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22 La Ira de Elior

Los ecos de la reciente batalla aún resonaban en los pasillos de la fortaleza. Las paredes devastadas y las hileras de colosos dañados eran testigos mudos de la brutalidad que había caído sobre los celestiales. Los días posteriores a la incursión de los elfos habían estado llenos de reparaciones, curaciones y la celebración de la victoria. Helios, quien había liderado con valentía y destreza, se encontraba ahora en el centro de las miradas. Se había convertido en el héroe que las Repúblicas necesitaban en ese momento.

Kael, el general de las fuerzas celestiales, había felicitado a Helios personalmente. "Lo lograste, muchacho," le había dicho. "No fue fácil, pero has demostrado que podemos contar contigo." Las palabras de Kael le habían llenado de orgullo, especialmente viniendo de un líder tan formidable.

Sin embargo, no todos estaban complacidos. A medida que la noticia de la batalla se propagaba, muchos celestiales empezaron a murmurar. Si Elior hubiera estado presente, si el Imparable hubiera comandado las fuerzas, tal vez las pérdidas habrían sido menores. La ausencia de Elior pesaba sobre los corazones de muchos, y algunos comenzaron a cuestionar si realmente podrían depender de Helios a largo plazo. A pesar de la victoria, se había sembrado una sombra de duda.

Elior, el héroe invencible de las Repúblicas Oligarcas, había estado explorando nuevos portales, ausente en uno de los momentos más cruciales. Y ahora, su regreso era inminente.

Cuando finalmente Elior y su guardia llegaron a la fortaleza, Helios se preparó para lo que esperaba sería una reunión gloriosa. Había dado todo en la batalla, había demostrado ser un líder capaz, y sentía que había cumplido con las expectativas de su ídolo. Al recibir a Elior en las puertas de la fortaleza, Helios mantenía la frente en alto, su orgullo intacto tras días de alabanzas.

Pero nada lo había preparado para lo que sucedió a continuación.

Elior descendió de su aeronave, con la misma mirada fiera y decidida que lo había hecho legendario. Sin embargo, en cuanto sus ojos se encontraron con Helios, no hubo ni rastro de admiración o reconocimiento. En su lugar, había frialdad. Helios sintió un nudo en el estómago, pero mantuvo su postura, esperando el elogio que creía merecer.

"¿Es esto lo que llaman una victoria?" dijo Elior, con un tono despectivo, observando la devastada fortaleza. Helios, sorprendido por la indiferencia, trató de justificar sus acciones.

"Hicimos todo lo que pudimos, aplastamos a los elfos y defendimos la fortaleza, con el poder que tú diseñaste, Su Excelencia. Hemos seguido tus pasos, tu legado."

Elior lo interrumpió con un gesto de la mano. "Aplastaste a una civilización primitiva. Nada más. Usaste las armas que yo diseñé, el poder que yo creé. No hiciste nada más que seguir mis órdenes." Las palabras cayeron como un látigo sobre Helios.

Helios sintió una mezcla de frustración y vergüenza. Sabía que Elior tenía razón en parte, pero también sabía cuánto esfuerzo había puesto en la batalla. Había liderado a sus hombres, tomado decisiones bajo presión, y había puesto su vida en riesgo. No era solo un peón, no para él.

"Con el debido respeto, Su Excelencia," dijo Helios, conteniendo la rabia, "luchamos por nuestras vidas, y yo lo di todo. No esperaba que te ausentaras, pero al final, hicimos lo que era necesario."

Elior lo miró con desdén. "Tú lo diste todo, y eso fue suficiente para lidiar con simples arqueros y mamuts. No me impresionas, Helios."

El comentario hirió profundamente a Helios, pero también le reveló una amarga verdad: Elior no solo era su héroe, también era un líder implacable que no aceptaba la mediocridad, ni siquiera en aquellos que habían dado todo por las Repúblicas.

Mientras Elior se dirigía a inspeccionar la fortaleza, Helios se quedó atrás, sintiendo una mezcla de humillación y revelación. Si bien Elior lo había despreciado, Helios sabía que había demostrado su valía a las Repúblicas y a Kael. No todos podían ser Elior, pero eso no significaba que su propio sacrificio no tuviera valor.

Días después de la llegada de Elior, la fortaleza comenzó a volver a la normalidad. Aunque el Imparable había regresado, había una sensación en el aire de que no siempre podían depender de él. La sombra de su ausencia aún persistía en los pensamientos de los soldados y comandantes. Elior no estaría siempre allí para salvarlos. Tendrían que aprender a ser fuertes por sí mismos.

Helios, a pesar de la frialdad de su ídolo, no se dejó vencer por el desprecio. Sabía que debía seguir adelante, demostrar que no solo era un seguidor de Elior, sino un líder por derecho propio. Y mientras los rumores de la arrogancia de Elior crecían, Helios se dio cuenta de algo crucial: la leyenda de Elior podría ser inmortal, pero en el campo de batalla, cada celestial debía ganarse su propia gloria.

Elior, por su parte, contemplaba desde lo alto de la fortaleza, mientras su mente volvía a su visión de los portales. Ninguna batalla ganada, ninguna fortaleza defendida, podía compararse con el inmenso poder y misterio que aguardaba en esos otros mundos.

Los cielos sobre la fortaleza celestial se llenaron de actividad mientras los preparativos para la ofensiva final cobraban vida. Desde las plataformas aéreas, miles de aeronaves tecno-mágicas se alistaban para transportar el ejército celestial más grande jamás reunido. Colosos de guerra, gigantescas máquinas de metal y magia, estaban listas para marchar. Cada rincón de las Repúblicas Oligarcas había sido movilizado, y la figura que había inspirado todo esto, Elior el Imparable, lideraría la campaña en primera línea, pilotando su imponente coloso, El Invictus.

La amenaza de los elfos ya no era algo que los celestiales pudieran tolerar. Los elfos habían demostrado ser un adversario sorprendentemente tenaz, pero Elior no permitiría que su dominio y prestigio fueran puestos en duda. Esta guerra no solo sería un castigo para aquellos que se atrevieron a desafiar a los celestiales, sino también un espectáculo de poder absoluto. Elior destruiría su mundo hasta los cimientos, quemaría cada bosque, y haría que su nombre resonará como un dios de la destrucción.

En una reunión final, Elior convocó a los comandantes más destacados para delinear la ofensiva. Angelus, el experimentado líder celestial, Helios, el joven prodigio, y Engel, el ángel curtido en la defensa de la fortaleza, se encontraban entre los elegidos para llevar a cabo la misión más crucial. Cada uno representaba una faceta del poder celestial: la sabiduría, la habilidad, y la determinación.

!Destruirán todo lo que encuentren! dijo Elior, su voz fría y calculada. "No dejaremos rastro de su existencia y que su historia desaparezca para siempre."

Helios observaba a su ídolo con admiración renovada, pero también con un atisbo de duda. Aunque había sido humillado por Elior, no podía negar la grandeza del joven querubín. Sin embargo, dentro de él crecía una inquietud: ¿Era necesario aniquilar a una civilización completa?

Angelus, fiel y leal a la causa, asintió en silencio. Sabía que seguiría a Elior hasta el fin del mundo, pero también comprendía que cada vez más celestiales comenzaban a cuestionar la implacable visión de su líder.

La orden de partida no tardó en llegar. En cuestión de horas, la flota más poderosa jamás vista surcó los cielos, con sus aeronaves cargadas de colosos y soldados, mientras la luz del sol se reflejaba en las imponentes alas de los ángeles y serafines. La magnitud de la operación era sobrecogedora: aeronaves habilitadas para transporte de tropas, hospitales móviles para tratar a los heridos y para recuperar colosos dañados, suministros para una campaña de largo aliento. Nada se había dejado al azar.

Elior, a bordo del Invictus, lideraba la flota con una intensidad desbordante. Su guardia personal lo seguía de cerca, junto con Helios y Angelus, todos preparados para ejecutar la visión de su comandante. El plan era simple: abrirían una brecha masiva en las defensas élficas y marcharían hacia su mundo, arrasando todo a su paso. Elior, en el fondo de su ser, sabía que no habría piedad.

Cuando la flota finalmente llegó a los cielos del mundo elfo, el panorama era deslumbrante. Enormes bosques milenarios se extendían más allá del horizonte, con árboles que tocaban los cielos y criaturas mágicas que pululaban en la profundidad de la jungla. A lo lejos, los enormes mamuts élficos y los monolitos que habían utilizado para defenderse ya estaban en formación. La batalla decisiva estaba a punto de comenzar.

Elior no dudó. Dio la orden de ataque con una simple palabra. !Arrasenlo!

Los colosos de guerra avanzaron por tierra, aplastando todo a su paso, mientras las aeronaves desataron lluvias de fuego tecno-mágico sobre las defensas élficas. El cielo y la tierra se llenaron de explosiones, y el eco de los gritos resonó entre las montañas.

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Los elfos, por más fieros que fueran, se encontraron abrumados por la brutalidad del ataque. Intentaron usar sus cúpulas de energía y mamuts para defenderse, pero los colosos, con su poder abrumador, no les dieron tregua. Los ejércitos élficos fueron masacrados.

Helios, pilotando su coloso personal, dirigió sus ataques hacia las criaturas gigantes que alguna vez le habían causado problemas. Esta vez, no les dio oportunidad de responder. La tecnología celestial, combinada con su habilidad, era demasiado para los elfos. Cada paso de su coloso aplastaba cientos de enemigos.

Angelus, con su vasta experiencia, lideraba desde el flanco, asegurando que los refuerzos y las líneas de suministro no fueran interrumpidas. La guerra se había convertido en una danza de destrucción precisa, orquestada por Elior.

Desde el cielo, Elior observaba todo con una satisfacción que no podía ocultar. Sabía que cada victoria lo acercaba más a su objetivo de consolidarse como una leyenda inmortal entre los celestiales. Hoy, los elfos serían erradicados, y su mundo quemado hasta los cimientos.

"Así es como debe ser," murmuró Elior para sí mismo, con una sonrisa que revelaba su creciente megalomanía. !El Imparable no dejaría nada a su paso, solo ruinas y devastación!

En el corazón del reino de los elfos, se alzaba Ithindar, la legendaria ciudad construida sobre las copas de árboles milenarios que brillaban con un fulgor azul en la noche. Sus habitantes la llamaban "La Ciudad de la Luna", pues su magia antigua y pura la protegía de invasores desde tiempos inmemoriales. Ithindar era un bastión de cultura, saberes arcanos y la naturaleza misma. Sin embargo, sabían que los celestiales no se detendrían hasta que cada árbol, cada piedra y cada ser fuera reducido a cenizas.

Los líderes de Ithindar, Lirian el Sabio, el gran archimago, Thalas, el príncipe guerrero y protector de los bosques, y Arannis, la druida mayor, se reunieron en una sala de consejo improvisada. Todos sabían que no había negociación posible con los celestiales, y que cualquier intento de tregua sería un esfuerzo en vano. Sin embargo, Lirian habló con la voz de la razón:

—Nuestros bosques han resistido durante siglos. Aún tenemos la posibilidad de proteger a los nuestros, de preservar al menos una fracción de nuestra historia. ¿Nos defenderemos hasta el último árbol?

Thalas, cuya ferocidad era tan legendaria como su devoción a los elfos, respondió con intensidad:

—Prefiero caer luchando que permitir que profanen nuestras tierras. Si hemos de desaparecer, que lo hagamos siendo leyenda.

Arannis, la druida mayor, solo asintió, sus ojos llenos de dolor y determinación. Ella sabía que cada criatura y árbol en el bosque estaba en peligro, pero el bosque mismo también estaba vivo y lucharía junto a ellos. "Que la furia de la naturaleza caiga sobre los celestiales. Que nuestros enemigos comprendan que la tierra misma les rechazará."

Cuando la flota celestial atravesó el portal, el pueblo elfo observó el horizonte lleno de naves que resplandecían bajo la luz de Ithil'ondar. Los elfos, preparados para defender cada rincón de su mundo, comenzaron a conjurar enormes barreras de energía alrededor de sus ciudades. Monolitos de piedra viva y columnas de raíces fueron activados, y los mamuts élficos, criaturas colosales que actuaban como guardianes ancestrales, ocuparon sus posiciones. Lirian y sus discípulos lanzaron hechizos de protección en un intento de contener las oleadas de energía tecnomágica que caerían desde el cielo.

Por su parte, Elior organizaba el ataque con meticulosa precisión, acompañado por Angelus, Helios, y Engel. El Invictus, el coloso de Elior, descendió en la primera línea de ataque, su enorme sombra cubriendo el suelo, intimidando a los defensores que lo miraban con pavor desde los árboles. La orden era clara y fría: destruir cada rincón de ese mundo, aniquilar cada vestigio de vida élfica.

La primera línea de colosos y tropas celestiales arremetió contra las defensas élficas, encontrando una resistencia inesperadamente feroz. Los arqueros élficos, maestros en el combate desde los árboles, lanzaban lluvias de flechas encantadas desde las alturas, capaces de penetrar incluso las armaduras celestiales. Algunos elfos convocaban tormentas de energía arcana, derribando aeronaves en destellos de luz y escombros. Sin embargo, cada triunfo parecía solo retrasar lo inevitable, pues las fuerzas celestiales sobrepasaban en número y tecnología a los defensores.

Desde el flanco derecho, Helios lideraba sus fuerzas, sus dudas creciendo mientras contemplaba la devastación que causaban. Avanzó hacia los mamuts élficos, aquellos gigantes cubiertos de armaduras encantadas, enfrentándolos con su coloso en una lucha brutal. A pesar de la resistencia de estas criaturas, uno a uno, los mamuts fueron cayendo ante el poder de las máquinas celestiales.

Mientras tanto, Angelus coordinaba el abastecimiento y se aseguraba de que las líneas de ataque no se rompieran, aunque podía ver el horror en los rostros de muchos de sus soldados. Aun así, sus años de experiencia lo guiaron a continuar, aunque una parte de su conciencia se sentía incómoda ante la brutalidad de la misión.

Cuando las murallas de Ithindar fueron finalmente quebrantadas, Lirian el Sabio y Arannis la druida se colocaron en la primera línea de defensa. Juntos invocaron un antiguo ritual de autodestrucción, canalizando la magia de la ciudad para convertirla en un refugio mortal para los invasores. Alrededor de ellos, raíces y ramas vivas atrapaban a los colosos, explotando en olas de energía pura. Era una escena de desesperación, donde los elfos, acorralados y superados en número, luchaban con un fervor sobrenatural, pero sabían que el final se acercaba.

Elior, observando desde el Invictus, sintió una mezcla de orgullo y desprecio. A pesar de la resistencia feroz, sabía que su poder absoluto prevalecería. Con un último comando, Elior activó el cañón tecnomágico en su coloso, liberando una onda de energía que recorrió el suelo de Ithil'ondar y destruyó el bosque milenario. En pocos minutos, las fuerzas élficas restantes fueron aniquiladas, y solo quedaron cenizas donde alguna vez hubo vida y belleza.

Cuando la batalla concluyó, Helios y Angelus se acercaron a Elior. Mientras que Angelus parecía resignado, Helios miraba el campo de batalla con una mezcla de asombro y horror.

—¿Era esto necesario? —preguntó Helios en voz baja, observando las ruinas.

Elior lo miró con desdén y una sonrisa de triunfo.

—Esto era inevitable. Cada enemigo debe ser erradicado por completo, para que nunca más desafíen la grandeza de los celestiales. Hoy, sus almas y su historia se desvanecerán como humo al viento. Que esto sirva de lección para los mundos que osen desafiarme.

Angelus, aunque se mantuvo en silencio, compartía una fracción de las dudas de Helios. La determinación de Elior estaba cruzando líneas que muchos de sus seguidores nunca pensaron cruzar.

Ithindar yacía en ruinas, sus bosques ardían, y el mundo élfico, una vez majestuoso, se desintegraba lentamente en cenizas. Las criaturas mágicas que antes habitaban sus tierras se dispersaron o huyeron hacia los rincones más lejanos, algunos incluso hacia otros planos de existencia en busca de refugio. Elior, sin embargo, no se preocupaba. Para él, esta victoria era un paso más hacia la inmortalidad y la leyenda.

Con una última mirada a las ruinas, Elior giró el Invictus hacia el portal que lo llevaría al siguiente plano, dejando tras de sí un mundo destruido y un nombre que resonaría como una maldición entre los pocos que recordaran los días de gloria de los elfos.

Finalmente murmuró para sí mismo….¿Qué habría al final de todos los portales?

-Historia Paralela: Repercusiones de la Guerra-

La guerra contra los elfos dejó cicatrices profundas tanto para los celestiales como para los invasores. Aunque Elior y su ejército lograron una victoria aplastante, las repercusiones de este conflicto resonaron en múltiples capas de la sociedad celestial y los territorios recién conquistados.

Para los elfos, su derrota fue catastrófica. Un pueblo antiguo y orgulloso, conocido por su conexión con la naturaleza y su profunda sabiduría, fue devastado. Sus grandes bosques, hogar durante milenios, fueron consumidos por las llamas provocadas por la furia de Elior. Las enormes criaturas como los mamuts de guerra, que alguna vez representaron el poder imponente de su civilización, fueron reducidas a cenizas. Los sobrevivientes, escasos y dispersos, se refugiaron en lo que quedaba de sus bosques o en las profundidades de las ruinas ancestrales, buscando formas de resistir en silencio o esperando el momento adecuado para una futura revancha. Para ellos, Elior era visto como un tirano, una tormenta imparable que destruyó todo lo que alguna vez conocieron.

En Elinvictus, la victoria fue vista como otro triunfo del joven querubín, pero la destrucción total del mundo élfico causó preocupación entre algunos líderes celestiales. Myrta, la serafín empresaria, veía con desconfianza el curso de los acontecimientos. La completa aniquilación de una civilización no solo significaba la pérdida de valiosos recursos, sino que también eliminaba cualquier posibilidad de un comercio o diplomacia con ese mundo. La guerra no siempre generaba ganancias, y Myrta temía que la fama de Elior como conquistador imparable pudiera acabar afectando las relaciones exteriores con otros mundos que todavía no conocían. No todos los mundos querían ser sometidos por la fuerza.

En las Repúblicas Oligarcas, Kael, el oligarca militar, celebraba la victoria. Para él, la destrucción de los elfos y la consolidación del dominio celestial demostraba la supremacía de su maquinaria de guerra. Sin embargo, había quienes comenzaban a cuestionar hasta qué punto era prudente seguir la senda de Elior. Algunos generales más conservadores, como Engel, creían que la fuerza debía usarse con moderación, no como una herramienta de exterminio. Para estos celestiales más antiguos, la guerra contra los nigromantes había sido una lucha justa por la supervivencia, pero lo que Elior había hecho con los elfos parecía rozar el límite de lo necesario y lo excesivo.

Angelus, por su parte, veía en Elior a un líder indomable, pero no podía evitar notar los signos de megalomanía en su comportamiento. Había combatido junto a Elior en muchas campañas, y aunque siempre había creído en él, comenzaba a preguntarse si este camino de destrucción total era el adecuado para el futuro de los celestiales. La tensión entre los comandantes de Elior crecía en silencio, aunque ninguno se atrevía a desafiarlo abiertamente.

Helios, tras la conversación devastadora con Elior, decidió redoblar sus esfuerzos. Aunque herido en su orgullo, sabía que la única forma de ganarse el respeto del joven querubín sería seguir demostrando su valía en el campo de batalla. Sin embargo, algunos en su equipo empezaron a verlo con más admiración que a Elior, una chispa peligrosa que podría encender futuros conflictos internos.

Finalmente, en las calles de Elinvictus, la glorificación de Elior como "Su Excelencia" crecía, pero también lo hacía un sutil descontento. Los ciudadanos más jóvenes veían en él a una figura legendaria que los llevaba hacia un futuro glorioso, pero los más viejos comenzaban a recordar los días en que la guerra no era la única solución. La colonia, aún en proceso de construcción y expansión, empezaba a depender en exceso de las conquistas de Elior, dejando de lado el desarrollo de otras áreas fundamentales para la prosperidad a largo plazo.

El Imperio de Elior se expandía, pero las semillas de un futuro incierto ya habían sido plantadas. ¿Hasta dónde llegaría Elior en su búsqueda de grandeza y dominio? ¿Y qué pasaría cuando el siguiente portal condujera a un enemigo aún más peligroso?