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5 La Determinación de Elior

Mientras tanto, Zakarius, en el cuerpo de Elior, observaba las tentativas de su supuesto padre con una mezcla de desdén y pragmatismo. Auron, aunque poderoso y afectuoso, era una pieza más en su tablero, un medio para lograr sus fines. Sin embargo, debía admitir que el cariño que Auron le mostraba le generaba una leve incomodidad. No estaba acostumbrado a tales emociones.

Cada vez que Auron intentaba acercarse, Zakarius se esforzaba por mantener la distancia, por no dejar que esa calidez lo envolviera. Recordaba sus días como ángel, lleno de poder y gloria, y el cariño paternal de Auron era algo que jamás había experimentado en su vida anterior.

Pero no podía permitirse distracciones. Tenía un plan que cumplir. De hecho, ya estaba buscando formas de influir en las Repúblicas desde dentro, moviendo las piezas necesarias para asegurar su control sobre este país neutral y, eventualmente, sobre el conflicto global.

Aunque se esforzaba por adaptarse a la vida que Elior había dejado atrás, Zakarius sabía que su tiempo era limitado. Si no lograba consolidar su posición pronto, las sospechas comenzarían a crecer. Por eso, debía jugar el papel del hijo prodigio con más precisión. Y mientras tanto, Auron continuaba esforzándose por comprender a este extraño ser que una vez había llamado su hijo.

Zakarius, por su parte, sabía que su misión estaba lejos de terminar. La rebelión que había comenzado en la academia no había sido sofocada del todo, y los hilos del caos aún seguían su curso.

Zakarius, en el cuerpo de Elior, había comenzado a destacar en la academia, pero no de la manera que Auron o los profesores esperaban. Lo que antes había sido una brillantez natural se había transformado en rebeldía descarada.De ser el prodigio que todos admiraban, Elior—o más bien, Zakarius—se convirtió en un alumno problemático, que desafiaba las normas, cuestionaba la autoridad y despreciaba los protocolos celestiales que antes seguía sin vacilar.

Los profesores, quienes alguna vez lo veían con asombro y admiración, se encontraban desconcertados. Su actitud había cambiado radicalmente desde su regreso de la academia celestial. A menudo llegaba tarde a las clases, hacía comentarios sarcásticos y mostraba una indiferencia alarmante hacia las materias que antes dominaba con facilidad. Parecía carecer de interés en las lecciones y, en su lugar, pasaba más tiempo explorando las zonas restringidas de las instalaciones, fascinado por los secretos y las tecnologías ocultas de las Repúblicas Oligarcas.

Sus compañeros también notaban el cambio. Elior, quien alguna vez fue amable y curioso, ahora parecía distante y arrogante. No faltaban los rumores sobre lo que le había sucedido en su viaje a la academia militar celestial, pues aunque no se había divulgado mucho, había llegado la noticia de que algo terrible había ocurrido. Todos lo atribuían al trauma de haber vivido una experiencia que ningún querubín debía soportar tan joven.

—Es comprensible, ha pasado por mucho —comentaban los profesores entre ellos—. Solo está lidiando con las secuelas de lo que vio allá. Pero este no es el Elior que conocíamos.

Auron, por su parte, estaba cada vez más angustiado. Veía cómo su hijo se distanciaba cada vez más, cómo las barreras entre ellos crecían día a día. Intentaba hablar con él, pero Zakarius siempre lo esquivaba con respuestas vagas y frías. Aunque Auron había intentado no presionarlo, la situación había llegado a un punto crítico. Elior, o quien creía que era su hijo, se estaba hundiendo más en una espiral de rebeldía, y Auron no sabía qué hacer.

—Debemos buscar ayuda —le dijo a uno de los tutores personales de Elior—. No puedo perderlo así. Hay que hablar con los mejores psicólogos de las Repúblicas, los más expertos en traumas y conflictos familiares. Quizás, con su ayuda, podamos llegar a él.

La decisión estaba tomada. Auron organizó una serie de sesiones de terapia familiar con los expertos más renombrados. Quería entender qué estaba ocurriendo en la mente de su hijo, quería recuperar al Elior que había amado y cuidado durante tantos años.

Sin embargo, Zakarius tenía otros planes. A diferencia del Zakarius que había despertado con una mente llena de venganza y rencor, el nuevo Zakarius, atrapado en el cuerpo de un querubín y disfrutando del poder y la influencia de Elior, comenzaba a cambiar de perspectiva. Había descubierto que su posición en las Repúblicas Oligarcas le otorgaba un acceso privilegiado a tecnologías y secretos que nunca había soñado. Los laboratorios ocultos y las aeronaves mágicas, los complejos mecanismos impulsados por magia... todo aquello era un tesoro que superaba cualquier ambición que pudiera haber tenido como ángel.

Su hambre por el poder y el conocimiento crecía. Ya no deseaba solo vengarse de los celestiales. Ahora tenía algo más interesante a su alcance: el dominio de las Repúblicas y su vasto poder tecnológico. Cada día exploraba más profundamente los secretos de esa sociedad, fascinado por los artilugios que combinaban magia y ciencia de formas que los celestiales jamás habrían imaginado.

Las terapias familiares, sin embargo, le resultaban inútiles. Sabía que Auron solo quería entenderlo, pero lo único que Zakarius podía hacer era fingir. Jugaba el papel del querubín afectado, diciendo lo que los psicólogos querían escuchar, mientras en su mente urdía su próximo movimiento. Disfrutaba de las comodidades de su nueva vida y, poco a poco, se iba convenciendo de que no necesitaba apresurarse en su plan de venganza. ¿Por qué destruir un mundo que podía dominar?

Durante una de las sesiones de terapia, Auron lo miró profundamente a los ojos y le dijo:

—Hijo, sé que estás sufriendo. Quiero ayudarte. Quiero entenderte.

Zakarius, con su habitual frialdad, respondió:

—Padre, ya no soy el mismo niño que conocías. He cambiado. Lo que ocurrió en la academia me ha mostrado que el mundo no es como lo imaginamos. Tengo que aprender a vivir en él de otra manera.

Auron asintió, con los ojos llenos de preocupación. No podía imaginarse la verdad que se ocultaba detrás de esas palabras. Para él, Elior solo estaba pasando por un periodo de confusión y dolor. Pero para Zakarius, estas palabras eran una advertencia velada: había comenzado a disfrutar de su posición, de su nueva vida, y no planeaba renunciar a ella tan fácilmente.

Zakarius se movía sigilosamente por los pasillos de los laboratorios secretos, donde solo unos pocos altos oficiales y científicos de las Repúblicas tenían acceso. Sabía que su estatus como hijo de uno de los tres oligarcas le permitía ciertos privilegios, y estaba dispuesto a aprovecharlos al máximo.

Había logrado infiltrarse en la sala de los archivos más clasificados, donde se guardaban los planos y detalles de las aeronaves impulsadas por magia, así como otros proyectos más oscuros que implicaban la manipulación de la esencia celestial. Cada nuevo descubrimiento lo llenaba de una emoción que no había sentido en siglos. La tecnología de las Repúblicas estaba más avanzada de lo que jamás hubiera imaginado.

—Esto es mucho más de lo que soñé alguna vez... —susurró para sí mismo mientras deslizaba sus manos sobre los antiguos textos y los esquemas. Sus pensamientos de venganza se volvían cada vez más distantes, reemplazados por un deseo creciente de tomar control de ese poder.

Mientras más tiempo pasaba en las Repúblicas, más se convencía de que había nacido una nueva oportunidad para él. No necesitaba vengarse de los celestiales o destruir a los querubines desde dentro. Ahora, su objetivo era mucho más ambicioso: dominar el poder de las Repúblicas Oligarcas y utilizarlas para su beneficio. Pero para ello, primero debía consolidar su control sobre su nueva vida y sobre aquellos que aún creían que Elior era el joven prodigio que alguna vez fue.

Zakarius sonrió, satisfecho con sus progresos. La nueva era de Zakarius estaba a punto de comenzar.

Auron se sentó en su despacho, con las luces tenues y el pesado silencio de la habitación envolviéndolo como un manto. Había intentado todo lo que estaba a su alcance para recuperar al Elior que conocía, al niño prodigio que había sido la esperanza de su familia y, quizás, de todo su país. Pero ya no podía negarlo. Elior había cambiado de manera irreversible, y el peso de esa realidad estaba comenzando a aplastarlo.

La promesa a su esposa, hecha tantos años atrás, resonaba en su mente. Había prometido cuidarlo, protegerlo, y asegurarse de que creciera fuerte y brillante, incluso después de que ella se fuera. Sin embargo, ahora, sentía que había fallado. La culpa lo carcomía por dentro; había permitido que Elior fuera enviado a la academia celestial, lo había empujado hacia el peligro, y ahora su hijo había regresado irreconocible.

Auron suspiró profundamente, una mezcla de frustración y dolor. El vacío de haber perdido a su esposa se había vuelto más profundo, y ahora se sumaba el miedo de haber perdido también a su hijo.

—¿Qué le ha pasado? —se preguntaba constantemente, una y otra vez, sin hallar una respuesta.

No solo era el cambio en su actitud, sino también las noticias que le habían llegado en las últimas semanas. Elior había estado investigando diversas instalaciones secretas de las Repúblicas, accediendo a áreas clasificadas que, aunque no estaban completamente prohibidas para alguien de su estatus, no eran lugares donde se esperaba que un querubín de su edad y rango merodeara con tanta frecuencia. Los informes de sus subordinados comenzaban a ser preocupantes. Había algo extraño en el comportamiento de su hijo.

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Uno de sus más confiables subordinados, un hombre llamado Seraphis, se acercó a él con un informe en mano. La preocupación en sus ojos era evidente.

—Señor Auron, he recibido más reportes sobre las actividades de su hijo —dijo Seraphis, en tono serio—. Elior ha estado explorando las instalaciones secretas de las Repúblicas. No es del todo inusual, pero lo está haciendo con una frecuencia alarmante y en lugares que ni siquiera nosotros controlamos del todo. Los laboratorios de tecnología mágica, los archivos restringidos... incluso hemos perdido el rastro de él en ciertos momentos.

Auron apretó los puños, su rostro crispado por el dolor. No podía soportar la idea de perder a su hijo también. La imagen de su esposa, de su promesa, lo atormentaba. La voz de Seraphis lo sacó de sus pensamientos.

—Señor, con su permiso, creo que deberíamos asignar a alguien de confianza para que lo vigile de cerca. No quiero alarmarlo más de lo necesario, pero deberíamos asegurarnos de que no esté en peligro ni ponga a nadie más en riesgo. No queremos que la situación se nos escape de las manos.

Auron asintió lentamente. La idea de tener que vigilar a su propio hijo lo llenaba de tristeza, pero sabía que era necesario. No podía permitir que Elior causara algún desastre, especialmente con todo el poder y los recursos que tenía a su disposición.

—Hazlo —dijo finalmente Auron, su voz grave y llena de resignación—. Asigna a alguien de confianza para que lo vigile, pero que lo haga discretamente. No quiero que Elior se sienta traicionado.

Seraphis asintió con solemnidad, y salió del despacho sin hacer más ruido.

Elior—o mejor dicho, Zakarius—se enteró rápidamente de la vigilancia. Al principio, se sintió frustrado, como si su libertad estuviera siendo limitada de nuevo. Pero pronto se dio cuenta de que su nuevo guardaespaldas, Darian, uno de los hombres más confiables de su padre, no era una amenaza real. Darian lo seguía a todas partes, a veces de manera discreta, a veces no tanto, siempre asegurándose de que estuviera "seguro". Aunque Zakarius lo veía como una molestia, no podía negar que era la señal de que Auron ya había bajado la guardia. El padre de Elior se había resignado a la idea de que su hijo estaba traumatizado, y había aceptado su cambio.

Sin embargo, la constante presencia de Darian le impedía moverse con libertad. Zakarius intentó varias veces escabullirse hacia zonas más prohibidas, pero Darian siempre estaba cerca, observando, siguiéndolo, asegurándose de que no hiciera nada peligroso. Al principio, Zakarius lo ignoraba, pero pronto la situación empezó a afectarle. Había algo en Darian, en la forma en que lo miraba, que le hacía recordar lo que había perdido.

Darian admiraba profundamente al "antiguo Elior". El guardaespaldas trataba de interactuar con él como lo hacía antes, con respeto y afecto, pero también con cierta condescendencia, como si aún viera en él a un niño roto por la tragedia. Zakarius, incapaz de controlar completamente las emociones del cuerpo que habitaba, se encontraba a menudo irritado por esa actitud, pero debía mantener las apariencias.

—Elior, ¿te encuentras bien? —preguntaba Darian en tono amable, a veces después de que Zakarius mostrara un comportamiento extraño o evasivo.

—Sí, claro... Estoy bien —respondía Zakarius, ocultando su impaciencia.

A veces, Darian llegaba a ser grosero, imponiendo reglas y límites, y tratando a Zakarius como si fuera un niño que necesitaba ser vigilado en todo momento. Esto irritaba profundamente a Zakarius, quien había vivido como uno de los ángeles más poderosos y respetados, y ahora se veía reducido a un simple querubín bajo la tutela de un guardián que lo subestimaba.

—Sé que lo haces por el bien de mi padre —dijo Zakarius un día, mirándolo fijamente—. Pero no necesito que me cuides. Ya no soy un niño, Darian.

—Lo sé, Elior —respondió Darian, con un tono que indicaba lo contrario—. Pero tu padre está preocupado, y yo... Bueno, es difícil no preocuparse por ti después de todo lo que has pasado. A veces, solo quiero asegurarme de que estés bien.

Zakarius bufó, pero dejó pasar la conversación. Sabía que Darian no era su enemigo, pero su constante vigilancia hacía más difícil llevar a cabo su plan. A pesar de todo, se consolaba con la idea de que, al menos por el momento, Auron y sus subordinados no sospechaban nada. Todo el mundo creía que el cambio en Elior era producto de un trauma, y eso le daba tiempo para seguir investigando y planeando.

Zakarius continuaba con su investigación en las instalaciones secretas de las Repúblicas, aprendiendo más sobre la magia y la tecnología avanzadas que combinaban. Había máquinas que desafiaban las leyes de la naturaleza, artefactos que podían manipular la realidad misma, y la posibilidad de usar la magia celestial de maneras que los ángeles nunca habrían soñado.

Aunque Darian lo seguía a todas partes, Zakarius encontraba maneras de eludir su vigilancia. Había aprendido a moverse con sigilo, a desviar la atención del guardaespaldas, y a escabullirse en los momentos oportunos para explorar las zonas más prohibidas.

Sabía que debía actuar con cautela. No podía permitirse un error. Si lo descubrían, todo su plan podría desmoronarse. Pero con cada día que pasaba, Zakarius sentía que el control sobre su nueva vida se hacía más sólido. Los secretos de las Repúblicas Oligarcas estaban a su alcance, y ahora solo era cuestión de tiempo antes de que encontrara la manera de aprovechar ese poder para sus propios fines.

Zakarius, mientras recorría los pasillos ocultos y archivos restringidos de las instalaciones más secretas de las Repúblicas Oligarcas, finalmente encontró algo que lo dejó fascinado: un proyecto ultrasecreto conocido como "Colosos Teconomágicos". Se trataba de una serie de enormes mechs, construidos a partir de una fusión entre tecnología avanzada y magia celestial, capaces de cambiar el curso de cualquier guerra. Era un arma que podría inclinar la balanza de poder a favor de quien la controlara.

Sin embargo, al profundizar en los informes, Zakarius descubrió que el proyecto había sido archivado debido a la falta de fondos y recursos. El diseño estaba en pañales, apenas unos cuantos prototipos a medio ensamblar, y el equipo a cargo había sido reducido al mínimo por la falta de apoyo gubernamental. La guerra con los nigromantes había drenado gran parte de los recursos de las Repúblicas, y proyectos experimentales como este se consideraban demasiado costosos.

Pero Zakarius vio el potencial. Estos mechs no solo serían una herramienta decisiva en la guerra contra los nigromantes, sino que también podrían servir como un símbolo de poder y superioridad tecnológica que las Repúblicas podrían usar para ganar influencia en el mundo celestial. Elior—o mejor dicho, Zakarius—no podía dejar pasar la oportunidad de llevar este proyecto a buen puerto.

Zakarius sabía que necesitaría el apoyo de su padre, Auron, para revivir el proyecto. Pero, tras su reciente comportamiento errático y distante, acercarse a él de nuevo requería tacto. A pesar de sus tensiones, Zakarius decidió utilizar su nueva posición y la creciente confianza que Auron volvía a depositar en él.

—Padre —dijo un día, con un tono inusualmente sereno mientras compartían una cena privada en la residencia familiar—. He estado investigando sobre las áreas de desarrollo militar en las Repúblicas, y me encontré con algo que... podría cambiarlo todo.

Auron levantó la vista del plato, sorprendido por el tono directo de su hijo. En sus ojos, por primera vez en mucho tiempo, percibió una chispa de interés genuino. Elior siempre había sido curioso, pero este nivel de enfoque era algo que no había visto en él desde antes del viaje a la academia.

—¿De qué se trata? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y cautela.

Zakarius le explicó lo que había descubierto: los mechs teconomágicos, su potencial para ofrecer una ventaja aplastante en la guerra, y cómo la inversión en este proyecto podría cambiar el curso del conflicto y asegurar el futuro de las Repúblicas como una potencia mundial.

—Padre, estos colosos no solo son armas —dijo Zakarius, su voz cargada de convicción—. Son la clave para nuestra supervivencia. Los nigromantes están avanzando, y sabemos que tarde o temprano la guerra llegará aquí. Si no estamos preparados, caeremos.

Auron escuchaba en silencio, pero algo en sus ojos comenzó a cambiar. Había en las palabras de Elior un eco de la antigua brillantez, de la genialidad que había definido a su hijo. Aunque algo oscuro y distante seguía presente, por primera vez en mucho tiempo, Auron sintió que había esperanza. Quizá Elior no estaba tan perdido como había temido.

—Es una inversión considerable —respondió Auron, aunque su tono ya no era de escepticismo, sino de meditación—. ¿Estás seguro de que estos mechs son lo que necesitamos?

Zakarius asintió con firmeza. Sabía que su padre tenía razones para dudar, pero también sabía que la situación era desesperada. Además, había un juego de manipulación que dominaba mejor que nadie.

—No hay tiempo para dudas, padre. Si no somos nosotros quienes tomamos la iniciativa, serán otros quienes nos destruyan —insistió, buscando sembrar en Auron la urgencia del momento—. Este proyecto es la chispa que necesitamos.

Auron observó a su hijo en silencio por unos momentos más. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que Elior no hablaba sin pensar, y había algo en la manera en que defendía el proyecto que despertaba recuerdos del niño brillante que había sido. Auron sentía una mezcla de nostalgia y esperanza, aunque también sabía que algo en Elior se había roto. No era el mismo de antes, pero tal vez... solo tal vez, esa chispa de brillantez aún ardía dentro de él.

—De acuerdo, Elior —dijo finalmente, con un suspiro resignado—. Voy a poner en marcha este proyecto. Voy a asignar los fondos necesarios y asegurarme de que recibas todo el apoyo que necesitas para hacer que estos mechs funcionen.

Zakarius sonrió, pero fue una sonrisa medida. Sabía que su plan avanzaba y que con los recursos de las Repúblicas a su disposición, los Colosos Teconomágicos serían la clave para consolidar su poder. La guerra no solo cambiaría para las Repúblicas; cambiaría para él, Zakarius, que ahora tenía una herramienta de inmenso poder bajo su control.

Los días que siguieron fueron un torbellino de actividad. Ingenieros, magos y científicos se reunieron bajo la dirección del nuevo "Elior" para trabajar en los Colosos Teconomágicos. Aunque Zakarius no tenía los conocimientos técnicos de su antiguo yo, su capacidad para proyectar autoridad y manipular a quienes le rodeaban le permitió ganarse el respeto de los investigadores. Además, la presencia de Darian, su guardaespaldas y protector, añadía una capa de legitimidad a sus decisiones.

Mientras los trabajos avanzaban, Auron no podía evitar observar a su hijo desde las sombras. Había algo diferente en él, algo que no lograba comprender del todo, pero que también lo llenaba de orgullo. Elior parecía haber recuperado parte de su antiguo genio, de su iniciativa, y aunque seguía distante, había en él un nuevo propósito que hacía que Auron pensara que tal vez no todo estaba perdido.

Sin embargo, una inquietud persistía en el fondo de su mente. ¿Por qué Elior había cambiado tanto? ¿Qué había sucedido realmente en ese viaje a la academia? Las preguntas seguían sin respuesta, pero por ahora, Auron decidió dejar que su hijo siguiera adelante con el proyecto. El destino de las Repúblicas estaba en juego, y tal vez, solo tal vez, este proyecto sería la salvación que tanto necesitaban.

Mientras tanto, Zakarius planeaba en silencio. La construcción de los mechs no solo representaba un arma para las Repúblicas, sino también una herramienta para su propio ascenso. Con estos colosos a su disposición, podría volver a sembrar el caos en las filas celestiales, consolidando su influencia en el mundo celestial y mortal.

Sabía que aún debía mantener las apariencias, ser cuidadoso con cada paso que daba, especialmente con Darian y su padre observándolo. Pero por ahora, tenía todo lo que necesitaba para avanzar en su plan. Y pronto, los cielos arderían.