Las investigaciones y observaciones de las centurias especializadas en exploración estaban llenas de detalles valiosos así como un mapa detallado de la entrada sobre los tres planos restantes que aún no habían sido visitados por el imperio.
Si bien está claro que si Elior dividiera su ejército para abarcar una mayor cantidad de planos el imperio podría crecer exponencialmente pero no sabían qué peligros aguardaban tras los portales, para Zakarius era mejor que la punta de lanza fuera la elite consigo a la cabeza pues le hervía más la sangre al ver a sus adversarios enfrentados a él directamente y tal vez podría encontrar más vestigios de las fuerzas nigrománticas…
Frente a él sus generales de la legión imperial esperaban ansiosos su decisión. Cada plano presentaba un desafío distinto, pero también una oportunidad única.
El primero de los planos fueron identificadas como unas vastas llanuras extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Sin accidentes geográficos significativos, parecía un lugar interminable, carente de obstáculos naturales pero también de recursos visibles. La vegetación que cubría el suelo era baja y uniforme, y aunque el terreno parecía fértil, era un lugar desolado y vacío. Elior frunció el ceño mientras pensaba en su utilidad para el imperio. ¿Qué podría ofrecer un mundo tan vacío? Tal vez serviría como punto de paso o entrenamiento para las fuerzas imperiales o tal vez había mucho más de lo que se veía a simple vista…
El segundo informe fue sobre un plano volcánico inhóspito y hostil. Los serafines habían encontrado vastas cantidades de recursos minerales, los cuales podrían ser esenciales para la expansión industrial del imperio. Sin embargo, el peligro estaba latente en cada rincón: elementales de lava, criaturas formadas en las entrañas ardientes del planeta, surgían de los volcanes y fumarolas, protegiendo sus territorios. Sería una conquista dura y sangrienta, pero el beneficio sería grande. Elior sabía que sus colosos podían enfrentar a estos seres, pero el costo de las bajas sería elevado.
Por último, un plano pantanoso cubierto de ciénagas infectas presentaba un desafío muy diferente. La ciénaga pestilente estaba infestada de criaturas venenosas y mortales, pero lo más inquietante era la sensación que reportaron los serafines: algo más grande acechaba en las profundidades. Este mundo parecía el menos deseable de los tres, pero Elior sabía que la decisión no podía basarse únicamente en la dificultad. Lo que se ocultaba en ese pantano podía ser un enemigo formidable, algo o alguien capaz de ser un digno contrincante…
Con los informes en mano, Elior se levantó de su asiento. Sus movimientos parecían ligeros, casi infantiles, pero su mirada denotaba una concentración férrea. La legión imperial había confiado en su liderazgo hasta este punto, y no había duda de que lo seguirán hasta el fin del multiplano.
—Primero tomaremos las llanuras —dijo Elior, con una decisión firme—. Aseguraremos ese terreno como base para futuras operaciones. Necesitamos un punto de apoyo en este nuevo territorio, y las vastas llanuras serán ese lugar. Además, podremos estudiar mejor los recursos de la región y quizás encontrar algo más…
Los generales asintieron, aunque algunos se veían sorprendidos por la elección o por la posibilidad de que hubiera al oculto en este lugar...
—Después, dirigiremos nuestras fuerzas al mundo volcánico. Los recursos minerales que allí se encuentran fortalecerán la industria imperial y las forjas eternas. Sé que los elementales serán un desafío, pero confío en que nuestros colosos y nuestras legiones podrán enfrentarlos. Será un combate feroz, pero estoy convencido de que prevaleceremos.
Elior hizo una pausa, observando las caras expectantes de sus oficiales.
—Finalmente —añadió—, exploramos más a fondo el pantano. No podemos subestimar lo que acecha allí, pero confío en mi capacidad para salir invicto, confío en vuestro sacrificio y devoción por Elinvictus…
Al oír esto, Helios uno de los generales presentes y comandante de la legion Elinvictus no pudo evitar esbozar una mueca de envidia, admiraba a Elior pero sentía que era imposible alcanzar su confianza siquiera.
—Helios, quiero que prepares a nuestras fuerzas para la marcha. Nos dirigiremos a las llanuras y estableceremos nuestra primera base allí. Asegúrate de que todo esté en orden. Mañana mismo, partimos hacia la conquista de este plano, que las tropas descansen.
Helios asintió con seriedad, aunque en su interior sentía la emoción de la aventura que aguardaba. Las tropas estaban listas, y él sabía que, bajo el mando de Elior, no había desafío demasiado grande ni enemigo demasiado poderoso.
Mientras los preparativos comenzaban, Zakarius observó una vez más los mapas ante él. Sabía que la conquista de estos mundos no sólo expandirá el imperio, sino que también consolidaba su poder como un líder supremo Y aunque su apariencia seguía siendo la de un querubín, su mente la de un ángel marcada por siglos de lucha, lo mantenía firme en su propósito.
El imperio debía seguir creciendo. Y nada, ni nadie, se interpondría en su camino.
La vasta Legión Elinvictus avanzaba, con el imponente Invictus liderando la marcha. La armadura dorada del coloso reflejaba la luz proveniente del portal recién cruzado, mientras la atmósfera cargada de expectativas envolvía a las tropas. Las llanuras, que parecían interminables, ofrecían un escenario desolado, un mundo vacío. No había animales, montañas, ni siquiera un árbol que rompiera la monotonía del paisaje. Aunque las misiones de reconocimiento habían recorrido grandes distancias, todo lo que encontraron fue un silencio inquietante.
Desde la cabina del Invictus, Elior observaba con cuidado, sus ojos concentrados no en el horizonte, sino en el propio suelo bajo la Legión. Sus tropas, aunque bien entrenadas, no comprendía qué estaba captando la atención de su líder. El paisaje vacío no ofrecía ningún tipo de amenaza visible, pero Elior sentía algo oculto bajo sus pies.
De repente, sin previo aviso, el cañón principal del Invictus comenzó a cargarse, su energía vibrando en el aire mientras apuntaba directamente al suelo. Los soldados intercambiaban miradas desconcertadas; algunos alzaban sus armas, otros ajustaban sus posiciones, tratando de descifrar lo que estaba sucediendo.
—¿Su Excelencia? —uno de los oficiales preguntó, su tono lleno de incertidumbre—. ¿Qué es lo que ha visto?
Pero Elior, con una expresión que oscilaba entre la calma y una emoción infantil, permaneció en silencio. No había nada que explicar, al menos no todavía. Con una fría determinación acciono el interruptor.
El cañón del Invictus rugió, y la explosión resultante sacudió el suelo. Un enorme cráter más grande de lo que debería haber sido se abrió bajo la Legión, revelando una superficie metálica ennegrecida llena de circuitos y cables que chisporretean. Los soldados observaban con asombro lo que había oculto bajo esta capa de tierra sin habérselo imaginado.
El Invictus dio unos pasos adelante, y Elior en su coloso, observaba la abertura. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y anticipación. Algo estaba a punto de revelarse, algo más grande de lo que cualquiera en la Legión podría imaginar.
De repente, enormes porciones de tierra comenzaron a elevarse en formas perfectas y cuadradas, como si alguna antigua maquinaria se hubiera activado. Las torres metálicas que emergieron rodearon a la Legión por completo, cortando cualquier posibilidad de retirada. Elior, sin inmutarse, observaba cómo las torres se alineaban con precisión, creando un perímetro mortal a su alrededor.
Entonces, las compuertas de esas estructuras se abrieron, y de ellas emergieron máquinas de diversas formas. Algunas flotaban en el aire, otras avanzaban sobre ruedas o patas mecánicas. Su aspecto era anticuado pero imponente, y sus ojos brillaban con un resplandor siniestro, cargados de energía y listos para destruir la amenaza.
Desde el interior del Invictus, Elior esbozó una sonrisa, una que combinaba la emoción de un niño y la malicia de un estratega veterano. Su voz resonó por los canales de comunicación de la Legión:
—!Es la hora de la diversión!-
El desconcierto entre sus tropas se disipó en cuanto comenzaron a prepararse para el combate. A pesar del peligro, Elior estaba en su elemento. Para él, esto no era una amenaza, sino una oportunidad. Cada desafío, cada batalla era un paso más hacia su verdadera meta.
La Legión Elinvictus se ajustó en formación, mientras las máquinas enemigas se aproximaban. El Invictus, con su cañón cargado nuevamente, lideraba la carga. Elior no se había movido ni un solo paso desde su coloso, y no lo necesitaba. Todo estaba bajo su control, y esta batalla sería sólo otra prueba de la imparable fuerza del Imperio.
La Legión Imperial se movió con precisión, cada unidad siguiendo las órdenes al pie de la letra, formando una formación defensiva perfecta. Los ángeles, con sus poderosas armaduras resplandecientes, se posicionaron en la primera línea, enfrentando el embate de las máquinas con la resistencia de guerreros curtidos. A su lado, los colosos rugían con cada impacto, aplastando enemigos con su fuerza bruta. Detrás de ellos, los serafines, con su gracia letal, disparaban desde la retaguardia, lanzando andanadas de energía que hacían colapsar las torres metálicas, derrumbándose en una lluvia de chatarra.
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Las máquinas, implacables en su avance, gritaban con sus voces mecánicas en perfecta sintonía:
—¡Enemigo detectado! ¡Exterminar, exterminar!
Los serafines ajustaron su puntería, sus ojos brillando con concentración mientras disparaban con precisión quirúrgica, destrozando las filas de los autómatas. A pesar del número abrumador de las máquinas, la disciplina y superioridad táctica de la Legión Elinvictus prevalecían. Las torres colapsaban una tras otra bajo los bombardeos continuos, y las máquinas parecían cada vez más desesperadas en su intento de frenar el avance imparable de los celestiales.
Mientras los combates se intensificaban, Elior observaba desde la cabina del Invictus, su expresión ensombrecida por el aburrimiento. Estos enemigos, a pesar de su imponente apariencia, no representaban ningún desafío real. Cada disparo de su cañón devastaba grandes porciones del campo de batalla, eliminando a las torres y a las máquinas que emergen de ellas con facilidad.
—Patéticos —murmuró Elior, cansado de la monotonía de la batalla.
Sin más preámbulos, ordenó al Invictus que se elevara en el aire. Desde las alturas, comenzó a bombardear aleatoriamente las llanuras, haciendo que más torres emergieran del suelo, solo para ser destruidas poco después. El ciclo repetitivo solo incrementaba su frustración. Finalmente, dirigió su mirada hacia Helios y los demás comandantes, transmitiendo su decisión con indiferencia:
-Me adelantaré…
Helios asintió, aunque sabía que nada podía frenar a Elior una vez que tomaba una decisión. Elior dirigió el Invictus hacia una de las torres más grandes y cargó su cañón con toda la energía que podía concentrar. El disparo resonó por las llanuras, y la torre colapsó en un estruendoso estallido de metal y chispas, revelando un gigantesco crater en el suelo.
Sin dudarlo, Elior lanzó al Invictus dentro del abismo. La chatarra metálica y los destellos erráticos de los robots destruidos se movían sin rumbo dentro de lo que ahora parecía ser una vasta instalación subterránea. Alarmas rojas parpadeaban por todas partes mientras una voz mecánica resonaba por todo el lugar:
—¡Intrusión hostil detectada! ¡Intrusión hostil detectada!
Elior no prestó atención a las advertencias. Con una sonrisa cruel, comenzó a destruir todo a su paso. Las máquinas se lanzaban en su contra, algunas de ellas cada vez más grandes y robustas, pero ninguna podía igualar la destreza y agilidad del Invictus. La espada tecnomágica del coloso cortaba a los autómatas como si estuvieran hechos de simple mantequilla, y los restos metálicos se amontonaban a sus pies.
A medida que avanzaba, sembrando el caos en el interior de la instalación, Elior murmuraba para sí mismo:
—Tiene que haber algo más. ¿Cuánto tengo que destruir para encontrarlo?-
La frustración crecía en su interior. Buscaba algo, una clave, un desafío digno de su poder, pero solo encontraba resistencia patética y sin alma. Sin embargo, cuanto más destruía, más violentas y desesperadas se volvían las máquinas en la superficie. La batalla arriba, a pesar de estar bajo control de la Legión, se tornaba cada vez más feroz.
Las máquinas, al parecer conscientes del caos que Elior estaba desatando en sus profundidades, atacaban con renovada furia, lanzándose contra las filas de los ángeles y serafines con una desesperación que no habían mostrado hasta ahora. Cada ataque parecía más coordinado, más decidido a frenar el avance celestial.
Elior continuaba su marcha destructiva, destrozando cualquier obstáculo en su camino, su mente ocupada con una única pregunta: ¿Dónde estaba el verdadero desafío?
Mientras tanto, arriba, Helios y los comandantes mantenían las posiciones, conscientes de que la situación estaba bajo control, pero también sabiendo que Elior no sería detenido por nada ni nadie hasta que encontrara lo que buscaba..
Elior, cada vez más inmerso en su creciente sed de destrucción y poder, avanzaba sin freno, sembrando el caos a su alrededor. Las paredes metálicas de la instalación crujían bajo el peso de las explosiones que resonaban en sus profundidades. Con cada ataque, el Invictus devastaba zonas críticas, desatando explosiones colosales que se encadenaban unas con otras, haciendo temblar la estructura entera.
Las alarmas resonaban sin cesar:
—¡Peligro! ¡Peligro! ¡Peligro!
La instalación, incapaz de contener la furia de Elior, comenzó a colapsar en una sucesión de estallidos masivos. Las luces rojas parpadeaban erráticamente mientras la temperatura aumentaba. El metal se derretía, y el ambiente se volvía un infierno de fuego y chispas. La destrucción era absoluta.
Finalmente, más allá de donde se desarrollaba la batalla, una gigantesca explosión cataclísmica sacudió el campo de batalla. El rugido de la explosión cubrió todo el horizonte, transformando el paisaje de las llanuras en un mar de llamas y escombros. Los restos de las máquinas, que habían luchado con tanta tenacidad, cayeron al suelo como meros trozos de chatarra, desprovistos de vida, inertes.
La escena quedó en silencio, roto sólo por los crujidos de los metales derretidos y las llamas extinguiéndose poco a poco. Desde el corazón de la explosión, Elior emergió, flotando en los cielos cubierto por el resplandor de la destrucción que había causado. Su coloso, Invictus, brillaba bajo la luz de las llamas como un dios omnipotente, sin ningún daño aparente.
Desde lo alto, Elior contempló el caos que había dejado a su paso, pero su expresión no era de satisfacción, sino de aburrimiento. La decepción era palpable en su rostro mientras murmuraba para sí mismo:
—Nada. Solo fue una pérdida de tiempo…-
Insatisfecho con lo que había encontrado, o mejor dicho, con lo que no había encontrado, Elior transmitió una orden fría y autoritaria a toda la Legión:
—Volvamos. Este lugar no merece más de nuestro tiempo. Que quien desee explorar esta chatarra, lo haga. Yo tengo mejores planos que conquistar.
La Legión, atónita ante la magnitud del poder desatado por su líder, obedeció rápidamente. Se reorganizaron con precisión militar, impresionados por la destrucción que Elior había causado con tanta facilidad. Helios, aunque sorprendido por la violencia del combate, no dijo nada. Sabía que Elior no aceptaría ninguna crítica ni comentario. En el fondo, entendía que su comandante buscaba algo mucho más grande que una simple batalla.
El ejército imperial cruzó de nuevo el portal, dejando atrás las ruinas del mundo metálico. La luz que emanaba del Invictus lideraba a la Legión de vuelta, como una estrella guiando a sus seguidores hacia nuevos destinos.
Mientras avanzaban hacia el siguiente portal, Elior solo tenía una cosa en mente: el siguiente mundo, el volcánico, plagado de ríos de lava y poderosos elementales. Quizás allí, por fin, encontraría un desafío digno de su ambición.
Las llanuras metálicas ahora quedaban en el pasado, olvidadas por Elior, quien se preparaba para la siguiente fase de su conquista. Las tierras volcánicas prometían ser el próximo escenario de la implacable expansión del Imperio Celestial bajo el mando de Zakarius bajo la identidad de Elior, el imparable.
Historia Paralela: Helios y la Sombra de Elior
Mientras la Legión Imperial marchaba de vuelta por el portal, Helios observaba en silencio desde su coloso. A lo largo de toda la batalla en las llanuras metálicas, había sido testigo de la abrumadora destrucción que Elior había desatado con total desprecio por los enemigos. Las explosiones en cadena, las alarmas, las torres levantándose y cayendo: todo había sido una exhibición de poder que no parecía tener fin.
Pero algo en todo eso no lo convencía del todo. Helios había entrenado toda su vida para ser un guerrero, un estratega, y entendía bien la importancia del control y la precisión en combate. Sin embargo, lo que había presenciado no era ni una cosa ni la otra. Elior no había actuado con estrategia, sino con una furia desenfrenada que desbordaba el propósito de la batalla.
A medida que el Invictus ascendía por encima de la devastación y Elior daba la orden de regresar, Helios se dio cuenta de algo que lo perturbaba: su comandante no había luchado por ganar, sino por saciar una necesidad profunda y oscura. Elior no quería conquistar; él quería destruir.
Dentro del coloso de Helios, los controles responden al tacto firme de sus manos, pero su mente estaba en otra parte. Recordó sus primeros días cuando habia conocido a Elior, quien siempre había sido un querubín brillante, casi inalcanzable. Y, sin embargo, hoy lo que había visto en esa cabina tecnomágica no era al Elior que conocía. Era algo más… algo que incluso le generaba miedo.
Mientras la Legión avanzaba en dirección al siguiente portal, Helios miró al Invictus, liderando al frente con su imponente presencia dorada. Un torrente de pensamientos lo invadió. ¿Podía ser Elior alguien más de lo que mostraba? Sabía que los querubines crecían lentamente, pero Elior había cambiado demasiado en tan poco tiempo. Su poder había crecido de manera exponencial, como si algo más estuviera dentro de él.
Helios también había notado cómo Elior evitaba por completo a su padre, Auron. Ese silencio entre ellos era demasiado obvio para cualquiera que los observa de cerca. ¿Por qué Elior, que había sido tan brillante y prometedor, parecía cada vez más lejano y más cruel?
Al ver de cerca la destrucción causada, Helios no pudo evitar preguntarse si esto sería lo que les deparaba a los mundos que aún quedaban por conquistar. ¿Serían también consumidos por el fuego implacable de Elior, sin siquiera tener la oportunidad de defenderse?
-Me adelantaré-, había dicho Elior durante la batalla, como si el caos ya no le ofreciera ninguna satisfacción. Ese breve comentario lo había inquietado. Como el segundo al mando y alguien que siempre había aspirado a igualar a Elior, Helios sentía ahora una mezcla de admiración y profunda preocupación. No era el líder que había soñado ser. No era el héroe de las Repúblicas que había querido superar. Era algo distinto, algo más peligroso…
Con la Legión marchando hacia su próximo destino, Helios intentó calmar su mente. Tenía un trabajo que hacer. La batalla en el mundo volcánico sería otro desafío más. Pero en el fondo, no podía sacudirse el temor de que su comandante, Elior, estaba dirigiéndose hacia un destino mucho más oscuro y destructivo de lo que cualquier civilización podría manejar.
Mientras pensaba en esto, una pregunta surgió en su mente, persistente como una llama que no se apagaba:
-¿Hasta dónde llegará Elior antes de que el caos lo consuma por completo?-
Helios se mantuvo firme, pero la sombra de la duda no lo abandonaría fácilmente.
Historia Paralela: La Chatarrería Celestial
Más allá de las vastas llanuras que Elior había destruido en su reciente campaña, quedaba lo que los soldados de las Legiones Imperiales comenzaron a llamar la “Chatarrería Celestial”. Era un vasto y silencioso cementerio de máquinas antiguas, un desierto de metal ennegrecido donde las imponentes torres y robots que Elior había abatido yacían como escombros gigantescos. Sin embargo, lo que a los ojos del emperador parecía un montón de basura inútil, para otros era un tesoro oculto, lleno de riquezas incalculables.
Después de la retirada de la Legión, los rumores sobre los tesoros de la Chatarrería comenzaron a circular en Elinvictus y otras ciudades del Imperio. Mercaderes, aventureros y mecánicos tecnomágicos se apresuraron a cruzar el portal en busca de fortuna. La idea de que lo que Elior había despreciado pudiera contener artefactos valiosos y secretos perdidos atrajo a todos los tipos de personas: ingenieros buscando nuevas formas de energía, magos ansiosos por descubrir artefactos antiguos y hasta nobles de la corte imperial que soñaban con adquirir objetos únicos que decoran sus mansiones.
Una vez dentro de la Chatarrería, los buscadores encontraron mucho más de lo que esperaban. A pesar de los escombros y la devastación, el suelo estaba plagado de componentes tecnomágicos brillantes y cristales de poder aún funcionando. Fragmentos de las torres, grandes motores, cables imbuidos de magia antigua, y una cantidad infinita de reliquias tecnológicas estaban dispersos por todas partes. Algunos aventureros informaron haber encontrado incluso máquinas semi intactas que parecían haber sido diseñadas para misiones que iban más allá de la comprensión de los actuales habitantes de Eternal.
Uno de estos exploradores, un ángel llamado Kaeron, descubrió algo que cambiaría su destino. Al remover diversos restos roboticos, encontró una cápsula oculta bajo capas de metal. La cápsula, sellada con inscripciones en un lenguaje antiguo que solo unos pocos conocían, contenía una esfera brillante que emanaba energía. Kaeron, consciente de lo que había encontrado, decidió mantenerlo en secreto. Regresó a Elinvictus, donde vendió algunos artefactos menores para no levantar sospechas, pero se dedicó a investigar el verdadero propósito de la esfera.
Mientras tanto, más grupos de aventureros llegaron al lugar, construyendo pequeños asentamientos temporales en torno a los restos de las máquinas más grandes. La Chatarrería Celestial pronto se convirtió en una especie de ciudad improvisada, con puestos comerciales, talleres y hasta tabernas rudimentarias, donde se contaban historias sobre los descubrimientos más recientes. Los exploradores que no encontraron grandes riquezas regresaron a casa con las manos vacías, pero aquellos que persistieron empezaron a amasar fortunas.
Sin embargo, no todo era fácil. Algunos aventureros desaparecen en la inmensidad de la chatarrería, ya sea por accidentes entre los escombros o por activar sin querer antiguas trampas de seguridad aún operativas. En lo más profundo del sitio, más allá de lo que los primeros exploradores habían alcanzado, se decía que había zonas donde la tecnología se volvía más avanzada y peligrosa, como si fuera de otro mundo. Algunos hablaban de artefactos que podían transformar el tiempo o abrir portales a dimensiones desconocidas, pero estas eran solo leyendas entre los buscadores más desesperados.
A pesar de todo, la Chatarrería Celestial seguía siendo una fuente de curiosidad, riquezas y peligros, atrayendo a más personas cada día. Elior, aunque había despreciado el lugar, había dejado tras de sí un campo fértil para aquellos dispuestos a arriesgarse. Mientras él avanzaba hacia sus próximas conquistas, el Imperio seguía beneficiándose de las maravillas ocultas en este desierto de metal y magia.
Así, lo que en un principio fue visto como una simple chatarra abandonada se transformó en uno de los lugares más fascinantes y peligrosos del Imperio, lleno de riquezas y conocimientos perdidos que muchos buscaban, pero pocos lograban dominar.