En las Repúblicas, los medios seguían colmando a Elior de elogios. Era el niño prodigio que había salvado al mundo celestial de una guerra interminable. Se le presentaban como el futuro, el héroe que forjaría una nueva era de gloria para su nación. Sin embargo, solo Auron y unos pocos sabían la verdad: que el precio de esa victoria había sido mucho más alto de lo que cualquiera estaba dispuesto a admitir.
Mientras el eco de los vítores resonaba en las calles, Auron permanecía en silencio, su corazón quebrado por la transformación de su hijo y la certeza de que la gloria de Elior había costado demasiado.
Elior ya no encontraba ninguna utilidad en las visitas a su padre. Auron, antes una figura central en su vida, ahora parecía un ancla que lo retenía en el pasado. Cada intento de su padre por acercarse, por entender los cambios en su hijo, era recibido con frialdad e indiferencia. El niño prodigio que había salvado a las Repúblicas, ahora un héroe legendario, ya no tenía lugar en su vida para las preocupaciones de un padre sobreprotector.
Con el paso del tiempo, las visitas se volvieron inexistentes. Elior ya no se molestaba siquiera en responder a los mensajes de su padre, ocupando su mente y su tiempo en la planificación de su expansión junto a Kael. El oligarca militar, aunque aún admiraba a Auron, había comenzado a aceptar que el vínculo entre padre e hijo estaba roto. Intentó durante meses mediar entre ellos, buscando restablecer algún tipo de entendimiento. Sin embargo, cada intento fracasó, y Elior dejó claro que su camino era uno de grandeza, no de reconciliación.
Kael, al final, se rindió. El tiempo y los esfuerzos que había invertido en unir a padre e hijo resultaron ser una distracción de los verdaderos planes. Si las Repúblicas iban a prosperar y convertirse en la potencia celestial que merecían ser, Elior debía mantenerse enfocado. Kael, siempre con un ojo en la política y otro en la estrategia militar, empezó a alinear sus objetivos con los de Elior. Había otra nación en la mira, una que había permanecido neutral durante la guerra nigromántica. Su falta de participación, mientras los demás luchaban y morían, les había ganado el desprecio de sus vecinos.
Esa nación, conocida por su fortaleza comercial y su habilidad diplomática para mantenerse al margen de los conflictos, ahora parecía vulnerable. No solo se habían mantenido alejados de la guerra santa, sino que se beneficiaron de la devastación de las naciones vecinas. Elior, enfocado en su propia visión expansionista, veía en ellos el próximo objetivo perfecto. No solo por sus riquezas, sino por su falta de aliados que los defendieran.
Kael y Elior se reunieron en varias ocasiones, trazando cuidadosamente el plan para justificar la invasión ante la opinión pública. Sabían que las Repúblicas aún mantenían una imagen de justicia y honor, y cualquier expansión debía ser vista como una acción necesaria para la estabilidad y el crecimiento de la región. El resentimiento hacia esa nación mercantil, que había observado la guerra desde la distancia, era palpable en muchas otras partes del mundo celestial.
La narrativa estaba clara: esta nación no contribuyó en la guerra y ahora se beneficiaba de la paz. Era el momento de hacerles pagar por su egoísmo.
Mientras tanto, Elior, cada vez más confiado en sus habilidades, veía esta próxima conquista como un paso hacia el dominio absoluto. La presión política aumentaba, y aunque algunos dentro de las Repúblicas se resistían a la idea de una expansión militar, Elior y Kael sabían que la maquinaria ya estaba en marcha.
Los planes estaban trazados, las alianzas dentro de las Repúblicas reforzadas, y Elior, ahora completamente separado emocionalmente de su pasado, se preparaba para desatar la siguiente fase de su ambición.
El plan de Elior y Kael para justificar la guerra contra el Imperio Comercial Celestial se basaba en una narrativa cuidadosamente construida. Necesitaban un casus belli —una razón aceptable para movilizar a las Repúblicas y justificar la invasión a los ojos del mundo celestial.
El Imperio Comercial Celestial había prosperado mientras otras naciones derramaban sangre en la guerra contra los nigromantes. Mientras las Repúblicas y la Sacrosanta Iglesia Celestial luchaban por la supervivencia de todos, el Imperio Comercial, con su vasta red de comercio y diplomacia, había observado desde la distancia, manteniéndose próspero e intacto. Esa postura neutral, una vez respetada, ahora era vista con recelo y desprecio. La idea de que el Imperio había "traicionado" al resto del mundo celestial al no contribuir en la guerra empezaba a calar profundamente en la opinión pública.
Kael aprovechó esta creciente animosidad, sembrando la idea de que el Imperio Comercial no solo había evadido su responsabilidad, sino que había sacado provecho del sufrimiento ajeno. Sus redes comerciales se extendieron más profundamente durante los años de la guerra, abasteciendo a ambos lados del conflicto y acumulando riquezas mientras otros combatían. Era fácil posicionarlos como un enemigo común, alguien que había aprovechado la situación y que, en consecuencia, merecía un castigo.
La campaña mediática se desató: "El Imperio Comercial, el verdadero traidor del mundo celestial", rezaban los titulares. Los ciudadanos de las Repúblicas, que antes miraban con orgullo el triunfo sobre los nigromantes, comenzaron a ver en el Imperio Comercial un símbolo de todo lo que estaba mal con el mundo celestial. ¿Por qué aquellos que no habían luchado debían disfrutar de las mismas recompensas de la paz?
Elior, con su creciente fama y prestigio, fue la figura perfecta para encabezar esta causa. En discursos cuidadosamente escritos, habló del sacrificio de sus compañeros y de las injusticias de una paz que no había sido ganada por todos. La idea de que aquellos que habían evitado la guerra ahora debían pagar por su indiferencia resonaba con fuerza en las masas. Se presentó como un acto de justicia celestial: el Imperio debía ser responsabilizado, y las Repúblicas, como salvadoras del mundo, tenían el deber de liderar esta rectificación.
Con el casus belli firmemente establecido, la maquinaria de guerra de las Repúblicas se puso en marcha. Los colosos, ahora más avanzados y letales que nunca, fueron desplegados a la frontera del Imperio Comercial. Elior, quien había estado ansioso por volver al campo de batalla, estaba al frente de esta operación. Aunque todavía era un querubín en apariencia, su influencia y poder eclipsaban incluso a los más altos comandantes militares.
El Imperio Comercial, aunque poderoso en riqueza y comercio, no estaba preparado para una guerra total. Durante siglos, había apostado por la diplomacia y los acuerdos comerciales para evitar conflictos, pero ahora se enfrentaba a una fuerza militar implacable. Sus ciudades comerciales y rutas principales pronto se convirtieron en el objetivo de los colosos de Elior, quienes empezaron a avanzar con una rapidez devastadora.
Kael, quien había sido el arquitecto detrás de la estrategia política, coordinaba desde las sombras, asegurándose de que todo saliera según lo planeado. Aunque respetaba el poder del Imperio Comercial, sabía que, sin un ejército significativo, su resistencia sería breve. Sin embargo, también sabía que debían ser cuidadosos: un avance demasiado brutal podría levantar sospechas entre las otras naciones celestiales.
Así que la guerra se presentaba como una "liberación" de las ciudades comerciales y una restauración del "orden celestial". El Imperio Comercial había sido descrito como corrupto, indiferente y egoísta, y ahora era el momento de poner fin a su avaricia.
Mientras tanto, Auron, distante de su hijo y atrapado en su propia desesperación, observaba con horror cómo Elior se hundía cada vez más en una espiral de conquista y ambición. Aunque había tratado de proteger a su hijo de los horrores de la guerra, ahora veía que Elior no solo la había abrazado, sino que se había convertido en el rostro de una nueva era de agresión. Sin embargo, su influencia sobre él se había desvanecido completamente, y cualquier intento de acercarse ahora sería inútil.
La guerra contra el Imperio Comercial apenas había comenzado, pero ya se perfilaba como un conflicto que cambiaría para siempre el equilibrio de poder en el mundo celestial.
La guerra entre las Repúblicas y el Imperio Comercial había alcanzado un punto de inflexión. Lo que en un principio parecía una victoria rápida y decisiva para Elior y sus colosos, pronto se complicó cuando el Imperio reveló sus cartas de triunfo. Mientras Elior avanzaba con una brutalidad implacable, devastando las ciudades mercantiles, el Imperio Comercial comenzó a desplegar un armamento sorprendentemente avanzado.
Durante la guerra contra los nigromantes, el Imperio había invertido vastas cantidades de Solaris —la moneda que dominaba el mercado celestial— en adquirir tecnología y armas de todo tipo. A pesar de haber evitado la guerra directamente, habían estado comprando versiones antiguas de los colosos de las Repúblicas en secreto, utilizando rutas comerciales poco vigiladas y acuerdos ocultos con facciones dentro de las Repúblicas. La riqueza del Imperio, acumulada durante años de neutralidad, les permitió traer a expertos ángeles y serafines veteranos de la guerra, contratados como instructores para entrenar a sus propias tropas.
Elior, confiado en la debilidad militar del Imperio, nunca se esperó encontrar versiones antiguas de sus propias creaciones en el campo de batalla. Aunque los modelos eran anticuados comparados con las versiones más recientes, los colosos del Imperio Comercial presentaban una amenaza formidable en manos de los veteranos que los pilotaban.
El primer encuentro entre los colosos de Elior y los del Imperio fue impactante. Durante una emboscada en las cercanías de una ciudad comercial clave, las fuerzas del Imperio desplegaron docenas de colosos con tecnología que Elior reconoció al instante. A pesar de ser versiones anteriores, el Imperio había adaptado los diseños para resistir mejor las condiciones del combate urbano y las trampas del terreno comercial. Los ángeles veteranos, con años de experiencia, manejaban las máquinas con una destreza que ningún piloto novato podría igualar.
Sin embargo, el talento natural de Elior, combinado con su brutalidad y su conocimiento de los colosos más avanzados, le permitió seguir superando a sus enemigos. Una tras otra, las batallas terminaban con victorias sangrientas para las Repúblicas, a pesar de las bajas significativas entre las fuerzas de Elior. Los colosos del Imperio, aunque efectivos, no podían competir con la ferocidad y la precisión que Elior desplegaba en cada enfrentamiento.
Elior se ganó rápidamente una reputación aún mayor entre sus tropas y sus enemigos. En el campo de batalla, se le veía como un carnicero imparable, una fuerza de la naturaleza que no podía ser detenida. Los rumores sobre su frialdad y la falta de emoción al ver morir a sus aliados y enemigos se extendían rápidamente. Sus propios soldados, aunque le reverenciaban, empezaban a temerlo en igual medida.
A medida que la guerra avanzaba, las bajas entre las fuerzas de Elior se acumulaban, especialmente entre su guardia personal, que a menudo se sacrificaba para protegerlo. Sin embargo, su nombre seguía siendo sinónimo de victoria. Cada batalla que ganaba debilitaba aún más al Imperio Comercial, y aunque habían revelado su armamento avanzado, no podían igualar la fuerza despiadada del héroe querubín.
Kael, desde su posición como estratega, observaba con satisfacción el avance de Elior. Sin embargo, también veía las grietas que comenzaban a formarse. El Imperio Comercial estaba resistiendo más de lo esperado, y aunque Elior seguía triunfando, las pérdidas eran mayores de lo que había previsto. Kael comprendió que, si bien Elior era una figura crucial en la guerra, también se estaba volviendo cada vez más inestable.
La brutalidad de Elior, su desprecio por las bajas y su creciente deseo de destrucción total empezaban a preocupar a ciertos líderes dentro de las Repúblicas. Aunque no lo decían en voz alta, algunos altos mandos militares comenzaban a preguntarse si Elior se estaba convirtiendo en una amenaza tanto para el enemigo como para sus propios aliados.
Auron, aunque completamente apartado de su hijo, observaba desde la distancia con horror cómo Elior se transformaba en algo que ya no podía reconocer. Cada victoria era celebrada como un triunfo, pero Auron sabía que detrás de cada una había una creciente oscuridad en el corazón de su hijo. Intentó acercarse una vez más, intentando que Elior regresara a casa, pero su petición fue ignorada por completo. Elior ya no veía a su padre como una figura importante en su vida; lo consideraba una molestia, algo que debía dejar atrás para centrarse en sus propios planes de conquista.
El conflicto con el Imperio Comercial estaba lejos de terminar, pero una cosa quedaba clara: Elior, el héroe prodigio, se estaba hundiendo cada vez más en una espiral de poder y destrucción. Y aunque sus victorias lo consolidaban como el mayor héroe de las Repúblicas, aquellos que lo conocían mejor empezaban a temer por lo que vendría después.
A pesar de la creciente espiral de destrucción en la que Elior se sumía, el fervor en torno a su figura no disminuía. El joven héroe, implacable en el campo de batalla y aparentemente invencible, había llevado a las Repúblicas más allá de cualquier expectativa. Nadie podía negar que, gracias a él, el pequeño y neutral país había ascendido a una posición dominante en el mundo celestial, superando a las grandes potencias que una vez lo despreciaron.
Aunque Elior era cada vez más temido por su brutalidad, su reputación seguía intacta entre los líderes militares y civiles de las Repúblicas. Su lealtad a la nación no se ponía en duda; había demostrado en innumerables ocasiones que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por las Repúblicas, aunque eso significara sacrificar a sus propios aliados o destruir naciones enteras.
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Mientras la guerra contra el Imperio Comercial continuaba, los ciudadanos y altos mandos veían en él no solo un héroe, sino un símbolo viviente de la grandeza de las Repúblicas. Los medios glorificaban cada una de sus victorias, convirtiendo sus batallas en leyendas que inspiraban a la siguiente generación de celestiales. "Elior el Imparable" se había convertido en más que un nombre, era una declaración de poder, de que las Repúblicas ya no serían ignoradas.
Algunos sectores comenzaban a debatir si todo el sacrificio valía la pena, especialmente cuando recordaban que Elior, a pesar de todo, seguía siendo un niño querubín. En secreto, algunos líderes se preguntaban si habían hecho bien en enviar a un genio a la guerra, si convertirlo en una máquina de destrucción era el precio adecuado por la grandeza. Sin embargo, estas dudas nunca salían a la luz. El éxito era demasiado grande, el poder demasiado tentador.
La sociedad de las Repúblicas había llegado a una conclusión colectiva: fue la guerra, y específicamente el haber puesto las esperanzas y la responsabilidad en las manos de un niño genio, lo que llevó a la nación a su apogeo. Aclamaron a Elior no solo como un héroe, sino como el arquitecto de su futuro. Para ellos, su ascenso justificaba cualquier método, cualquier sacrificio. "Elior nos hizo grandes", se escuchaba en las calles, en los foros, y en las conversaciones privadas de los más poderosos.
Kael, aunque más pragmático y consciente de los peligros que la situación presentaba, no podía evitar admirar lo que habían logrado. Con Elior, las Repúblicas no solo habían sobrevivido a los horrores de la guerra nigromántica y los juegos de poder del Imperio Comercial, sino que habían ascendido al estatus de potencia mundial. Kael se dio cuenta de que, aunque Elior era impredecible y peligroso, era también la clave para mantener la supremacía de las Repúblicas.
Sin embargo, la figura de Elior empezó a pesar más en la conciencia de Kael. A veces, en las largas reuniones militares, lo veía no como el imparable héroe que el mundo conocía, sino como un niño perdido, forjado en la guerra y consumido por la responsabilidad de mantener el dominio que había conseguido para su nación. Kael sabía que Elior había cambiado, pero también entendía que la grandeza de las Repúblicas dependía de mantener ese cambio, de seguir utilizando la furia de Elior como un arma contra sus enemigos.
Con el Imperio Comercial debilitado y cada vez más cerca de rendirse, las Repúblicas alcanzaron una posición inigualable. Los viejos vecinos que una vez abusaron de ellas ahora veían en Elior una amenaza que no podían ignorar. Y aunque algunos de esos vecinos temían que el pequeño héroe querubín se convirtiera en un tirano, la mayoría de los ciudadanos de las Repúblicas lo adoraban. Para ellos, Elior era la personificación del sueño de una nación pequeña que había logrado lo imposible.
Incluso Auron, al ver a su hijo tan cambiado, tan distante, empezó a aceptar que la versión de Elior que una vez conoció ya no existía. Aunque le dolía en lo más profundo, comenzó a resignarse al hecho de que Elior, el niño que alguna vez protegió, ahora era el hombre que llevaba el destino de las Repúblicas en sus hombros. Auron, aunque no lo expresaba, entendía que el heroísmo de su hijo había salvado a las Repúblicas, pero también había destruido algo esencial en él.
El tiempo avanzaba, y con cada batalla ganada, Elior consolidaba más su poder e influencia. Las Repúblicas ya no eran una nación pequeña y temerosa; ahora, gracias a la brutalidad y determinación de Elior, se habían convertido en una potencia mundial que nadie podía ignorar. Y aunque algunos comenzaron a preguntarse si su país estaba preparado para vivir con las consecuencias de haber creado a un héroe tan destructivo, la mayoría estaba dispuesta a pagar cualquier precio por la grandeza.
Zakarius, dentro del cuerpo de Elior, había logrado todo lo que se había propuesto. Las Repúblicas estaban al borde de una expansión histórica, y el mundo celestial veía a Elior como el héroe más grande que había existido. Sin embargo, la mente del joven querubín no fue hecha para soportar tal presión y brutalidad por tanto tiempo. Las batallas interminables, las muertes de sus camaradas y la carga de ser el salvador de su nación finalmente empezaron a hacer mella en él.
Elior, o lo que quedaba de él, comenzó a experimentar un desgaste mental profundo. En su intento de seguir adelante, su mente juvenil empezó a fragmentarse. Los constantes éxitos en el campo de batalla no lograban saciar la creciente sensación de vacío que lo consumía. Aunque seguía siendo admirado por todos, la gloria ya no le daba el júbilo que una vez sintió.
Un día, sin previo aviso, Elior decidió retirarse del campo de batalla por voluntad propia. Ante los desconcertados altos mandos, simplemente afirmó que necesitaba descansar. Pero, en su interior, Zakarius sentía algo mucho más peligroso: un abismo que se expandía con cada batalla, con cada sacrificio. Intentó convencerse de que, con tiempo, se recuperaría. Sin embargo, su realidad se derrumbaba poco a poco.
En un intento por reconectar con una vida que ya no reconocía, Elior regresó a la academia. Sin embargo, lo que una vez fue su hogar se había convertido en una prisión mental. Los pasillos que conocía ahora parecían opresivos, y las miradas de respeto y temor de los profesores solo incrementaban su angustia. Estos maestros, que alguna vez le enseñaron y lo cuidaron, ahora temían su presencia. Sabían que Elior, aunque joven, tenía un poder que podía aplastarlos si así lo deseaba.
El resentimiento de Elior creció. Su padre, Auron, apenas le dirigía la palabra. Intentó desesperadamente reconectar con él, buscando la aprobación y el cariño que tanto anhelaba. Pero Auron, destrozado por lo que había pasado con su hijo, lo evitaba. No podía soportar ver en los ojos de Elior al joven que había cambiado para siempre, deformado por la guerra y el poder.
Elior se desquitaba en la academia. Su frustración y su dolor se manifestaban en pequeños actos de violencia emocional y psicológica hacia los profesores y otros estudiantes. Nadie se atrevía a confrontarlo; después de todo, ¿cómo podrían desafiar al imparable héroe que había salvado al mundo celestial? Sin embargo, detrás de la máscara de fuerza, Elior estaba rompiéndose por dentro.
Mientras tanto, la guerra contra el Imperio Comercial continuaba recrudeciéndose. Las voces entre los altos mandos clamaban por el regreso de Elior al campo de batalla. Sabían que, con él al frente, las Repúblicas podrían aplastar al Imperio y asegurar su expansión. Sin embargo, también sabían que seguir presionando a alguien tan joven podría tener consecuencias desastrosas.
Los debates entre los generales y políticos se volvieron cada vez más tensos. Por un lado, sabían que Elior, con su inigualable habilidad y brutalidad, era la clave para una victoria rápida. Por otro, eran conscientes de que el desgaste mental de Elior estaba llegando a un punto de no retorno. Algunos sugerían que se le debía permitir un descanso prolongado, que merecía el tiempo para sanar después de todo lo que había hecho por su nación.
Kael, quien había estado a su lado todo este tiempo, intentaba mediar entre ambas facciones. Sabía que empujar a Elior más allá de sus límites podría destrozarlo por completo. Al mismo tiempo, también entendía que las Repúblicas no podían permitirse un fracaso en su campaña expansionista. La ambición de Kael por un futuro glorioso para las Repúblicas lo ponía en una encrucijada.
Auron, por su parte, se sentía más impotente que nunca. Veía a su hijo cada vez más distante, más agresivo. Sabía que el Elior que una vez conoció ya no existía, pero no podía evitar aferrarse a la esperanza de recuperarlo de alguna manera. Sin embargo, el abismo entre ambos seguía creciendo, y Auron no tenía las fuerzas para enfrentarlo.
Elior, mientras tanto, se hundía en su propio aislamiento. A pesar de los honores y las alabanzas, sentía un vacío insoportable. El coloso que lo acompañó en tantas batallas, su fiel Invictus, era lo único que le daba consuelo. Se preguntaba si su destino era estar solo, siempre luchando, siempre en guerra.
A medida que los días pasaban, Elior sentía la creciente presión de volver al frente. Pero por primera vez en mucho tiempo, dudaba. ¿Valía la pena seguir luchando, seguir destruyendo, cuando lo había perdido todo en el proceso? ¿Era su destino ser un arma, una herramienta del poder de las Repúblicas, o había algo más para él?
El joven héroe, consumido por la duda y el dolor, se encontraba en una encrucijada peligrosa, donde el futuro de las Repúblicas y su propia identidad estaban en juego.
El mundo observaba con incredulidad cuando Elior, el héroe más joven y célebre de las Repúblicas, tomó una decisión inesperada que dejó a todos perplejos: se encerró en su coloso, el Invictus, y no volvió a salir. Lo que inicialmente se interpretó como un acto de capricho o desesperación pronto tomó una forma completamente distinta. La presencia de Elior dentro del coloso se convirtió en una constante, pero su comportamiento, en lugar de seguir la senda bélica que lo había definido, cambió radicalmente.
Bajo la atenta mirada de la población, el Invictus empezó a recorrer las calles de la ciudad de las Repúblicas Oligarcas. A veces lo veían en los distritos más industriales, donde su coloso ayudaba a levantar estructuras, transportar materiales pesados o incluso realizar trabajos de construcción. Otras veces, se le veía arando los campos, regando los cultivos o cuidando a los animales en las granjas. La gente lo observaba en estado de asombro mientras el temido coloso, diseñado para la destrucción, ahora cumplía tareas mundanas y cotidianas.
Los rumores sobre este comportamiento empezaron a circular rápidamente, y pronto el Invictus se convirtió en una atracción para todos. Era casi cómico para los ciudadanos ver cómo un coloso, creado para ser una máquina de guerra imparable, se paseaba por los mercados locales, comprando provisiones. El personal de las tiendas, aterrorizado al principio, no tuvo más opción que atender las peticiones de Elior, quien se mantenía dentro del Invictus en todo momento. Era surrealista ver al gran héroe, aclamado en la guerra, ocupándose de tareas que cualquier ciudadano común podría hacer.
A medida que los días pasaban, la extraña rutina de Elior dentro del Invictus se consolidaba. El coloso seguía recorriendo las calles, ayudando a donde pudiera ser útil, desde cargar mercancías hasta asistir en la construcción de nuevas infraestructuras. La gente, en lugar de temerlo, comenzó a verlo con cierta curiosidad y, eventualmente, con admiración. La figura del joven héroe se había transformado. El "Imparable" se había vuelto un coloso de servicio, una parte de la vida cotidiana de las Repúblicas Oligarcas.
Los medios de comunicación no tardaron en hacerse eco de la situación. Los titulares hablaban del "Héroe Recluso" o "El Coloso Benefactor". Los noticieros presentaban imágenes del Invictus arando campos o comprando alimentos, y los analistas debatían sobre el significado de esta repentina transformación. ¿Se había cansado Elior de la guerra? ¿Era un signo de que el joven querubín, tras tantos años de batalla, había perdido su rumbo?
Auron, al enterarse de los hechos, no sabía cómo reaccionar. Su hijo, que antes había sido consumido por la guerra, ahora se encerraba en su coloso y vivía una vida de extraña rutina, como si intentara escapar de la realidad. Los intentos de Kael de restaurar la relación entre padre e hijo fracasaron por completo. Elior, siempre dentro del Invictus, ya no deseaba interactuar con nadie, ni siquiera con su propio padre.
Pero la tranquilidad de esta nueva vida no podía evitar atraer la atención de las autoridades y los altos mandos. Aunque Elior se había apartado del campo de batalla, muchos todavía lo veían como un recurso valioso para las Repúblicas. La guerra contra el Imperio Comercial continuaba, y la ausencia de Elior en las batallas era notoria. Las voces entre los generales se elevaban, presionando por su regreso al frente. Sin embargo, la imagen del "Imparable" había cambiado tanto que ya no sabían cómo tratar con él.
A medida que pasaban los días, la ciudad se acostumbró a la presencia del Invictus entre ellos. Elior, el joven héroe que había salvado al mundo, ahora se había convertido en una especie de leyenda viviente, pero una leyenda que ya no se definía por la guerra. Los ciudadanos comenzaban a especular sobre sus motivos. Algunos decían que la presión lo había vuelto loco, que simplemente se había retirado del mundo real. Otros, sin embargo, creían que Elior estaba buscando una forma de redención, un escape de la brutalidad que había definido su vida hasta ahora.
Los medios continuaban vigilando de cerca cada movimiento del Invictus, fascinados por la historia del héroe que había decidido alejarse del conflicto. Cada día que pasaba, más y más personas se preguntaban si Elior, el "Imparable", volvería alguna vez a ser el guerrero que una vez fue, o si su retiro en el coloso era un signo de que su lucha había terminado para siempre. Pero dentro del Invictus, solo Elior sabía la verdad.
Elior había encontrado una inesperada calma en su vida cotidiana dentro del Invictus, ayudando a los ciudadanos de las Repúblicas. Las sombras de su pasado en la guerra parecían disiparse poco a poco, y los días transcurrían en una paz extraña pero bienvenida. Sin embargo, una noche, mientras observaba el cielo estrellado desde la cabina del Invictus, algo dentro de él cambió. Las estrellas brillaban con un fulgor que nunca antes había apreciado, y en ese instante, Elior sintió un llamado que no pudo ignorar.
Era un anhelo que iba más allá de la guerra, más allá del heroísmo. Quería explorar, conocer el mundo celestial en todo su esplendor, descubrir sus secretos y entender las culturas que lo componían. Durante tanto tiempo, había estado atrapado en la violencia, en el deber de salvar su nación, pero ahora veía un horizonte distinto: uno de paz, de autodescubrimiento. Zakarius, en lo profundo de su ser, notaba este cambio. La furia y la sed de poder que lo habían consumido ya no dominaban su mente. En su lugar, sentía una curiosidad creciente, un interés sincero por construir un futuro mejor.
Y así, una fría noche, Elior tomó su decisión. Sin previo aviso, partió solo en el Invictus, dejando atrás las Repúblicas y todo lo que conocía. A la mañana siguiente, el joven héroe había desaparecido, embarcándose en un viaje solitario por los rincones del mundo celestial, decidido a encontrar su propio camino.
La noticia de su partida se esparció rápidamente, causando una ola de inquietud en las Repúblicas. Kael, Auron y Myrta, la oligarca encargada de la economía, quedaron en estado de shock. Para ellos, Elior no solo era el mayor héroe que habían conocido, sino también una parte esencial de su nación. Kael, quien había apoyado a Elior como si fuera su propio hijo, sintió una mezcla de orgullo y miedo. Auron, devastado por la creciente distancia entre él y su hijo, cayó en una profunda tristeza, mientras que Myrta, siempre pragmática, entendía las implicaciones de la ausencia de Elior para el futuro de las Repúblicas.
A pesar de las tensiones, ninguno de ellos deseaba detener a Elior. Sabían que, después de todo lo que había pasado, el joven necesitaba este viaje. Sin embargo, no podían evitar sentirse responsables. No querían que su héroe se sintiera abandonado o solo. Así, comenzaron una operación masiva para encontrarlo, no para traerlo de vuelta, sino para mostrarle que las Repúblicas siempre estarían con él. Enviaron varios convoyes de colosos con grupos de búsqueda, recorriendo las tierras celestiales en busca de su rastro.
El objetivo no era interferir en su viaje, sino ofrecerle apoyo, recordarle que su hogar siempre estaría esperando su regreso. Elior, el imparable, era más que un héroe para las Repúblicas; era un símbolo de esperanza y de futuro. Aunque ahora se encontraba lejos, explorando horizontes desconocidos, las Repúblicas se esforzaban por hacerle saber que él siempre tendría un lugar entre ellos.
Mientras tanto, Elior, recorriendo vastos paisajes y ciudades desconocidas, se sumergía en nuevas culturas, escuchaba las historias de otros pueblos y contemplaba la belleza que el mundo celestial ofrecía. Cada lugar al que llegaba le ofrecía una nueva lección, una nueva perspectiva. Por primera vez en su vida, Elior experimentaba algo más allá de la guerra, y esa realización llenaba su espíritu con una calma profunda. Zakarius, dentro de él, también compartía este sentimiento, notando cómo su propio deseo de destrucción se desvanecía, siendo reemplazado por un renovado interés en la creación y la reconstrucción.
Sin embargo, mientras Elior avanzaba en su viaje de autodescubrimiento, las Repúblicas seguían enfrentándose a las secuelas de la reciente victoria contra el Imperio Comercial. Aunque habían derrotado a su enemigo, el vacío que Elior había dejado atrás era palpable. Los ciudadanos, acostumbrados a verlo como el imparable defensor de su nación, ahora sentían su ausencia como una herida abierta. La búsqueda de su héroe se convertía en una misión de esperanza, en una demostración de que las Repúblicas no lo habían olvidado, y que, aunque él buscara su propio destino, siempre tendría un hogar al que volver.
Elior, por su parte, sabía que este viaje lo cambiaría. Lo que no sabía era cómo. Pero mientras el Invictus se movía a través de montañas, valles y ciudades luminosas, Elior sentía, por primera vez, que estaba forjando su propio destino.