Mientras Elior continuaba con sus exploraciones preliminares de los portales en sus dominios, descubrió uno que daba al fondo de un vasto océano. Los colosos, aunque resistentes, no estaban preparados para las altas presiones y sufrieron averías, lo que los obligó a perder varios días evaluando los daños. Durante este tiempo, Elior y su equipo hicieron otro descubrimiento: un portal que conducía a un mundo de islas flotantes suspendidas en el cielo, un espectáculo que llenaba de emoción y curiosidad a Elior, quien siempre deseaba desentrañar los misterios de cada nuevo mundo.
Mientras Elior se perdía en sus exploraciones, al otro lado del portal, en el vasto desierto que marcaba la frontera del territorio celestial, la tranquilidad se rompió. Engel, un ángel experimentado y líder de la fortaleza fronteriza, detectó algo alarmante. Uno de los portales, previamente categorizado como una vasta jungla repleta de criaturas salvajes y exóticas, se activó. De él emergían figuras en formación, marchando de manera organizada y con un propósito claro.
Las siluetas se distinguían poco a poco entre la vegetación y el polvo levantado por sus pasos, lo que despertó una inquietud en Engel y en su guarnición. Las criaturas que normalmente salían de esa jungla eran salvajes, sin orden ni cohesión, pero esto era diferente. Engel, sin perder tiempo, decidió dar la alarma. Su equipo activó los sistemas de defensa de la fortaleza mientras él se apresuraba a contactar a la fortaleza fronteriza del mundo celestial a través del nodo de transmisión.
El mensaje fue transmitido con urgencia, directo a las Repúblicas Oligarcas, y llegó a manos de Kael, el encargado del aspecto militar y defensor de los territorios celestiales. Engel fue claro y preciso en su informe: una amenaza potencialmente hostil estaba emergiendo de uno de los portales, con un número creciente de figuras desconocidas marchando hacia su posición.
Kael, al recibir el mensaje, no dudó en movilizar una fuerza de apoyo para reforzar las defensas de la fortaleza. Sabía que una incursión desde otro mundo era algo que no podían tomar a la ligera. Sin embargo, sus pensamientos también volaron hacia Elior, quien estaba sumido en su búsqueda por explorar y dominar nuevos mundos. Si esta amenaza era seria, Elior necesitaría saberlo. Kael decidió enviar un mensaje urgente a Elior, esperando que llegara antes de que fuera demasiado tarde.
Mientras tanto, en la fortaleza fronteriza, los soldados celestiales tomaron posiciones, preparándose para lo que podría ser la primera gran confrontación desde la expansión de Elior. Engel observaba con atención a las figuras que se acercaban, con la esperanza de que fueran pacíficas, pero preparado para lo peor.
La incursión había comenzado, y los celestiales debían estar listos para enfrentar lo que sea que emergiera del portal.
Las figuras seguían emergiendo del portal, decenas de seres escuálidos con piel pálida y orejas puntiagudas. Sus ojos almendrados, llenos de desconfianza y determinación, se movían con precisión militar mientras se posicionaban en las afueras de la fortaleza celestial. Tras ellos, imponentes criaturas similares a mamuts gigantes comenzaron a salir del portal, llevando sobre sus lomos enormes monolitos que proyectaban una cúpula de energía, asemejándose a fortalezas móviles. Custodiando estas bestias, más de aquellos seres, armados con largos arcos curvados, vigilaban los alrededores, protegiendo su avance.
Engel, observando la escena desde lo alto de la fortaleza, sintió una creciente presión. No sabía si estas figuras eran hostiles, pero la formación organizada y las armas sugirieron lo peor. Las criaturas avanzaban lentamente, cada paso resonando como un eco en el desierto, mientras las cúpulas de energía chisporroteaban, emitiendo un tenue zumbido que resonaba por el aire.
Mientras la crisis en la frontera celestial se intensificaba, las Repúblicas Oligarcas comenzaron a movilizar todo su poder militar tecno-mágico. Diversas aeronaves se desplegaron, cargadas de colosos, en una misión de apoyo inmediato a la fortaleza fronteriza. Los medios de comunicación del mundo celestial captaron la noticia, y pronto, el evento comenzó a ser cubierto en todas las plataformas. Los celestiales estaban en alerta, expectantes ante lo que parecía ser el segundo contacto con otra civilización, tras las terribles guerras contra los nigromantes.
Angelus, gobernador de la colonia de Elinvictus y antiguo subordinado de Kael, recibió el mensaje de la incursión. Aunque sus recursos eran limitados, envió los refuerzos que podía, sabiendo que la situación no podía ser ignorada. Su mente se llenó de incertidumbre. Si esta nueva amenaza era tan seria como parecía, Elior, el Imparable, debía ser informado de inmediato.
A través del nodo de transmisión, Angelus intentó ponerse en contacto con Elior, pero las interferencias de los portales y las distancias extremas hacían difícil la comunicación. Aun así, sabía que debía insistir. Elior era más que un héroe; para muchos, era la única esperanza de una respuesta contundente y decisiva.
Mientras tanto, las criaturas avanzaban con calma, su formación se mantenía impenetrable. No atacaron, pero tampoco parecían interesados en comunicarse. Engel observaba con atención, mientras el corazón de sus hombres se llenaba de una mezcla de miedo y determinación. ¿Sería este un preludio a una invasión o un simple intento de coexistencia?
De pronto, una de las figuras más grandes, montada en una de las criaturas similares a mamuts, levantó su mano y pronunció unas palabras en un idioma incomprensible. El aire se volvió denso, y una vibración recorrió la tierra. Algo más grande estaba por suceder.
El destino de la frontera, y quizás de todo el mundo celestial, estaba a punto de decidirse.
Las palabras del líder enemigo resonaban en el aire, cargadas de una energía desconocida, y de inmediato, el brillo en los arcos y flechas de su ejército comenzó a intensificarse. Los celestiales, desde las murallas de la fortaleza, sintieron cómo la tensión alcanzaba su punto máximo. Engel, anticipando lo peor, gritó la orden.
—¡Fuego!
Los cañones tecno-mágicos rugieron en un estallido de energía pura, lanzando rayos cegadores hacia las posiciones del enemigo. Los impactos retumbaban en el desierto, chocando contra las cúpulas de energía proyectadas por los monolitos. Al principio, las barreras resistieron, resplandeciendo al recibir los golpes. Pero con cada impacto sucesivo, pequeños agujeros comenzaron a abrirse en las cúpulas, y pronto, las grandes explosiones se desataron sobre el ejército enemigo, diezmando las filas más expuestas.
El ejército de seres escuálidos, sin embargo, no titubeó. Con precisión letal, dispararon una lluvia de flechas cargadas con energía arcana. Decenas de ellas surcaban el cielo como estelas luminosas, cayendo pesadamente sobre la fortaleza celestial. Las explosiones que siguieron estremecieron los muros y las torres de defensa. Algunos colosos, posicionados como la primera línea de defensa, intentaron bloquear los impactos con sus poderosos blindajes. Pero no todos lograron soportar el asedio. Las flechas mágicas, al impactar, generaban ondas de destrucción que sacudían las estructuras metálicas, causando que algunos de los colosos se derrumbaran pesadamente, con fuego y humo brotando de sus cascos dañados.
—¡No podemos contenerlos mucho más! —gritó uno de los comandantes a Engel, mientras la tierra temblaba por el peso de los mamuts de energía que avanzaban con paso lento pero imparable.
Sin embargo, no todo estaba perdido. En el firmamento, el sonido de motores tecno-mágicos llenó el aire. Las aeronaves de las Repúblicas Oligarcas, cargadas con refuerzos, habían llegado. Las sombras de los colosos y naves de transporte cubrieron el campo de batalla mientras descendían, disparando sus poderosos cañones a bordo para apoyar desde el aire.
La fortaleza retumbó con el impacto de los disparos aéreos. Cañones de energía devastadora surcaron el cielo, golpeando a los mamuts y las líneas enemigas, abriendo brechas en sus filas. Los refuerzos aterrizaban rápidamente, desplegando más colosos en el campo de batalla. La moral celestial se renovó con la llegada de las fuerzas de Kael, que se desplegaron con disciplina implacable, buscando contener el avance de los enemigos.
La batalla se intensificaba a cada momento. Más y más enemigos seguían saliendo del portal, como si una marea interminable de seres estuviera dispuesta a arrasar todo a su paso. Pero los celestiales resistían, luchando con todo su poder y tecnología. A pesar de las bajas, no cedían terreno.
Engel sabía que el desenlace de esta batalla podría cambiarlo todo. Las líneas de refuerzos debían mantenerse, o la fortaleza caería. Y en algún lugar, Elior el Imparable debía ser informado.
-Capítulo Paralelo: El Murmullo de los Bosques Ancestrales-
En las profundidades de sus vastos y misteriosos bosques, los elfos observaban con serena expectación las aeronaves celestiales que surcaban los cielos. La madera de sus árboles milenarios crujía con cada ráfaga de viento, como si sus raíces hablaran un lenguaje antiguo, uno que solo ellos entendían. A pesar del asombro que sentían ante la tecnología tecnomágica de los celestiales, los elfos no dejaban traslucir sus emociones. Permanecían serenos, casi inmutables, con sus ojos almendrados reflejando la luz que se filtraba entre las hojas.
Habían sido entrenados desde pequeños a contener cualquier expresión que pudiera revelar vulnerabilidad. La fuerza de su civilización, que había florecido en lo más profundo de la jungla, residía en su capacidad de observar sin ser observados. Sabían que estaban entrando en un conflicto inminente con seres que manejaban un poder y una magia que nunca antes habían enfrentado, pero estaban listos.
Su líder, Eryndor, un elfo de orejas puntiagudas y una presencia imponente, caminaba frente a sus tropas. Sus largos cabellos plateados brillaban bajo la luz del sol, mientras sostenía su arco, un arma que había visto siglos de batalla. Junto a él, un consejo de ancianos debatía las tácticas a seguir, susurros apenas audibles en el viento.
"Ellos dominan los cielos, pero nosotros dominamos la tierra. Los árboles son nuestros aliados, las raíces nuestras defensas. Si atacamos con precisión y rapidez, podremos cortar sus alas antes de que toquen el suelo", dijo Eryndor con una voz profunda, llena de confianza.
"¿Qué opinas de sus máquinas voladoras?" preguntó uno de los consejeros más viejos, su rostro tallado por años de sabiduría.
"Interesantes. Peligrosas, pero no invencibles. Hemos luchado contra seres más grandes, y siempre hemos prevalecido", respondió Eryndor mientras miraba al horizonte, donde las naves celestiales comenzaban a aparecer. "No debemos dejarnos intimidar. Ellos dependen de su tecnología, pero nosotros tenemos los bosques, tenemos la naturaleza de nuestro lado. Y la naturaleza siempre encuentra la manera de reclamar lo que es suyo."
Los elfos, armados con sus arcos largos y espadas curvas, se preparaban en silencio. Para ellos, esta invasión era más que un conflicto territorial; era un desafío a la armonía ancestral de su mundo. Los gigantescos mamuts sobre los que erigían sus fortalezas móviles marchaban con una elegancia salvaje, su presencia imponente un recordatorio de que los elfos no luchaban solos. Estos animales, antiguos como los propios elfos, eran sus compañeros en batalla, conectados a ellos a través de un lazo espiritual.
Los monolitos de energía que habían erigido sobre los mamuts proyectaban escudos de energía, una defensa vital contra los ataques tecnomágicos que anticipaban. Mientras los celestiales confiaban en su tecnología, los elfos confiaban en la magia natural que fluía en su sangre y en la conexión profunda que tenían con el mundo que los rodeaba. Los arqueros elfos, con sus flechas infundidas con magia, se preparaban para disparar cuando fuera necesario. Sabían que, si bien los celestiales poseían máquinas impresionantes, estas no eran inmunes a las artimañas y la magia del bosque.
"Nos subestiman porque no mostramos lo que sentimos", susurró uno de los guerreros elfos mientras afilaba su flecha. "Pero en el momento en que pongan un pie en nuestro territorio, conocerán la furia de los bosques."
Eryndor asintió con una sonrisa casi imperceptible. "Que los dejen volar. Cuando caigan, el silencio de nuestras flechas será lo último que escuchen."
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Y así, bajo la sombra de los árboles gigantescos y el susurro constante de la naturaleza, los elfos permanecían pacientes. Los celestiales podrían haber conquistado otros mundos, pero este bosque, este dominio ancestral, no caería tan fácilmente. Mientras los cielos zumbaban con las naves tecnomágicas, el bosque mismo parecía prepararse, como un guerrero antiguo que despierta de su letargo, dispuesto a proteger a sus hijos.
El silencio era su mejor arma, y en ese silencio, aguardaban el momento perfecto para atacar.
Bajo el sol abrasador del desierto, una columna interminable de elfos marchaba en formación perfecta, sus figuras esbeltas y elegantes contrastaban con el desolado paisaje. Sus ojos almendrados, afilados y penetrantes, no mostraban ni el más mínimo indicio de agotamiento. La travesía a través del portal había sido larga, pero ellos estaban acostumbrados a los retos. Su disciplina y determinación los habían traído hasta este extraño desierto, una tierra que les parecía antinatural y hostil, pero que ahora era su campo de batalla.
Al frente de la columna, Eryndor lideraba a sus guerreros, su capa ondulando al viento. El silencio entre ellos era palpable. Había poco que decir, pues ya sabían lo que se avecinaba: una incursión directa contra la fortaleza celestial, enclavada en la vasta extensión del desierto. Desde lo alto de sus mamuts fortaleza, aquellos imponentes seres con monolitos de energía sobre sus lomos, los elfos observaban la fortaleza con una mezcla de curiosidad y desdén.
"Los celestiales creen que pueden mantener su control sobre este mundo", pensaba Eryndor. "Pero no comprenden la naturaleza del equilibrio. Dondequiera que vayan, el caos les sigue. Y nosotros estamos aquí para devolver el orden."
Las gigantescas criaturas avanzaban con pasos lentos pero firmes, sus ojos brillando bajo la luz cegadora del desierto. Las cúpulas de energía que proyectaban desde los monolitos los protegían de los primeros disparos de la fortaleza, cuyas explosiones resonaban como ecos en la distancia. Los elfos no se inmutaban. Sabían que las defensas de los celestiales eran poderosas, pero también sabían que tenían un arma que los haría tambalear: la precisión letal de sus arqueros.
"Alisten los arcos", ordenó Eryndor en un tono apenas audible, pero que se extendió como un susurro por las filas.
Uno a uno, los arqueros comenzaron a tensar sus arcos largos, armas que habían sido forjadas con madera de los árboles ancestrales de su mundo. Las flechas, infundidas con magia antigua, eran más que simples proyectiles. Eran portadoras de la voluntad del bosque, de la naturaleza que los había protegido y entrenado durante siglos. Cada arquero apuntaba con una concentración casi sobrehumana, sin dudar ni un segundo.
"Dejad que se confíen en sus máquinas. Nosotros confiamos en el viento, en la tierra, en el espíritu de nuestros ancestros", pensaba un joven arquero mientras colocaba su flecha en la cuerda.
De repente, el cielo estalló en una tormenta de rayos de energía tecnomágica disparados desde los cañones de la fortaleza. Las cúpulas de energía proyectadas por los monolitos sobre los mamuts comenzaron a parpadear bajo la intensidad de los impactos. Algunos agujeros se abrieron en los escudos, y las explosiones cayeron sobre las tropas elfas, diezmando a varios de sus compañeros en cuestión de segundos. El aire olía a pólvora y magia.
Pero no hubo pánico. Los elfos, entrenados para mantener la calma incluso en los momentos más desesperados, simplemente ajustaron sus posiciones y esperaron el momento adecuado.
"Disparen", ordenó Eryndor.
En un solo movimiento sincronizado, cientos de flechas surcaron el aire. El brillo en sus puntas era cegador, una combinación de magia y precisión mortal. Las flechas, guiadas por el viento y la magia de los elfos, impactaron con fuerza en la fortaleza. Cada una parecía saber exactamente dónde golpear: en las juntas más débiles de las defensas, en los puntos vulnerables de los colosos celestiales que protegían la muralla.
Las explosiones comenzaron a sucederse una tras otra. Los colosos, pese a su tamaño y resistencia, no estaban preparados para un ataque tan preciso. Algunos cayeron pesadamente, derrumbándose sobre las murallas de la fortaleza. La balanza del combate comenzaba a inclinarse.
Desde su posición en lo alto de uno de los mamuts, Eryndor observaba la escena con una mezcla de orgullo y frialdad. Sabía que cada uno de sus guerreros era una pieza clave en este asalto. Sabía también que estaban en desventaja numérica y tecnológica, pero eso nunca había detenido a los elfos antes.
"Que los cielos ardan si es necesario", murmuró mientras una nueva oleada de flechas salía de los arcos de sus tropas.
En las trincheras celestiales, los defensores intentaban reponerse del ataque. Sabían que los elfos eran rápidos, pero no esperaban una ofensiva tan precisa. La confusión reinaba en la fortaleza. Algunos soldados trataban desesperadamente de reparar las defensas tecnomágicas, mientras otros corrían a cubrirse del diluvio de flechas que seguía cayendo sin cesar.
Mientras tanto, los mamuts avanzaban implacables, sus grandes pies levantando nubes de polvo en el desierto. Con cada paso, se acercaban más a la fortaleza, y los elfos sobre sus lomos comenzaban a prepararse para el asalto final. Sabían que, una vez dentro, la batalla cuerpo a cuerpo sería inevitable. Pero habían venido preparados para eso también.
Eryndor levantó su espada curva y la señaló hacia la fortaleza, una señal para sus tropas de que la verdadera batalla estaba por comenzar. Mientras el viento levantaba la arena y la batalla rugía a su alrededor, un pensamiento claro cruzó por su mente: este desierto, esta tierra ajena, pronto sería reclamado por la naturaleza. Los elfos eran los verdaderos guardianes del equilibrio, y esta incursión no era solo un ataque; era una declaración de que incluso los celestiales debían respetar las leyes del mundo natural.
Y si no lo hacían, conocerían el verdadero poder de los elfos.
-Fin de la Historia Paralela-
Desde la polvorienta extensión del desierto, el estruendo de la batalla resonaba por toda la fortaleza y el desierto circundante. El cielo, lleno de los refuerzos de las repúblicas oligarcas lleno de sonidos profundos y vibrantes mientras los cañones tecnomagicos hacían papilla al ejército invasor así una vez más. A lo lejos, en el horizonte, aparecieron puntos oscuros que crecían rápidamente en tamaño, aún más refuerzos llegaban desde Elinvictus, como una tormenta que se aproximaba. Las aeronaves, cargadas con los refuerzos celestiales en donde se contaban decenas de colosos, se acercaban. Al frente, Helios, el reconocido segundo mejor piloto de colosos de los celestiales, observaba el panorama desde el puesto de mando de su nave.
Su rostro, marcado por la determinación y una rivalidad silenciosa con Elior, reflejaba la tensión del momento. Había escuchado sobre la magnitud de la amenaza y cómo los elfos, guerreros precisos y calculadores, estaban atacando con una estrategia despiadada. No era solo una batalla por la fortaleza, sino por el dominio de todo lo que había más allá de los portales. Mientras más se acercaba, más clara era la gravedad de la situación.
-Que el viento y las llamas estén conmigo-, murmuró Helios, recordando las palabras de sus antiguos maestros. No era solo una frase de batalla, era un recordatorio de que, como piloto de coloso, tenía la responsabilidad de defender a su gente y de seguir superando los límites de su propia destreza.
Mientras las aeronaves de las Repúblicas se desplegaban en el aire, el sonido de los motores y los disparos tecnomágicos retumbaba en el cielo. La primera nave abrió fuego desde las alturas, sus cañones cargados con rayos de energía dirigidos hacia las filas de los elfos y sus gigantescos mamuts fortaleza. Las cúpulas de energía que proyectaban los monolitos resistieron los primeros impactos, pero los cañones aéreos no se detenían.
Dentro de una de las aeronaves, Helios ajustaba los controles del coloso que había elegido para esta confrontación, el Aetherion. Este era un coloso tecnomágico de vanguardia, diseñado para el combate aéreo y terrestre. Con su armadura brillante y su capacidad de maniobrar a velocidades increíbles, el Aetherion era una bestia en el campo de batalla, alrededor de él, su grupo de élite estaba listo para desplegarse.
-!Preparen el descenso!-, ordenó Helios mientras las compuertas de la nave comenzaban a abrirse.
Bajo el cielo lleno de aeronaves, los nuevos refuerzos se preparaban para el combate. Desde los mamuts fortaleza, los elfos observaban las naves con ojos fríos y calculadores. Aunque estaban asombrados por la tecnología y la capacidad aérea de los celestiales, no mostraron ninguna emoción. Sabían que las aeronaves eran peligrosas, pero también sabían que su magia y disciplina serían suficientes para contrarrestarlas.
Helios y su grupo de élite descendieron en formación perfecta. Los colosos, al tocar el suelo con un estruendo metálico, inmediatamente comenzaron a avanzar hacia el frente de batalla. Sus pasos resonaban como truenos en el desierto, y los guerreros celestiales a pie seguían detrás, formando un escudo viviente que protegía a los colosos de los ataques de los arqueros élficos.
El aire estaba cargado de tensión, y cuando los colosos llegaron a la línea de combate, los elfos no tardaron en responder. Las flechas mágicas surcaron el aire, pero los escudos de energía de los colosos resistieron. Helios, liderando a su grupo, se lanzó contra la primera línea enemiga, su Aetherion blandiendo una enorme lanza de energía.
La batalla en tierra era feroz. Los elfos, con su disciplina implacable, atacaban con precisión quirúrgica, pero los colosos y las tropas celestiales respondían con una fuerza devastadora. Los mamuts fortaleza seguían proyectando sus cúpulas de energía, resistiendo los embates de los cañones celestiales, pero poco a poco, el poder destructivo de las aeronaves comenzaba a abrir brechas.
Helios, con el Aetherion a la cabeza, dirigió un ataque directo contra uno de los mamuts. Su lanza perforó el escudo de energía, y con un movimiento preciso, desató una oleada de energía que derribó la enorme bestia. El coloso del joven piloto no se detuvo, avanzando entre las filas de los elfos y enfrentándose a todo lo que se interpusiera en su camino.
Mientras tanto, en el cielo, las aeronaves continuaban disparando. Los cañones aéreos volvían el campo de batalla en un infierno de rayos y explosiones, mientras los elfos trataban desesperadamente de reorganizarse. Las cúpulas protectoras de los mamuts comenzaban a fallar bajo la intensidad del fuego celestial.
Helios, siempre en la primera línea, sabía que cada segundo era crucial. Su misión no era solo salvar la fortaleza, sino demostrar que él también podía ser el mejor, superando incluso a Elior. Cada golpe que asestaba, cada enemigo que derribaba, era un paso más hacia esa meta.
A la distancia, el portal seguía activo. Más y más elfos seguían saliendo, sus filas interminables, pero ahora el campo de batalla estaba completamente envuelto en la lucha. El avance de los invasores había sido frenado, al menos temporalmente, y las fuerzas celestiales se reorganizaron bajo el mando de Helios.
A medida que la batalla continuaba, los cielos resonaban con el estruendo de las aeronaves y los colosos seguían aplastando al enemigo con su implacable avance. La llegada de Helios y sus refuerzos había cambiado el curso de la batalla, pero él sabía que la guerra estaba lejos de terminar. Los portales representaban una amenaza mayor de lo que cualquiera hubiera imaginado.
Helios, mirando hacia el horizonte, pensó en lo que podría estar más allá de este portal, y en lo que vendría después. Las batallas apenas comenzaban, y él estaba decidido a ser el primero en cada una de ellas, demostrando que su habilidad y liderazgo estaban a la altura de las circunstancias. Mientras tanto, los elfos, aunque retroceden, mantenían una resistencia feroz, sabiendo que su mundo dependía del resultado de esta guerra.
Helios, decidido a poner fin a la incursión, envió una orden final a su grupo de élite y a las aeronaves:
-!Nos concentramos en el portal!-. Si podemos bloquear su salida o desbordar sus fuerzas, podremos detener la invasión. ¡Todos los colosos, al frente! ¡Que las aeronaves preparen sus ataques más potentes!”
La respuesta fue inmediata. Los colosos más poderosos de las Repúblicas se dirigieron hacia el portal, sus pasos retumbando en el desierto. Desde las aeronaves, los cañones se cargaban con energía máxima, listos para desatar una tormenta de destrucción sobre las hordas que continuaban saliendo del portal.
Sin embargo, el portal en sí era algo que los celestiales aún no comprendían del todo. Era una entidad etérea, indestructible y misteriosa. No podía ser cerrado ni destruido por los medios convencionales. Helios lo sabía bien, pero la estrategia no era destruir el portal, sino aplastar a cualquier cosa que emergiera de él.
A medida que los colosos celestiales se acercaban, las criaturas élficas intentaron redoblar sus esfuerzos para defender el punto de salida de sus fuerzas. Las flechas mágicas y los hechizos volaban por todas partes, iluminando el campo de batalla con destellos brillantes, pero los celestiales no se detenían.
Helios lideraba la carga desde su Aetherion, abriendo paso con su lanza de energía a través de las defensas élficas. La magia de los elfos seguía siendo fuerte, pero los colosos, con sus blindajes pesados y ataques coordinados, eran imparables. Los cañones de las aeronaves comenzaron a disparar ráfagas que arrasaban con filas enteras de elfos, debilitando sus posiciones estratégicas alrededor del portal.
Los elfos que seguían emergiendo del portal parecían infinitos, pero también estaban desorganizados, y las fuerzas celestiales los superan en tecnología y poder. La batalla se convirtió en una prueba de resistencia para ambos bandos. A pesar de su número, los elfos no podían igualar la potencia de fuego celestial, ni superar su control del aire.
El portal seguía abierto, enigmático, permitiendo que los refuerzos élficos continuarán llegando. Pero Helios sabía que, al final, no se trataba de destruir el portal ni de comprender su naturaleza, sino de agotar a los invasores.
-¡Que sigan viniendo!- gritó Helios con ferocidad, mientras su lanza partía el aire y sus tropas continuaban avanzando. -¡Destruiremos todo lo que cruce por aquí!-
A su alrededor, los colosos atacaban sin descanso, aplastando a los mamuts élficos y a los soldados que intentaban proteger las salidas del portal. Las aeronaves bombardearon las posiciones enemigas desde el cielo, y poco a poco, la resistencia comenzó a menguar.
Los elfos, a pesar de su disciplina y magia, comenzaron a retroceder. Estaban cansados y superados, mientras sus refuerzos, aunque constantes, no podían romper el avance imparable de los celestiales.
El portal permanecía abierto, misterioso e inquebrantable, pero lo que quedaba claro era que, por el momento, los invasores no tenían la fuerza suficiente para mantener la batalla.
Helios, cubierto de sudor y polvo, observó el campo de batalla. Había logrado una victoria decisiva, pero sabía que esto solo era el principio de algo más grande. Los portales no podían ser destruidos ni sellados, lo que significaba que, en cualquier momento, la amenaza podía regresar.
Pero, por ahora, el cielo pertenecía a los celestiales.