Novels2Search
La Perdición de Zakarius [Español / Spanish}
18 El Oscuro Secreto del Plano Helado

18 El Oscuro Secreto del Plano Helado

El viento azotaba con más fuerza mientras Elior y su equipo avanzaban hacia la estructura perdida en el hielo, y Zakarius, en su interior, sabía que lo que encontraría allí podría ser la clave para consolidar su poder... o desatar algo aún más peligroso.

Elior y su guardia avanzaban lentamente hacia las torres semienterradas en el vasto desierto helado, sus colosos apenas visibles entre la densa niebla que cubría el horizonte. El frío se intensificaba con cada paso, y el ambiente comenzaba a sentirse aún más extraño, como si algo los estuviera observando desde las sombras invisibles de la neblina.

De repente, uno de los guardias interrumpió el silencio por el comunicador:

—¡Mi radar está detectando movimiento!

Elior observó a través del visor del Invictus, ajustando los sistemas para escanear los alrededores. De pronto, comenzaron a aparecer figuras translúcidas a la distancia, como si fueran parte del mismo hielo que cubría el suelo. Al principio, eran apenas discernibles, formas blancas y etéreas que se movían sigilosamente alrededor de ellos, pero poco a poco esas figuras comenzaron a tomar forma más clara.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó otro de los guardias, la sorpresa en su voz era evidente.

Elementales de hielo, cientos, quizás miles de ellos, emergían del suelo, materializándose como si fueran invocados por la misma tormenta que envolvía la región. Su apariencia era fantasmal, casi imperceptible a primera vista, pero a medida que avanzaban, sus cuerpos cristalinos comenzaban a brillar con una luz fría y peligrosa. Se acercaban cada vez más, rodeando a los colosos en un movimiento fluido, casi coreográfico, como una danza de seres de otro mundo.

—¡Están atacando! —gritó un guardia mientras un elemental lanzaba cristales de hielo afilados hacia su coloso.

El impacto resonó en la armadura metálica del coloso, pero no tuvo ningún efecto real. Los cristales de hielo rebotaron sin siquiera causar una abolladura. Los demás elementales continuaron su ataque, lanzando ráfagas de hielo, pero los colosos eran demasiado resistentes para ser dañados por estas criaturas elementales.

Dentro del Invictus, Elior, o más bien Zakarius, se mantuvo en calma, observando la escena con un toque de desprecio. No era la primera vez que enfrentaba amenazas como esta, y sabía que los elementales no eran rivales para la potencia de sus máquinas de guerra. Podría aplastarlos fácilmente, si lo deseaba.

—Esto es aburrido... —pensó para sí mismo, mientras observaba cómo los ataques de los elementales eran inútiles.

Sin embargo, tras días de caminar en el silencio absoluto del desierto helado, Zakarius comenzó a sentir una punzada de impaciencia. Algo dentro de él anhelaba acción, algo que rompiera la monotonía de su misión. Su parte más oscura, la que había permanecido en letargo durante tanto tiempo, comenzaba a despertar.

—Podríamos simplemente ignorarlos y continuar hacia las torres —dijo uno de los guardias, esperando la decisión de Elior.

Elior, o más bien Zakarius, dejó escapar una sonrisa maliciosa. No iba a dejar pasar la oportunidad de divertirse un poco. Tal vez, si aplastaba a estos pequeños insectos de hielo, podría provocar la aparición de un enemigo más digno, algo que realmente valiera la pena.

—No, no vamos a ignorarlos —dijo Elior, su tono frío y decidido—. Quiero ver qué pueden hacer. Aplasten a esos inútiles elementales... tal vez, si provocamos suficiente caos, algo más interesante salga a la luz.

Sus guardias no se sorprendieron ante la orden. Conocían el temperamento de su comandante, sabían que, en ocasiones, Elior buscaba la batalla más por placer que por necesidad. Sin dudarlo, los colosos comenzaron a avanzar, sus movimientos pesados pero firmes, mientras se acercaban a las hordas de elementales.

Zakarius, a bordo del Invictus, observaba cómo las criaturas de hielo intentaban desesperadamente detenerlos, lanzando más ráfagas de cristales, pero sin éxito. El primer coloso que llegó a las líneas de los elementales levantó su puño masivo y lo dejó caer sobre ellos, aplastando a varias de las criaturas en un solo golpe. El hielo crujió y se rompió bajo la inmensa presión, y las figuras traslúcidas se desintegraron en pedazos.

El resto de los colosos siguió el ejemplo, aplastando y destrozando a los elementales con una brutalidad implacable. Era una masacre unilateral. Los elementales no tenían ninguna oportunidad contra el poder de las máquinas de guerra. A medida que los colosos avanzaban, el hielo crujía bajo sus pies, y las criaturas desaparecían una tras otra, sin poder defenderse.

—Esto es demasiado fácil... —pensó Zakarius, aunque una parte de él disfrutaba del espectáculo—. Pero seguro que esto no es todo lo que este lugar tiene para ofrecer.

Y entonces, justo cuando las últimas filas de los elementales estaban siendo destruidas, algo cambió. El suelo comenzó a temblar bajo los colosos, y la temperatura, que ya era gélida, descendió aún más. El aire a su alrededor se volvió denso, cargado de una energía fría y opresiva. Una sombra se proyectó sobre el campo de batalla, y una figura mucho más grande emergió de entre los icebergs.

De las profundidades del hielo, un gigantesco elemental, mucho más grande que los anteriores, surgió con una fuerza descomunal. Su cuerpo cristalino brillaba con una luz cegadora, y en sus ojos había una furia antigua, casi primitiva. Esta criatura no era un simple elemental. Era un coloso de hielo, una entidad elemental que parecía haber sido despertada por el caos que Zakarius había provocado.

—Ahora estamos hablando... —murmuró Elior, sonriendo ante la vista del gigante.

El coloso de hielo se alzó por completo, superando en tamaño incluso a los colosos tecnomágicos de Elior. Su cuerpo parecía formado por miles de cristales de hielo interconectados, y su presencia emanaba un frío que casi podía sentirse dentro de las cabinas. La criatura levantó uno de sus gigantescos brazos y lo dejó caer con furia hacia los colosos.

—¡Atención! —gritó Elior por el comunicador—. ¡Prepárense para enfrentar a este monstruo!

Finalmente, Zakarius tenía un oponente digno. El aburrimiento de la marcha interminable había llegado a su fin. El combate verdadero estaba por comenzar

Elior y sus guardias se prepararon en sus cabinas, el retumbar del enorme elemental de hielo llenaba sus oídos mientras sus sistemas ajustaban los escudos y las armas para el combate. No era la primera vez que enfrentaban algo gigantesco, pero este coloso de hielo era diferente. Su mera presencia congelaba el aire alrededor y amenazaba con destruir todo a su paso.

—Esto no será fácil —murmuró uno de los guardias por el comunicador—, pero hemos estado en situaciones peores, ¿verdad?

—Exactamente, —respondió Elior, o más bien Zakarius, con su tono característico de frialdad—. Hemos entrenado para esto. ¡Recuerden los protocolos! Mantened la formación, y no permitáis que os saque de balance.

Sus guardias eran soldados experimentados, curtidos por innumerables batallas y ejercicios extenuantes. La compenetración que habían forjado a lo largo de los años era su mayor ventaja. Sabían cómo moverse como un solo cuerpo, cómo anticipar las acciones de sus compañeros sin necesidad de palabras. Cada uno de ellos era una pieza vital en la maquinaria que Elior había perfeccionado a través del tiempo.

Los entrenamientos de la guardia de Elior no eran como los de cualquier ejército. Habían pasado por intensas simulaciones, enfrentándose a escenarios imposibles, bajo condiciones de presión extrema. La confianza mutua y la precisión eran elementos claves, entrenados hasta la perfección. La lealtad que sentían por Elior era inquebrantable, y aunque las tensiones recientes con su familia eran conocidas, nunca cuestionaban sus órdenes en combate. Cada miembro de su guardia personal había sido seleccionado por su habilidad y disciplina.

—Formación de cuña, ¡ahora! —ordenó Elior.

Los colosos, enormes y letales, comenzaron a moverse al unísono, como si fueran una sola entidad. Formaron una cuña perfecta alrededor del Invictus, el coloso más grande y poderoso de todos. Elior encabezaba el grupo, con su máquina brillando entre el hielo mientras el viento helado arremetía contra ellos. Detrás de él, sus guardias tomaron posiciones, listos para enfrentarse al coloso elemental que avanzaba hacia ellos con furia descontrolada.

El entrenamiento exhaustivo que habían tenido en las Repúblicas Oligarcas se mostraba en cada movimiento. Sabían cómo utilizar las condiciones extremas a su favor, cómo aprovechar la formación para maximizar la fuerza y protección mutua. Las maniobras eran rápidas, calculadas con precisión. Sus colosos se movían en perfecta sincronía, sus armas listas para atacar en el momento adecuado.

El gigante de hielo lanzó un enorme fragmento de cristal, que se estrelló contra los escudos del primer coloso de la formación. Aunque el impacto fue fuerte, el guardia mantuvo su posición, absorbiendo el golpe y distribuyendo la energía entre sus compañeros. De inmediato, los demás colosos contraatacaron, lanzando ráfagas de energía que impactaron el cuerpo cristalino del elemental. Cada ataque estaba coordinado, dirigido hacia puntos clave en la estructura del gigante, buscando debilitarlo.

—¡Apuntad a las articulaciones! —ordenó Elior, mientras su Invictus cargaba hacia el coloso de hielo—. Si rompemos sus puntos de apoyo, caerá como un árbol.

Los guardias siguieron la orden sin dudarlo. Los cañones de plasma de los colosos se activaron, disparando proyectiles con precisión quirúrgica hacia las rodillas del gigante de hielo. Fragmentos de cristal comenzaron a desprenderse mientras los disparos acertaban en las articulaciones del elemental. El gigante, a pesar de su tamaño imponente, comenzaba a tambalearse.

Elior dirigía la batalla con frialdad, midiendo cada movimiento, cada ataque. Su guardia personal ejecutaba cada orden con una eficiencia brutal. Los años de entrenamiento y las numerosas batallas habían creado un equipo que operaba como una sola mente. Habían aprendido a leer las señales de Elior sin necesidad de comunicarse. Sabían cuándo acelerar, cuándo retirarse, y cuándo atacar con todas sus fuerzas.

—¡Estamos abriendo brecha! —gritó uno de los guardias—. ¡No bajéis la guardia!

El coloso de hielo, al sentirse acorralado, lanzó un rugido ensordecedor, y de su cuerpo comenzaron a brotar estalactitas de hielo que arremetían contra los colosos. Elior no se inmutó. Desplegó el escudo del Invictus, absorbiendo el impacto de los proyectiles y cubriendo a sus compañeros.

—Avanzad. ¡Lo tenemos! —dijo con una seguridad inquebrantable.

Los colosos aprovecharon la distracción y avanzaron. El elemental, tambaleante y debilitado, intentaba luchar, pero los ataques precisos de la formación de cuña lo estaban destrozando. Finalmente, Elior vio la oportunidad que había estado esperando.

—Invictus, potencia máxima —susurró, activando los sistemas de su coloso.

El Invictus avanzó con una velocidad sorprendente para una máquina de su tamaño. Con un movimiento calculado, Elior dirigió su coloso hacia el centro del gigante de hielo, levantando el brazo del Invictus y descargando un poderoso golpe con su puño energizado.

El impacto resonó en el campo de batalla. El cuerpo cristalino del elemental crujió, y por un instante, pareció que el gigante iba a resistir. Pero, entonces, una grieta comenzó a extenderse por su torso, creciendo rápidamente hasta que el coloso de hielo se partió en mil pedazos, cayendo al suelo con un estruendo ensordecedor.

El silencio volvió al desierto helado, interrumpido solo por el viento que soplaba entre los icebergs. Los colosos de Elior permanecieron en formación, observando los restos del gigante. La batalla había terminado.

—Objetivo neutralizado —dijo Elior con su habitual frialdad, mientras observaba los fragmentos de hielo esparcidos por el suelo—. Buen trabajo.

Sus guardias no respondieron. No era necesario. Sabían que habían actuado como un equipo, como una unidad perfectamente sincronizada, como siempre lo hacían. Habían demostrado una vez más por qué eran los mejores, y por qué Elior era El Imparable.

Mientras el Invictus comenzaba a moverse hacia las torres heladas, Zakarius sonrió para sí mismo. Había sido una batalla sencilla, pero satisfactoria. Y si este coloso de hielo era solo una muestra de lo que los esperaba, entonces estaba ansioso por ver qué otras sorpresas guardaba este mundo helado.

Unauthorized tale usage: if you spot this story on Amazon, report the violation.

El viaje apenas había comenzado, y Zakarius, bajo la fachada de Elior, sabía que aún habría más desafíos por enfrentar. Más enemigos que aplastar. Y más secretos por descubrir.

Kael se encontraba en su despacho, revisando informes de las últimas campañas en los portales más peligrosos. Su mente, sin embargo, volvía una y otra vez a la conversación que había tenido con Elior. El joven querubín, tan lleno de determinación y valentía, le había hecho una oferta inesperada: ser adoptado por él. Kael no había podido dejar de pensar en las implicaciones de tal cosa. Aunque admiraba profundamente a Elior, el hijo que siempre había querido tener, sabía que Auron, su verdadero padre, jamás lo aprobaría.

Sumido en estos pensamientos, Kael fue interrumpido por uno de sus ayudantes, quien anunció la llegada de una aeronave de las Repúblicas. Para su sorpresa, era Auron en persona quien había llegado sin previo aviso.

Kael recibió a Auron en la sala principal de la fortaleza, notando de inmediato el cansancio en los ojos del científico. Parecía mucho más envejecido desde la última vez que lo había visto. Auron, sin embargo, no perdió el tiempo con formalidades.

—Kael —dijo, con una voz que ocultaba mal una angustia latente—, necesito hablar contigo de inmediato sobre Elior.

Kael asintió y lo invitó a sentarse. Sabía que algo serio se avecinaba, aunque no podía imaginar qué tan profundo era el malestar de Auron. Para él, Elior era un héroe sin igual, un líder nato que había salvado a las Repúblicas y a todo el mundo celestial de la oscuridad. Pero cuando Auron habló, su tono no reflejaba ese orgullo.

—Kael, mi hijo... no es el mismo. Algo cambió en él desde el ataque a la academia. No lo reconocería si no fuera por su aspecto —Auron bajó la cabeza, incapaz de mirar a su viejo amigo a los ojos—. No se comporta como un querubín. Es como si todo lo que le importaba, todo lo que lo definía, hubiera desaparecido.

Kael frunció el ceño. Para él, Elior siempre había sido un ejemplo de valentía y destreza en el campo de batalla, pero era cierto que algo había cambiado. Su temperamento era más agresivo, más inclinado al combate que a las típicas reflexiones filosóficas de los querubines académicos.

—Auron —dijo Kael, tratando de razonar—, Elior ha pasado por pruebas que ningún querubín debería enfrentar. La guerra cambia a todos, incluso a los más jóvenes y brillantes. Tal vez lo subestimas. Es un héroe ahora, y tal vez simplemente ha madurado en formas que no esperabas.

Auron sacudió la cabeza, su expresión era una mezcla de frustración y dolor.

—¿Madurado? —repitió con amargura—. No, Kael. No es madurez lo que veo. Es una transformación que va más allá de la guerra. No sé si fue la presión, o algo más oscuro, pero a veces me pregunto si Elior sigue siendo mi hijo. Si no hubo algún tipo de corrupción en su alma durante ese ataque.

Kael se inclinó hacia adelante, observando a su amigo. Auron siempre había sido protector con Elior, a veces en exceso. Pero estas palabras... eran algo que no podía simplemente ignorar.

—¿Corrupción? —preguntó Kael, visiblemente inquieto—. ¿Estás diciendo que crees que Elior ha sido... influenciado por fuerzas oscuras?

—No sé lo que creo —respondió Auron, llevándose una mano al rostro, cubriéndolo en señal de desesperación—. Solo sé que lo que veo en sus ojos ya no es la luz que lo definía antes. Es más... sombrío, más calculador, y no puedo sacudirme la sensación de que algo se rompió dentro de él.

Kael suspiró, sin saber cómo responder. Para él, Elior seguía siendo el héroe que todos necesitaban, el salvador de las Repúblicas. Pero Auron, el padre, estaba viendo algo mucho más íntimo, algo que Kael no podía percibir.

Finalmente, Kael habló con voz firme pero tranquila.

—Auron, sea lo que sea lo que haya cambiado en Elior, sigue siendo un querubín excepcional. No podemos olvidar todo lo que ha hecho por nosotros. Tal vez necesite más tiempo para encontrar de nuevo su camino, pero no creo que sea prudente poner en duda su lealtad o su naturaleza.

Auron levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas contenidas.

—Ojalá pudiera verlo como tú lo ves, Kael —susurró—. Pero cada día que pasa, siento que lo pierdo un poco más. Y temo que, si no hacemos algo, lo habré perdido para siempre.

Tras la derrota del gran elemental de hielo, los pequeños elementales comenzaron a huir, esparciéndose en todas direcciones. Elior y su guardia personal, exhaustos pero victoriosos, no se molestaron en perseguir a estas criaturas menores. Con un movimiento decidido, Elior dirigió a su equipo hacia las imponentes torres semienterradas que se alzaban ante ellos. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que los colosos, por su tamaño, no podrían ingresar en las estrechas y antiguas estructuras.

En lugar de explorar a pie, Elior tomó una decisión más pragmática. Con su mirada calculadora y un frío destello en los ojos que recordaba más a Zakarius que a Elior, ordenó a sus soldados que comenzaran a excavar las ruinas en busca de cualquier artefacto o información útil. Los serafines del grupo, conocidos por su agilidad y destreza en la manipulación de colosos más pequeños y cuidadosos, se pusieron a la tarea. Usando herramientas especializadas, comenzaron a despejar el hielo que cubría las ruinas.

Mientras tanto, Elior se mantenía vigilante. Ordenó a su guardia que estableciera un perímetro defensivo alrededor de las ruinas. Sabía que los elementales de hielo no eran la única amenaza en este inhóspito mundo helado, y no quería sorpresas mientras trabajaban.

Poco tiempo después, uno de los serafines dio la voz de alarma. Habían encontrado algo enterrado en el hielo. Elior se acercó, contemplando el descubrimiento con interés. Al despejar el hielo, comenzaron a vislumbrar esqueletos… pero no eran de ninguna especie conocida por los celestiales. Eran criaturas esbeltas, de extremidades largas y cabezas alargadas, cuyos restos parecían antiguos, tal vez incluso anteriores a la misma civilización de los celestiales.

El hallazgo sembró dudas y preguntas en el grupo. ¿Qué clase de seres habían habitado este mundo helado? ¿Qué les había sucedido? ¿Habían sido víctimas de alguna catástrofe o de una guerra olvidada? Elior, aunque intrigado, se mantenía impasible, evaluando cómo podría usar esta información en el futuro.

Zakarius, dentro de Elior, comenzó a especular en silencio. Podía sentir que estas ruinas guardaban secretos poderosos, tal vez incluso magia antigua que podría ser de utilidad en su ascenso al poder. Y aunque los esqueletos no respondían por sí solos, él sabía que este descubrimiento era solo el principio.

A medida que las excavaciones continuaban, una oscura niebla comenzó a levantarse del hielo, cubriendo lentamente el área.

Mientras las excavaciones avanzaban, la densa y extraña niebla se alzaba lentamente desde las profundidades del hielo, envolviendo a Elior y su equipo en un manto de oscuridad gélida. La visibilidad disminuía rápidamente, y la calma que habían experimentado tras la batalla contra los elementales se desvanecía. La guardia de Elior, entrenada para resistir en situaciones adversas, se puso en alerta máxima, manteniendo sus posiciones en el perímetro defensivo, mientras los serafines detenían sus excavaciones.

—Formación cerrada —ordenó Elior con voz firme, ajustando el protocolo de defensa.

La niebla parecía tener una presencia extraña, casi maliciosa, y no era natural. Zakarius, desde su interior, sintió una vibración en la magia que emanaba de las ruinas. Sabía que había algo más profundo en esa niebla, algo más antiguo que los restos que habían descubierto.

Uno de los serafines que excavaba junto a las ruinas retrocedió de repente. Sus ojos se abrieron con sorpresa y terror. Desde las sombras de la niebla, comenzaron a emerger figuras espectrales, de apariencia vaga pero con la misma constitución de los esqueletos encontrados. Eran antiguos espíritus, aparentemente despertados por la perturbación que habían causado.

—Elior... hay algo más aquí —dijo uno de sus oficiales, manteniendo su mirada fija en los espectros que flotaban alrededor, sin acercarse demasiado, pero observándolos atentamente.

Elior, o más bien Zakarius, vio la oportunidad perfecta. "Si estos espectros son guardianes de algún poder antiguo", pensó, "debo aprovecharlo."

—Preparaos para combatir si es necesario —ordenó Elior, con un tono calculador—. Pero no ataquéis hasta mi señal. Si esto es una manifestación de lo que habita estas ruinas, tal vez podamos aprender algo más.

Los espectros no atacaron de inmediato. En lugar de ello, flotaban alrededor del perímetro, como si estuvieran observando a Elior y sus soldados. Uno de ellos se acercó a Elior, su forma ondulante casi transparente y su rostro sin rasgos distintivos, pero su presencia se sentía intensa.

—Forasteros... habéis perturbado la paz de este lugar —dijo el espectro, su voz resonante, un eco en la mente de todos los presentes—. ¿Por qué habéis venido?

Elior sintió el tirón de Zakarius, deseoso de obtener respuestas. Decidió probar suerte.

—Hemos venido en busca de conocimiento y poder —respondió Elior, sin titubeos, aunque el tono serio contrastaba con su habitual comportamiento más temerario—. Sabemos que este lugar guarda secretos antiguos, y hemos luchado y vencido para llegar aquí.

Los espectros se movieron inquietos, como si la mención del poder antiguo despertara algo en su interior. Uno de ellos se adelantó más, mirándolo directamente.

—El poder que buscas es maldito. Fue nuestra ruina. Si decides reclamarlo, forjarás tu propia perdición.

Zakarius, intrigado por las palabras del espíritu, sintió una oleada de anticipación. Sin embargo, Elior mantuvo su compostura y no reveló las verdaderas intenciones que ardían dentro de él.

—¿Qué poder es ese? —preguntó Elior, con tono calmado—. ¿Y por qué fue vuestra ruina?

El espectro no respondió de inmediato. Parecía debatirse entre advertirles o dejarlos cometer el mismo error que su civilización había cometido en el pasado. Finalmente, murmuró con voz grave:

—La energía que yace en estas ruinas es de origen prohibido. Un artefacto antiguo se esconde bajo las torres, uno que absorbió la esencia vital de quienes alguna vez habitamos aquí. Fuimos su sacrificio. Si desenterráis ese poder, también lo seréis.

Elior se volvió hacia su equipo, que esperaba su decisión. Sabía que no podían marcharse sin explorar más, pero las palabras del espectro eran una advertencia clara. Zakarius, sin embargo, solo veía una oportunidad más para elevar su poder.

—Excavad más profundamente —ordenó Elior finalmente, con una sonrisa apenas perceptible—. Y preparadnos para lo que pueda venir.

La excavación continuaba, pero a medida que los serafines profundizaban en el hielo, Zakarius, bajo el disfraz de Elior, comenzó a susurrar antiguas palabras que resonaban con una energía oscura y prohibida. Las palabras del ritual fluían de su boca como una oración celestial, camuflando sus verdaderas intenciones. La guardia, sin sospechar nada, se mantenía en su formación defensiva, desconcertados pero confiados en que Elior, su héroe, podría protegerlos de cualquier peligro.

Zakarius sabía que su guardia estaba inquieta, pero también sabía que dependían completamente de él. El temor era palpable, y mientras la neblina oscura y gélida envolvía el paisaje, la única esperanza de los soldados era que "Elior el Imparable" los salvara como lo había hecho incontables veces antes.

—Confíen en mí —dijo Zakarius, con la voz firme de Elior, mientras las palabras finales del ritual brotaban de sus labios—. No habrá nada que temer.

La guardia miró a su líder, el miedo reflejado en sus rostros, pero también la fe ciega en el hombre que los había conducido a la victoria tantas veces. A pesar del frío y el terror, se aferraban a la creencia de que Elior podría derrotar cualquier amenaza, incluso aquella que desconocían por completo.

Cuando el último verso del ritual terminó, la oscura niebla comenzó a disiparse lentamente. Las luces verdosas que emanaban de la estructura bajo las torres brillaban intensamente, destellando con un poder antiguo y misterioso. Los espectros, que hasta entonces se habían mantenido distantes, comenzaron a retorcerse en el aire, como si algo dentro de ellos hubiese sido activado por las palabras de Zakarius.

—¡No! —gritó uno de los espectros, su voz resonando con un eco de desesperación—. ¡Tú... formas parte de esto... de alguna manera! ¡Lo sabemos, lo reconocemos!

Los espíritus, desesperados, intentaron abalanzarse sobre Elior, pero sus ataques fueron en vano. Los poderes que Zakarius había desatado los mantenían a raya, inmovilizados, mientras vociferaban sus advertencias y maldiciones, sus voces llenas de un antiguo dolor que resonaba en el aire helado.

—¡Eres igual a los que nos condenaron! —chillaban, sus lamentos desgarrando el silencio.

Zakarius, escondido tras la máscara de Elior, sonreía internamente. Sabía que los espectros reconocían su esencia, la misma oscuridad que había desatado siglos atrás como Zakarius, el nigromante. Sin embargo, su plan estaba funcionando, y los espíritus no podían detenerlo.

Finalmente, los espectros, en medio de su agonía, comenzaron a desvanecerse. Sus cuerpos etéreos se disolvían lentamente en el aire, dejando solo ecos de sus gritos y lamentos. Uno tras otro, desaparecieron por completo, como si nunca hubiesen existido. El campo de batalla quedó en silencio, roto solo por el susurro del viento helado que arrastraba la neblina restante.

Cuando todo culminó, Zakarius sintió una oleada de triunfo. Sabía que había logrado algo monumental. Había obtenido el poder que se ocultaba en esas ruinas, y aunque aún no sabía exactamente cómo lo utilizaría, sentía que sus ambiciones estaban un paso más cerca de realizarse.

La guardia, temblando no solo por el frío sino por el terror de lo que habían presenciado, miraba a Elior con una mezcla de alivio y temor. Aunque lo admiraban, no podían ignorar la sensación de que algo oscuro se movía bajo la superficie de su líder.

—Está hecho —dijo Elior, con un tono tranquilo, como si nada extraordinario hubiera sucedido—. Hemos derrotado a los espectros. Ahora continuaremos nuestra misión.

Pero dentro de él, Zakarius sabía que su verdadera misión apenas comenzaba

-Historia Paralela: El Guardián de la Fe Doblada-

Seron, uno de los guardias personales de Elior, ajustó su visor mientras el frío del mundo helado se filtraba por las pequeñas rendijas de su armadura. Había luchado codo a codo con Elior durante muchas campañas, y siempre había creído en su líder, el querubín imparable, cuya valentía y destreza habían salvado innumerables vidas. Pero esta vez, algo era diferente.

El viento gélido aullaba a su alrededor, y el eco de los espectros todavía resonaba en su cabeza. Nunca había sentido un miedo tan visceral. Los enemigos a los que se enfrentaban solían ser tangibles: colosos enemigos, soldados nigrománticos, criaturas monstruosas. Pero estos espectros... estos seres etéreos que parecían saber algo sobre su amado líder... era algo completamente distinto.

Mientras Elior —o quien él pensaba que era Elior— recitaba lo que parecía una oración celestial, Seron se sintió inquieto. Había algo en la cadencia de las palabras, algo extraño en el tono de su voz. Era demasiado solemne, demasiado controlado. Sabía que Elior tenía una conexión profunda con lo divino, pero esto... esto no se sentía como una oración común.

Cuando la niebla comenzó a disiparse y las luces verdes empezaron a brillar desde las ruinas, Seron sintió un escalofrío recorrer su espalda. Los espectros que surgieron parecían conocer a su líder, incluso lo acusaban de estar vinculado a ellos de alguna manera. Seron miró a Elior, esperando ver alguna reacción en su rostro, pero solo encontró la habitual expresión resuelta y determinada.

Sin embargo, algo dentro de Seron empezó a quebrarse. Había confiado ciegamente en Elior durante toda su vida. Lo había visto como el símbolo viviente de todo lo que era bueno y justo en el mundo celestial. Pero ahora, en medio de ese campo helado, mientras los espíritus clamaban en vano y la oscuridad resonaba en el aire, comenzó a dudar.

Cuando los espectros finalmente se desvanecieron, Seron sintió una mezcla de alivio y desconcierto. Habían sobrevivido, sí, pero a costa de algo intangible. Miró a Elior, quien se volvió hacia su guardia y les ordenó que continuaran la misión, como si nada extraordinario hubiera sucedido. Pero algo sí había sucedido. Algo había cambiado.

Seron intentó calmarse, diciendo para sí mismo que todo era fruto de su imaginación. Que el frío y el miedo le estaban jugando una mala pasada. Pero no podía ignorar lo que había sentido. Había algo oscuro en Elior, algo que no podía definir con precisión, pero que lo aterraba.

Esa noche, mientras se preparaban para acampar, Seron no pudo dormir. Observó a Elior desde la distancia, cuestionando todo lo que había creído hasta ahora. ¿Qué había sucedido en ese ritual? ¿Qué significaban las palabras de los espectros?

Aunque Seron no se atrevía a decírselo a sus compañeros, dentro de él germinaba una semilla de duda que se hacía cada vez más grande. Había visto a Elior derrotar a enemigos mucho más poderosos, pero esta vez, sentía que su líder no solo había derrotado a los espectros... sino que había ganado algo más.

Y eso, pensó Seron, era lo que más le aterraba.