Elior continúa su solitario viaje a bordo del Invictus, ignorando las señales de las patrullas de la república que informan de su ubicación. Su camino lo lleva, casi por destino, al lugar donde años atrás libró la brutal batalla contra las fuerzas nigrománticas. El paisaje que una vez estuvo teñido de oscuridad y muerte ahora parece calmado, pero el aire aún guarda ecos del pasado.
Al llegar, Elior se detiene por un momento, contemplando los restos de la guerra. Su mente rememora vívidamente las escenas de destrucción, sacrificios y la vorágine de emociones que lo llevaron a convertirse en el héroe que todos conocen. Sin embargo, en su corazón, Zakarius siente que algo falta, algo que no se encuentra en los laureles y títulos que ha acumulado.
Mientras avanza hacia el este, sus ojos se encuentran con la imponente figura de la gran fortaleza que protege el sello del portal nigromántico. Aunque su propósito era sellado y seguro, algo en el interior de Elior lo atrae a esa antigua estructura. Una inquietante curiosidad surge en su mente, como si el portal, aún dormido, le llamara.
Sin detenerse a meditarlo más, Elior siente una compulsión irrefrenable por explorar lo que yace más allá del portal. La sensación de que algo importante está al otro lado lo consume. Ignorando las advertencias que le llegan desde las patrullas de la república, continúa su avance hacia la fortaleza, decidido a descubrir qué es lo que está atrayéndolo y por qué se siente obligado a adentrarse en los vestigios de la guerra que tanto marcó su vida.
Así, con una mezcla de determinación y duda, Elior se aproxima al sello, desconectado del resto del mundo y siguiendo un impulso que no puede ni quiere detener.
Elior, montado en su Invictus, avanza sin detenerse hacia la fortaleza que protege el sello del portal nigromántico. Los guardias, a bordo de sus colosos, intentan bloquear su paso, conscientes de la importancia crítica de ese lugar. Saben que algo no está bien y, al reconocer la silueta del Invictus, algunos vacilan, mientras otros se lanzan valientemente al ataque, pero es en vano.
El Invictus, con una precisión y fuerza descomunales, derrota a los colosos que intentan detenerlo sin destruirlos por completo, como si Elior se negara a hacerles daño más allá de lo necesario. Los guardias caen uno por uno, incapaces de resistir la superioridad técnica y brutal del coloso imparable. Elior, en silencio y con una determinación férrea, sigue avanzando hacia el portal.
Mientras tanto, en lo alto del cielo, una aeronave rápida se aproxima a gran velocidad. A bordo, Kael y Auron observan con preocupación el comportamiento errático de Elior. Para ambos, esto es mucho más que un simple acto de rebelión. Auron, abatido y lleno de desesperación, no logra entender los motivos de su hijo, mientras que Kael, en su propia confusión, intenta mantener la calma, buscando una manera de abordar la situación.
—"¿Qué lo está impulsando a hacer esto?"— murmura Auron, con una mezcla de angustia y desconcierto. —"¿Por qué sigue ignorando todo lo que intentamos hacer por él?"
Kael, siempre analítico, responde: —"Tal vez ni él mismo lo sepa. Algo ha cambiado en su interior. No es el mismo niño que conocíamos... No desde hace mucho tiempo."
La nave aterriza cerca de la fortaleza, justo cuando Elior está por llegar al sello. Kael y Auron descienden apresuradamente, con la esperanza de detenerlo y obtener respuestas. El Invictus, al ver la aeronave aterrizar, se detiene por un momento. La figura de Elior, aún oculta en la cabina, permanece inmóvil, como si estuviera esperando algo.
Kael da un paso al frente, levantando la voz. —"Elior, por favor, detente. No tienes que hacer esto solo. Si quieres saber algo, si sientes que hay más allá del portal, debemos hablarlo. No estás solo."
Auron, más emocional, alza la voz con desesperación. —"¡Hijo! ¡Por favor, regresa conmigo! Lo que sea que estés buscando, podemos enfrentarlo juntos. No quiero perderte de nuevo."
Pero Elior sigue sin moverse. Desde la cabina del Invictus, observa a su padre y a Kael. Sabe que están preocupados, sabe que quieren detenerlo. Pero dentro de él, Zakarius siente que este es un camino que debe recorrer solo, una respuesta que no puede ser comprendida por otros.
Elior finalmente decide escuchar las súplicas de Kael y Auron. Después de una pausa prolongada, el Invictus se detiene por completo, el chasis del coloso vibrando suavemente mientras el interior de la cabina se abre con un leve zumbido. Elior emerge, su expresión seria y distante, pero con una calma que no habían visto en él durante mucho tiempo.
Kael y Auron lo miran expectantes, con una mezcla de alivio y preocupación. Elior da un par de pasos hacia ellos, sus ojos brillando con una intensidad que aún reflejaba las cicatrices de la guerra, pero también una sensación de propósito renovado. Auron, visiblemente nervioso, da un paso al frente, pero Kael lo detiene con una mano, esperando que Elior hable primero.
Finalmente, Elior rompe el silencio.
—"Sé que ambos están preocupados por mí, que no entienden por qué me he comportado de esta manera."— Su voz es firme, pero cargada de una profunda introspección. —"Luché, sangré y sufrí por este mundo celestial. Salvé a nuestras tierras y ayudé a que las repúblicas se convirtieran en lo que son hoy: una de las mayores potencias del mundo. Pero después de todo eso... sigo sintiéndome vacío."
Auron, con los ojos empañados, intenta hablar, pero Elior lo interrumpe con un gesto suave de su mano.
—"No estoy diciendo que no valore lo que hicimos juntos. Pero siento que hay algo más... algo más allá de este portal. Incluso si es el mundo de los nigromantes, o algo aún más oscuro, quiero verlo con mis propios ojos. Quiero confrontarlo. No puedo seguir aquí, enjaulado, sin saber qué hay más allá."
Kael, siempre pragmático, cruza los brazos mientras procesa las palabras de Elior. —"¿Y qué esperas encontrar? ¿Más guerra? ¿Más batallas? Sabes lo que está más allá de ese portal, y no es algo que debas enfrentar solo."
Elior sacude la cabeza. —"No se trata de guerra o batallas, Kael. Se trata de libertad. Me han tratado como un héroe, como una leyenda viva, pero todo eso no ha sido suficiente para llenar el vacío que siento. He estado viajando, explorando el mundo celestial, pero eso no ha sido suficiente. Siento que mi destino está más allá de este portal, y no podré encontrar paz hasta que lo atraviese."
Auron, con la voz temblorosa, finalmente habla. —"Hijo, no quiero perderte de nuevo. Ya hemos pasado por demasiado. Si vas más allá de ese portal, no sé si podré soportar verte marchar otra vez."
Elior se acerca a su padre, colocándole una mano sobre el hombro. —"Padre, lo sé. Pero no puedo quedarme aquí solo por miedo. He hecho lo que se esperaba de mí, y ahora debo hacer lo que siento que es correcto para mí. No es que no aprecie todo lo que me diste, pero... debo encontrar mi propio camino."
Kael, después de un largo suspiro, asiente lentamente. —"Si ese es tu deseo, entonces no podemos detenerte. Pero, Elior, no estarás solo. Si decides cruzar ese portal, las repúblicas te apoyarán, como siempre lo han hecho. Somos una nación fuerte gracias a ti, pero no debemos olvidar que también lo somos juntos."
Elior asiente, pero no pierde la determinación en sus ojos. —"Agradezco el apoyo, Kael. Pero esta vez... es algo que debo hacer por mí mismo. No estoy buscando una nueva batalla, sino respuestas."
Auron, sintiendo que no puede cambiar la decisión de su hijo, finalmente cede, aunque su corazón sigue lleno de temor. —"Entonces... solo prométeme que regresarás."
Elior lo mira con una leve sonrisa triste. —"Haré todo lo posible, padre."
El ambiente queda impregnado de una mezcla de alivio y resignación. Elior ha tomado su decisión, y aunque sus seres queridos intentan comprenderlo, saben que su camino lo lleva más allá de los confines del mundo celestial que una vez salvó.
Elior, a pesar de su deseo inicial de ir solo, comprende la realidad de la situación. Kael, Auron y los altos mandos de las Repúblicas no pueden permitir que su héroe más grande se adentre en lo desconocido sin protección. Así que un grupo de élites, los mejores pilotos de colosos, se alistan para acompañarlo, no solo para su defensa, sino también para transportar los suministros y equipos necesarios para tal expedición.
Elior, resignado pero aún decidido a mantener algo de autonomía, impone una condición: aunque aceptará la compañía de los élites, se moverá solo en ciertos tramos del viaje. Quería sentir la libertad de avanzar sin depender de nadie, sin la constante sombra de ser vigilado o protegido.
El día finalmente llega. El convoy de colosos se posiciona al borde del portal, el aire lleno de tensión y expectación. Los gigantescos colosos, majestuosas máquinas de guerra que habían visto incontables batallas, parecían pequeños ante la vastedad del portal y el desconocido peligro que se cernía al otro lado. Elior, dentro del Invictus, observa el horizonte con una mirada inquebrantable. Su mente está llena de recuerdos: las batallas que luchó, los sacrificios que hizo, y la incesante búsqueda de algo que ni él mismo entendía completamente.
El sello que mantenía cerrado el portal comienza a ser manipulado por el equipo técnico, un proceso delicado que requiere la sincronización precisa de antiguas reliquias celestiales y tecnología moderna de las Repúblicas. El portal, protegido desde el final de la guerra contra los nigromantes, jamás había sido abierto de nuevo, y la posibilidad de lo que podría hallarse más allá generaba inquietud en todos los presentes.
Kael, observando desde una plataforma elevada en su coloso de mando, se comunica con Elior a través del canal privado. —"Elior, ¿estás seguro de esto? Aún podemos dar marcha atrás."
Elior responde con serenidad, aunque una leve emoción es perceptible en su tono. —"Estoy seguro, Kael. Debo saber qué hay más allá. Ya no se trata de gloria o deber... se trata de encontrar respuestas. Respuestas que pueden estar ligadas a quién soy, y a quién puedo llegar a ser."
Auron, al borde de las lágrimas, se mantiene en silencio, observando cómo su hijo se prepara para atravesar lo que podría ser una barrera irreversible. Una mezcla de orgullo y dolor lo inunda; sabía que Elior no podía ser contenido, pero eso no hacía menos doloroso el saber que este camino podría llevar a su hijo aún más lejos de él.
El sello finalmente se libera, y el portal se activa con un resplandor intenso. Una corriente de energía, tanto antigua como desconocida, irradia desde el umbral. El aire se llena de un zumbido que envuelve a todos los presentes, como si el propio espacio entre los mundos estuviera siendo desgarrado.
Elior, con el Invictus en la vanguardia, da el primer paso. Los élites lo siguen de cerca, formando un círculo defensivo alrededor, aunque respetando su deseo de no estar a su lado directamente. Detrás, el equipo de suministros mantiene una distancia prudente, preparados para cualquier eventualidad.
Cada paso que Elior da hacia el portal es un eco de los sacrificios que hizo, pero también una nueva esperanza de encontrar lo que ha estado buscando: un propósito más allá de la guerra, más allá del conflicto constante.
El momento ha llegado. Frente al portal, Elior toma una última mirada al mundo celestial, las Repúblicas y el legado que había construido. Luego, sin vacilar, se adentra en el brillo cegador del portal, seguido por su grupo de élites.
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Al cruzar, el silencio absoluto inunda sus sentidos. El otro lado es un vacío desconocido, pero Elior lo acepta con calma. No había vuelta atrás ahora. Lo que sea que hallara, lo enfrentaría con la misma determinación que lo llevó a ser el héroe de las Repúblicas.
El mundo más allá del portal se extiende ante ellos, aún sin revelar sus secretos, pero la primera impresión es clara: no será un viaje fácil, y lo que yace más allá será una prueba aún más grande que las guerras que ya habían vivido.
Tras atravesar el portal, Elior y su grupo de élites se encontraron en un vacío absoluto, flotando entre las estrellas. No había ninguna sensación de peligro inminente ni presencia maligna, pero algo se sentía extraño. El paisaje ante ellos no era el vasto campo de batalla ni el oscuro mundo de los nigromantes que habían imaginado. En su lugar, se hallaban atrapados en una especie de limbo estelar, viajando a través de un camino desconocido.
Dentro de su cabina en el Invictus, Elior observaba el horizonte vacío. Sus sistemas de navegación no respondían, y la atmósfera del lugar parecía ausente de cualquier referencia tangible. Sus manos tensas sobre los controles del coloso mostraban el esfuerzo por mantener la calma. No era un campo de batalla donde podía desplegar su fuerza bruta; esto era algo mucho más inquietante, una lucha contra lo desconocido.
El convoy entero mantuvo la formación, moviéndose lentamente, sin rumbo fijo. Las horas pasaban, aunque en este extraño espacio, el tiempo parecía no tener el mismo significado. La tensión se acumulaba entre los pilotos de los colosos, quienes miraban a su comandante con ansiedad. Elior, manteniendo una expresión firme, sabía que si ellos cedían al miedo, todo se desplomaría.
Finalmente, y tras una interminable espera, las estrellas a su alrededor empezaron a distorsionarse. Un cambio en el paisaje se hizo evidente, como si la realidad misma se estuviera remodelando ante ellos. Fue entonces cuando el grupo de élites vio su destino: un planeta desértico y caluroso se extendía bajo ellos, como si el portal los hubiera transportado a otro rincón del cosmos.
El convoy aterrizó en la superficie con precisión, los colosos levantando nubes de polvo al impactar contra el suelo seco. Elior fue el primero en abandonar su cabina, sintiendo el calor abrasador del nuevo mundo mientras escudriñaba los alrededores. No tardó en darse cuenta de los signos de una reciente batalla. El suelo estaba plagado de cráteres, estructuras destruidas y los restos de maquinaria nigromántica. El olor a muerte y descomposición impregnaba el aire, y aunque no había cuerpos visibles, la destrucción hablaba por sí sola: las fuerzas nigrománticas habían estado allí no hacía mucho tiempo.
—"Parece que llegamos tarde," murmuró Elior, mientras examinaba los escombros de lo que parecía ser una máquina de guerra similar a las que enfrentaron en la guerra santa.
Kael, quien había aterrizado poco después, se acercó a su lado. —"Esto no es casualidad, Elior. Todo esto... la batalla, el portal. Nos trajeron aquí por una razón."
Elior asintió en silencio, sin apartar la vista del horizonte. Algo en su interior comenzaba a cambiar nuevamente. El instinto de lucha, de descubrir, volvía a encenderse. Pero esta vez, no era la brutalidad que lo impulsaba; era la necesidad de entender qué había más allá de esta nueva amenaza. Los nigromantes seguían presentes, pero las preguntas de por qué y cómo se mantenían sin respuesta.
El equipo de élites comenzó a desplegarse, explorando el área circundante y evaluando los daños. Varios pilotos comentaban sobre las huellas del enemigo, reconociendo patrones de ataque y defensa que habían visto antes. La estrategia nigromántica era conocida, pero algo en este enfrentamiento era distinto. No se trataba de un ataque directo; parecía que algo más había ocurrido aquí, algo que no se ajustaba al comportamiento habitual de los nigromantes.
A medida que el sol abrasador del nuevo mundo comenzaba a caer, proyectando sombras largas sobre el paisaje devastado, Elior se reunió con su equipo. —"Este no es nuestro hogar," dijo con voz firme. —"Pero si los nigromantes están involucrados, necesitamos saber por qué. Aquí hay algo más grande que lo que hemos visto antes."
Los élites, aunque exhaustos tras el viaje y la exploración inicial, asintieron con convicción. Todos sabían que lo que estaba en juego no era solo la seguridad de las Repúblicas, sino la del propio mundo celestial.
—"Vamos a establecer un campamento aquí," ordenó Elior. —"Revisaremos el terreno, rastrearemos cualquier señal de actividad nigromántica, y cuando estemos listos... averiguaremos hacia dónde nos lleva este nuevo conflicto."
Mientras el sol terminaba de ocultarse en el horizonte, Elior se encontró mirando hacia el cielo estrellado. Sentía el peso de la incertidumbre, pero al mismo tiempo, había algo liberador en estar lejos de las guerras celestiales, de las tensiones políticas y de la constante presión de ser un héroe. Aquí, en este mundo extraño, podría encontrar lo que buscaba: una nueva batalla que no se trataba solo de poder, sino de respuestas.
Y mientras el viento del desierto aullaba alrededor de ellos, el portal detrás del grupo permanecía abierto, como un recordatorio de que, en cualquier momento, podrían regresar. Pero Elior sabía que no lo harían hasta que descubrieran lo que los había traído allí.
El viaje apenas comenzaba, y lo que encontrarían en ese lugar inhóspito podría cambiar el destino de las Repúblicas y del mundo celestial para siempre.
Kael, habiendo tomado la decisión de permanecer en el recién descubierto mundo desértico, observaba el horizonte con una mezcla de incertidumbre y resolución. La llegada a este planeta árido había cambiado por completo el propósito de la misión. Ya no se trataba solo de un simple viaje de autodescubrimiento para Elior; lo que estaba en juego era la seguridad del mundo celestial. Con cada nueva revelación, la amenaza de los nigromantes volvía a crecer, como una sombra del pasado que se negaba a desvanecerse.
Kael no perdió tiempo. Si el portal conectaba este mundo con el suyo, debían fortificarlo. Envió un mensajero de regreso al mundo celestial, cruzando el portal para solicitar refuerzos y recursos. Los altos mandos debían entender la gravedad de la situación. Aunque este nuevo mundo parecía desolado y vacío, Kael sabía que algo más estaba por venir. Había sentido la presencia de los nigromantes, y esa intuición lo impulsaba a preparar sus defensas.
Con rapidez, comenzó a organizar a su equipo. Las órdenes eran claras: construir una fortaleza que protegiera el portal y el acceso a su mundo. No solo necesitaban una defensa robusta, sino también una base desde la cual pudieran operar a largo plazo. Los ingenieros empezaron a trazar los planos de lo que sería una pequeña ciudad militar, con bastiones, torres de vigilancia, y una plaza central donde se coordinarían las operaciones.
Mientras tanto, Elior, siempre impaciente, ya había decidido su próximo movimiento. No podía quedarse esperando mientras se levantaban los cimientos de la fortaleza. Necesitaba respuestas, y estaba convencido de que las fuerzas nigrománticas se ocultaban en algún lugar de este desolado mundo. Junto a su guardia personal, eligió una dirección basándose en lo poco que habían descubierto hasta ahora: unas débiles señales de energía oscura provenían de un área al noreste, justo donde se habían registrado las huellas más profundas de la batalla.
—"Es hora de moverse," dijo Elior, su voz grave y decidida. Su guardia personal, compuesta por los mejores pilotos de colosos que las Repúblicas podían ofrecer, asintió con disciplina. Habían jurado proteger a Elior en cualquier circunstancia, y sabían que lo seguirían hasta el fin del mundo si era necesario.
Los colosos se prepararon para el largo trayecto. Las enormes máquinas emitían un zumbido constante mientras se alineaban para la marcha. Kael observó a Elior desde lejos, preocupado pero confiado. Sabía que su joven amigo no era el mismo de antes. Algo dentro de él había cambiado, pero su habilidad y su sentido de responsabilidad seguían intactos.
—"Te cubriré la retaguardia," le dijo Kael, justo antes de que Elior partiera. —"Asegúrate de volver. Esta guerra no ha terminado."
Elior asintió, sin necesidad de responder. Sabía que Kael cumpliría su parte del trato. Con un último vistazo hacia la fortaleza en construcción, el joven héroe se adentró en el vasto desierto, llevando consigo a su élite de guerreros. El calor abrasador y el polvo no lograban detener su determinación.
El camino era árido, y la tierra bajo los pies de los colosos crujía con cada paso que daban. Durante horas avanzaron sin encontrar señales de vida, solo desolación y restos de la batalla. A medida que el sol caía sobre el horizonte, la oscuridad comenzó a envolver el paisaje, dándole un aire aún más desolador. Sin embargo, Elior mantenía su curso firme hacia el noreste, convencido de que allí encontraría lo que buscaba.
La misión era clara: descubrir de dónde provenían las fuerzas nigrománticas y, si era necesario, enfrentarlas de nuevo. Sabía que esta vez no sería una victoria fácil. Este mundo, lejos de ser una simple extensión vacía, parecía tener secretos que aún no comprendían. Pero Elior estaba listo para enfrentarlos.
El viaje era solo el principio.
El viaje de Elior y su guardia personal continuaba por el desolado desierto. A bordo del majestuoso Invictus, Elior podía sentir la vasta inmensidad de las dunas interminables, mientras el calor sofocante golpeaba sin piedad. Si no fuera por la protección de los colosos, el avance habría sido imposible.
A medida que la noche caía, las temperaturas descendían y los tonos cálidos del cielo daban paso a un mar estrellado que reflejaba la quietud del desierto. El grupo montaba un campamento bajo la tenue luz de las lunas gemelas. Elior, como siempre, optaba por quedarse en el Invictus, su único refugio y hogar desde hacía tiempo. Se había acostumbrado a la seguridad de su cabina, donde encontraba consuelo y refugio ante cualquier posible peligro.
Mientras tanto, los miembros de la guardia personal trataban de adaptarse a las incomodidades del terreno. Se turnaban para montar guardia en sus colosos y preparaban las comidas con sumo cuidado para su líder, a quien trataban con gran aprecio y respeto. A pesar de la dura realidad de estar en una tierra desconocida y hostil, la guardia veía a Elior no solo como un héroe, sino como un niño que necesitaba su apoyo, un prodigio cuyo destino había sido tallado en las batallas más crueles.
La rutina de la noche, el crepitar del fuego y el sonido del viento sobre las dunas, daban al campamento un aire de tranquilidad temporal. Pero debajo de esa calma, todos sabían que algo desconocido los aguardaba en el vasto desierto
En la quietud de la noche, bajo el firmamento estrellado, algo siniestro se agitaba bajo las dunas. Los Ángeles y Serafines, confiados en la aparente calma, no se percataron de lo que se movía en las profundidades del desierto.
De repente, la tierra tembló, y de las arenas surgieron poderosas y largas sierpes, atacando con una ferocidad imprevista. La alarma resonó en el campamento mientras los guardianes de los colosos trataban de reaccionar a la emboscada. Las sierpes, de escamas brillantes y cuerpos masivos, se movían con una rapidez aterradora, desgarrando el suelo y embistiendo a todo a su paso.
El objetivo principal de las criaturas era el Invictus, la legendaria máquina de guerra pilotada por Elior. Las sierpes, guiadas por algún instinto oscuro, buscaron al pequeño querubín, creyendo que encontrarían una presa fácil dentro de su coloso. Sin embargo, lo que hallaron fue algo mucho más aterrador.
El Invictus, como si hubiera cobrado vida propia, se alzó imponente, sus mecanismos rugiendo mientras Elior despertaba del letargo. Las sierpes no podían haber previsto la brutalidad con la que Elior y su coloso responderían. Con una velocidad fulminante y una precisión letal, el Invictus repelió a las bestias con poderosos golpes y explosiones de energía.
Las sierpes, que hasta ese momento habían sido los depredadores de la noche, se encontraron enfrentando a un adversario mucho más formidable de lo que jamás hubieran imaginado. Una tras otra, las criaturas sucumbieron ante la furia implacable de Elior, mientras sus guardianes luchaban por contener el caos que se desataba a su alrededor.
La batalla fue breve, pero su intensidad dejó una marca en todos los presentes. Cuando las últimas sierpes se retiraron a las profundidades de la arena, lo que quedó fue un paisaje de destrucción, pero también una lección clara: Elior, el imparable, seguía siendo una fuerza de la naturaleza, y ni siquiera las criaturas del desierto podían detenerlo.
Tras el ataque de las sierpes, la expedición liderada por Elior quedó sumida en un silencio inquietante. Mientras los Serafines y Ángeles revisaban los daños, se preguntaban qué otros peligros podrían acechar más adelante en las vastas dunas. Pero Elior, con su determinación inquebrantable, apenas prestaba atención a las preocupaciones de los demás. Para él, nada podía detener su avance.
Horas después de haber dejado atrás el campamento improvisado, a lo lejos se vislumbraba un gran oasis rodeado de palmeras, sus aguas cristalinas brillaban bajo el sol abrasador. Pero lo que captó la atención de Elior no fue el resplandor del oasis, sino la batalla que se libraba a sus márgenes. Desde la distancia, el querubín observó una fortaleza de caliza que se alzaba con obstinada resistencia, sus muros viejos pero firmes, asediados por fuerzas nigrománticas.
Sin perder tiempo, Elior se adelantó. Montado en el Invictus, su máquina colosal atravesó el desierto con paso decidido. Sus guardias personales intentaron mantener el ritmo, pero la velocidad con la que se movía el Invictus era simplemente demasiado. Elior estaba en su elemento: donde había batalla, él debía estar.
Los defensores de la fortaleza, agotados y desbordados por las interminables oleadas de enemigos, no podían comprender lo que sus ojos veían. Una gigantesca figura metálica se acercaba, su silueta imponente recortada contra el horizonte. Los nigromantes, armados con arcos y espadas rudimentarias, frenaron su avance momentáneamente, desconcertados por la visión.
Mientras el Invictus se aproximaba, Elior sintió una vez más ese inconfundible pulso de la batalla. Las fuerzas nigrománticas, al reconocer el coloso que se avecinaba, desataron todo lo que tenían, lanzando hechizos oscuros y flechas imbuidas de energías prohibidas hacia el gigante. Pero el Invictus avanzó sin vacilar, su blindaje destellando bajo el impacto de las armas enemigas.
Con una entrada avasalladora, Elior irrumpió en la batalla, aplastando a las fuerzas nigrománticas bajo los pies del Invictus y lanzando potentes descargas de energía. Los defensores de la fortaleza, que ya habían perdido toda esperanza, observaban con incredulidad y renovada esperanza la llegada del salvador que no habían pedido, pero que sin duda necesitaban.
Los nigromantes, que hasta ese momento parecían invencibles, comenzaron a dispersarse en desbandada, incapaces de detener al imparable héroe y su máquina colosal. Y así, ante los ojos de todos, Elior cambió el rumbo de una batalla que parecía perdida.
Pero mientras los defensores de la fortaleza se apresuraban a celebrar su inesperada victoria, Elior sabía que aquello era solo el principio.