Los días en las Repúblicas Oligarcas se transformaron en una vorágine de actividad. Zakarius, ahora bajo la identidad de Elior, se vio envuelto en el desarrollo de los primeros prototipos de los Colosos Teconomágicos. Los laboratorios rebosaban de ingenieros, científicos y magos, todos trabajando con dedicación bajo su liderazgo. Sin embargo, mientras más tiempo pasaba rodeado de esquemas y matrices tecnomágicas, una extraña emoción comenzó a crecer en su interior.
Al principio, Zakarius lo interpretó como simple excitación por el poder que estos mechs le darían. Pero con el tiempo, la sensación fue más profunda, más visceral. Cada línea de código mágico que estudiaba, cada runa inscrita en los planos, lo atraía con una intensidad que le resultaba inesperada. Era como si algo en su interior le impulsara a no solo supervisar el proyecto, sino a comprenderlo en su totalidad.
Durante una de sus largas noches de estudio, Zakarius se encontró reflexionando sobre su nueva vida. Sabía que había borrado los recuerdos de Elior cuando tomó control de su cuerpo, pero aún quedaba algo de él, un residuo, un eco lejano. A medida que devoraba libros sobre magia avanzada y tecnología celestial, se dio cuenta de que algunos de esos deseos no eran completamente suyos. Elior, aunque ausente, había dejado su huella en el cuerpo que Zakarius habitaba. Y uno de esos anhelos era la búsqueda incesante del conocimiento.
—Así que aún sigues aquí, ¿eh? —murmuró Zakarius para sí, sintiendo la dualidad de su existencia.
Elior había sido un genio en potencia, un joven prodigio que, antes de su viaje a la academia, ya estaba destinado a hacer grandes cosas. Ese deseo de entender, de descubrir, de innovar, aún estaba presente. Y aunque Zakarius seguía siendo un ser dominado por la ambición y la oscuridad, no pudo evitar aprovecharse de esa chispa intelectual que había heredado.
Se entregó al estudio con una voracidad que sorprendió incluso a los más experimentados eruditos de las Repúblicas. Nadie esperaba que Elior regresara tan cambiado, tan enfocado. Pero para Zakarius, cada fórmula y cada diseño que comprendía lo acercaba más a la culminación de su plan. Convertirse en erudito no era solo una estrategia; era una necesidad.
A medida que el proyecto avanzaba, Zakarius se convirtió en una figura clave. Ya no era solo un intermediario o un líder carismático; ahora dominaba los aspectos técnicos y mágicos de los Colosos. Incluso los magos e ingenieros veteranos comenzaron a consultarlo, sorprendidos por la rapidez con la que "Elior" absorbía conocimientos. Las dudas iniciales que algunos tenían sobre su repentina brillantez se disiparon, y pronto, la opinión general era que Elior estaba destinado a hacer historia.
Pero para Auron, la transformación era tanto un alivio como una fuente de inquietud. Ver a su hijo sumergido en los estudios, mostrando de nuevo el brillo de su antigua genialidad, le llenaba de orgullo. Sin embargo, algo seguía incomodándolo. Elior, aunque más brillante que nunca, también era más frío, más calculador. Había una distancia emocional en su mirada que Auron no podía ignorar.
—Es increíble lo que has logrado en tan poco tiempo, Elior —dijo Auron una noche, mientras compartían una cena privada—. Los ingenieros me han dicho que los primeros prototipos estarán listos en unas semanas. Eres más grande de lo que nunca imaginé.
Zakarius, que rara vez compartía estas cenas familiares, asintió ligeramente mientras cortaba un trozo de carne.
—Gracias, padre —respondió, con una calma que le resultaba incómoda incluso a él mismo—. Solo hago lo que es necesario.
Esa frase resonó en la mente de Auron. Hacía lo que era necesario. ¿Pero por qué? ¿Qué motivaba a su hijo ahora? Aunque era evidente que Elior había recuperado su impulso por el conocimiento, algo en sus palabras carecía de la pasión pura e inocente que solía caracterizarlo. Este Elior era un erudito brillante, sí, pero también un extraño en muchos aspectos.
El trabajo en los Colosos Teconomágicos avanzó con rapidez. Los primeros prototipos comenzaron a ensamblarse en secreto en las vastas fábricas de las Repúblicas. Eran gigantes de metal y energía, infundidos con magia celestial capaz de canalizar poderosas habilidades ofensivas y defensivas. Los magos encargados del proyecto se maravillaban con las posibilidades: estos mechs no solo serían máquinas de guerra, sino también conductos para la energía mágica que podría cambiar el curso de la guerra contra los nigromantes.
Zakarius supervisaba cada detalle. Se aseguraba de que las runas estuvieran perfectamente alineadas, que los cristales de poder fueran purificados correctamente, y que las armas estuvieran optimizadas para el combate en el campo de batalla. Su hambre por el conocimiento se había vuelto insaciable. Y mientras más aprendía, más control sentía sobre el futuro.
Auron, aunque profundamente involucrado en sus propios asuntos gubernamentales, seguía de cerca el progreso de su hijo. Aunque su preocupación por los cambios en Elior persistía, no podía negar los resultados que veía ante sus ojos. Los Colosos Teconomágicos eran una realidad, y su hijo estaba en el centro de todo.
Una tarde, Auron decidió visitar los laboratorios donde se construían los primeros prototipos. Ver a Elior interactuando con los científicos y magos le llenó de una mezcla de orgullo y tristeza. Su hijo, el genio que había criado, había regresado de alguna manera, pero con una frialdad y una calculadora precisión que le recordaba más a un comandante de guerra que a un joven prodigio.
—Elior —dijo, mientras lo observaba analizar unos diagramas—, he notado lo mucho que has cambiado. No solo eres brillante, pero... parece que algo más te impulsa.
Zakarius levantó la mirada de los planos. Por un momento, la máscara casi se le resbaló. Había en las palabras de Auron un eco de preocupación que casi lo hacía sentir algo parecido a la culpa. Pero rápidamente recuperó su compostura.
—Solo estoy haciendo lo que debo, padre. El futuro de las Repúblicas depende de estos mechs.
Auron asintió lentamente, aunque en su interior no pudo evitar preguntarse si su hijo había perdido algo en su proceso de transformación. ¿Era realmente Elior el que había regresado de ese viaje? O, más bien, ¿qué parte de él había quedado atrás?
Zakarius, por su parte, seguía adelante. Sabía que cada día que pasaba se acercaba más a la culminación de su plan.Pero a medida que estudiaba más y más sobre los Colosos y su tecnología, no pudo evitar sentir una satisfacción más profunda. El poder era su objetivo final, pero ahora también estaba descubriendo algo más: un verdadero disfrute en el conocimiento y el control sobre su propio destino.
Los restos de Elior aún influían en él, pero Zakarius no lo veía como un obstáculo. Al contrario, los aprovechaba para seguir ascendiendo, sin que nadie sospechara sus verdaderas intenciones.
Los primeros Colosos estaban a punto de activarse, y con ellos, el siguiente paso en la guerra estaba por comenzar.
El proyecto de los Colosos Teconomágicos avanzaba a un ritmo asombroso. Los primeros prototipos, imponentes máquinas infundidas con poder mágico, estaban listos para ser presentados. Cada Coloso era una obra maestra de la fusión entre tecnología avanzada y magia celestial, diseñado para proporcionar una ventaja decisiva en la guerra contra los nigromantes. Auron, emocionado por los avances y el resurgimiento del genio de su hijo, decidió dar el siguiente paso: presentar los Colosos al consejo militar de las Repúblicas.
Auron contactó con Kael, el oligarca responsable del aspecto militar. Era una figura crucial en las Repúblicas, encargado de mantener la defensa de un país que, a pesar de su pequeño tamaño, se había ganado un lugar en el mundo a través de su tecnología y su neutralidad. Kael, intrigado por la promesa de estos Colosos, aceptó de inmediato la idea de una exhibición de pruebas, para evaluar su efectividad en combate y discutir los costos.
—Con estos Colosos, podemos cambiar el curso de la guerra —dijo Auron, mientras se preparaba para la reunión—. Además, si podemos entrenar a nuestros propios ángeles y serafines en el manejo de estas máquinas, podríamos revolucionar el combate celestial.
Los Serafines, brillantes pero frágiles, rara vez participaban en la guerra directa. Eran los estrategas, los inventores, las mentes que guiaban a las Repúblicas desde las sombras. Sin embargo, Auron sabía que con el poder de los Colosos, incluso ellos podrían desempeñar un papel en el campo de batalla, protegidos por las poderosas armaduras y sistemas mágicos de estas máquinas.
La exhibición fue organizada con rapidez. Kael, Auron y un grupo de altos oficiales del ejército se reunieron en un vasto campo de pruebas fuera de las ciudades principales de las Repúblicas. Allí, los Colosos Teconomágicos se alzaban en toda su gloria, como imponentes titanes esperando a ser despertados. Zakarius, aún bajo la apariencia de Elior, supervisaba la operación con precisión.
Auron, orgulloso del éxito de su hijo, no podía prever lo que ocurriría a continuación.
—Este será solo otro logro más para ti, Elior —dijo Auron, colocándole una mano en el hombro—. Pero recuerda, esto es solo el comienzo. No necesitas demostrar más. Tu lugar está aquí, liderando desde las Repúblicas.
Pero Zakarius tenía otros planes.
Dentro de él, el antiguo ángel guerrero que había sido, anhelaba algo más que el simple reconocimiento intelectual. Había pasado siglos en las sombras, planeando su venganza, y ahora, con los Colosos bajo su control, veía una oportunidad más allá de cualquier otra. No quería solo observar desde lejos, como los serafines. Quería estar en el campo de batalla, aplastando a sus enemigos con sus propias manos, utilizando la tecnología que había ayudado a crear.
El día de la exhibición, los Colosos demostraron su poder de manera espectacular. Las pruebas fueron un éxito rotundo: los mechs se movían con una agilidad y fuerza impresionantes, y sus armas mágicas devastaban los objetivos con precisión. Los oficiales militares, incluyendo a Kael, quedaron impresionados por el potencial de las máquinas.
Auron, complacido con los resultados, se volvió hacia su hijo.
—Elior, lo has hecho de nuevo. Las Repúblicas te deben mucho —dijo, convencido de que este sería solo un proyecto más que consolidaría la reputación de su hijo.
Pero antes de que Auron pudiera seguir hablando, Zakarius dio un paso adelante, mirando a los oficiales y a su padre con una intensidad que no había mostrado hasta ese momento.
—Esto no es solo un proyecto más —dijo, su voz firme—. Este es el futuro de la guerra, y yo quiero estar en el frente.
Auron lo miró, sorprendido y perturbado por esas palabras.
—Elior, ¿de qué estás hablando? Tú no eres un soldado. Nunca has sido entrenado para el combate. Esto no es algo que debas... —comenzó Auron, pero Zakarius lo interrumpió.
Unauthorized content usage: if you discover this narrative on Amazon, report the violation.
—Padre, he estudiado estas máquinas más que nadie. Yo soy quien mejor las comprende, y sé cómo llevarlas a su máximo potencial. No soy un niño, y no me quedaré detrás de las líneas mientras otros luchan con algo que yo creé. Quiero aplastar a los nigromantes con mis propias manos.
Las palabras de Zakarius resonaron en el campo de pruebas, dejando a todos en silencio. Auron, atónito, no podía creer lo que estaba oyendo. Para él, Elior siempre había sido un ser brillante pero distante de los horrores de la guerra. Este deseo de combatir, de estar en primera línea, era completamente ajeno a la personalidad de su hijo.
Auron intentó contener su rabia y miedo.
—Nunca permitiré que vayas a la guerra, Elior, jamás —dijo, con una mezcla de autoridad y desesperación—. No perderé a mi hijo en el campo de batalla. Tú eres más que un guerrero. Tienes un futuro brillante aquí, en las Repúblicas. No te arriesgarás de esa manera.
Pero Zakarius lo miró con frialdad, sin ningún rastro de la calidez que Auron había conocido en Elior.
—Padre, ya no soy el niño que crees que soy. La guerra es el único lugar donde puedo cumplir mi destino.
La tensión entre ambos se hizo palpable. Auron, desesperado por proteger a su hijo, se vio atrapado en una batalla emocional que no sabía cómo ganar. Sabía que algo en su hijo había cambiado de manera irremediable, pero no podía aceptar que el brillante y talentoso joven que había criado ahora ansiara la guerra.
Sin embargo, Kael, el oligarca militar, observaba con interés. Para él, Elior representaba un arma poderosa. Si estaba dispuesto a liderar las fuerzas armadas con los Colosos, sería una ventaja inmensa para las Repúblicas. Pero Auron no estaba dispuesto a permitir que eso ocurriera.
Los días siguientes, Auron se debatió entre su responsabilidad como líder de las Repúblicas y su deseo de proteger a su hijo. Sabía que no podía detener el avance del proyecto de los Colosos, pero estaba decidido a impedir que Elior se convirtiera en un soldado en el campo de batalla.
Zakarius, por su parte, no pensaba ceder. Ya había esperado demasiado tiempo para su venganza, y no iba a dejar que Auron se interpusiera en su camino. Mientras las pruebas de los Colosos continuaban y los planes para la guerra avanzaban, Zakarius empezaba a preparar su propio camino hacia el frente, buscando la manera de escapar del control de su padre y cumplir con su destino de aplastar a sus enemigos.
Auron, por su parte, se enfrentaba a la realidad de que el hijo que había conocido ya no existía. En su lugar, un nuevo Elior, más frío y decidido, estaba dispuesto a ir a la guerra, sin importar lo que eso significara para su futuro y para el corazón de su padre.
El ambiente en la sala se había vuelto denso, cargado de una tensión que parecía insostenible. Auron, habitualmente firme y seguro, estaba ahora visiblemente afectado. Sentía cómo su hijo, Elior, se alejaba cada vez más, tomado por una ambición que no entendía ni podía aceptar.
—Elior, por favor —dijo Auron, con una voz cargada de desesperación—. Te daré lo que quieras, cualquier cosa. Si es poder, si es influencia... te lo daré todo. Pero no vayas a la guerra. Eres mi único hijo, y no podría soportar perderte como ya perdí a tu madre.
Zakarius, bajo la fachada de Elior, sintió una chispa de conflicto interior. Aunque intentaba mantenerse firme en su decisión, la pequeña porción de Elior que aún permanecía en lo profundo de su ser se agitaba. Esa voz le susurraba que Auron no merecía ese dolor, que de alguna manera debía consolar a su padre. Zakarius, desconcertado por esa sensación, intentó mitigar la situación.
—Padre... —dijo, buscando palabras que lo tranquilizaran—. Quizás... quizás no tengo que ir al frente directamente. Podría crear una unidad especial, un grupo de guardias personales que me protejan. Estaré en el campo de batalla, pero bajo una estricta protección. No me arriesgaría innecesariamente.
Pero Auron no quiso escuchar ninguna de esas soluciones. Las propuestas de su hijo solo intensificaban su desesperación.
—¡No lo entiendes! No hay seguridad en la guerra, Elior. Ni siquiera un ejército personal podría protegerte de los horrores que enfrentarías. La guerra consume todo lo que toca, incluso las almas más puras. ¡Y tú... tú no deberías exponerte a eso!
Zakarius, forzado por los restos de la conciencia de Elior, intentó ofrecer más alternativas.
—¿Qué tal si coordino las operaciones desde una base segura, detrás de las líneas? Podría dirigir a los Colosos sin estar en el frente, sin exponerme directamente.
Pero Auron no quiso dar ninguna oportunidad a estas ideas. Para él, cualquier conexión de Elior con la guerra era un riesgo demasiado grande. No podía perder lo que le quedaba de su familia.
Desesperado por encontrar una solución, Auron recurrió a Kael, el oligarca encargado de los asuntos militares y un hombre a quien su hijo admiraba profundamente.
—Kael —dijo Auron, con la voz rota—. Tienes que hacerle ver razón a mi hijo. Tú sabes lo que es el campo de batalla. Él te respeta, quizás más que a mí. Si alguien puede hacerle entender los peligros de la guerra, eres tú.
Kael, conocido por su inteligencia táctica y su visión clara de los conflictos, asintió, entendiendo la gravedad de la situación. Se reunió con Elior, o mejor dicho, con Zakarius. En el pasado, Kael había sido una figura de autoridad y respeto para el joven Elior, y Auron confiaba en que esa admiración aún pudiera influir en su hijo.
—Elior —empezó Kael, en un tono severo pero calmado—, sé que estás emocionado por todo lo que has logrado con los Colosos. Es un gran avance, uno que cambiará el curso de la guerra. Pero... debes entender algo.
Zakarius escuchaba en silencio, su mirada fija en Kael.
—La guerra no es solo gloria y victorias —continuó Kael—. Es caos, muerte y destrucción. No hay forma de prever lo que ocurrirá en el campo de batalla. Puedes tener el mejor plan, las máquinas más avanzadas, pero el enemigo siempre encontrará una forma de desestabilizarte. He visto caer a los mejores soldados, incluso a aquellos que parecían invulnerables. Tú no eres diferente, Elior.
Zakarius sabía que Kael tenía razón. Como antiguo ángel, había presenciado la devastación de la guerra. Pero esta vez, sentía que la victoria estaba a su alcance, que con los Colosos podría cambiar el destino de los celestiales y, al mismo tiempo, recuperar su antigua gloria.
Sin embargo, la voz de Elior seguía haciéndose más fuerte en su interior, luchando contra los impulsos destructivos de Zakarius. Durante un instante, se encontró sintiendo la preocupación de su padre, el miedo que invadía su corazón.
—Kael —dijo Zakarius, visiblemente afectado—. Quiero hacer algo grande. No quiero ser solo un espectador. He pasado tanto tiempo detrás de los libros, los planos, las ideas... pero siento que mi destino está en algo más que eso.
Kael lo observó por un momento, dándose cuenta de que, a pesar de la frialdad que Elior mostraba ahora, algo en él había cambiado.
—Elior, te diré algo que pocos saben —dijo Kael, cambiando su tono a uno más personal—. Tu padre es uno de los hombres más valientes que he conocido. No solo por sus decisiones como líder, sino por algo mucho más profundo. Años atrás, cuando perdió a tu madre, juró que te protegería de todo mal. Incluso con las Repúblicas en medio de crisis, su prioridad siempre fuiste tú. Y lo sigue siendo.
Zakarius, perturbado por las palabras de Kael, trató de ignorarlas, pero sintió cómo la pequeña parte de Elior lo obligaba a tomar conciencia de ello.
—Lo que te pido —continuó Kael— es que pienses en tu padre. No se trata solo de la guerra o del poder que puedas obtener. Se trata de él, de lo que significas para él. No le arrebates lo único que le queda.
Zakarius se levantó, caminando hacia una ventana desde donde podía ver las vastas tierras de las Repúblicas Oligarcas Celestiales. Un conflicto interno lo desgarraba. Elior aún residía en su subconsciente, recordándole su responsabilidad, pero el antiguo Zakarius seguía ansioso por el poder y la venganza.
Auron, mirando a su hijo desde la distancia, solo veía al joven que una vez fue. Rogaba en silencio por que Elior regresara, que el hijo que amaba dejara de estar cegado por la guerra y volviera a ser el brillante y alegre querubín que había sido.
Zakarius, sintiendo la presión de ambos mundos, sabía que estaba en un punto de no retorno. Tenía que tomar una decisión.
—Padre... —comenzó Zakarius, mirando a Auron con una mezcla de resentimiento y compasión—. No prometo que nunca iré a la guerra. Pero... intentaré pensar en lo que me has dicho. Quizás haya otras formas de cumplir con mi destino.
Auron asintió, aliviado, aunque su preocupación no desapareció por completo. Sabía que su hijo aún estaba dividido entre la luz y la oscuridad, y solo el tiempo diría cuál de esas dos fuerzas prevalecería.
Zakarius miraba su reflejo en el espejo, ajustando su nuevo uniforme militar. La insignia de los pilotos de colosos tecnomágicos brillaba en su pecho, un símbolo de poder que siempre había anhelado. Pero lo que más le importaba no era el uniforme, sino lo que representaba: una oportunidad para regresar a la guerra y reclamar su antigua gloria. Sin embargo, sabía que no podía hacerlo como Elior, el hijo del influyente oligarca Auron. Tenía que adoptar una identidad nueva, una máscara bajo la cual ocultarse.
Usando su habilidad para manipular mentes y su control sobre varios de los instructores militares, Zakarius sobornó y controló a las personas clave para asegurarse un puesto en la tripulación que pilotaría los colosos en el frente de batalla contra los nigromantes. Había urdido una historia perfecta, tomando un nombre falso y forjando un pasado militar impecable. Los instructores, encantados con su falsa brillantez y obediencia, nunca sospecharon que detrás de la fachada se escondía alguien que manipulaba sus pensamientos.
El plan estaba en marcha. Zakarius había conseguido lo que quería: un puesto en uno de los colosos que se dirigían hacia el frente. Mientras los colosos marchaban con firmeza, impulsados por una combinación de tecnología avanzada y magia celestial, Zakarius sabía que la verdadera prueba estaba por venir.
Cuando el ejército de los colosos llegó al frente, se enfrentaron a una escena que parecía salida de las peores pesadillas: las hordas de criaturas no muertas, deformes y grotescas, que los nigromantes habían convocado. Pero los colosos, esas enormes bestias de metal y magia, demostraron su poder aplastante. Sus poderosos cañones y espadas mágicas despedazaban a las criaturas con facilidad, y los nigromantes no parecían preparados para enfrentarse a una tecnología tan avanzada.
Sin embargo, no todo fue sencillo. A medida que los colosos avanzaban, se dieron cuenta de que el miasma nigromántico, una niebla tóxica que envolvía el territorio enemigo, era una barrera infranqueable. Los colosos, con toda su potencia, se volvieron vulnerables al quedar atrapados en esa atmósfera corrupta. Los motores tecnomágicos empezaron a fallar, y algunos de los pilotos no resistieron el envenenamiento.
Pero Zakarius, en el cuerpo de Elior, tenía una ventaja única. Su cuerpo purificaba el miasma a su alrededor, lo que le permitió avanzar sin problema mientras los demás colosos luchaban por mantener su funcionalidad. Purificaba el aire con cada paso que daba, y esto no pasó desapercibido por los demás soldados. En las sucesivas batallas, Zakarius se destacó como el mejor piloto de colosos, con una mezcla de habilidad táctica y la ventaja natural que le proporcionaba el cuerpo de Elior.
Aunque evitaba el contacto cercano con los demás, su leyenda empezó a crecer. Los rumores corrían entre las tropas: un piloto que parecía invulnerable al miasma, un héroe silencioso que se enfrentaba a las hordas nigrománticas y salía victorioso cada vez. Incluso sin mostrarse abiertamente, la admiración por Zakarius, bajo su identidad falsa, crecía con cada día.
Mientras tanto, en las Repúblicas Oligarcas Celestiales, Auron seguía convencido de que su hijo estaba disfrutando de unas vacaciones prolongadas, bajo la protección de su fiel subordinado Darían. Confiaba en que, lejos del campo de batalla, Elior encontraría paz y propósito, y no se vería envuelto en la locura de la guerra.
Pero su confianza se derrumbó cuando, durante una visita personal para ver a su hijo, Auron descubrió que Darían había sido detenido por órdenes directas de Elior, o más bien, de Zakarius. Confundido y preocupado, Auron enfrentó a Darían, quien le confesó la verdad a regañadientes.
—Elior me ha superado, señor —dijo Darían, con tono amargo—. Dice que usted no lo entiende. Que tiene un destino que cumplir. Y que una vez que regrese cubierto de gloria del campo de batalla, usted lo comprenderá.
Auron no podía creer lo que estaba oyendo. Su hijo, el joven brillante y lleno de promesas, había escapado a la guerra sin su consentimiento. Se sintió traicionado, no solo por Elior, sino por sí mismo. Había fallado en proteger a su hijo, en mantenerlo lejos del peligro.
Desesperado, Auron intentó buscar una solución, pero todo parecía escaparse de su control. Las Repúblicas estaban envueltas en la guerra, y su hijo, a quien amaba más que a su propia vida, estaba ahora en el frente, luchando contra un enemigo que no podía controlar.
Mientras tanto, Zakarius, inmerso en su papel como el mejor piloto de colosos, no podía evitar sentirse satisfecho. Había vuelto a la guerra, había ganado reconocimiento y respeto, y su plan avanzaba sin interrupciones. La gloria estaba al alcance de su mano.
Pero algo lo inquietaba. A pesar de todos sus logros, había una pequeña parte de Elior que aún lo atormentaba. La pequeña chispa de inocencia y bondad que quedaba dentro de él no le permitía disfrutar plenamente de sus victorias. Incluso cuando Darían había sido detenido y alejado de su camino, esa voz interior seguía recordándole que Elior no era un simple peón, sino un joven lleno de sueños que aún intentaba resistirse a la corrupción de Zakarius.
Ahora, Zakarius tenía que lidiar no solo con los desafíos del campo de batalla, sino también con la creciente presión de mantener su fachada mientras su legado como héroe continuaba creciendo. Sabía que no podía retroceder, pero al mismo tiempo, el peso de su mentira y de la voz de Elior comenzaban a hacer mella en su control.
Y mientras tanto, en las Repúblicas, Auron se preparaba para lo inevitable: tendría que enfrentarse a su hijo, descubrir la verdad y, de alguna manera, salvarlo antes de que la guerra lo consumiera por completo.