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8 Las Artimañas de Zakarius

Las Repúblicas continuaban venerando a Elior como un héroe, un ejemplo de lo que se podía lograr incluso con las limitaciones de un querubín. Zakarius, aunque disfrutaba de su posición, sabía que su situación no era tan estable como parecía. Con Auron cada vez más preocupado por el cambio en su hijo, y con los altos mandos militares sospechando de su verdadera identidad, el futuro de Zakarius pendía de un hilo.

Mientras tanto, la guerra contra los nigromantes continuaba, y las Repúblicas comenzaban a depender más y más de los colosos tecnomágicos que Elior, o más bien Zakarius, había ayudado a diseñar. El campo de batalla lo llamaba de nuevo, pero ahora sabía que regresar significaba arriesgarlo todo, incluso su fachada como Elior.

Auron, por su parte, debía aceptar una realidad dolorosa: su hijo no era el mismo, y tal vez nunca volvería a serlo.

En la penumbra del estudio personal de Auron, las sombras de la noche caían suavemente sobre los muros adornados con intrincados diseños. La luz de las lámparas mágicas titilaba, proyectando un ambiente íntimo y cargado de emociones. Zakarius, aún bajo la apariencia de Elior, estaba sentado frente a su padre, con una expresión seria y resuelta en su rostro. La conversación que estaba a punto de iniciar sería una de las más difíciles que jamás habían tenido.

Auron, con los ojos llenos de una mezcla de preocupación y cansancio, observaba a su hijo en silencio. La presión que sentía en su pecho era abrumadora; había visto a su hijo transformarse en algo que nunca quiso, y aunque intentaba comprenderlo, una parte de él no podía aceptar esa realidad.

Zakarius fue el primero en romper el silencio.

—Padre, —comenzó en un tono más suave del que normalmente utilizaba—. Sé que te preocupa lo que he hecho, y entiendo que no es fácil aceptar en qué me he convertido, pero necesito que me escuches. Necesito que comprendas por qué tomé las decisiones que tomé.

Auron suspiró profundamente y asintió. —Siempre te he escuchado, hijo, pero... lo que has hecho... no es lo que esperaba de ti. No quiero perderte. Ya he perdido demasiado.

Zakarius asintió, sus ojos reflejando una complejidad de emociones que incluso él mismo no lograba desentrañar. Sabía que la historia que estaba a punto de contar debía estar lo más cerca posible de la verdad, pero también lo suficientemente manipulada para que su padre pudiera aceptarla.

—Todo empezó en la academia, —dijo, dejando que su voz se llenara de nostalgia y dolor—. Cuando los nigromantes atacaron, no estaba preparado para lo que vi. El terror, el caos... Me paralicé. Los vi asesinar a muchos de mis compañeros, y no pude hacer nada. Solo pude... huir.

La voz de Zakarius temblaba, y no todo era actuación. El recuerdo de su pasado como ángel y su caída le hacía eco en su mente, mezclándose con los fragmentos de las memorias de Elior. Había una verdad en su confesión, pero era una verdad envuelta en manipulación.

—Corrí con lágrimas en los ojos, con el corazón lleno de horror y vergüenza. —Continuó, y Auron, que había estado escuchando en silencio, comenzó a ver una sombra de dolor en los ojos de su hijo—. Me escondí como un cobarde mientras otros caían, y esa culpa me ha perseguido desde entonces. Pero, padre... algo cambió en mí ese día.

Auron se inclinó hacia adelante, con la mirada completamente fija en su hijo.

—Después de aquello, volví con un trauma, —admitió Zakarius, bajando la voz—. No dormía bien, tenía pesadillas, y no podía olvidar las caras de los que murieron. Pero en lugar de dejar que eso me destruyera, decidí que nunca más volvería a ser el niño asustado que corrió. Juré que encontraría el valor para enfrentar esos miedos, y lo hice. Me convertí en lo que soy ahora, no solo por mí, sino por las Repúblicas, por la gente que confía en nosotros.

Auron sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas al escuchar las palabras de su hijo. Elior había pasado por mucho más de lo que jamás imaginó, y mientras escuchaba cada palabra, su corazón se rompía por no haber estado allí para protegerlo, para ayudarlo en sus momentos de mayor necesidad.

—Hijo... —Auron no pudo contener las lágrimas que finalmente empezaron a deslizarse por su rostro—. Nunca quise que pasaras por todo eso. Nunca debiste haber sido parte de esa guerra. Te envié a la academia pensando que estarías a salvo, que aprenderías, no que te enfrentarías a los horrores de los nigromantes... Perdóname. Por favor, perdóname por no haber estado allí para ti.

Zakarius sintió una punzada en el pecho. Durante un momento, la pequeña chispa de Elior que aún quedaba dentro de él reaccionó ante el dolor genuino de su padre, recordándole que, aunque su misión había sido destruir a los celestiales desde dentro, había algo en la relación entre padre e hijo que no podía ignorar del todo. Por un instante, Zakarius sintió la necesidad de consolar a su padre.

—No tienes que pedirme perdón, —dijo, suavizando su tono—. Hiciste lo que creíste que era mejor para mí. Y ahora, gracias a ti, he encontrado el valor que antes no tenía.

Auron levantó la vista, buscando en los ojos de su hijo algo de la dulzura que había conocido en él antes. Pero lo que vio fue algo completamente diferente. Elior había crecido, y aunque seguía siendo su hijo, ahora era también alguien que había sido moldeado por la guerra y las circunstancias más allá de su control.

—Padre, —dijo Zakarius con determinación—, sé que aún me ves como un niño, y quizás para los estándares de los querubines lo sea. Pero mentalmente, he cambiado. He crecido. Ahora soy más fuerte, más sabio, y estoy listo para ser la figura que las Repúblicas necesitan. Ya no quiero ser solo otro prodigio tecnomágico. Quiero estar en el campo de batalla, quiero liderar. Las Repúblicas me necesitan ahí.

Auron negó con la cabeza, con el dolor profundamente marcado en su expresión. —No... No puedo dejarte volver al campo de batalla. Ya casi te perdí una vez. No quiero arriesgarte de nuevo.

Zakarius se acercó a su padre, colocando una mano en su hombro. Por primera vez, intentó mostrar algo de empatía real. —Padre, te lo suplico. Déjame demostrarte que soy capaz. Déjame seguir siendo la figura que las Repúblicas necesitan. Si no lo hago yo, ¿quién lo hará?

Auron lloraba abiertamente ahora, sus hombros sacudidos por sollozos. Finalmente, en un gesto desesperado, abrazó a su hijo, el joven querubín que había sido forzado a crecer demasiado rápido.

—Te amo, hijo. No quiero que te pase nada... Pero si esto es lo que realmente deseas... —Su voz se quebró—, entonces lo aceptaré. Pero por favor, prométeme que serás cuidadoso. No quiero perderte.

Zakarius, sintiendo la victoria en la conversación, lo abrazó de vuelta, sabiendo que había logrado lo que se había propuesto. Había ganado el permiso de su padre para regresar a la guerra, para continuar con sus planes, y aunque una pequeña parte de él, la parte que aún resonaba con los recuerdos de Elior, se sentía culpable, Zakarius suprimió esos sentimientos.

—Lo prometo, padre, —respondió con una voz que contenía una mezcla de sinceridad y engaño—. Seré cuidadoso. Volveré con más gloria aún.

Auron asintió entre lágrimas, sin saber que detrás de esa promesa había una mente mucho más oscura y antigua que la de su amado hijo querubín.

El destino de Zakarius estaba sellado, y las Repúblicas Oligarcas Celestiales no sabían lo que se avecinaba en su futuro.

El regreso de Zakarius, bajo la apariencia de Elior, al campo de batalla sacudió los cimientos de la República. Los medios de comunicación no tardaron en desatar una ola de opiniones divididas. Un querubín, un ser conocido por su inocencia y fragilidad, ahora se adentraba en el oscuro y sangriento mundo de la guerra. Para muchos, era impensable, algo grotesco que jamás debería haberse permitido. Pero, al mismo tiempo, su éxito pasado y la imagen del prodigio que había roto todas las expectativas alimentaban una narrativa distinta: la del héroe más joven y brillante que el mundo había visto.

Los titulares y debates en las plazas públicas se multiplicaban. ¿Estaba bien enviar a un niño, aunque fuera un genio tecnomágico, a luchar en una guerra que consumía incluso a los guerreros más veteranos? La ética de la guerra, especialmente en torno a la participación de querubines, se convirtió en un tema candente. Pero, para muchos otros, Zakarius no era un querubín cualquiera. Era una excepción. Un caso especial que, a ojos del público, había demostrado tener el temple necesario para sobrevivir y brillar en el campo de batalla.

Mientras tanto, los líderes militares y oficiales sabían que la situación era mucho más compleja. Elior se había convertido en una figura clave en la guerra, tanto simbólica como estratégicamente. Sin embargo, el riesgo de su muerte era un escenario que nadie se atrevía a imaginar. La furia de su padre, Auron, y las repercusiones políticas y sociales que seguirían, podrían hundir a la República en una crisis interna. No podían darse el lujo de perderlo.

Por esta razón, cuando Zakarius volvió al frente, no lo hizo solo. Se le asignó un grupo selecto de los mejores pilotos de colosos, ángeles experimentados, conocidos por su destreza y su lealtad absoluta. Estos pilotos formaron su guardia personal, protegiendo a Elior en cada incursión y asegurándose de que nunca estuviera en una posición de peligro extremo. Además, se desplegó un ejército considerable a su alrededor, una fuerza abrumadora destinada a garantizar que cualquier amenaza a su vida fuera neutralizada antes de que pudiera materializarse.

Zakarius, a pesar de la intensa protección, sabía que estos oficiales no lo acompañaban por lealtad a él, sino por miedo a las consecuencias de su posible caída. Para él, cada piloto, cada soldado, era solo un obstáculo en su búsqueda por cumplir su destino. Pero Zakarius también entendía la importancia de aparentar. Para los ojos de la República y de su padre, aún era Elior, el niño prodigio.

En el campo de batalla, sus hazañas continuaron cautivando a sus aliados. Su habilidad para pilotar los colosos, combinada con el poder purificador que su cuerpo querubín aún retenía, lo convirtió en un símbolo de esperanza. Los nigromantes, que una vez se habían sentido imparables, ahora comenzaban a retroceder ante la abrumadora presencia de los colosos y la energía luminosa que Elior irradiaba. A pesar de la corrupción del miasma, el joven querubín parecía caminar intacto por los campos de la muerte, purificando su entorno y destruyendo a sus enemigos.

Los rumores en las filas del ejército comenzaron a tomar una nueva forma. Elior, o como muchos ya lo llamaban, Zakarius el Imparable, no solo era un héroe; algunos lo veían como una especie de salvador místico, una figura que podría inclinar el equilibrio de la guerra de una vez por todas. Otros, sin embargo, empezaban a cuestionar las circunstancias. ¿Cómo podía un querubín, un ser tan joven, no solo sobrevivir, sino prosperar en un entorno que incluso los ángeles más experimentados temían?

Pero los altos mandos militares, aunque conscientes de la presión y el escrutinio, decidieron mantenerse en silencio. Mientras Zakarius siguiera ganando victorias y demostrando su valía en el campo de batalla, preferían mirar hacia otro lado. El precio del éxito era más alto que las dudas morales que pudieran surgir. Después de todo, la guerra contra los nigromantes era una lucha desesperada, y cada victoria, sin importar cómo se lograra, acercaba un poco más la posibilidad de la paz.

Zakarius, por su parte, seguía moviendo sus piezas en el tablero con maestría. Sus victorias no solo fortalecían su posición militar, sino que también consolidaban su reputación entre las filas celestiales. Poco a poco, se iba asegurando el control de su destino, un paso más cerca de cumplir sus oscuros objetivos.

Pero la guerra no había terminado, y aunque Zakarius comenzaba a saborear la gloria y el poder, sabía que aún quedaban enemigos, tanto dentro como fuera de la República. La verdadera batalla estaba lejos de haber concluido, y los secretos que aún guardaba podrían, en última instancia, decidir el destino de todo lo que conocía.

Zakarius, bajo la máscara de Elior, se encontraba en una sala imponente, rodeado de las figuras más importantes del ejército. La reunión militar trataba sobre el progreso de la guerra contra los nigromantes. La atmósfera era solemne, pero el ambiente vibraba con un sentimiento de victoria. Las sucesivas victorias en el campo de batalla, encabezadas por el joven Elior, habían debilitado profundamente las líneas de los nigromantes. Entre las miradas de los generales y comandantes, había una mezcla de reverencia e incredulidad. Muchos no podían creer que un querubín tan joven, con el aspecto de un niño, fuera el responsable de estos triunfos.

Los estrategas discutían cómo las tropas enemigas estaban retrocediendo, incapaces de resistir el poder de los colosos y la presencia purificadora de Elior el Imparable. Se mencionaba que las tierras antes infestadas por el miasma ahora comenzaban a despejarse gracias a sus esfuerzos, y que los soldados habían empezado a recuperar la esperanza. Para muchos, esto ya no era solo una guerra por la supervivencia; se estaba convirtiendo en una cruzada heroica, una que pasaría a los anales de la historia. Elior, el querubín que había superado todas las expectativas, se estaba convirtiendo en una leyenda viva.

Mientras los altos mandos exponían sus planes futuros, el nombre de Elior resonaba una y otra vez. Algunos de los oficiales más ambiciosos intentaban acercarse, buscando crear lazos con el joven prodigio. Sabían que si este niño continuaba su ascenso, su influencia sería enorme. Formar una alianza con él ahora podía significar grandes beneficios en el futuro. Se escuchaban palabras de elogio, intentos de invitarlo a futuras reuniones y fiestas de la élite militar, todo con la esperanza de ganarse su favor.

Zakarius, sin embargo, veía más allá de las adulaciones. Sabía que estas figuras de poder solo lo querían como un peón en sus juegos de intriga y ambición. No estaba dispuesto a dejarse manipular por ellos. En lugar de mostrarse como un héroe majestuoso y calculador, optó por mostrar su faceta más infantil y rebelde. "No me interesa", decía con desdén cuando los generales intentaban halagarlo. Se comportaba como si solo le importara su propio bienestar, alejándose deliberadamente de las intrigas y juegos de poder.

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Adoptar este comportamiento le ofrecía varias ventajas. No solo mantenía a raya a aquellos que intentaban aprovecharse de su creciente fama, sino que también reforzaba su disfraz de querubín despreocupado y egocéntrico. A ojos de los oficiales, Elior seguía siendo un niño, quizás algo caprichoso por la gloria, pero aún un genio rebelde que necesitaba ser manejado con cuidado. Nadie podía imaginar que, detrás de esa fachada, se encontraba el oscuro y calculador Zakarius, urdiendo sus propios planes.

Sin embargo, mientras su fama crecía, Zakarius también experimentaba un gran júbilo interno. La fama, el reconocimiento, las miradas de admiración y respeto, todo esto alimentaba su orgullo y confianza. Aunque intentaba mantener las apariencias, no podía evitar sentir que estaba a punto de lograr algo grande, algo que lo elevaría por encima de todos, celestiales y nigromantes por igual.

A medida que la reunión continuaba, Zakarius escuchaba en silencio los informes sobre las futuras campañas. Sabía que la guerra no había terminado, pero ahora era el centro de toda estrategia. Se había convertido en la pieza clave, y aunque los oficiales creyeran que lo estaban manejando, la realidad era otra: Zakarius los estaba utilizando a todos para su propio beneficio.

Con una mezcla de orgullo y desprecio, Zakarius decidió que su próximo paso sería aún más decisivo. La guerra seguía, y si algo había aprendido de su tiempo en el campo de batalla era que la fama y el poder eran efímeros. Para mantener su posición y seguir avanzando hacia sus verdaderos objetivos, debía consolidar su control, tanto dentro del ejército como en las Repúblicas Oligarcas Celestiales.

Mientras los militares discutían cómo aprovechar sus victorias recientes para lanzar una ofensiva final contra los nigromantes, Zakarius ya planeaba sus próximos movimientos. Sabía que la verdadera batalla no estaba en el campo, sino en las mentes de aquellos que lo rodeaban. Pronto, pensó, seré más que solo un héroe. Seré algo mucho más grande.

Sin embargo, también entendía que el peligro estaba siempre presente. La presión de los medios, el escrutinio constante de los militares y la creciente atención pública hacia Elior eran factores que necesitaba manejar con sumo cuidado. Un solo error podría derrumbar todo lo que había construido. Pero, hasta ahora, Zakarius había demostrado ser más astuto que cualquiera a su alrededor. Y mientras su reputación seguía creciendo, su confianza en el control total de su destino también lo hacía.

La guerra aún no había terminado, y Zakarius sabía que lo mejor estaba por venir.

En las semanas siguientes, Elior se volvió más temerario en cada incursión. Su obsesión por derrotar a los nigromantes y acabar con la guerra crecía con una intensidad insaciable. Al mando de uno de los colosos tecno-mágicos, entraba en las batallas sin vacilar, exponiéndose a riesgos innecesarios. Mientras otros pilotos mantenían estrategias defensivas o se retiraban ante la amenaza de las criaturas más poderosas de los nigromantes, Elior avanzaba implacable, como si la posibilidad de su propia muerte fuera un pensamiento ajeno a su mente.

Cada vez más, sus misiones eran un baño de sangre. Su guardia personal, formada por algunos de los mejores pilotos ángeles, luchaba desesperadamente por protegerlo. Se sacrificaban sin dudarlo, cubriéndolo con sus propias vidas, mientras él penetraba cada vez más profundo en las líneas enemigas. A pesar de que lograba victorias impactantes, las bajas alrededor de él empezaban a acumularse. Se corría el rumor entre las tropas de que ser parte del escuadrón de Elior el Imparable era prácticamente una sentencia de muerte.

Los murmullos se propagaban como un incendio. Algunos comenzaban a preguntarse si la guerra no había quebrado al joven héroe. "¿Qué ha sido de Elior?" se preguntaban los soldados en las barracas. "Era un prodigio, pero ahora… parece un niño sin alma, un carnicero". En los altos mandos, la preocupación iba en aumento. Se decía que la "presión inhumana" que recae sobre un querubín tan joven había destrozado su espíritu. Donde antes se le veía como un héroe de moral intachable, ahora se le consideraba un líder sin escrúpulos, un ser cínico y frío, cuya única meta era la destrucción total del enemigo, sin importar el costo en vidas.

Varios oficiales, profundamente inquietos por lo que estaban viendo, comenzaron a proponer que Elior necesitaba ayuda psicológica. Su comportamiento errático, la falta de emociones y el desprecio por las vidas de sus compañeros eran señales claras de que el niño prodigio había sido aplastado por el peso de la guerra. Se formaron comités para discutir posibles intervenciones y programas de rehabilitación. Las voces que pedían ayuda para Elior crecían, alimentadas por el miedo a perder a su héroe y por el horror de lo que se estaba convirtiendo.

Pero Zakarius, bajo la piel de Elior, ignoraba por completo estos intentos. Los veía como estorbos, simples obstáculos en su verdadero objetivo. Cada vez que alguien mencionaba la posibilidad de tratamiento psicológico, Zakarius los despachaba con desdén. "No tengo tiempo para esas tonterías", respondía con frialdad, manteniendo su fachada de arrogancia y control. El verdadero Elior había desaparecido hacía mucho, y aunque algunos intentaban salvar lo que creían que quedaba del joven querubín, no sabían que Zakarius habitaba en su lugar, impulsado por su propia ambición.

En cada reunión, se hablaba con más insistencia de las consecuencias emocionales y mentales de la guerra sobre Elior. Pero Zakarius era astuto. Sabía cuándo mostrarse como el querubín prodigio, cuando exponer un atisbo de la personalidad encantadora que todos recordaban. Manipulaba a quienes lo rodeaban, aprovechándose de la fe ciega que aún tenían en él como héroe. Así, aunque algunos generales y médicos insistieron en acercarse, ninguno logró penetrar la barrera que él había construido.

La fama de Elior el Carnicero crecía en paralelo a sus victorias. A medida que la guerra continuaba, el querubín que una vez fue visto como la encarnación de la esperanza celestial se convertía en una figura temida. Los enemigos lo odiaban, y hasta algunos de sus propios aliados empezaban a temerlo. Los sacrificios en su nombre, las bajas masivas de aquellos que se ponían bajo su mando, y su obsesión destructiva pintaban un retrato inquietante.

Sin embargo, las bajas importaban poco a Zakarius. Cada victoria era un paso más hacia su verdadero objetivo. Con cada batalla, las fuerzas de los nigromantes se debilitaban, y su posición como líder bélico se fortalecía. Pero su verdadero plan aún no había alcanzado su clímax. Sabía que su momento llegaría pronto. Mientras tanto, cada intento de intervenir en su comportamiento o cuestionar sus métodos solo reforzaba su determinación.

Para Zakarius, la guerra no era solo un campo de batalla físico, sino también uno mental y emocional. Con cada sacrificio, sentía que estaba más cerca de moldear el mundo a su voluntad.

Tras innumerables batallas sangrientas y sacrificios indescriptibles, Elior el Imparable, el héroe más joven y brillante de las Repúblicas Oligarcas Celestiales, finalmente alcanzó su momento de gloria definitiva. En una ofensiva decisiva, liderando a sus colosos tecno-mágicos y su ejército celestial, Elior llegó hasta el mismo portal que los nigromantes habían utilizado para invadir el plano celestial. La batalla fue feroz. Criaturas oscuras y deformes emergían del portal, abrumando a las tropas celestiales. Pero, con una frialdad aterradora y una precisión letal, Elior se abrió paso a través de las filas enemigas, ignorando el miedo y la desesperación que envolvía a sus camaradas.

El sacrificio de sus soldados fue masivo. Muchos dieron sus vidas para asegurar que Elior pudiera llegar al portal. Sin embargo, para él, esto era simplemente otro obstáculo más. Con la misma determinación que lo había caracterizado en las batallas anteriores, Elior utilizó el poder de los colosos, junto con su dominio sobre las energías celestiales, para expulsar las fuerzas nigrománticas y sellar el portal de una vez por todas.

La victoria fue rotunda. Las Repúblicas Oligarcas y el mundo celestial se salvaron de una destrucción inminente, y Eliorfue elevado a la categoría de leyenda viva. Se le otorgaron todos los honores posibles: medallas, títulos, monumentos, y se escribieron canciones sobre sus hazañas. Era, sin duda, el héroe más grande que el mundo celestial jamás había conocido.

Pero, a medida que las celebraciones continuaban, aquellos cercanos a él comenzaron a notar el profundo deterioro en su salud mental. Ya no era el niño prodigio lleno de energía y curiosidad. Lo que quedaba en Elior, o más bien en Zakarius habitando su cuerpo, era una figura agresiva, fría y distante, completamente obsesionada con su gloria. Cada vez que alguien intentaba acercarse a él, buscando comprender su dolor o el trauma de la guerra, Zakarius los rechazaba de inmediato. "Yo salvé este mundo," decía con orgullo desmesurado. "No me hablen de traumas, sino de victorias. Soy una leyenda viviente".

Los líderes militares, conscientes del peligro que representaba seguir manteniendo a Elior en las líneas de combate, decidieron que era mejor enviarlo de regreso con su padre, Auron. Pensaban que estar en un ambiente más controlado, alejado del frente, podría ayudarlo a recuperar parte de su Celestialidad. Pero cuando Auron lo vio regresar, no encontró al hijo que había despedido. Elior, el querubín amable y brillante que una vez fue, había desaparecido por completo.

Auron lo recibió con los brazos abiertos, pero Elior apenas le devolvió la mirada. "Padre, no necesito que me trates como a un niño", dijo con desdén. Su tono era frío, su mirada dura. Las palabras de Auron, cargadas de preocupación y amor paternal, parecían rebotar en un muro invisible. Elior no era el mismo. La guerra lo había convertido en una máquina implacable, un ser tan alejado de sus raíces que Auron apenas podía reconocerlo.

La depresión de Auron creció, incapaz de aceptar lo que había ocurrido con su hijo. Se sentía impotente, destrozado por dentro. Había prometido proteger a Elior, y aunque había salvado su vida, había perdido su esencia. La guerra se lo había llevado de una manera que nunca había imaginado. Los medios de comunicación celestiales hicieron alarde de la situación, transmitiendo la gloriosa vuelta del héroe, mientras ignoraban por completo el dolor subyacente que envolvía a la familia de Auron.

En las calles, Elior era visto como el héroe que había salvado al mundo celestial. Las estatuas y monumentos en su honor se levantaban, y las canciones sobre sus hazañas resonaban por todas partes. Sin embargo, la gente no era ciega a la realidad. Sabían que Elior era aún un querubín, un niño prodigio que había sido arrojado a la guerra demasiado pronto. Algunos comenzaron a preguntarse si mandar a un niño a la guerra había sido lo correcto. Había algo inquietante en la imagen de Elior, un querubín que parecía más un ángel en el cuerpo de un niño. Aunque admirado, también era visto con preocupación.

Zakarius, por su parte, no se preocupaba por las críticas o los cuestionamientos morales. Su único interés era el reconocimiento, el poder, y la satisfacción de haber derrotado a sus antiguos enemigos. "El mundo celestial me debe todo," refutaba cuando alguien intentaba hablar de los sacrificios que había requerido su victoria. "Si no fuera por mí, estaríamos todos muertos". Su ego crecía cada día, mientras su empatía y celestialidad se desvanecían.

Con el tiempo, incluso aquellos que lo adoraban como un héroe comenzaron a preocuparse por la fragilidad de su estado mental. La fachada del gran salvador ocultaba un corazón roto y un alma consumida por la guerra. Para Auron, la lucha por recuperar a su hijo sería la batalla más difícil de todas, una batalla que, como temía, podría no ganar nunca.

Mientras tanto, Zakarius, oculto en el cuerpo de Elior, seguía planificando. Las sombras del pasado no lo dejarían descansar hasta que el mundo celestial estuviera completamente bajo su control. Y ahora, como el héroe más joven y venerado, tenía el poder y la influencia para llevar a cabo sus verdaderos objetivos.

El regreso de Elior a las Repúblicas Oligarcas tras su victoria épica había sido el evento más comentado en todo el mundo celestial. Monumentos en su honor, elogios interminables en las noticias y canciones que narraban sus hazañas resonaban en cada rincón del reino. Pero Auron, con el corazón cargado de preocupación, no veía en su hijo al héroe del que todos hablaban. Lo que veía era un niño perdido, alejado de su verdadera naturaleza, consumido por la guerra y el poder.

Con el peso de la culpa en sus hombros, Auron tomó una decisión que sabía que traería conflicto: utilizaría su potestad de padre para obligar a Elior a regresar a la academia. Creía que allí, en el ambiente que lo había formado, podría recobrar algo de su antigua inocencia y dirección. Sin embargo, Elior no estaba de acuerdo. Para él, la academia representaba un pasado lejano, un lugar donde ya no pertenecía. Su mente solo estaba enfocada en seguir perfeccionando su habilidad en combate, refinándose en duelos con otros pilotos veteranos, buscando siempre un nuevo desafío, un nuevo oponente.

Los duelos de colosos se habían convertido en su nueva obsesión. Los veteranos de la guerra, muchos de ellos ángeles de gran renombre, aceptaban con una mezcla de reverencia y resignación enfrentarse al joven querubín que había salvado a los celestiales. A pesar de su corta edad, Elior había demostrado ser más que un prodigio; era un piloto imparable, y su destreza en los duelos solo aumentaba su leyenda. Sin embargo, los veteranos manejaban estas batallas con un peso moral sobre ellos. Sabían que enfrentarse a Elior era más que un simple duelo. Era una confrontación con el niño-héroe, un niño que había visto más muerte y destrucción que la mayoría de ellos.

Auron, desesperado por reconectar con su hijo, tomó una medida más drástica. Decidió que alejar a Elior de su querido coloso de guerra, el Invictus, podría ayudar a romper el vínculo destructivo que se había formado entre ellos. Para Auron, el coloso no era más que una máquina que lo mantenía anclado a la violencia y la guerra, cuando debería estar enfocándose en una vida normal, alejada del campo de batalla.

Pero para Elior, el Invictus era mucho más que una máquina. Se había convertido en una extensión de sí mismo, en un compañero de batalla, una parte vital de su identidad. Cuando su padre intentó separarlo de su coloso, Elior reaccionó con furia. "¡El Invictus es parte de mí! Separarme de él sería la cosa más horrible que podrías hacerme", gritó, sus ojos encendidos de rabia y desesperación. "Después de todo lo que he hecho, después de todo lo que he sacrificado, ¡tú no puedes hacerme esto!"

El tono agudo en la voz de Elior hizo que Auron vacilara. Las palabras de su hijo estaban cargadas de una verdad emocional que no podía ignorar. El Invictus era más que un arma; era su conexión con todo lo que había experimentado en el campo de batalla. Alejarlo de él sería como amputarle una parte de su alma, una herida que Auron sabía que no podría sanar. Con un suspiro pesado, y lágrimas contenidas en sus ojos, Auron cedió. "Está bien," dijo en voz baja. "Pero esto no puede continuar así. Debes volver a la academia, aunque sea con el Invictus a tu lado".

Con esa concesión, Elior aceptó regresar a la academia, pero su mente ya no era la de un estudiante. Su regreso fue visto como una rareza, una leyenda viviente entre las aulas donde antes había sido solo un alumno más. Pero en lugar de reencontrarse con sus compañeros o dedicarse a los estudios, Elior buscaba formas de seguir enfrentándose a los veteranos, usando las instalaciones de la academia para afinar aún más sus habilidades en combate. Su espíritu competitivo y su creciente orgullo solo lo impulsaban a mejorar, ignorando las preocupaciones de su padre.

El regreso de Elior a la academia no trajo la paz que Auron había esperado. En cambio, fue recibido como el héroe que muchos admiraban, pero que también infundía miedo en aquellos que comprendían el verdadero costo de sus victorias. Las reverencias y las miradas incrédulas de los instructores y alumnos lo seguían a cada paso, mientras Elior se mostraba más frío y distante que nunca. En su mente, solo había un objetivo: continuar superándose, con el Invictus siempre a su lado, como la única constante en su vida.

A medida que pasaban los días, Auron veía cómo su hijo se alejaba más y más de la vida que había planeado para él. Los elogios y la fama que rodeaban a Elior lo convertían en una figura cada vez más inalcanzable, más cercana a una deidad bélica que a un querubín. Auron sabía que ya no podría protegerlo como antes, y eso lo destrozaba por dentro. Había dejado de ser un padre para convertirse en un espectador, viendo cómo su hijo se consumía en el brillo y el fuego de su propia leyenda.

Pero en el fondo, Zakarius, escondido tras el nombre de Elior, sonreía. Cada vez estaba más cerca de sus verdaderos objetivos, y con el Invictus a su lado, nada ni nadie podría detenerlo.