Zakarius, con su nueva identidad y renombre en el campo de batalla, había comenzado a ganar una serie de victorias que parecían imposibles. Las criaturas nigrománticas caían ante él, y su capacidad para purificar el miasma, sin revelar del todo su naturaleza, lo había convertido en un héroe legendario entre las tropas. A lo largo de las semanas, su apodo comenzó a circular entre los soldados: "El Imparable", un piloto que nadie podía detener.
Cada victoria reforzaba su estatus, y los comandantes militares no tardaron en darse cuenta de su potencial. Aunque Zakarius evitaba mostrar su verdadero rostro, los altos mandos lo observaban con creciente interés. Sus tácticas eran impecables, y su habilidad en el manejo del coloso tecnomágico superaba las expectativas. Pero más allá de sus habilidades, empezaban a surgir preguntas sobre su verdadera identidad.
El heroísmo de Zakarius era demasiado perfecto, demasiado misterioso. Su reticencia a socializar, su negativa a ser visto en momentos de descanso, y su insistencia en mantenerse alejado de los demás pilotos generaron murmullos entre los oficiales superiores. Los comandantes comenzaron a debatir en privado quién era realmente este "Imparable".
—Sabemos que hay algo extraño en él, pero no podemos negar sus resultados —comentó uno de los generales en una reunión secreta con el alto mando de las Repúblicas—. Si sigue ganando batallas, ¿quiénes somos nosotros para interferir?
Sin embargo, a pesar de las dudas, los altos mandos no estaban dispuestos a investigar más a fondo. La guerra contra los nigromantes iba mal, y un piloto como Zakarius era invaluable. Si se enfrentaban a un escándalo familiar con el oligarca Auron, las consecuencias políticas podrían ser devastadoras para las Repúblicas Oligarcas Celestiales.
—Quizás, si le damos una misión más notable, podríamos ver de qué está hecho realmente —propuso uno de los generales más veteranos—. Si tiene éxito, no habrá motivo para dudar de su lealtad. Y si fracasa… bueno, tal vez no sea quien pensamos que es.
Los comandantes coincidieron. Zakarius recibiría una misión especial, una que pudiera cambiar el curso de la guerra.
El objetivo era audaz: penetrar el corazón de las líneas nigrománticas y destruir uno de los nexos principales de poder, un sitio que mantenía al ejército de los nigromantes organizado y coordinado. Sin este nexo, las fuerzas oscuras caerían en el caos, y las Repúblicas podrían ganar tiempo valioso para reorganizar sus defensas.
Zakarius, informado de la misión, supo inmediatamente que esta era su oportunidad. Si lograba esta hazaña, no solo consolidaría su posición en el ejército, sino que también ganaría una nueva oportunidad para escapar de las dudas que lo rodeaban. Pero al mismo tiempo, reconocía el peligro. Si fallaba, no solo lo perdería todo, sino que también Eliorquedaría marcado como un traidor, lo que complicaría aún más su situación.
No obstante, Zakarius aceptó sin dudarlo. Esta era la gloria que anhelaba, la oportunidad de ser nuevamente el guerrero que fue en su vida anterior.
A medida que se preparaba para la misión, los oficiales continuaban vigilándolo de cerca. Algunos comenzaron a notar incongruencias en su comportamiento, pequeños detalles que no cuadraban con el resto de los pilotos. No mostraba el mismo miedo al miasma que los demás, su eficiencia parecía casi sobrecelestial, y sus reacciones en combate eran más rápidas de lo que deberían ser para alguien de su edad.
Los rumores entre los soldados también crecían. "¿Quién es realmente el Imparable?", se preguntaban algunos. Pero los altos mandos, conscientes de las sospechas, decidieron mantener el secreto. No podían permitirse una división interna cuando la guerra se encontraba en su punto más crítico.
Por su parte, Zakarius también notaba la creciente desconfianza. Sabía que estaban observándolo, pero confiaba en que su éxito en la misión lo exoneraría. Y más allá de las suspicacias, no podía evitar sentir una extraña emoción: el deseo de ser aceptado. A pesar de sus planes de venganza, una parte de él —una parte que tal vez pertenecía a Elior— quería que esta vida fuera real, que su leyenda como héroe pudiera darle una nueva oportunidad, un nuevo propósito.
La misión comenzó al amanecer. Zakarius lideraba un escuadrón de colosos, todos avanzando hacia el corazón del territorio enemigo. El miasma era espeso, pero su cuerpo seguía purificándolo con cada paso que daba. A medida que avanzaban, el terreno se volvía más oscuro y hostil, con criaturas cada vez más grotescas surgiendo del suelo para detener su avance.
Pero El Imparable seguía su curso, destruyendo todo a su paso con una ferocidad implacable. Su coloso brillaba con un aura intensa, y los demás pilotos lo seguían, inspirados por su destreza.
Finalmente, llegaron al nexo de poder, un enorme monolito que irradiaba una energía oscura y densa. Zakarius sabía que este era el momento decisivo. Si destruía el monolito, las fuerzas nigrománticas se desmoronarían, y su victoria sería recordada para siempre.
Activó los sistemas de ataque de su coloso y lanzó un asalto devastador sobre el monolito. Sin embargo, algo inesperado sucedió. El miasma comenzó a intensificarse en torno al monolito, como si estuviera reaccionando a su presencia. Los demás colosos empezaron a fallar, sus motores detenidos por la energía oscura.
Pero Zakarius no se detuvo. Con el cuerpo de Elior, el miasma no podía tocarlo. Aprovechando esa ventaja única, lanzó un ataque final, destruyendo el monolito en una explosión de luz y oscuridad.
Cuando el polvo se asentó, las fuerzas nigrománticas comenzaron a desmoronarse, tal como se había predicho. Zakariushabía cumplido su misión, y la victoria parecía asegurada. Pero en su interior, no podía ignorar el creciente peso de las sospechas sobre él.
Aunque los altos mandos no podían negar su éxito, las dudas sobre su verdadera identidad seguían presentes. Ahora que había logrado lo que nadie más podía, quizás no sería solo un héroe de guerra, sino alguien digno de confianza.
O tal vez, su victoria lo acercaría aún más a su inevitable caída.
Zakarius, en su nueva identidad, había cosechado una fama inesperada. Los rumores sobre su verdadera identidad ya circulaban entre los altos mandos, y aunque ninguno se atrevía a revelarlo oficialmente, la verdad empezaba a ser un secreto a voces: el prodigio querubín Elior, hijo del influyente oligarca Auron, estaba liderando las fuerzas en el campo de batalla. Un querubín que, según se decía, no solo había diseñado los poderosos colosos tecnomágicos, sino que también había demostrado el valor y la temeridad de los ángeles más feroces.
Los querubines, a lo largo de la historia de Eternal, siempre habían sido considerados demasiado frágiles e inocentes para la guerra. Sus habilidades estaban ligadas a la pureza y la protección contra el miasma, pero nunca al combate. El hecho de que Elior, un querubín joven, no solo estuviera en el campo de batalla, sino que lo liderara con éxito, era un hecho sin precedentes.
Sin embargo, aquellos que sabían la verdad también estaban conscientes de las terribles implicaciones. Zakarius, bajo la apariencia de Elior, no era quien todos creían que era. Y aquellos oficiales que estaban al tanto de su verdadera identidad tenían miedo de lo que esto significaba para ellos y sus carreras.
Entre los líderes militares, una gran inquietud comenzó a apoderarse de ellos. Muchos habían cerrado los ojos ante la situación, preferían no hacer preguntas incómodas, pues los resultados de Zakarius en el campo de batalla eran innegables. Sin embargo, la creciente sospecha de que Auron, el padre de Elior, eventualmente descubriría la verdad, los mantenía en una constante tensión.
—Si Auron descubre que sabíamos y no hicimos nada... —decía uno de los generales en una reunión a puerta cerrada—. No solo perderemos nuestras posiciones, sino que podría haber un conflicto político entre las Repúblicas y la familia de Auron.
—No podemos darnos el lujo de enfrentarnos a él —respondió otro—. Pero tampoco podemos perder a nuestro mejor piloto en este momento. Si revelamos la verdad, lo perderemos.
La discusión continuaba, pero todos sabían que no había una solución fácil. La única opción viable era el silencio. Mientras Zakarius continuara ganando, ellos harían la vista gorda y permitirían que el mito de Elior, el querubín guerrero creciera. Si todo salía bien, podrían intentar lavarse las manos más adelante, argumentando que nunca habían estado completamente seguros de la verdad.
Fuera de las salas de mando, los rumores sobre Elior también empezaban a esparcirse entre los soldados y oficiales de menor rango. Muchos lo veían como un héroe, alguien que había roto las expectativas de lo que significaba ser un querubín. La leyenda del Imparable comenzó a fusionarse con la figura de Elior: el joven que había afirmado que lideraría el campo de batalla, que se convertiría en un héroe, y que ahora, contra toda lógica, lo estaba logrando.
Zakarius, aunque consciente de los rumores, intentaba no dejar que lo afectaran. Sabía que cada victoria consolidaba más su posición, pero también aumentaba el riesgo de que Auron descubriera la verdad. Elior, en vida, había sido ambicioso, sí, pero nunca había querido ser el foco de tanta atención. Esa era una de las diferencias más evidentes entre ellos: mientras Zakarius deseaba la gloria y el poder, Elior había querido reconocimiento por su intelecto y sus invenciones, no por su valentía en el campo de batalla.
Con cada victoria de Zakarius, los altos mandos se enfrentaban a una encrucijada. Sabían que si Auron descubriese que habían permitido que su hijo, bajo cualquier circunstancia, participara en el frente de batalla, podría desatarse una tormenta política de consecuencias impredecibles. Auron era conocido por ser un padre extremadamente protector, especialmente tras la muerte de su esposa. La sola idea de su hijo arriesgando su vida en la guerra era intolerable para él.
Sin embargo, los resultados que Zakarius estaba logrando no podían ser ignorados. Cada victoria suya le daba una ventaja a las Repúblicas en su lucha contra los nigromantes. Los altos mandos sabían que la guerra pendía de un hilo, y no podían permitirse perder a su piloto más valioso.
En privado, algunos oficiales empezaron a coordinar sus historias, preparándose para negar cualquier conocimiento previo si Auron llegaba a enfrentarlos. Si mantenían una postura unificada, podrían argumentar que nunca habían sabido la verdadera identidad del Imparable.
Mientras los rumores seguían circulando, Zakarius continuaba su marcha victoriosa en el campo de batalla. Sus hazañas ya eran legendarias. A pesar de ser un querubín, había demostrado tener el temple y la valentía de un ángel experimentado. Los otros pilotos lo admiraban, e incluso aquellos que en un principio lo habían cuestionado, ahora lo seguían con fervor.
Reading on this site? This novel is published elsewhere. Support the author by seeking out the original.
El ejército nigromántico empezaba a retroceder ante los avances implacables de los colosos tecnomágicos, dirigidos por Zakarius. El terreno que habían perdido durante años estaba siendo recuperado poco a poco. Los colosos demostraban ser una fuerza imparable, y gracias a la purificación del miasma que Zakarius aportaba, las tropas podían avanzar mucho más rápido y con menos bajas.
Sin embargo, Zakarius no podía evitar sentir una creciente tensión. Sabía que su tiempo estaba contado. Cuanto más subía, cuanto más reconocida era su habilidad, más cerca estaba de que su identidad fuera revelada por completo. Pero al mismo tiempo, la adrenalina de la guerra lo consumía, avivando su antiguo deseo de aplastar a sus enemigos y ser reconocido como el guerrero que alguna vez fue.
Mientras tanto, en las Repúblicas, Auron comenzaba a escuchar rumores inquietantes sobre su hijo. En un principio, se había dejado engañar por la creencia de que Elior estaba bajo la protección de su guardaespaldas, Darían, disfrutando de un retiro seguro. Pero una visita inesperada a las instalaciones reveló que algo no estaba bien. Darían, el supuesto protector de su hijo, estaba detenido bajo las órdenes de Elior.
Los oficiales, temiendo la ira de Auron, intentaron minimizar el asunto, asegurándole que todo estaba bajo control. Sin embargo, Auron sabía que algo no encajaba. Su hijo había cambiado drásticamente, y aunque había aceptado en un principio que los viajes y la guerra habían afectado a Elior, ya no podía ignorar las señales.
Auron comenzó a investigar más de cerca los informes del campo de batalla, y poco a poco, las piezas empezaron a encajar. Elior, el querubín prodigio, estaba en el frente, luchando bajo una identidad falsa.
Mientras Auron empezaba a comprender la verdad, Zakarius ya había anticipado la tormenta que se avecinaba. Sabía que el tiempo para suplantar a Elior se estaba acabando, y debía actuar rápido si quería consolidar su poder. Aprovechando su nueva fama, comenzó a planear un golpe maestro que no solo lo mantendría en el poder, sino que también le permitiría seguir su agenda oculta.
Sin embargo, en el fondo de su mente, la pequeña voz de Elior seguía presente. A pesar de su éxito, una parte de él no podía dejar de sentir que había algo más en juego.
Zakarius, bajo la identidad de Elior, había logrado lo impensable. Tras incontables batallas y victorias decisivas, ahora se encontraba en el centro del campo de batalla, enfrentando a una de las criaturas más temidas por las Repúblicas y los ejércitos celestiales: el Dragón Esquelético, un ser nigromántico de inmenso poder que sembraba el caos y la destrucción dondequiera que iba. Las fuerzas combinadas de colosos y ángeles apenas eran suficientes para contenerlo.
El combate fue feroz. El Dragón Esquelético, con su aliento corrupto y su invulnerabilidad al miasma, destruía a su paso a decenas de colosos y tropas. Zakarius, decidido a demostrar su valía y consolidar su nombre como el más grande héroe de las Repúblicas, pilotó su coloso hasta la primera línea, ignorando las advertencias de sus compañeros.
El combate entre el coloso de Zakarius y el dragón fue devastador. Cada embestida del dragón sacudía el campo de batalla, y los ojos de los soldados y oficiales estaban fijos en la lucha. A pesar del poder y la agilidad del coloso tecnomágico, el Dragón Esquelético era una fuerza de la naturaleza imparable, imbuida con los horrores de la magia nigromántica.
En un momento crítico, el coloso de Zakarius fue destrozado casi por completo. El Dragón Esquelético lo derribó con una poderosa garra, rompiendo sus defensas y exponiendo a Zakarius dentro de la cabina. Parecía el fin. Sin embargo, antes de que el dragón pudiera dar el golpe final, un grupo de soldados y pilotos se lanzó al ataque para proteger a su líder. Sacrificaron sus vidas sin dudar, considerándolo un honor dar su vida por quien consideraban el mayor héroe de las Repúblicas.
Herido y a punto de morir, Zakarius fue rescatado por sus tropas leales, que lograron evacuarlo en el último momento. El Dragón Esquelético fue finalmente derrotado, pero a un costo incalculable.
Al día siguiente, en medio de la conmoción por la victoria, una aeronave privada descendió sobre la base de operaciones del frente de guerra. Auron, el padre de Elior, había llegado. Aunque mantenía el aspecto joven de un querubín, su mirada era severa y su corazón pesado. Había escuchado rumores de que su hijo estaba en el campo de batalla, pero ahora sabía la verdad.
Nada más aterrizar, exigió respuestas. Los oficiales y comandantes intentaron calmarlo, pero la ira y la desesperación de Auron no podían ser apaciguadas. Durante años, había protegido a su hijo, lo había criado con cuidado, y ahora, todo ese sacrificio parecía haberse desvanecido. El hijo que había conocido ya no existía.
Finalmente, se le permitió ver a Zakarius.
El Zakarius que Auron encontró no era el Elior que recordaba. Herido, agotado, y envuelto en la gloria de la batalla, el joven que estaba frente a él había cambiado para siempre. Ya no era el querubín prodigio que diseñaba armas, sino un guerrero consumido por la guerra y la ambición. Había desobedecido a su padre, traicionado su confianza y, peor aún, se había arriesgado al borde de la muerte, una muerte que Auron temía más que cualquier otra cosa.
—¿Qué has hecho? —preguntó Auron con la voz quebrada, observando a su hijo con incredulidad.
Zakarius, incapaz de mostrar la vulnerabilidad que Elior alguna vez tuvo, trató de mantener su fachada fría y distante. —Lo que debía hacer. Salvar a las Repúblicas. ¿Acaso no ves lo que he logrado, padre? Soy un héroe ahora. Un héroe que todos admiran.
Pero esas palabras no trajeron consuelo a Auron. Para él, las victorias de la guerra no podían reemplazar la pérdida de la inocencia de su hijo. No importaba cuántas medallas o títulos le otorgaran, Elior ya no era el mismo. La guerra había cambiado todo.
Los altos mandos y los oficiales intentaron manejar la situación con cautela. Ahora que la verdadera identidad de Eliorestaba comenzando a salir a la luz, la expectación mediática se disparó. Los ciudadanos de las Repúblicas comenzaron a escuchar rumores sobre el prodigio querubín que no solo había diseñado los colosos tecnomágicos, sino que había luchado y ganado contra los enemigos más temibles. Elior, el querubín héroe, se convirtió en una figura de leyenda, pero también en un símbolo de la disobediencia y el sacrificio.
Auron, devastado, fue confrontado con la realidad de que su hijo era ahora una figura pública, alguien que las Repúblicas necesitaban más que nunca. Pero para él, solo había un vacío, un dolor profundo por la traición de su hijo y por su propia incapacidad de protegerlo.
—No quiero perderte, Elior —le rogó Auron—. Puedes tener cualquier cosa que desees, pero no vuelvas al campo de batalla. No quiero verte morir como lo hizo tu madre.
Pero Zakarius, quien ya había dejado atrás los deseos y las inseguridades de Elior, no podía ser detenido. Dentro de él, las ambiciones de su antiguo ser, de Zakarius el ángel caído, aún lo impulsaban hacia la gloria y la destrucción de sus enemigos. Sin embargo, la pequeña parte de Elior que aún quedaba en su interior, lo obligó a intentar consolar a su padre. Zakarius no quería matar el amor que Auron aún sentía por su hijo.
—No voy a morir, padre —mintió Zakarius—. Buscaré la forma de protegerme, crearé un grupo de guardias personales. No tienes que preocuparte.
Auron, sin embargo, no se dejó convencer tan fácilmente. Sabía que Elior ya no era el mismo, y que ninguna promesa podía asegurar su seguridad en la guerra. Desesperado, buscó a Kael, el oligarca encargado del aspecto militar, y le pidió que hablara con su hijo.
Mientras Zakarius continuaba acumulando victorias, los líderes militares decidieron aprovechar al máximo su ayuda, a pesar de saber que su relación con Auron estaba quebrantada. Para ellos, Zakarius era un recurso invaluable en la guerra contra los nigromantes. Si lograba algo realmente notable, podría cambiar la percepción que los demás tenían sobre él y, con suerte, recibir una oportunidad para rehacer su vida, ya sea en el campo de batalla o en las Repúblicas.
Sin embargo, Zakarius sabía que estaba jugando un juego peligroso. Cada paso que daba en la guerra lo acercaba más al peligro y a la verdad. Pero la sed de poder y reconocimiento seguía siendo demasiado fuerte. Sabía que, aunque Auron nunca lo entendería, el campo de batalla era el único lugar donde podía redimirse y obtener el control total sobre su destino.
El camino hacia el poder, la gloria y la destrucción estaba trazado, y Zakarius, con la sombra de Elior aún dentro de él, no podía dar marcha atrás.
Zakarius, aún bajo la identidad de Elior, regresó a las Repúblicas Oligarcas Celestiales como el héroe más joven que jamás hubiera visto esa nación. Los rumores sobre sus hazañas en el campo de batalla se habían esparcido por todos los rincones, y el querubín que había logrado lo imposible era ahora el orgullo de las Repúblicas. Miles de ciudadanos se congregaron para recibirlo con vítores y aplausos, considerándolo un prodigio, alguien que había desafiado las limitaciones de su propia raza y había demostrado que los querubines no eran tan frágiles como se pensaba.
En el fondo, Zakarius sabía que todo era un engaño. Aunque había asumido la identidad de Elior, su verdadero ser, el ángel caído de antaño, seguía siendo quien dirigía sus acciones. Sin embargo, no podía negar la satisfacción que sentía al ver la admiración de las masas. Había vuelto a ser adorado, como en los viejos tiempos. Su posición ahora era más poderosa de lo que jamás había imaginado.
Auron, su padre, lo observaba desde un rincón apartado mientras la multitud celebraba a su hijo. Para él, la situación era extraña y desconcertante. Los elogios que se derramaban sobre Elior deberían haberlo llenado de orgullo, pero en cambio, lo sumían en una profunda confusión y tristeza. El niño querubín que había criado con tanto esmero ahora parecía más un ángel, no solo en sus habilidades, sino en su frialdad y determinación. Algo en Elior había cambiado irreversiblemente.
Los querubines siempre habían sido seres de una fragilidad física evidente, aunque dotados de una inteligencia sin igual. Su rol, a diferencia de los ángeles, se centraba en la creación y el desarrollo intelectual, no en el combate. Pero ahora, Elior, con su apariencia inocente de querubín, había logrado lo que ningún querubín había hecho antes: liderar en la guerra y ser temido por sus enemigos.
Auron no podía ignorar la extraña realidad. Aunque Elior seguía teniendo el cuerpo de un niño querubín, sus acciones, su intelecto y su valor en la guerra lo habían convertido en un modelo a seguir, incluso para los ángeles más experimentados. Esto, más que cualquier otra cosa, llenaba a Auron de incertidumbre. Su hijo, que antes había sido una promesa de ingenio y creatividad, ahora era visto como un guerrero, algo que nunca había querido para él.
—Es un prodigio, sin duda, pero no lo reconozco, —murmuraba Auron a sus más cercanos consejeros—. Parece más un ángel que un querubín, y eso me preocupa.
Aunque Zakarius había disfrutado de su triunfo en el campo de batalla, sabía que su regreso a las Repúblicas no sería fácil. Su padre no confiaba en él, y aunque el público lo aclamaba, aún debía lidiar con el hecho de que había traicionado las expectativas de Auron al ir a la guerra. Cada elogio que recibía solo profundizaba el abismo entre ellos.
Para Zakarius, este conflicto era una oportunidad más. Sabía que el respeto y la admiración de las Repúblicas lo convertían en una figura poderosa, pero necesitaba consolidar su control sobre esa imagen. No podía permitirse perder su influencia. Aunque los elogios le recordaban los días en los que, como ángel, había sido respetado y temido, ahora su situación era más delicada. El cuerpo de Elior seguía siendo el de un querubín y, por mucho que quisiera, no podía deshacerse de esa limitación física.
Pero su mente, su astucia y su determinación eran más fuertes que nunca. Zakarius estaba dispuesto a seguir adelante, a pesar de las dudas de Auron.
Después de los festejos y celebraciones, Auron pidió una reunión privada con su hijo. En sus ojos había una mezcla de emociones: orgullo, dolor, confusión, y sobre todo, miedo. Miedo de perder a su hijo por completo.
—Elior, —comenzó Auron, utilizando el nombre que siempre había conocido—. Has logrado lo imposible. Eres un héroe para todo el mundo. Pero yo... no te reconozco. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está el niño que conocía?
Zakarius, manteniendo la fachada de Elior, fingió una sonrisa. —Padre, soy el mismo. Solo que he crecido, he aprendido lo que significa ser fuerte. Me he convertido en lo que las Repúblicas necesitaban en este momento.
Pero Auron no podía aceptar esas palabras tan fácilmente. —No, no lo eres. Siempre soñé que serías un inventor, un creador. No un guerrero. Ahora pareces más un ángel... ¿Por qué has cambiado tanto?
Zakarius, en su interior, sabía que Auron tenía razón. El verdadero Elior ya no existía. Pero no podía permitirse mostrar debilidad. Su control sobre la situación dependía de mantener la ilusión de que aún era el hijo prodigio.
—He cambiado porque el mundo lo exigía, —respondió fríamente—. Las guerras necesitan héroes, y yo he sido uno de ellos. No soy un niño, padre. He crecido.
Auron se encontraba atrapado en una encrucijada. Por un lado, sentía que debía estar orgulloso de los logros de su hijo, pero por otro, el Elior que veía ahora no era el hijo que había criado. Era alguien completamente diferente, alguien que había perdido la inocencia y la bondad que una vez lo caracterizaban. Lo que Auron no sabía era que Zakarius, el antiguo ángel nigromante, estaba detrás de todo esto. Esa diferencia que percibía en su hijo no era solo el resultado de la guerra, sino la sombra de un ser mucho más oscuro y antiguo que Elior jamás había sido.
El regreso de Zakarius como héroe solo profundizaba la confusión y el conflicto en Auron. Cada vez que intentaba acercarse a su hijo, se encontraba con una barrera invisible, una frialdad que no podía atravesar.
Y aunque Zakarius seguía cosechando victorias y reconocimiento, dentro de sí mismo comenzaba a sentir el peso de su dualidad. El remanente de Elior aún estaba dentro de él, empujándolo a cuestionar sus decisiones, a buscar algo más que solo poder y destrucción. Pero la ambición de Zakarius seguía siendo fuerte, y no tenía intención de detenerse.