Repúblicas juntos.

El anuncio oficial resonó en todo el vasto territorio celestial: el nuevo orden mundial estaba en marcha, y el joven querubín Elior, conocido como el Imparable, había sido coronado como el Emperador de los Celestiales. Su nombre, legendario por sus incontables victorias y hazañas, no solo inspiraba temor en sus enemigos, sino reverencia y lealtad entre sus seguidores. La capital Elinvictus, el corazón del recién nacido Imperio, era el símbolo de este nuevo poder que se alzaba sobre el antiguo plano congelado.

Elior, montado en su coloso, el Invictus, con su guardia personal siempre a su lado, recorría las ciudades y colonias que ahora formaban parte de su vasto imperio. La propaganda imperial lo presentaba como el héroe que había salvado a los celestiales de los enemigos más oscuros y peligrosos, un ser que había trascendido los límites de lo que cualquier querubín, ángel o serafín podría alcanzar.

Kael, ahora Ministro de Guerra del Imperio, era uno de los principales pilares de este nuevo orden. Su influencia y control sobre los ejércitos y las flotas celestiales eran absolutos. Bajo sus órdenes, todos los territorios y dominios seguirían las estrictas directrices imperiales que él y Elior habían diseñado. Las reformas militares eran profundas, introduciendo un sistema de lealtad total al Imperio, asegurándose de que cada soldado, desde los más jóvenes hasta los veteranos, obedecieran ciegamente las órdenes del Emperador.

Kael, aunque consciente de las dudas internas que había tenido sobre este cambio de poder, se entregaba por completo a su nuevo papel. Siempre había creído en Elior, en su capacidad para liderar más allá de lo que cualquier otro querubín había logrado. La posición de Ministro de Guerra le brindaba la oportunidad de consolidar todo el poder militar bajo un solo mando, lo que le permitiría aplastar cualquier amenaza al Imperio antes de que siquiera pudiera surgir.

Myrta, por su parte, había sido nombrada Ministra de Comercio y Desarrollo Económico. Bajo su dirección, las redes comerciales del Imperio se expandían a un ritmo impresionante. Los flujos de Solaris, la moneda celestial, se intensificaban, y las rutas mercantiles conectaban incluso los rincones más lejanos del vasto dominio de Elior. Myrta veía este ascenso al poder como la culminación de sus ambiciones personales, y sabía que con su influencia en el comercio, podría mantener la estabilidad económica del Imperio mientras este seguía creciendo.

Ella, más que nadie, entendía que el Imperio no se mantendría solo con fuerza militar, sino con una economía sólida que sostuviera a las nuevas fábricas, a la producción de colosos, y a los inmensos proyectos que Elior tenía en mente, como la expansión de la Forja Eterna. Su pragmatismo le aseguraba un lugar de importancia crucial en la maquinaria del Imperio.

Mientras tanto, Auron había sido relegado a una posición aislada, apartado de las decisiones de poder. Aunque una vez había sido uno de los oligarcas más influyentes de las Repúblicas, ahora se encontraba completamente fuera del círculo de poder de su propio hijo. Sabía que Elior, o mejor dicho Zakarius, ya no lo veía como parte de su visión de futuro.

Auron había visto de primera mano la transformación de su hijo, y aunque no podía evitar sentir una profunda tristeza por la pérdida de su esencia, no podía permitirse hacerle daño. Sabía que jamás podría perdonarse si intentara detenerlo por la fuerza. En lugar de oponerse abiertamente, decidió retirarse a una vida de reclusión, manteniendo sus investigaciones y estudios científicos, lejos de los engranajes del nuevo Imperio.

A pesar de su aislamiento, Auron deseaba que sus instituciones académicas, aquellas que él había fundado y promovido durante siglos, no fueran destruidas por este nuevo orden. Designó a uno de sus más leales discípulos, Lapris, un querubín altamente respetado, para mediar con el nuevo Imperio. Lapris, con su paciencia y diplomacia, era la persona indicada para tratar con Kael y Myrta, buscando la manera de que las academias de Auron tuvieran un papel en este nuevo mundo sin ser completamente absorbidas por la maquinaria imperial.

Lapris, sabiendo que Kael tenía cierta admiración por su antiguo maestro, acudió a él en busca de apoyo. Los dos se conocían desde hacía tiempo, ya que Lapris había sido uno de los principales asistentes de Auron durante años. Con respeto y humildad, Lapris expuso su petición: que las academias pudieran seguir funcionando de manera relativamente autónoma, sin la intervención directa del nuevo gobierno imperial.

Kael, aunque endurecido por su papel como Ministro de Guerra, no era insensible a la petición. Sabía que las academias de Auron eran fundamentales para el progreso científico y tecnológico de los celestiales, y permitir que continuaran su labor no solo era un acto de respeto hacia Auron, sino también una forma de asegurar que el Imperio no perdiera uno de sus activos más valiosos.

—“Lapris, sabes que respeto profundamente a Auron y todo lo que ha hecho por nosotros. Pero el Imperio no puede permitir que ninguna institución funcione de manera completamente independiente. Sin embargo, haré lo que esté en mi poder para asegurar que las academias reciban el apoyo que necesitan y que mantengan su autonomía en la medida de lo posible.”

Lapris asintió con gratitud, sabiendo que era lo mejor que podía esperar en ese momento. Auron podría estar apartado, pero sus contribuciones no serían olvidadas.

El nacimiento del Imperio de Elior marcaba un punto de no retorno para los celestiales. Las Repúblicas Oligarcas Celestiales, una vez el pilar de la sociedad, habían sido disueltas y absorbidas por un sistema imperialista liderado por un querubín que había roto todas las expectativas. Mientras Kael y Myrta consolidaron su poder como ministros, Auron observaba desde lejos, consciente de que el mundo que conocía había cambiado para siempre.

Elior, en su trono imperial, seguía avanzando con sus planes de grandeza, buscando constantemente nuevos horizontes y desafiando los límites de lo que los celestiales creían posible.

Historia paralela: El relato de los medios sobre el nacimiento del Imperio Elinvictus

Los cielos de Eternal brillaban con luces de celebración y con el eco de las trompetas imperiales, pero los medios de comunicación celestiales estaban divididos en su cobertura del acontecimiento histórico: el nacimiento del Imperio Elinvictus, bajo el mando de su recién proclamado emperador, Elior el Imparable.

Las Noticias Oficiales: La Gran Unión Celestial

Los medios oficiales del Imperio, ahora controlados en gran parte por las directrices del nuevo gobierno, ofrecían una narrativa gloriosa y unificada. El Imperio no era presentado como un golpe contra las Repúblicas, sino como una evolución natural del destino celestial.

“La Unión que todos esperábamos ha llegado. Elior el Imparable, el héroe que salvó innumerables vidas celestiales, ha tomado el mando de un nuevo Imperio que unirá a todas las razas celestiales bajo un solo estandarte. Los ángeles, serafines y querubines han encontrado un líder que, con su visión y poder, llevará al pueblo celestial a un futuro dorado.”

Las noticias exaltaban la imagen de Elior como una figura mítica, trascendiendo las limitaciones de su raza querubín. Se le atribuían no solo hazañas militares, sino también un carácter visionario. La propaganda imperial mostraba imágenes del joven emperador con su coloso Invictus, recorriendo los cielos de las nuevas tierras del Imperio, mientras los soldados lo vitoreaban como el salvador y el gran unificador.

Kael y Myrta eran presentados como los leales pilares del nuevo régimen, mientras las antiguas Repúblicas eran descritas como “un sistema que había cumplido su función” y que “debía evolucionar para mantenerse a la altura de las necesidades celestiales”. Las industrias se expandían, las minas florecían y los ciudadanos eran motivados a ser parte del desarrollo de un futuro glorioso.

Medios Independientes: El Imperio en Cuestionamiento

No todos los medios de comunicación aceptaron el nuevo régimen sin reservas. Aquellos que habían logrado mantenerse independientes expresaban su inquietud sobre la rapidez con la que se había instaurado el Imperio y sobre las implicaciones de una figura tan joven tomando tanto poder en sus manos.

”¿Es este realmente el futuro que queremos? Un querubín que, a pesar de su fama, ha pasado por alto siglos de tradición republicana y ha tomado el poder absoluto. Aunque Elior el Imparable sea venerado por sus hazañas militares, ¿puede ser el líder que necesitamos? ¿Estamos preparados para dejar de lado la democracia oligárquica que ha protegido a los celestiales durante generaciones?”

Estos medios señalaban la ausencia de Auron, el tercer oligarca, en el proceso de formación del nuevo Imperio, y se preguntaban si había sido desplazado o incluso silenciado. Los rumores sobre el retiro de Auron y su desaprobación de las tácticas de Elior circulaban con fuerza, insinuando que la formación del Imperio había sido más coercitiva de lo que se había mostrado.

Un medio crítico tituló:

“El Último Querubín: Elior, ¿el salvador o el destructor de los celestiales?”

El artículo mencionaba la destrucción de la civilización élfica como un posible indicio del enfoque extremo que Elior podría adoptar para gobernar. Algunos temían que su control sobre el poder militar y las industrias emergentes podría llevar a una expansión bélica sin precedentes.

Voces de los Querubines: Elior, ¿uno de los nuestros?

Entre las publicaciones querubines surgieron artículos con un tono mucho más personal y emocional. Aunque en su mayoría expresan orgullo por ver a uno de los suyos alcanzar semejante grandeza, también había un trasfondo de duda.

“Aunque Elior ha roto todas las barreras y ha llevado a los querubines a una posición de poder que jamás habíamos imaginado, ¿podemos seguir llamándolo uno de los nuestros? Ha dejado atrás el estilo de vida que muchos de nosotros valoramos, y aunque su ascenso es motivo de orgullo, algunos de nosotros no podemos evitar sentir que su ambición lo ha alejado de lo que significa ser un querubín.”

Los querubines sentían una desconexión cada vez mayor con Elior, ahora una figura inalcanzable, envuelto en el poder de un Imperio y acompañado por ángeles y serafines. Aunque muchos lo veían como un héroe, otros se preguntaban si, en su búsqueda de grandeza, Elior había olvidado las tradiciones y valores de los querubines.

Voces Serafinas: Elior, un aliado valioso

En contraste, los medios serafines eran notablemente pragmáticos. Los serafines admiraban a Elior como una figura práctica y eficiente, un líder que había logrado lo que muchos consideraban imposible. En las publicaciones comerciales y políticas de los serafines, Elior era retratado como alguien que, más allá de su mitificación, entendía las necesidades del desarrollo.

“Elior ha traído una estabilidad económica y militar que nunca hubiéramos visto bajo las Repúblicas. La Forja Eterna, junto con las reformas de Myrta en el comercio, nos asegura un futuro de prosperidad. Las tradiciones tienen su lugar, pero el progreso exige acción, y Elior está tomando esas acciones.”

Los serafines veían en Elior una oportunidad, un medio para alcanzar sus propios fines comerciales y militares. Aunque no lo veneraban como los ángeles, apreciaban su pragmatismo y lealtad a aquellos que podían ayudar a consolidar el Imperio.

El Legado de Elior: ¿Un Salvador o un Tirano?

Los medios en su conjunto pintaron un cuadro dividido del nuevo emperador. En los territorios más leales al Imperio, Elior era visto como una leyenda viviente, alguien que había transformado la vida de los celestiales para siempre. Sus estatuas comenzaban a levantarse, sus victorias se celebraban, y su gobierno era visto como un faro de esperanza.

Sin embargo, en los círculos más académicos e intelectuales, las preguntas sobre su creciente poder, su destrucción implacable de los elfos y su dominio absoluto sobre los recursos del Imperio empezaban a sembrar las primeras semillas de duda. ¿Hasta dónde llegaría el ansia de grandeza de Elior? ¿Podría realmente mantener la estabilidad que prometía, o su Imperio se desmoronaría bajo el peso de sus propias ambiciones?

A medida que los medios seguían relatando los primeros días del Imperio, la figura de Elior continuaba creciendo, pero también lo hacía la sombra de las preguntas que quedaban por responder.